Joe Biden será el próximo presidente de Estados
Unidos. Después de cuatro años de escándalos, mentiras, insultos
y tensión, los estadounidenses han votado en masa durante
una pandemia y han tenido que esperar cuatro días para conocer
el resultado. El país sigue casi tan dividido como en 2016,
pero esta vez ha dado la espalda a Donald Trump.
El anuncio de la victoria de Biden llegó este
sábado. El escrutinio continúa, pero el candidato demócrata
ya ha alcanzado el umbral para ser presidente. Pensilvania,
su estado natal, fue el que le empujó por encima de los 270
votos electorales necesarios, los que otorgan los estados
al candidato que haya ganado la mayoría de papeletas en su
territorio. Pensilvania también fue el estado que llevó a
Trump a la presidencia. El martes de las elecciones, Biden
visitó su casa de la infancia en Scranton y escribió en una
pared: "De esta casa a la Casa Blanca con la gracia de Dios".
Este sábado también tiene un especial simbolismo para él:
el 7 de noviembre de 1972, Biden fue elegido como senador
en sus primeras elecciones. Biden, que cumplirá 78 años el
próximo día 20, será el presidente más mayor en ocupar el
cargo. También uno de los de políticos con más experiencia
previa, después de más de tres décadas como senador y ocho
años como vicepresidente de Barack Obama.
Kamala Harris, de 56 años, senadora y ex fiscal
general de California, será la primera mujer vicepresidenta
de la historia del país. También la primera persona de origen
indio y la primera afroamericana en ocupar este puesto.

Biden y Harris en su primera aparición
juntos con los resultados oficiales.
En el nerviosismo de la espera y con un presidente
que no reconoce los resultados, las protestas y las fiestas
se han multiplicado desde el martes. Hasta ahora, no ha habido
incidentes graves pese a las soflamas de Trump. El todavía
presidente alimenta la movilización de sus fieles para que
protesten en las calles y delante de los centros electorales.
Con tono apagado, Trump salió el jueves por la noche ante
las cámaras de la sala de prensa de la Casa Blanca para decir
que no reconoce los resultados. No aceptó preguntas. El recuento
ha sido más lento de lo habitual por dos récords: la participación
y el voto por correo o por anticipado, utilizado por más de
100 millones de personas por miedo a los contagios de coronavirus
durante las largas colas del día de las elecciones. Además,
los republicanos impidieron que en estados como Pensilvania
se pudiera empezar a contar los votos por correo antes del
día de las elecciones, como hace, por ejemplo, Florida. Las
victorias de Biden en Michigan, Wisconsin y Pensilvania le
aseguraron la victoria. Una de las claves de este resultado
fue la movilización de los votantes afroamericanos en ciudades
como Detroit, Milwaukee y Filadelfia. Además, el escrutinio
continúa en otros estados en el sur y oeste del país donde
Biden tiene ventaja, incluso en lugares donde los demócratas
no ganaban desde los años 90 con Bill Clinton, como Georgia
y Arizona. Su victoria puede ser finalmente holgada tanto
en número de votos electorales como en voto popular. La campaña
de Trump seguirá disputando el resultado con peticiones de
recuento en los estados más ajustados y otras batallas legales
de dudoso futuro. El equipo del republicano ha anunciado querellas
en Michigan, Georgia, Pensilvania y Nevada, pero jueces de
distrito ya han rechazado varias de esas denuncias por falta
de evidencias o base legal.

