Trabajo físico extenuante, jornadas laborales
interminables y malos tratos continuados que podían llegar
a convertirse en verdaderas palizas. La imagen que tenemos
de la esclavitud a través del relato de los propios esclavos
emancipados y de las crónicas históricas ha encontrado una
cruda confirmación forense gracias al reciente análisis de
tres esqueletos del siglo XVI encontrados en un yacimiento
de Ciudad de México.
Un estudio interdisciplinar llevado a cabo por
el Instituto Nacional de Antropología e Historia de México
(INAH) y el Instituto Max Plank ha permitido saber un poco
mejor el origen y cómo vivían los primeros esclavos africanos
llegados al Virreinato de Nuevo México, pocos años después
de la caída del imperio azteca en 1521 a manos de Hernán Cortés,
un periodo poco conocido en la historia de la trata de esclavos.
El estudio, que acaba de ser publicado en la revista Current
Biology, combina trabajos de genética molecular, etnohistoria
y bioarqueología.
El análisis forense de los restos ha puesto
de manifiesto que los tres individuos sufrieron malos tratos
continuados y jornadas de trabajo extenuantes. Por ejemplo,
uno de ellos sobrevivió a varias heridas de bala mientras
que los huesos del cráneo de este y los de un segundo individuo
muestran un adelgazamiento asociado a la desnutrición y la
anemia. Además, el esqueleto del tercer hombre muestra signos
de estrés por un trabajo físico agotador, visible en las lesiones
de las inserciones musculares, y una pierna rota mal curada.

Para los investigadores estos signos de abuso
evidencian que los hombres fueron esclavos. Pero sus huesos
no solo muestran las duras experiencias de estos tres anónimos
desgraciados, también permiten establecer su nacimiento en
África occidental y las enfermedades introducidas en América
desde África.
Su origen ya fue intuido en la década de 1980,
cuando se halló el yacimiento, una fosa común del antiguo
Hospital Real de San José de los Naturales de la capital mexicana,
construido alrededor de 1530 para pacientes indígenas. Los
tres cuerpos pertenecían a hombres jóvenes, fallecidos alrededor
de la treintena, se supone que víctimas de una epidemia. En
este sentido, los investigadores recuerdan que en 1531 se
propagó por la ciudad una plaga de sarampión que pudo ser
la causa de la muerte de todos los individuos enterrados apresuradamente
en esa fosa común.

Esclavos africanos en Sonsonate, en El Salvador.
Ya en su momento, los restos fueron clasificados
como de origen africano al advertir en ellos unas modificaciones
dentales características de los esclavos de ese continente
que todavía se pueden observar en algunos grupos que viven
en África occidental en la actualidad. Ahora, el análisis
de ADN ha confirmado que los tres individuos pertenecían a
un mismo linaje genético procedente de una región indeterminada
del África subsahariana. Para los responsables del estudio
no hay duda de que se trata de algunos de los primeros esclavos
africanos en las Américas.
Los investigadores pudieron reconstruir dos
genomas completos de patógenos a partir de las muestras de
dientes de estos individuos: una cepa de la hepatitis B que
se encuentra en África occidental en la actualidad, y otra
de pián (enfermedad de la misma familia que la sífilis). Sería
la primera evidencia directa de la introducción de cepas africanas
de estas enfermedades como resultado de la trata transatlántica
de esclavos, según los autores del estudio.
La presencia de esclavos africanos en la América española
es un episodio poco conocido de la historia. Tan solo
han llegado hasta nosotros unos pocos nombres de esclavos
africanos, sobre todo los que acompañaron a los conquistadores
en sus expediciones militares.
Entre los siglos XVI y XIX, doce millones de africanos
fueron enviados a América como mano de obra forzosa.
Hacinados en los barcos negreros, muchos perecieron
en la travesía

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El traslado de mano de obra esclava africana
en Nueva España se inició casi al mismo tiempo que se fundaba
el virreinato y miles de personas fueron transportadas a América
a la fuerza tras ser secuestradas en su población natal. El
grueso de la esclavitud se dedicó al principio a tareas en
fincas urbanas para ser usados más adelante como mano de obra
en las explotaciones agrarias y mineras. En las grandes ciudades
llegaron a constituir casi un tercio de la población entonces,
y en la actualidad su ascendencia genética forma parte del
patrimonio humano de América. Los análisis forenses y genéticos
pueden ayudar a trazar la historia de esta primera generación
de africanos de América, olvidados en favor de reyes y navegantes.
