Se cumplen diez años del inicio de la Primavera
Árabe. Durante meses, miles de ciudadanos de más de una decena
de países de Oriente Próximo salieron a las calles para exigir
el derrocamiento de regímenes autoritarios. Túnez, Libia,
Siria, Yemen, Egipto, Sáhara Occidental, Argelia, Sudán, Irak...
y muchos más, se convirtieron en escenario de fuertes protestas
de una gran parte de la población. Entonces sorprendió la
masiva participación de las mujeres en las protestas que,
además, se convirtieron en líderes del movimiento. Sin embargo,
una publicación de Naciones Unidas destaca que su fuerte activismo,
junto con el de los jóvenes, se debió a que eran las más afectadas
por los gobiernos dictatoriales y "por lo tanto, serían las
principales beneficiarias del cambio".
Diez años después, ¿cómo se encuentra la situación
de las mujeres? En algunos países conquistaron derechos que
fomentaron la igualdad, mientras que en otros se produjo un
retroceso. "Las mujeres no solo estuvieron en la primera línea
de las revoluciones, sino que también fueron las víctimas
más afectadas por las contrarrevoluciones, que les hicieron
sufrir la venganza de los opresores cuando estos se dieron
cuenta de que habían logrado la victoria", reza la crónica
de Naciones Unidas.

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La revolución de Egipto terminó con la salida del presidente
Hosni Mubarak, que llevaba 30 años en el poder, y la celebración
de unas elecciones. Las manifestaciones se originaron como
protesta por el exceso de brutalidad policial y las leyes
de emergencia del Estado, así como la mala situación económica
que atravesaba el país.
Abdel Fatah al Sisi es el presidente de Egipto desde 2014
y se comprometió públicamente a abordar problemas que afectan
a las mujeres, como el acoso sexual. No obstante, según Amnistía
Internacional (AI), esta promesa "aún no se ha traducido en
una estrategia integral y continuada". Esta ONG denunció en
su informe de 2019 que "las mujeres seguían estando discriminadas
en la legislación y en la práctica". "Los actos de violencia
contra las mujeres seguían siendo generalizados, sin que las
autoridades los impidieran, los investigaran suficientemente
ni castigaran a quienes los cometían", detallaba el documento.
Además, son muchas las que continúan sufriendo prácticas como
la mutilación genital femenina, que supone una fuerte violación
de los derechos humanos. Este procedimiento fue prohibido
en el país en 2008 y criminalizado en 2016, pero, según una
encuesta realizada por el Fondo de Naciones Unidas para la
Infancia ese mismo año, el 87% de las mujeres de entre 15
y 49 años habían sido sometidas a ello. Pese a todo, parece
que en las nuevas generaciones esa cifra se va reduciendo.

En agosto de 2019 hablábamos de la mutilación
genital femenina en nuestros destacados.
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La Primavera Árabe en Libia provocó la muerte del dictador
Muamar al Gadafi, pero no logró una transición pacífica hacia
la democracia. Amnistía Internacional denuncia que la población
civil es la que más sufre las consecuencias de los combates
que aún se libran entre las milicias favorables al Gobierno
de Acuerdo Nacional y el Ejército. En este sentido, advierten
que los derechos de las mujeres han sufrido un retroceso,
sobre todo en el caso de activistas o periodistas que son
objeto de amenazas, secuestros y violencia de género. En 2019
algunas de estas mujeres sufrieron actos de intimidación y
acoso por parte de las milicias por no ir acompañadas de hombres.
Yemen es considerado uno de los peores países para ser mujer
y durante 13 años consecutivos ha ocupado el último lugar
en el índice de disparidad entre los géneros del Foro Económico
Mundial. Desde hace un lustro se libra una guerra en el país
que ha deteriorado los derechos humanos y agravado la discriminación
contra las mujeres.

Una mujer en una protesta en Yemen en 2011.
AI relató en un artículo publicado en 2019 que "la vulnerabilidad
de las mujeres frente a la violencia se ha visto agravada
por los estereotipo de género negativos y las actitudes patriarcales,
un sistema de justicia discriminatorio y una desigualdad económica".
