El bosque boreal canadiense es uno de los mayores
almacenes de carbono del planeta, un escudo global en la lucha
contra la crisis climática. Allí, en uno de los últimos rincones
salvajes que quedan en todo el mundo, una comunidad indígena
está recuperando el poder de decidir sobre su futuro y su
territorio, y lo está utilizando para proteger los ríos, lagos
y bosques de los que depende su supervivencia.
En la larga lista de atrocidades sufridas por
los pueblos indígenas canadienses llaman la atención las cometidas
en nombre de la protección de la naturaleza. Así les sucedió
a los Sayisi Dene, una tribu del Ártico canadiense que, como
muchas otras en aquel duro entorno, había ligado su vida y
su supervivencia a la del caribú.
Hoy se sabe que las inmensas manadas de este
pariente del reno, con cientos de miles de animales, están
en declive por la destrucción de su hábitat. Pero en 1956
el Gobierno de Canadá acusó al pueblo Sayisi Dene de cazar
en exceso la especie, de la que siempre había subsistido,
y lo expulsó de sus tierras. Desplazado a un campamento de
chabolas a las afueras de la mayor población de la bahía de
Hudson, despojado de su modo de vida y sin posibilidad de
cazar, la tribu sucumbió al hambre, la pobreza y la desesperación:
un tercio de los Sayisi Dene perecieron hasta que lograron
restablecerse en 1974, en una nueva comunidad en los bosques
y lagos que siempre les nutrieron.
Un grupo de guardianes territoriales indígenas
-Land Guardians- del pueblo Kaska Dena.
Ahora, esta comunidad está al frente de una
iniciativa que muestra el giro radical que ha dado la conservación
de la naturaleza en Canadá: de marginar y expulsar a los pueblos
indígenas, a dejarles decidir sobre el destino de sus territorios
ancestrales. Es un nuevo modelo que el país presentará al
mundo en la cumbre de biodiversidad de la ONU que se celebra
hasta el 19 de diciembre en Montreal y que, según la ciencia,
es esencial para frenar la crisis de extinción de especies
en todo el planeta. Según esa lógica, en vez de blindar espacios
protegidos, cuidar la biodiversidad implica ceder poder a
quienes llevan incontables generaciones protegiendo con éxito
la naturaleza. En el caso de los Sayisi Dene, la tribu está
liderando una iniciativa junto a otras tres naciones indígenas
para preservar un territorio salvaje del tamaño de Aragón
—50.000 kilómetros cuadrados— frente a todo tipo de actividad
industrial y extractiva. “Siempre supimos que éramos grandes
guardianes de la tierra, porque la escuchábamos. Es una parte
de nuestra alma con la que nos conectamos: las aguas, el caribú
y todos los animales que hay allí”, dijo el antiguo jefe de
la tribu, Ernie Bussidor, al presentar esta iniciativa que
protegería la cuenca del río Seal. En 2020 recibieron fondos
del gobierno federal para desarrollar la propuesta, que debería
hacerse realidad antes de final de este año.
En ese inmenso territorio no hay minas ni presas
ni carreteras permanentes. Al río le dan nombre las focas
que remontan hasta 200 kilómetros aguas arriba desde la bahía
de Hudson, donde viven osos polares y belugas. Y más de 400.000
caribúes llegan allí cada invierno procedentes del Alto Ártico.
Por eso, tras su destierro, los Sayisi Dene dijeron que “habían
vuelto al paraíso”.
Hasta 400.000 caribús migran cada año hacia
la cuenca del río Seal, en la bahía de Hudson.
Los bosques boreales, las turberas, pantanos
e incontables lagos que rodean la canadiense bahía de Hudson,
como los de la cuenca del río Seal, son una auténtica esponja
de carbono: sus suelos contienen 112.000 millones de toneladas
de carbono, el triple de lo que la humanidad emite en un año,
según un estudio de la Universidad de McMaster y WWF. Al custodiar
ese almacén de gases de efecto invernadero, pueblos indígenas
como los Saysi Dene protegen a todo el planeta. Es un esfuerzo
que están liderando muchas otras comunidades. Desde 2018,
en el bosque boreal del norte de Canadá se han creado tres
inmensas áreas protegidas indígenas, y las zonas identificadas
y propuestas por tribus de todo el país cubren una superficie
del tamaño de España, medio millón de kilómetros cuadrados.
