Los museos se sacuden un machismo de siglos
y sacan a las artistas del sótano. Para empezar, el Prado,
gran patriarca de las pinacotecas españolas, inicia su próxima
temporada con la gran exposición que confrontará a esas dos
destacadas pintoras forjadas en el Renacimiento y el primer
Barroco italiano: según los organizadores, “dos de las mujeres
más notables de la historia del arte occidental”; según los
libros de historia del arte, dos de tantas grandes creadoras
cuyas obras fueron atribuidas a hombres o quedaron arrumbadas
en los sótanos de las más nobles instituciones culturales.
Tanto es así que ésta es tan solo la segunda
muestra con firma exclusivamente femenina que el Prado acoge
en sus doscientos años de existencia –la anterior fue la dedicada
a la flamenca Clara Peeters en el 2016–, aunque también hay
que subrayar la voluntad del director Miguel Falomir de convertir
la cita en uno de los platos fuertes del bicentenario de la
entidad.
Historia de dos pintoras: Sofonisba Anguissola
y Lavinia Fontana pondrá frente a frente a dos artistas que
coincidieron en el tiempo y el país (Italia); con orígenes
y trayectorias muy distintas aunque con importantes puntos
en común. Pues una y otra fueron reconocidas en vida para
luego pasar al olvido durante siglos; las dos rompieron moldes
y convenciones de la época, y ambas “se valieron de la pintura
para mejorar su situación personal, tener una vida propia
y mejorar la historia de su propia familia”, si bien lo hicieron
“desde maneras diferentes de interpretar la pintura y servirse
de ella para reivindicarse como artistas y como personas”,
señala la comisaria de la muestra, Leticia Ruiz.
Sofonisba Anguissola (1535-1625) nació en Cremona
dentro de una familia de la pequeña nobleza local. Su padre,
Amilcare Anguissola, no disponía de grandes recursos materiales,
pero contaba con buenos contactos y era un lince a la hora
de promocionarse a sí mismo y a los suyos. Para hacer publicidad
de su hija, el hombre no paraba de enviar cartas y retratos
suyos aquí y allá. Uno de los destinatarios de sus peticiones
y propuestas fue Miguel Ángel, entonces ya célebre y a quien
el dedicado progenitor escribió en 1557 para solicitarle que
acogiera a su hija como pupila. El maestro le respondió, y
lo hizo encargando a la aspirante el retrato de un niño llorando.
Ella creó entonces el excelente dibujo Niño mordido por un
cangrejo, con su hermano Asdrubale como modelo. Miguel Ángel
la ayudó.

El Felipe II de Anguissola se atribuyó luego
a Pantoja de la Cruz (MUSEO DEL PRADO).
Conoció después al duque de Alba a través del
gobernador de Milán. Cautivados por su arte, ambos la recomendaron
con éxito a la corte de Felipe II. Allí se trasladó ella en
1559, oficialmente como dama de compañía de la reina Isabel
de Valois –la tercera y entonces jovencísima esposa del monarca–,
pero sin dejar de pintar retratos. De hecho, su éxito a partir
de entonces fue arrollador, hasta el punto de que los hombres
del rey pidieran a su pintor oficial, Alonso Sánchez Coello,
que hiciera copias de sus lienzos.
Coello fue uno de los autores a los que más
adelante se atribuyeron grandes obras de Anguissola. Otras
se acreditaron a Tiziano y a Juan Pantoja de la Cruz, como
es el caso de sendos retratos de Felipe II y de Isabel de
II, ambos pertenecientes a la colección del Prado.

