"Querida Merkel, eres la primera mujer elegida
para ser jefa de gobierno en Alemania. Una fuerte señal para
las mujeres y ciertamente para algunos hombres". Así fue como
el entonces presidente del Parlamento alemán, Norbert Lammert,
anunció, el 22 de noviembre de 2005, el resultado de la votación
entre los parlamentarios alemanes. A los 51 años de edad,
Angela Merkel, doctora en química cuántica formada en física,
que creció bajo el régimen comunista en Alemania oriental,
se convirtió en canciller de su país. En casi 16 años en el
cargo, enfrentó una crisis tras otra: un colapso del sistema
financiero mundial en 2008, las amenazas de disolución de
la Unión Europea, la gran ola migratoria hacia Europa en 2015
y la pandemia del covid-19.
En anticipación a su salida del poder, su partido
-la Unión Demócrata Cristiana de Alemania- escogió un nuevo
líder. Se trata del político centrista Armin Laschet, quien
se autodenomina candidato de la continuidad y es conocido
por su política liberal, pasión por la Unión Europea y capacidad
para conectarse con las comunidades de inmigrantes que viven
en el país. La popularidad de Merkel en Alemania ha fluctuado
en cuatro períodos. A nivel internacional, se consolidó, año
tras año, como la principal líder europea.
El "fin de la era Merkel" fue identificado por
la consultora Eurasia como uno de los principales riesgos
para el continente en 2021. "Sin las habilidades políticas
de Merkel, la Unión Europea se habría enfrentado a una división
interna sin precedentes, con Polonia y Hungría por un lado
y los otros 25 estados miembros por el otro; también estuvo
en riesgo la unidad de Francia y Alemania, con sus puntos
de vista opuestos sobre el futuro de Europa", dice la publicación.
"La recuperación económica del continente también se hubiera
suspendido con mucha mayor presión sobre el Banco Central
Europeo", añade.
Merkel se convirtió en un verbo en Alemania.
Usado informalmente, el neologismo zu merkeln significa algo
como no tener una opinión fuerte sobre un tema determinado,
ser pasivo, vacilante. Son características que, en política,
pueden ser virtudes o defectos, según la situación.

Merkel en 2000, cuando se convirtió en líder
de su partido, el conservador CDU.
En el caso de Merkel, la postura sobria y predecible
ha sido prácticamente constante durante los últimos 16 años,
lo que, por un lado, la ayudó a navegar las negociaciones
laberínticas en un bloque heterogéneo como la Unión Europea.
Por otro lado, los discursos pausados y la falta de carisma
alimentaron el desinterés de los alemanes por la política
y contribuyeron a que, en 2009 y 2013, la presencia de votantes
en las urnas alcanzara mínimos históricos desde la fundación
de la República Alemana, alrededor de 70% (votar en el país
no es obligatorio). "La gente bromea diciendo que estaba haciendo
que los votantes se durmieran (con sus discursos)", dice Ursula
Münch, profesora de la Universidad de Munich y directora de
la Academia de Educación Política en Tutzing, Baviera. "Y
eso puede ser una gran ventaja, de hecho", agrega. La idea
es que si Merkel no se emociona tampoco suscita mucho rechazo.
Así, sus simpatizantes acudieron a las urnas, mientras que
parte del electorado prefirió quedarse en casa porque "no
estaría tan mal" que volviera a ganar.
Para el sociólogo Ulrich Beck, quien falleció
en 2015, el estilo menos conflictivo ayudó a llevar a Merkel
a la posición de máxima líder de Europa. En 2012 acuñó el
término "Merkiavelli" (algo así como "merkiavelismo", una
referencia a Nicolás Maquiavelo y su "El príncipe"): la forma
de hacer política con vacilación, sin demostraciones innecesarias
de fuerza ni conflictos directos, pero que, al final del día,
logra sus objetivos. "La gente confía en ella y eso marca
una gran diferencia", dice Münch, recordando un momento clásico
en la campaña de 2013 cuando al final de un debate contra
el oponente Peer Steinbrück se le preguntó si tenía un mensaje
final para los votantes, la canciller simplemente miró a la
cámara y dijo "ya me conoces". "Quizás (su estilo de liderazgo)
también tenga que ver con el hecho de que ella es una mujer
en política", agrega.

