Parecía un gigante salido de otro tiempo, de
ese siglo XX que se aleja. Jean Daniel estaba sentado en una
inmensa y confortable butaca en su piso de la calle Vaneau,
en París. En una mesita tenía la prensa del día. Apenas podía
moverse y hablaba con dificultad.
Jean Daniel Bensaïd —ese era su nombre original—
murió en París, según ha anunciado L’Obs, el nombre actual
de la cabecera que dirigió hasta 2008 y con la que siguió
asociado hasta el final. Entrevistó y aconsejó a presidentes
y reyes; participó en las grandes peleas intelectuales y políticas
de su tiempo, desde la guerra de Argelia hasta la paz en Oriente
Próximo; y fue en muchos países, incluida la España de la
transición y los primeros años de la democracia, un referente
de la izquierda antitotalitaria y no dogmática para periodistas
y políticos, un testimonio del siglo.
“El inicio bárbaro del siglo XXI es, curiosamente,
el resultado de un gran acontecimiento de emancipación: el
fin del totalitarismo soviético. Creíamos que la ideología
había muerto. Sin embargo, continúa floreciendo, particularmente
en su encarnación islámica: un giro desviado de una gran religión”,
dijo en 2004 al recibir el Premio Príncipe de Asturias de
Comunicación y Humanidades. En el mismo discurso, trufado
de citas de Unamuno, Camus y Cervantes, elogió a España por
“[hacer] lo que es conveniente hacer y no hacer para combatir
el terrorismo, no adoptar los valores del enemigo al que se
quiere derrotar, no imitar sus medios so pretexto de que los
fines son diferentes, porque precisamente son los medios los
que determinan siempre los fines”. En 2010 recibió el Premio
Ortega y Gasset por su trayectoria profesional.

Jean Daniel, en 2010.
Nacido el 21 de julio de 1920, undécimo hijo
de una familia de notables judíos en Blida, al pie del Atlas
argelino cuando este territorio era francés, Jean decía que
se sentía “primero mediterráneo, después francés y después
judío”. El inicio de los estudios de Filosofía en Argel coincidió
con la abolición, el 7 de octubre de 1940, del llamado decreto
Crémieux, que en 1870 había concedido a los judíos de Argelia
la nacionalidad francesa. De repente, dejó de ser francés:
las convulsiones del siglo le alcanzaban de lleno por primera
vez. Se unió en Túnez a la Segunda División Blindada del general
Leclerc, desembarcó en Normandía, participó en la Liberación.
Retomó los estudios en la Sorbona y fundó la revista Caliban.
Allí conoció a Albert Camus, argelino como él, periodista
en París como él, siete años mayor que él, un hermano mayor,
un faro.
“Su influencia, para mí, fue total: en todos
los planos y a veces de una manera devastadora. Durante 50
años, yo no podía pensar sin él”, nos dijo en enero. “Quizá
exagero, pero quiero decir que todos los conceptos y los temas
en los que pensé se referían a un libro de Camus o a una conversación
con él”, añadió. Más tarde compartieron despacho en L’Express.
Argelia, que les había unido, les distanció: Daniel era favorable
a la independencia; Camus soñaba con una solución federal.
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Jean Daniel encarnaba un tipo de periodismo
muy francés, que mezcla el reporterismo —encontrarse en el
lugar correcto y en el momento adecuado— con el afán de interpretar,
de opinar, de intervenir en la noticia. El periodista quiere
ser más que eso: un escritor, un intelectual. En julio de
1961 fue herido durante los enfrentamientos en Túnez entre
fuerzas francesas y tunecinas. En noviembre 1963 entrevistó
a John F. Kennedy, que le entregó un mensaje para Fidel Castro.
Se desplazó a Cuba y, mientras almorzaba con el dictador en
Varadero, les llegó la noticia del asesinato de Kennedy.
Con el Le Nouvel Observateur, que fundó en 1964
junto al empresario Claude Perdriel, modernizó el periodismo
francés y se convirtió en un actor ineludible de la Francia
contemporánea. Pero hoy también se podría decir que su director
confundía géneros: mantenía un trato cercano, a veces excesivamente
cercano, con los presidentes; intentaba influir en ellos;
aceptaba misiones diplomáticas como las que le encargó François
Mitterrand en Argelia o Portugal, aunque ideológicamente se
sintiese más próximo de Pierre Mendès-France o el de Michel
Rocard, símbolos en Francia de lo que pudo llegar a ser y
no fue, la tercera vía socialdemócrata. “Comparto la posición
de Camus, que decía: ‘Pese a ella y pese a mí, moriré a la
izquierda'", declaró en los años noventa a Le Monde.
Aunque apartado de las tareas ejecutivas en
L’Obs y ya no tan próximo al mundo del poder como un día lo
fue, estaba atento. En plena huelga de los transportes contra
la reforma de las pensiones, dio su opinión sobre el presidente
Emmanuel Macron: “Es un fenómeno inclasificable. Cada vez
que nos hacemos una idea de él, nos equivocamos”.