Muchas han tenido que hacer frente a una "movilidad limitada
causada por las normas de género culturales" y han sido atacadas
en puestos de control cuando no iban acompañadas por un familiar
varón. También sufren ataques durante las protestas (como
acoso, detención arbitraria y tortura) y, además, tienen la
responsabilidad de proporcionar comida y atención a sus hogares.
Túnez fue el país donde se encendió la mecha de la revolución.
Comenzó el 17 de diciembre de 2010, cuando Mohamed Bouazizi,
un vendedor ambulante, se inmoló como protesta después ser
despojado por la policía de sus mercancías y cuentas de ahorros.
Su acción provocó que miles de personas salieran a las calles,
hartas de la situación económica y social del país. El país
norteafricano podría considerarse uno de los pocos casos en
los que la revolución tuvo sus frutos. En el caso de los derechos
de las mujeres, ya era un Estado bastante avanzado: desde
el siglo XX las mujeres podían votar y estaba legalizado el
aborto. Pero con la Primavera Árabe se siguieron haciendo
progresos.
En 2011 las cuotas de género se convirtieron en un requisito
legal para en las candidaturas políticas y en 2014 las mujeres
lograron el 30% de los escaños parlamentarios. Las mujeres
también tienen altos niveles de alfabetización y acceso a
estudios superiores. Por ejemplo, según datos de Amnistía
Internacional, en 2010 el 33% de los jueces y el 42,5% de
los abogados eran mujeres. En 2013, las mujeres representaban
el 30% de los profesionales de la ingeniería, y en 2014 el
42% de los médicos.

Un grupo de mujeres en una protesta en Túnez en 2018.
gualmente, las mujeres tienen los mismos derechos que los
hombres en el matrimonio, aunque socialmente todavía se les
considera a ellos los cabeza de familia. Ahora bien, no todo
es de color violeta. El gobierno tunecino aún falla en la
protección de las mujeres víctimas de violencia de género.
Aunque se aprobó una ley en 2018 y en los primeros siete meses
del año pasado se recibieron más de 40.000 denuncias, todavía
no se ha implementado ningún mecanismo nacional de vigilancia
para prevenir la violencia contra las mujeres, como exigía
el artículo 40 de la ley. También ha habido un pequeño retroceso
en la presencia de las mujeres en política. Según el último
informe de AI, "la representación de las mujeres en las elecciones
parlamentarias y presidenciales fue sumamente escasa: sólo
2 de las 26 candidaturas a la Presidencia eran de mujeres
y, de los 217 miembros del Parlamento elegidos en octubre,
sólo 56 eran mujeres, frente a las 68 elegidas en 2014".
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Un viaje en el tiempo. Cinco años después
de la Primavera Árabe:
Todo fue tan rápido, romántico y exitoso al comienzo,
como demoledor es el balancecinco años después.Ben Ali,
en Túnez, Hosni Mubarak, en Egipto, Muamar Gadafi, en
Libia y Alí Abdulá Saleh, en Yemen, perdieron sus puestos
y, en el caso de Gadafi también su vida, por las protestas
que tomaron las calles de sus países durante la Primavera
Árabe. Bashar al Assad resiste como presidente de una
parte Siria, un país roto por la guerra, y en Bahréin,
los Al Jalifa se aferran al trono blindados por el apoyo
militar de Arabia Saudí.
La prioridad de los movimientos sociales y políticos
–y de los países occidentales que vieron con buenos
ojos las movilizaciones populares– fue acabar con estas
dictaduras del mundo árabe, pero como ocurrió en Irak
tras la invasión de EE.UU. y la caída de Sadam Husein,
no había un plan consistente para el día después. El
vacío de poder ha abierto la puerta a grupos como los
yihadistas de Daesh, presentes en cinco de los seis
países que protagonizaron una Primavera Árabe que algunos
expertos califican hoy de «invierno islamista» con la
bandera negra del Daesh cada vez más presente.
