Isatu vive en Kerewan, un pueblo de la división
norte de Gambia, a pocos kilómetros del río que comparte nombre
con el país. Por su aspecto parece pasar los 60 años, aunque
dice no saberlo bien. “Yo no me acuerdo de cuándo nací. Las
mujeres mayores como yo no sabemos qué edad tenemos”, reconoce
sonriendo. Habla en lengua mandinga, la más popular de esta
nación, la más pequeña del continente africano y situada a
su oeste, junto al Atlántico. A las puertas de su casa corretean
unos 10 chavales. Dentro, la vivienda destila humildad: su
cama se encuentra en el salón, donde también hay un par de
sillones y una televisión diminuta que emite un sonido algo
distorsionado. Isatu afirma que nunca fue al colegio, que
toda su vida ha transcurrido en ese pueblo y que allí ha podido
criar a su familia; cuatro hijas, tres nietos y cuatro nietas.
Cuenta Isatu que, para hablar de la mutilación genital femenina,
prefiere no dar su nombre real. Tampoco permite fotografía
alguna. Ella está a favor de esta práctica, la ha ejercido,
pero su país la persigue desde noviembre del 2015. Entonces,
el gobierno del dictador Yahya Jammeh (ya depuesto y huido
a Guinea Bissau) aprobó una ley contra la ablación donde se
castigaba a quien la practicara con penas de hasta tres años
de prisión, multas de 50.000 dalasis (unos 1.100 euros, cuando
el salario mínimo es de 45 euros) y cadena perpetua caso de
que la menor falleciera durante el proceso. El actual ejecutivo,
ya surgido tras las elecciones democráticas de diciembre del
2016, ratificó la prohibición, que incluye desde una escisión
total o parcial hasta las prácticas “simbólicas” consistentes
en la mella y el pinchazo del clítoris para liberar gotas
de sangre. Y las madres y abuelas gambianas como Isatu no
terminan de aceptarla. “Nuestra misión es perpetuarlo. Es
nuestra tradición y nuestra cultura”, insiste. Antes de esta
ley, recuerda Isatu, la ablación era una fiesta. “No teníamos
problemas. Al revés. Suponía un motivo para la felicidad.
Tocábamos tambores, hacíamos música, nos reuníamos toda la
familia... Ahora hay que hacerlo a escondidas porque han venido
a decirnos que está mal”. Dice que fue ella misma quien se
lo practicó a sus hijas y también a algunas vecinas, igual
que su madre hizo con ella cuando era pequeña. “Las mujeres
que pasan por ello tienen más facilidad para tener bebés que
la gente que no se lo hace. Además, el clítoris crece y crece
y, si no lo cortas, puedes llegar a desarrollar enfermedades
en el futuro”.
— ¿Has hablado de ello con algún médico?
— Sí. Un doctor cercano, de un pueblo vecino,
me contó que era necesario. Dijo que había personas en contra,
pero que él estaba a favor. Yo creo que a la gente que no
le gusta lo dice por dinero o por otros motivos que no tienen
que ver con la salud.
Dembo (nombre ficticio), un hombre de unos 35
años que hace de traductor al inglés y que nació y vive en
el mismo pueblo que Isatu, interrumpe la conversación. “Yo
tengo dos niñas y, aunque todavía son muy pequeñas (tienen
6 meses y 4 años) van a pasar por este proceso cuando crezcan
un poco. Es algo necesario. A mí me da igual lo que diga el
gobierno. Ya estamos en democracia y deberíamos poder elegir”,
sentencia. Después, Isatu sigue hablando. “Es que es un tema
de salud. Si dejamos de hacerlo, ¿quién va a cuidar de que
nuestras hijas tengan bebés? Nadie puede imponer una prohibición
que sabemos que es malo para nosotras. No han podido pararlo
y no lo harán tampoco en el futuro”.

La mutilación genital femenina en Gambia, cuya
población total no llega a los dos millones, es una práctica
muy generalizada. Según un informe de la Fundación Thomson
Reuters de septiembre de 2018, el 74,9% de las mujeres gambianas
de entre 15 y 49 años la han sufrido, con una clara diferencia
en cuanto a prevalencia entre áreas urbanas y zonas rurales
como la que habita Isatu. En las primeras, ejemplificada en
Banjul, la capital, la cifra desciende hasta el 47.4%. En
las segundas, en cambio, el porcentaje sube hasta el 96.7%.
El informe concluye que el 95.7% de las ablaciones las realizaron
“circuncidores tradicionales” y que el 54.8% de las mujeres
que la han padecido lo hicieron antes de cumplir los cinco
años. Binta Touray, que ahora tiene 24 años, fue una de esas
niñas. Ella sufrió la ablación casi recién nacida. Hoy, en
su casa de Serekunda, una ciudad costera y de las más cosmopolitas
de Gambia, lo entiende así: “Ahora sabemos que todo esto no
es bueno para la mujer. Yo lo sé porque me lo dijeron mis
maestras en el colegio. Pero nuestras madres y abuelas siguen
pensando lo contrario y resulta complicado hacerles cambiar
de opinión. Cuando me hablaron de ello en la escuela yo no
tenía ni idea de lo que era; ignoraba si yo había pasado por
ello. Aquel día, cuando llegué a casa, se lo pregunté a mi
madre y ella respondió que sí, que me lo había hecho mi abuela.
Me enfadé mucho. La profesora nos dijo que, científicamente,
no hay nada que apoye esta teoría”.