Merkel y el presidente ruso Vladimir Putin en
el Kremlin en 2012: la canciller habla ruso con fluidez, lo
aprendió en la escuela en Alemania oriental.
El profesor de ciencias políticas de la Universidad
Libre de Berlín, Gero Neugebauer, señala que, además de tener
que navegar en un entorno político en el que todas las redes
de contacto son mayoritariamente masculinas, Merkel entró
en la política fuera del sistema democrático, cuando Alemania
aún estaba dividida entre una zona de influencia soviética
y otra de influencia occidental. Con la caída del muro de
Berlín y la reunificación, a partir de 1990, su partido, formado
originalmente en Alemania del Este, donde vivía, fue incorporado
por la Unión Demócrata Cristiana (CDU), donde ascendió gracias
a sus dotes políticas. "La red de jóvenes de la CDU subestimó
a Merkel y su capacidad para construir alianzas", afirma Neugebauer.
Con el tiempo, ya canciller, recibió el sobrenombre
de "Mutti", algo así como mami en alemán, y una palabra cuya
interpretación en el contexto de la política alemana es más
compleja. "'Mutti' es la que hace desaparecer los problemas,
la que protege. Es la que se ocupa de los problemas de la
forma que la mayoría juzga adecuada", dice Neugebauer. Para
él, el término se usa generalmente con respeto. En opinión
de Münch, sin embargo, llamar "mami" a un líder político es
de mala educación, a pesar de reconocer que la palabra trae
una idea positiva, de "hacer el trabajo sin mucho alarde".
"Por lo general son hombres que la llaman 'Mutti'. Y no es
justo, porque ella es mucho más que eso. Es una líder extremadamente
exitosa, con mucha experiencia", agrega.
Lo cierto es que el estilo único de Merkel le
ha permitido abordar temas delicados para cualquier político
sin dañar necesariamente su figura pública, reflexiona Andrea
Römmele, profesora de ciencias políticas en la Escuela de
Gobernanza Hertie de Berlín. "Es muy hábil a la hora de adaptar
sus políticas a las de sus socios de coalición (en tres de
los cuatro mandatos el partido de Merkel no obtuvo la mayoría
en el Parlamento y tuvo que gobernar con una gran coalición)
cambiando a menudo su perspectiva en relación con ciertos
asuntos".

Merkel y el expresidente estadounidense Barack
Obama: la imagen internacional de la canciller se ha consolidado
como una líder fuerte.
En 2011, después del tsunami del Pacífico y
el desastre nuclear de Fukushima, Japón, Merkel dio un paso
atrás en lo que era su posición y se comprometió a eliminar
las 17 plantas nucleares de Alemania para 2022. Y no solo
eso. Lanzó una política agresiva para cambiar el perfil de
la matriz energética de Alemania, denominada Energiewende,
más enfocada en el uso de modalidades renovables, especialmente
solar y eólica. En los últimos años, el país ha batido récords
en el uso de energías renovables: en 2020, representó el 46%
de la energía utilizada, un alto porcentaje para un país sin
