Todo lo que sabemos sobre el Homo neanderthalensis
-comúnmente conocido como neandertal- es fruto del minucioso
trabajo de arqueólogos y expertos que durante años han reconstruido
pieza a pieza sus características físicas, su fisionomía,
sus hábitos e incluso sus flujos migratorios. Ahora, se añade
a este conocimiento un nuevo elemento que podría redefinir
aquello que hasta ahora creíamos saber sobre los neandertales.
Las teorías sobre la desaparición repentina en términos históricos
de los neandertales, que vivieron entre hace 200.000 y 40.000
años, son diversas. Según algunas de ellas, su extinción se
podría haber debido, en parte, a tiempos de destete más largos
que los nuestros y, por consiguiente, a un periodo fértil
menor.
Pero según un estudio reciente titulado Early
life of Neanderthals publicado en la revista científica estadounidense
PNAS y basado en un estudio del grupo internacional coordinado
por Marco Peresani, profesor de la Universidad de Ferrara,
y por Stefano Benazzi, profesor del Departamento de Bienes
Culturales de la Universidad de Bolonia, los neandertales
recién nacidos tenían los mismos ritmos de destete y de crecimiento
que el hombre moderno.
Los expertos han llegado a esta conclusión gracias
a los análisis realizados en tres dientes de leche que fueron
encontrados en el noreste de Italia. Los hallazgos proceden
de tres sitios del Paleolítico Medio datados entre hace 70.000
y 50.000 y ubicados en el Véneto: la Cueva de Fumane, la Cueva
de Nadale y el Riparo del Broion.
El estudio ha determinado la edad de destete
de los neandertales examinando las líneas de crecimiento,
es decir, las pequeñas líneas oscuras que, como ocurre con
los árboles, se forman en los dientes durante el desarrollo.
Partiendo del análisis de estas líneas, los investigadores
han logrado determinar la edad a partir de la cual los neandertales
recién nacidos empezaban a ingerir comida sólida: en torno
a los seis meses.
La Cueva de Fumane, accesible al público.
Según Peresani y su equipo, neandertales y Homo
sapiens compartieron las mismas necesidades energéticas durante
los primeros meses de vida, e incluso crecían al mismo ritmo.
Así, su peso debió ser muy parecido al de nuestros recién
nacidos. “Esto indicaría una gestación muy similar, un proceso
de desarrollo parecido durante las primeras etapas de la vida
y quizás también un intervalo de tiempo menor entre embarazos
del que se pensaba hasta ahora”, explica el profesor Stefano
Benazzi de la Universidad de Bolonia.
Los pequeños neandertales empezaban a consumir
comida sólida alrededor del sexto mes, cuando la leche materna
dejaba de ser un alimento suficiente para su desarrollo. “Si
comparamos con el resto de primates, es muy probable que los
recursos energéticos que requiere el crecimiento del cerebro
humano conlleve la necesidad de introducir la comida sólida
en la dieta de los recién nacidos antes”, añade Federico Lugli,
investigador de la Universidad de Bolonia y coautor del estudio.
Además, el análisis de los hallazgos ha permitido
a los investigadores arrojar luz sobre otros aspectos de la
vida de los grupos de neandertales que se establecieron en
el norte de Italia. Según el mismo estudio, “se movían menos
de lo que se había hipotetizado hasta ahora. Los análisis
de los isótopos de estroncio presentes en los dientes estudiados
indican, de hecho, que estos niños han permanecido gran parte
del tiempo cerca de su lugar de origen: un comportamiento
que denota una mentalidad moderna, conectado probablemente
a un uso cuidadoso de los recursos que tenían disponibles
en aquella región”, apunta Wolfgang Müller, profesor del Goethe
University Frankfurt (Alemania) y coordinador del análisis.
El curso de las excavaciones arqueológicas en
la Cueva de Nadale están bajo la dirección de la Universidad
de Ferrara.