Originario de una familia judía sefardí, fue
el undécimo y último hijo de Jules Bensaïd, quien pasó de
ser un simple obrero a fabricante de harina. Comenzó sus estudios
universitarios en Argelia, pero, a causa de la Segunda Guerra
Mundial, los terminó en París donde obtuvo la licenciatura
en filosofía por La Sorbona. Enrolado en las Fuerzas francesas
libres, fue sargento mayor en la división Lecler, participó
durante la Segunda Guerra Mundial en las campañas de Normandía,
de París y de Alsacia, y llegó a ser reconocido con la Cruz
de Guerra. Fue durante un corto período miembro de un gabinete
ministerial en 1946. Fundó e ilustró la revista cultural Caliban
apadrinada por Albert Camus. Dirigió luego su atención hacia
la enseñanza, primero en París hasta 1952 y luego en Orán.
En 1953, publicó una novela titulada l'Erreur.
Poco después, tras entrar en la Sociedad general
de la Prensa, decidió dedicarse en exclusiva al periodismo.
Su primer artículo apareció en l'Express el 1 de noviembre
de 1954, día en que empiezo la guerra de Argelia. Daniel había
manifestado desde tiempo atrás la necesidad de mantener negociaciones
con el FLN, lo que le había llevado a alejarse de su amigo
Albert Camus.
De 1957 a 1962 fue corresponsal de prensa del
semanario estadounidense The New Republic. Sus artículos 'poco
favorables' a la causa de la Argelia francesa le valieron
ser catalogado durante un tiempo como 'funcionario secreto
del FLN' y ocasionaron el secuestro de l'Express varias veces.
También le valieron dos inculpaciones por atentar contra la
seguridad interior y exterior del Estado. Daniel rechazó firmar
el manifiesto de los 121, que juzgaba 'justificado el rechazo
a tomar las armas contra el pueblo argelino' y 'la conducta
de los franceses que estimaban como su deber aportar ayuda
y protección a los argelinos oprimidos en nombre del pueblo
francés' pues este manifiesto no comportaba ninguna disposición
que protegiese a los franceses de Argelia. Cuando la política
del general de Gaulle, que había regresado a la política el
13 de mayo de 1958, apostó, sin expresarlo directamente, por
la independencia argelina, Jean Daniel se situó resueltamente
entre los sostenes del presidente francés.
Realizando un reportaje en Bizerte (Túnez),
fue herido gravemente en una pierna durante el bombardeo del
20 de julio de 1961. El 24 de octubre de 1963 se entrevistó
con John Kennedy para trasladar un recado al máximo líder
de la Revolución Cubana, Fidel Castro: era posible la coexistencia
pacífica entre los dos países. Si Cuba dejaba de apoyar los
movimientos revolucionarios del continente, Estados Unidos
levantaría el bloqueo económico. «Salí de la Oficina Oval
de la Casa Blanca con la impresión de que yo era un mensajero
de la paz. Yo estaba convencido de que Kennedy quería un acercamiento,
quería que yo regresara y le dijera que Castro deseaba un
acercamiento» —narró Daniel años después a la televisión.
Colaboró durante un tiempo en la redacción
de Monde, antes de acompañar a Claude Perdriel y Gilles Martinet
en la transformación de France-Observateur en Le Nouvel Observateur.
Co-fundador del ese semanario junto a André Gorz, se convirtió
en redactor-jefe en 1965 y en director en 1978. Ha sido durante
un tiempo miembro del Consejo Superior de la Agencia France-Presse
(AFP), miembro del Consejo de Administración del Grand Louvre
y miembro del Comité Consultivo Nacional de Ética.
En el año 2004, fue galardonado con el Premio
Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades.
Conocí a Jean Daniel en 1959 cuando era redactor jefe
del entonces izquierdista semanario L’Express en sus
oficinas de los Campos Elíseos. Teníamos muchos amigos
comunes y simpatizó generosamente conmigo. Yo escribía
por aquellas fechas con seudónimo en France Observateur
gracias a los buenos oficios de Elena de la Souchère,
y la crónica que publiqué sobre la huelga nacional pacífica
coordinada en España por el PCE le había interesado
y me propuso que en el futuro colaborará con él.
Estábamos en plena guerra de Argelia y la posición
militante del semanario contra la represión brutal del
movimiento independentista era objeto frecuente de la
censura oficial: las páginas o párrafos vetados por
esta aparecían en blanco para marcar bien su huella.
Jean Daniel vivía ya entonces el drama de una contradicción
íntima que afectaba igualmente a Camus: su condición
de pied-noir,obligado a escoger entre la justicia y
la comunidad nativa, se convertiría luego en uno de
los ejes fundamentales de su vida. En la célebre ruptura
entre Sartre y el autor de La peste, había tomado con
gran esfuerzo y amargura posición por el primero no
obstante sus simpatías y vieja amistad con Camus que
había guiado sus primeros pasos de periodista en las
páginas del diario Combat. Jean Daniel asumía dicha
contradicción entre términos y valores opuestos, y extraía
a partir de ella el impulso necesario a la busca de
una siempre aleatoria y difícil verdad, como escribió
en un texto que tengo a mano: “A pesar de mi ruptura
con Camus en la guerra de Argelia, siempre he seguido
siendo camusiano y nunca habría pedido la colaboración
de Sartre en Le Nouvel Observateur si a la muerte de
Camus en 1960 no hubiera escrito un artículo que me
conmovió”.
