En una helada madrugada de abril de 2021, unos
científicos de EE.UU. tomaron un antiguo mapa, linternas,
una pala y un flexómetro para buscar un preciado tesoro enterrado
hace 145 años. Al frente del pequeño grupo estaba el profesor
Frank Telewski, un biólogo y líder de esta pequeña sociedad
de investigadores de la Universidad Estatal de Michigan y
guardián del mapa que ha sido heredado durante varias generaciones.
Una vez ubicado el sitio que señalaba el mapa, y abierto un
hueco con la pala, la científica Marjorie Weber -la primera
mujer en integrarse al grupo- empezó a excavar cuidadosamente
con las manos, en un esfuerzo para evitar que algún golpe
de la pala pudiera dañar el tesoro. Sintió algo duro bajo
la tierra, lo cual alegró a todos. Pero resultó ser la raíz
de un árbol. Siguió un poco más, hasta toparse con otra cosa,
una piedra. Algo andaba mal.
Revisaron el mapa y se dieron cuenta de que
habían fallado los cálculos iniciales por unos 60 centímetros.
Así que volvieron a excavar un poco más.
Y ahí estaba: una botella de cristal de medio
litro llena de arena y semillas. Weber dice que se sentía
como “haber traído al mundo a un bebé sano y salvo”. Este
tesoro fue enterrado en 1879 y luego de 15 décadas fue sacado
de la tierra por este grupo de científicos que trabajan en
uno de los experimentos más largos en la historia de las ciencias
biológicas. Lo inició el botánico William J. Beal aquel año
como una prueba para determinar cuánto tiempo puede perdurar
una semilla y seguir siendo viable para germinar. La estafeta
de su misión ha pasado entre varios guardianes, muchos de
los cuales no han visto -y quizás no verán- su final. Se espera
que concluya en 2100. Aunque incluso eso podría extenderse.
El profesor Lars Brudvig es parte de este selecto
grupo de científicos.
“Formar parte del Experimento de Semillas Enterradas
de Beal ha sido sin duda uno de los momentos culminantes de
mi carrera”, dice a BBC Mundo el profesor Lars Brudvig, uno
de los selectos científicos del grupo. “Desenterrar y sostener
la botella de 2021, tocada por última vez por el propio Beal
141 años antes, y luego ver germinar una planta tras otra
a partir de estas semillas... guau. Ha sido una alegría y
un honor formar parte de este equipo”.
William J. Beal era un científico botánico en
el Colegio de Agricultura de Michigan, de la universidad estatal,
y quería ayudar a los agricultores locales a aumentar la producción
de sus cultivos al eliminar las malas hierbas. Este tipo de
maleza parecía crecer sin control y en aquella época de finales
del siglo XIX, los granjeros tenían que usar una azada y pasar
mucho tiempo intentando mantenerla al margen. Por ello Beal
quería entender su comportamiento y se planteó investigar
cuánto tiempo podían perdurar las semillas de malas hierbas
en el subsuelo siendo viables para su germinación. Para encontrar
una respuesta, se le ocurrió llenar 20 botellas de cristal
con 50 semillas de 23 especies de mala hierba. Las enterró
boca abajo -para evitar la entrada de agua- en terrenos de
la Universidad Estatal de Michigan. Y para no olvidarse de
la ubicación exacta, hizo el mapa.
William James Beal estaba interesado en los
trabajos de Charles Darwin, con quien incluso intercambió
correspondencia.
El plan inicial era desenterrar cada 5 años
una botella para ver si las semillas eran viables. Se encargó
de seguir el experimento en los primeros lustros, tiempo en
que algunas de las semillas seguían germinando. Ya con 77
años, se jubiló, por lo que dejó el experimento en manos de
su colega Henry T. Darlington, un profesor de botánica de
31 años que tendría muchos años por delante.
Al ver que la viabilidad de las semillas se
mantuvo en los primeros lustros, para 1920 el periodo cambió
a 10 años. Y como seguían germinando, en 1980 se amplió la
espera a 20 años. Conforme han pasado las décadas, siete han
sido los custodios del experimento. Los “espartanos”, como
se hacen llamar, que buscan que aquellas botellas estén resguardadas
en un sitio lejos de la vista de los curiosos. “No está señalizado
ni vigilado, pero es bastante seguro y nadie lo encontraría
por casualidad. Si se pasara de largo, la ubicación parecería
la de cualquier otra parte de nuestro campus de más de 2.000
hectáreas”, asegura Brudvig. “Utilizamos un mapa para triangular
el lugar a través de puntos de referencia clave”. Desde 2016
el líder del experimento es Frank Telewski, quien designó
a un guardián de una copia del mapa por si algo le pasaba.
