www.juezyverdugo.es --- contacto@juezyverdugo.es

 

21 - Febrero- 2020
>>>> Destacado

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

--------------------------------------------------------------------------------------------------------------

Parecía un gigante salido de otro tiempo, de ese siglo XX que se aleja. Jean Daniel estaba sentado en una inmensa y confortable butaca en su piso de la calle Vaneau, en París. En una mesita tenía la prensa del día. Apenas podía moverse y hablaba con dificultad.

Jean Daniel Bensaïd —ese era su nombre original— murió en París, según ha anunciado L’Obs, el nombre actual de la cabecera que dirigió hasta 2008 y con la que siguió asociado hasta el final. Entrevistó y aconsejó a presidentes y reyes; participó en las grandes peleas intelectuales y políticas de su tiempo, desde la guerra de Argelia hasta la paz en Oriente Próximo; y fue en muchos países, incluida la España de la transición y los primeros años de la democracia, un referente de la izquierda antitotalitaria y no dogmática para periodistas y políticos, un testimonio del siglo.

“El inicio bárbaro del siglo XXI es, curiosamente, el resultado de un gran acontecimiento de emancipación: el fin del totalitarismo soviético. Creíamos que la ideología había muerto. Sin embargo, continúa floreciendo, particularmente en su encarnación islámica: un giro desviado de una gran religión”, dijo en 2004 al recibir el Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades. En el mismo discurso, trufado de citas de Unamuno, Camus y Cervantes, elogió a España por “[hacer] lo que es conveniente hacer y no hacer para combatir el terrorismo, no adoptar los valores del enemigo al que se quiere derrotar, no imitar sus medios so pretexto de que los fines son diferentes, porque precisamente son los medios los que determinan siempre los fines”. En 2010 recibió el Premio Ortega y Gasset por su trayectoria profesional.

Jean Daniel, en 2010.

Nacido el 21 de julio de 1920, undécimo hijo de una familia de notables judíos en Blida, al pie del Atlas argelino cuando este territorio era francés, Jean decía que se sentía “primero mediterráneo, después francés y después judío”. El inicio de los estudios de Filosofía en Argel coincidió con la abolición, el 7 de octubre de 1940, del llamado decreto Crémieux, que en 1870 había concedido a los judíos de Argelia la nacionalidad francesa. De repente, dejó de ser francés: las convulsiones del siglo le alcanzaban de lleno por primera vez. Se unió en Túnez a la Segunda División Blindada del general Leclerc, desembarcó en Normandía, participó en la Liberación. Retomó los estudios en la Sorbona y fundó la revista Caliban. Allí conoció a Albert Camus, argelino como él, periodista en París como él, siete años mayor que él, un hermano mayor, un faro.

“Su influencia, para mí, fue total: en todos los planos y a veces de una manera devastadora. Durante 50 años, yo no podía pensar sin él”, nos dijo en enero. “Quizá exagero, pero quiero decir que todos los conceptos y los temas en los que pensé se referían a un libro de Camus o a una conversación con él”, añadió. Más tarde compartieron despacho en L’Express. Argelia, que les había unido, les distanció: Daniel era favorable a la independencia; Camus soñaba con una solución federal.

--------------------------------------------------------------------------------------------------------------

--------------------------------------------------------------------------------------------------------------

Jean Daniel encarnaba un tipo de periodismo muy francés, que mezcla el reporterismo —encontrarse en el lugar correcto y en el momento adecuado— con el afán de interpretar, de opinar, de intervenir en la noticia. El periodista quiere ser más que eso: un escritor, un intelectual. En julio de 1961 fue herido durante los enfrentamientos en Túnez entre fuerzas francesas y tunecinas. En noviembre 1963 entrevistó a John F. Kennedy, que le entregó un mensaje para Fidel Castro. Se desplazó a Cuba y, mientras almorzaba con el dictador en Varadero, les llegó la noticia del asesinato de Kennedy.

Con el Le Nouvel Observateur, que fundó en 1964 junto al empresario Claude Perdriel, modernizó el periodismo francés y se convirtió en un actor ineludible de la Francia contemporánea. Pero hoy también se podría decir que su director confundía géneros: mantenía un trato cercano, a veces excesivamente cercano, con los presidentes; intentaba influir en ellos; aceptaba misiones diplomáticas como las que le encargó François Mitterrand en Argelia o Portugal, aunque ideológicamente se sintiese más próximo de Pierre Mendès-France o el de Michel Rocard, símbolos en Francia de lo que pudo llegar a ser y no fue, la tercera vía socialdemócrata. “Comparto la posición de Camus, que decía: ‘Pese a ella y pese a mí, moriré a la izquierda'", declaró en los años noventa a Le Monde.

Aunque apartado de las tareas ejecutivas en L’Obs y ya no tan próximo al mundo del poder como un día lo fue, estaba atento. En plena huelga de los transportes contra la reforma de las pensiones, dio su opinión sobre el presidente Emmanuel Macron: “Es un fenómeno inclasificable. Cada vez que nos hacemos una idea de él, nos equivocamos”.