grandes centrales hidroeléctricas y hasta entonces bastante
dependiente del carbón.
Uno de los mejores ejemplos prácticos del estilo
de liderazgo de Merkel, para Römmele, fue el episodio de la
legalización de la unión homosexual en Alemania en 2017. Durante
más de una década, el partido de Merkel había estado bloqueando
las discusiones sobre el tema en el Parlamento. La propia
canciller se había declarado en contra de la aprobación. Y
luego, en una entrevista en junio de ese año a la revista
femenina Brigitte, al responder a una pregunta de la audiencia
sobre el tema, Merkel dijo que venía observando cada vez más
apoyo entre diferentes partidos y dijo que no evitaría que
se la incluya en la agenda legislativa en algún momento en
el futuro.
Y dijo que los parlamentarios, incluso sus simpatizantes,
debían votar "según su conciencia" y no necesariamente según
la posición del partido. En una sorprendente secuencia de
eventos, la oposición rápidamente llevó el asunto a votación,
tres días después, el 30 de junio. La canciller votó en contra,
pero la unión entre personas del mismo sexo, que otorgaba
a las parejas homosexuales los mismos derechos que a los heterosexuales
casados, como la adopción, fue aprobada por 393 votos contra
226. Consultada sobre su decisión, dijo que, para ella, "el
matrimonio previsto en la Constitución es entre hombres y
mujeres". Pero agregó que esperaba que la aprobación pueda
promover "no solo el respeto entre opiniones diferentes, sino
también traer más cohesión y paz social".
El matrimonio entre personas del mismo sexo en Alemania
es legal a partir del 1 de octubre de 2017. Desde 2001,
se permiten las uniones civiles (alemán: eingetragene
Lebenspartnerschaft) para parejas del mismo sexo que
proporciona la mayoría de los derechos del matrimonio,
exceptuando la adopción conjunta. El 22 de octubre de
2009, el Tribunal Constitucional de Alemania declaró
que todos los derechos y obligaciones del matrimonio
se extiendan a las parejas del mismo sexo e instó a
la coalición gobernante a realizar modificaciones a
la ley. El 30 de junio de 2017, la Cámara baja de Alemania
aprobó por mayoría el proyecto de ley de matrimonio
entre personas del mismo sexo o "matrimonio para todos"
("Ehe für alle" en alemán). El 7 de julio de 2017, el
proyecto de ley fue ratificado por la Cámara Alta. El
21 de julio de 2017, el Presidente Frank-Walter Steinmeier
ratificó la nueva ley con su firma, entrando en vigor
tres meses de su publicación en el diario oficial.
En septiembre y octubre de 2006, una encuesta a nivel
europeo consideró que Alemania ocupaba el séptimo lugar
de apoyo a los matrimonios entre personas del mismo
sexo al interior de la Unión Europea, con un 52% de
apoyo popular, detrás de los Países Bajos (82%), Suecia
(71%), Dinamarca (69%), Bélgica (62%), Luxemburgo (58%),
España (56%), igualando a la República Checa (52%) y
estando por encima de la media comunitaria (44%).

