La biografía no ha sido un género especialmente
respetado en España, al menos hasta hace poco. Y sin embargo
resulta una herramienta esencial para, a través del estudio
de las vicisitudes y el carácter de personajes clave, entender
nuestro pasado. Esto lo defendió siempre la profesora de Literatura
en la Universitat de Barcelona Ana María Caballé Masforroll
(l’Hospitalet de Llobregat, 1954). Y ahora las máximas autoridades
de la cultura y las letras le dan la razón al concederle el
premio Nacional de Historia. El jurado, reunido bajo presidencia
del ministerio del ramo, le otorgó el galardón –dotado con
20.000 euros–, por su libro Concepción Arenal, la caminante
y su sombra .
Para los miembros del tribunal, la obra reconocida
merece el premio “por reunir todos los requisitos de excelencia
en una obra de historia: novedad historiográfica y metodológica,
pluralidad de fuentes y un planteamiento científico y riguroso
sobre un personaje todavía no suficientemente conocido”.
Aunque tenga que referirse a un libro concreto,
el Nacional de Historia también recompensa una trayectoria.
Y en este caso, el premio aplaude un gran trabajo de retaguardia
feminista mediante un concienzudo esfuerzo por hacer justicia
a las mujeres más destacadas de la literatura española. Pues
este es el núcleo de la obra de Caballé, concentrado en la
monumental colección La vida escrita por las mujeres (2003-2004),
de cuatro volúmenes, y expresado asimismo en Carmen Laforet,
una mujer en fuga , escrito en colaboración con Israel Rolón
y premio Gaziel de Memorias en el 2009; El feminismo en España.
La larga conquista de un derecho (2013), o Una breve historia
de la misoginia (2006).
La premiada es también autora de biografías
de escritores, como Vida y obra de Paulino Masip (1998), F
rancisco Umbral. El frío de una vida (2004) o Cinco conversaciones
con Carlos Castilla del Pino (2005). Y tiene estudios relevantes
de Literatura como Narcisos de tinta. Ensayo sobre la autobiografía
en lengua castellana (1995) o ¿Por qué España? Memorias del
hispanismo estadounidense , en colaboración con Randolph Pope
(2014).
Al afrontar la biografía de Arenal, Caballé
constató la escasa atención que hasta entonces se había prestado
a esta luchadora gallega del siglo XIX, más allá de incluirla
en los callejeros. “Era una progresista liberal que buscaba
la reforma de España a escala social, política y civil. Tenía
las contradicciones de su tiempo: era reformista pero siempre
fue una pensadora católica..., aunque era muy crítica con
el catolicismo practicante, al que encontraba muy hipócrita”,
declaraba ayer la galardonada.

En respuesta a una pregunta sobre el conflicto
catalán y sobre cómo Arenal habría reaccionado al respecto,
Caballé dijo: “Ella vivió un tiempo de profundas sacudidas
en el siglo XIX y siempre intentó encontrar un punto de conciliación”;
un punto en el que, como habrá de hacerse ahora, “unos cedan
y otros acepten”.
Concepción Arenal Ponte1 (Ferrol, 31 de enero
de 1820-Vigo, 4 de febrero de 1893) fue una visitadora de
prisiones licenciada en Derecho, periodista y escritora española
encuadrada en el realismo literario y pionera en el feminismo
español. Perteneció a la Sociedad de San Vicente de Paul,
colaborando activamente desde 1859. Defendió a través de sus
publicaciones la labor llevada a cabo por las comunidades
religiosas en España. Colaboró en el Boletín de la Institución
Libre de Enseñanza. A lo largo de su vida y obra denunció
la situación de las cárceles de hombres y mujeres, la miseria
en las casas de salud o la mendicidad y la condición de la
mujer en el siglo xix, en la línea de las sufragistas femeninas
decimonónicas, y las precursoras del feminismo.
