Una física especializada en los océanos, una
científica que estudia el cambio climático en los humedales
tropicales y otra en la gran barrera de coral, una inmunóloga
que investiga el cáncer y una bióloga dedicada a la diplomacia
científica, una gestora de desastres y otra que diseña programas
sociales representarán a España en un programa internacional
de liderazgo femenino, centrado en salvar al planeta. Más
allá de sus profesiones, a estas siete españolas las une un
objetivo: aumentar el poder de las mujeres en la toma de decisiones.
«Por razones históricas no hemos llegado a la
igualdad», afirma Anna Cabré, que estudia modelos a gran escala
de la Tierra para predecir cómo cambiarán los mares con el
efecto invernadero y que participa en la iniciativa Homeward
Bound. «En las posiciones de liderazgo hay menos mujeres,
pero la igualdad de género ayuda al planeta. Las mujeres aportamos
una visión a largo plazo. Con más diversidad en una mesa de
negociación salen soluciones más originales. Tener hombres
blancos solos no ayuda».
Después de un año de actividades diversas, la
organización embarca a las 100 mujeres rumbo a la Antártida
durante tres semanas. La idea es que se faciliten grupos de
trabajo voluntarios, según las sinergias y afinidades de cada
una. «Es una experiencia dura», asegura Cabré, que ha compartido
formación con otras científicas que han vivido la experiencia
en ediciones anteriores. «La mayoría no se conoce y los primeros
días los pasas vomitando. Estás lejos de tu casa, sin internet».
En el caso de Cabré, que vive actualmente en Alemania y trabaja
como investigadora en la Universidad de Pensilvania, la experiencia
implica la separación de sus hijos, de cuatro y dos años.
«Ser madre es parte esencial de mi decisión
para participar en esta iniciativa. Mis hijos hacen que me
preocupe y me responsabilice más que nunca por el futuro que
dejamos», asegura Cabré, que en noviembre hará equipo con
Marga Gual, Blanca Bernal, Laura García Ibáñez, Cristina Otano,
Patricia Menéndez y Laura Fernández. «Pero me entró terror
dejarlos tanto tiempo y estoy más amorosa. Hay algo de irse
despidiendo».
Para hacer más fácil la despedida, la experta
en descifrar los datos que envían los satélites ha creado
un libro ilustrado para niños, que lanzó en la plataforma
Verkami. «El cuento empieza el día que mamá llega a la Antártida
y se encuentra una ballena, una foca, un iceberg, que le piden
ayuda porque el planeta se está calentando. Es sobre el cambio
climático a un nivel muy simple», dice la experta en océanos.
«Los modelos que estudio demuestran con certeza que sí se
está produciendo un cambio climático global», prosigue Cabré.

Nacída en Barcelona en 1980, se define
como oceanógrafa pero de formación multidisciplinaria.
Estudió físicas en Barcelona y luego completó
un doctorado sobre la estructura a gran escala del Universo
en el Instituto de ciencias del Espacio. En 2009 parte
a Philadelphia (EUA) para trabajar en lentes gravitacionales
y gravedad modificada en la Universidad de Pennsylvania.
Esta experiencia la introduce en el proceso de 'hacer
ciencia' y del mundo de la academia, pero se da cuenta
que el universo le queda demasiado lejos, así que lentamente
hace la transición hacia el estudio de la Tierra, el
clima y los océanos en el Departamento de la Tierra
y las Ciencias Ambientales, y mucho más tarde en el
Instituto de Ciencias Marinas de vuelta a Barcelona.

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Aunque exista una clara contradicción en el
hecho de que un grupo de cien mujeres, que serán mil en una
década, recorran tantos kilómetros -con la contaminación que
implica- para hablar de salvar el planeta, la elección de
visitar este delicado ecosistema no es arbitraria. Según la
organización, que nació en Australia en 2015 y realiza este
año la cuarta edición, la región «muestra las respuestas más
rápidas a algunos de los problemas de sostenibilidad global
que enfrentamos» y «ofrece una oportunidad incomparable para
observar de primera mano la influencia de las actividades
humanas en el medio ambiente».