La primera boda homosexual de Alemania se celebró el
1 de octubre de 2017 en el Rathaus Schöneberg (ayuntamiento),
en Berlín, entre Bodo Mende y Karl Kreile.
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"Puede cambiar de posición sin hacerse daño",
señala Römmele. Este fue también el caso del fin del servicio
militar obligatorio en Alemania, añade, aprobado en diciembre
de 2010 y al que se opuso el partido de Merkel.
Sin embargo, en al menos un momento importante,
Merkel fue completamente en contra de su estilo. En 2015,
Europa se enfrentó a la crisis migratoria más grave desde
la Segunda Guerra Mundial. Con el resurgimiento de la guerra
en Siria y los conflictos en Afganistán e Irak, más de un
millón de inmigrantes y refugiados ingresaron al continente
solo ese año, según el Alto Comisionado de las Naciones Unidas
para los Refugiados (ACNUR). Ante las imágenes de la desesperación
de los migrantes que consternaron al mundo, Merkel respondió
de manera abrupta.

El gesto del "diamante" que se convirtió en
la marca de la canciller, llegó a imprimirse en vallas publicitarias
de campaña en 2013.
No consultó extensamente con personas que entienden
el tema para formarse un juicio detallado, analizar las consecuencias
y tomar medidas, una rutina que hasta ahora se había repetido
en todas sus decisiones importantes. Alemania entonces cambió
sus reglas de inmigración y adoptó una política audaz de puertas
abiertas. Fue el país del continente que recibió el mayor
número de personas: hubo 476.000 solicitudes de asilo en 2015,
el 36,6% de un total de 1,3 millones, según datos de Eurostat.
Una frase suya se volvió emblemática: "wir schaffen Das",
algo así como "podemos hacerlo", comparada con el "sí, podemos"
de Obama que sugería que la respuesta podría ser más humanitaria
que política. El manejo de la crisis dividió las opiniones.
Mientras se convirtió en "la persona del año" para la revista
Time, se encontró enfrentando las críticas más duras que jamás
se hayan hecho a su gestión, en Europa y dentro de la propia
Alemania. "No entendía las estrictas políticas de migración
y refugiados antes de 2015, pero tampoco creo que lo que pasó
fuera una buena solución", dice la politóloga Ursula Münch.
"Creo que fue uno de sus mayores defectos, porque abrió la
puerta a los partidos populistas, a la AfD, y tal vez incluso
influyó en el Brexit", opina.
A raíz de la crisis migratoria, la hasta ahora
pequeña ultraderechista Alternatif fur Deutschland (o 'Alternativa
a Alemania', conocida por el acrónimo AfD) ganó impulso en
ese país. Obtuvo el 12,6% de los votos en las elecciones de
2017 y amplió su presencia en el Bundestag, el Parlamento
alemán, a 94 de los 709 escaños. La canciller enfrentó una
fuerte oposición dentro del propio partido, que entró en crisis
con su hermano, la Unión Social Cristiana (CSU). "La alianza
CDU-CSU casi se rompió", agrega Münch. Neugebauer piensa que,
si bien muchos alemanes consideraron plausible el esfuerzo
de acoger a quienes buscaban refugio, en parte se preocuparon
por las consecuencias: cómo financiar la política con los
brazos abiertos e integrar a quienes llegaban a la sociedad
alemana. El politólogo ilustra la complejidad del desafío
migratorio con una historia personal, un comentario desagradable
que escuchó cuando, en 1957, sus padres alemanes decidieron
dejar Alemania del Este y cruzar al lado capitalista, donde
planeaban ir desde el fin de la guerra. Ya "en el otro lado",
un migrante dentro de su propio país, escuchó de una tía:
"Gero, ¿conoces la diferencia entre el Sputnik (satélite ruso
lanzado ese año) y un refugiado? Sputnik emite un "bip-bip"
(pitido), y el refugiado hace "geb-geb" (dar, dar)".

Incluso hoy, tres décadas después de la reunificación,
todavía existen profundas diferencias económicas entre Alemania
oriental y occidental.
Römmele señala que en 2015 Merkel corrió riesgos,
algo bastante inusual en su carrera política. "Enmarcó la
crisis de los refugiados como una crisis humanitaria, que
realmente fue. Y tuvo que lidiar con todos los malentendidos
en ese sentido... La narrativa de que había abierto las fronteras,
ella no abrió las fronteras, se trataba de una crisis humanitaria",
señala. Cuando se le preguntó en agosto de 2020 si lamentaba
las decisiones tomadas durante ese período, la canciller dijo
que lo volvería a hacer.
Mucho antes de 2015 y unos años después de llegar
al poder, Merkel tuvo que lidiar con la crisis financiera
de 2008 que sacudió a Europa y puso a prueba el euro. La política
de ayuda a los países del bloque tejida por ella, por un lado,
generó un enorme descontento entre españoles, portugueses,
italianos y griegos, que tuvieron que someterse a las políticas
de austeridad impuestas a cambio de la liberación de ayudas
económicas. Al mismo tiempo, dice Römmele, contribuyó a solidificar
la imagen de la canciller como una de los principales líderes
mundiales.

Se trató de una crisis financiera (específicamente
de crédito) que estalló en Estados Unidos a finales
del 2007, pero sus efectos empezaron a notarse a principios
del 2008. Esta puso bajo presión a muchos países y negocios,
además fue el desencadenante de otras crisis como la
deuda pública.
Las entidades financieras prestaron dinero a muchas
familias y negocios sin capacidad para devolverlo, las
conocidas como hipotecas sub-prime.
Así que se pusieron a inventar formas ‘creativas’ para
ofrecer productos financieros con mejor interés, y con
un (supuesto) riesgo mínimo. En seguida se fijaron en
el mercado inmobiliario. Creían que el precio de la
vivienda nunca bajaría. Sí baja a veces.