La mutilación genital femenina tiene en la falta
de educación en Gambia una poderosa aliada. Un documento de
Refworld, la base de datos de la Agencia de la ONU para los
Refugiados (ACNUR), que indaga sobre esta práctica en este
país de África occidental, muestra que las hijas de las madres
con estudios de secundaria o superiores son las que menos
la sufren. El informe las cifra actualmente en el 35,9% por
el 43% de las hijas de madres sin estudios y el 45,8% de las
hijas de mujeres con estudios de educación primaria. Y la
educación, o más bien la falta de acceso a ella, supone un
gran problema en este país. Según los indicadores del Programa
de Naciones Unidas para el Desarrollo, el promedio de escolaridad
para los gambianos es de 3,5 años, la undécima cifra más baja
de las 189 naciones estudiadas por dicho organismo. “Mi abuela
nunca fue al colegio. Ahora dice: si a mí me llevaron a hacérmela,
a mi hija la llevaron, a mi hermana igual y todas hemos crecido
sanas ¿por qué nos intentan convencer de que es algo malo?”,
afirma Binta. Y habla sobre los inconvenientes que trae consigo
esta práctica. “Yo todavía no estoy casada, pero uno de los
principales problemas que comento con mis amigas llega en
la noche de bodas. Es algo que sucede mucho: no se puede mantener
sexo. Resulta impracticable porque la ablación deja una cicatriz
que hace imposible que suceda nada. Así que las mujeres que
la sufrimos debemos pasar por dos procesos. Primero cuando
somos pequeñas, que la mayoría ni nos acordamos. Después cuando
nos casamos, que tenemos que ir al hospital o volver a quien
nos practicó la mutilación para que, con una cuchilla, nos
abra la cicatriz que quedó en nuestras partes íntimas”. Además,
afirma Binta, el periodo también puede acarrear ciertas preocupaciones.
Lo cierto es que, pese a la prohibición explícita de la ley,
a Gambia todavía le queda un largo camino por recorrer para
acabar por completo con esta práctica. Un documento de la
organización Tender, Acting To End Abuse profundiza algo más
en las razones de esta perseverancia: un discurso religioso
(el 90% de la población gambiana profesa el Islam) en el que
se ha asociado históricamente y de forma errónea la mutilación
genital femenina con los dictados de Alá; la imposibilidad
de hablar en público sobre cuestiones relacionadas con el
sexo, entre ellas la ablación femenina; la alarmante falta
de educación y la dependencia económica de la mujer con respecto
al hombre. Aunque, indica Binta, las mujeres jóvenes cada
vez se posicionan más en su contra. “La ley no va contra nadie,
sino a favor de nuestra salud. Yo puedo asegurar que ni mis
hijas, ni mis sobrinas ni las hijas de mis amigas van a pasar
por ello”.
La ablación del clítoris oficialmente llamada
mutilación genital femenina (MGF) por la Organización Mundial
de la Salud (OMS), es la eliminación parcial o total de tejido
de los órganos genitales femeninos, particularmente del clítoris
(clitoridectomía), con objetivo de eliminar el placer sexual
en las mujeres, considerando razones culturales, religiosas
o cualquier otro motivo no médico. Los términos infibulación
y escisión son expresiones comunes utilizadas para el procedimiento
aplicado para llevar a cabo la mutilación. Esta práctica se
considera una violación de los derechos humanos de las mujeres
y de las niñas. En febrero de 2016 Naciones Unidas abordó
este tema como una prioridad entre los Objetivos de Desarrollo
Sostenible marcándose como referencia el año 2030 para acabar
con esta práctica.

Algunas mujeres de la tribu Maasai, en Kenia,
han alzado su voz contra una prohibición de que se lleve a
cabo la MGF por temor a que las niñas que no se sometan al
procedimiento no consigan casarse o se vuelvan promiscuas.
Esta foto se tomó en junio de 2014 en un encuentro para discutir
el tema.
Aunque ya lo había descrito en 1799 William
George Browne en su libro Travels in Africa, a mediados del
siglo XIX el explorador inglés Richard Francis Burton observó
que las mujeres somalíes poseían "un temperamento frío, resultado
de causas naturales y artificiales" y escribió que "los musulmanes
creen que este rito fue inventado por Sara, que mutiló a Agar
por celos, y luego Alá le ordenó que se circuncidara ella
también". Además, en Somalia se cortaban los labios de la
vulva y se cosían con hilo de cuero o crin de caballo para
preservar la virginidad. Pero la costumbre es de procedencia
incierta y se cree que este ritual de iniciación originalmente
se practicaba en las niñas de algunos países de África, Oriente
Medio y otros. Hay algunas versiones que afirman que comenzó
en el antiguo Egipto y a partir de allí se extendió al resto
del continente africano y, aunque se localiza sobre todo en
la zona centroafricana, no se limita al continente africano,
pues se observa también en varios países de Asia, Europa,
Oceanía e incluso América.
Practicada en muchos casos como rito de iniciación
a la edad adulta, en los años más recientes este motivo está
disminuyendo debido a la prohibición de su realización en
muchos países. En algunos casos se recurre a tradiciones religiosas
para argumentar en su favor, como en el islam. La pérdida
casi total de sensibilidad es la principal consecuencia para
las afectadas, con el añadido trauma psicológico. Hay mujeres
que mueren desangradas o por infección en las semanas posteriores
a la intervención, ya que se realiza casi siempre de manera
rudimentaria, a cargo de curanderas o mujeres mayores, y con
herramientas rudimentarias como cristales, cuchillos o cuchillas
de afeitar y nunca en centros sanitarios.
Existen varios tipos de ablación:
- Amputación del prepucio del clítoris (circuncisión):
el clítoris puede extirparse en parte o en su totalidad (clitoridectomía).
- Otra forma consiste en la escisión o mutilación
total o parcial del prepucio del clítoris y de los labios
menores, conservando solo los labios mayores (véase vulva).
- La infibulación es la forma más agresiva,
y consiste en la extirpación del clítoris y de los labios
mayores y menores. Después del acto, hay un cosido de ambos
lados de la vulva hasta que esta queda prácticamente cerrada,
y se deja únicamente una abertura para la sangre menstrual
y la orina. La infibulación también se conoce como circuncisión
faraónica.

