Dos noticias han sacudido contemporáneamente
el estudio de la evolución humana, cuestionando la visión
tradicional de este proceso como algo lineal en el que las
diversas especies siguieron caminos independientes. En Israel
se han encontrado fragmentos del cráneo de un individuo de
ascendencia neandertal, que demuestran una alternancia temporal
entre poblaciones de esta especie y de Homo sapiens. Por otra
parte, en China se ha anunciado el descubrimiento del cráneo
con las características más similares a los humanos modernos
que se conocen hasta la fecha, y que ha sido bautizado con
el nombre de Homo longi.
El paleoantropólogo español Juan Luis Arsuaga,
director científico del Museo de la Evolución Humana de Burgos
y que ha participado en el descubrimiento del cráneo en Nesher
Ramla (Israel), opina que el hallazgo es “un paso muy importante
porque clarifica parte de la evolución humana” puesto que
“hay una alternancia de poblaciones de linaje neandertal (existente
hace entre 230.000 y 40.000 años) y sapiens, lo que implica
intercambio genético, relaciones sexuales entre ambos”.
Cráneo de Harbin.
La importancia del descubrimiento es, precisamente,
que cuestiona la idea según la cual las distintas especies
del género Homo habían seguido caminos separados. “Los neandertales
en Europa y Eurasia y los sapiens en África y Asia se veían
como evoluciones paralelas pero independientes. Este trabajo
nos lleva a pensar que no han sido tan independientes, sino
que ha habido intercambio de genes.” Esta alternancia, según
él, “significa que la zona de Israel es un corredor que conecta
África con Eurasia y en ese corredor se han encontrado y convivido
o reemplazado unos y otros, aunque de estar los dos juntos
a la par no hay pruebas concluyentes aún”. Además, señala
que los neandertales no fueron una especie propia de Europa
sino que ocuparon un área mucho más extensa de lo que se pensaba
hasta ahora.
Cráneo de Nesher Ramla.
Una noticia igual de impactante ha sido el anuncio,
por parte de investigadores chinos, de un cráneo en excepcional
estado de conservación en la ciudad de Harbin que, por sus
características, han atribuido a una especie nueva a la que
han bautizado como Homo longi, “hombre dragón”. El cráneo
presenta unas grandes cuencas oculares, amplias crestas de
las cejas, una boca ancha, dientes de gran tamaño y, como
característica más notable, un cráneo de grandes dimensiones
que podría haber albergado un cerebro de un tamaño comparable
al de los humanos modernos. Pero el anuncio más impactante
es que, según el profesor Xijun Ni de la Academia China de
Ciencias, “el nuevo linaje que hemos identificado y que incluye
al Homo longi es el verdadero grupo hermano del sapiens”,
algo que desbancaría a los neandertales del puesto de parientes
más cercanos de los humanos modernos pero que ha sido recibido
con prudencia por otros investigadores. Lo que sí parece claro
es que estas especies diversas coexistieron e influyeron las
unas en las otras, y que el cuadro de la evolución humana
esconde una mayor interconexión de la que se pensaba.
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Recientemente se descubrió que los carbohidratos
fueron clave para el desarrollo del cerebro de humanos y neandertales.
Un nuevo estudio sugiere que la ingesta de grandes cantidades
de almidón alteró la microbiota oral en los ancestros de humanos
y neandertales, lo que se tradujo en un mayor aporte de glucosa,
un ingrediente decisivo para proporcionar calorías extra a
un cerebro más grande.
La imagen que tenemos de los neandertales es
la de unos primitivos devoradores de carne. Sin embargo, aunque
es cierto que la especie contaba con una dieta mayoritariamente
carnívora, también ingería grandes cantidades de raíces, frutos
secos y otros alimentos ricos en almidón, alimentos que contribuyeron
a alterar la microbiota oral, responsable de convertir estos
componentes en azúcares, indispensables para aportar las calorías
necesarias al cerebro.
La placa dental contiene pistas importantes
sobre la alimentación, y es que nuestro microbioma oral, constituido
por billones de células microbianas pertenecientes a miles
de especies de microorganismos, ha evolucionado con nosotros
a lo largo de millones de años. A partir de esta premisa,
un equipo multinacional formado por científicos, de más de
40 instituciones y 13 países decidió estudiar la microbiota
hallada en fósiles de humanos modernos y neandertales en busca
de pistas sobre la evolución de su alimentación a lo largo
de los últimos cien mil años.
