El descubrimiento de Altamira cumple 140 años
en 2019. Sorpréndete con algunos detalles de este viaje
en el tiempo.
Persiguiendo a su perro durante una jornada
de caza por los alrededores de Santillana del Mar (Cantabria),
Modesto Cubillas se topó en 1868 con la entrada de una cavidad
oculta. Para los vecinos de la zona, el hallazgo no significó
ninguna novedad debido a la inmensa cantidad de grutas que
se entrelazaban por la zona, un terreno de origen kárstico.
Sin embargo, este tejero asturiano acababa de descubrir una
joya del arte paleolítico, de la historia de la humanidad:
la cueva de Altamira.
Fue el empeño de Cubillas, que informó a Marcelino
Sanz de Sautuola, un lugareño de la clase alta cántabra -en
concreto el bisabuelo de Emilio Botín, expresidente del Banco
Santander- y paleontólogo aficionado, quien terminó imponiéndose
a la desidia local: la cueva de Altamira no era una grieta
más en la tierra y había que investigarla. Pero no fue hasta
algún momento comprendido entre 1875 y 1876 cuando Sanz de
Sautuola inspeccionó la zona y reconoció algunas líneas negras
repetidas que entonces no consideró obra humana.
Un par de años más tarde, en 1878, Sautuola
viajó a la Exposición Universal de París, donde contempló
colecciones de objetos prehistóricos hallados en cuevas del
sur de Francia. A su regreso a Cantabria, con una visión refrescada
para lanzar nuevas excavaciones, volvió a Altamira el 24 de
septiembre de 1879 acompañado de su hija María, de ocho años.
Mientras el paleontólogo peinaba el suelo en busca de restos
de una antigua ocupación humana, la niña fue la primera en
descubrir las pinturas rupestres al adentrarse en una de las
salas laterales y contemplar el techo.
María exclamó al ver las pinturas: ¡Mira, papá,
bueyes!
Sautuola publicaría al año siguiente un pequeño
folleto, titulado Breves apuntes sobre algunos objetos prehistóricos
de la provincia de Santander, en el que describiría su sorpresa
por el gran número de animales pintados en la bóveda de la
cueva. Y sus conclusiones fueron claras y concisas: los dibujos
plasmados sobre la piedra pertenecían a la prehistoria, en
concreto al período paleolítico. La tesis fue respaldada desde
el principio por Juan Vilanova y Piera, catedrático de Paleontología
de la Universidad de Madrid, la cual comenzó a defender ante
la comunidad científica.
Sin embargo, este planteamiento fue acogido
con cierto escepticismo: desde diferentes perspectivas intelectuales,
evolucionistas, creacionistas o los incrédulos prehistoriadores
del momento rechazaron que las pinturas fuesen tan antiguas,
los franceses Cartailhac, Mortillet y Harlé, los científicos
más expertos en estudios prehistóricos y paleontológicos en
Europa.Incluso sugirieron que habían sido realizadas por algún
pintor moderno (y mediocre) que Sautuola había alojado en
su casa y le acusaron de fraude. Las pinturas de Altamira
fueron el primer conjunto pictórico prehistórico de gran extensión
conocido en el momento, pero tal descubrimiento determinó
que el estudio de la cueva y su reconocimiento levantara toda
una polémica respecto a los planteamientos aceptados en la
ciencia prehistórica del momento.
Aunque la mayor parte de los expertos franceses
consideraban a Sautuola como uno de los engañados,el realismo
de sus escenas provocó, al principio, un debate en torno a
su autenticidad. El evolucionismo, aplicado a la cultura humana,
conducía a deducir que tribus antiguas y salvajes no debían
disponer de arte y que desde entonces hasta la actualidad
habría habido un continuo de progreso. Por lógica si el arte
es símbolo de civilización debería haber aparecido en las
últimas etapas humanas y no en pueblos salvajes de la Edad
de Piedra. Su reconocimiento como una obra artística realizada
por hombres del Paleolítico supuso un largo proceso en el
que, también, se fueron definiendo los estudios sobre la prehistoria.
Omóplato grabado con cabeza de cérvido.
Ni la ardiente defensa de Vilanova en el Congreso
Internacional de Antropología y Arqueología, celebrado en
Lisboa en 1880, ni el afán de Sautuola evitaron la descalificación
de Altamira. Pero un reputado humanista y político liberal
sevillano, Miguel Rodríguez Ferrer, publicó un artículo en
la prestigiosa revista La Ilustración Española y Americana
(1880), avalando la autenticidad de las pinturas y resaltando
su inmenso valor. Giner de los Ríos, como director de la Institución
Libre de Enseñanza, encargó un estudio al geógrafo Rafael
Torres Campos y al geólogo Francisco Quiroga, quienes emitieron
un informe desfavorable, que publicaron en el boletín de la
institución.
La oposición se hizo cada vez más generalizada.
En España, en la sesión de la Sociedad Española de Historia
Natural del 1 de diciembre de 1886, el director de la Calcografía
Nacional dictaminaba que: (...) tales pinturas no tienen caracteres
del arte de la Edad de Piedra, ni arcaico, ni asirio, ni fenicio,
y sólo la expresión que daría un mediano discípulo de la escuela
moderna (...). Eugenio Lemus y Olmo.
Un lince.
Sautuola y sus pocos seguidores lucharon contra
esa sentencia. La muerte de Sautuola en 1888 y la de Vilanova
en 1893 sumidos en el descrédito por su defensa, parecían
condenar definitivamente las pinturas de Altamira a ser un
fraude moderno. Sin embargo, su valor fue avalado por los
frecuentes hallazgos de otras piezas de arte mueble similares
en numerosas cuevas europeas. A finales del siglo XIX, principalmente
en Francia, se descubrieron pinturas rupestres innegablemente
asociadas a las estatuillas, relieves y huesos grabados aparecidos
en niveles arqueológicos paleolíticos, unidos a restos de
animales desaparecidos de la fauna peninsular o extintos,
tales como mamut, reno, bisonte y otros. En ese reconocimiento,
destacó muy positivamente Henri Breuil pues sus trabajos en
torno al tema «El arte parietal», presentados en el congreso
de la Asociación Francesa para el Avance de las Ciencias en
1902, provocaron cambios sustanciales en la mentalidad de
los investigadores de la época. Émile Cartailhac había sido
uno de los más grandes opositores a la autenticidad de Altamira,
pero el descubrimiento de grabados y pinturas a partir de
1895 en las cuevas francesas de La Mouthe, Combarelles y Font-de-Gaume,
le hizo reconsiderar su postura. Tras visitar la cueva, escribió
en la revista L'Antropologie (1902) un artículo titulado Les
cavernes ornées de dessins. La grotte d' Altamira. Mea culpa
d'un sceptique. Ese artículo supuso el reconocimiento universal
del carácter paleolítico de las pinturas de Altamira. Fijada
la autenticidad de las pinturas, se inició el debate sobre
la propia obra. La divergencia entre los investigadores se
centró en torno a la precisión cronológica, la misteriosa
finalidad de las mismas y sus valores artístico y arqueológico.
Estas cuestiones afectaron, no solo a la cueva de Altamira,
sino a todo el arte rupestre cuaternario descubierto. Y el
hombre prehistórico se despojó del carácter exclusivo de criatura
salvaje para ser considerado también un creador.
Bígaros encontrados en el nivel magdaleniense
de la cueva por Harlé en sus excavaciones de 1881.86.