La ablación, pesadilla de las niñas en Indonesia.
- Cualquier otro procedimiento que lesione los
genitales externos con fines no médicos: perforación, incisión,
raspado o cauterización de los genitales femeninos.
El informe de Amnistía Internacional para hacer
conciencia de los malos tratos a las mujeres daba la cifra
de 120 millones de mujeres clitoridectomizadas, y de tres
millones de niñas por año en veintiocho países diferentes:
Sientan a la niña desnuda, en un taburete bajo,
inmovilizada al menos por tres mujeres. Una de ellas le rodea
fuertemente el pecho con los brazos; las otras dos la obligan
a mantener los muslos separados, para que la vulva quede completamente
expuesta. Entonces, la anciana toma la navaja de afeitar y
extirpa el clítoris. A continuación viene la infibulación:
la anciana practica un corte a lo largo del labio menor y
luego elimina, raspando, la carne del interior del labio mayor.
La operación se repite al otro lado de la vulva. La niña grita
y se retuerce de dolor, pero siguen sujetándola. La anciana
enjuga la sangre de la herida y la madre, así como las otras
mujeres, "verifica" su trabajo, algunas veces introduciendo
los dedos. La cantidad de carne raspada de los labios mayores
depende de la habilidad "técnica" de quien opera. La abertura
que queda para la orina y el flujo menstrual es minúscula.
Luego, la anciana aplica una pasta y asegura la unión de los
labios mayores mediante espinas de acacia, que perforan el
labio y se clavan en el otro. Coloca tres o cuatro a lo largo
de la vulva. Estas espigas se fijan con hilo de coser o crin
de caballo. Sin embargo, nada de esto basta para asegurar
la soldadura de los labios; por eso, a la niña la atan desde
la pelvis hasta los pies. Le inmovilizan las piernas con tiras
de tela.
Las consecuencias de esta práctica son negativas
para la salud de las mujeres y tiene los siguientes efectos:
Efectos inmediatos:
Dolor intenso. Choque. Hemorragias graves.
Tétanos. Sepsis (infecciones). Problemas urinarios (retención
de orina). Llagas en los genitales. Lesiones en los tejidos
genitales vecinos.
Efectos a largo plazo:
Quistes. Infecciones recurrentes en la vejiga
y en la orina. Esterilidad. Complicaciones del parto. Aumento
del riesgo de muerte del recién nacido. Necesidad de nuevas
intervenciones quirúrgicas.
Según las estadísticas, la práctica de la ablación
afecta en la actualidad alrededor de unos 138-140 millones
de mujeres y niñas en el mundo. Se cree que cada vez se practica
a niñas con una edad mucho menor, a fin de evitar que quienes
sufren la mutilación juzguen la práctica por sí mismas al
ser mayores. Según datos de la OMS, suele practicarse en la
infancia, entre la lactancia y los 15 años. En África, hay
aproximadamente 92 millones de mujeres y niñas de más de 10
años de edad en quienes esta práctica se ha llevado a cabo.
El aumento de la inmigración ha llevado esta
práctica a Europa. La mutilación genital femenina, en cualquiera
de sus modalidades, se encuentra penada por la ley en los
principales países de dicho continente con algunas excepciones
como Italia o Irlanda. No obstante, aunque existen en algunos
países europeos con normativas legales de control sobre el
permiso de salida para las niñas en situación de riesgo por
este tipo de costumbres, hay denuncias de que medio millón
de mujeres y niñas han sufrido la MGF en Europa, incluso en
centros sanitarios bajo cuerda. Un imán de Bristol aconsejaba
que la ablación de las niñas sea realizada en el extranjero
para burlar la prohibición que desde 2003 pesa sobre esta
práctica en el Reino Unido.
En España en 2003 se aprobó la L.O. 11/2003,
de 29 septiembre, que modifica el Código penal, y en la cual
tiene lugar la tipificación de un nuevo delito de mutilación
genital mediante la nueva redacción dada al art. 149 del C.P..
Dicho artículo describía un tipo agravado de lesiones, en
atención a su entidad, a los cuales se equipara el nuevo resultado
lesivo expresamente descrito. En 2005 se aprobó la Ley Orgánica
3/2005 de 8 de julio para perseguir extraterritorialmente
la práctica de la mutilación genital femenina. La resolución
permite a los jueces españoles condenar las ablaciones realizadas
a las niñas, no solo dentro de las fronteras españolas sino
también fuera de ellas. La ablación femenina ya se encontraba
tipificada como delito en el Código Civil, pero los tribunales
no tenían hasta esta ley la capacidad de actuar contra quienes
cometían ese delito en el extranjero, aprovechando habitualmente
viajes de vacaciones con sus hijas a sus países de origen.
La mutilación genital femenina, particularmente
en su forma de circuncisión sunna, está presente en prácticamente
todos los países musulmanes del continente, así como en las
comunidades kurdas. Afganistán, Tayikistán, Brunéi, Malasia
e Indonesia también la practican, los tres últimos incluyendo
los tipos de mutilación más radicales.
El 8 de agosto de 2016 el Parlamento Panafricano,
órgano legislativo de la Unión Africana aprobó la prohibición
de las prácticas de la mutilación genital femenina en sus
50 estados miembros. El acuerdo llegó tras conversaciones
entre el Grupo de Trabajo para la Mujer del Parlamento y representantes
del Fondo de Población de Naciones Unidas celebradas días
antes en Johannesburgo. Los 250 parlamentarios firmaron un
plan de acción para erradicar esta práctica. En 2019 el Gobierno
de Sierra Leona prohibió la mutilación genital femenina como
parte de una serie de medidas contra las ceremonias de iniciación.
La embajadora de la Organización de las Naciones
Unidas contra la ablación, la exmodelo somalí Waris Dirie,
quien sufrió infibulación a los cinco años, ha luchado durante
años para que esta práctica sea ilegal en algunos países africanos,
aunque se siga practicando de hecho. Unicef, en un informe,
afirma que esta práctica se puede eliminar en una generación
si hay un esfuerzo cultural. La ablación es una costumbre
extendida en una amplia región de África, donde es practicada
indistintamente por musulmanes y animistas.