Esas áreas se gestionan de igual a igual entre el Gobierno
federal o provincial que corresponda y las naciones indígenas.
Además, con su creación se financian empleos locales —en vigilancia
o en programas ambientales y de seguimiento de fauna— e iniciativas
económicas que contribuyan a su conservación a largo plazo.
La creación de áreas protegidas indígenas es un pilar fundamental
en el objetivo de Canadá —compartido por un centenar de países—
de proteger un 30% de la tierra y del océano para 2030, una
meta que está entre los temas clave en la agenda de la Conferencia
sobre Diversidad Biológica de la ONU (COP15) que se celebra
en Montreal desde este martes.
Los pueblos indígenas de Canadá han propuesto
la protección de inmensos territorios salvajes como Dene K'éh
Kusan, en la Columbia Británica.
“La comunidad mundial, al tratar de proteger
el 30% de las tierras y del océano, está en cierto modo poniéndose
a la altura de la ambición marcada por los pueblos indígenas”,
explicó en una conferencia de prensa previa a la cumbre la
directora de la Iniciativa de Liderazgo Indígena de Canadá,
Valérie Courtois. “Entendemos que nuestra propia supervivencia
depende de la salud de estos paisajes. Sabemos que si cuidamos
la tierra ella cuidará de nosotros”, dijo esta miembro de
una comunidad del pueblo innu de Quebec. Pero no es solo Canadá.
Según los datos del Panel Intergubernamental de expertos de
la ONU sobre Biodiversidad (IPBES) las comunidades nativas
tienen control o viven en más de un cuarto de la superficie
terrestre, y en sus tierras se concentra un 37% de todas las
zonas con muy baja intervención humana que quedan en el planeta.
“Es imposible afrontar la crisis de la biodiversidad sin contar
con la participación y la sabiduría de los pueblos indígenas”,
dice uno de los expertos del IPBES, Álvaro Fernández-Llamazares.
Según las conclusiones del último informe global del IPBES,
la biodiversidad también está en declive en los territorios
controlados o utilizados por las comunidades nativas, pero
a un ritmo mucho más lento que fuera de ellos. “Tenemos evidencias
científicas muy claras de que los sistemas de gestión del
territorio de los pueblos indígenas suelen ser muy sofisticados
y efectivos a la hora de prevenir la erosión de la biodiversidad”,
asegura Fernández-Llamazares, investigador del Institut de
Ciència i Tecnologia Ambientals (ICTA) de la Universidad Autónoma
de Barcelona. Por ejemplo, se ha descubierto que la riqueza
de anfibios, aves o mamíferos es mayor en las zonas gestionadas
por pueblos nativos, gracias a prácticas tradicionales como
las quemas de baja intensidad que abren pequeños claros en
los bosques y aumentan la diversidad de los hábitats.
El experto del IPBES señala también “la lucha
por mantener la integridad ecológica y cultural de sus territorios
frente a presiones industriales y extractivistas”. En Canadá,
las comunidades nativas son en muchos casos la primera línea
de defensa contra la destrucción de la naturaleza, evitando
la tala de árboles milenarios, frenando megaproyectos mineros
en el Ártico o bloqueando gasoductos en la salvaje costa oeste.
En otros lugares, como la Amazonía, esa lucha cuesta demasiadas
veces la vida: más de un 40% de los casi 200 defensores de
la tierra asesinados en 2021 eran indígenas, según los datos
del informe anual de Global Witness. Los representantes de
estas comunidades insisten en que los compromisos globales
para proteger la naturaleza no tendrán éxito sin fortalecer
sus derechos territoriales y aumentar su participación en
la toma de decisiones. Es una idea apoyada hoy en día por
el mundo científico y conservacionista que supone un cambio
radical frente al modelo histórico para impulsar los parques.
“La creación de áreas protegidas en gran parte
del Sur Global ha seguido un modelo de conservación fortaleza,
basado en la idea de restringir el acceso a la naturaleza
con el fin de preservarla”, explica el experto del IPBES.
En palabras de Ethel Blondin-Andrew, la primera mujer indígena
que fue ministra en Canadá: “Durante demasiado tiempo, la
protección de la naturaleza se ha centrado en construir una
valla para mantener a la gente fuera. El enfoque indígena
vuelve a situar a las personas como guardianes. Hace tiempo
que reconocemos que la tierra necesita a la gente y la gente
necesita a la tierra”.
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