En 2021 desenterraron la botella número 14 de las 20 que puso
bajo tierra Beal.
Esta es una de las plantas que germinaron luego
de casi 150 años.
Luego de casi 150 años, algunas semillas siguen
germinando, lo cual le ha dado más información a los científicos
sobre su latencia o longevidad. A diferencia de hace décadas,
ahora los especialistas han podido hacer estudios que en los
tiempos de Beal ni imaginaban, como los de ADN. Una reciente
prueba de genética molecular confirmó la presencia de una
planta híbrida de Verbascum blattaria y Verbascum thapsus,
o gordolobo común, que se incluyó accidentalmente entre las
semillas de la botella número 14. Al parecer, las Verbascum
son las plantas con mayor latencia, pues otras perdieron su
capacidad de germinación en los primeros 60 años. Aunque el
objetivo inicial de Beal era ayudar a los agricultores a eliminar
las malas hierbas determinando la longevidad de las semillas,
luego de 144 años aún no hay respuesta. Brudvig dice que las
semillas que tienen son como la princesa Aurora, del cuento
"La Bella Durmiente". “Las semillas latentes están vivas,
pero ‘dormidas’ y esperando el estímulo adecuado antes de
despertar (germinar). Pero, mientras que la princesa Aurora
espera el beso de su amor verdadero, las semillas del banco
de semillas del suelo aguardan estímulos como la luz del sol,
una temperatura adecuada o unas condiciones de humedad apropiadas
que las hagan germinar y empezar a crecer”, explica.
La botella 14 debía sacarse en 2020, pero se
retrasó un año por la pandemia.
“Una cuestión clave es que las semillas de las
distintas especies de plantas pueden sobrevivir en estado
latente durante periodos de tiempo variables", continúa Brudvig.
"En algún momento es demasiado tarde, incluso cuando reciben
el estímulo adecuado. En el caso de las especies de plantas
analizadas en el Experimento de las Semillas de Beal, hemos
aprendido que este periodo de tiempo oscila entre <5 y >140
años”.
El grupo es muy cuidadoso con el manejo de las
semillas para tener resultados consistentes. Desentierran
las semillas de noche para evitar que la luz del sol influya
de alguna manera. Y en los laboratorios son capaces de generar
condiciones del entorno natural. “De hecho, utilizamos una
cámara de crecimiento con temperatura, luz y humedad cuidadosamente
controladas al germinar las plantas para este experimento”,
dice Brudvig. Más allá de las preguntas que se planteó originalmente
Beal, el experimento sigue siendo relevante para responder
a preguntas adicionales a las que se planteó resolver aquel
botánico.
Frank Telewski es el líder de los "espartanos"
y poseedor del mapa.
“La relevancia del experimento también ha crecido
con el tiempo, en formas que no estoy seguro de que Beal pudiera
haber imaginado hace casi 150 años”, dice el científico. Por
ejemplo, tanto las especies de plantas autóctonas raras como
las invasoras problemáticas pueden permanecer latentes en
el suelo, a veces durante muchos años, lo que plantea posibles
beneficios y retos para la gestión de los ecosistemas autóctonos.
Saber más sobre esto puede ayudar a los esfuerzos de restauración
de ecosistemas autóctonos, como praderas y bosques, a partir
de viejas zonas de cultivo. "Nuestros hallazgos ayudan a documentar
sobre qué especies de plantas, como Verbascum, podrían ser
malas hierbas problemáticas para un proyecto de restauración
como ese, y qué otras especies podrían no serlo, dependiendo
de cuánto tiempo se cultivó un campo antes de ser restaurado",
explica Brudvig. Aún pasarán varias generaciones de espartanos
más para llegar a la botella número 20, que debería ser desenterrada
en el año 2100. Pero los científicos no han descartado extender
el periodo entre cada excavación. ¿Germinarán más de 220 años
después? ¿La mala hierba nunca muere, como dice el dicho?
Tocará descubrirlo a otras generaciones.
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