"Lo que pasó aquí es simple y claro: terrorismo,
terrorismo nacional". El presidente de Estados Unidos, Joe
Biden, dictaba con firmeza la sentencia el martes en Búfalo
(Nueva York), escenario tres días antes del último gran atentado
masivo cometido en EEUU por un supremacista blanco, un joven
de 18 años que disparó a 13 personas, 11 de ellas negras,
segando la vida de 10. Lo que el mandatario define como "simple
y claro", no obstante, legalmente no lo es. Aunque el Código
de EEUU incluye una definición de "terrorismo nacional" este
no está regulado de forma que se pueda tratar y juzgar como
un crimen federal, algo que sí se hace con terrorismo internacional
o en apoyo a alguna de las organizaciones extranjeras listadas
por el Departamento de Estado. Por eso, entre otras razones
y a diferencia de Biden y otros líderes políticos y sociales,
ni el fiscal general, Merrick Garland, ni el director del
FBI, Christopher Wray, han usado el término para describir
las acciones del autor de la masacre de Búfalo: hacerlo podría
complicar el caso en los tribunales, donde sí que es habitual
usar el terrorismo interno para endurecer sentencias por otros
delitos como los de odio. La masacre racista en el supermercado
de Búfalo, en cualquier caso, ha vuelto a exponer un vacío
regulatorio que se está haciendo más evidente conforme crece
la amenaza que se gesta desde dentro de las propias fronteras
de EEUU, impulsada especialmente por movimientos de ultraderecha.
Según un análisis realizado por The Washington Post, desde
2015 esos extremistas han estado relacionados con 267 tramas
o ataques que han dejado 91 víctimas mortales, frente a 66
casos y 19 muertes vinculados en ese mismo periodo a movimientos
extremistas de izquierda. Más de un cuarto de los incidentes
y casi la mitad de las víctimas mortales, según ese análisis,
fueron causados por gente que apoya la supremacía blanca o
dice formar parte de grupos que abrazan esa ideología.
El autor del atentado se radicalizó en los foros
más oscuros de internet, difundió su manifiesto conspirativo
y retransmitió en directo en Twitch el asesinato de 10 inocentes.
Pásate por los destacados de Agosto 2019.
Aunque el debate sobre cómo y hasta dónde llegar
en el combate contra el terrorismo interno es profundo, y
está lastrado por abusos cometidos en nombre de la lucha antiterrorista
tras los atentados del 11-S con el amparo de la Ley Patriota,
se ha enrarecido por la brutal polarización política del país.
Los republicanos han sumergido también este debate en las
guerras culturales y su esfuerzo aboca al fracaso la última
iniciativa legislativa que ha abordado la cuestión. Esta semana
volvió a presentarse ante la Casa de Representantes la propuesta
de Ley de Prevención de Terrorismo Nacional, una iniciativa
que ha ido evolucionando desde su planteamiento original en
2017. El proyecto de ley, que llegó a tener 207 copatrocinadores,
incluyendo tres republicanos, crearía en los departamentos
de Seguridad Nacional y Justicia y en el FBI oficinas centradas
específicamente en seguir e investigar amenazas de terrorismo
interior y coordinarse. Obligaría a los líderes de las tres
agencias a presentar un informe conjunto dos veces al año
y a prestar atención especial a la amenaza que plantean supremacistas
blancos y neonazis, incluyendo la "infiltración en agencias
del orden locales, estatales y federales y en servicios armados".
El miércoles la propuesta fue aprobada por 222
votos a favor y 203 en contra en la Cámara baja después de
que se realizaran cambios en el texto promovidos por el ala
progresista del Partido Demócrata. Preocupados por que se
pueda usar la ley para perseguir a gente de color o limitar
derechos, los progresistas lograron que se estrechara la definición
de terrorismo interno y se incluyera un examen obligatorio
de libertades civiles en las investigaciones, de las que se
excluirían las manifestaciones.Solo el republicano Adam Kizinger
(que no era patrocinador y es uno de los dos conservadores
que se sienta en el panel que investiga el asalto al Capitolio)
se sumó a los demócratas. Y aunque la semana que viene se
presentará la iniciativa paralela necesaria en el Senado,
llegará muerta de entrada. Con solo 50 escaños, los demócratas
no alcanzan los 60 votos necesarios para hacerla avanzar.