Sus conclusiones, publicadas recientemente en
la revista especializada PNAS (Proceedings of the National
Academy of Sciences), sugieren que nuestros antepasados comunes
ya se habían adaptado para ingerir grandes cantidades de almidón
hace al menos 600.000 años, aproximadamente el mismo período
en el que necesitaban más glucosa para alimentar sus cerebros
cada vez más grandes. Los investigadores llevaban mucho tiempo
atribuyendo el crecimiento de los cerebros de nuestros antepasados-
cuyo tamaño se duplicó en algún momento de hace entre 2 millones
y 700.000 años,-a la mejora de las herramientas líticas y
a la caza cooperativa. Según esta hipótesis, a medida que
los humanos mejoraban la caza de animales y el procesamiento
de la carne de sus presas, ingerían una dieta de mayor calidad
que se traducía en más aporte energético, indispensable para
el alimento de unos cerebros cada día más grandes.
Reconstrucción de esqueleto elaborada a partir
de más de 200 fósiles de neandertal. Según el nuevo estudio,
los antepasados de humanos y neandertales ya se habían adaptado
para ingerir grandes cantidades de almidón hace al menos 600.000
años, aproximadamente el mismo período en el que necesitaban
más glucosa para alimentar sus cerebros, cada vez más grandes.
Sin embargo, los científicos firmantes del estudio
se preguntaban hasta qué punto la ingesta de carne podía explicar
por sí sola este aporte extra de energía. "Para que los ancestros
humanos tuvieran un cerebro más grande, necesitaban alimentos
energéticos que contuviera glucosa, un componente que no se
encuentra en la carne", apunta la arqueóloga molecular Christina
Warinner, investigadora de la Universidad de Harvard y del
Instituto Max Planck para la Ciencia de la Historia Humana,
a la revista Science. Los antepasados comunes de Homo sapiens
y neandertales ya pudieron haberse adaptado hace al menos
600.000 años para ingerir grandes cantidades de almidón, un
componente que sí se encuentra, sin embargo, en algunas plantas
silvestres ricas en almidón, como las que todavía consumen
algunos cazadores-recolectores en la actualidad. Esto hizo
pensar a los investigadores que los primeros humanos y los
neandertales podrían haber incorporado el almidón en su dieta,
lo que les habría proporcionado una ración extra de glucosa.
Una vez elaborada la hipótesis, sólo quedaba
demostrar que las bacterias orales rastrean los cambios en
la dieta. A tal efecto, Warinner, junto con un amplio equipo
de investigadores, observaron las bacterias de la cavidad
oral adheridas a los dientes de neandertales y humanos modernos
que vivieron hasta hace 10.000 años, antes del desarrollo
de la agricultura, chimpancés, gorilas y monos aulladores,
y los compararon con miles de fragmentos de ADN de bacterias
muertas hace miles de años que todavía se conservan en los
dientes de 124 individuos, uno de ellos un ejemplar de neandertal
que vivió hace 100.000 años en la cueva de Pešturina, en Serbia,
del que se extrajo el genoma del microbioma oral más antiguo
reconstruido hasta la fecha.
Los científicos descubrieron que las comunidades
bacterianas presentes en la boca de humanos preagrícolas y
neandertales eran muy similares entre sí. En concreto, tanto
unos como otros albergan un grupo inusual de bacterias del
género Streptococcus en sus cavidades bucales, unos microorganismos
que cuentan con una capacidad especial para unirse a una enzima
denominada amilasa, responsable de romper moléculas de glúcidos
complejos como el almidón. Dicho de otro modo, extraer la
glucosa. La presencia de estos microorganismos en los dientes
de los neandertales y los primeros humanos modernos, pero
no, por ejemplo en los chimpancés, demuestra que aquellos
ya ingerían alimentos ricos en almidón.
