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9 - Octubre - 2020
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Un ataque atroz a una ciudad de la Edad del Hierro en el norte de España a mediados del siglo IV o finales del siglo III a.C. dejó más de una docena de cadáveres de hombres, mujeres y niños esparcidos por las calles, mientras la ciudad ardía. Las lesiones infligidas a las personas que allí murieron fueron horribles. Un individuo fue decapitado, dos tenían los brazos cortados y casi la mitad de los restos mostraban signos de mutilación, según han descubierto recientemente los arqueólogos que estudian la zona. Ahora, un nuevo estudio de los huesos de las víctimas, la primera investigación detallada de sus lesiones, dirigido por la investigadora Teresa Fernández-Crespo, de la Universidad de Oxford, y publicado por la revista Antiquity, sugiere que fueron asesinados por una comunidad vecina durante una toma de poder calculada o un acto de venganza.

El yacimiento de La Hoya fue descubierto por los arqueólogos en 1935, y alrededor de un 15% del yacimiento fue excavado desde 1973 hasta principios de la década de 1990. El lugar de la masacre fue en su día una ciudad bulliciosa y próspera, con calles pavimentadas y pasos de piedra para las personas, plazas públicas, bloques de viviendas y una muralla defensiva de mampostería. La Hoya fue ocupada por los berones (un pueblo celtíbero prerromano) desde el siglo XV a.C. hasta el siglo III a.C., y se ubica cerca de la actual población de Laguardia, en La Rioja alavesa. En su etapa de máximo apogeo, el asentamiento acogió a unas 1.500 personas.

A la izquierda, plano del sector III de La Hoya incluida la localización de los restos humanos estudiados. A la derecha, fotografía de un cuerpo tomada in situ.

El nuevo estudio pretende arrojar luz sobre lo que pasó en La Hoya un lejano día de la Edad del Hierro, en un momento comprendido entre mediados del siglo IV a.C y finales del siglo III a.C. En el yacimiento, los arqueólogos encontraron huesos quemados, al menos trece restos completos y parciales, tanto en las calles como en el interior de las casas. Un varón adulto había sido decapitado (su cráneo nunca se encontró) a la altura de la cuarta vértebra cervical y presentaba varias heridas en la clavícula derecha, lo que parecía sugerir que su atacante lo golpeó en repetidas ocasiones. Según el estudio, "la explicación más plausible para los traumas observados es que pudieron haber sido causados durante un choque cara a cara en el que la víctima intentó hacer frente a su atacante". Las lesiones que presentaba otro hombre mostraron que fue repetidamente apuñalado por la espalda; una adolescente y otro hombre sufrieron la amputación del brazo derecho. El brazo de la joven, que se halló a unos tres metros de su cuerpo, aún llevaba cinco brazaletes de bronce. No había restos de armas cerca de los cuerpos, y estos tampoco presentaban lesiones defensivas. Todo ello, según el estudio, apunta sin dejar lugar a muchas dudas, a un ataque sorpresa.

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Objetos de uso cotidiano dispersos, ganado desperdigado, recipientes llenos de restos de cereales... Todo sugiere que los atacantes de La Hoya cometieron su acción en un día de mercado en verano o a principios de otoño. Parece que estos individuos quisieron asegurarse el mayor número de víctimas posible, según afirma el estudio. Tal vez el ataque se saldó con unas 85 víctimas. "Esta es probablemente una estimación conservadora, ya que los cuerpos de algunos individuos podrían haber sido recuperados para su entierro o cremación, mientras que otros pueden haber servido de alimento a los animales, como sugiere el hecho de que algunos individuos están representados por elementos esqueléticos únicos. Además, cualquier superviviente que no fuera capturado se habría quedado sin hogar y se habría visto obligado a depender de la buena voluntad de otras comunidades. Como parece que dejaron atrás la mayoría de sus productos y tiendas de alimentos, habrían llegado totalmente desprovistos", apuntan los investigadores. Pero curiosamente la ciudad no parece haber sido saqueada, lo que implicaría que el motivo del ataque no fue exclusivamente económico.

Traumatismos de diversos individuos en: a) la cuarta vértebra cervical. b) la clavícula derecha. c) la primera vértebra sacra. d–e) el acromion y el glenoides de la escápula derecha.

La ocupación romana de la península Ibérica (que empezó en 218 a.C.) fue salvaje y estuvo marcada por numerosos ciclos de violencia y agitación regional. Dos masacres cometidas por los romanos en pueblos iberos, como el Cerro de la Cruz (Almenidilla, Córdoba) hacia 140 a.C. y La Almoina (Valencia) en 75 a.C., se conocen por las evidencias arqueológicas. En el Cerro de la Cruz, los romanos esclavizaron a 10.000 personas y decapitaron a 500. Por su parte, en La Almoina, catorce hombres desarmados fueron encadenados y ejecutados. Otro hombre fue decapitado, otro atravesado con una jabalina y a varios les amputaron todas las extremidades. Pero la masacre de La Hoya es anterior a la conquista romana del norte de España, por lo que es posible que la inestabilidad política y los enfrentamientos mortales entre poblaciones iberas rivales ya fueran muy frecuentes antes de la llegada de los conquistadores, según los investigadores.