“A pesar de que hubo un descenso generalizado
de las temperaturas durante el periodo analizado, el noreste
de Italia ha sido casi siempre una región rica en recursos
en cuanto a lo que concierne a la alimentación, de diversidad
de ambientes naturales y de gran presencia de cuevas: todos
ellos elementos que contribuyen a explicar la supervivencia
de los neandertales en este área hasta desde 45.000 años atrás”,
concluye el profesor Marco Peresani.
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El ancestro común de los grandes simios y de
los humanos hay que situarlo en el continente africano, según
las investigaciones genéticas y paleontológicas. África es,
por tanto, la cuna de la evolución de todos los primates.
Sin embargo, la evolución de los homínidos no fue lineal,
sino que en el árbol evolutivo se produjeron ramificaciones
paralelas e independientes. Durante años se ha creído que
el neandertal (Homo neanderthalensis) y el humano moderno
(Homo sapiens) coexistieron durante un tiempo en el centro
y en el sur de la península Ibérica, donde se considera que
sobrevivieron los últimos neandertales de Europa, al borde
de la extinción. No sólo compartieron el mismo hábitat, sino
que compitieron por los mismos recursos, mantuvieron relaciones
sexuales e incluso pudieron crear una especie híbrida. Al
menos es lo que se creía hasta ahora. Pero un nuevo estudio
dirigido por investigadores de la Universidad de Oxford, con
participación española, y publicado en la revista Proceedings
of the National Academy of Sciences (PNAS) desmontó
esta teoría en 2013.
El equipo de científicos empleó la técnica
del radiocarbono, aplicando un procedimiento de ultrafiltrado
que elimina los restos de contaminación en las muestras procedentes
de los yacimientos de Jarama VI (Guadalajara) y Zafarraya
(Málaga), considerados unos de los últimos reductos de los
neandertales en la Península Ibérica. Las dataciones
obtenidas con esta nueva metodología demostraron que los neandertales
que subsistieron en el sur de la península tienen unos 45.000
años y no unos 30.000 años como se calculaba hasta ahora,
por lo que no se produjo tal coexistencia, ya que los humanos
modernos todavía no habían llegado al norte de la península.
Este estudio demostró, a su vez, que los neandertales
del sur de la península Ibérica no sobrevivieron durante más
años que el resto de los neandertales. De hecho, estudios
recientes aseguran que su último hábitat se localizaba en
el norte de la península, por lo que cabe la posibilidad de
que en esta región se produjera esa supuesta coexistencia
de especies, pero de momento se desconoce, de la misma forma
que tampoco se conocen las causas de la desaparición de los
neandertales.
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Al igual que muchas tribus nativas americanas, a los
neandertales les gustaba adornarse con plumas de ave.
Plumas de quebrantahuesos, paloma torcaz y chova piquigualda.
Una reconstrucción científica de un neandertal muestra
el uso ornamental que estos hacían de plumas de ave
y pieles de mamífero.
El paleoartista Fabio Fogliazza los ha imaginado con
el rostro pintado y con adornos de plumas, garras y
pieles.
Para llevar a cabo la reconstrucción del neandertal
su autor, el paleoartista italiano Fabio Fogliazza,
del Laboratorio de Paleontología del Museo de Historia
Natural de Milán, empleó cerca de seis meses. Empezó
por modelar con arcilla los músculos faciales y adherirlos
a un molde de uno de los cráneos de neandertal mejor
conservados que se conocen, el descubierto en la cueva
de La Ferrassie, en Dordoña, Francia. Posteriormente
añadió la piel, también de arcilla, dando expresión
al rostro. Luego procedió a crear un negativo del molde
con una silicona elástica y a continuación, un positivo
con resina sintética, al que aplicó el color de la piel
y la pintura facial a base de pigmentos ocre rojizo
(almagre) y negro, este último fabricado con dióxido
de manganeso. Las plumas agregadas y la garra pertenecen
a las especies documentadas en Fumane.
Las reconstrucciones que hacen los paleoartistas son
tan buenas y realistas que nos vemos obligados a preguntarnos
si de verdad ganaríamos algo viajando al pasado. Veríamos
las especies en movimiento, sí, pero hasta eso se consigue
ya con las modernas técnicas de animación digital. Ahora
bien, los ruidos producidos por los animales desaparecidos
para siempre, sus gruñidos, rugidos y bramidos, no son
fáciles de reconstruir, y un viaje al pasado nos serviría
para ponerle sonido al documental de la prehistoria.