Nacida en el número 177 de la calle Real en
Ferrol (La Coruña). Su padre, Ángel Arenal Cuesta, fue un
militar (sargento mayor, rango equivalente al de teniente
coronel con funciones mixtas de Intervención e Intendencia)
castigado en varias ocasiones por su ideología liberal, en
contra del régimen absolutista del rey Fernando VII. Como
consecuencia de sus estancias en prisión, cayó enfermo y murió
en 1829, por lo que Concepción quedó huérfana de padre a los
nueve años. En ese mismo año, se trasladó con su madre, María
Concepción Ponte Mandiá Tenreiro y sus dos hermanas, Luisa
y Antonia, a Armaño (Cantabria), a casa de su abuela paterna,
donde recibió una férrea formación religiosa. Un año después,
falleció su hermana Luisa. En 1834, con ayuda de su pariente
Antonio Tenreiro, segundo conde de Vigo, se trasladaron a
Madrid donde Concepción estudió en un colegio para señoritas.
Desde joven había declarado su deseo de ser
abogada. A los veintiún años de edad, para poder ingresar
como oyente en la Facultad de Derecho de la Universidad Central
de Madrid tuvo que disfrazarse de hombre, se cortó el pelo,
vistió levita, capa y sombrero de copa. Al descubrirse su
verdadera identidad intervino el rector. Tras un examen satisfactorio
fue autorizada a asistir a las clases, cosa que hará desde
1842 a 1845.
Vestida también de hombre, Concepción, de ideas
liberales y progresistas participó en tertulias políticas
y literarias, y colaboró en el periódico La Iberia. En 1848
se casó con el abogado y escritor Fernando García Carrasco,
que murió nueve años después, en 1857, de tuberculosis.
Viuda y con dos hijos (Fernando, 1850 y Ramón,
1852), se trasladó a la localidad cántabra de Potes, donde
conoció a un joven músico, Jesús de Monasterio, alumno de
Santiago Masarnau Fernández, primer presidente de las Conferencias
de San Vicente de Paúl. Monasterio, de fuertes convicciones
católicas, será quien interese a Concepción Arenal en las
actividades humanitarias llevadas a cabo por esta sociedad
influyendo para que finalmente Arenal decida fundar en 1859
el grupo femenino de las Conferencias de San Vicente de Paúl
en Potes. A partir de entonces inicia una intensa actividad
llevada por su preocupación social y humanitaria.
Fruto de su experiencia dentro de la Sociedad
de San Vicente de Paul es su obra La beneficencia, la filantropía
y la caridad (1861), que dedicó a la condesa de Espoz y Mina
y que presentó al concurso convocado por la Academia de Ciencias
Morales y Políticas, bajo el nombre de su hijo Fernando, que
tenía entonces diez años. Después de una serie de conflictos
sobre la forma incorrecta de introducir su escrito en el concurso,
se le concedió el premio y fue la primera mujer premiada por
la Academia. En este trabajo señala el influjo de la religión
católica en el desarrollo del espíritu de beneficencia que,
en nuestro país, según Arenal, dio lugar a multitud de asilos
piadosos.
Ensalza la importancia de la caridad como virtud
cristiana, y alude a la obra de San Juan de Dios en Granada.
Asimismo, destaca especialmente entre las asociaciones caritativas
a la de de San Vicente de Paúl, aprobada en 1850, de la que
formaba parte. Alude a su enorme repercusión en España, a
la que se sumarían miles los individuos, de ambos sexos, y
como gracias a su participación, habrían proliferado los asilos
para los huérfanos de los pobres, así como las escuelas gratuitas.
Considera la necesidad de que el estado reglamente las asociaciones
filantrópicas, apoyando y auxiliando las iniciativas privadas
en nuestro país y defiende la presencia de las corporaciones
y asociaciones religiosas, como un poderoso auxiliar para
la beneficencia.
Poco tiempo después publicó Manual del visitador
del pobre, obra que fue traducida al polaco, al inglés, al
italiano, al francés y al alemán. La obra llamaría la atención
de Antonio de Mena y Zorrilla, director general de Establecimientos
penales, y Rodríguez Vaamonte, ministro de Gracia y Justicia
en el gabinete del presidente Joaquín Francisco Pacheco, este
último nombra a Arenal inspectora de las cárceles de mujeres
en 1864, cargo del que la cesaron a la caída de su ministerio.
De este modo, se convirtió en la primera mujer que recibió
el título de visitadora de cárceles de mujeres, cargo que
ostentó hasta 1865.

Monumento a Concepción Arenal en La Coruña.