El médico francés Pierre Foldès.
En 2002 el médico francés Pierre Foldès en colaboración
con el urólogo Jean-Antoine Robein iniciaron la práctica de
una cirugía reparadora del clítoris. En 2012 presentó un informe
indicando que en 11 años su equipo operó a casi 3.000 mujeres.
Unas 866 pacientes (el 29%) participaron en un seguimiento
después de un año de someterse a la cirugía.
En Francia desde 2004 la operación está asumida
por la Seguridad Social entendiéndose no una operación de
cirugía estética sino de cirugía funcional. La cantante franco-maliense
Inna Modja activista contra la ablación explicó que ella misma
había sido víctima de mutilación y explicó su experiencia
al someterse a la reconstrucción del clítoris. En España en
2013 el Dr. Pere Barri Soldevila aprendió la técnica en París
y empezó a realizar este tipo de cirugía. En el marco de la
sanidad pública española, la Consejería de Sanidad de la Generalidad
de Cataluña puso en marcha en Octubre de 2015 un programa
de reparación de la ablación genital femenina. Este programa
se desarrolla en el Servicio de Ginecología del Hospital Clínico
de Barcelona coordinado por la Dra. Mª. José Martínez-Serrano.
También en Alemania, en Septiembre de 2013, se inauguró el
Desert Flower Center en el Waldfriede Hospital de Berlin-Zehlendorf
realizando este tipo de intervenciones.
La circuncisión femenina antecede históricamente
a la aparición del islam en el siglo VII y actualmente no
se practica en la gran mayoría de países musulmanes. Aunque
durante las dos últimas décadas del siglo XX tanto medios
de comunicación como publicaciones académicas atribuyeron
al islam la práctica de la circuncisión femenina, según Noor
Kassamali, la actitud de los religiosos musulmanes ha sido
diversa. La práctica se observa en regiones de población musulmana
donde existía ya antes de la islamización, tras la cual los
alfaquíes la justificaron con argumentos religiosos y pasaron
a considerarla una tradición del islam. Son así numerosos
los casos registrados en que jurisperitos musulmanes han aprobado
la circuncisión, si bien en la actualidad la mayoría de los
teólogos musulmanes consideran la circuncisión femenina una
práctica innecesaria o contraria al islam verdadero.
Existen diferencias de opinión entre
el islam sunní y el chií. Entre las cuatro escuelas jurídicas
del islam sunní, tan sólo una ha considerado tradicionalmente
necesaria la circuncisión femenina. Entre los chiíes, la circuncisión
femenina sólo es practicada por la secta egipcia ismaelí musta´alí.
Y el problema despertó en Europa. Hawa
Gréou era la maman (madre) más famosa de toda Île-de-France.
Cientos de familias malienses, senegalesas, guineanas y marfileñas
llamaban a la puerta de su piso de París pidiendo a la matrona
de Mali que "preparase" a sus hijas con el rito que, para
algunas etnias africanas, constituye el sello necesario de
la pureza femenina: la mutilación genital. Hawa era hábil
y rápida. Con su cuchillo, ninguna niña moría de hemorragia.
Un día, su vecina la denunció por alteración del orden público.
Los gritos que se escapaban a través de su puerta eran estremecedores,
pero no ocurrió nada. Para que fuese detenida fue necesario
el valor de una de sus víctimas, una joven que quiso salvar
a sus hermanas pequeñas del rito de sangre y explicó a un
fiscal los horrores que sucedían en aquel lugar.
Hizo falta la testarudez de una abogada para
condenar a la maman a ocho años de cárcel, en un juicio histórico
que sacudió Francia y abrió los ojos definitivamente a las
ablaciones clandestinas.
Este año se cumple el vigésimo aniversario de
aquel proceso. La letrada de la causa es Linda Weil-Curiel,
presidenta de la Asociación Cams (Comisión para la Abolición
de las Mutilaciones Sexuales), que desde la década de los
ochenta ha defendido a las víctimas en otros 40 procesos y
ha logrado condenar a más de 100 personas entre mutiladoras
y padres de niñas mutiladas. Aunque Francia es el único de
los países europeos con una fuerte presencia de inmigrantes
africanos que no dispone de una ley específica contra la mutilación
genital femenina, registra el mayor número de condenas en
estos casos. En Italia, a partir de la promulgación de la
ley de 2006, se ha dictado solo una; en España y en Suecia,
dos; en Reino Unido se ha emitido una única sentencia de condena,
a pesar de que la ley existe desde 1985.
"Los Parlamentos de media Europa me invitan
para que explique por qué en Francia funciona la justicia
contra la ablación y en otros países no", dice sonriendo Weil-Curiel
en su despacho de Saint-Germain-des-Prés, en pleno centro
de París, "y siempre insisto en que una norma específica es
inútil y, además, un error. Basta con el Código Penal, que
en cualquier Estado castiga las lesiones permanentes. Además,
una ley específica abre la puerta al relativismo cultural
al clasificar las mutilaciones sexuales entre africanos como
tradición y no simple y llanamente como un delito".
Según los datos del Ministerio de Sanidad francés,
entre 2007 y 2015 el número de mujeres residentes en Francia
que han sido mutiladas ha pasado de 61.000 a 53.000. ¿Ha sido
un éxito la linea dura? En parte sí. Sin duda, la sensibilización
de las comunidades de inmigrantes es fundamental, pero también
tienen que ser conscientes de que si mutilan a las niñas irán
a la cárcel.
1982, Linda comienza a apasionarse por su trabajo.
En 1982, una amiga feminista (Annie Sugier, cofundadora con
Simone de Beauvoir de la Liga Internacional por los Derechos
de las Mujeres) le llevó un artículo de un periódico
que informaba de que un padre había mutilado a una niña de
tres meses y que esta se había salvado por poco de la muerte.
La niña se llamaba Bintou. Con su asociación, se personó
como actor civil en el proceso, y allí empezó la primera batalla,
consistente en que estos casos no se siguiesen dirimiendo
en los tribunales ordinarios, sino en los órganos judiciales
de máximo rango, es decir, en las Salas de lo Penal de los
Tribunales Superiores de Justicia. Los jueces, por su parte,
le quitaban importancia, aduciendo que eran inmigrantes, personas
que no hablaban francés, y que eran sus tradiciones. Ella
les respondía preguntándoles si no pondrían el grito en el
cielo si le amputasen los genitales a una niña blanca francesa,
y clamando que la ley es igual para todas las personas que
viven en Francia. Así fue como consiguieron que el delito
se juzgase en el Tribunal de lo Penal. Luego, cuando muchas
familias empezaron a mutilar a sus hijas llevándolas a sus
países de origen para eludir la justicia francesa, conseguieron
ampliar el Artículo 222 del Código Penal a las ablaciones
llevadas a cabo en el extranjero por ciudadanos franceses
o residentes en Francia. No obstante, los casos resultaron
más complejos. Los padres no revelaban los nombres de las
mujeres que practicaban la ablación. En el seno de las comunidades
africanas, las protegen. Las madres contaban que, en el autobús,
una mujer las vio con su bebé en brazos, les preguntó si ya
la habían operado y las invitó a su casa, pero que no saben
cómo se llama. Cuentan historias inverosímiles.
En 1999 estalló el caso Gréou, una investigación
que duró 18 meses y un gran juicio de 15 días. Después de
que la chica presentase la denuncia, la policía puso bajo
vigilancia la casa de Hawa Gréou, pero ella había tomado precauciones
y practicaba las escisiones en otro sitio. Hasta que le intervinieron
el teléfono, la verdad no salió a la luz. Gréou organizaba
sesiones de mutilación en masa, normalmente en época de vacaciones,
cuando había menos gente que lo pudiese oír. Se interrogó
a todas las personas que aparecían en su agenda.
El fiscal pidió siete años de cárcel, ella ocho.
Ganó Linda.
Cuando Gréou salió de la cárcel, se hicieron
amigas y escribieron conjuntamente el libro Exciseuse, mutiladora.
Durante el juicio, tuvo siempre a Hawa enfrente,
y pudo darse cuenta de su inteligencia. Se enteró de
que el oficio de mutiladora se lo había impuesto su abuela.
Las mujeres de su familia lo practicaban desde hacía generaciones
y era un papel de prestigio en la comunidad porque daba dinero,
telas valiosas, jabón... Hawa no tenía opción. Salió antes
de la cárcel por buena conducta y la llamó por teléfono. Estaba
sola, su marido había tomado otras mujeres y quería mandarla
a Mali. Ella iba de un lado a otro con un carrito de la compra
lleno de ropa porque las otras mujeres le robaban todo, y
con el carrito a cuestas, en zapatillas y cubierta con el
velo fué a verla. Linda era la única persona con la
que podía hablar francamente porque sabía que la entendía.
Así se fueron acercando. Incluso llevó a su marido
ante los tribunales y lo obligó a pagarle una pensión
alimenticia.