En el caso de las especies humanas extinguidas, podríamos
de este modo saber qué tipo de sonidos emitían al comunicarse,
si eran parecidos a los nuestros o, por el contrario,
similares a los de los chimpancés, aunque incluso esto
puede llegar a determinarse a través de los fósiles.
Pero ni siquiera así sabríamos si «hablaban», si tenían
un lenguaje como el nuestro, porque no seríamos capaces
de decir si las vocalizaciones que producían «significaban»
algo. Nuestra comunicación se realiza a base de símbolos,
y detrás tiene que haber una mente capaz de crearlos
y manejarlos. Curiosamente, nunca ha existido un lenguaje
humano universal, ni siquiera «antes de Babel», porque
cada comunidad acuña su lengua, y de haber tenido los
neandertales lenguaje humano, habría que ver si se entendían
los de Asia Central con los ibéricos. La fragmentación
de un idioma es cuestión de tiempo y distancia.
La reconstrucción que se hacía antiguamente de los
neandertales era la de unos seres muy desgarbados, con
las rodillas flexionadas, pero ya hace mucho tiempo
que se sabe que la postura bípeda completa, del mismo
tipo que la nuestra, se alcanzó hace más de cuatro millones
de años, con los primeros australopitecos. Los neandertales
eran más anchos de caderas y de tronco que nosotros,
y muy musculosos, de piernas y antebrazos cortos. La
frente era huida, bajo las cejas había un engrosamiento
óseo que hacía que sobresaliesen, y carecían de mentón.
En esas reconstrucciones antiguas les ponían en todo
el cuerpo el pelo de los chimpancés, y eso los hacía
parecer muy primitivos. Hoy se los representa con cabello
y barba, y el resto del cuerpo poco velludo, y así parecen
mucho más humanos. Sin embargo, no hay ningún dato científico
que avale que tenían cabello (es decir, pelo de crecimiento
continuo) y barba (también de crecimiento permanente),
ya que nuestra especie es la única que muestra este
tipo de pelo en la biosfera actual. Quizás algún día
nos lo diga la paleogenética (el estudio del ADN de
los fósiles). Si pudiéramos mirar a través del tiempo,
resolveríamos de un vistazo esa duda. Cualquier fotografía
o grabado de un grupo humano actual o de los últimos
siglos, sea cual sea, nos mostrará a sus miembros más
o menos desnudos, pero siempre adornados. La nuestra
es una especie que, además de los rasgos naturales que
distinguen a los sexos, modifica su cuerpo para controlar
su imagen, es decir, la forma en la que los demás nos
ven. Eso incluye el modo de arreglarse el pelo y la
barba, las deformaciones a las que en algunas culturas
se someten los labios o los lóbulos de las orejas, o
las que se practicaban sobre los cráneos de los niños
pequeños para moldearlos, por no hablar de los aros
para estirar el cuello de las mujeres, los cortes en
la piel para producir cicatrices (escarificación), los
tatuajes, las mutilaciones, las extracciones de dientes
o el aguzamiento de los mismos y un largo etcétera.
Si pudiéramos asomarnos al mundo de los neandertales,
veríamos si eran tan humanos como nosotros en estas
formas de cambiar el cuerpo.
El comisario de la exposición, Fabio Fogliazza, posa
junto con la pieza ‘El Neandertal emplumado’, en el
MEH en 2014.
El Museo de la evolución humana, también conocido por
sus siglas MEH, está situado en la ciudad española de
Burgos.
¿Podemos imaginar a un neandertal con un enorme plato
en el labio inferior? Parece poco compatible con el
tipo de vida que llevaban y su forma de alimentarse.