La idea de tan larga expedición es que se formen
grupos de trabajo futuros. Las españolas, por ejemplo, han
creado una asociación llamada 'Ellas lideran' y ya han celebrado
un primer encuentro en Madrid. «El viaje está muy organizado,
y cada persona tiene tres minutos para contar qué hace», dice
Cabré. «Se conforma un espacio para que surjan colaboraciones.
Está en nuestras manos ir encontrándonos y formar grupos.
Una vez allí se visitan bases científicas». De la experiencia,
además de resoluciones, quizás salga otro libro.
Un estudio científico concluye que la pérdida
de masa de hielo que experimenta la Antártida por año ha aumentado
6 veces respecto a lo que se registraba hace 40 años. El trabajo
fue publicado en la revista científica Proceedings of the
National Academy of Sciences (PNAS) y llevado a cabo por glaciólogos
de la Universidad de California, Irvine (UCI), del Laboratorio
de Propulsión a Chorro (JPL) de la NASA y de la Universidad
Utrecht de los Países Bajos.
En detalle, el trabajo indica que la Antártida
arrojó un promedio de 40 gigatoneladas (1 gigatonelada equivale
a 1000 millones de toneladas) de masa de hielo al año entre
1979 y 1990, elevándose a 50 gigatoneladas para el periodo
1989-2000, a 166 gigatoneladas en 1999-2009 y finalmente a
252 gigatoneladas en el último periodo considerado de 2009
a 2017. En resumen, esto implica que se ha multiplicado aproximadamente
por 6 en las últimas 4 décadas.
Entre las principales consecuencias, se encontró
que la fusión acelerada hizo que los niveles globales del
mar aumentaran más de 1,27 centímetros entre 1979 y 2017.
Eric Rignot, principal autor del trabajo, indicó que “esto
es solo la punta del iceberg. A medida que la capa de hielo
de la Antártida continúe derritiéndose, esperamos un aumento
de varios metros del nivel del mar en los próximos siglos”.
El equipo de trabajo de Rignot midió la velocidad
a la que se derrite el hielo a través de diferentes puntos
de referencia visuales en las capas de los glaciares, desde
1979 a 2017. “La búsqueda de fotos aéreas antiguas y el análisis
posterior han valido la pena porque nos ha permitido crear
la evaluación más extensa de la masa de hielo antártica restante”,
indicó.

La Antartida Oriental contiene más hielo que
la Antártida Occidental y la Península Antártica en su conjunto.
Los datos se obtuvieron de fotografías aéreas
de bastante alta resolución tomadas desde una distancia de
unos 350 metros a través de la Operación IceBridge de la NASA,
interferometría de radar satelital de múltiples agencias espaciales
y la serie actual de imágenes satelitales Landsat, que comenzó
a principios de los años setenta.
También se han empleado técnicas para estimar
el balance de la capa de hielo: una comparación de la acumulación
de nevadas en la Antártida con la descarga de hielo por los
glaciares en sus líneas de conexión a la tierra, donde el
hielo comienza a flotar en el océano y se separa del suelo.
Uno de los hallazgos clave del estudio es la
contribución que la Antártida Oriental ha hecho a la pérdida
total de masa de hielo en las últimas décadas. “Esta región
es, posiblemente, más sensible al cambio climático de lo que
tradicionalmente se ha asumido, y es importante saberlo porque
contiene incluso más hielo que la Antártida Occidental y la
Península Antártica en su conjunto”, agregó Rignot.
“Si el estudio está en lo cierto, podrían cambiar
las previsiones del aumento del nivel del mar para este siglo.
Las científicos saben que la zona de la Antártida Oriental
tiene el potencial de perder cantidades significativas de
hielo, pero hasta ahora se desconocía con cuánta rapidez”,
señala el científico Michael Oppenheimer, de la Universidad
de Princeton (Estados Unidos), según declaraciones recogidas
por la revista Science.
La actividad humana ha perturbado más de la
mitad de todas las grandes zonas costeras sin hielo de la
Antártida, según un estudio publicado que mide por primera
vez la «huella del hombre» en el continente blanco. Las edificaciones
de todo tipo construidas en el remoto continente cubren más
de 390.000 metros cuadrados de terreno, con un impacto adicional
de 5,2 millones de metros cuadrados en las zonas libres de
hielo, de acuerdo al estudio divulgado por la revista científica
Nature Sutainability.
