Narciso Ibáñez Serrador ha escrito algunas de las páginas
más inquietantes del audiovisual fantástico español cuando
el género era mucho más minoritario. Lo hizo en la televisión
con 'Historias para no dormir' y en el cine con solo dos películas,
'La residencia' y '¿Quien puede matar a un niño?'.
Conocido popularmente como Chicho, fue un verdadero francotirador
en uno y otro medio. Directores españoles que hoy practican
el cine de terror con total normalidad, como J. A. Bayona,
Jaume Balagueró, Álex de la Iglesia, Nacho Vigalondo, Alejandro
Amenábar, Rodrigo Cortés, Juan Carlos Fresnadillo y Paco Plaza
fueron los encargados de escenificar el pasado mes de febrero,
durante la celebración de los premios Goya, la entrega del
Goya de Honor a Chicho, saldando así parte de la deuda que
habían contraído con él. Chicho supo diseñar el concurso catódico
más hedonista menos de una década después de haber creado
la serie de terror y misterio modélica. 'Historias para no
dormir' debutó en 1966, tuvo una segunda temporada entre 1967
y 1968, un resurgir en 1974 con un solo episodio titulado
'El televisor', ya rodado en color, y volvió con una nueva
tanda de historias macabras, pero menos logradas, en 1982.
La primera temporada es la mejor, un fascinante descenso al
horror mental y físico rodada con la suficiente imaginación
para nivelar la precariedad de medios: donde no llegaba la
técnica de la cámara y el dinero para las escenografías, aparecía
la originalidad del planteamiento, la creación de una atmósfera
turbadora y las espléndidas interpretaciones del padre de
Chicho, Narciso Ibáñez Menta. Bebedor de Edgar Allan Poe,
Ray Bradbury, Henry James y Robert Louis Stevenson. Pese a
lo aterrador, siniestro y trágico de estas historias, que
el autor ya había ensayado en varios telefilmes y miniseries
realizadas antes en Argentina, a Chicho nunca le faltó el
sentido del humor. De ahí que presentara cada episodio de
manera distendida en una clara alusión a dos series estadounidenses
tan emblemáticas como 'Alfred Hitchcock presenta' y 'The twilight
zone', también presentadas por sus respectivos creadores,
Hitchcock y Rod Serling. '¿Quién puede matar a un niño?' (1976)
es un hito respecto a la representación de la infancia como
un ente amenazante: una pareja de turistas británicos llega
a una pequeña isla española habitada solo por niños. Puro
mal rollo en la tradición de 'El señor de las moscas' o 'El
pueblo de los malditos'.
Reapareció en la vida pública para el pre-estreno
de la película de Jota Bayona, Jurassic World 2, mostrando
los estragos de la enfermedad degenerativa. A sus 83 años
se mostró sereno, locuaz, con el éstilo que
le acompañó toda su vida. En silla de ruedas
quiso acercarse al director de cine español que más dinero
recauda en las taquillas de todo el mundo. Un pupilo aventajado.
Todo el mundo quería hacer fotos de Chicho al lado de los
velociraptores. La dignidad del viejo director era superior
a toda la alfombra roja de estrellas de Hollywood protagonistas
de la quinta entrega de la saga creada por Michael Crichton
y llevada al cine por Steven Spielberg.

Pero no todos los que han trabajado con el director hablan
bien de él. Chicho dejaba llorando a las azafatas y trabajadores,
reñía al público y criticaba a Mayra Gómez Kemp en grabaciones
maratonianas, era despótico y enfermo del trabajo. Años
después admitiria haber trabajado demasiado. Trajo
a España a Bigote Arrocet, fué director del primer
consultorio sexual en TVE, Hablemos de sexo, también,
descubridor de Nuria Roca en Waku waku, concurso infantil
de animales, en la memoria colectiva de los españoles.
Narciso Ibáñez Serrador nació en 1935 en Montevideo, siendo
el único hijo del matrimonio formado por el director y actor
teatral Narciso Ibáñez Menta y la actriz Pepita Serrador.
Por línea paterna era nieto de Narciso Ibáñez Cotanda y Consuelo
Menta Ágreda, una pareja española que tenía una compañía de
variedades, y que se trasladó a Argentina en la década de
1920. Pasó toda su infancia en América Latina acompañando
a sus padres durante sus giras teatrales, y con 8 años realiza
su primer papel doblando, para todo el mundo hispanohablante,
al conejo Tambor en la película de Disney Bambi. Sus padres
se divorciaron cuando él apenas contaba con cinco años, y
aunque siempre mantuvo una buena relación con su padre, vivió
con su madre, con la que se trasladó a España en 1947, para
estudiar el bachillerato en los Hermanos de La Salle, en Salamanca.