Los cautivos africanos eran instalados en el
entrepuente de los navíos y sufrían pésimas condiciones higiénicas
y de alimentación hasta su llegada al Nuevo Mundo. Los traficantes,
negros o árabes, se internaban en África en busca de esclavos.
Éstos podían ser prisioneros de guerra, delincuentes, personas
secuestradas o gente pobre que se entregaba a un amo para
que los alimentara. Se los llevaba hasta la costa en hileras,
encadenados mediante una suerte de horcas con el mango que
reposaba en el hombro de quien iba delante.
Tras abolir el tráfico de esclavos en 1807,
los británicos se consideraban autorizados para apresar a
cualquier barco negrero que encontraran. En 1838 capturaron
el Diligente, un navío portugués que llevaba unos 400 esclavos.
La acuarela bajo estas líneas, realizada por un tripulante,
muestra la cubierta del barco atestada por un centenar de
cautivos, vigilados por nueve tripulantes.

Cape Coast, en la actual Ghana, fue un importante centro
del tráfico de esclavos. En su castillo se encerraba
a los cautivos antes de embarcarlos.

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Segregación.
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A finales del siglo XV, los exploradores españoles
y portugueses que llegaban a África no buscaban esclavos:
el oro era su objeto del deseo. Tanto es así que hasta 1700
fue el oro, y no los esclavos, el producto africano más codiciado
por los europeos. Pero la situación cambió con el desarrollo
de las plantaciones de caña de azúcar. Los europeos buscaron
esclavos para trabajar en esos cultivos, primero en las islas
atlánticas orientales, como Madeira y Santo Tomé, y luego
en el Nuevo Mundo. El cultivo del azúcar requería una numerosa
mano de obra dedicada a una actividad incesante y ardua, sobre
todo durante la cosecha. Era un trabajo muy duro que los trabajadores
libres europeos se negaban a realizar. De este modo, la creciente
producción de azúcar favoreció el trabajo forzado.
Los asalariados europeos y los trabajadores
forzosos empleados en la producción de azúcar solían sucumbir
a las enfermedades endémicas de los climas tropicales donde
crece la caña de azúcar. Por otra parte, las infecciones llevadas
por los europeos a América habían diezmado la población indígena,
lo que privó a los colonizadores de la mano de obra autóctona
que deseaban, y que buscaron en África. En el siglo XVIII,
el 40 por ciento de los esclavos estaba empleado en plantaciones
azucareras.
Pero el predominio de la mano de obra esclava
africana no se produjo de repente. Los esclavos africanos
o los descendientes de africanos se convirtieron en la fuerza
de trabajo mayoritaria en las plantaciones brasileñas únicamente
a partir de 1600. Antes de esta fecha, los amerindios fueron
la principal fuerza de trabajo en las tierras dedicadas al
azúcar. Y en 1690 había en el Caribe británico más trabajadores
forzados europeos y amerindios que descendientes de africanos.
La transición final hacia una fuerza de trabajo que en su
mayor parte descendía de africanos debe atribuirse, en parte,
al descenso demográfico de las poblaciones esclavas en América.
El número de defunciones superaba al de nacimientos en todas
partes excepto en América del Norte, de manera que se necesitaba
un flujo constante de nuevas capturas para mantener en funcionamiento
lo que el historiador Philip Curtin llamó el «complejo de
plantación».
La esclavitud ha estado presente en muchos períodos
de la Historia. De hecho, todavía persiste en algunos
lugares donde las leyes miran para otro lado. Pero durante
la Edad Antigua la esclavitud fue el modelo económico
presente. Por ejemplo, los espartanos dependían de los
esclavos ilotas en la batalla de las Termópilas para
poder dedicarse por completo a la vida militar y el
tamaño de algunos alzamientos en época romana pone de
manifiesto el peso demográfico de quienes eran objeto
de la trata de esclavos.
Durante la Edad Media la esclavitud en Europa se fue
reduciendo hasta ser testimonial debido a que el modelo
del feudalismo y la servidumbre acabó imponiéndose.
Sin embargo, la Edad Moderna vio un nuevo auge del comercio
de esclavos con las posibilidades de explotación económica
derivadas del descubrimiento de América. Y este comercio
de esclavos africanos hizo ricos a muchos negreros.
Y se cobró la vida de millones de personas.
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Los Estados europeos pensaron que el monopolio
era el medio más eficaz para controlar el tráfico de esclavos.