Originario de una familia judía sefardí, fue el undécimo y último hijo de Jules Bensaïd, quien pasó de ser un simple obrero a fabricante de harina. Comenzó sus estudios universitarios en Argelia, pero, a causa de la Segunda Guerra Mundial, los terminó en París donde obtuvo la licenciatura en filosofía por La Sorbona. Enrolado en las Fuerzas francesas libres, fue sargento mayor en la división Lecler, participó durante la Segunda Guerra Mundial en las campañas de Normandía, de París y de Alsacia, y llegó a ser reconocido con la Cruz de Guerra. Fue durante un corto período miembro de un gabinete ministerial en 1946. Fundó e ilustró la revista cultural Caliban apadrinada por Albert Camus. Dirigió luego su atención hacia la enseñanza, primero en París hasta 1952 y luego en Orán. En 1953, publicó una novela titulada l'Erreur.

Poco después, tras entrar en la Sociedad general de la Prensa, decidió dedicarse en exclusiva al periodismo. Su primer artículo apareció en l'Express el 1 de noviembre de 1954, día en que empiezo la guerra de Argelia. Daniel había manifestado desde tiempo atrás la necesidad de mantener negociaciones con el FLN, lo que le había llevado a alejarse de su amigo Albert Camus.

De 1957 a 1962 fue corresponsal de prensa del semanario estadounidense The New Republic. Sus artículos 'poco favorables' a la causa de la Argelia francesa le valieron ser catalogado durante un tiempo como 'funcionario secreto del FLN' y ocasionaron el secuestro de l'Express varias veces. También le valieron dos inculpaciones por atentar contra la seguridad interior y exterior del Estado. Daniel rechazó firmar el manifiesto de los 121, que juzgaba 'justificado el rechazo a tomar las armas contra el pueblo argelino' y 'la conducta de los franceses que estimaban como su deber aportar ayuda y protección a los argelinos oprimidos en nombre del pueblo francés' pues este manifiesto no comportaba ninguna disposición que protegiese a los franceses de Argelia. Cuando la política del general de Gaulle, que había regresado a la política el 13 de mayo de 1958, apostó, sin expresarlo directamente, por la independencia argelina, Jean Daniel se situó resueltamente entre los sostenes del presidente francés.

Realizando un reportaje en Bizerte (Túnez), fue herido gravemente en una pierna durante el bombardeo del 20 de julio de 1961. El 24 de octubre de 1963 se entrevistó con John Kennedy para trasladar un recado al máximo líder de la Revolución Cubana, Fidel Castro: era posible la coexistencia pacífica entre los dos países. Si Cuba dejaba de apoyar los movimientos revolucionarios del continente, Estados Unidos levantaría el bloqueo económico. «Salí de la Oficina Oval de la Casa Blanca con la impresión de que yo era un mensajero de la paz. Yo estaba convencido de que Kennedy quería un acercamiento, quería que yo regresara y le dijera que Castro deseaba un acercamiento» —narró Daniel años después a la televisión.

Colaboró durante un tiempo en la redacción de Monde, antes de acompañar a Claude Perdriel y Gilles Martinet en la transformación de France-Observateur en Le Nouvel Observateur. Co-fundador del ese semanario junto a André Gorz, se convirtió en redactor-jefe en 1965 y en director en 1978. Ha sido durante un tiempo miembro del Consejo Superior de la Agencia France-Presse (AFP), miembro del Consejo de Administración del Grand Louvre y miembro del Comité Consultivo Nacional de Ética.

En el año 2004, fue galardonado con el Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades.

Conocí a Jean Daniel en 1959 cuando era redactor jefe del entonces izquierdista semanario L’Express en sus oficinas de los Campos Elíseos. Teníamos muchos amigos comunes y simpatizó generosamente conmigo. Yo escribía por aquellas fechas con seudónimo en France Observateur gracias a los buenos oficios de Elena de la Souchère, y la crónica que publiqué sobre la huelga nacional pacífica coordinada en España por el PCE le había interesado y me propuso que en el futuro colaborará con él.

Estábamos en plena guerra de Argelia y la posición militante del semanario contra la represión brutal del movimiento independentista era objeto frecuente de la censura oficial: las páginas o párrafos vetados por esta aparecían en blanco para marcar bien su huella. Jean Daniel vivía ya entonces el drama de una contradicción íntima que afectaba igualmente a Camus: su condición de pied-noir,obligado a escoger entre la justicia y la comunidad nativa, se convertiría luego en uno de los ejes fundamentales de su vida. En la célebre ruptura entre Sartre y el autor de La peste, había tomado con gran esfuerzo y amargura posición por el primero no obstante sus simpatías y vieja amistad con Camus que había guiado sus primeros pasos de periodista en las páginas del diario Combat. Jean Daniel asumía dicha contradicción entre términos y valores opuestos, y extraía a partir de ella el impulso necesario a la busca de una siempre aleatoria y difícil verdad, como escribió en un texto que tengo a mano: “A pesar de mi ruptura con Camus en la guerra de Argelia, siempre he seguido siendo camusiano y nunca habría pedido la colaboración de Sartre en Le Nouvel Observateur si a la muerte de Camus en 1960 no hubiera escrito un artículo que me conmovió”.