Ibáñez Serrador estuvo marcado en su infancia por la púrpura
hemorrágica, una enfermedad que le impedía jugar con otros
niños y practicar deporte, lo que lo convirtió en un muchacho
solitario. La profesión de sus padres aumentó aún más su aislamiento,
pues solían ausentarse al estar frecuentemente de gira. Su
única opción de compañía fueron los libros. Entre sus escritores
favoritos se encontraban Edgar Allan Poe y Ray Bradbury, que
luego tendrían una gran influencia en su producción televisiva;
en el cine, su principal influencia sería Alfred Hitchcock.
Ibáñez Serrador recuerda a su madre como una mujer poco dada
a las muestras de afecto, pero preocupada por su formación,
que le introdujo en el mundo del teatro desde cero: primero
como acomodador, luego como taquillero, posteriormente realizando
algunos papeles, hasta finalmente llegar a realizador. También
trabajó como actor, iniciándose en 1951 con un pequeño papel
en Filumena Marturano, de Eduardo De Filippo. Sin embargo,
a principio de los años 50 dejó de lado su incipiente carrera
en el teatro y se marchó a Egipto, atraído por el país y por
una chica que había conocido, donde sobrevivió seis meses
realizando diferentes trabajos no cualificados.

La carrera profesional de Ibáñez Serrador se había iniciado
escribiendo novelas radiofónicas y con el estreno teatral
de su primera comedia Obsesión, que siempre firmaba bajo el
pseudónimo “Luis Peñafiel”. No obstante, su despegue profesional
tuvo lugar a su regreso a Argentina, donde empezó a trabajar
en televisión de la mano de su padre, que en los años previos
había desarrollado una firme carrera en el cine argentino.
Aunque realizó algunos trabajos como actor, pronto se distinguió
por sus guiones y adaptaciones, como los realizados para Teatro
universal en un acto (1957). Tras estos inicios siguieron
numerosos guiones televisivos, como Historias para mayores
(1957, 1960), El fantasma de la ópera (1960) o Arsenio Lupin
(1961), aunque sobre todo destacando su primera serie de terror,
Obras maestras de terror (1960-1962). Si bien el frenético
ritmo de trabajo de la televisión argentina le fue desencantando,
pues el producto final no poseía la calidad que le habría
gustado. También destacó como un pionero de la ciencia ficción
en la televisión con su serie Mañana puede ser verdad. Finalmente
regresó a España en 1963, con 28 años, dirigiéndose a TVE
(que en aquellos años era la única cadena de televisión del
país), y enseguida consiguió un trabajo al mostrar algunas
de las producciones que había realizado en Argentina. Sus
primeros trabajos mezclarían, de hecho, los dos mundos que
conocía: el teatro y la televisión, y es que consistieron
en adaptaciones de piezas clásicas para el programa Estudio
3 (1964). También realizó guiones de series La puerta cerrada
(1964) y La historia de San Michele (1964), recuperando además
la serie Mañana puede ser verdad (1965). A su regreso a España
también siguió vinculado al teatro, estrenando su obra Aprobado
en castidad (que la censura obligó a renombrar como Aprobado
en inocencia), que él mismo interpretó junto a su madre poco
antes del fallecimiento de esta, sucedido en 1964 a causa
del cáncer.