Posteriormente publicó libros de poesía y ensayo,
como Cartas a los delincuentes (1865), Oda a la esclavitud
(1866) —que fue premiada por la Sociedad Abolicionista de
Madrid—, El reo, el pueblo y el verdugo o La ejecución de
la pena de muerte (1867). En 1868, fue nombrada inspectora
de Casas de Corrección de Mujeres y tres años después, en
1871, comenzó a colaborar con la revista La Voz de la Caridad,
de Madrid, en la que escribió durante catorce años sobre las
miserias del mundo que la rodeaba.
En la polémica desatada por la libertad de cultos
en 1871, durante el reinado de Amadeo I, sale en defensa de
que las Hermanas de la Caridad regresen a las casas de beneficencia.
Desde La Voz de la Caridad, Arenal considera de suma importancia
la presencia de la religión en este tipo de establecimientos
con fines sociales y pide al Estado que al igual que considera
libertad la no imposición de la religión, de la misma manera
tampoco debe suprimirla. Desde La Voz de la Caridad, ofrece
información de las iniciativas relacionadas con el mundo de
la beneficencia y establecimientos penales, en este sentido,
conviene destacar el proyecto del senador conservador Francisco
Lastres, impulsor del Reformatorio de Santa Rita en Carabanchel,
en Madrid, llevado a cabo por por la Congregación de Terciarios
Capuchinos, que obedecía al mismo espíritu reformista de la
época.
En 1872 fundó la Constructora Benéfica, una
sociedad dedicada a la construcción de casas baratas para
obreros. Posteriormente también colaboró organizando en España
la Cruz Roja del Socorro, para los heridos de las guerras
carlistas, al frente de un hospital de campaña para los heridos
de guerra en Miranda de Ebro. En 1877, publicó Estudios penitenciarios.
Murió el 4 de febrero de 1893 en Vigo, donde fue enterrada.
Es su epitafio el lema que la acompañó durante toda su vida:
«A la virtud, a una vida, a la ciencia». Sin embargo, su frase
más celebre fue probablemente «Odia el delito y compadece
al delincuente», que resume su visión de los delincuentes
como el producto de una sociedad reprimida y represora.
Concepción Arenal es una de las pioneras del feminismo
en España. Su primera obra sobre los derechos de la
mujer es La mujer del porvenir (1869) en la que critica
las teorías que defendían la inferioridad de las mujeres
basada en razones biológicas. Su posición es la defender
el acceso de las mujeres a todos los niveles educativos
aunque no en todos los oficios ya que considera que
no están capacitadas para ejercer la autoridad. Tampoco
es partidaria inicialmente de su participación política
ante el riesgo de sufrir algún tipo de represalia y
dejar abandonados hogar y familia aunque más tarde escribe:
Es un error grave y de los más perjudiciales, inculcar
a la mujer que su misión única es la de esposa y madre
[...]. Lo primero que necesita la mujer es afirmar su
personalidad, independientemente de su estado, y persuadirse
de que, soltera, casada o viuda, tiene derechos que
cumplir, derechos que reclamar, dignidad que no depende
de nadie, un trabajo que realizar e idea de que es cosa
seria, grave, la vida y que si se la toma como un juego,
ella será indefectiblemente un juguete. Concepción Arenal.
"La educación de la Mujer".
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Mantuvo estrechos lazos con los intelectuales
krausistas. Era admiradora de la obra en pro de la educación
de la mujer llevada a cabo por Fernando de Castro. Fue miembro
de la Junta Directiva del Ateneo Artístico y Literario de
Señoras y se mantuvo atenta a los progresos realizados por
la Asociación para la Enseñanza de la Mujer; años después
colaboraría en el Boletín de la Institución Libre de Enseñanza
asiduamente con artículos sobre temas penales y feministas.
En 1882 Arenal participó, aunque no estuvo presente,
en el Congreso Pedagógico Hispano-Portugués-Americano celebrado
en Madrid y presidido por Rafael María de Labra con una ponencia
sobre "La educación de la mujer" en la quinta sección del
congreso dedicada al Concepto y límites de la educación de
la mujer, y de la aptitud profesional de ésta. La sección
incorporó el debate de las relaciones y diferencias entre
la educación del hombre y la de la mujer, medios de organizar
un buen sistema de educación femenina y grados, aptitud de
la mujer para la enseñanza, aptitud para las demás profesiones
y límites, además de la educación física de la mujer. La videpresidenta
de esta mesa fue Emilia Pardo Bazán.