El Tribunal Supremo de Estados Unidos también
rechazó un intento de los republicanos de parar parte del
conteo en Pensilvania. Muchas de las querellas afectan a detalles
más que al resultado en sí, como la distancia en la habitación
de los observadores electorales de las personas encargadas
del conteo. En Wisconsin, Trump pedirá el recuento, pero la
diferencia de más de 20.000 votos de ventaja para Biden hace
difícil que haya un vuelco y tampoco cambiaría el resultado
nacional según está avanzando el escrutinio. En Georgia, también
habrá recuento, según sus reglas cuando el resultado está
muy ajustado: Biden gana por unos 7.000 votos, según el dato
provisional. Los recuentos locales suelen cambiar las cifras
en unos pocos cientos de votos.
Biden y Harris son dos demócratas centristas
que han evolucionado en los últimos años por la presión de
la izquierda del partido. Una de las cuestiones de su gobierno
es cómo integrarán en su agenda las ideas más progresistas
sobre la crisis climática, la diversidad o la lucha contra
el crimen y la brutalidad policial y cómo lograrán mantener
el partido unido. Pero su primera misión será la de reconstruir
y tratar de unir a un país traumatizado por cuatro años de
abusos de poder, dominado por la omnipresencia de Trump y
dividido en un enfrentamiento bronco alrededor de su figura.
Y todo en medio de una pandemia que se ha politizado y que
sigue descontrolada en la mayoría del país. El comportamiento
del presidente Trump no tiene precedentes en la era moderna
de Estados Unidos por sus conflictos de interés, sus ataques
a las instituciones y a sus propios funcionarios y sus elogios
a grupos violentos y autócratas por el mundo.

El KKK tiene actualmente, presencia en 22 estados.
La participación se estima en el 67%, más que
nunca en la historia del país desde que existe el sufragio
universal. El anterior récord es de 1900. Biden ha recibido
más de 74 millones de votos, el récord para cualquier candidato.
Tiene cuatro millones de votos más que Trump, y el margen
se ampliará cuando termine el escrutinio (entre otras cosas
por los millones de votos que quedan por contar en California,
de mayoría demócrata). Más de 100 millones de personas votaron
por anticipado, de manera presencial o por correo, por miedo
a contagiarse y por la ansiedad de participar. Nunca tantas
personas habían acudido a las urnas antes del martes de las
elecciones, y eso ha sido un reto para el recuento en estados
abrumados por la cantidad de votos para procesar. La pandemia
sigue marcando el presente del país. Ya han muerto más de
230.000 personas por coronavirus en Estados Unidos, mientras
el presidente Trump sigue minimizando la importancia del virus
y amenaza con echar a su consejero médico jefe, el respetado
Anthony Fauci. La gestión de la pandemia es uno de los motivos
que le ha costado a Trump el puesto: casi un 60% de la población
tiene una opinión negativa sobre su respuesta ante la epidemia,
según la media de las encuestas. La campaña ha sido una anomalía,
sin apenas mítines (salvo los de Trump) y sin las tradicionales
convenciones multitudinarias. La mayoría de las batallas han
sido en redes y otros foros digitales, con una guerra de desinformación
tan intensa que las plataformas han tomado algunas medidas
inéditas este año, como poner avisos para llevar a fuentes
oficiales de información, y eliminar o poner advertencias
en las falsedades que tuitea Trump sobre las elecciones. Los
votantes ejercieron su derecho de voto este martes en un ambiente
de gran tensión, entre las disputas legales por el voto por
correo, los intentos de los republicanos de tirar a la basura
papeletas, el miedo al contagio y el despliegue de personal
de los partidos para vigilar las urnas. Pero también con gran
emoción por unas elecciones históricas, a menudo entre bailes
y música para amenizar las colas.