El nombre de Ibáñez Serrador comenzó a ganar fuerza en TVE
en 1966. Si en sus trabajos anteriores ya había demostrado
su talento, fue a partir de este año cuando demostró todo
su potencia con la serie Historias para no dormir, donde ofrecía
relatos de terror que, independientemente de que dieran más
o menos miedo, resultaron un revulsivo en la España de la
dictadura. Y es que, pese a la censura, que vigilaba de que
los programas de televisión fuesen aptos para toda la familia,
la capacidad de Ibáñez Serrador para sugerir sin mostrar permitió
que las historias poseyeran una gran calidad. El programa
llegaría a contar con tres temporadas y gozaría de numerosas
reposiciones, y uno de sus capítulos, “El asfalto” (basado
en un relato de Carlos Buiza) le valió Ibáñez Serrador ganar
la Ninfa de Oro al mejor guion en el Festival de Televisión
de Montecarlo de 1967; era el primer galardón internacional
tanto del realizador como de la propia TVE. Con un mayor reconocimiento
por parte de la televisión pública, en 1967 realiza y escribe
junto a Jaime de Armiñán el programa especial de humor Historia
de la frivolidad, interpretado por Irene Gutiérrez Caba. En
TVE se esperaba que el programa ganara nuevos premios internacionales
y ayudase a blanquear la imagen de España, que seguía bajo
un régimen dictatorial. Sin embargo, la censura se negó a
su emisión, lo que suponía un problema: el programa no podía
competir en el exterior si previamente no había aparecido
en televisión, lo que se solucionó con una emisión sin anunciar
y pasada la medianoche. Pese a ello, el éxito entre la crítica
fue enorme y se convirtió en la producción más premiada de
la historia de TVE, obteniendo la Ninfa de Oro (Montecarlo),
la Rose d'Or (Suiza), la Targa d´Argento (Italia) e incluso
el premio de la Asociación Católica Internacional. El aumento
de la popularidad de Ibáñez Serrador se hizo notorio, y buscó
capitalizar dicho éxito con la fundación en 1970 PROINTEL
S.L., la primera productora independiente de televisión creada
en España, lo que le facilitaría la realización de sus proyectos.
Pese a estos éxitos en televisión, el realizador también encuentra
tiempo para desarrollar otros proyectos alejados de la pequeña
pantalla, dirigiendo la película de terror La residencia (1969)
y estrenando la comedia teatral El agujerito. Con todo, su
mayor éxito no iba a provenir ni del cine ni del teatro, sino
nuevamente de la televisión, donde en 1972 desarrolla un concurso
televisivo que revolucionará la pequeña pantalla española:
el Un, dos, tres. La idea no partió de Ibáñez Serrador, sino
de la propia TVE, que había recibido críticas por la escasez
de contenidos culturales y quería que el premiado realizador
ideara un espacio moderno pero que no chocase con la censura.
A Ibáñez Menta no le hizo mucha gracia que su hijo realizara
un concurso televisivo: tras el éxito obtenido en los años
previos, aquello le parecía un paso atrás. Es por eso que
Ibáñez Serrador decidió que su nombre no apareciera en los
créditos del programa, y solo cuando este demostró ser un
éxito incluyó al inicio un curioso mensaje: “Y si algo falla
el responsable es... Narciso Ibáñez Serrador”. Era un programa
que mezclaba el formato clásico de concurso televisivo con
el espectáculo de variedades, dando lugar a un espacio donde
cabía todo. De hecho, su principal característica era la capacidad
de sorprender, tanto por su espectacularidad como por el hecho
de que se produjeran giros inesperados, algo que no era común
en el rígido modelo televisivo de aquellos años. El presentador
era el peruano Kiko Ledgard, que iba acompañado por una serie
de azafatas cuyo aspecto debían resultar atrayentes tanto
al público masculino como al femenino, y todo ello sin despertar
las iras de la censura, con la que el programa llegó a tener
algunos problemas. El éxito en Un, dos, tres precipitó el
ascenso de Ibáñez Serrador al cargo de Director de Programas
de RTVE en 1974, aunque era un puesto de gestión que no casaba
con su vocación, por lo que se limitó a poner fin a la figura
del censor (a partir de ese momento los productores usarían
el sentido común, no los dictados de un funcionario) y a las
pocas semanas presentó su dimisión. Durante ese tiempo, compaginó
el éxito de Un, dos, tres... con nuevas adaptaciones de novelas
como El televisor, interpretada por su padre, o la serie radiofónica
Historias para imaginar para Radio Nacional de España. En
1976 rodó la película de terror ¿Quién puede matar a un niño?,
basada en la novela de Juan José Plans, El juego de los niños,
que fue estrenada internacionalmente, y que pese a no tener
especial éxito en su momento, con los años iba ganando un
público creciente, hasta convertirse en un título reverenciado.