En octubre de 1962, durante la llamada crisis de los cohetes instalados en Cuba por un descabellado error estratégico de Jruschov, pedí a un colaborador de Jean Daniel que me enviaran a la isla a cubrir los acontecimientos. Mi idea era entrevistar a Fidel Castro, pero después de un viaje de París a Praga, de Praga a Islandia, y, luego de una larga espera en esta aguardando la autorización estadounidense de romper el bloqueo aéreo, a La Habana, mi objetivo no pudo llevarse a cabo por razones que no vienen al caso. Sin necesidad de mi modesta iniciativa, Jean Daniel se entrevistaría con el Líder Máximo unas semanas después, el día del asesinato de Kennedy en Dallas, y la transcripción de su conversación dio la vuelta al mundo. Mi malogro me dejó no obstante un resquemor de amor propio herido del que me curé meses más tarde al conseguirle un encuentro con Che Guevara en la Embajada cubana en Argel, en donde nos hallábamos los dos, invitados por el Gobierno de Ben Bella a la celebración del primer aniversario de la independencia de su país. La entrevista, en la que actué de trujamán, fue apasionante en la medida en que exponía las reservas del Che al modelo socialista soviético y su perspectiva mucho más amplia de una lucha antiimperialista de la que la Revolución cubana era una simple etapa en el marco de la liberación de los pueblos colonizados. Creo que la conversación expresaba bien su evolución desde la altura del poder castrista a una nueva inserción en la guerrilla que le convertiría en el icono que sigue siendo después de su martirio en Bolivia.

Periodista, escritor, cronista, autor de obras cuya enumeración sería larga, la presencia de Jean Daniel en la página editorial de Le Nouvel Observateur abarca sesenta años de la historia política e intelectual de Francia. Resumirla en unas líneas es tarea tan imposible como querer atrapar con redes el agua del mar. Su retrato de figuras como De Gaulle, Mendès-France, Gide, Malraux, Mitterrand, Simone Weil, Jacques Berque o Raymond Aron componen una preciosa galería que resume las vicisitudes del mundo convulso en el que nos ha tocado vivir. Su condición de “judío exterior a su comunidad”, como se definía a sí mismo en las páginas de su memorable La Prison juive, le enfrentaba una y otra vez a la pregunta: ¿están destinados palestinos e israelíes a destruirse física y moralmente durante años y decenios? La obstinación de los segundos en cumplir su sueño a costa de la pesadilla de los palestinos le parecía no solo inicua sino irrealizable. La maldición de un pueblo condenado a ocupar otro pueblo le atrapaba, decía, en un callejón sin salida: ¿cómo preservar la democracia en el marco del apartheid? La política de la derecha nacional-religiosa israelí resultaba a la larga suicida: el tiempo y la demografía jugaban contra ella. En vez de tender la mano al adversario, reconociendo el derecho de los palestinos a un Estado propio y a unas condiciones de vida decentes, los halcones de Tel Aviv se atrincheraban en su encierro, proseguían su huida adelante. El anhelo de Ben Gurion y de los padres fundadores de la nación de crear un Estado como los demás había desembocado a la postre en un Estado diferente de los demás que se situaba al margen de la legalidad internacional al rechazar una y otra vez las resoluciones de Naciones Unidas sobre el retorno a las fronteras de 1967.

Como advertía Jean Daniel en Dieu est-il fanatique?, la radicalización de los militantes del Hamás y de la Yihad Islámica, y su disposición a cometer atentados suicidas contra los civiles israelíes no podía ser combatida sólo con verjas electrificadas y muros de cemento ni con una separación imposible, dada la capilaridad e imbricación creada por la creciente colonización de Cisjordania. Únicamente un acuerdo sellado por ambas partes podía poner punto final a la espiral de violencia cuyas consecuencias se extienden a todo Oriente Próximo. En mis recientes encuentros con él, el tema sale a relucir a cada paso. Su enfoque del mismo es muy similar, me decía, al que había sostenido con valentía su admirado Mendès-France.

El martilleo inhumano de la población civil de una Gaza asediada por tierra, mar y aire subraya una vez más el fracaso de las políticas extremistas de Netanyahu y confiere al pensamiento y palabra de Jean Daniel una acuciante y tristísima actualidad. Acudir a la fuerza de la razón frente a la razón de la fuerza es más necesario que nunca. A falta de eso, el odio y afán de venganza añadirán nuevas páginas de barbarie a los dos pueblos inútilmente enfrentados.

Jean Daniel vivía el drama de una contradicción: la de ser un ‘pied-noir’.

JUAN GOYTISOLO

--------------------------------------------------------------------------------------------------------------

--------------------------------------------------------------------------------------------------------------

--------------------------------------------------------------------------------------------------------------

NUBE DE

ETIQUETAS

LIBRERÍA

RELACIONADA

FILMOGRAFÍA

RELACIONADA

NOVEDADES EDITORIALES