«Nuestra investigación muestra que los impactos
humanos son mayores en terrenos que también son las más sensibles
al medio ambiente: las zonas libres de hielo que se encuentran
a pocos kilómetros de la costa», dijo Shaun Brooks, autor
de este estudio, en comunicado de la Universidad de Tasmania
(UT).
«Las tierras sin hielo cuentan con la mayor
diversidad de flora y fauna del continente, incluidas las
especies icónicas como los pingüinos Adelaida, y proporcionan
las áreas más accesibles para los animales marinos que se
reproducen en la tierra», agregó este investigador que realiza
estudios doctorales en la UT.
El trabajo del Instituto de Estudios Marinos
y Antárticos se apoyó en imágenes de satélite para medir las
estaciones, cabañas, pistas de aterrizaje, vertederos y campamentos
turísticos en 158 asentamientos humanos.
«A pesar de que 53 países han firmado el Tratado
Antártico para proteger el medio ambiente antártico, hasta
ahora se contaba solamente con datos limitados de la extensión
espacial de la actividad humana en el continente», recalcó
Brooks.
El cambio climático ya es visible en muchas partes del
continente antártico.Investigadores de la Stony Brook
University (Estados Unidos) hicieron un sensacional descubrimiento
en el este de la Península Antártica a principios del
2018, la tercera o cuarta colonia más grande del mundo
de pingüinos adelaide, unas 751.527 parejas. |
Los investigadores, que incluyen a expertos
de la División Australiana Antártica y la Universidad de Wollongong,
confían en que los resultados ayuden a diseñar futuros planes
de gestión de la Antártica de cara a una mayor presencia de
expediciones científicas y turistas.
Medio centenar de países se reunieron en Praga
para afrontar los peligros del turismo y la crisis climática
en la zona, que ha perdido tanto hielo marino en cuatro años
como el Ártico en 34 años. En 2018 se tuvo que prohibir en
el continente del sur el uso recreativo de los drones, cuyo
sonido tiene un impacto en aves y pingüinos que está siendo
estudiado por expertos
El medio centenar de países que conforman el
Tratado Antártico –el sistema de gobierno internacional de
la Antártida– se reúnen estos días en Praga para abordar los
principales retos que tiene el continente, como la crisis
climática o la explotación comercial, y con especial atención
al turismo, una actividad que ya supera en número a los científicos
que investigan en la zona.
El año pasado, el número de turistas en el último
continente descubierto y explorado de la Tierra creció entre
un 8% y un 9%. En total, en 2018 visitaron la Antártida unas
56.000 personas, una cifra que, aunque no es muy elevada en
comparación con la extensión antártica, ha sobrepasado a la
de investigadores sobre el terreno, que asciende a 4.400 en
los meses más llevaderos del verano austral.
Son los datos aportados por el el viceministro
de Medio Ambiente checo, Vladislav Smrž, en la reunión anual
consultiva del Sistema del Tratado Antártico, formado hace
60 años por una decena de países –entre ellos Argentina, Estados
Unidos, Chile o Noruega– y que desarrolla normas para gobernar
y proteger el medio ambiente y garantizar la cooperación científica
y la paz en el continente, donde están prohibidas las operaciones
militares o la explotación mineral. El turismo es uno de los
grandes temas que se van a tratar en las sesiones de debate
que engloba la cumbre, en la que participa también España.
Los especialistas coinciden en que el turismo
representa un problema, pero no tanto por el número de visitantes
sino por la dificultad de que las regulaciones del Tratado
para garantizar la conservación del medio ambiente sean respetadas,
una tarea que recae en buena medida sobre la IAATO, la asociación
internacional de touroperadores de la Antártida, enmarcada
en el Comité de Protección Ambiental (CPA), que a su vez forma
parte del Sistema del Tratado. "No hay muchos turistas, pero
la mayoría va a los mismos sitios", afirma Antonio Quesada,
secretario ejecutivo del Comité Polar Español y delegado de
España en el CPA. "A España nos importa bastante el turismo,
porque una de nuestras bases, la de Gabriel de Castilla, está
en la Isla Decepción, que es uno de los puntos más visitados
del continente y siempre tenemos muchos barcos entrando y
saliendo". La presencia turística de España en la Antártida
es más bien escasa, alega este experto. De hecho, no hay touroperadores
españoles con actividad en el continente antártico. La mitad
de operadores provienen de Estados Unidos.