Adam Daniel Kinzinger es un político estadounidense
perteneciente al Partido Republicano. Desde 2011 ha representado
al estado de Illinois en la Cámara de Representantes de Estados
Unidos.
El debate sobre la propuesta de ley el miércoles
mostró la gran brecha por la que se hunde prácticamente todo
en estos EEUU radicalmente divididos. Brad Schneider, el congresista
demócrata que la ha presentado, hizo una apasionada defensa
de la normativa, planteando que es la única opción de frenar
futuros tiroteos dado que el Congreso "no puede hacer que
gente como Tucker Carlson deje de vomitar en las ondas la
odiosa y peligrosa ideología de la teoría del reemplazo" y
"no ha sido capaz de frenar la venta de armas de asalto".
Los republicanos, en cambio, se organizaron para votar contra
la proposición. Su razonamiento es que los demócratas ponen
en la diana a conservadores y que se daría demasiado poder
al Departamento de Justicia para perseguir, por ejemplo, a
los padres que han estado protestando en reuniones de consejos
escolares contra mandatos de vacunación y máscaras o por cuestiones
de raza y género en la educación o a quienes se oponen al
derecho al aborto. "Mis constituyentes sienten que estas investigaciones
se han politizado", dijo el congresista Don Bacon, uno de
los copatrocinadores republicanos que votó contra la norma.
Los conservadores, que siguen bloqueando la investigación
del asalto al Capitolio, cuestionan también que se destinen
recursos a estudiar la infiltración de supremacistas en fuerzas
armadas y del orden.
Desde las filas demócratas se urge a los republicanos
a tomar posiciones. El congresista Jerrold Nadler, por ejemplo,
les ha instado a denunciar la supremacía blanca y el extremismo
en sus propias filas. "El problema no es que el Partido Republicano
sea racista, es que no denunciará a los racistas que alberga",
ha dicho, recordando también que la formación se resiste a
tildar de ataque terrorista o insurrección el asalto al Capitolio
y lo llaman, en cambio, "discurso político legítimo".
El congresista Jerrold Nadler.
También Dick Durbin, el senador que presentará
la propuesta en la Cámara alta, defendía que "igual que se
tomó el 11-S en serio es necesario tomar esto en serio", en
referencia al auge de un supremacismo blanco que, recordaba,
tiene una larga historia en EEUU. "Lo único que falta entre
estas organizaciones y el pasado son las túnicas blancas",
decía en una referencia al Ku Klux Klan. Pocos, en cualquier
caso, tienen esperanzas de que la matanza de Búfalo cambiará
algo. "La triste realidad es que combatir a la extrema derecha
se ha vuelto un asunto altamente partidista en EEUU", escribía
esta semana en una columna en The Guardian Cas Mudle, especialista
en extremismo político y populismo. "Cualquier intento de
hacer esto un esfuerzo bipartidista significa descafeinar
las medidas y limitarlas a lo más extremo. Si Biden y los
demócratas quieren combatir la supremacía blanca deben hacerlo
sin el Partido Republicano", continuaba. "El actual Partido
Republicano no solo no es parte de la solución, es una gran
parte del problema".
El autor de la matanza racista de Búfalo se
radicalizó por internet en la pandemia por «aburrimiento».
Payton Gendron, seguidor de ideas supremacistas blancas, publicó
dos días antes en las redes cómo iba a perpetrar su ataque.