Concepción Arenal envió un informe sobre varios
puntos pronunciándose a favor de la educación femenina sin
recortes: «Es un error grave, y de los más perjudiciales,
inculcar a la mujer que su misión única es la de esposa y
madre; equivale a decirle que por sí no puede ser nada, y
aniquilar en ella su YO moral e intelectual, preparándola
con absurdos deprimentes a la gran lucha de la vida, lucha
que no suprimen, antes la hacen más terrible, los mismos que
la privan de fuerzas para sostenerla».
Añade que la mujer es especialmente apta para
actividades como la enseñanza y, de las demás, no debe excluírsela
a priori, excepción hecha de la carrera de las armas. Considera
que la enseñanza secundaria es mejor proporcionársela en casa
dado el ambiente poco recomendable que reina en los institutos,
y la superior puede seguirse por libre o asistir a clases
siempre que los estudiantes aprendan a guardar el debido respeto
a sus compañeras. También defiende la necesidad de la educación
física femenina y la extensión de la higiene en oposición
a una tradición que exalta la inmovilidad y el horror al cuerpo
humano como fuente de ignominias.
En octubre de 1891 en el ensayo sobre El trabajo
de las mujeres denuncia la escasa preparación industrial de
la mujer, resultado de la cual (y de una feroz concurrencia)
es el poco salario con que se recompensa un gran esfuerzo
y un gran empleo de tiempo; propone que se apliquen a las
obreras los mismos medios de instrucción y rehabilitación
que a los obreros, comenzando por suprimir los agraviantes
gremios de oficios.
Resalta también el contraste entre mujeres agostadas
en una apatía enervante y otras consumidas por un trabajo
ímprobo; aduce que no es posible mantener el irracional choque
entre el «mundo moderno» y la «mujer antigua», y que el único
medio de regeneración social válido es «educar a la mujer,
artística, científica e industrialmente»; y ello porque no
puede haber orden económico ni equilibrio mientras la mitad
del género humano tenga que depender de una herencia, el sustento
proporcionado por la familia, la limosna o arriesgarse al
hambre o al extravío.
En su trabajo Estado actual de la mujer en España
publicado por primera vez en España en 1895 analiza la situación
de las españolas en el terreno laboral, religioso, educativo,
de opinión pública y moral; en todos los casos es desfavorable
por culpa del egoísmo masculino: «Puede decirse que el hombre,
cuando no ama a la mujer y la protege, la oprime. Trabajador,
la arroja de los trabajos más lucrativos; pensador, no le
permite el cultivo de la inteligencia; amante, puede burlarse
de ella, y marido, abandonarla impunemente. La opinión es
la verdadera causante de todas estas injusticias, porque hace
la ley, o porque la infringe». Advierte leves avances, aunque
muy lentos, y se resiste a hablar de emancipación social o
política mientras la dependencia económica sea un hecho extendido
y sujete a la mujer a todo tipo de esclavitudes.
Los oficios que la mujer puede desempeñar serían:
«relojera, tenedora de libros de comercio, pintora de loza,
maestra, farmacéutica, abogada, médica de niños y mujeres
y sacerdote (no monja). Nunca se debe dedicar a la política
ni a la vida militar». Instrucción que la mujer debe procurar,
pues dirá de los hombres que «tienen inclinaciones de sultán,
reminiscencias de salvaje y pretensiones de sacerdote». Las
críticas que dirige al clero fueron: «En general es muy ignorante,
no querer a la mujer instruida, es mejor auxiliar, mantenerla
en la ignorancia».
Concepción Arenal, una pensadora del catolicismo
social, como muestra en La Voz de la caridad, y como tal la
reivindica el jesuita J. Alarcón en la revista Razón y Fe,
1900-1902, al ser el ideal de un feminismo aceptable, por
ser «genuinamente español e íntegramente católico». Concepción
Arenal, autora poco leída y citada de forma descontextualizada,
fue, para la mayoría de los católicos de su época, una heterodoxa.
Con la creación de la Acción Católica de la Mujer, el feminismo
católico y conservador propugnado por el Movimiento católico
realizará una constante labor de hostigamiento al feminismo
católico y reformista arenaliano, que a principios del siglo
xx representa la Asociación Nacional de Mujeres Españolas.
Concepción Arenal actuó como intermediaria de María Victoria
dal Pozzo, esposa de Amadeo de Saboya, que desde el exilio
siguió mandando donativos para españoles necesitados.
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