El 17 de diciembre de 2010 un vendedor de fruta del
sur de Túnez se suicidó a lo bonzo para protestar por
su miserable situación y, sin saberlo, tiró la primera
piedra del muro tunecino levantado por Ben Ali durante
24 años. Esta semana se cumple el quinto aniversario
de la espantada del dictador a Arabia Saudí con su familia,
justo 28 días después del inicio de las protestas masivas
en el país. El dominó árabe estaba en marcha y la siguiente
pieza en caer fue Hosni Mubarak, cuyos 30 años de gobierno
en Egipto se derrumbaron en 18 días de manifestaciones.
Luego estalló Libia, al mismo tiempo que empezaban las
primeras movilizaciones en Siria, Yemen o Bahréin… las
calles árabes bullían de energía al grito de «el pueblo
quiere que caiga el régimen», grito de guerra que mostraba
el hartazgo de millones de personas con unos sistemas
anclados en satrapías de los años setenta. Así se encuentran
estos seis países cinco años después de aquella primavera
revolucionaria.

Conocido comúnmente como Hosni Mubarak, fue un político
y militar egipcio que ocupó el cargo de presidente de
la República Árabe de Egipto, ejerciendo el poder de
manera dictatorial durante casi treinta años. el faraón
más longevo de una casta militar
A primera vista Tunez es el mejor parado de todos los
protagonistas de la Primavera Árabe. El país ha celebrado
dos elecciones parlamentarias, promulgado una nueva
Constitución que limita los poderes del presidente.
Y las fuerzas políticas, incluidos los islamistas de
Ennahda, participan del juego democrático tanto desde
el poder como desde la oposición. Pero la transición
política está seriamente amenazada por los problemas
económicos y, sobre todo, por el auge de Daesh, que
en 2015 realizó dos atentados contra turistas en el
museo del Bardo de la capital (22 muertos) y en la playa
de un hotel de Susa (37 muertos). Dos golpes que suponen
una catástrofe para un sector que representa cerca del
7% del PIB y genera casi 400.000 empleos directos e
indirectos. Túnez se ha convertido además en estos cinco
años en la principal cantera de yihadistas extranjeros
para la guerra en Siria.
La caída de Mubarak abrió las puertas a una elecciones
libres y los Hermanos Musulmanes se impusieron en la
urnas por un estrecho margen en 2012. Pero el mandato
del primer presidente elegido de forma democrática de
la historia del país, Mohamed Mursi, duró apenas un
año. Un golpe militar del general Al Sisi, con parte
de la población a su favor, acabó con Mursi y miles
de seguidores de la hermandad en prisión y condenados
a muerte. Un golpe al que el Ejercito trató de dar un
aspecto legal con unas elecciones en junio de 2014 que
ganó el propio Al Sisi. La represión del régimen actual
es superior incluso a la que impuso Mubarak y se enfrenta
a la amenaza de Daesh en el Sinaí. Además de los ataques
casi diarios contra las fuerzas de seguridad, el grupo
mató en noviembre a 224 personas tras derribar un Airbus
321 de la compañía rusa Metrojet que cubría la ruta
entre Sharm al Sheij y San Petersburgo.
Más que revuelta popular, Libia vivió una guerra en
toda regla para acabar con las cuatro décadas de gobierno
de Gadafi. Guerra en la que la OTAN intervino a favor
de los sublevados. Cuando los milicianos de la ciudad
costera de Misrata lincharon hasta la muerte al dictador
en Sirte, declararon la «liberación» de Libia. Pero,
muerto Gadafi, estallaron las costuras tribales de un
país que hoy cuenta con dos gobiernos, uno en Tripoli
y otro en Tobruk y con cientos de milicias que son las
que imponen la ley sobre el terreno. Los esfuerzos de
Naciones Unidas para formar un gobierno de unidad no
han fructificado y Libia es un caos, un tablero en el
que Egipto, Arabia Saudí y los Emiratos Árabes Unidos
apoyan al gobierno de Tobruk, al que reconoce también
la comunidad internacional, y Turquía y Qatar hacen
lo propio con las autoridades de Trípoli. Desde sus
costas parten decenas de miles de inmigrantes a Europa
y la producción de petróleo no llega ni a la mitad de
los 1,6 millones de barriles que producía cada día hasta
2011. Daesh ha aprovechado el caos para ganar terreno.

Gadafi, depravado y estrafalario.