Anguissola estaba consagrada cuando pintó Isabel
de Valois sosteniendo un retrato de Felipe II (MUSEO DEL PRADO).
Lavinia Fontana (Bolonia 1552-1614 Roma) creció
admirando a Sofonisba Anguissola, por entonces muy famosa.
El padre de la boloñesa, Próspero Fontana, también era pintor
y pronto apreció el talento de su hija. Así que se convirtió
en su primer y más esmerado maestro. Al cumplir ella 25 años,
Próspero la casó con Gian Paolo Zappi, igualmente artistas.
El matrimonio tendría once hijos.
Pronto quedó claro que quien pintaba especialmente
bien era ella y no el marido. Pero Gian Paolo lo asumió y
apoyó a su esposa a tope. Él se hizo cargo de la prole mientras
ella abría taller propio y se codeaba con los artistas varones
de la zona. Según Leticia Ruiz, el pobre cónyuge fue objeto
de no poca chanza por su posición de segundón respecto a la
mujer.
A Lavinia Fontana se le puede considerar la
primera pintora profesional y totalmente autónoma, indica
Ruiz. Su taller de Bolonia fue viento en popa. Recibió encargos
desde Florencia y Roma, cuyos hombres ilustres la eligieron
miembro de la Academia Romana.
A diferencia de Anguissola y las otras pocas
pintoras de la época, Fontana trabajó en registros muy variados.
Cultivó el retrato de grupo y las miniaturas, reflejó el lujo
de las mujeres en la ciudad, realizó obras religiosas de gran
formato y –lo que estaba casi prohibido a las mujeres– desnudos;
aunque para ello hubiera de acogerse a la temática mitológica,
como por otra parte mandaban los cánones.
La exposición en el Prado reunirá sesenta piezas
de Anguissola y Fontana. Abrirá al público el 22 de Octubre
y se prolongará hasta el 2 de Febrero. Será, junto con otra
dedicada a los dibujos de Goya, una de las estrellas, de los
días que culminarán el bicentenario del museo, inaugurado
el 19 de Noviembre de 1819.

Dorothea Tanning estuvo disponible hasta el
pasado 7 de Enero en el Reina Sofia.
A partir del 27 de Febrero estará en
la Tate Modern de Londres.
Dorothea Tanning (1910–2012) es considerada
una de las mujeres artistas más importantes y polifacéticas
del siglo XX, aunque ella misma rechazaba esa asociación:
“Mujeres artistas: no existe tal cosa –o persona. Es una contradicción
en sus términos, al igual que ‘hombre artista’ o ‘elefante
artista’. Puedes ser una mujer y puedes ser una artista; pero
lo primero te viene dado y lo otro lo eres tú”. Entre Estados
Unidos y Francia, desarrolló una extensa producción, meticulosa
y expresiva, de pinturas, dibujos, diseños de vestuario y
decorados para ballets, esculturas “blandas”, novelas y poemas.
Su obra cuenta historias inscritas en un universo personal,
con el que da sentido a la vida moderna, y en un entorno surreal
–lleno de fantasía y fantasmas– perfilado a través de un espacio
que se presenta al mismo tiempo como seductor y pernicioso.
La exposición se articuló en habitaciones temáticas
que discurrian por las diferentes etapas artísticas y vitales
de la trayectoria de Tanning, desde escenas de infancia y
familiares, niñas vestidas al estilo victoriano, bucólicos
desnudos barrocos y desiertos de rocas rojas, hasta llegar
a las representaciones de flores, tan relevantes en su última
etapa. Entre sus instalaciones, destaca Chambre 202, Hôtel
du Pavot [Habitación 202, Hotel de la Amapola] (1970–1973),
con esculturas antropomorfas que invitan al visitante a mirar,
a sentir, y a formar parte del mundo surreal que en ella habita.

Dotothea Tanning, Birthday [Cumpleaños], 1942,
Óleo sobre lienzo, Philadephia Museum of Art.
Tanning rompe la distancia entre la obra de
arte y el espectador, sin pretender que sus creaciones sean
un reflejo del mundo, sino una invitación para ir más allá.
Los seres femeninos dominan este universo de puertas abiertas
y revelaciones, provocando el caos en un espacio tradicional
doméstico, que al mismo tiempo vibra y despierta una curiosidad
extraña. ¿Nos atrevemos a entrar en su cuento de hadas, en
una casa con puertas abiertas, una estancia habitada por extrañas
criaturas, a adentrarnos en un paisaje quemado por el sol?
En palabras de la propia artista: “Quería guiar
el ojo hacia espacios que se ocultaran, revelaran, transformaran
todos a la vez y donde hubiera imágenes nunca antes vistas,
como si hubiesen aparecido sin mi ayuda”.

El Museo del Prado se marcó hace justo un año
un tanto (con décadas de retraso, todo sea dicho) cuando dedicó
por primera vez en sus dos siglos una exposición dedicada
en exclusiva a una mujer. La pintora flamenca barroca Clara
Peeters fue la encargada de romper el tabú del patriarcado
artístico. Para muestra, un botón: en la pinacoteca nacional
hay obra de más de 5.000 hombres y tan solo de 53 mujeres.
De las cerca de 8.000 pinturas catalogadas (expuestas y en
los almacenes), solo cuatro de artistas mujeres se exhiben.
La Historia del Arte la han protagonizado infinidad de féminas.
Han sido las modelos y musas. Las protagonistas de algunos
de los cuadros más importantes de todas las épocas. Ahí están
las señoritas de Avignon, las majas, la Mona Lisa, las venus,
las bailarinas de Degas o las prostitutas de Touluse-Lautrec.
Son solo algunos ejemplos evidentes porque mientras las mujeres
se dejan ver en las paredes de los museos, muy pocas son las
que firman los lienzos que cuelgan de ellas.