Para organizar este comercio se sirvieron de compañías comerciales
dotadas de cartas de privilegio, como la Compañía Holandesa
de las Indias Occidentales. Estas empresas acabaron por actuar
como intermediarias, supervisando a los comerciantes privados
europeos y regulando su interacción con los africanos. Pero
no todos los países europeos tuvieron puestos comerciales
en la costa africana. España, por ejemplo, renunció a tener
bases en África de acuerdo con el tratado de Tordesillas (1494),
que otorgaba a los portugueses el dominio sobre el hemisferio
oriental en el que se encontraba África. Por ello, para abastecer
de esclavos su imperio americano, España recurrió, hasta 1640,
a comerciantes portugueses y luego a holandeses, franceses
y británicos.
Los traficantes europeos llegaban a las costas
africanas cargados de mercancías para intercambiarlas por
esclavos. Éstas eran muy variadas. En gran parte eran textiles,
con frecuencia procedentes del Asia meridional, pero el alcohol,
las armas de fuego, las herramientas y los utensilios manufacturados
también eran importantes medios de pago, al igual que las
conchas de un caracol marino, el cauri, usadas como moneda.
En el siglo XVIII, los comerciantes holandeses e ingleses
llegaron a importar hasta 40 millones de conchas al año.
Los europeos se aventuraron pocas veces en el
interior de África en busca de esclavos. Se veían confinados
en la costa por decisión de los soberanos africanos y también
por la presencia de enfermedades letales. Los africanos controlaban
el tráfico de esclavos de la costa hacia el interior, mientras
que los europeos se limitaban al embarque. De este modo, los
dirigentes africanos dominaban las relaciones comerciales,
controlaban el destino de los cautivos y exigían a los europeos
el pago de elevados impuestos por la compra y exportación
de los esclavos. Los agentes africanos eran responsables,
asimismo, de la esclavización y el transporte de los capturados
hasta la costa. Los prisioneros de guerra representaban la
mayor fuente de esclavos, pero también había personas acusadas
de delitos como asesinato, brujería, deudas o robo, o que,
simplemente, habían caído en desgracia.
Abram Gannibal, el esclavo africano que llegó a ser
ingeniero militar, general del ejército ruso y bisabuelo
del escritor Aleksandr Pushkin.

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La esclavitud era general en África antes de
la trata atlántica (el comercio de esclavos por el océano
Atlántico), de manera que los comerciantes europeos se introdujeron
en un mercado que ya existía. Antes de 1600, sólo un cuarto
de todos los esclavos que salieron de África lo hicieron como
parte de la trata atlántica. Fue en el siglo XVII cuando el
tráfico de esclavos atlántico llegó a los dos tercios del
total del comercio de esclavos africano. En definitiva, los
europeos únicamente controlaban la dimensión oceánica del
tráfico de esclavos en África.
El viaje en barco, conocido como middle passage
o «pasaje medio», duraba entre dos y tres meses, dependiendo
de los puertos de salida y llegada. El abolicionista británico
William Wilberforce (1759-1833) declaró que «nunca se vio
tanta miseria condensada en un pequeño espacio como en un
barco negrero durante el middle passage». En una de estas
naves podían hacinarse más de cuatrocientos cautivos, separados
en tres grupos: hombres; adultos jóvenes, y mujeres y niños.
A las mujeres se les entregaba ropa ligera, y a menudo sufrían
violaciones por parte de la tripulación y el capitán. Los
hombres permanecían desnudos cuando hacía buen tiempo y por
la noche se los trababa juntos bajo la cubierta.
Las condiciones del viaje eran pésimas y las
tasas de mortalidad llegaron al doce por ciento a lo largo
de cuatro siglos, pese a los esfuerzos de los esclavistas
para preservar el valor de sus cargamentos conservando la
salud de los esclavos. Un medio para conseguirlo era el ejercicio
físico. Se forzaba a los cautivos a subir a cubierta para
que cantasen y bailasen, y si se negaban a participar en estas
actividades podían ser golpeados. Pero los esclavos morían
pese a la seudociencia y a las supersticiones europeas. La
disentería y otros trastornos intestinales eran las causas
de muerte más comunes, aunque también se cobraban muchas vidas
las enfermedades transmitidas por los mosquitos, como la malaria
y la fiebre amarilla, junto al escorbuto y las dolencias respiratorias.
A algunos cautivos se los obligaba a menudo
a trabajar en tareas como limpiar los habitáculos de sus compañeros
bajo cubierta o vaciar los calderos de materia orgánica y
fecal endurecida y otros fluidos corporales. Las mujeres se
ocupaban sobre todo de la preparación de la comida, basada
en arroz, ñame y cereales, que constituían los componentes
básicos de la dieta a bordo. En alguna ocasión, se podía recompensar
a los que realizaban estas tareas añadiendo un poco de licor
o tabaco como extra a las exiguas raciones de alimentos.