Anthony Stephen Fauci es un médico estadounidense
especializado en inmunología, experto en reumatología y uno
de los líderes de la lucha contra el VIH/sida en los Estados
Unidos. Anthony Stephen Fauci ha sido director del Instituto
Nacional de Alergia y Enfermedades Infecciosas desde 1984.
Pese a que el resultado ha sido más ajustado
en algunos estados de lo que predecían las encuestas, la derrota
de Trump no es una sorpresa en estas elecciones ya que el
republicano ganó por la mínima hace cuatro años. De hecho,
Hillary Clinton recibió casi tres millones de votos más en
todo el país, pero, según el sistema electoral de Estados
Unidos, sus votos no estaban tan bien colocados como los de
Trump en los estados clave. Nunca había sucedido en la historia
del país que un candidato perdiera por tantas papeletas la
suma del voto popular y fuera presidente. En 2016, Trump logró
vencer por unas pocas de decenas de miles de votos entre Pensilvania,
Wisconsin y Michigan, estados considerados tradicionalmente
demócratas. Al perder el voto popular, tampoco es sorprendente
que el presidente haya tenido a la mayoría de la opinión pública
en contra durante sus cuatro años de mandato, según los datos
sobre el nivel de aprobación presidencial que publica Gallup.
Biden ganó el apoyo en todas las franjas de edad salvo la
de los mayores de 65 años, según las encuestas a pie de urna,
entre los negros y los latinos, entre las mujeres y quienes
viven en zonas urbanas y suburbanas. Trump ganó entre los
blancos, las personas que ganan más de 100.000 dólares al
año y quienes viven en zonas rurales.
La Casa Blanca de Trump ha sido única en la
era moderna de Estados Unidos en cuanto a caos interno, erosión
de las instituciones, relación con autócratas y aprovechamiento
del cargo para hacer negocios personales. Más de 400 personas
nombradas por Trump han dimitido o han sido despedidas en
estos cuatro años. Más del 90% de las personas de su equipo
inicial se han ido o han sido despedidas, según esta lista
del think-tank Brookings Institution. Trump ha insultado,
acosado y echado a casi todos los miembros de su equipo de
seguridad nacional, entre ellos el director del FBI, sus secretarios
de Estado, Defensa, Justicia y Seguridad Nacional, sus jefes
de gabinete (ha tenido cuatro), embajadores, espías y otros
funcionarios públicos. Ha roto acuerdos con los aliados europeos
enfrentándose a la canciller Angela Merkel o el presidente
francés Emmanuel Macron, mientras ha seguido considerando
amigos a autócratas como Vladmir Putin e incluso su enemigo
a ratos Kim Jon-un.