'Autorretrato en Bugatti verde', Tamara de Lempicka
(1925).
Cuenta Manuel Jesús Roldán en ‘Eso no estaba
en mi libro de Historia del Arte’ (Almuzara) que la concepción
decimonónica de la mayoría de los manuales del tema las excluyeron
aunque hubiera mujeres retratistas de Corte, escultoras de
cámara o pintoras religiosas. “Han sido silenciadas y su rescate
del olvido, afortunadamente recuperado en los últimos años,
merece todos los empeños”, escribe en esta obra que recopila
‘anécdotas’ artísticas como aquellas obras cumbres del arte
que en su momento fueron rechazadas y censuradas, los primeros
selfis hechos al óleo, las facetas más escabrosas de algunos
creadores y, sobre todo, recupera el nombre y la historia
de varias de las artistas más importantes pero aún así olvidadas.
"Su existencia fue ciertamente reducida en muchas
épocas, pero hay un buen número de nombres de mujeres que,
en cada etapa de la historia, alcanzaron una fama y un reconocimiento
público que fue posteriormente silenciado”, escribe Roldán.
Mujeres que no aparecen en los libros de arte ni suenan en
el imaginario colectivo por culpa, apunta, del concepto de
Historia del Arte procedente del siglo XIX, “centuria en la
que se vetó especialmente la independencia creadora de la
mujer por la moral burguesa reinante, relegó al género femenino
a una condición hogareña casi exclusiva, marcando un canon
casi exclusivamente masculino en las primeras publicaciones
dedicadas al Arte”. Una discriminación que, además, se estandarizó
cuando se crearon los grandes museos europeos. Tampoco ayudó
la visión de muchos grandes hombres del arte que se despacharon
con opiniones similares a la de Renoir: “la mujer artista
es sencillamente ridícula”.

'La partida de ajedrez', Sofonisba Anguissola
(1555) (Museo Nacional de Poznan).
¿El resultado? Un visión androcéntrica del arte
que ha borrado a muchas pioneras que merecen un lugar destacado
en nuestras conciencias artísticas. Empezando por Ende, considerada
la primera pintora de la historia, una copista encargada de
iluminar códices en el siglo X que ya firmó entonces “Ende
pintrix et Dei aiutrix” (Ende, pintora y sierva de Dios) el
manuscrito del ‘Comentario al Apocalipsis del Beato de Liébana’
o por Hildegarda de Bingen, una monja benedictina que fue
pionera en el campo de la música, la literatura y la pintura
y que ya fue silenciada en su propia época. Roldán recopila
el nombre de 14 mujeres imprescindibles de la Historia del
Arte que no se queda en las más conocidas como Frida Kahlo
o Camille Claudel.
El nombre de Sofonisba Anguissola quizás sea
uno de los que más puedan sonar porque es la única mujer cuyas
obras se pueden ver en las colecciones del Prado. Esta pintora
renacentista cosechó muchos éxitos en su época. Miguel Ángel
alabó su obra, Giorgo Vasari la incluyó en su diccionario
con 133 biografías de artistas (todos hombres menos la escultora
Properzia de Rossi y su mención), se hizo famosa en Italia,
Van Dyck la retrató y fue pintora de la Corte de Felipe II
(un retrato suyo del monarca está en el Prado), sin embargo
como era mujer no podía firmar sus obras, motivo por el cual
muchas fueron atribuidas a hombres. ‘La partida de ajedrez’
es uno de los pocos cuadros que tiene su rúbrica, pero otras
como ‘La dama del armiño’ hoy siguen generando debate sobre
si es obra de su mano o de la del Greco.