Durante la Transición española, Ibáñez Serrador decidió volver
con una segunda etapa del Un, dos, tres, que abarcaría de
1976 hasta 1978, y que volvería a contar con Kiko Ledgard
al frente del programa. Se contó con un nuevo elenco de azafatas,
entre las que se encontraba una joven Victoria Abril que aún
no había hecho carrera en el cine. El programa, como en la
etapa anterior, empleó a muchos humoristas desconocidos por
el gran público, que alcanzaron notoriedad gracias a su participación
en el este espacio. Muchos de esos programas, como Mis terrores
favoritos o una nueva temporada de Historias para no dormir,
se emitieron en la segunda cadena de TVE, que por entonces
cosechaba una audiencia menor. De hecho, los problemas para
continuar produciendo Historias para no dormir le hacen regresar
con una nueva etapa del Un, dos, tres (1982-1988). En esta
nueva andadura fue necesario buscar un sustituto para Ledgard,
llegando a barajarse como presentador a un jovencísimo Emilio
Aragón, si bien se terminó por elegir a una actriz que había
aparecido varias veces en la etapa anterior del programa,
Mayra Gómez Kemp, siendo la primera mujer en dirigir un programa
de esas características. Entre los cambios también estuvo
un nuevo papel para las azafatas, que perdieron el papel decorativo
de etapas anteriores para participar más activamente en el
programa. El mayor peso de las mujeres se vio incluso en los
guiones, pues entre los guionistas no solo había nombres como
Fernando León de Aranoa o Joaquim Oristrell, sino que también
se hallaba a Emma Ozores. Esta versión del Un, dos, tres consiguió
en sus mejores momentos 24 millones de espectadores en un
país donde habitaban 37 millones de personas. Su éxito animó
a que se exportase al extranjero, instalándose en países como
Portugal (llamado Um, dois, três, duró de 1984 hasta 2004),
Países Bajos (De 1-2-3 show, 1983-1986) o Alemania (Die verflixte
sieben, 1984-1987). En Reino Unido (Three, Two, One, 1978-1988)
atraía a 12 millones de espectadores semanalmente.

Tras varios años intensos de Un, dos, tres,
Ibáñez Serrador decidió darle un parón al programa y crear
nuevos formatos. El primero de ellos fue Waku Waku, presentado
por Consuelo Berlanga, que apareció en 1989. Estaba centrado
en el mundo animal, y en él se hablaba ya sobre el peligro
de la extinción de especies, un tema que aún no era común
hablar en los grandes medios de masas. El programa se retomaría
en 1998 bajo la presentación de Nuria Roca, y se mantendría
en antena hasta 2001. Hablemos de sexo fue otro programa rompedor,
que llegó a los televisores en 1990 en una España en la que
la democracia ya estaba consolidada, pero donde la mentalidad
aún no había terminado de cambiar y en la que hablar de sexo
en televisión seguía estando mal visto. Sin embargo, el enfoque
didáctico que le dio la presentadora, Elena Ochoa, garantizó
su aceptación. El éxito de estas propuestas no impidió que
Ibáñez Serrador regrasara al Un, dos, tres una vez más entre
1991 y 1994, aunque en esta ocasión sustituiría a Gómez Kemp,
primero por una pareja de presentadores, Jordi Estadella y
Miriam Díaz-Aroca, y luego por Josep María Bachs. Pese a competir
con diversas cadenas privadas que habían ido apareciendo en
los años previos, el programa siguió gozando de una gran popularidad,
con una media de 10 millones de espectadores cada semana.
Tras dirigir el programa de sucesos Luz roja, Ibáñez Serrador
aportaría su última invención para TVE, una adaptación del
programa italiano La Corrida (de Canale 5) que se bautizó
como El semáforo presentado por Jordi Estadella, cuya existencia
se prolongó de 1994 hasta 1997, y en el que el público se
convertía en jurado al valorar a un artista novel con sus
aplausos o con una cacerolada.
En 2005 la cadena privada Telecinco le pidió
la grabación de varias películas de televisión bajo el título
Películas para no dormir, para las que Chicho contó con directores
como Álex de la Iglesia o Enrique Urbizu entre otros. Sin
embargo, la cadena no se decidió a emitirlas hasta 2007, y
el espacio fue relegado a las pocas semanas a los canales
de TDT del grupo. Anteriormente, las películas habían sido
publicadas en un pack de DVD. Su última creación fue Memoria
de elefante (2003-2008), un programa presentado por Patricia
Pérez y poco conocido por haber sido emitido por la cadena
autonómica Castilla-La Mancha TV. Era un concurso de 25 minutos
de duración en el que los concursantes aparecían montados
en un gran elefante y vestidos al estilo Las mil y una noches,
teniendo que asociar imágenes ayudándose de su memoria.
Residía en su casa de Somosaguas, una lujosa
urbanización al noroeste de Madrid, donde vivía completamente
retirado del trabajo. Seguía disfrutando de la lectura, pero
se había refugiado en los textos que ya conocía: “Me gusta
lo conocido para encontrar giros que me habían pasado inadvertidos.
Estoy en una época decadente”. Las dificultades para moverse
también le hacían pasar muchas horas frente al televisor.