El presidente ha coqueteado con grupos neonazis
y racistas violentos. Dijo que había “gente buena” entre los
supremacistas blancos que se concentraron en Charlottesville
en 2017 y atropellaron y mataron a una mujer durante las protestas.
En el primer debate contra Biden, cuando le pidieron que condenara
a un grupo neonazi, se dirigió a ellos y les dijo que se apartaran
y estuvieran “preparados”. Una de las claves de la victoria
de Biden ha sido la movilización de los votantes afroamericanos.
Trump se negó a separarse de sus negocios y ha aprovechado
su posición como nadie antes en el cargo para seguir haciendo
dinero para sus cadenas de hoteles, campos de golf y otras
propiedades. El presidente ha facturado al erario millones
de dólares por estancias en sus hoteles para él, su equipo,
invitados y mandatarios extranjeros: según los cálculos del
Washington Post con la información pública disponible, al
menos ocho millones de dólares. Se ha alojado, por ejemplo,
más de 280 veces en sus propiedades, facturando miles de dólares
por noche y hasta tres dólares por vaso de agua. Sus medidas
legislativas han sido pocas y centradas en una agenda tradicional
más conservadora, como la bajada de impuestos, la eliminación
de regulaciones y el beneficio para las grandes corporaciones,
que, como presumió él, luego donaron dinero a su campaña.
La excepción ha sido la política migratoria,
donde Trump ha ido casi tan lejos como prometía en su primera
campaña, que comenzó en junio de 2015 llamando “violadores”
y “criminales” a los mexicanos que tratan de cruzar la frontera.
Aunque no construyó el prometido muro entre México y Estados
Unidos, el Gobierno de Trump ordenó separar a niños de sus
padres migrantes y encerrarlos en jaulas en hangares, como
política disuasoria y sin necesidad de que hubiera ninguna
sospecha de que no había vínculo familiar: “Tenemos que llevarnos
a los niños. Sin importar lo pequeños que sean”, dijo el fiscal
general, Jeff Sessions. La presión hizo recular al Gobierno
de Trump, que ahora sigue sin localizar a los padres de más
de 500 niños separados de sus familiares deportados. Si bien
los gobiernos anteriores, de Obama y de George W. Bush, también
deportaron a millones de personas tras cruzar la frontera
sin papeles, ambos pusieron como prioridad la expulsión de
personas adultas con antecedentes. Ninguna de las dos administraciones
utilizó a los menores como arma para desincentivar las llegadas.
Más allá de su batalla legal para quedarse,
Trump sigue siendo presidente, tal y como marca la Constitución,
hasta el 20 de enero de 2021, cuando tomará posesión el nuevo
presidente. En este periodo de transición Trump tiene plenos
poderes aunque el Congreso también está de salida y el presidente
se convierte en lo que se describe como “un pato cojo”. Pero
la Casa Blanca de Trump nunca se ha caracterizado por la normalidad
y no se espera que estos meses sean fáciles ni previsibles.
“En ese tiempo despedirá a la gente que crea que no le ha
sido fiel, como el director del FBI, el director de la CIA,
y el doctor Fauci. Hará purgas y concederá perdones a sus
amigos y aliados. Puede intentar aprobar un indulto para sí
mismo, aunque no está claro si es posible. Puede perdonar
a gente de manera profiláctica por cualquier delito que hayan
cometido en el cargo. También es preocupante lo que podría
hacer esos dos meses en el escenario global entre ahora y
enero”, explicaba David Axelrod, ex estratega jefe de Obama
y ahora presidente del Instituto de Política de la Universidad
de Chicago.
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Biden fue criado en Scranton, Pensilvania y en el condado
de New Castle, Delaware. Realizó sus estudios de grado
en la Universidad de Delaware antes de ingresar en la
Facultad de Derecho de la Universidad de Siracusa (Syracuse
University College of Law), donde obtuvo el título de
Juris Doctor. Se convirtió en abogado en 1969 y fue
elegido al consejo del condado de New Castle en 1970.
Fue elegido al Senado de los Estados Unidos por Delaware
en 1972, llegando a ser el sexto senador más joven en
la historia norteamericana. Biden fue miembro principal
y posteriormente presidente de la Comisión de Relaciones
Exteriores del Senado. Se opuso a la Guerra del Golfo
en 1991, pero apoyó la expansión de la alianza de la
OTAN en Europa del Este y su intervención en las Guerras
Yugoslavas de la década de 1990. Respaldó la resolución
que autorizaba la guerra de Irak en 2002, pero se opuso
al aumento de tropas estadounidenses en 2007. También
se desempeñó como presidente de la Comisión de Justicia
del Senado de 1987 a 1995, ocupándose de temas relacionados
con la política de drogas, la prevención del delito
y las libertades civiles. Biden lideró los esfuerzos
para aprobar la Ley sobre Control de Delitos Violentos
y Aplicación de la Ley y la Ley de Violencia contra
las Mujeres, y supervisó las polémicas nominaciones
a la Corte Suprema de los Estados Unidos de Robert Bork
y Clarence Thomas.

Biden junto al entonces presidente Jimmy Carter
Activo en temas de política internacional, tuvo un
papel activo como senador durante el conflicto de los
Balcanes, siendo uno de los más fuertes partidarios
del uso de la fuerza como forma de proteger a los musulmanes
bosnios. Tras varios viajes a la región, su consejo
fue decisivo a la hora de convencer al presidente Bill
Clinton de utilizar la fuerza militar contra Slobodan
Miloševic. Presidente del Comité de Relaciones Exteriores
del Senado, tras los atentados del 11 de septiembre
de 2001, apoyó las políticas del presidente George W.
Bush, reclamando tropas terrestres adicionales para
Afganistán. Aunque se opuso inicialmente a una acción
unilateral, no sin antes agotar todas las vías diplomáticas,
en octubre de 2002 votó a favor de la resolución que
autorizaba al Gobierno a utilizar la fuerza contra Irak.
Su apoyo fue crucial desde su condición de presidente
del Comité de Relaciones Exteriores.