'Autorretrato', Judith Leyster (Galería Nacional
de Arte de Washington).
También en la Italia del siglo XVI Lavinia Fontana
fue una cotizada retratista, pero no solo por su reconocimiento
sino que se convirtió en pintora oficial de la Corte del Papa
Clemente VIII y también trabajó para el Palacio Real de Madrid.
Quizás es la pintora más exitosa del Renacimiento y el Barroco,
una pionera que realizó cuadros de desnudos de hombres y mujeres
(en la época los estudios de anatomía estaban vetados para
las mujeres) y en la conciliación: su marido dejó el trabajo
para ocuparse de la casa y sus 11 hijos mientras ella sustentaba
la economía familiar con sus pinturas.
Mientras que ambas nacieron en ambientes artísticos,
la vida de Judith Leyster fue complentamente distinta. Esta
artista holandesa del XVII era hija de un cervecero y la pintura
apareció como un oficio necesario para sobrellevar las penurias
económicas de la familia. Influida por Rembrandt, Vermeer,
Frans Hals, su maestro, y la pintura caravaggista apenas hay
una cincuentena de obras conservadas de ella porque dejó el
arte cuando se casó, pero hoy sigue observándonos directamente
a los ojos desde la Galería Nacional de Arte de Washington
mientras pinta a un violinista.

'Judith decapitando a Holofernes', Artemisa
Gentileschi (1612-1613) (Galería Uffizi).
Otro de los grandes nombres del Barroco fue
el de Artemisia Gentileschi, una pintora que “llegó a gozar
de un notable consideración en la Italia del Setecientos aunque
su fama decreció tras su muerte, llegándose al más profundo
olvido de su obra un siglo más tarde” en parte por la dispersión,
la pérdida y las malas atribuciones. Fue la primera mujer
admitida en la selecta Academia del Disegno florentina, lugar
donde consiguió el mecenazgo de los Medici. La Galería de
los Uffizi muestra una de sus obras, de clara influencia caravaggista,
más reconocidas: ‘Judith decapitando a Holofernes’. En ella
se representó en los rasgos de Judith y se vengaba de su preceptor
artístico y agresor sexual, Agostino Tassi, retratándole como
Holofernes. Le llevó a un juicio por violación y, aunque fue
desterrado, ella sufrió torturas y un humillante examen ginecológico
para demostrar su inocencia. Es, para muchos, la primera pintora
feminista de la historia. En 2017 Roma le dedicó una
gran exposición.
En el mismo siglo en España despunta la sevillana
Luisa Roldán, hija del mejor escultor de segunda mitad del
XVII de la capital hispalense y más conocida como La Roldana.
Dominó la talla de madera y barro, fue escultora de cámara
de Carlos II y Felipe V y suyas son tallas como ‘Entierro
de Cristo’, que se exhibe en el Met de Nueva York, o el gran
'San Miguel Arcángel' del Escorial. A pesar de su profusa
actividad pasó muchas dificultades económicas y a su muerte
su nombre también cayó en el olvido.
La mujer que puso rostro a Goethe o Reynolds
fue Angélica Kauffman, una pintora suiza neoclásica que alcanzó
una gran fama en el siglo XVIII al igual que la francesa Marie
Loise Elisabeth Vigée Lebrun, una de las retratistas más cotizadas
de la época. “No aparecerá en los libros de Historia del Arte
pero sí en los de Historia Universal: retrato a toda una corte
de personajes cuyas cabezas acabarían cortadas en la guillotina
de la Revolución Francesa”, explica Roldán. Pintó, por ejemplo,
a Lord Byaron o a María Antonieta hasta en 35 ocasiones. El
primer retrato se lo hizo con solo 23 años.
En el misógino siglo XIX hay nombres propios
ya más reconocibles como los de Berthe Morisot, Mary Cassat
y Marie Bracquemond, las tres mujeres de primer nivel que
formaron parte del Impresionismo, al igual que la escultora
Camille Claudel. Las vanguardias del siglo XX tampoco trataron
mejor a sus creadoras. Aunque Frida Khalo, Georgia O’Keefe,
Berthe Moristot, Sonia Delaunay (de la que se puede ver actualmente
una exposición en el Museo Thyssen de Madrid) o Tamara de
Lempicka son más conocidas, en el ostracismo han quedado nombres
numerosos nombres como los de Sophie Taeuber Arp, Lenora Carrington,
Lee Krasner, un auténtico referente del expresionismo abstracto
siempre a la sombra de Pollock, su marido, o Florine Stettheimer,
la mujer que hizo el primer autorretrato desnuda de la historia
del arte.