El país vive el quinto año de una guerra en la que
más de 200.000 personas han perdido la vida, hay 7,5
millones de desplazados y otros 4,5 millones han tenido
que buscar refugio fuera del país. El régimen no escuchó
las peticiones de reformas que le llegaban de la calle,
y desde el primer momento acusó a los manifestantes
de ser «terroristas». Las manifestaciones no tardaron
en convertirse en auténticas batallas y el país se fue
partiendo poco a poco hasta quedar dividido en tres
partes, una bajo control del Gobierno, otra al norte
en manos de los kurdos y una tercera donde mandan los
grupos armados de la oposición, entre los que destacan
el Frente Al Nusra, brazo de Al Qaida en Siria, y Daesh,
cuyo bastión es Raqqa y toda la frontera con Irak.
Yemen fue el primer país que echó a su dictador, Alí
Abdulá Saleh, por medio de un plebiscito que acabó con
Mansour Hadi como presidente. Pero Saleh nunca acabó
de aceptar su destino y, gracias al apoyo de gran parte
del Ejército y de los milicianos hutíes –secta dentro
del chiísmo– dio un golpe militar que obligó a Hadi
a buscar refugio en Arabia Saudí. La respuesta de Riad
llegó en marzo de 2015 en forma de una guerra abierta
a base de bombardeos contra unos hutíes a los que acusan
de ser «agentes de Teherán».
Las fuerzas de seguridad de la dinastía suní Al Jalifa
viven en estado de alerta desde 2011. Pese a la fuerte
represión, la mayoría chií de la isla sigue pidiendo
reformas y aprovecha cualquier ocasión para echarse
a las calles del pequeño reino del Golfo. Los líderes
de la oposición están encarcelados y a muchos activistas
se les ha retirado la ciudadanía. Los manifestantes
piden un primer ministro independiente de la familia
real, pero los Al Jalifa, con el apoyo político y militar
de Riad, se niegan a hacer reformas de calado. Estos
cinco años de revueltas han dilapidado la imagen que
tenía Bahréin, considerado hasta 2011 uno de los lugares
más abiertos del Golfo.
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La destacada activista defensora de los derechos
humanos saudí Loujain al Hathloul, detenida en mayo de 2018,
ha sido condenada en primera instancia por un tribunal de
Arabia Saudí a cinco años y ocho meses de cárcel, informaron
medios locales. El Tribunal de Sanciones de Riad condenó a
la activista por «servir a una agenda externa al reino usando
internet (...) con el fin de perjudicar el sistema público,
además de colaborar con un número de personas y entes que
cometieron actos criminales de acuerdo con la ley de terrorismo»,
según el periódico saudí Okaz.
De acuerdo con la web de ese medio, la pena
de cinco años y ocho meses se aplicará desde la fecha de su
detención en mayo de 2018, además de que se le descontarán
dos años y diez meses de prisión al «tener en consideración
el estado» de la activista. El juez, que pronunció la sentencia
durante una sesión a la que tuvieron acceso los medios locales,
dijo que dicha suspensión «se considerará nula en el caso
de que la procesada cometa cualquier crimen en los próximos
tres años», según Okaz. Asimismo, el juez informó al fiscal
general del reino y a la activista que pueden apelar la sentencia
en un periodo legal de 30 días. También pueden mostrar sus
objeciones, ya sea apelando o pidiendo especificaciones durante
el mismo periodo. Por su parte, la hermana de Loujain, Alia
al Hathloul, dijo a Efe que la familia desconoce de momento
la sentencia dictada en la capital saudí.

La destacada activista defensora de los derechos
humanos saudí Loujain al Hathloul .