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Durante este período, también dio una señal
importante a los alemanes que le garantizó el apoyo interno
que necesitaba. Al imponer medidas de austeridad, opina Neugebauer,
le dijo al contribuyente alemán que estaba cuidando su dinero.
"La idea (que llegó a los alemanes) fue: 'No vamos a dar dinero
a países que no pueden controlar sus cuentas, ahorrar y generar
empleo". "A nivel nacional, ella siempre trató de actuar como
'embajadora' de la economía alemana, de la industria alemana",
añade. Y lo hizo. La economía alemana ha estado creciendo
durante una década y -con la ayuda de las reformas realizadas
por el antecesor de Merkel, Gerhard Schröder, especialmente
la que se conoció como Hartz IV, que generó las polémicas
jornadas parciales que, para muchos, contribuyeron a precarizar
el mercado laboral- el desempleo se desplomó. "Más alemanes
están viviendo de manera más próspera en los últimos 15 años
que en cualquier otro momento", destaca Neugebauer. Aunque
la gestión de la crisis del euro fue un gran éxito para la
canciller, la idea de fortalecer la Unión Europea fue más
difícil de poner en práctica. Merkel sale del poder con el
bloque en crisis, con resaca por la salida de Reino Unido,
un largo proceso que comenzó con un referéndum en 2016 y concluyó
recién en 2020.
Un episodio reciente ilustra los desafíos del
bloque ante el avance del nacionalismo y del populismo de
derecha en algunos países. A fines del año pasado, Polonia
y Hungría intentaron bloquear la aprobación del paquete de
ayuda para la pandemia covid-19 porque querían la extinción
del mecanismo de protección del estado de derecho propuesto.
La legislación preveía sanciones o un acceso reducido a los
fondos de la Comisión Europea si se identificaba una violación
concreta del estado de derecho, y ambos países están gobernados
por líderes antidemocráticos que podrían verse perjudicados
por la medida. En la presidencia rotatoria del Consejo de
la Unión Europea, Alemania negoció con ambos países y logró
desatar el nudo. Finalmente se ha liberado el dinero para
amortiguar los efectos económicos del coronavirus. El costo,
sin embargo, fue muy alto para algunos. Los críticos incluyen
al columnista de Bloomberg Andreas Kluth, quien dijo que el
bloque estaba "vendiendo su espíritu democrático" y que la
canciller se había "merkelizado" nuevamente: el mecanismo
del estado de derecho fue aprobado, pero en una versión tan
deshidratada que, en la práctica, puede que no signifique
mucho en el futuro.
En Alemania, Merkel deja el poder con una aprobación
récord, gracias a la pandemia del covid-19. El 18 de marzo,
en una transmisión nacional, durante 12 minutos explicó en
forma docente lo que estaba pasando y lo que había que hacer.
"Es serio. Tómelo en serio", dijo, solo para añadir más tarde
que probablemente sería el mayor desafío del país desde la
Segunda Guerra Mundial.

Manejar la crisis causada por la pandemia del
covid-19 elevó la popularidad del canciller.
A partir de ese discurso, obtuvo el apoyo popular
que necesitaba para presionar a los ministros-presidentes
(algo similar a los gobernadores) de los estados federales
para que realicen los primeros cierres. Hasta entonces, muchos
de ellos se mostraban reticentes debido al costo político
de las medidas. Una vez más, abandonó el "estilo Merkel".
"Fue mucho más emocional -sin ser populista- y la comunicación
fue directa", dice Jasmin Riedl, profesora de ciencias políticas
en la Universidad de las Fuerzas Armadas (Bundeswehr) en Munich.
Quizás el cambio de humor se deba a que efectivamente estaba
conmovida por todo lo que estaba pasando, quizás fue el hecho
de que ya no era presidenta de su partido y se estaba yendo.
Pero el hecho es que la retórica halló eco entre los alemanes.
"Estábamos viendo todo lo que pasaba a nuestro alrededor,
en Italia, en Reino Unido, en Estados Unidos, en Brasil...
líderes políticos anti-ciencia, populistas. Todo parecía una
locura", dice la politóloga. "Entonces parte de la población
estaba feliz de tener una líder centrada y sí, muchas veces
vacilante, que no toma decisiones apresuradas", agrega. En
diciembre, cuando Alemania ya estaba experimentando los efectos
de una segunda ola más dura de la pandemia, la canciller pronunció
su discurso más emotivo. En un debate en el Bundestag, gesticulando
más de lo habitual, defendió las medidas de distanciamiento
social en las vacaciones: "Esta podría ser la última fiesta
que pases con tus abuelos", dijo. La aprobación de la canciller
alcanzó el 90% en abril pasado y en la actualidad se mantiene
en torno a 70%, lo que le da a su partido una gran ventaja
de cara a las elecciones de septiembre de este año, en un
escenario de sucesión que aún está completamente indefinido.
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La canciller alemana intentará aprovechar sus
últimos meses en el cargo para forjar una relación cercana
con el cuarto presidente estadounidense de su mandato: su
buena sintonía con Bush y Obama fue interrumpida por su falta
de química con Trump.