La cueva de Altamira es una cavidad natural
en la roca en la que se conserva uno de los ciclos pictóricos
y artísticos más importantes de la prehistoria. Forma parte
del conjunto Cueva de Altamira y Arte Rupestre Paleolítico
de la Cornisa Cantábrica, declarado Patrimonio Mundial por
la Unesco. Está situada en el municipio español de Santillana
del Mar, Cantabria, a unos dos kilómetros del centro urbano,
en un prado del que tomó el nombre. Desde su descubrimiento
en 1868 ha sido excavada y estudiada por los principales prehistoriadores
de cada una de las épocas una vez que fue admitida su pertenencia
al Paleolítico. Las pinturas y grabados de la cueva pertenecen
a los períodos Magdaleniense y Solutrense principalmente y,
algunos otros, al Gravetiense y al comienzo del Auriñaciense,
esto último según pruebas utilizando series de uranio. De
esta forma se puede asegurar que la cueva fue utilizada durante
varios periodos, sumando 22 000 años de ocupación, desde hace
unos 35 600 hasta hace 13 000 años, cuando la entrada principal
de la cueva quedó sellada por un derrumbe, todos dentro del
Paleolítico superior. El estilo de gran parte de sus obras
se enmarca en la denominada «escuela franco-cantábrica», caracterizada
por el realismo de las figuras representadas. Contiene pinturas
polícromas, grabados, pinturas negras, rojas y ocres que representan
animales, figuras antropomorfas, dibujos abstractos y no figurativos.
En cuanto a su techo de los polícromos ha recibido calificativos
como «Capilla Sixtina» del arte rupestre; «...la manifestación
más extraordinaria de este arte paleolítico...», «... la primera
cueva decorada que se descubrió y que continúa siendo la más
espléndida» y «...si la pintura rupestre [paleolítica] es
el ejemplo de una gran capacidad artística, la cueva de Altamira
representa su obra más sobresaliente» nos indican la gran
calidad y belleza del trabajo del hombre magdaleniense en
este recinto. Fue declarada Patrimonio de la Humanidad por
la Unesco en 1985. En el año 2008 se hizo una extensión de
la nominación a otras 17 cuevas del País Vasco, Asturias y
la propia Cantabria, pasándose a llamar el conjunto «Cueva
de Altamira y arte rupestre paleolítico del norte de España».
Gran sala de polícromos de Altamira, publicado
por M. Sanz de Sautuola en 1880.
Situada en el lateral de una pequeña colina
calcárea de origen pliocénico, con la entrada a 156 msnm.
y a unos 120 metros de elevación sobre el río Saja, que pasa
a unos dos kilómetros. En la época de las pinturas de la Gran
sala, la cueva se encontraría 8 o 10 km más al interior que
en la actualidad, que está a 5 km, ya que el Cantábrico tenía
un nivel inferior. Esta situación debió ser privilegiada para
los cazadores ya que les permitía dominar un extenso terreno
y disponer de refugio de forma simultánea. Hace unos 13.000
años, a finales del Magdaleniense, la entrada de la cueva
se derrumbó sellando la entrada, lo que permitió la conservación
de sus pinturas y grabados y del yacimiento arqueológico en
sí. La cueva de Altamira es relativamente pequeña, solo tiene
270 metros de longitud. Presenta una estructura sencilla formada
por una galería con escasas ramificaciones y termina en una
larga galería estrecha y de difícil recorrido. La temperatura
y la humedad del aire en la Gran Sala de la cueva se mantienen
más o menos constantes a lo largo de todo el año como pudieron
comprobar Breuil y Obermaier con sus medidas con rangos de
valores de 13,5-14,5 ºC y 94-97 % respectivamente. El estudio
de la composición de la roca se realizó gracias a que las
autoridades españolas proporcionaron un trozo del techo de
la cueva en la década del 1960 al Dr. Pietsch para que la
analizara y de esa forma pudo reproducir la misma para las
réplicas que posteriormente se albergarían en el Museo Arqueológico
Nacional en Madrid y en el Deutsches Museum de Múnich. El
análisis indicaba: Se trata de una consistente piedra caliza
compacta y finamente cristalizada, de color amarillo parduzco
uniforme; algunas zonas irregulares de color amarillo parduzco
intenso que semejan manchas se componen de calcita que contiene
siderita. Pietsch, 1964.
También se ofrecían otros detalles, y se concluía
que la piedra caliza era casi pura, con un componente dolomítico
mínimo —con una proporción de Mg no superior al 1,3 %—.
Viendo su plano actual es difícil de entender
cómo fueron utilizadas la zona de habitación y la sala de
los polícromos por lo que se debe imaginar como un casi continuo
en época de las pinturas. En la excavaciones se han identificado,
al menos, cinco derrumbes importantes de la cueva: uno presolutrense,
anterior a la ocupación solutrense, cuando ocurrió el siguiente,
anterior de uno que coincide con el yacimiento magdaleniense,
y dos más que dejaron bloques sobre la capa estalagmítica,
que se había encontrado sobre dicho yacimiento, y que fueron,
muy probablemente, antes de que terminase el Pleistoceno (hace
unos 12 000 años). Derrumbes menores han continuado, uno estuvo
a punto de herir a Obermaier durante sus excavaciones de la
década del 1920. Actualmente se definen varias zonas, que
si bien no todas tienen nombre propios consensuados se mencionan
habitualmente como: vestíbulo, «Gran sala de los polícromos»,
gran sala de los tectiformes, galería, sala del bisonte negro,
«Sala de la hoya» (sala previa a la cola de caballo), y la
«Cola de caballo». O, en otras ocasiones, por medio de una
numeración basada en plano, especialmente al que hicieron
Obermaier y Breuil.
Vestíbulo: Es un vestíbulo amplio, iluminado
por la luz natural antes del derrumbe de la entrada de la
cueva. Fue especialmente, parte del lugar habitado durante
generaciones desde comienzos del Paleolítico superior, o al
menos son los restos que quedan del abrigo que, más probablemente,
fuera el sitio de estancia habitual de los habitantes de la
cueva. En él se han encontrado piezas de interés que han ayudado
a las dataciones y a comprender la forma de vida. Las excavaciones
arqueológicas principales realizadas a lo largo de la historia
han sido en esta sala, como se indica más adelante.
Gran sala: «Gran sala», «Gran salón», «Gran
sala de los polícromos», «Sala de los animales», «Gran Techo»,
«Sala de los frescos» y otros muchos nombres son los que ha
recibido la segunda sala y es la que alberga el gran conjunto
de pinturas polícromas, apodada por Déchelette la «Capilla
Sixtina del Arte Cuaternario». Su bóveda sigue manteniendo
los 18 m de largo por los 9 m de ancho, pero su altura originaria
(entre 190 y 110 cm) ha aumentado al rebajarse el suelo para
facilitar la cómoda contemplación de las pinturas, aunque
se ha mantenido un testigo central de la altura original.
En tiempos prehistóricos debió de recibir algo de iluminación
natural desde la apertura a través del vestíbulo, si bien
sería insuficiente para poder realizar el trabajo polícromo
y de conjunto.
Otras salas: En las otras salas y corredores,
en los que también hay manifestaciones artísticas de menor
trascendencia, se encuentran fuera del alcance de la luz solar
por lo que toda actividad fue desarrollada con iluminación
artificial, aunque no se han encontrado restos de ocupación
habitual, solo de accesos esporádicos.
De forma general, el arte de la región franco-cantábrica
se enmarca dentro del Paleolítico superior, si bien hay que
diferenciar entre el Paleolítico superior ibérico y el Paleolítico
superior cantábrico.
No existe un acuerdo en la datación de las distintas
piezas arqueológicas encontradas ni en la datación de las
pinturas, como se muestra a continuación, donde hay resultados
de los distintos métodos y estudiosos. En el baile de fechas
que se ofrecen dentro de la literatura especializada no solo
hay que tener en cuenta los distintos valores sino también
las distintas variables medidas: las fechas de los periodos
artísticos generales y locales, las fechas de ocupación de
las cuevas, las fechas de realización de las pinturas de acuerdo
con los distintos métodos, la datación de piezas arqueológicas,
etc.