El juicio de Loujain se reanudó a finales de
noviembre, después de que el tribunal aplazara en más de tres
ocasiones la vista de la sentencia y desestimara las acusaciones
de tortura y agresión sexual de la defensa de la activista
durante sus dos años en prisión preventiva. La joven fue detenida
junto a otras diez activistas en mayo de 2018 después de exigir
públicamente el derecho a conducir de las mujeres y el fin
del sistema de tutela masculino, y fue acusada de mantener
contactos con individuos y entidades «hostiles» a Arabia Saudí
y reclutar a funcionarios para obtener información confidencial.
Durante su detención, varias ONG han denunciado que Al Hathloul
ha sufrido abusos sexuales, torturas y amenazas por parte
de las autoridades saudíes, que la tienen retenida en régimen
de aislamiento desde principios de este año, según su familia
y la organización Amnistía Internacional.
La activista fue detenida pocas semanas antes
de que a las mujeres sauditas se les permitiera por fin conducir
en 2018, la causa que había defendido. Las autoridades sauditas
han repetido que su detención no está relacionada con eso.
Los familiares de la mujer dicen que estuvo incomunicada durante
tres meses después de su detención y que sufrió descargas
eléctricas, azotes y acoso sexual. También, que se le ofreció
la libertada a cambio de declarar públicamente que no había
sido torturada. Varios expertos en derechos humanos declararon
que el juicio no cumplió con los estándares internacionales.
El pasado noviembre, Amnistía Internacional censuró el traslado
del caso al Tribunal Penal Especializado y dijo que ponía
de manifiesto "la brutalidad e hipocresía" de las autoridades
sauditas.
El caso ha añadido más dudas a la reputación
del príncipe Mohammed Bin Salmán, líder de facto de la monarquía
petrolera árabe. Bin Salmán ha puesto en marcha un programa
de reformas, entre las que figura el fin de la prohibición
de conducir a las mujeres. Su objetivo es abrir el país al
mundo y captar inversiones extranjeras. Pero sus intentos
han chocado con las denuncias de activistas que han sido perseguidos
por las autoridades y por el papel de funcionarios sauditas
en el asesinato del periodista Jamal Khashoggi.

Los intentos reformistas del príncipe Bin Salmán
se han visto ensombrecidos por las acusaciones de violaciones
de los derechos humanos.
Loujain Al-Hathloul es ahora aún más famosa
por su encarcelamiento de lo que llegó a serlo por su valiente
papel como activista en la campaña por el derecho a conducir
de las sauditas. Esta mujer ha acabado simbolizando las violaciones
de los derechos humanos que una y otra vez arrojan una larga
sombra sobre la apuesta de Arabia Saudita por la reforma económica
y social mientras mantiene atada en corto a la disidencia
política. Se espera que Joe Biden adopte una postura más firme
frente a las violaciones de los derechos humanos cuando asuma
como presidente de EE.UU. Pero las autoridades sauditas insisten
en que continuarán trazando su propio rumbo. La monarquía
cree que su papel como mayor exportador de crudo del mundo
y potencia regional pesará más que cualquier otra cosa para
la comunidad internacional. La condena de Al-Hathloul incluye
varios años que quedan en suspenso y el tiempo que ya ha pasado
en prisión, lo que implica que tanto ella como otras activistas
podrían salir en libertad el año que viene. Eso podría rebajar
la presión sobre la monarquía saudita, que, por otra parte,
tampoco quiere que se perciba que se doblega a los dictados
de otros.
Nota de prensa, Febrero 2021:
El gobierno de Arabia Saudí ha liberado a la activista
Loujain al Hathloul, que ha pasado casi tres años en
la cárcel por defender los derechos de las mujeres en
el país árabe. Al Hathloul fue detenida en mayo de 2018
junto a otras activistas feministas saudíes por participar
en campañas a favor del derecho de la mujer a conducir
y contra el sistema de tutela masculino, que obliga
a las mujeres saudíes a contar con el permiso de un
hombre para estudiar o casarse, por ejemplo. La justicia
de Arabia Saudí la condenó a cinco años y ocho meses
de prisión por intentar “cambiar el sistema político
saudí” y “dañar la seguridad nacional”. Al Hathloul
ha sido liberada con medidas cautelares, lo que significa
que no puede salir del país. Su hermana anunció la liberación
a través de Twitter.