Angela Merkel y Joe Biden en el Congreso de
EEUU, en 2009.
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Merkel ha presidido el G8 y también fue presidenta
del Consejo Europeo, siendo la segunda mujer en la historia
en desempeñar ambos cargos, solo precedida en dicho mérito
por la ex-primera ministra del Reino Unido, Margaret Thatcher.
Ello ha favorecido una tendencia de la prensa europea que
ha comparado a ambas líderes de derecha que comparten una
formación científica. En 2020, Merkel fue considerada por
la revista Forbes como la mujer más poderosa del mundo por
decimocuarta ocasión según el listado anual de la publicación.
Angela Merkel nació en Hamburgo (RFA) en 1954,
es hija del pastor luterano Horst Kasner (1926-2011) y de
Herlind Jentzsch, nacida en 1928 en Danzig (ahora Gdansk,
Polonia), profesora de latín e inglés. Tiene dos hermanos
menores, Marcus (nacido el 7 de julio de 1957) e Irene (n.
el 19 de agosto de 1964). Al poco de nacer, su padre recibió
un pastorado en la iglesia de Quitzow, en la República Democrática
Alemana, por lo que la familia se mudó a la ciudad de Templin,
unos 80 km al norte de Berlín, aunque durante años el régimen
permitió a la familia cruzar libremente la frontera interalemana.
Merkel fue militante de la Juventud Libre Alemana. En 1977
se casó con el físico Ulrich Merkel, de quien tomó su apellido,
que no solo mantuvo tras el divorcio en 1982, sino tras haberse
casado en segundas nupcias, en 1998, con Joachim Sauer, catedrático
de química en Berlín. No tiene hijos. Fue estudiante de física
en la Universidad de Leipzig entre 1973 y 1978, en la que
se doctoró en 1986 con una tesis sobre física cuántica titulada
«Influencia de la correlación espacial de la velocidad de
reacción bimolecular de reacciones elementales en los medios
densos», donde obtuvo una calificación de «sobresaliente».
En 1989 Merkel se sumó al creciente movimiento
democrático tras la caída del muro de Berlín y se unió al
nuevo partido Demokratischer Aufbruch. Tras las primeras elecciones
democráticas en la República Democrática Alemana (RDA), se
convirtió en la viceportavoz del nuevo gobierno de Lothar
de Maizière. Participó también en las primeras elecciones
tras la reunificación alemana.

Una canciller made in RDA. Angela Merkel en sus años
mozos. "Simplemente, me adapté", dijo en una entrevista.
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Merkel fue nombrada ministra para la mujer y
la juventud en el gobierno del canciller federal Helmut Kohl,
en diciembre de 1990. En 1993, fue designada presidente regional
de la Unión Demócrata Cristiana de Alemania (CDU) en Mecklemburgo-Pomerania
Occidental. En 1994 fue nombrada ministra de medio ambiente
y seguridad nuclear. La carrera política de Merkel fue tutelada
por el entonces canciller Kohl, que la llamaba mein Mädchen
(mi chica). Tras las elecciones federales de Alemania de 1998,
un gobierno de coalición dirigido por Gerhard Schröder reemplazó
al gobierno de Kohl el 27 de octubre de 1998. Posteriormente,
como resultado de un escándalo de financiación ilegal de su
partido, que comprometía a varios de sus líderes (entre ellos
el propio Kohl y el entonces presidente del partido, Wolfgang
Schäuble), Merkel ganó fuerza. Criticó a su antiguo mentor,
Kohl, y pidió una renovación de la CDU, que debería comenzar
por prescindir del excanciller. De modo que Schäuble fue destituido
y Merkel le reemplazó al frente de la CDU.