Otro de los factores que han podido llevar a
confusión ha sido que gran parte de los estudiosos han considerado
que las pinturas, no datables de forma absoluta hasta el final
del siglo XX y más precisamente en el XXI, deberían ser asignadas
a los periodos de ocupación encontrados y que estos han sido
considerados clásicamente solo del Solutrense y del Magdaleniense.
Sin embargo, cuando las pinturas rojas se han estudiado desde
el punto de vista estilístico, se han incluido en el Gravetiense,
atrasando la primera fecha de ocupación unos 4000 años, de
hecho en los estudios arqueológicos desarrollados en la primera
década del XXI se confirmó esa tendencia al encontrar un nivel
de ocupación gravetiense. En 2012 se publicó un estudio datando
varias pinturas en algunas cuevas del norte, incluido uno
de los signos claviformes de la Gran sala, que retrasaba los
primeros trabajos al Auriñaciense, en el caso de Altamira
a 35.600 antes del presente, justo al comienzo del poblamiento
del norte de la península por los humanos modernos, lo que
hace poner en duda, por primera vez, el posible origen sapiens
de los dibujos e introduciendo la posibilidad de una autoría
neandertal.
La datación de piezas arqueológicas encontradas
en la cueva de Altamira sitúan, al menos, al hombre magdaleniense
a partir del 14.530 y hasta el 11.180 a. C. y al solutrense
alrededor del 16.590 a. C. Pero las dataciones absolutas por
radiocarbono lo único que ofrecen son fechas, una posición
en el tiempo, por lo que cuando estamos hablando de industria
lítica, pinturas, etc., nos referimos a culturas, de ahí la
discrepancia entre autores cuando se hace referencia a términos
como Solutrense o Magdaleniense. Incluso tenemos que tener
en cuenta la posibilidad de la utilización de estilos distintos
de forma contemporánea, aunque otros autores aboguen por la
linealidad evolutiva. Sí parece demostrada la variación de
fechas de un determinado estilo o cultura según la zona geográfica,
por ejemplo deberíamos distinguir entre Solutrense cantábrico
y Solutrense ibérico —en el resto de la península ibérica—.
Además, para entender el arte paleolítico hay que estudiar
para un determinado tiempo y espacio específico, las distintas
«escuelas» y sus correspondientes maestros con sus particularidades,
los cuales influenciaron a otros. Édouard Piette decía que
«no ha habido sólo un arte verdadero, sino escuelas de arte».
Por tanto, no se deben equiparar las escuelas a los periodos
temporales, ya que incluso se reconocen contemporaneidades
de ellas:
"... aceptamos la existencia de tiempos
plurales en los que varias “tradiciones” gráficas se desarrollan
de manera, más o menos paralela, con tendencias propias en
distintos aspectos e incluso con un mismo hilo conductor para
determinadas regiones y atributos". Gárate Maidagán,
2008.
Los métodos habituales de datación no son eficientes
para la mayoría de las pinturas rupestres ya que estas por
un lado no se encuentran en la mayoría de los casos en un
contexto arqueológico al que se le pueda aplicar técnicas
de cronología relativa como se haría a una pieza dentro de
un yacimiento estratificado, y por otro, no permiten el uso
de técnicas como la del C14 en materiales no orgánicos. En
el caso de Altamira se dan dos circunstancias que han facilitado
la obtención de datos, por un lado, el negro de las pinturas
polícromas, que es de carbón de madera, y por otro, el que
la cueva quedó cerrada e inaccesible por un derrumbe, que
impidió trabajos posteriores, y que al datarse en el Magdaleniense
inferior cantábrico hace a todos los grabados y pinturas anteriores
a este. El método del carbono 14 llevó a los investigadores
Laming y Leroi-Gourhan a proponer para las pinturas de la
Gran Sala de Altamira una datación entre 15.000 y 12.000 años
a. C. Dado que el Magdaleniense de la península ibérica comenzó
17.000 años AP (unos 15 000 a. C.) y que hasta entre 1000
y 2000 años después no se homogeneizó en todo el territorio,
las pinturas pertenecían, por tanto, al período Magdaleniense
III, según autores enmarcado en el Magdaleniense inferior
y según otros en el superior. Leroi-Gourhan incluye a los
polícromos de Altamira en el periodo IV de su propia taxonomía.
Las últimas dataciones realizadas han acotado el intervalo
e indican que la fecha más probable del conjunto principal
es de c. 13.540 a. C., enmarcadas dentro del Magdaleniense
(entre 15.000 y 10.000 a. C.), si bien las primeras representaciones
son del Gravetiense y otras de un tiempo intermedio, el Solutrense
(entre 18.000 y 15.000 a. C.). Posteriormente a los trabajos
arqueológicos de Sautoula, recogidas esporádicas y algunas
campañas planificadas han concretado la existencia de dos
niveles de ocupación, Solutrense superior y Magdaleniense
Inferior. Bernaldo de Quirós y Cabrera dieron en 1994 datos
recopilados bastantes acotados:
«Las dataciones obtenidas presentan una media
de 14 000 años BP [12.050 a. C.] para el carbón y de 14.450
años BP [12 500 a. C.] para la fracción húmica. Para las figuras
de tectiformes de la “Cola de Caballo” atribuidas por A. Leroi-Gourhan
al Estilo Hl tenemos una datación de 15 440+200 (Gil’ A 91185)
[13 490+200 a. C.]. Si bien las fechas correspondientes al
“Gran Panel” son más recientes que las que se poseían para
el nivel arqueológico de la entrada de la cueva, 15.910+230
BP (1-12012) [13.960 a. C.] y 15.500+700 BP (M-829) [13.550+700
a. C.], estas se corresponden con las dataciones correspondientes
a los tectiformes de la “Cola de Caballo”.»
Bernaldo de Quirós Guidoltí y Cabrera Valdés,
1994.
El entorno ambiental en el periodo Auriñaciense
tiende a las condiciones glaciares, con «picos» fríos de gran
rigidez climática, y bastante inestabilidad (la climatología
mejora y empeora en intervalos relativamente cortos, hasta
de menos de cien años). Existió un conjunto de animales más
variado que en las épocas posteriores ya que se combinaban
las faunas de ambientes de bosque y de «medios abiertos»,
que quedaron limitados cuando el cambio de clima posterior
dejó en la zona cantábrica un paisaje exclusivamente abierto,
propicio para el ciervo y la cabra, principales presas.
El Solutrense cantábrico corresponde al final
del Würm III francés y el comienzo del Würm IV, con una secuencia
de clima templado y húmedo, seguido de frío y seco y finalizando
con fresco y húmedo. El clima de la época sería muy parecido
al actual clima escocés —siguiendo la clasificación climática
de Köppen—. Por ejemplo, se han encontrado restos de lapa
y bígaro dentro de la cueva, que fueron usados como alimento
y que indican un clima frío, además que las aguas del mar
Cantábrico eran más frías que las actuales. El Magdaleniense,
que se extendió a lo largo del Würm IV, tuvo una secuencia
alterna de clima frío y seco, y fresco y húmedo. El cambio
climático acaecido hace unos 12.000 años hizo modificar los
hábitos cinegéticos y alimenticios, dando por finalizado al
Magdaleniense con la transición al Aziliense. Lo que se conoce
de la flora se basa en análisis de pólenes, ya que no existen
representaciones directas de la flora ni restos de ninguna
de las partes de las plantas del momento. De los estudios
se desprende que el paisaje era abierto, realmente parecido
al actual, con pinos, abedules, avellanos, robles, fresnos
y herbáceas.