Sabemos a ciencia cierta que no se arrancaban dientes
ni se los afilaban, ni deformaban el cráneo de sus pequeños,
ni se automutilaban, pero hay otras modificaciones del
cuerpo, como la perforación de la nariz, que no dejan
huella en el esqueleto, y nos quedaremos sin saber si
eran prácticas comunes. Y no se trata de una simple
curiosidad, porque estas prácticas culturales son inseparables
del lenguaje simbólico. Si los neandertales se arreglaban
el pelo, por ejemplo, seguro que hablaban. Pero, además,
los humanos de todas las culturas nos coloreamos el
cuerpo y lo decoramos con collares, pulseras, anillos,
pendientes y otros muchos objetos simbólicos. Que los
neandertales se protegían del frío cubriéndose de pieles
es seguro, pero ¿se pintaban el cuerpo? ¿Se colgaban
objetos del cuello o alrededor de la muñeca? ¿Se ponían
cintas o plumas en la cabeza? Bastaría con tener la
certeza de que usaban cualquiera de estos elementos
para que supiéramos que su mente era tan simbólica como
la nuestra. Los neandertales transportaban almagre (óxido
rojo de hierro, también llamado ocre rojo) a sus cuevas
y quizá lo utilizasen como pigmento para pintarse el
cuerpo, aunque también podrían darle otros usos. Tal
vez se adornaban con hojas o flores, claro, pero estos
elementos vegetales no perduran y no forman parte del
registro arqueológico. Un tocado de plumas en la cabeza
de un neandertal produciría un gran efecto a quienes
lo vieran, sobre todo si las plumas eran de grandes
aves planeadoras, como las carroñeras y rapaces. Pero
las plumas no se conservan, así que, ¿cómo sabremos
si las usaban?
La primera respuesta a esta pregunta llegó en 2011
de un yacimiento italiano del Véneto, en los Prealpes,
llamado Fumane. Se trata de una cueva que fue utilizada
por los neandertales. Entre los huesos de animales que
transportaron hasta el lugar se encuentran los de diversas
especies de aves. Muchos de ellos son de las alas y
tienen rastros de haber sido rotos intencionadamente,
o pelados, y algunos muestran pulidos que indican que
fueron usados. Pero hay seis especialmente interesantes
porque presentan cortes producidos por instrumentos
de piedra con objeto de desarticularlos. Pertenecen
a un ala de quebrantahuesos, otra de cernícalo patirrojo,
otra de paloma, dos de chova piquigualda (todos ellos
datados en torno a 44.000 años) y otra de buitre negro
(procedente de un nivel más antiguo). Estas partes del
cuerpo no proporcionaban alimento alguno a los neandertales,
por lo que no fueron llevadas a la cueva para comérselas.
Una explicación muy razonable es que usaran las alas
para arrancarles las plumas y utilizarlas como adorno.
Eso por lo menos es lo que piensan los autores de la
investigación, dirigida por el antropólogo italiano
Marco Peresani, de la Universidad de Ferrara, y financiada
en parte por National Geographic Society.
Los Prealpes Vénetos (en italiano, Prealpi
Venete) son una sección del gran sector Alpes del sudeste.
En esta gruta se ha encontrado también una falange
ungueal de águila real con marcas de corte que indican
que le extrajeron la garra (uña). Cabe pensar que también
utilizasen las garras para su arreglo personal. A partir
de esta idea, Fabio Fogliazza, del Laboratorio de Paleontología
del Museo de Historia Natural de Milán, ha imaginado
el aspecto de un neandertal masculino con el pelo cuidadosamente
cortado y además adornado con plumas de quebrantahuesos,
de paloma y de chova piquigualda, sujetas con tiras
de piel de corzo. Las orejas han sido decoradas con
cañones de plumas de paloma y se abriga el cuello con
una piel de zorro, de la que cuelgan garras de águila.
La cara está pintada con almagre (color rojo) y óxido
de manganeso (color negro).
Los neandertales se han retratado en la cultura popular
desde principios del siglo XX. Las primeras representaciones
se basaban en las nociones del hombre de las cavernas
proverbialmente tosco y de cejas bajas; desde la última
parte del siglo XX, algunas representaciones se inspiraron
en reconstrucciones más comprensivas de la vida en la
era del Paleolítico Medio.
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