El incendio de Sierra Bermeja, en la provincia
de Málaga, es único en cuanto al contexto en el que se produce.
En España ya se han dado incendios llamados "de sexta generación"
como este pero la cercanía de poblaciones y urbanizaciones
ha hecho que, junto al abandono de la gestión del entorno
natural y los efectos del cambio climático, se convierta en
un fuego "insólito". El concepto de generaciones de incendios
tiene que ver con cómo se relaciona el comportamiento del
fuego con la estructura del paisaje. Dos cuestiones que interactúan
en un incendio forestal y que, según las circunstancias, hace
que hablemos de un incendio de un tipo o de otro.
Porque, ¿qué significa que sea un incendio de
sexta generación? ¿Cuáles son las cinco generaciones precedentes?
Cristina Montiel, que desde 1997 dirige el Grupo de Investigación
'Geografía, Política y Socioeconomía Forestal' en la Universidad
Complutense de Madrid, explica que desde que a mediados del
siglo XX se produjera un proceso de éxodo rural y se abandonasen
los usos agrícolas, los incendios han evolucionado. Primero,
ganando velocidad en zonas de cultivo que ya no estaban cultivadas
(primera generación). Luego, el abandono de una masa forestal
creciente, fruto de lo anterior (segunda generación), y la
dicotomía del paisaje: zonas urbanística hiperconcentradas
en las áreas metropolitanas y, por otra parte, el vacío de
campo (tercera generación), donde "tan grande como sea la
mancha del bosque, tan grande como va a ser el incendio".
Para explicar los incendios de cuarta y quinta
generación, Montiel tiene en cuenta la urbanización que se
empezó a dar con los 90 en zonas de bosque "sin ningún cinturón
perimetral". Son incendios de "interfaz urbano forestal",
explica la experta. "Los incendios de cuarta generación son
brutalmente peligrosos y hace muchos años que los tenemos
en España, nada menos que desde 1994, y casi nadie habla de
esos. Urbanizaciones y chalets que están en medio del campo".
La denominada quinta generación empezó a producirse "en California,
en Australia, con un territorio ya contaminado, como Canarias
o Valencia, donde ya no se puede diferenciar el bosque de
la urbanización". "Está todo mezclado y forma un continuo
territorial de muchos kilómetros". A ello se le suma el cambio
climático "y eso significa que la atmósfera va a funcionar
de una forma muy errática y en ese incendio ya no puedes defender
a nadie, mueren personas, porque el incendio se ha convertido
en un problema casi exclusivamente de protección civil".

Y, al llegar a este punto, la experta nos habla
de lo que supone un incendio de sexta generación. Un "monstruo",
un "ente con alma", una "nube de fuego" con "vida propia".
Es la nueva generación de incendios forestales, que ya tuvieron
lugar hace 25 años en España, en concreto en Catalunya,
en la comarca del Solsonès y parte del Bages y la Segarra.
Es una nueva realidad que hay que tener presente y que, como
está ocurriendo en Sierra Bermeja, en Málaga, tiene como elemento
común la mayor presencia de viviendas y edificaciones en zonas
de bosque, a la que se añade la subida de temperatura con
el cambio climático. El abandono en la gestión forestal es
el tercer factor que hace que el fuego, algo natural del ecosistema,
se convierta en algo contra lo que no se puede luchar y cuya
voracidad solo se calma con unas condiciones climatológicas
favorables. Montiel considera que en un incendio de estas
características "se pierde ya no solamente la capacidad de
extinción, con llamas de más de tres metros de altura, de
temperaturas inasumibles, donde los aviones ya no me sirven
para nada y donde lo único que se puede hacer son cortafuegos,
quemar combustible para ponerle barreras y que cuando llegue
no tenga nada que quemar". "Es como la guerra. Cuando en una
zona se llega a un incendio de sexta generación, estás perdido,
porque el fuego acaba de convertirse en un ente con alma.
Se ha convertido en una cosa, un monstruo que va por libre
y el incendio va a desarrollar su propia atmósfera", señala.
"El fuego va a generar lo que llamamos procesos convectivos,
donde nos olvidamos ya del viento, del relieve, de la vegetación.
Es un torbellino que va a desarrollar un proceso de convección
que va a dar lugar a lo que llamamos pirocúmulo". La cosa
no queda ahí. "Esperemos que no tengamos la mala suerte de
que se desplome y sea un incendio explosivo. Como ese pirocúmulo
llegue al techo, directamente va a llover fuego. Eso es lo
que pasó en California y es peligrosísimo. Son los incendios
de sexta generación, y contra ellos, por desgracia, no se
puede luchar. Lo único que se puede es desarrollar una estrategia
defensiva, tratar de establecer prioridades y defender lo
que más te importa. El incendio no lo vas a poder contener.
Lo único que puedes hacer es tratar de dirigirlo hacia donde
menos daño pueda hacer, y que cambien las condiciones meteorológicas,
porque el incendio solamente se consigue apagar así. La sexta
generación tiene que ver con el abandono de la gestión y con
el cambio climático".