El excanciller alemán Helmut Kohl falleció
en 2017 a los 87 años.
La elección de Merkel como presidenta de la
CDU en abril de 2000 fue una sorpresa: sus características
y creencias no encajaban en el partido que había conseguido
liderar. Merkel pertenece a la mayoría protestante del norte
de Alemania y la Unión Social Cristiana de Baviera (CSU),
el partido hermano de la CDU, es un partido de profundas raíces
católicas, dominado por hombres, conservador y originario
del sur de Alemania. Bajo su dirección, la CDU encadenó una
serie de victorias cristianodemócratas en seis de las siete
elecciones provinciales que se celebraron hasta 2002, rompiendo
la mayoría de la coalición rojiverde (socialdemócratas y verdes)
en el Bundesrat, la cámara alta del parlamento alemán. Sin
embargo, la coalición CDU/CSU, liderada por Edmund Stoiber,
fue derrotada en las elecciones federales de Alemania de 2002.
Entonces Merkel se convirtió en la líder de la oposición conservadora
en el Bundestag, la cámara baja, sustituyendo a Friedrich
Merz. En la primavera de 2003, Merkel reprochó al Gobierno
de Gerhard Schröder el no haber contribuido a evitar la invasión
de Irak, sino hacerla incluso más probable al debilitar la
amenaza de represalias contra el Gobierno del líder iraquí
Sadam Husein.
El 30 de mayo de 2005 Merkel fue elegida candidata
por la CDU/CSU a la cancillería federal. Se enfrentaría al
Partido Socialdemócrata de Alemania (SPD) de Schröder en las
elecciones federales de ese año. Su partido comenzó con una
ventaja de 21 puntos sobre los socialdemócratas en las encuestas
de opinión. No obstante, su popularidad fue cayendo al mismo
ritmo que Schröder recuperaba el apoyo perdido. El mayor golpe
que recibió durante la campaña electoral fue cuando confundió
los conceptos de renta neta y renta bruta en un debate televisado.
Finalmente, la CDU ganó las elecciones, obteniendo tan solo
un punto de ventaja sobre los socialdemócratas. En número
de escaños, la CDU consiguió 226 contra 222 del SPD. Estos
resultados tan ajustados imposibilitaban tanto la alianza
rojiverde (entre Alianza 90/Los Verdes y el SPD) como la negro-amarilla
(entre los conservadores y los liberales de la FDP). De este
modo se abrió la posibilidad de una gran coalición entre los
dos partidos mayoritarios, aunque previamente había sido descartada
por los dos candidatos. Al cabo de tres semanas de negociaciones,
el 10 de octubre de 2005 se llegó a un acuerdo, por el cual
Merkel asumiría la cancillería. A cambio, el SPD obtendría
más carteras ministeriales. El documento definitivo para crear
la gran coalición se cerró el 11 de noviembre de 2005.

El partido demócratacristiano (CDU) que preside
la canciller Angela Merkel sellaba su peor resultado electoral
en la capital germana desde el final de la Segunda Guerra
Mundial, coincidiendo con un nuevo éxito electoral del partido
populista de derechas Alternativa para Alemania (AfD). La
derecha radical y xenófoba lograba el acceso en 2017 a la
cámara de la ciudad-estado y capital del país.
En su segundo mandato, a mediados de 2013, el
marco de las revelaciones sobre vigilancia masiva, se descubrió
que el teléfono móvil de Merkel había sido espiado durante
años por la inteligencia estadounidense; más tarde se conoció
que Estados Unidos, desde su céntrica embajada en Berlín,
había estado interceptando las comunicaciones del distrito
gubernamental de Berlín, sede del Gobierno y el Parlamento.
Ante esto, Merkel comparó a la NSA estadounidense con la Stasi;
en respuesta, Susan Rice, consejera de Seguridad Nacional,
prometió que Estados Unidos abandonaría estas prácticas, aunque
aclaró que no se firmaría ningún acuerdo de «no espionaje»
entre ambos países.
En el tercer mandato, las políticas adoptadas
por el Gobierno de Merkel en cuestión a la traída de refugiados
a la UE ha sido duramente criticada por un espectro político
y social de Alemania y de la Unión Europea, especialmente
tras la sucesiva de atentados ocurridos en 2016 con la firma
de refugiados y bajo el Estado Islámico. Bajo el contexto
de la crisis migratoria en Europa diversos medios de comunicación
le otorgaron el título de Mutter Angela (traducido como mamá
Angela) en referencia a las políticas de solidaridad con los
refugiados víctimas de los conflictos sociales y militares
en el Medio Oriente.
El cuarto gabinete de Angela Merkel constituye
el gobierno actual de la República Federal de Alemania.
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