El entorno abierto era propicio para el ciervo
y la cabra que eran las principales presas para el hombre
de Altamira de esta época. Debido al tipo de clima y la situación
geográfica, durante todo el Würm se mantuvo una uniformidad
de especies aunque con variaciones de las poblaciones, lo
que no ayuda a las dataciones basadas en sus restos, a diferencia
de lo que ocurrió en otros lugares donde la climatología cambió
de forma más radical. Así por ejemplo, el ciervo y la cabra
montés son las especies cinegéticas por excelencia en la región
cantábrica, pero como pueden vivir desde climas cálidos de
costa hasta climas fríos de montaña, son por ellos unos muy
malos indicadores. Tanto los animales representados como los
encontrados en los yacimientos arqueológicos, con ocupación
humana, no son un indicativo de la abundancia, ya que podrían
deberse a una preferencia de tipo alimenticio, cinegético
o religioso, aunque en el caso de los restos óseos deben relacionarse
con una cierta abundancia para que hayan sido elegidos como
presa, especialmente aquellas que se han detectado como habituales.
A través de sus restos, huellas o representaciones pictóricas,
se han encontrado evidencias directas de zorro, león de las
cavernas, lince, ciervo,, caballo, jabalí, oso de las cavernas,
íbice, rebeco, corzo, uro, bisonte, y en el momento de más
frío, renos o focas. Incluso existen restos de mamut. De todos
estos restos, el ciervo fue el animal por excelencia para
la caza. También de las playas el hombre de Altamira extrajo
parte de su alimentación, por ejemplo se han encontrado conchas
de lapa, bígaro y vieras. En cuanto a la pesca, se limitaba
a peces de río o estuario, tales como la trucha, el reo y,
esporádicamente, el salmón. Fue el hombre actual, Homo
sapiens, el que pintó las cuevas de Altamira y realizó todas
las pinturas y grabados encontrados en la cornisa cantábrica.
El otro habitante de la península ibérica, el hombre de neandertal,
hacía ya más de 13.000 años que se había extinguido .Aunque
las evidencias recogidas en el nivel 18 del yacimiento arqueológico
de la cueva de El Castillo parecen demostrar la convivencia
de ambos hace unos 30.000 años, milenios antes de las primeras
pinturas en esa cueva y las de Altamira.
Los pobladores de la zona de Altamira eran tribus
de cazadores-recolectores nómadas, formados por entre 20 y
30 individuos, que utilizaban los abrigos naturales o entradas
de las cuevas como vivienda, pero no su interior, y hacían
uso del fuego para iluminarse y para cocinar. Las excavaciones
han hecho pensar a los arqueólogos que durante el Paleolítico
Superior los fuegos eran limpiados y renovados periódicamente,
a diferencia del Paleolítico Medio donde los fuegos eran mantenidos
de forma constante. Además, debió existir una estructura social
jerarquizada que permitiese organizar partidas de caza de
grandes animales, ya que de otra forma dichas presas hubieran
sido innacesibles sin organización. En el Solutrense, hace
unos 21.000 años, apareció una nueva técnica de talla, «retoque
plano», que permitió realizar instrumentos de gran detalle,
como las puntas de proyectil. Esta técnica, por motivos totalmente
desconocidos, se dejó de utilizar al comienzo del siguiente
periodo, el Magdaleniense, y no se volvería a retomar hasta
10.000 años después. Entre las herramientas producidas durante
el Magdaleniense, además de una industria lítica mejorada,
se encuentran objetos de la gran revolución de hace unos 17.000
años, como industria ósea, trabajos en asta de reno y hueso
y una abundancia de arpones y agujas de coser, abundancia
que constituye seguramente la característica magdaleniense
más significativa, aunque también hay que resaltar la fabricación
de herramientas múltiples como por ejemplo el buril, el raspador,
el percutor, el bastón perforado y la decoración de los propulsores,
armas lanzadoras de venablos y azagayas, conocida desde hacía
milenios. El hombre prehistórico cazaba y consumía una parte
en el mismo sitio de la caza, mientras que las piezas más
carnosas, como las extremidades, eran las porteadas; en el
periodo Magdaleniense, los cápridos y ciervos fueron las piezas
preferentes. Pero por otra parte realizaban objetos que pueden
identificarse como adornos, como dientes o conchas perforadas.
La estructura social se da por aceptada para poder organizar
trabajos que debieron ser de gran complejidad para los medios
que existían, a modo de ejemplo se puede imaginar la sala
de Lascaux con andamios y decenas de lámparas iluminándola,
además de mantener al artista o artistas a costa del trabajo
de los demás hasta completar la creación del templo y los
santuarios. Por los estudios de los espacios de habitación
se ha podido concluir que se estructuraba por funciones: taller
de sílex, descuartizamiento de la caza, tratamiento de las
pieles, cocina, etc. Y en el vestíbulo de Altamira se encontraron
dos pozos que, muy probablemente, fueron usados para cocinar
carne de ciervo u otros animales. No se ha podido asegurar
si era asada o cocida ya que, aunque hay huesos quemados,
podrían haber sido arrojados al fuego después de su ingesta.
Todo ello, además de los trabajos que nos han dejado, conduce
a pensar en un «nivel cultural elevado de la sociedad».
La cueva fue habitada desde hace 22.000 años,
unos 4000 antes de que fuesen pintadas las figuras principales.
Estos datos han sido posibles debido al estudio de las notas
y descubrimientos realizados por Breuil, Obermaier y otros
a principios del siglo XX. La cueva ha tenido varios periodos
de excavación arqueológica, después de las primeras realizadas
por el propio Sautuola, dirigidas por importantes científicos
en sus respectivas épocas, tales como: Joaquín González Echegaray,
Hugo Obermaier o Hermilio Alcalde del Río.
No es posible separar la pintura del grabado
y viceversa, en algunas ocasiones unidos en el mismo trabajo
y en otras en trabajos que comparten el espacio. En el caso
de Altamira se encuentran pinturas, grabados y pinturas con
grabados, de distintas escuelas, estilos o épocas y de distintas
calidades técnicas. Es importante entender que la habitación
de la cueva de Altamira se produjo durante miles de años y
en periodos de tiempo no continuos, de ahí la acumulación
de estilos y las diferencias entre ellos. La calidad de los
trabajos de Altamira, como la de otras muchas cuevas, nos
aseguran que las herramientas utilizadas, tanto para grabados
como para dibujos y pinturas, eran equiparables a las de los
artistas de época histórica. Así por ejemplo, los buriles
de sílex ofrecen una calidad de corte altísima; y las pinturas,
masillas y otros pigmentos permiten adaptación a los soportes
utilizados. La evolución del arte no es como la de la tecnología,
ya que no acumula sus innovaciones como, por ejemplo, lo haría
un proceso de fabricación de vehículos. Aunque el arte paleolítico
cuenta con 20.000 años de desarrollo, no ha sufrido una evolución
de perfeccionamiento continuo, solo hay que pensar en.la gran
calidad de las muy antiguas figurillas de los yacimientos
auriñacienses y gravetienses, muy anteriores a los polícromos
de Altamira. Ejemplos posteriores de la no linealidad del
perfeccionamiento lo tenemos en los clásicos griegos que realizaron
en mármol hace unos miles de años las obras que aún hoy son
modelos a seguir por el arte, cuando de haber seguido el arte
una evolución continua hubieran sido constantemente sustituidas
y ahora se verían como vestigios de poca calidad.
"El magdaleniense superior constituye,
según Breuil, el momento de apogeo en la pintura con la pintura
de modelado, que alcanza su más alto triunfo en las figuras
polícromas de Altamira, donde la historia del arte supo con
asombro hasta qué grado de fidelidad en la reproducción de
la Naturaleza y hasta qué altura de sentimiento artístico
pudo llegar el hombre, en humilde estado natural, hacia los
quince mil años antes de Cristo." Obermaier, García y
Bellido y Pericot, 1957.