Fue investigado por la Policía del condado de
Broome en junio del año pasado. Uno de los responsables del
instituto en el que estudiaba, el Susquehanna Valley High
School, avisó a las autoridades de que que Gendron, entonces
de 17 años, había amenazado con tirotear a sus compañeros
de clase «durante la graduación o algún tiempo después». Gendron
ya había mostrado comportamientos extraños. Durante una semana,
apareció en el instituto con un traje de protección de materiales
radioactivos. En clase de política, cuando tuvo que elegir
un sistema de gobierno de su gusto, describió uno de estilo
totalitario, hitleriano. El incidente de la graduación no
acabó con ninguna imputación. Le hicieron una revisión de
su salud mental, asistió a unas sesiones de terapia y eso
fue todo. La denuncia tampoco le impidió comprar, algunos
meses después, varias armas de gran calibre de forma legal.
Las utilizó para atacar un supermercado en un barrio negro
de la segunda mayor ciudad del estado de Nueva York.
Trump presionó a los Servicios Secretos para
que le dejaran unirse a la marcha hacia el Capitolio. Pásate
por el monográfico sobre segregación en >>
Ser humano.
Gendron vivía en Conklin, una localidad de cinco
mil habitantes, en el estado de Nueva York, pero en las antípodas
de la ciudad que da nombre al estado. Es un entorno rural,
tranquilo y seguro, a pocos kilómetros de la frontera con
Pensilvania, con gente de clase media, en su gran mayoría
blancos, de voto ‘trumpista’ y costumbres tradicionales, que
viven en casas unifamiliares con jardines cuidados. La América
convencional, que también domina el interior del estado de
Nueva York, pese a que el gran peso demográfico, político
y cultural esté en la gran ciudad. Gendron vivía con sus padres,
Paul y Pamela, ambos ingenieros civiles, y dos hermanos pequeños.
El atacante se había matriculado en cursos de ingeniería de
la universidad estatal local. Nada era en especial sobresaliente
de la familia Gendron, aunque algunos han descrito a Paul
como una persona «extraña» en declaraciones a medios locales
como ‘Buffalo News’ y a Pamela con cierto aire de superioridad.
Pero otros los retrataban como «gente normal» y otros como
«fantásticos».
Sea como fuere, su primogénito cogió el coche
el sábado y condujo durante más de tres horas hasta el supermercado
en las afueras de Búfalo para perpetrar su matanza. Lo había
telegrafiado todo en un manifiesto que colgó un par de días
antes en internet. En él, se mostraba sin ambages como un
joven radicalizado hasta el extremo, consumido por la ideología
racista del supremacismo blanco. Escribió 180 páginas en los
que detalló cómo sería el ataque y en qué lo justificaba.
Aseguró que se radicalizó por internet, en foros como 4chan,
el mismo que diseminó las teorías conspiradoras de QAnon que
han ganado peso en sectores del partido republicano. Fue durante
la pandemia. Estaba «aburrido», escribió.
La icónica imagen de las zonas residenciales.
Gendron, en esencia, justificó su ataque en
la teoría supremacista del «reemplazo»: la idea -agitada por
la extrema derecha estadounidense- de que la presencia creciente
minorías raciales y los inmigrantes busca «acabar de forma
racial y cultural» con los blancos de origen europeo. Gendron
habló de «genocidio blanco», desgranó la diferencia en los
índices de natalidad entre minorías raciales y la población
blanca y cómo, en su relato racista, los demócratas lo promueven
para ganar elecciones. No es el caso del entorno de Gendron.
Más del 95% de la población de Conklin es de raza blanca.
Pero él buscó el distrito postal con mayor población negra.
Lo encontró en Búfalo y fue a por él. En el manifiesto describía
con todo detalle qué haría ese día -incluso el bocadillo de
fiambre de ternera que desayunaría- y a qué hora ejecutaría
el ataque. Lo preveía a las 4 de la tarde, pero se adelantó
en una hora. Mató a diez personas e hirió a otras tres. Diez
de las víctimas eran de raza negra. Su plan incluía proseguir
la matanza en las inmediaciones del supermercado. Pero se
entregó a la policía en la puerta del establecimiento.
Nota de prensa, Junio 2022:
Al menos 11 muertos en cuatro tiroteos en EEUU
este fin de semana.
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