Según Luis Galiana, profesor titular de Análisis
Geográfico Regional en la Universidad Autónoma de Madrid y
especialista en paisaje, el modelo de las generaciones "se
planteó para explicar un poco la evolución de los incendios
desde los años 60, aproximadamente, cuando empiezan a producirse
ya las transformaciones en el medio rural", y "han ido aumentando
en su complejidad y en su intensidad". "Se han ido añadiendo
elementos que tienen que ver con un escenario cada vez más
complejo", por ejemplo la presencia de las interfaces urbanas
forestales", zonas en las cuales "los agentes forestales entran
en contacto con zonas edificadas de segunda residencia, urbanizaciones
residenciales o incluso ya también, como ocurre ahora mismo
en Sierra Bermeja, con pueblos". Explica el experto que han
ido apareciendo una serie de elementos que han llevado a que
este modelo haga que los incendios forestales sean una realidad
cada vez más compleja de abordar en su extinción. "El elemento
clave, más allá del combustible, de la complejidad de las
labores de extinción, etc, es su autonomía, que ha logrado
casi casi vida propia. Viendo el comportamiento de este tipo
de incendios, parece que el incendio tiene inteligencia, algo
difícil de entender y de admitir a no ser que lo hayas visto.
Se mueve buscando las zonas donde más combustible hay de una
manera autónoma. Crea su propio ambiente de fuego, con sus
propias condiciones meteorológicas consecutivas y genera un
escenario de gran complejidad", apunta.
Galiana indica que incendios como este de Sierra
Bermeja se han dado en la Catalunya central en los años 90,
que "realmente anticiparon estos comportamientos". Fueron
una ventana al futuro de cómo iban a ser los incendios 25
años más tarde. También se dieron en Portugal, en Pedrógão,
en julio de 2017. Este parece responder a esos patrones, aunque
aún es pronto para decirlo y habrá que analizarlo con mayor
detalle, pero parece también responder a estas mismas características.
La clave está en la interfaz urbano forestal, es decir, que
"el monte cada vez presenta mayor contaminación edificatoria".
"Hay cada vez más urbanizaciones y elementos que hacen que,
cuando se produce un incendio, la complejidad de las labores
de extinción sea brutal. Casi más que atender lo que podríamos
decir el ataque a los frentes de incendio, hay que atender
a esa emergencia de protección civil. Hay que desalojar pueblos,
hay que proteger urbanizaciones y eso hace que simplemente
se pierdan oportunidades de ataque. Con unas pocas cientos
de hectáreas ya se pueden producir perfectamente estas complejidades
de las que estamos hablando", dice Galiana.
--------------------------------------------------------------------------------------------------------------

--------------------------------------------------------------------------------------------------------------
Los incendios queman generaciones a medida que
crecen en peligrosidad. Los últimos, los de sexta generación,
tienen vida propia. Crean una atmósfera con corrientes internas
de aire que suben en grandes columnas de humo con las que
impulsarse y forman nubes de ceniza (pirocúmulos) que, si
explotan, pueden desatar auténticas tormentas de fuego para
extenderse. Sucedió en Pedrógão (Portugal), en julio de 2017,
donde murieron 64 personas. El de Sierra Bermeja, controlado
el pasado martes, pertenece a esa sexta generación y provocó
hasta tres pirocúmulos que obligaron a confinar varios municipios,
aunque se disolvieron sin descargar todo ese material incandescente.
No es el primero de esta categoría en España, pero sí el más
peligroso porque se extendió por un paraje natural de enorme
valor medioambiental salpicado de los pequeños pueblos que
forman el Valle del Genal, en el que residen unos 7.000 habitantes.
En seis días, arrasó 9.963 hectáreas en un perímetro
de 83 kilómetros –casi un tercio de la sierra–, obligó a desalojar
a 2.670 personas y acabó con la vida del bombero forestal
Carlos Martínez (44 años), del retén de Almería. Por el camino,
se llevó por delante la fauna –cabras, ciervos, corzos, jabalíes...–
y la flora –principalmente pinos, pero también alcornoques,
castaños y, lo que es peor, algunos pinsapos, una especie
única en el mundo– de un paraje que lleva años reclamando
ser parque nacional, lo que ayudaría a su conservación.
La propia dinámica del incendio habla de su
extraordinaria complejidad. A las 21.35 horas del día 8, empezaron
a arder dos focos junto a la cuneta de la carretera que va
de Genalguacil a Marbella. Fue claramente intencionado. Aunque
esa fue la causa mediata, hay otros factores que contribuyeron
a convertirlo en una tormenta perfecta: la afilada orografía
de la zona, el calor, el viento cambiante... pero también
el abandono progresivo del campo, el éxodo rural –en 15 años,
el valle del Genal ha perdido un 12% de su población– y el
cambio climático. En 2019, la temperatura media en España
fue de 15,9 grados, uno más que el año anterior.