El trabajo, de forma resumida y básica, consistía
en seleccionar el espacio, marcar el contorno con grabado,
incorporar el negro y por último el color. El autor tenía
un trazo firme y decidido, conocía a la perfección la anatomía
de los animales que pintaba, de hecho no se encuentran rectificaciones
del dibujo. Parece existir el acuerdo que los «maestros» que
hicieron los grandes trabajos de cuevas, como es el conjunto
de Altamira, existieron y descollaron, y además confieron
su personalidad a sus dibujos. El trabajo de los polícromos
de la Gran sala es considerado por Múzquiz, la autora de varias
de las reproducciones, como el trabajo de un único autor.
Se ha llegado a asegurar que el maestro de Altamira pintó
en otras cuevas, como la cueva de El Castillo. Las superposiciones
se trataron, en un principio por Breuil, como una especie
de estratigrafía que, junto al estilo, permitirían la datación
de las distintas obras, pinturas o grabados, pero estudios
posteriores concluyeron que muchas de ellas son simultáneas
en el tiempo. Estudios detallados de algunos conjuntos de
distintas épocas de este tipo de palimpsesto han concluido
que las superposiciones simultáneas fueron disminuyendo con
el avance del tiempo, haciéndose poco usuales al final del
Magdaleniense llegando a la omisión de extremidades o partes
del cuerpo para evitarlas, aunque los autores de ese tiempo
no tuvieron ningún inconveniente en superponer su obra a la
de otras épocas. En ese tiempo los bisontes y caballos son
los animales menos involucrados —según porcentaje— en las
superposiciones. Por ejemplo, en la Gran Sala uno de los bisontes
tiene omitida la cabeza para evitar la superposición con uno
de los jabalíes, suponiéndose que es totalmente intencionada
ya que no existe burileado previo de la zona, por lo que se
planificó sin cabeza desde el principio. Leroi-Gourhan llegó
a considerar la superposición como una forma de composición
aunque también reconoció que no siempre era así al existir
algunas superposiciones diacrónicas, dejando para las sincrónicas
este uso compositivo.
Para poder realizar los trabajos de la Gran
sala, y por supuesto los del interior, la luz natural era
insuficiente por lo que el autor o autores tuvieron que utilizar
luz artificial y más concretamente fuego. En muchas pinturas
se han encontrado huesos rotos bajo ellas, lo que es, para
algunos de los expertos, prueba del uso del tuétano como combustible
de las lámparas. En pruebas modernas se ha comprobado que
esta médula con una mecha de fibras vegetales produce una
iluminación grande, cálida y además sin humo ni olores.
La pintura estaba hecha con pigmentos minerales
de óxido de hierro rojos, ocres del amarillo al rojo, y carbón
vegetal, mezclados con agua o en seco, si bien algunos autores
pensaron que pudo haberse utilizado la grasa animal como aglutinante.
El contorno de líneas negras de las figuras se realizó con
carbón vegetal, que también se aplicó como masa en lo que
respecta a figuras como las polícromas de la Gran sala. El
color rojo de los polícromos de Altamira se consiguió aplicando
el hematites húmedo —si acogemos la opinión mayoritaria del
agua como disolvente— sobre el techo, pero aunque dicho pigmento
tiende a cambiar al marrón cuando se seca, en este caso la
alta humedad de la cueva impidió que eso ocurriese. En todo
caso, la apariencia del rojo varía según la época del año
por el cambio de la humedad de la cueva y de la roca. Algunos
estudiosos matizan el policromismo como bicromismo para las
pinturas del tipo de las de la Gran sala, ya que lo que se
utiliza es el negro y el ocre en distintas gradaciones. La
aplicación de la pintura presenta varias posibilidades, como
la aplicación con los dedos directamente, con algún utensilio
a modo de pincel, por medio de los dedos cubiertos con gamuza,
o con un pincel con gamuza en la punta que permitiese cargar
pintura y que pudiera proporcionar un trazo continuo como
el que se muestra en la mayoría de los trazos, con un palo
con el extremo machado, y en ocasiones soplando la pintura
a modo de aerógrafo. Este último caso, el del aerógrafo, se
encuentra casi completamente comprobado ya que en las excavaciones
de Alcalde del Río se localizaron en superficie tres tubos
realizados en hueso de ave y que tenían restos de ocre tanto
en su interior como en su exterior y que se encontraron junto
a trozos del citado mineral, si bien no se ha podido aclarar
con seguridad si se trataba de tintes en seco o disueltos
en agua; así como tampoco se han podido datar los tres tubos
ni el cuarto ejemplar que fue hallado en las excavaciones
de 1981.
El grabado del contorno fue realizado muy probablemente
con un buril o similar de piedra, aunque no se conocen herramientas
específicas para esta labor.
En los distintos espacios y épocas se utilizaron
distintas perspectivas, en el caso de la Gran Sala la mayor
parte de los polícromos están representados con la llamada
por Breuil como «perspectiva torcida», y que Leroi-Gourhan
cataloga dentro de su tipo C o biangular recta, que muestra
por ejemplo, el cuerpo del bisonte de perfil y la cornamenta
de frente, haciendo que cada parte sea vista desde donde es
más fácilmente identificable. La sensación de realismo se
consigue mediante el aprovechamiento de los abultamientos
naturales de la roca, que crean la ilusión de volumen, a través
de la viveza de los colores, que rellenan las superficies
interiores (rojo, negro, amarillo, pardos) y también por la
técnica del dibujo y del grabado, que delimita los contornos
de las figuras. De este modo, las figuras aprovechan el relieve
natural de la roca y a veces la modelan interiormente para
dar un efecto de volumen y movilidad, a lo que añadiendo el
raspado selectivo de ciertas zonas para afinar ciertos detalles,
y el uso de los dos colores predominantes, rojo y negro, aportan
a las imágenes gran movilidad y expresividad, y confieren
más volumen a las pinturas. El movimiento es expresado con
distintas técnicas de animación según estilos y épocas, dentro
de Altamira se pueden encontrar desde la «animación nula»
de alguno de los caballos de las salas profundas a la «animación
simétrica» del jabalí corriendo al «galope volante» de la
Gran sala, según la catalogación de Leroi-Gourhan.
El o los artistas de la cueva de Altamira dieron
solución a varios de los problemas técnicos que la representación
plástica tuvo desde sus orígenes en el Paleolítico, tales
fueron el realismo anatómico, el volumen, el movimiento y
la policromía. Para posicionar las obras se sigue literalmente
la nomenclatura que utilizaron Breuil y Obermaier en su obra
La Cueva de Altamira en Santillana del Mar (1935), si bien
se han incluido algunas que no fueron vistas hasta tiempo
después. No se hace una descripción detallada de todos los
elementos encontrados, que sumarían cientos, sino de aquellos
más visibles o significativos por su época, calidad técnica,
originalidad, etc. Hay que tener en cuenta que debido a la
naturaleza del medio y al tipo de obras que se realizaban
(grabados, pinturas sobre grabados, pinturas superpuestas,
etc.) todavía en la primera década del siglo XXI se seguían
descubriendo nuevos trabajos. Leroi-Gourhan ha realizado una
catalogación que intenta diferenciar los dibujos y grabados
atendiendo a contenido, tres tipos de elementos: animales,
ideomorfos y antropomorfos. En la cueva de Altamira se encuentran
representados los tres.
La Gran Sala, numerada como I por Breuil y Obermaier,
ha sido descrita muchas veces, por autores tan importantes
como estos dos o García Guinea, como un conjunto inconexo
de figuras individuales, lo que pudo provocar que durante
muchos años nadie los viese como grupos conexos, si bien autores
como Múzquiz y Saura y Leroi-Gourhan describieron el trabajo
como una gran composición, e incluso Leroi-Gourhan como un
posible mensaje.