Durante este tiempo, la activista asegura que ha sido
víctima de acoso sexual y torturas en la cárcel, aunque
las autoridades saudíes lo han negado. No era la primera
vez que Al Hathloul intentaba desafiar el régimen saudí.
En 2014 intentó conducir desde Emiratos Árabes Unidos
hasta Arabia Saudí, por lo que pasó 73 días en la cárcel
(el derecho de las mujeres a conducir no fue aprobado
hasta 2017). En 2015, la ley permitía por primera vez
a las mujeres presentarse a unas elecciones. Al Hathloul
presentó su candidatura, pero su nombre no apareció
en las papeletas. Su liberación supone un reconocimiento
a su labor a favor de los derechos de las mujeres. Sin
embargo, las organizaciones de derechos humanos recuerdan
que todavía hay muchos activistas encarcelados en Arabia
Saudí y que, a menudo, el gobierno impide que tengan
un juicio justo, además de obstaculizar el contacto
con sus abogados y familias.

Una decena de activistas fueron detenidas en mayo de
2018 por protestar contra las leyes de la tutela masculina
en Arabia Saudita. Algunas ya han sido liberadas a la
espera del juicio, como Eman al-Nafjan o Aziza al-Yousef,
mientras que otras todavía se encuentran presas, como
Nassima al-Sada, que ha pasado largos períodos aislada
en prisión.

Arabia Saudí es uno de los países con mayor desigualdad
de género según el informe sobre brecha de género publicado
por el Foro Económico Mundial. Las mujeres tienen menos
derechos y están sometidas a una tutela masculina: necesitan
el permiso de un hombre para trabajar o abrir una cuenta
en el banco, por ejemplo. En los últimos años el gobierno
saudí, liderado por el príncipe Mohamed bin Salman,
ha impulsado varias reformas políticas para modernizar
el país. En 2015 se permitió a las mujeres votar y presentarse
como candidatas a las elecciones municipales por primera
vez, y en 2017 se les otorgó el derecho a conducir.
También se han hecho reformas para limitar los efectos
de la tutela masculina, de forma que ya no necesitan
el permiso de un tutor (su padre, marido o familiar
más cercano) para viajar al extranjero o hacerse el
pasaporte. Así, Arabia Saudí ha dejado de ocupar la
cola de la clasificación Mujer, Empresa y el Derecho
elaborada por el Banco Mundial.
Aun así la situación sigue siendo preocupante para
muchos activistas y opositores al régimen saudí, hombres
y mujeres, que se han atrevido a denunciar la represión
y la violación de derechos humanos en el país.
Uno de los casos más graves fue el de Jamal Khassoggi,
un periodista muy crítico con la monarquía saudí que
fue asesinado a finales de 2018 en la embajada saudita
en Estambul (Turquía). Mohamed bin Salman siempre ha
negado su implicación, pero este suceso hizo que muchos
gobiernos internacionales presionaran a Arabia Saudí
para cambiar sus leyes. A día de hoy, Arabia Saudí organiza
grandes eventos deportivos y congresos de negocios para
mejorar su imagen ante el mundo. El hecho de que sea
un país rico en petróleo también le garantiza una gran
influencia en el panorama internacional. Pero el encarcelamiento
de disidentes sigue creando polémica y pone en duda
la estrategia de modernización iniciada por el gobierno.
Por otro lado, las mujeres saudíes todavía deben enfrentarse
a unas tradiciones muy arraigadas en la familia y la
sociedad en general. Por eso es tan importante que la
igualdad de género se impulse desde diferentes ámbitos
como las instituciones, los medios de comunicación o
las asociaciones civiles, por ejemplo.
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