Alimentos como las raíces, tubérculos y semillas,
ricos en almidón, pudieron dar a los humanos modernos y los
neandertales un aporte extra de energía, pero los investigadores
sugieren que la microbiota responsable de descomponer y transformar
las moléculas de almidón en azúcares se heredó de un ancestro
común que vivió hace más de unos 600.000 años, aproximadamente
en el momento en que el tamaño del cerebro de nuestros ancestros
creció significativamente hasta casi duplicar su tamaño. Esta
hipótesis, según Warinner, desvela la importancia del almidón
en la dieta y su vinculación con el crecimiento del cerebro
de nuestros ancestros, de los que se sospecha también pudieron
haber empezado a cocinar alimentos mucho antes de lo que pensaba,
pues, según apuntan los científicos, la enzima amilasa es
mucho más eficiente a la hora de digerir el almidón cocinado
que el crudo. Los investigadores deducen, pues, que los parientes
del género Homo de hace unos 600.000 ya cocinaban los alimentos
de manera habitual, una práctica que pudo expandirse como
consecuencia de la necesidad de aportar recursos extra a unos
cerebros cada vez más grandes.
Seas cuales sean las conclusiones, la investigación
ha desvelado la importancia del microbioma en nuestra adaptación
evolutiva y ha puesto en valor los estudios de investigación
basados en el metagenoma (el genoma de los organismos que
hospedamos en nuestro cuerpo) para desentrañar algunos de
los enigmas de la historia evolutiva del hombre moderno y
de su especie hermana, los neandertales. Tal y como reza una
de las conclusiones del estudio, hasta diez tipos de bacterias
han convivido en nuestro organismo y el de nuestros ancestros
durante cerca de 40 milles de años. Casi nada.
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El consumo moderado de carbohidratos favorece
una vida más saludable y longeva, según un estudio publicado
en 2018 en la revista británica «The Lancet». La investigación,
liderada por la especialista en medicina cardiovascular Sara
Seidelmann, del Brigham and Women's Hospital (Estados Unidos),
reveló que las dietas que sustituyen los carbohidratos por
proteínas o grasas deberían evitarse por su posible vínculo
con «ciclos de vida más cortos». «Consumir carbohidratos con
moderación parece ser óptimo para la salud y para tener una
vida más larga», según los expertos.
El estudio también destacó que el reemplazo
de este tipo de alimentos por ternera, cordero, cerdo, pollo
o queso está relacionado con unos mayores índices de mortalidad,
mientras que una dieta rica en proteínas vegetales (como las
verduras, las legumbres o los frutos secos) disminuye el riesgo
de mortalidad. «Las dietas bajas en carbohidratos, las cuales
los reemplazan con proteínas o grasas, están ganando popularidad
como una forma saludable de perder peso», dijo Seidelmann.
«Sin embargo, nuestros datos sugieren que estas podrían estar
asociadas con una vida más corta y no deberían ser recomendadas»,
apostilló la investigadora. No obstante, la especialista en
medicina cardiovascular aclaró que, «si una persona decide
comenzar una dieta de estas características, al menos debería
incluir más proteínas vegetales, las cuales promueven un envejecimiento
saludable». Los autores analizaron los hábitos alimentarios
de 15.428 adultos de entre 45 a 64 años de diversos orígenes
socioeconómicos y procedentes de cuatro comunidades estadounidenses.
Durante un seguimiento de 25 años, 6.283 de los participantes
fallecieron.
Los expertos observaron una relación entre la
baja ingesta de carbohidratos y la esperanza de vida. Observaron
una baja esperanza de vida para aquellos que llevaban a cabo
dietas bajas en carbohidratos (menos del 40% de las calorías)
o altas (más del 70%), y alta para los que optaban por un
consumo moderado (entre el 50 y el 55% de las calorías). Asimismo,
los investigadores estimaron que, a partir de los 50 años,
la esperanza de vida promedio fue de 33 años adicionales para
el grupo con una ingesta moderada de carbohidratos -cuatro
años más que aquellos con muy bajo consumo de carbohidratos
y un año más que aquellos con alto consumo-. A pesar de esto,
desde el estudio aclararon que, dado que las dietas solo se
midieron al inicio del ensayo y luego seis años después, los
patrones dietéticos pudieron variar, lo que afecta al nivel
de fiabilidad de los resultados.
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