«El conjunto de polícromos del Gran Techo nos
sugieren una familia de bisontes tal como viven hoy en las
bosques situados entre Rusia y Polonia: machos, hembras y
pequeños bisontes, en posturas y actitudes diversas. Algunos
miran hacia el exterior del grupo como si lo protegieran,
y el sentido de jerarquía...» Múzquiz Pérez-Seoane y Saura,
1999.
«...,los conjuntos parietales tienen los principales
caracteres de un mensaje; responden a las necesidades y a
los medios que posee el hombre desde el Paleolítico superior
para forjar símbolos orales realizables manualmente.» Leroi-Gourhan,
1983.
Además recuerdan la necesidad de entender la
pintura en su entorno e indican que la Gran Sala debió ser
concebida para ser vista al entrar desde el exterior por el
acceso que la comunicaba con el vestíbulo. Esta postura relativa
a que el techo trate una única escena es descartada por algunos
prestigiosos prehistoriadores, como Ripoll y Ripoll, bajo
el argumento de la dificultad de la visualización del entorno
de forma global.
El techo de la sala puede ser divido en tres
zonas:
- El fondo de la sala, más allá de la Gran cierva,
donde hay figuras en rojo, en negro, grabados, etc.
- La zona derecha del techo, con figuras de
animales en rojo, policromías, grabados, etc.
- En el lado izquierdo de la sala se encuentra
el gran grupo de policromías, por el que es realmente conocida
la cueva de Altamira.
"Siguiendo el examen de la primera galería
[...] se encuentra el observador sorprendido al contemplar
en la bóveda de la cueva un gran número de animales pintados,
al parecer, con ocre negro y rojo, y de tamaño grande, representando
en su mayoría animales que, por su córcova, tienen alguna
semejanza con el bisonte." Sanz de Sautuola, 1880.
El animal más representado es el bisonte. Hay
dieciséis ejemplares polícromos y uno en negro, de diversos
tamaños, posturas y técnicas pictóricas, once de ellos de
pie, otros tumbados o recostados, estáticos y en movimiento
en el lado izquierdo, con tamaños que oscilan entre 1,40 y
1,80 m. Algunas teorías indican la posibilidad que los bisontes
en posición de reposo realmente sean animales heridos o muertos,
o simplemente bisontes revolcándose en el polvo. En los años
de estudio de la cueva por Múzquiz para poder realizar las
copias del techo de la cueva descubrió la existencia de decenas
de grabados de caballos que se debieron realizar por un único
autor y antes de los polícromos, ya que estos se encuentran
superpuestos. Junto a estos ejemplares de bisontes y caballos
se encuentran ciervos, jabalíes y signos tectiformes. Además
hay símbolos escutiformes, así llamados por semejarse a escudos,
que muy probablemente se pintaron al mismo tiempo que los
polícromos ya que tienen el mismo rojo ocre de ellos. A modo
de ejemplo se describen tres figuras animales de la Gran Sala
de forma más detallada:
El Bisonte encogido es una de las pinturas más
expresivas y admiradas de todo el conjunto. Está pintado sobre
un abultamiento de la bóveda. El artista supo encajar la figura
del bisonte, encogiéndolo, plegando sus patas y forzando la
posición de la cabeza hacia abajo, dejando fuera únicamente
el rabo y los cuernos. Todo ello destaca el espíritu de observación
naturalista de su realizador y la enorme capacidad expresiva
de la composición.
La Gran cierva, la mayor de todas las figuras
representadas, tiene 2,25 m. Manifiesta una perfección técnica
magistral y es una de las mejores formas del Gran techo.171?
La estilización de las extremidades, la firmeza del trazo
grabado y el modelado cromático le dotan de un gran realismo.
No obstante, acusa una cierta deformación en su factura algo
pesada, seguramente originada por el cercano punto de vista
del autor. Como casi todas las figuras de la sala se encuentra
grabada en gran parte de los detalles y el contorno.178? Debajo
del cuello de la cierva aparece un pequeño bisonte en trazo
negro,179? y a los pies de ella se despliega el rebaño de
bisontes.
El Caballo ocre, situado en uno de los extremos
de la bóveda, fue interpretado por Breuil como una de las
figuras más antiguas del techo. El caballo permanece inmóvil
y solo hay presencia de negro en la crin y parte de la cabeza.
En su interior se aprecia el dibujo de una cierva también
en rojo.181?182? Este tipo de poni debió de ser frecuente
en la cornisa cantábrica, pues también se encuentra representado
en la cueva de Tito Bustillo, descubierta en 1968 en Ribadesella.
Realizando un recorrido lineal, nos encontramos
con la galería II y sala II del plano donde hay trabajos sobre
el barro del techo conocidos como macarroni y también un posible
toro o uro. La sala III, un divertículo, se la conoce como
«Sala de los tectiformes» por encontrarse gran cantidad de
ellos rojos en salientes del techo. Se llega a la galería
IV, con grabados de ciervos y ciervas superpuestos y destacando
una cierva con las patas inconclusas, dejando paso a la larga
galería V con el dibujo de un bisonte negro sin patas, el
grabado de un toro y un posible caballo pintado en negro.
A la izquierda se localiza un recoveco identificado como sala
VI con un importante bisonte negro. El ensanchamiento que
hay entre las salas VII y VIII comprende las que Breuil y
Obermaier llamaron zona C, pared de la izquierda según avanzamos
hacia el fondo, con dibujos elementales en negro y signos
y líneas, y zona D, a la derecha, con dibujos elementales
en negro y más signos y líneas. Llegamos a una sala más amplia,
sala IX, conocida como «Sala de La Hoya». Es la última sala
antes de llegar a la cola de caballo. En la izquierda, antes
de entrar en el corredor final, conocida como zona E, se encuentran
cuatro representaciones animales, de izquierda a derecha:
un cáprido (posiblemente íbice), una cierva y dos íbices más,
ejecutadas en negro y que se han asignado al Magdaleniense
inferior. Además, se halla una pintura negra de un cuadrúpedo
indeterminado. La galería X es conocida como «Cola de caballo».
Es un estrecho pasillo de unos dos metros de ancho donde se
encuentran hasta diecinueve pinturas y grabados: bisonte,
cabeza de cierva, caballos y bóvidos. Algunos son solo esbozos
y otros están completos, con tamaños que rondan los 30 cm
y llegando a alcanzar los 50. También se encuentran tectiformes.
Las representaciones rupestres de Altamira podrían
ser imágenes de significado religioso, ritos de fertilidad,
ceremonias para propiciar la caza, magia simpática, simbología
sexual, totemismo, o podría interpretarse como la batalla
entre dos clanes representados por la cierva y el bisonte,
sin descartar el arte por el arte, aunque esta última posibilidad
ha sido rechazada por algunos estudiosos ya que gran parte
de las pinturas se encuentran en sitios de difícil acceso
de las cuevas y por tanto de difícil exhibición.
En todo caso, aunque es obvia la dificultad
de conocer qué motivó al hombre paleolítico la realización
de estas obras de arte parietal, sí se puede afirmar que la
realización de las pinturas responde a un planeamiento, lo
que implica un proceso cognitivo de reflexión para concluir
qué pintar, dónde y cómo hacerlo, y distribuirlo; y existe
casi acuerdo en que son símbolos ligados a la caza y la fecundidad.
También parece claro la necesidad de una organización social
para poder realizar obras de esta envergadura:
«...el motivo a interpretar no corresponde a
una voluntad individual sino a una voluntad social. La solución
impecable de las figuras nos hace pensar en la selección de
la persona que las realiza y la importancia de ello para los
demás miembros de la tribu.» Múzquiz Pérez-Seoane, 1994.