En los países como Burkina Faso, donde aún es
legal la mutilación genital femenina, la práctica cuenta con
el apoyo de hombres y mujeres, generalmente sin cuestionamiento,
con justificaciones a menudo arraigadas en la desigualdad
de género. En algunas comunidades, se usa para controlar la
sexualidad de las mujeres y las niñas.

Latifatou Compaoré, de 14 años, de Burkina Faso,
fue inspirada por su madre para hacer un llamamiento en favor
del abandono de la mutilación genital femenina y grabó una
popular canción llamada 'Excision' acerca de poner fin a esa
práctica. Latifatou se ha convertido en una defensora de los
derechos de las mujeres: "No puedo entender que las niñas
puedan sufrir de tal manera, que puedan ser mutiladas en condiciones
de poca o ninguna higiene".

A veces, la mutilación genital femenina es un
prerrequisito para el matrimonio y está estrechamente vinculada
con el matrimonio infantil. En algunas sociedades, la esta
práctica tiene como base mitos acerca de los genitales femeninos,
por ejemplo, que un clítoris sin extirpar crecerá hasta el
tamaño de un pene, o que la mutilación genital femenina aumentará
la fecundidad. Otras, consideran a los genitales externos
femeninos algo sucio y feo.

Alifya nació en la India en una comunidad que
practica la mutilación genital femenina. Cuando tenía siete
años, le dijeron que un "gusano" sería retirado de su cuerpo
y llevado a una habitación oscura y lúgubre donde se usaba
una cuchilla para cortarla. Tiene fuertes recuerdos de un
dolor enorme, sangrado y, más que nada, tristeza. Ahora que
ella misma es madre, siente que la tradición no tiene ninguna
base y que debe abandonarse por completo. Por eso no ha mutilado
a su hija, que aparece en la fotografía con ella y en el retrato
en solitario.

El Fondo de Población de las Naciones Unidas
define la mutilación genital femenina como la "alteración
o lesión de los genitales femeninos por motivos no médicos,
que es internacionalmente reconocida como una violación de
los derechos humanos". En la imagen, mujeres y niñas en una
escuela de Egipto.

Tabitha, de 15 años, creció en Kenya y vio cómo
menguaba poco a poco su grupo de amigas, a medida que estas
se sometían a la mutilación genital femenina, dejaban la escuela
y se casaban. Pero los padres de Tabitha, Moisés y Susana,
estaban informados sobre los daños que se derivan de la mutilación
genital femenina, así que la apoyaron a participara en ritos
de iniciación alternativos que respetaran la integridad de
su cuerpo.

Hasta la fecha, 13 países han prohibido la mutilación
genital femenina, y más de 31 millones de personas en más
de 21.700 comunidades en 15 países se han comprometido públicamente
a abandonar la práctica. Gracias a la labor de UNFPA, de Unicef
y de la sociedad civil —que han contado con el respaldo de
la Unión Europea— cerca de 3,3 millones de mujeres y niñas
tienen acceso a los servicios de protección y prevención.
En las imágenes, Kadijah y Sofia Hussein, dos niñas de Etiopía.