El fuego avanzó primero hacia la costa empujado
por rachas de poniente de hasta 45 kilómetros por hora y llegó
a la autopista de peaje a la altura de Estepona, donde los
bomberos lograron contenerlo a apenas 20 metros de una gasolinera.
Sin embargo, dos días después volvió sobre sus pasos ayudado
por el viento de levante y enfiló de nuevo la sierra con llamas
de hasta 20 metros de altura.
El domingo, cuando los bomberos del Infoca (servicio
de extinción de incendios de la Junta de Andalucía) empezaban
a considerarlo estabilizado, fue capaz de crear un nuevo incendio
a partir de una pavesa. Ambos fuegos se unieron por succión
y el nuevo frente se bifurcó, amenazando a la vez a Casares
(al este) y al Valle del Genal (en el norte). A las 6.45 horas
del martes, debilitado por la lluvia de la madrugada, quedó
controlado. Pero tardará semanas en extinguirse, porque las
raíces de los árboles aún siguen ardiendo en el subsuelo.
El agente de Medio Ambiente de la Junta Pepe Montes –«llevo
lo forestal hasta en el apellido», bromea– lo define como
«un monstruo con mil cabezas» por su capacidad para multiplicarse.
Los incendios, explica, se clasifican en tres tipos: de suelo,
que son los más fáciles de apagar; de copa, cuando la llama
llega a los árboles, mucho más complejos; y de subsuelo, que
se extienden por las raíces. «Este ha sido de los tres tipos
a la vez», añade.
Montes conduce el todoterreno de Medio Ambiente
del Infoca por los carriles del fuego mientras explica que
aquí la tierra es de color bermejo debido a la peridotita,
una roca de origen ígneo que aflora desde la corteza continental
de la Tierra. Las de Málaga (en Ronda y en Sierra Bermeja)
constituyen la mayor exposición mundial de estos afloramientos.
El lecho es rico en materiales pesados, por lo que no son
muchas las especies capaces de adaptarse a él. Las que lo
hacen son extraordinariamente singulares –es la zona de Andalucía
con mayor densidad de endemismos–, como el abeto pinsapo,
un tesoro en peligro de extinción. El día –este pasado jueves–
amanece despejado y la sierra presenta, de lejos, una variedad
cromática que resulta pintoresca y triste al mismo tiempo.
El verde se mezcla con el ocre y con el negro. Los tonos marrones
evocan el otoño, pero es un engaño, un puro espejismo. Los
pinos son de hoja perenne y su tonalidad no varía a lo largo
del año. El color que ahora tienen es la huella del fuego.

El paraje de Loma y Ferreira, perteneciente
a Júzcar, también conocido como el pueblo pitufo porque la
mayoría de sus casas están pintadas de azul, ofrece un contraste
desolador. En el perímetro del fuego es donde mejor se aprecia
el antes y el después. El suelo sobre el que crece un bosque
de pinos todavía humea porque el incendio, ahí abajo, aún
no está apagado. «Es muy peligroso y nos obliga a mantener
la vigilancia. Los árboles siguen ardiendo por dentro y el
fuego circula de manera lenta por la falta de oxígeno, pero
se extiende por el sistema de raíces y puede salir una semana
después fuera del perímetro», explica Montes, que peina la
sierra junto a sus compañeros para localizar los «puntos calientes»
y alertar a los bomberos forestales del Infoca.
Miguel Redondo conduce el vehículo autobomba
hasta el paraje y lo sitúa lo más cerca posible de las ascuas.
El camión, que a diferencia de los vehículos de bomberos urbanos
es todoterreno, tiene 3.600 litros y 36 mangueras de 25 metros
y diferentes embocaduras que se pueden empalmar para llevar
agua a 75 metros de distancia. Es un bien preciado, por lo
que los bomberos juegan con la presión. «No se trata de comerse
la llama, sino de saber comérsela. Hay que apuntar a la base»,
detalla Montes. Un par de minutos después llega el retén ME-207
–M de Málaga, E de Especial y la numeración corresponde al
de Tolox– en un todoterreno repleto de herramientas del que
se bajan siete bomberos forestales que se mueven como un escuadrón:
el primero escarba con el pulaski (o hacha-azada, una herramienta
básica para ellos) y el segundo inunda las raíces de un tocón.
Todos los retenes son de siete miembros, salvo las brigadas
regionales, las llamadas Bricas, que pueden ser de 13 o de
18 integrantes. Unos y otros trabajan «pegados a la candela»,
como dicen sus compañeros del Infoca, que habla de ellos con
admiración.
El jefe de grupo es José Morera (55 años) y
su hermano Francisco (60), el conductor del todoterreno, que
ya sabe lo que es estrellarse con un helicóptero –él y sus
ocho compañeros resultaron ilesos– cuando participaba en la
extinción del incendio de 1991 en la Serranía de Ronda, que
se disputa con el de Sierra Bermeja ser el más grave en la
provincia en el último medio siglo. José no tiene dudas: «Este
es el peor que he visto. El viento, el terreno... ». La muerte
del compañero, confiesa, los ha dejado muy tocados. En casa
suelen despedirse de ellos diciéndoles que tengan cuidado.
Estos días añadían otra petición que era más una súplica:
«Vuelve».