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Cuando anunció formalmente que tomaría parte en la carrera
hacia la Casa Blanca, Joe Biden dijo que defendía dos cosas:
a los trabajadores que "construyeron" su país, y los valores
que pueden acabar con la división en EE.UU. Mientras el país
afronta desafíos como el coronavirus o la desigualdad racial,
Biden prometió crear nuevas oportunidades para los trabajadores,
restablecer la protección del medio ambiente, la atención
sanitaria y las alianzas internacionales.
El coronavirus es el reto más inmediato y evidente para Estados
Unidos y el presidente electo se propone ofrecer test gratuitos
para toda la población y contratar 100.000 personas para establecer
un programa nacional de rastreo. Biden afirma que quiere crear
al menos 10 centros de diagnóstico en cada estado, desplegar
recursos de las agencias federales y que sean expertos federales
los que den consejos y recomendaciones a la población. También
dice que todos los gobernadores deberían hacer obligatorio
el uso de mascarillas en sus estados. Los votantes recelosos
verán aquí un posible intervencionismo federal, pero estas
medidas van en la línea de la visión del candidato Biden y
del Partido Demócrata acerca del papel que debe jugar el gobierno
en la sociedad.

Para hacer frente al impacto inmediato de la
pandemia, Biden ha prometido que gastará "lo que haga falta"
para entregar créditos a los pequeños negocios e incrementar
los pagos directos a las familias. Entre sus propuestas se
encuentra el abono de US$200 al mes de la Seguridad Social
a los ciudadanos, acabar con la era de recortes de impuestos
de Trump y descontar US$10.000 de la cantidad a devolver por
los estudiantes en los préstamos para educación del gobierno
federal. Biden ha resumido sus medidas económicas con el lema
"reconstruir mejor", con el que ha bautizado su plan, que
busca agradar a los votantes demócratas tradicionales, como
los jóvenes o trabajadores de baja cualificación. El candidato
Biden ha abogado por subir el salario mínimo hasta los US$15
por hora, una medida muy popular entre los jóvenes y que se
ha convertido en una especie de tótem para los demócratas
en 2020 y una señal de su giro a la izquierda. Biden también
quiere invertir 2 billones de dólares en energías limpias
y sostiene que eso favorecerá a trabajadores de base, que
son los que realizan los trabajos de producción de manufacturas
verdes. También está la promesa de destinar US$400.000 millones
del presupuesto federal para comprar productos de fabricación
estadounidense, junto a un mayor compromiso con las leyes
de fomento de la compra de productos locales. Biden había
recibido críticas en el pasado por su apoyo al Tratado de
Libre Comercio de Norteamérica (NAFTA, por sus siglas en inglés),
que, según sus críticos, estaba haciendo que se desplazaran
empleos de Estados Unidos a otros países. El plan de Biden
contempla también invertir US$300.000 millones del gobierno
federal en bienes, servicios y tecnología estadounidense.

Tras la ola de protestas raciales que sacudió
Estados Unidos durante este año, Biden dijo que el racismo
existe en su país y que es un asunto que debe abordarse a
través de amplios programas económicos y sociales con los
que apoyar a las minorías. Uno de los pilares de su programa
"Reconstruir mejor" son las medidas de apoyo a los negocios
de las minorías, dotadas con un fondo de US$30.000 millones.
En cuanto a la política penal, Biden ha evolucionado desde
la muy criticada postura de "dureza con el crimen" por la
que abogó en los años 1990. Ahora apuesta por políticas que
reduzcan el número de encarcelamientos, afronten las desigualdades
basadas en la raza el género o los ingresos, y fomenten la
reinserción social de los presos que son puestos en libertad.
Biden se propone crear un programa de ayudas con US$20.000
millones para incentivar los esfuerzos de los estados para
reducir la población reclusa, eliminar las penas mínimas obligatorias
que rigen en la actualidad, despenalizar el consumo de marihuana,
eliminar los antecedentes por infracciones relacionadas con
el cannabis y poner fin a la pena de muerte. Biden, no obstante,
ha rechazado las peticiones de quienes abogan por reducir
la financiación de la policía y sostiene que los recursos
deben estar condicionados a que los servicios policiales cumplan
con los estándares. Alega que parte de la financiación de
los departamentos de policía debe redirigirse hacia los servicios
de salud mental y reclama la creación de un fondo de US$300
millones para el desarrollo de programas policiales comunitarios.