En octubre de 1962, durante la llamada crisis de los
cohetes instalados en Cuba por un descabellado error
estratégico de Jruschov, pedí a un colaborador de Jean
Daniel que me enviaran a la isla a cubrir los acontecimientos.
Mi idea era entrevistar a Fidel Castro, pero después
de un viaje de París a Praga, de Praga a Islandia, y,
luego de una larga espera en esta aguardando la autorización
estadounidense de romper el bloqueo aéreo, a La Habana,
mi objetivo no pudo llevarse a cabo por razones que
no vienen al caso. Sin necesidad de mi modesta iniciativa,
Jean Daniel se entrevistaría con el Líder Máximo unas
semanas después, el día del asesinato de Kennedy en
Dallas, y la transcripción de su conversación dio la
vuelta al mundo. Mi malogro me dejó no obstante un resquemor
de amor propio herido del que me curé meses más tarde
al conseguirle un encuentro con Che Guevara en la Embajada
cubana en Argel, en donde nos hallábamos los dos, invitados
por el Gobierno de Ben Bella a la celebración del primer
aniversario de la independencia de su país. La entrevista,
en la que actué de trujamán, fue apasionante en la medida
en que exponía las reservas del Che al modelo socialista
soviético y su perspectiva mucho más amplia de una lucha
antiimperialista de la que la Revolución cubana era
una simple etapa en el marco de la liberación de los
pueblos colonizados. Creo que la conversación expresaba
bien su evolución desde la altura del poder castrista
a una nueva inserción en la guerrilla que le convertiría
en el icono que sigue siendo después de su martirio
en Bolivia.
Periodista, escritor, cronista, autor de obras cuya
enumeración sería larga, la presencia de Jean Daniel
en la página editorial de Le Nouvel Observateur abarca
sesenta años de la historia política e intelectual de
Francia. Resumirla en unas líneas es tarea tan imposible
como querer atrapar con redes el agua del mar. Su retrato
de figuras como De Gaulle, Mendès-France, Gide, Malraux,
Mitterrand, Simone Weil, Jacques Berque o Raymond Aron
componen una preciosa galería que resume las vicisitudes
del mundo convulso en el que nos ha tocado vivir. Su
condición de “judío exterior a su comunidad”, como se
definía a sí mismo en las páginas de su memorable La
Prison juive, le enfrentaba una y otra vez a la pregunta:
¿están destinados palestinos e israelíes a destruirse
física y moralmente durante años y decenios? La obstinación
de los segundos en cumplir su sueño a costa de la pesadilla
de los palestinos le parecía no solo inicua sino irrealizable.
La maldición de un pueblo condenado a ocupar otro pueblo
le atrapaba, decía, en un callejón sin salida: ¿cómo
preservar la democracia en el marco del apartheid? La
política de la derecha nacional-religiosa israelí resultaba
a la larga suicida: el tiempo y la demografía jugaban
contra ella. En vez de tender la mano al adversario,
reconociendo el derecho de los palestinos a un Estado
propio y a unas condiciones de vida decentes, los halcones
de Tel Aviv se atrincheraban en su encierro, proseguían
su huida adelante. El anhelo de Ben Gurion y de los
padres fundadores de la nación de crear un Estado como
los demás había desembocado a la postre en un Estado
diferente de los demás que se situaba al margen de la
legalidad internacional al rechazar una y otra vez las
resoluciones de Naciones Unidas sobre el retorno a las
fronteras de 1967.
Como advertía Jean Daniel en Dieu est-il fanatique?,
la radicalización de los militantes del Hamás y de la
Yihad Islámica, y su disposición a cometer atentados
suicidas contra los civiles israelíes no podía ser combatida
sólo con verjas electrificadas y muros de cemento ni
con una separación imposible, dada la capilaridad e
imbricación creada por la creciente colonización de
Cisjordania. Únicamente un acuerdo sellado por ambas
partes podía poner punto final a la espiral de violencia
cuyas consecuencias se extienden a todo Oriente Próximo.
En mis recientes encuentros con él, el tema sale a relucir
a cada paso. Su enfoque del mismo es muy similar, me
decía, al que había sostenido con valentía su admirado
Mendès-France.
El martilleo inhumano de la población civil de una
Gaza asediada por tierra, mar y aire subraya una vez
más el fracaso de las políticas extremistas de Netanyahu
y confiere al pensamiento y palabra de Jean Daniel una
acuciante y tristísima actualidad. Acudir a la fuerza
de la razón frente a la razón de la fuerza es más necesario
que nunca. A falta de eso, el odio y afán de venganza
añadirán nuevas páginas de barbarie a los dos pueblos
inútilmente enfrentados.
Jean Daniel vivía el drama de una contradicción: la
de ser un ‘pied-noir’.
JUAN GOYTISOLO

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