Todos coinciden en la sensación de impotencia.
«Lo peor ha sido el viento. Estábamos en un flanco, cambiaba
la dirección del aire y de pronto se convertía en la cabeza
del fuego. Ha sido muy difícil. Hacías un trabajo de dos o
tres horas y de pronto no servía de nada y tenías que salir
por patas», cuenta, con la cara tiznada, el bombero forestal
Rafael Gómez, que tiene 43 años; entró con 19 en el Infoca.
«Un retén bueno –añade– es el que mezcla veteranía y juventud».
Manuel (27) es el de menos edad y hay dos compañeros más en
la treintena. Todos son eventuales: están contratados cuatro
meses –la temporada de alto riesgo de incendio, del 1 de junio
al 15 de octubre– y se buscan la vida el resto del año mientras
escalan puestos en la bolsa de trabajo. La falta de estabilidad
empuja a muchos de ellos a cambiar de oficio, con lo que se
pierde todo ese caudal de experiencia. Para los incendios
de suelo, usan el ataque directo con mangueras o con «batefuegos»,
una especie de remos que manejan por parejas para sofocar
la llama. En los que están en las copas de los árboles hay
que cambiar de estrategia. Paradójicamente, el fuego se combate
con fuego, en este caso llamado 'técnico' o 'prescrito', que
no es otra cosa que crear cortafuegos para debilitarlo. El
retén de Tolox pudo cortar así uno de los frentes: «El incendio
venía de recula –cuando avanza ayudado por la pendiente, pero
en contra el viento y, por tanto, más lentamente– y no había
forma de entrarle al fuego, así que nos apoyamos sobre un
carril que nos daba seguridad y quemamos el marrotal que tenía
delante». El agente Montes apostilla: «El bombero forestal
es capaz de combatir el fuego sin agua. Si tiene, mejor, pero
si no, también lo apaga».
El observatorio del Porrejón, a 1.200 metros
de altitud, ofrece una panorámica casi completa de la Costa
del Sol y es también el epicentro del incendio de Sierra Bermeja.
Las llamas se quedaron a escasos 10 metros del puesto de vigilancia,
que es, por su ubicación, el más importante de la provincia.
Rita Hidalgo (55) es una de las observadoras forestales. Los
ojos del Infoca. «Mi compañera me relevó a las 19.30 (dos
horas antes). Cuando empezó el fuego, ella tuvo que salir
corriendo con su marido. Al coger la carretera hacia Peñas
Blancas no pudieron seguir por el resplandor de las llamas
y tuvieron que dar la vuelta hacia Jubrique». Para entonces,
Rita ya estaba en casa, en Genalguacil, de donde fue desalojada
dos días después. «He pasado nervios, miedo y también tristeza.
He llorado muchísimo. Que estés siempre mirando, con los prismáticos
en la mano, y que en un momento alguien llegue y se lo cargue
todo... No hay derecho», expresa. La misión de Rita es avisar
al Centro de Defensa Forestal (hay dos Cedefos en Málaga,
uno en Ronda y el otro en Colmenar) del más mínimo rastro
de humo, ubicarlo e identificar el tipo: «Si es amarillento
–aclara la observadora–, lo que arde es pino; si es blanquecino,
pasto; y si es negro, un coche o unos neumáticos».

--------------------------------------------------------------------------------------------------------------






--------------------------------------------------------------------------------------------------------------
|