Mariame Sakho fue elegida diputada en Senegal
en julio de 2017, es una figura destacada en su comunidad
de Bakel, en la región oriental de Tambacounda. Hasta hace
19 años, sin embargo, practicó la ablación con sus propias
manos a miles de niñas. “Empecé de pequeña, ayudando a mi
abuela, que trabajaba de cortadora”, dice. “Las familias de
nuestro grupo étnico, los peul, nos traían a las recién nacidas
y yo ganaba 2.000 francos cefa (unos tres euros) por cada
intervención. Normalmente, extirpamos el clítoris a niñas
de uno o dos meses, una edad en la que la herida cicatriza
mejor. Yo también sufrí la ablación; entonces era algo normal".
Sakhlo prosigue su relato: "Cuando Senegal prohibió la MGF,
en 1999, algunas cortadoras fuimos convocadas por un comité
de políticos, religiosos y ONG que nos advirtieron que, si
seguíamos haciéndolo, nos detendrían. De modo que renuncié
y pedí perdón a Alá por todo el mal que había hecho en mi
vida, aunque hasta entonces no fui consciente de ello. Pero
rezar no era suficiente: quería luchar para detener la mutilación
genital femenina, porque en Bakel muchas personas continúan
practicándola ilegalmente”.
Mariame era muy respetada como cortadora y hoy
mantiene ese crédito, pues es considerada una voz autorizada
contra la mutilación genital femenina. Trabaja desde hace
tiempo como comadrona en el centro de salud de Bakel, disuadiendo
a las madres primerizas de que mutilen a sus recién nacidas.
“Les explico que deben rechazar las supersticiones, que no
es cierto que la MGF haga que las mujeres sean virtuosas,
ni que lleve honra a la familia, y tampoco que la mujer no
circuncidada sea impura y no pueda preparar la comida para
la familia. Las madres deben saber que la MGF produce hemorragias,
dolores durante el ciclo, incluso negación del placer sexual.
No es justo que una mujer nunca conozca esta alegría y viva
el sexo con su marido solo para procrear”.
Senegal se enorgullece de sus excelentes resultados
en la lucha contra esta práctica, de la que se estima que
ha sido practicada a unos 200 millones de mujeres en el mundo
pese a que está prohibida en la mayoría de los países en los
que se realiza. La ONU la ha reconocido como una violación
de los derechos humanos de las mujeres y las niñas, pero se
lleva a cabo en, al menos, 29 países de Asia, Oriente Medio,
América Latina (Colombia) y África, continente donde existe
una mayor prevalencia a pesar de que casi todos los Estados
la han prohibido. La MGF no produce ningún beneficio para
la salud, sino más bien al contrario: causa hemorragias graves,
problemas a la hora del parto, complicaciones urinarias, infecciones
y aumento del riesgo de muerte del recién nacido.
El porcentaje de mujeres que la han sufrido
en Senegal ha caído al 25%, según Unicef, pero las disparidades
territoriales siguen siendo enormes: desde el 1% registrado
en la región occidental de Diourbel, hasta el 92% en Kédougou
al sudeste, cerca de la frontera con Guinea, un país con un
índice altísimo de MGF. Entre los peul, el grupo étnico de
Mariame, se pasa del 2% de los residentes en Diourbel al 95%
en Kédougou. Ya en 1997, el presidente Abdou Diouf condenó
públicamente la mutilación genital femenina, y el 31 de Julio
de ese mismo año, en la aldea occidental de Malicounda Bambara,
las mujeres anunciaron que querían abandonar esta práctica.
Desde entonces hasta 2011, se calcula que más de 5.000 comunidades
del país han dicho basta a la ablación. La práctica es ilegal
desde 1999, gracias a una ley que la castiga con hasta cinco
años de cárcel.
Los esfuerzos del Gobierno son continuos, junto
a los de los organismos de la ONU, Unicef y UNFPA, pero a
pesar de todo, algunas comunidades siguen ancladas a esta
tradición. Es simbólico un episodio de 2009, cuando una cortadora
fue juzgada por haber practicado una clitoridectomía a una
niña de 16 meses. Algunas comunidades y 200 morabitos (predicadores
islámicos locales) protestaron, defendiendo a la mujer y la
utilidad de la MGF. Según Mariame Sakho, a pesar de los indiscutibles
progresos de Senegal, “muchos padres, sobre todo, siguen convencidos
de que esta intervención es necesaria para preservar el honor
de sus hijas. Todavía nos queda mucho trabajo de sensibilización”.
La Sierra Leona de Fatmata Banguri es una realidad
muy distinta. Allí, la ablación del clítoris y de los labios
menores es una pieza fundamental de la iniciación a una sociedad
secreta solo para mujeres, llamada Bondo, muy influyente en
las zonas rurales. Las jóvenes son llevadas a la selva e instruidas
sobre la higiene, la educación sexual, la casa y los hijos,
y durante esta formación, la MGF es el acto que las convierte
en mujeres adultas. Entre vestidos rojos, faldas de paja,
caras pintadas de blanco y máscaras rituales, Bondo es el
único lugar al que las mujeres del campo pueden viajar sin
el permiso de los hombres: las adeptas gozan de gran libertad
y, por lo tanto, acaban por percibir la mutilación como un
sello de la emancipación de la mujer.
“Yo no sabía nada de esto”, confía Fatmata,
mientras su hija Kadiatu, de cuatro años, juega en el salón
del centro milanés de solicitantes de asilo. “Soy cristiana,
mi familia es ajena a esa secta”. Sin embargo, la madre de
Ahmidou, su marido, es sowe, el título de las sumas sacerdotisas
Bondo, y su padre gran sacerdote de la sociedad secreta masculina
Poro. Fatmata y Ahmidou vivían en la ciudad de Waterloo hasta
que, con el estallido del ébola en 2014, se refugiaron en
la aldea de la familia de él, que les dio un terreno para
cultivar. Luego emigraron a la capital, Freetown, donde Ahmidou
encontró trabajo como conductor, pero a menudo regresaban
al campo para cosechar. “Un día mi marido fue convocado a
una reunión de familia”, explica Fatmata, “y mi suegra le
dijo: ‘Ha llegado el momento de iniciar a tu esposa y a tu
hija en la sociedad Bondo, con el ritual de la mutilación
genital”. Nos negamos los dos: para mí la ablación es algo
horrible, y mi marido todavía recuerda a su hermana, que murió
a los 10 años durante la ceremonia del corte”.