Una mujer observa 'The eye is the firt Circle',
de Lee Krasner, en la exposición 'Expresionismo Abstracto'
del Guggenheim de Bilbao.
Tampoco puede faltar entre las mujeres pioneras
y a rescatar de la Historia del Arte el nombre de la española
Maruja Mallo. Desterrada de los libros, fue una de las grandes
surrealistas —el propio Dalí la calificó como “mitad ángel,
mitad marisco”—, además de una mujer comprometida políticamente
con la difusión del arte. Fue parte de la Generación del 27,
colaboró con las Misiones Pedagógicas republicanas y tuvo
que exiliarse a EEUU y Argentina durante la Guerra Civil y
la dictadura. “Es una de las creadoras de las que quizá se
conozca más su anecdotario (su rebelión contra el uso del
sombrero, sus provocaciones anticlericales o el empleo de
pantalones prestados, ‘soy la primera travesti’, para acceder
a un edificio religioso) que su propia obra”, explica el autor
del libro. Cometió, como la definió María Zambrano, “uno de
los errores más destructivos e imperdonables: ser libre”.
El mismo que todas estas mujeres empeñadas en desmentir esas
palabras de Bocaccio que decían que “el arte es ajeno al espíritu
de las mujeres”.
Momento de justicia para las pintoras en las
mayores instituciones culturales del país. Iba siendo hora.
75 pintoras de todos los tiempos (y el primer 'selfie')
que no te enseñaron.
Por Ángeles Caso.
Siempre nos han dichoque las mujeres no jugaron ningún
papel en el arte, al menos hasta el siglo XX. Cuando
yo misma me licencié en Historia del Arte en la Universidad
de Oviedo, las primeras pintoras mencionadas eran las
impresionistas, Berthe Morisot, Mary Cassatt o Eva Gonzalès,
ya en la segunda mitad del siglo XIX, y más como “musas”
de los grandes pintores que como artistas valiosas en
sí mismas. Pero los estudios de género que se han desarrollado
en universidades e instituciones de todo el mundo en
los últimos veinte años han demostrado que esa narrativa
totalmente androcéntica no es verdad.
La historia, como ciencia social, nació en el siglo
XIX, de manos de unos señores con sombrero de copa y
chaleco, muy serios y muy, muy patriarcales. Ellos,
los mismos que se inventaron el mito de la mujer como
“ángel del hogar”, decidieron empujar a una esquina
de la historia a todas las mujeres que en algún momento,
a lo largo de los siglos, habían participado del hecho
cultural.
Pero ahí están, asomando lentamente la cabeza, todas
las pintoras, escritoras, filósofas o compositoras olvidadas,
mujeres que se enfrentaron con valentía a las normas
sociales y a veces a sus propias contradicciones personales,
pero que lograron triunfar. En el caso de las artistas
plásticas, muchas de ellas fueron maestras de enorme
éxito y llegaron a ganar grandes fortunas gracias a
su talento.

Autorretrato de ADÉLAÏDE LABILLE-GUIARD,
1785. Metropolitan Museum of Art. Nueva York.
Mis largos años de investigaciones sobre las pintoras
me han llevado a descubrir que existe un gran número
de ellasa las que les gustó autorretratarse. Quizá tenga
que ver con dejar constancia de su existencia real como
artistas. También, es probable, con la autoconciencia
de la propia imagen tan característica del género femenino.
Sea como sea, existe un gran número de autorretratos
de maestras de la pintura de enorme interés. Creo que
verlas tal y como ellas se concibieron a sí mismas es
una buena manera de comenzar a conocerlas. Por eso he
concebido este libro, Ellas mismas. Autorretratos de
pintoras, que incluirá unas cien reproducciones a color
de esas obras, además de sus biografías.
Ahí estará, por ejemplo, la simpática monja Claricia,
que se colgó del cuerpo de su letra Q en un Libro de
salmos realizado en un monasterio de Augsburgo en el
siglo XII, en uno de aquellos famosos scriptoria donde
las monjas y los monjes –y no solo los monjes, como
siempre nos han contado– copiaban e ilustraban los textos
antiguos. ¡El primer selfie femenino de la historia!
O la gran Adélaïde Labille-Guiard, pintora oficial de
la corte de Luis XVI, que posa orgullosa con dos de
sus discípulas. O la pintora expresionista alemana Paula
Modersohn-Becker, que se autorretrata embarazada como
regalo de aniversario para su marido. Tres de las más
de 70 artistas recogidas en el libro.
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