"Los turistas estadounidenses representan un
tercio del total", precisa Kelly Falkner, directora del Programa
Antártico de EEUU. Falkner subraya que hay una parte positiva
del turismo, pero solo cuando los visitantes van a la Antártida
a aprender porque, "cuando vuelven, son como embajadores para
el resto del mundo". Sin embargo, en su propia base, en el
Polo Sur, ya están sufriendo el exceso de turismo: "Tenemos
que adaptar nuestras políticas porque hay muchísima gente
que viene a visitarnos y tenemos que organizarnos para dedicar
nuestro tiempo a enseñarles la estación".
Cuando finalice la cumbre, el 11 de julio, los
estados miembro del Tratado emitirán un informe con las medidas,
decisiones y resoluciones que cada país deberá después incorporar
a su legislación nacional. "Pero eso puede llevar años –agrega
Falkner–, en nuestro caso, dependemos del Congreso". En lo
que respecta al turismo, asegura que EEUU aún tiene pendiente
incorporar a su legislación algunas de las medidas tomadas
en las reuniones de años anteriores.
De qué manera impacta la actividad turística
en el medio ambiente todavía se desconoce a ciencia cierta,
pero ya se han tomado algunas medidas bajo el principio de
precaución. El año pasado, por ejemplo, se prohibió el uso
recreativo de los drones, algo que por otra parte España ya
tiene asumido desde hace años, dice Quesada, y añade que,
de hecho, este país fue de los primeros en adquirir la normativa
que los regula.
"Se utiliza una base precautoria para no exponer
sin conocimiento a la naturaleza. Ahora estamos trabajando
con colonias de aves, de pingüinos, por ejemplo, para ver
cómo les afecta el ruido de los drones. Sobre todo nos interesa
la interacción con la biodiversidad, porque si el pingüino
se asusta por un dron y sale del nido, el ave escúa puede
venir y comerse al pollo. Esto es algo que en la naturaleza
ocurre normalmente, pero en este caso es forzado por el dron,
entonces no es aceptable".
Por ello, el avance en la normativa pretende
limitar el uso de drones a la actividad profesional, como
ya hace España, que solo autoriza drones con licencias para
uso científico, logístico y de gestión, como, por ejemplo:
"Si hay que rescatar a alguien, se emplea para ver dónde está,
o si hay que abrir una vía en el hielo, para ver dónde está
mejor el hielo".
El cambio climático es otro de los temas que
más preocupa este año a los científicos y diplomáticos del
Tratado. Pero es una cuestión compleja, donde no siempre hay
consenso científico ni político. El calentamiento global no
actúa de la misma forma en el polo norte y en el sur. Es más,
durante décadas, a medida que el Ártico se ha ido encogiendo,
la Antártida se ha expandido. Sin embargo, tal como expuso
hace unos días el diario The Guardian, en 2014 se revertió
esa tendencia, y eso ha dejado perpleja a la comunidad científica.
En solo cuatro años, la Antártida ha perdido tanto hielo marino
como el Ártico en 34 años. Las causas del declive todavía
no se comprenden, aunque se piensa que una parte puede ser
consecuencia de la reparación del agujero de la capa de ozono
y "hay algunas indicaciones que apuntan a que el cambio climático
también ha podido incidir, pero todavía no hay certeza", explica
a este medio Stephen Chown, presidente del Comité Científico
de Investigación Antártica (SCAR, por sus siglas en inglés),
el brazo científico del Sistema del Tratado Antártico.

En la reunión antártica del Consejo Internacional de
Sindicatos Científicos (ICSU) celebrada en Estocolmo
del 9 al 11 de septiembre de 1957, se decidió que era
necesaria una mayor organización internacional de la
actividad científica en la Antártida, y que se debería
establecer un comité para este propósito. La Oficina
del ICSU invitó a las doce naciones que participan activamente
en la investigación antártica a nominar a un delegado
para el Comité Especial de Investigación Antártica (SCAR).