Leroi-Gourhan, atendiendo a otros estudios y
a los suyos propios, ha concluido que las cuevas eran templos
—espacio público— que contenían algunos santuarios —espacio
destinado solo para ciertas personas— y que hay que entenderlas
en conjunto, con una iconografía basada en los tipos de animales
y en la posición de ellos en los paneles —agrupamientos de
figuras—, y de estos en la cueva. El hombre prehistórico no
plasmaba una colección de animales comestibles o de presas
habituales, más bien era un bestiario, como muestra la discrepancia
entre lo representado y los restos alimenticios encontrados.
En el caso de Altamira la Gran Sala sería el templo.
Asociación de animales en el gran panel de la
Cueva de Altamira según el paradigma de Leroi-Gourhan: El
animal central es el bisonte (la mujer), con algunos caballos
complementarios (el hombre); siendo acompañados de animales
periféricos, en este caso jabalíes y ciervos.
El jabalí polícromo de ocho patas que aparece
«en el techo de la Capilla Sixtina del arte cuaternario» de
las cuevas de Altamira no es una monstruosa ocurrencia del
artista cavernícola, sino su intención de dotar de vida una
imagen, su inquietud por reproducir fielmente la realidad,
y a juzgar por la pericia del trazo del dibujo, no sería la
primera vez que lo intentaba.
No es el único ejemplo de pintura rupestre con
rasgos móviles, otro caso curioso es una pintura de la cueva
de Chauvet (Ardèche, Francia) en la que se ve la cabeza de
un caballo superpuesta en cuatro posiciones distintas, en
una composición que recuerda a algunas fotografías de Étienne
Jules Marey. No se sabe a ciencia cierta si las pinturas de
Chauvet son más antiguas que las de Altamira, pero parece
ser que en ambos casos existen pinturas de hace al menos 30.000
años de antigüedad.
Y se cree que son las primeras manifestaciones
de una animación primitiva.
Desde su descubrimiento y su posterior reconocimiento
la cueva ha tenido distintos niveles de protección nacionales
e internacionales, que han llegado a ser extremos, prohibiendo
la visita, debido a la amplia difusión social, que la convirtieron
en un destino turístico masivo. Desde que en 1910 el Ayuntamiento
de Santillana del Mar creó una Junta de Conservación y Defensa
de la Cueva la forma de protegerla ha pasado por distintas
fases: apertura al público en 1917, ya con guía; en 1924 fue
declarada Monumento Histórico Artístico; un año después se
nombró una Junta para mejorar las condiciones de conservación;
1940 fue el año de la puesta en marcha del Patronato de la
Cueva de Altamira; en 1977 se cerró por primera vez después
de un estudio, durante los años de las décadas de 1960 y 1970,
las numerosas personas que accedieron a la cueva hicieron
peligrar su microclima y la conservación de las pinturas,
así por ejemplo, en 1973 se alcanzó la cifra de 174 000 visitantes.
Y en 1982 se reabrió de forma limitada, para 8500 visitantes
anuales; 1985 fue el año clave del reconocimiento mundial
al ser nombrada Patrimonio de la Humanidad; y en 2001 se abrió
el Museo y réplica junto a la original, aunque no se ha cerrado
el debate de la visita al original.
La Cueva de Altamira fue declarada Patrimonio
de la Humanidad por la Unesco en el año 1985. Posteriormente,
en 2008, fue extendida la protección a las otras 17 cuevas
con vestigios humanos.
El amplio número de personas que deseaba ver
la cueva y el largo periodo de espera para acceder a ella
(más de un año) hizo plantearse la necesidad de construir
una réplica. Desde 2001, junto a la cueva se levantó el Museo
Nacional y Centro de Investigación de Altamira, obra del arquitecto
Juan Navarro Baldeweg. En su interior destaca la denominada
Neocueva de Altamira, la reproducción más fiel que existe
de la original y muy similar a como se conocía hace unos 15.000
años. En ella se puede contemplar la reproducción de las famosas
pinturas del Gran techo de la cueva, llevada a cabo por Pedro
Saura y Matilde Múzquiz, catedrático de fotografía y profesora
titular de dibujo de la Facultad de Bellas Artes de la Universidad
Complutense de Madrid, respectivamente. En esta reproducción
se utilizaron las mismas técnicas de dibujo, grabado y pintura
que emplearon los pintores paleolíticos, y la copia se llevó
a tal extremo que durante el estudio de las originales se
descubrieron nuevas pinturas y grabados. Existen otras dos
reproducciones de las pinturas realizadas de forma simultánea
a partir de un trabajo de Pietsch en colaboración con la Universidad
Complutense en la década de 1960, una se halla en una cueva
artificial realizada en el jardín del Museo Arqueológico Nacional
de España y la otra en el Deutsches Museum en Múnich. En Parque
España en Japón —un parque de atracciones temático sobre España—
se exhibe una copia parcial de las pinturas de la Gran sala
ejecutada por Múzquiz y Saura e inaugurada en 1993. En el
Parque de la Prehistoria de Teverga en Asturias, existe una
fiel reproducción parcial del Gran techo de los mismos autores.
En 2002 la cueva se cerró al público a la espera de los estudios
de impacto encargados. En la primera década del siglo XXI
se produjo un amplio debate sobre la idoneidad de reabrir
o no la cueva al público. El Ministerio de Cultura encargó
un estudio sobre el estado de las pinturas y la conveniencia
de programar visitas que se hizo público en 2010. En Junio
de ese mismo año ciertas noticias indicaron que el Patronato
de la Cueva de Altamira confirmaba que sería abierta nuevamente,
a pesar de que el CSIC recomendaba en sus conclusiones lo
contrario. Finalmente no fue abierta en esa fecha y en agosto
de 2012 se anunció que se realizaría un estudio sobre el impacto
de las visitas, mientras quedaban limitadas al propio estudio
y permisos especiales. Las cuevas se abrieron de nuevo al
público de forma experimental desde el 26 de febrero de 2014
hasta agosto del mismo año, estando limitada la entrada a
sólo cinco visitantes por día y 37 minutos para evaluar el
impacto.
La Neocueva de Altamira, dentro del museo.
El arte paleolítico de la cueva de Altamira
ha tenido una influencia en el ámbito social, más allá de
la que ha tenido para los estudios prehistóricos. Por ejemplo,
en el mundo de la pintura dio pie a la creación de la Escuela
de Altamira de pintura moderna y Picasso, después de una visita,
exclamó: «Después de Altamira, todo parece decadente». Aunque
otros artistas de ramas diversas también entendieron la importancia,
así Rafael Alberti escribió un poema describiendo la sensación
de la visita que realizó; en 1965 fue creado el personaje
Altamiro de la Cueva, que daba nombre al tebeo del mismo nombre,
donde se narraban las aventuras de un grupo de hombres prehistóricos
de las cavernas, mostrados como gente moderna pero vestidos
en taparrabos; la banda de rock Steely Dan compuso una canción
titulada «The Caves of Altamira» en su álbum The royal scam
(1976). Algunas de las pinturas polícromas de la caverna son
estampas bien conocidas dentro de España. El logo utilizado
por el gobierno autonómico de Cantabria está basado en uno
de los bisontes de la cueva como promoción turística. El bisonte
también ha sido usado por la marca de cigarrillos Bisonte,
y es desde 2007, uno de los 12 Tesoros de España. En 2015,
la Fábrica Nacional de Moneda y Timbre de España emitió una
moneda conmemorativa de dos euros de su serie del Patrimonio
Mundial de la UNESCO con la figura de un bisonte de Altamira.
El 1 de abril de 2016 se estrenó la película
Altamira, dirigida por el británico Hugh Hudson y protagonizada
por el actor español Antonio Banderas, en donde se cuenta
la historia del descubrimiento de la cueva y los problemas
para su aceptación. A pesar de lo ambicioso del proyecto,
y de su apoyo y promoción públicas, las críticas no fueron
muy favorables, y de hecho la recaudación en su primera semana
de exhibición no fue la esperada. El 24 de septiembre de 2018,
el buscador Google homenajeó la cueva de Altamira con un Google
Doodle, visible desde España y algunos países hispanoamericanos.