Pese a su enfermedad, intentó acudir a los diversos premios
y homenajes que se le realizaron. De este modo, en 2009 fue
homenajeado en la Seminci de Valladolid, acto al que acudió
personalmente, y por el Festival de Cine de Alicante por su
contribución en el cine fantástico y de terror. En 2010, fue
galardonado por el Ministerio de Cultura con el Premio Nacional
de Televisión en reconocimiento a toda su trayectoria. En
2016 reapareció en el programa Late motiv de Andreu Buenafuente
para dar una sorpresa al director de cine de terror Juan Antonio
Bayona. Un año después, Ibáñez Serrador participó en el programa
de TVE Imprescindibles: Historias para recordar, que giraba
en torno a su trayectoria. Su último acto público tuvo lugar
en febrero de 2019, al recibir el Goya de Honor que otorga
la Academia de Cine, pero su estado de salud le impidió acudir
a Sevilla, donde se realizaba la ceremonia, realizándose un
acto especial en Madrid, que sirvió también como su despedida
de la vida pública. Sus restos mortales descansan en Granada,
enterrados junto a los de su madre.

Pese a ser más conocido por su trabajo en televisión,
la influencia teatral de Ibáñez Serrador fue clave, aplicando
a la televisión mucho de lo que había aprendido realizando
teatro. Creía que un buen programa no solo debía ser atrayente,
también tenía el deber de contar algo. Su amplia experiencia
en todo tipo de trabajos en el teatro le dio un conocimiento
muy amplio y diverso del mundo del espectáculo, y eso le llevó
a ser muy perfeccionista, y por ello, pese a ser una persona
generalmente descrita como afable y agradable en el trato,
en los ensayos era muy duro y exigente. Miriam Díaz-Aroca,
que trabajó con él en el programa "Un, dos, tres" señalaba
su gran talento, pero también su parte más oscura: “Tenía
ese lado malévolo. Tenía esa psicología que él utilizaba de
que si te ponía al límite tú ibas a crecer y dar lo mejor
de ti. Pero no todo el mundo sabe estar al límite”. Este conocimiento
del mundo del espectáculo también le hizo tener muy claro
qué quería. Eso condujo a un estilo de dirección era muy personal,
tomando él todas las decisiones y no delegando en nadie, de
ahí su necesidad de aparcar temporalmente programas como Un,
dos, tres para desconectar de todo y recuperar fuerzas. Pese
a que la mayor parte de su carrera la desarrolló en democracia,
sus primeros años en TVE estuvieron marcado por la censura
y la necesidad de evitarla. Ibáñez Serrador jugó a cumplir
sus normas al mismo tiempo que, de forma disimulada, introducía
mensajes y guiños que generalmente escapaban a la supervisión
de los censores. El propio realizador recuerda que la censura
española “no entendía mucho de metáforas. Era una censura
torpe que solo castigaba lo evidente”. Con todo, tuvo duros
enfrentamientos con el censor de TVE, y en 1974 consiguió
que se prescindiera de dicha figura. A la hora de definirse,
se sentía cómodo tanto como un hombre del teatro como de la
televisión o del cine; de hecho, sentía que este último medio
lo había trabajado menos debido a las limitaciones que tuvo,
no a la falta de interés: “Hice el cine que me dejaron”. Buscaba
hacer aquello que le interesaba y motivaba, convencido de
que “es una barbaridad moverse por dinero. Hacer las cosas
por dinero da siempre resultados feos”.
Como rey de las primeras oportunidades, Ágata Lys,
Blanca Estrada, Victoria Abril, Silvia Marsó, Luis Larrodera
...
Muchos le deben su apoyo. Hablemos en presente. Gracias
Chicho.
Andreu Buenafuente nos dió un momento para el
recuerdo en Late Motiv.

En el despacho de Chicho, que ahora ocupa su hijo Alejandro,
hay una máscara de cuando Narciso Ibáñez Menta fue El
fantasma de la ópera. Hay decenas de viñetas con la
calabaza Ruperta y, enmarcado, el primer billete de
mil pesetas que ganó su hijo paseando perros en Mallorca
y el martillo con el que el marido de la chacha de Chicho
arrancaba los clavos sueltos en las tablas del teatro.
También cuelgan de la pared los bocetos del vestuario
de las azafatas del Un, dos, tres..., una caricatura
del periódico Arriba, un montón de TP de oro y el título
de caballero meritísimo otorgado por la muy ilustre
cofradía de la Morcilla Burgensis. Es imposible contar
los premios que hay.

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