Es importante recordar que los marineros europeos también
sufrieron en los barcos negreros. Para ellos, la costa
occidental africana era el peor de todos los destinos
posibles, y con frecuencia se enrolaban tan sólo por
la desesperación y debido a la falta de otras opciones.
Un comerciante de esclavos del siglo XVIII consideraba
a su tripulación «esclavos blancos», llamándolos de
forma despectiva «la hez de la comunidad». La mitad
de los europeos que viajaron al África occidental en
el siglo XVIII perecieron, sobre todo debido a la malaria
y la fiebre amarilla. Los marineros europeos que sobrevivieron
colaboraron activamente en el control de su cargamento
humano. Solían mantener el orden entre los esclavos,
aplacando el descontento y administrando castigos corporales.
La amenaza de rebeliones era algo real, y las medidas
para prevenir las insurrecciones cuando los barcos negreros
debían transportar una carga humana mayor de lo habitual
incrementaban el coste total del viaje.
Asimismo, los marineros debían preparar a los esclavos
para su venta. Cuando el barco se aproximaba a su destino,
los marineros quitaban los grilletes de los esclavos
para curar las rozaduras, limpiar y afeitar a los hombres,
suprimir los cabellos blancos o teñirlos de negro (para
acentuar la virilidad y juventud) y untarles el cuerpo
con aceite de palma.
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Los beneficios del comercio de esclavos han
sido objeto de grandes debates. Algunos historiadores, como
Eric Williams, opinan que estas ganancias fueron la base de
la Revolución Industrial europea. Sin embargo, otros autores
afirman que los beneficios medios de cada viaje negrero individual
suponían tan sólo, de media, de un 5 a un 10 por ciento. Un
punto de vista diferente sobre esta cuestión consistiría en
examinar cuántas vidas y cuántos negocios se basaron en el
tráfico de esclavos y en la esclavitud, desde los agentes
de seguros de los barcos, el capitán y la tripulación, pasando
por los suministradores de alimentos para el viaje y, finalmente,
los propietarios de esclavos y los intermediarios que vendían
los productos producidos por los esclavos.
Desde esta perspectiva, la importancia del comercio
de esclavos atlántico para la economía global fue extraordinaria
y afectó a todos los sectores económicos europeos, incluso
en los países que no poseyeron colonias ni esclavos. Pero
el coste en vidas humanas y sufrimientos fue incalculable
y terrorífico, y su pernicioso legado ha repercutido hasta
hoy en la mayoría de las sociedades de África, Europa y el
Nuevo Mundo.
Olaudah Equiano nunca tuvo clara la fecha de su nacimiento
en una región africana que hoy corresponde a Nigeria
ni contó cómo transcurrieron sus primeros años de vida
junto a su familia en la aldea africana. Su vida cambió
cuando a los 11 años lo secuestraron junto a sus hermanos
para pasar a convertirse en esclavos. De ahí en adelante,
primero por obligación, tras ser comprado por diversos
europeos, y después por convicción, para unirse a movimientos
abolicionistas y luchar contra la esclavitud, viajó
por numerosos países, aunque la clave de todo fue la
formación que adquirió y que le permitió ser el primer
africano esclavo en escribir sus memorias y contar en
primera persona las penurias y humillaciones que sufrían
a manos de sus dueños.
A Olaudah Equiano se le conoce por ser un escritor
africano del siglo XVIII, pero también marinero y activista
del movimiento abolicionista. Él mismo afirmaba haber
nacido en 1745 en un pueblo lejano de cualquier sitio
llamado Essaka, en lo que es hoy la región de habla
Igbo en Nigeria. A los 11 años de edad fue tomado como
esclavo junto a sus hermanos y llevado América para
ser vendido allí. Pasó por diversas manos, desde comerciantes
de esclavos europeos, hasta viajar después a Barbados
y acabar en las plantaciones de la colonia británica
de Virginia. De aquellos años escribiría después que
estaba tan impresionado por su experiencia que trató
de lavarse el color de su rostro en un intento de escapar
de su posición como esclavo.

Un capitán de la Marina Real fue su primer dueño y
quien le dio el nombre de Gustavus Vassa en honor al
rey sueco del mismo nombre. Posteriormente fue comprado
por Michael Pascal, un marinero en la Royal Navy, por
lo que Equiano perfeccionó el arte de la marinería y
tuvo que seguir a su maestro en la batalla durante la
Guerra de los Siete Años de Gran Bretaña con Francia.