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En cualquier caso, la Antártida ya está experimentando
una rápida transformación en sus ecosistemas. El cambio climático
favorece que el entorno sea mucho más benigno para las especies
no nativas, desde plantas a invertebrados. "Por ejemplo, las
poblaciones de kril (de la familia de los crustáceos) se están
moviendo hacia el sur en la península antártica, y están afectando
a otras especies", destaca Chown. También advierte de que
la pérdida de masa helada en el continente –que es el "aire
acondicionado" del planeta–, junto con los cambios en la temperatura
de las corrientes de aire, puede afectar al sistema global
climático y, en última instancia, a la sociedad mundial. "Los
humanos estamos ocasionando grandes cambios que van a influenciarlo
todo. Si el nivel del mar continúa ascendiendo, hasta llegar
hasta los dos metros de aumento, esto va a repercutir sobre
la agricultura, las ciudades, los patrones migratorios… La
cuestión es si queremos vivir en un mundo al que estamos adaptados
o al que no estamos en absoluto acostumbrados", asevera.
Además de los asuntos ambientales y el turismo,
una pata importante de la discusión anual de los miembros
del Tratado es la seguridad geopolítica. El Sistema del Tratado
Antártico, que durante estos 60 años ha servido de gobierno
de la Antártida, se considera uno de los mayores ejemplos
de cooperación internacional para el mantenimiento de la paz
y de coordinación científica. "Hoy el cambio climático y el
turismo son temas que nos preocupan, pero cuando se firmó
el tratado, en 1959, era la Guerra Fría y en aquel momento
estábamos detonando bombas nucleares. Si no hubiéramos llegado
a este acuerdo entonces, quién sabe dónde estaríamos ahora",
abunda Kelly Falkner.
Esta científica ha sido testigo de muchos de
los cambios, también sociales, que se han producido desde
la firma del Tratado hace seis décadas. Por ejemplo, ha comprobado
la evolución de la actividad de las mujeres investigadoras
sobre el terreno en la Antártida. "Este año se cumple también
el 50 aniversario desde que las mujeres pisaron el polo sur",
apunta. "La situación ha cambiado mucho desde entonces. Yo
no diría que hay igualdad, pero sí es cierto que cada vez
hay más oportunidad y a día de hoy no se me ocurre ningún
puesto en la parte operacional de la ciencia donde no haya
habido ninguna mujer".
Sin embargo, las oportunidades no se han repartido
por igual. En algunos países no se permitió a las mujeres
trabajar en la Antártida hasta la década de los 90 (los primeros
en permitirlo fueron EEUU y la Unión Soviética), puntualiza
Morgan Seag, investigadora en ciencias sociales antárticas
por la Universidad de Cambridge. Esta especialista centra
su tesis en cómo las instituciones antárticas han ido abriéndose
a las mujeres y sobre la aportación de las investigadoras
a la ciencia del continente. Cuenta que, en muchos casos,
como en EEUU y en el Reino Unido, se negaba a las mujeres
el acceso al trabajo científico sobre el terreno en la Antártida
no porque se considerara que no estaban preparadas para las
condiciones inhóspitas del continente sino porque temían que
el entorno social de las bases militares –que de por sí son
considerados muy vulnerables al estar totalmente aislados–
se viera perturbado por la presencia femenina.
Pero a las científicas en ningún caso se les
confesaba el por qué real del rechazo, sino que se les ponían
"excusas superficiales". "Les decían que lo sentían, pero
que no tenían baños para mujeres ni camas separadas, mientras
que en los archivos queda muy claro que su preocupación verdadera
era que no querían que en estos lugares tan aislados, con
personas difícilmente reemplazables, se configurara un entorno
mixto desequilibrado en que se pudieran suscitar celos. No
querían exponerse a ese riesgo", concluye.
La Antártida, también conocida como el sexto continente,
es una masa terrestre de forma semicircular y de unos
45.000 kilómetros de diámetro, ubicada en el globo terráqueo
por debajo del paralelo 60° Sur. Es el continente más
frío, seco y alto de todos y es también en donde se
encuentra ubicado el Polo Sur, el lugar más austral
posible del planeta y el que tiene las menores temperaturas
registradas. Comúnmente se incluyen como parte de la
Antártida a las Islas Georgias del Sur, Sandwich del
Sur, el archipiélago de Kerguelen y las islas Bouvet,
Heard y McDonald, todas circundantes a la plataforma
polar. Ésta a su vez se divide en la Antártida Occidental
o Antártida Menor, significativamente más pequeña en
proporciones, y la Antártida Oriental o Antártida Mayor,
que abarca el resto del continente.