Miembros del equipo de investigación del Museo
Altamira y los responsables del proyecto Handpas, que documenta
este tipo de representaciones paleolíticas, encontraron a
principios de este año tres nuevas manos grabadas en
las paredes de la cueva cántabra que "casi con toda seguridad"
se grabaron hace más de 20.000 años.
El estado de conservación de estas tres manos,
que se suman a las seis que ya se conocían, dificulta su visibilidad
y fueron identificadas durante el transcurso de unas labores
de documentación e inventario de las figuras de la cavidad.
Más tarde se sometieron a tratamiento digital en el marco
del proyecto Handpas, un "catálogo 3D de las manos paleolíticas
de Europa".
Los resultados de esta colaboración los dió
a conocer la subdirectora del Museo Altamira, Carmen de las
Heras, y el responsable de Handpas, Hipólito Collado, jefe
de la sección de Arqueología de la Junta de Extremadura, ambos
acompañados de la directora del Museo, Pilar Fatás. Ocho de
las manos pintadas se encuentran en el techo de la Sala de
Polícromos, entre las representaciones de caballos, y la otra
está en la Galería Final, a más de 200 metros de la entrada,
con la particularidad de que, además de ser la única grabada
en negativo (es decir, con la mano apoyada en la superficie
mientras el pigmento se fija a su alrededor) y el resto siguen
la técnica inversa: la mano se impregna del pigmento y se
apoya sobre la roca en la que se quiere dejar la impronta.
La representación de la mano de un niño es algo "bastante
excepcional", según De las Heras; se han documentado muy pocas
imágenes de manos de este tamaño. Además, está grabada en
positivo y se hizo en un color negro intenso.
Quizás una trastada de la época
...
Solo una de las imágenes recientemente descubiertas
se realizó mediante la técnica en negativo. Las manos en negativo
de la Sala de Polícromos son hoy de un color indefinido, dado
su estado de conservación, aunque algunas son de un tono violáceo
oscuro negruzco y otras de un rojo más o menos intenso. Aunque
no se sabe con certeza, De las Heras cree que las manos están
superpuestas a las imágenes de caballos. En su opinión, la
importancia de este hallazgo no es tanto el número de figuras
encontradas, sino que, al tener una antigüedad mínima de 20.000
años, muestran cómo era el techo de Polícromos antes de las
famosas pinturas de los bisontes. "Treinta y dos años después
de la última publicación sobre el arte de Altamira, la cueva
sigue deparando hallazgos relevantes que no dejan de sorprendernos
y de mostrar su grandeza", agregó De las Heras. Por
su parte, Collado repasó algunos de los datos obtenidos
en el estudio, como que cerca del 70% de la población prehistórica
era diestra, según permite adivinar la lateralidad de sus
improntas. En la segunda parte del acto, celebrado en el Museo
Altamira, se ha proyectado el documental Handpas, manos del
pasado, un vídeo que ya ha sido premiado en varios festivales
internacionales de cine científico y con el que se trata de
dar respuesta, a través de entrevistas y de una forma didáctica
a muchos de los interrogantes que suscitan las imágenes de
manos en el arte rupestre.
Aunque parezca imposible, antes que Truffaut y Godard,
que Capra y John Ford, o Hitchcock y Scorsese, el cine
ya existía. No lo hacía como lo conocemos hoy en día,
pero en la época supuso un invento innovador. Según
la teoría, los hermanos Lumiére fueron los grandes impulsores
del séptimo arte, siendo los primeros en proyectar imágenes
en movimiento al mostrar a un grupo de obreros saliendo
de una fábrica de Lyon en 1895. 46 segundos que iniciaron
la odisea del cine. Fueron tan pioneros que ni siquiera
dudaron en dirigir a sus figurantes, exigiéndoles incluso
que no mirasen hacia la cámara. Pero fue su tren avanzando
a toda velocidad hacia la cámara el que conmovió al
público que estaba presente.
La primera película, sin embargo, no llegaría hasta
un año después, cuando el ilusionista Georges Méliès,
famoso por su «Viaje a la luna», descubrió que no era
necesario reproducir una imagen real, sino que la realidad
podía ser falseada gracias a la tecnología.
«El cine es el mito de la reproducción gráfica del
movimiento». Así de categórico se muestra Román Gubern,
que se remonta muchos años atrás de la primera incursión
de los Lumiére con un proyector para sugerir, en su
libro «La historia del cine» (1969), que en realidad
el origen del cine se gestó en las cuevas de Altamira.
La inquietud por capturar una imagen cotidiana motivó
a un hombre primitivo para reproducir lo que tantas
veces había contemplado mientras cazaba. Su tosco garabato
constituye, según el historiador de medios de comunicación
de masas, la primera prueba gráfica de la necesidad
de un ser humano por captar el movimiento.
El jabalí polícromo de ocho patas que aparece «en el
techo de la Capilla Sixtina del arte cuaternario» de
las cuevas de Altamira no es una monstruosa ocurrencia
del artista cavernícola, sino su intento por dotar de
vida una imagen, su inquietud por reproducir la realidad.
A juzgar por la pericia del trazo del dibujo, no sería
la primera vez que lo intentaba.
«En esta captación de la imagen de animales,
cristalizada en las paredes de la cueva, debió encontrar
nuestro remoto antepasado una imperfección: la realidad
que le rodeaba no era estática, sino que se movía, cambiaba»,
sostiene Gubern. Por eso habría fijado el primitivo
artista dos pares de patas extra en el jabalí, «como
actitudes sucesivas de las extremidades del animal en
movimiento. No es el cine, pero es pintura con vocación
cinematográfica, que trata de asir el movimiento, antecedente
notable de los dibujos animados».
Al cavernícola se le presentó la exigencia
de «apresar, en términos gráficos, el dinamismo de los
seres y las cosas que se movían en su derredor o bullían
en su interior». Algo que se agudizaría a lo largo de
la historia del arte.
También coqueteó con la idea de reproducir
el movimiento a través de un dibujo el faraón Ramsés.
Plasmó en el exterior de un templo las imágenes sucesivas
de una figura en movimiento con la intención de que,
al verlo, pareciese una persona a galope cobrando vida.
Y esa «inspiración milenaria del hombre,
que guió la mano del artista de Altamira, no podía convertirse
en realidad completa hasta que su caudal de conocimientos
científicos fuese tal que permitiera dar el salto que
media entre el mito y el invento, y este salto se produjo,
en sucesivas etapas a lo largo de fructíferas convulsiones
y del gigantesco progreso técnico y científico del siglo
XIX», aclara el escritor en «La historia del cine».
|
Unos meses antes entraba en funcionamiento una
aplicación para personas con diversidad funcional visual
o auditiva. La visita al Museo Nacional de Altamira era ya
accesible, gracias a esta aplicación para dispositivos móviles
que permite recorrer de forma guiada la exposición permanente
y la sala de la Neocueva. La aplicación accesible se denomina
"Museo de Altamira" y se puede descargar de manera gratuita.
Este proyecto es el resultado del convenio suscrito por el
Ministerio de Cultura y Deporte, la Fundación Orange y la
empresa GVAM dentro del Plan Museos + Sociales, con el objetivo
es mejorar la accesibilidad de los museos estatales, adscritos
a la Dirección General de Bellas Artes. Antes de visitar el
museo, el usuario puede elegir y descargar exclusivamente
los contenidos y recursos accesibles que precise: subtitulado,
vídeos en lengua de signos española para personas con discapacidad
auditiva o audiodescripción para personas con discapacidad
visual.
--------------------------------------------------------------------------------------------------------------
--------------------------------------------------------------------------------------------------------------
--------------------------------------------------------------------------------------------------------------
--------------------------------------------------------------------------------------------------------------
|
|