El trabajo que tuvo encomendado Equiano durante las
batallas fue la de suministrador de pólvora para los
disparos. El joven Olaudah Equiano supo ganarse el respeto
de su maestro y después de viajar extensamente, Pascal
lo envío a Inglaterra para recibir una educación básica.
Pascal escribió más tarde que Equiano era “un niño muy
merecedor”. Durante este tiempo, en 1759, también se
convirtió al cristianismo, algo que adquirió gran protagonismo
en su vida, hasta el punto de utilizar como su regla
de oro el mensaje cristiano de “trata a los demás como
te gustaría que te trataran a ti”.
La libertad que Pascal le había prometido al joven
Olaudah alguna vez no acaba de llegar y, por el contrario,
fue vendido a Robert King, un marinero de Filadelfia,
y de nuevo al capitán James Doran en el Caribe, que
le continuó inculcando la lectura y la escritura a la
vez que lo educó en la fe cristiana. Gracias a su poder
de ahorro en las actividades comerciales que le encomendaba
Doran, Equiano logró comprar su libertad ayudado por
el propio Doran que lo asesoró, y empezó una nueva vida
que él mismo definió como “el día más feliz del mundo;
por la mañana era esclavo y por la tarde mi propio maestro”.
Inicialmente Equiano se quedó en Estados Unidos para
ayudar a Doran como socio comercial pero en numerosas
ocasiones intentaron secuestrarlo y devolverlo a la
esclavitud. Sin embargo, siempre fue capaz de escapar
al poder demostrar su educación y bagaje cultural, aunque
no tardó en regresar a Gran Bretaña por su inseguridad.
Más tarde, escribiría que “la posición de los esclavos
libres era poco mejor que los esclavos debido al terrible
trato que recibían los hombres negros”.
En Inglaterra conoció a muchas personas que apoyaban
la abolición del comercio de esclavos y el movimiento
abolicionista crecía en esos años sin parar. Animado
en parte por ellos, Equiano dio testimonio en primera
persona sobre la vida como esclavo con ‘La interesante
narrativa de la vida de Olaudah Equiano o Gustavus Vassa,
el africano’. Publicado en 1789, la obra fue recibida
con entusiasmo y no sólo se vendió bien, sino que además
tuvo muchas ediciones. Ese libro autobiográfico de Equiano
sirvió para que mucha gente tuviera las primeras noticias
sobre el sufrimiento de los esclavos y se animara a
apoyar la causa abolicionista. Las buenas críticas que
recibió hacían referencia no sólo a la dureza de los
contenidos, sino a la calidad de la escritura, el estilo
y la habilidad en las descripciones.

Jorge III del Reino Unido, rey de Gran
Bretaña y de Irlanda en aquellos años. Será recordado
por la pérdida de las colonias, que formarían el núcleo
de los futuros EE. UU. Sufrió de una recurrente y finalmente
permanente enfermedad mental. Se piensa ahora que padeció
de desórdenes mentales y nerviosos como una consecuencia
de la enfermedad sanguínea llamada porfiria, que ha
afectado a varios monarcas británicos. El dramaturgo
Alan Bennett escribió una obra de éxito sobre este tema,
y el director Nicholas Hytner la llevó al cine con el
título La locura del rey Jorge.
La fama por su libro le sirvió a Equiano para poder
pedirle al rey en Inglaterra el fin de la esclavitud,
a la vez que ayudó a desmitificar muchos de los mitos
y prejuicios sobre los pueblos africanos. Los ingresos
por las ventas de libros permitieron a Equiano vivir
de manera desahogada y dedicar más tiempo a hacer campaña
contra la esclavitud y a la causa de sus hermanos negros,
ya que fue también líder de la comunidad negra pobre
de Londres, descendientes de esclavos que luchaban por
sobrevivir económicamente. En 1792 Olaudah Equiano se
casó con Susan Cullen, una chica británica, y el matrimonio
tuvo dos hijas. Anna Maria en 1793 y Joanna en 1795.
Equiano, con su matrimonio, sostuvo su teoría de que
la unión entre blancos y negros podría servir para disminuir
la segregación racial hacia los africanos y unificar
a los seres humanos. Susannah falleció en febrero de
1796 y Olaudah lo hizo al año siguiente, el 31 de marzo
de 1797. Poco después, la hija mayor falleció a los
cuatro años de edad, dejando a Joanna como única heredera
de la fortuna de su padre.
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