Black Lives Matter, el movimiento social que
surgió de un hashtag.
El presidente electo considera el cambio climático
una amenaza existencial para la humanidad y dice que reunirá
al resto del mundo en un esfuerzo global por actuar más rápidamente
en la reducción de emisiones contaminantes, y reincorporará
a Estados Unidos al Acuerdo del Clima de París, del que Donald
Trump se retiró. El acuerdo comprometía a Estados Unidos a
reducir sus emisiones de gases de efecto invernadero hasta
un 28% por debajo de las de 2005 antes de 2025. Aunque no
se ha sumado al llamado "nuevo acuerdo verde", un paquete
de medidas por el empleo y el medio ambiente promovido por
los sectores más a la izquierda de su partido, Biden propone
una inversión federal de US$1,7 billones en investigación
de tecnologías verdes. Esto se solapa parcialmente con los
planes de su programa económico, previsto para desarrollarse
durante los próximos 10 años, y quiere que EE.UU. llegue a
las cero emisiones antes de 2050, un compromiso que asumieron
más de 60 países el año pasado. China e India, los otros dos
mayores emisores, aún no han sumado su nombre a la lista.

Biden dejó escrito que, como presidente, se
centraría primero en la agenda doméstica. Dicho esto, hay
pocos elementos que hagan pensar que se ha alejado de los
valores de multilateralismo y cooperación en política exterior
que siempre ha defendido, frente al abierto aislacionismo
que ha caracterizado la presidencia de Donald Trump. Biden
ha prometido restablecer los lazos de Estados Unidos con sus
aliados tradicionales dañados en los años de Trump, especialmente
con los miembros de la OTAN. Trump ha amenazado repetidamente
durante estos cuatro años con reducir la aportación de su
país a esta alianza militar, pilar de la organización del
mundo occidental y la superioridad estadounidense tras la
Segunda Guerra Mundial. Pero, sin duda, el gran desafío será
China. El ex vicepresidente de Obama ha dicho que China debe
responder por sus prácticas nocivas para el medio ambiente
y sus abusos comerciales, pero, en lugar de aranceles unilaterales
como los aprobados por Trump, ha propuesto una coalición internacional
con otros países considerados democráticos que el gigante
asiático "no pueda permitirse ignorar". Biden ha sido bastante
vago respecto a lo que esto puede significar.

Biden ha planteado una vaga alianza internacional
de democracias frente a China.
Biden ha prometido que extenderá el esquema
de seguro público de salud aprobado cuando era vicepresidente
de Barack Obama e implantará un plan para asegurar a un 97%
de los estadounidenses. Aunque no ha llegado a comprometerse
con el seguro público universal que figura en la lista de
deseos del ala izquierdista de su partido, Biden ha asegurado
que dará la oportunidad a todos los estadounidenses de inscribirse
en un seguro médico similar a Medicare, que da cobertura sanitaria
a los mayores, y reducirá la edad mínima para participar de
65 a 60 años. El Comité por un Presupuesto Federal Responsable,
un grupo independiente, estima que el plan sanitario de Biden
costaría más de US$2,25 billones durante al menos 10 años.

Biden ha prometido que en sus primeros 100 días
en el cargo revertirá la política de Trump de separar a los
niños migrantes de sus padres en la frontera con México, suprimirá
el límite al número de peticiones de asilo que pueden presentarse
y terminará con las prohibiciones de viajar a Estados Unidos
a los ciudadanos de varios países de mayoría musulmana, todas
ellas polémicas medidas aprobadas por el gobierno de Trump.
Biden también se ha comprometido a proteger a los llamados
"dreamers" (soñadores), inmigrantes a los que sus padres introdujeron
irregularmente en el país cuando eran menores de edad a los
que el gobierno Obama permitió permanecer en el país. Biden
aseguró que se cercioraría de que podrían acceder a las ayudas
federales para estudiar.

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