Fatmata Bangura, junto a su marido y su hija
Kadiatu.
Parecía que su suegra se había convencido, “pero
un día de abril de 2017 al volver a casa del campo, la pequeña
Kadiatu, que normalmente se quedaba con sus abuelos, no estaba.
La habían secuestrado y llevado a la selva para circuncidarla.
Luego nos enteramos de que la tradición Bondo obliga a reemplazar
a un miembro fallecido con otro, y precisamente mi suegra
era la encargada de ofrecer a mi hija en sacrificio para reemplazar
a una persona muerta. En ese momento grité, estaba fuera de
mí. Atravesamos toda la selva hasta encontrar el lugar oculto
de la ceremonia. Había docenas de mujeres: una estaba junto
a mi hija con un cuchillo en la mano”. Se desató una pelea
entre la pareja y las iniciadas, y Ahmidou golpeó a una mujer
con un bastón. “Huimos al otro lado de la frontera, a Guinea
y luego a Mali”, continúa Fatmata, “porque entretanto la mujer
había muerto y la venganza de Bondo contra nosotros habría
sido tremenda”. Cruzaron el desierto argelino, llegaron a
Libia y pagaron a los traficantes para que los llevaran a
Italia en una barcaza, convencidos de que solo en otro continente
estarían a salvo. Su solicitud de asilo, aún pendiente, se
sustenta en el peligro que corre su vida si regresan a Sierra
Leona, y en el riesgo de que su hija sea sometida a la mutilación
genital. Mientras tanto, Ahmidou se enteró de que su madre
había sido asesinada por las mujeres de Bondo por ser incapaz
de apoderarse de su nieta.
En Sierra Leona, la MGF ha resultado hasta ahora
muy difícil de erradicar. Unicef cree que su difusión llega
al 90% entre la población femenina, hasta un 88% más que en
2014. Excepto los krio, de religión cristiana, todos los grupos
étnicos la practican. La ablación es legal, aunque el Gobierno
la prohibió temporalmente durante el brote de Ébola de 2014
y 2015, ya que la enfermedad se transmite a través de los
fluidos corporales. Además, la nueva ley sobre los derechos
de la infancia prohíbe que se practique a las menores de 18
años. “Pero el problema es que son las propias mujeres las
que lo quieren”, explicaba Ann Marie Caulker, una conocida
activista de Sierra Leona, “y también los políticos. Incluso
los médicos la practican; es una costumbre muy arraigada en
nuestro país”.
En Mayo de 2017 empezaron a soplar vientos de
cambio, cuando cientos de sacerdotisas Bondo, en Waterloo,
se comprometieron con el Gobierno a detener la ablación de
las menores. Y en Octubre, 295 mujeres de Yoni, al norte,
anunciaron que Bondo estaba dispuesta a renunciar a la mutilación
para “ver a las niñas ir a la escuela y conquistar un papel
en la sociedad”. Los líderes políticos, mientras tanto, mantienen
una posición ambigua: “No podemos despertarnos una mañana
y decir que a partir de ahora la MGF está prohibida”, declaraba
el ministro de Bienestar Social, Charles Vandi. “La gente
iría a practicarla al otro lado de la frontera, a Liberia
o a Guinea. Es mejor actuar sobre la educación, para que las
niñas vayan a la escuela y no sean iniciadas”. Según el presidente
de la Comisión de Derechos Humanos, Osman Fornah, el Gobierno
está jugando a un doble juego. “La práctica persiste porque
los políticos la han fomentado para conseguir votos”, declaraba
en Diciembre durante una conferencia. Fatmata Bangura logró
ahorrarle todo esto a su hija, aun a costa de huir de su casa,
que quién sabe si volverá a ver.
El Día Internacional de Tolerancia Cero con
la Mutilación Genital Femenina es el 6 de Febrero.
El Protocolo a la Carta Africana de Derechos
Humanos y de los Pueblos, más conocido como el Protocolo de
Maputo, es un protocolo adicional a la Carta Africana de Derechos
Humanos, que garantiza derechos a las mujeres, incluyendo
el derecho a tomar parte en el proceso político, el derecho
a la igualdad social y política con los hombres, el derecho
para controlar su salud sexual y un fin a la mutilación genital
femenina. Como sugiere el nombre, fue adoptado por la Unión
Africana en la forma de un protocolo a la Carta Africana de
Derechos Humanos y de los Pueblos, firmado el 11 de Julio
de 2003 y ratificado por 15 naciones de la Unión Africana.
“La escisión no tiene beneficios médicos, y mucho menos
psicológicos. Solo produce sufrimiento y, a veces, incluso
la muerte. El islam no puede respaldar una práctica
que provoca pérdida de vidas humanas y priva a la mujer
de una parte de su feminidad. El islam es puro: no debemos
manchar el nombre de nuestra hermosa religión”. En 1996,
en Abiyán, estas palabras pronunciadas en la mezquita
por el imán Cissé Djiguiba, uno de los principales guías
espirituales de Costa de Marfil, provocaron un escándalo.
Era la primera vez que en este país africano un líder
religioso denunciaba oficialmente la crueldad de la
mutilación genital femenina, desencadenando una revolución
cultural que, en poco más de 20 años, llevó a una gran
disminución de la práctica. En efecto, hoy Costa de
Marfil registra un índice de ablación de entre los más
bajos de esta zona geográfica, un 38.2%, aunque persisten
grandes diferencias territoriales. En el centro y el
este del país, el corte prácticamente se ha erradicado,
mientras que en el norte, y especialmente en el noroeste,
con una mayoría musulmana y animista, todavía tiene
una prevalencia cercana al 80%.