Recubierta de un manto de hielo, la superficie total
de la Antártida varía según la temporada. En verano
decrece hasta los 14 millones de kilómetros cuadrados
en total, mientras que en invierno el mar se congela
y la superficie total sube a 30 millones de kilómetros
cuadrados, a medida que el hielo avanza sobre el Océano
Glaciar Antártico.
El sistema climático de la Antártida no es nada amable.
La temperatura promedio durante el mes más cálido no
supera los 0 °C, el punto de congelación del agua. En
los meses de invierno se registra una media de -17 °C,
si bien hay zonas elevadas en donde es posible alcanzar
los -93 °C.
No hay mucha vida en la región de la Antártida, como
no sea en las costas y las islas circundantes. La flora
se reduce a tipos variados de hongos, musgos y líquenes,
excepto por un par de especies de plantas autóctonas
de las islas, que a lo sumo florecen un par de semanas
en verano. Respecto a la fauna, el paisaje es escaso
en el continente, pero abundante en las aguas apenas
por encima del punto de congelación. Medusas gigantes,
anémonas y crustáceos son usuales, así como pingüinos,
focas y cormoranes que se alimentan de peces resistentes
al frío, como el bacalao antártico, capaz de producir
sustancias anticongelantes en su tejido. También suelen
verse krákenes (calamares gigantes) y la majestuosa
ballena azul.

En el invierno de 2014 se contabilizaban
40 bases de 20 naciones en la Antártida.
Protegidos por el hielo, numerosos minerales duermen
en la Antártida: yacimientos carboníferos descomunales
y grandes reservas de hierro, además de antimonio, cromo,
oro, molibdeno, uranio, petróleo y diamantes. Pero las
arduas condiciones climáticas y las dificultades marítimas
de comercio han hecho inviable su extracción sostenida.
A eso se suma, además, los enormes riesgos ambientales
que dicha operación económica entrañaría.
Otra particularidad del clima de la Antártida son sus
días y noches de seis meses de duración, debidos a la
inclinación de la Tierra sobre su eje al rotar, escondiendo
del sol su extremo austral durante seis meses y luego
exponiéndolo por otros tantos. Así, durante el solsticio
de verano en la Antártida hay luz solar durante las
24 horas del día, dando origen a las llamadas “noches
blancas”, mientras que en el solsticio de invierno hay
días en que no aparece en absoluto.
Se estima que en el inmenso casquete polar de la Antártida
esté contenido un 80% del agua dulce del planeta. Si
todo ese hielo se derritiera, el agua del mundo subiría
su nivel unos 60 metros.
La Antártida es un lugar brutalmente árido. De hecho,
se trata del lugar más seco del mundo, un desierto nival
que cubre 90% del continente y en el que no parece haber
mayores señales de vida. Esto debido a sus escasísimas
precipitaciones (apenas una media de 166 mm anuales)
ni en forma líquida ni tampoco de nieve.
La mayoría de la superficie terrestre de la Antártida
está cubierta por una densa capa de hielo o indlandsis
(término danés para el desierto polar), que tiene un
grosor promedio de 2.500 metros aunque en ocasiones
puede elevarse hasta por encima de los 4.000. Se ha
estimado su volumen total en unos 20 millones de kilómetros
cúbicos.
Existe un buen número de bases internacionales en el
continente, algunas instaladas de modo permanente y
otras solamente durante el verano. En el invierno de
2014 se contabilizaban 40 bases de 20 naciones distintas,
y el siguiente verano otras diez naciones se sumaron.
Se trata, ante todo, de enclaves científicos y de exploración
con muy poco personal en sus instalaciones.
El territorio actual de la Antártida se reparte entre
siete naciones interesadas, a pesar de que dicho reparto
no cuente con la venia de ninguna organización internacional.
Argentina, Australia, Chile, Francia, Noruega, Nueva
Zelanda y el Reino Unido se disputan actualmente la
soberanía del continente austral.
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