El imán Cissé Djiguiba encabezó una delegación de la
sociedad civil para solicitar al parlamento de Costa
de Marfil que aprobara una ley que prohibiera esta práctica.
La norma llegó en diciembre de 1998: condena a entre
1 y 20 años de prisión y una multa de hasta 3.000 euros
a quienes violen la integridad de las mujeres. “Por
importante que sea, la ley por sí sola no es suficiente:
debemos continuar creando conciencia entre las comunidades”,
reitera Djiguiba.
Tiene 61 años y nació en el departamento de Odienné,
precisamente en el noroeste, donde se practica la mutilación
genital femenina. Estudió en Washington y en Arabia
Saudí, y es miembro fundador del Consejo Nacional Islámico
de Costa de Marfil y del Consejo Superior de Imanes.
En 2001 inauguró la radio Al Bayane, que emite en 25
idiomas locales. Recientemente, visitó Roma, para contar
su batalla feminista en una conferencia de la ONG No
hay paz sin justicia.
Pregunta. ¿Qué le llevó a implicarse en un tema tan
delicado como la mutilación genital femenina?
Respuesta. En 1996 me invitaron a una reunión de la
Asociación para la Defensa de los Derechos de las mujeres.
La presidía la activista Constance Yaï, que más tarde
fue nombrada Ministra de Solidaridad y era conocida
por sus posiciones sobre la autonomía de las mujeres,
la urgente necesidad de igualdad en las instituciones
y la violencia doméstica. Nos conocemos desde que éramos
pequeños, así que acepté la invitación. Por primera
vez, gracias a un ginecólogo que mostró imágenes de
la ablación y sus consecuencias para la salud, semejante
violencia me llegó al corazón. Pensé en mi hermana,
en mi madre, en todas las mujeres, y me dije: “Ahora
debo romper el silencio”. El viernes siguiente, en la
mezquita, insté a los fieles a que detuvieran la práctica
y les prometí: “Mientras quede una sola niña expuesta
a la amenaza del cuchillo, mi lucha continuará”. Fue
un escándalo. Fue la primera vez que un imán se pronunciaba
contra la mutilación genital femenina en Costa de Marfil.
P: ¿Ha recibido ataques de otros líderes religiosos?
R: Desde luego. Después de ese primer discurso, me
entrevistaron periódicos y emisoras de televisión, mi
mensaje se difundió por todo el país y otros imanes
me atacaron con dureza. Argumentaron que esta práctica
existe desde hace 1.000 años, que se debe a razones
religiosas relacionadas con el Islam, y algunos incluso
me trajeron libros de teología. De modo que organicé
una reunión con ginecólogos y matronas para mostrar
a estos religiosos cómo se practica, y cuáles son las
consecuencias a corto, medio y largo plazo para la salud
física y psíquica de las mujeres. Y al final les pregunté
a los imanes: "¿Es posible que la religión aliente semejante
violencia?" Admitieron que no, lo entendieron. También
porque en el Corán no hay rastro de escisión. Y me presentaron
sus disculpas.
P: ¿Hoy todos los imanes de su país están de acuerdo
con usted?
R: Algunos todavía tienen dudas, otros prefieren no
hablar de ello, no exponerse, pero sé que no han sometido
a sus hijas a la mutilación. Uno de mis detractores
más virulentos vino un día en secreto para pedirme ayuda
para una familiar, su abertura vaginal estaba tan cerrada
que no podía mantener relaciones con su marido, así
que le recomendé un médico. En el extremo opuesto, hay
otros imanes que son auténticos militantes, y es muy
importante porque las comunidades escuchan la voz de
los religiosos.
P: ¿Qué ha logrado con su trabajo de sensibilización?
R: Mi fundación ha realizado diversas actividades de
concienciación a través de los medios de comunicación,
pero también con los alcaldes y los líderes políticos
de las regiones. Desde 2001 formamos a todos aquellos
que pueden contribuir a detener esta práctica: jefes
tradicionales, profesionales de la comunicación, asociaciones
de jóvenes y mujeres, escuelas y universidades. De este
modo, el porcentaje se reduce hoy al 38,2% en todo el
país, porque ahora se habla de ello en todas partes
y somos conscientes de que se trata de un problema sanitario,
pero sobre todo del derecho a la vida y a la integridad
física de las mujeres. Al convertir a los testigos en
actores, y lograr que las mujeres pasen de víctimas
a protagonistas, los resultados son tangibles. Antes,
en muchas comunidades, cuando una niña moría después
del corte o una mujer tenía complicaciones ginecológicas,
incluida la fístula, no los relacionaban con la escisión;
pensaban que se debía a la brujería o a otras enfermedades.
Hoy, en nuestro país, nadie puede decir que no sabe,
aunque sigue habiendo focos de resistencia.
P: ¿Quién sigue oponiéndose al cambio? ¿Los jefes tradicionales,
las cortadoras?
R: Sobre todo las cortadoras, y de hecho, trabajamos
mucho para concienciarlas. Hay muchas que no solo han
abandonado el oficio, sino que se han unido a nosotros
para convencer a otras. Sin embargo, todavía quedan
algunas que no quieren dejarlo, porque lo sienten como
una tradición heredada de sus madres y abuelas; lo viven
como su propia identidad. Sin embargo, si logramos que
no haya más familias que les lleven a las niñas, también
esa tradición dejará de tener sentido; ese es nuestro
objetivo. Los jefes tradicionales, en cambio, ya no
son tan analfabetos como antes; muchos han estudiado
y es fácil comunicarse con ellos, ya que no se aferran
ciegamente a la tradición, sino que entienden que la
sociedad debe evolucionar.
P: ¿El hecho de tener una ley que criminaliza la mutilación
genital femenina ha servido para cambiar la mentalidad
de la gente?
R: El castigo es un elemento disuasorio, desde luego.
Tuvimos juicios en 2012, 2013 y 2015, con condenas que
sacudieron a la opinión pública. Pero siempre hay alguien
que intenta burlar la ley. En el noroeste, sobre todo,
tenemos noticias de ablaciones practicadas al otro lado
de la frontera con Liberia y de otras realizadas a las
recién nacidas. Tradicionalmente, el corte se practicaba
a niñas de 12 a 13 años, pero ahora que existe el riesgo
de que se hable de ello en la escuela, intentan mutilar
a sus hijas cuando son demasiado pequeñas para recordarlo.
El camino es largo, pero estamos en un buen punto.
P: ¿Trabaja también con políticos?
R: Sí, es fundamental. Uno de los resultados más importantes
fue la inclusión en la nueva constitución de 2016 de
la condena a la mutilación genital y la violencia de
género. Las autoridades políticas asisten a nuestras
conferencias y, en las regiones, los representantes
del Estado están alerta. Pero las contribuciones públicas
para las actividades de asociaciones y ONG como la nuestra
escasean, y a veces no podemos organizar campañas de
sensibilización por problemas triviales, como la falta
de medios de transporte.
P: ¿Cómo definiría la condición de la mujer en general
en su país?
R: Queda mucho por hacer en cuanto a igualdad y salarios
justos, pero se han logrado avances, especialmente gracias
a la exministra Constance Yaï, que ha realizado un trabajo
extraordinario con los derechos de las mujeres, y a
otras organizaciones. Respecto a hace 20 años, tenemos
más mujeres en las instituciones, pero todavía nos queda
mucho por hacer en el ámbito cultural. En África tenemos
el caso de Ruanda, con su enorme participación femenina
en el parlamento, en el que todos debemos mirarnos.
Si involucramos a más mujeres, con sus competencias,
el desarrollo será más rápido y se beneficiarán más
personas.
P: En su opinión, ¿cuánto tiempo llevará erradicar
definitivamente la mutilación genital en Costa de Marfil?
R: Poco más de 10 años, cuando se produzca un cambio
generacional. Ya en la actualidad los jóvenes, en todo
el país, se apartan de esta tradición. Tengo la esperanza
de que la mutilación genital femenina ya no exista en
2030.
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