"La Hoya es el único sitio conocido de la Iberia de la Edad del Hierro cuya destrucción puede atribuirse a comunidades locales rivales prerromanas. Presenta evidencias tempranas de violencia organizada a gran escala y proporciona una postal única de la guerra protohistórica. Las similitudes entre La Hoya y otras masacres en Iberia en los últimos siglos antes de nuestra era sugieren que las sociedades ibéricas de la Edad del Hierro fueron capaces de recurrir a una violencia brutal para resolver disputas entre pequeñas entidades políticas", afirma el estudio. Lo que también está claro para los autores es que un ataque a La Hoya, una población importante en esos momentos, posiblemente tuvo repercusiones profundas en el equilibrio de poder local "ya sea creando un vacío de poder o consolidando la posición de una comunidad rival".

Traumatismo causado por un fuerte golpe en el húmero de un individuo descubierto en La Hoya.

El hecho de que los cuerpos de los habitantes masacrados de La Hoya quedasen insepultos sugiere asimismo a los investigadores que la aldea fue abandonada después de la matanza. Algunos estudiosos propusieron en el pasado que tal vez los habitantes que quedaron con vida se reagruparon y continuaron viviendo en el emplazamiento durante siglos, pero las secuelas conservadas del ataque y la condición de los restos vuelven bastante improbable este escenario, "dada la escala de muerte y destrucción revelada por las excavaciones", concluye el estudio.

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Los iberos fue como llamaron los antiguos escritores griegos a la gente del levante y sur de la península ibérica para distinguirlos de los pueblos del interior, cuya cultura y costumbres eran diferentes. De estos pueblos destacaron Hecateo de Mileto, Heródoto, Estrabón o Rufo Festo Avieno, citándolos con estos nombres, al menos desde el siglo VI a. C.: elisices, sordones, ceretanos, airenosinos, andosinos, bergistanos, ausetanos, indigetes, castelanos, lacetanos, layetanos, cossetanos, ilergetas, iacetanos, suessetanos, sedetanos, ilercavones, edetanos, contestanos, oretanos, bastetanos y turdetanos. Geográficamente, Estrabón y Apiano denominaron Iberia al territorio de la península ibérica.

Jinete desmontado lanceando a su enemigo, escultura ibera del siglo V a.C., Porcuna, Jaén.

Aunque las fuentes clásicas no siempre coinciden en los límites geográficos precisos ni en la enumeración de pueblos concretos, parece que la lengua es el criterio fundamental que los identificaba como iberos desde el punto de vista de griegos y romanos, puesto que las inscripciones en lengua ibérica aparecen a grandes rasgos en el territorio que las fuentes clásicas asignan a los iberos: la zona costera que va desde el sur del Languedoc-Rosellón hasta Alicante, que penetra hacia el interior por el valle del Ebro, por el valle del Segura, gran parte de La Mancha meridional y oriental hasta el río Guadiana y por el valle alto del Guadalquivir. Desde el punto de vista arqueológico actual, el concepto de cultura ibérica no es un patrón que se repite de forma uniforme en cada uno de los pueblos identificados como iberos, sino la suma de las culturas individuales que a menudo presentan rasgos similares, pero que se diferencian claramente de otros y que a veces comparten con pueblos no identificados como iberos.

Pebetero contestano hallado en la necrópolis de Lucentum (o Akra Leuké), conjunto arqueológico del Tossal de Manises (provincia de Alicante). Actualmente en el Museo Arqueológico de Alicante.

La primera referencia que se tiene de los iberos es a través de los historiadores y geógrafos griegos. Curiosamente, los griegos también llamaban iberos a un pueblo de la actual Georgia, conocido como Iberia caucásica. Al principio, los griegos utilizaron la palabra ibero para designar el litoral mediterráneo occidental, y posteriormente, para designar a todas las tribus de la península. También llamaban Iberia al conjunto de sus pueblos. Las primeras descripciones de la costa ibera mediterránea provienen de Avieno en su Ora maritima, del viaje de un marino de Massalia mil años antes (530 a. C.)

Apiano habla de pueblos y ciudades, aunque ya habían desaparecido en su época. También describe la parte más occidental de Andalucía. Estrabón hace una descripción de esta zona basándose en autores anteriores, y se refiere a las ciudades de la Turdetania, como descendientes de la cultura de Tartessos. En general, autores como Plinio el Viejo y otros historiadores latinos se limitan a hablar de pasada sobre estos pueblos como antecedentes de la Hispania romana.

Guerrero de la doble armadura (siglo V a. C.), procedente del yacimiento arqueológico del Cerrillo Blanco (Porcuna, Jaén).

Los supuestos límites máximos de la expansión íbera habrían llegado desde el Mediodía francés hasta el Algarve portugués y el norte de la costa africana. Sin embargo, con posterioridad, los pueblos celtíberos ejercieron influencia sobre otros pueblos del interior de la península. Esta influencia se aprecia en la llegada del torno de alfarero a muchas zonas de la meseta norte de la península, sobre todo a los pueblos limítrofes del valle del Ebro, e incluso a algunos más alejados como arévacos, pelendones o vacceos. Los iberos fueron, en definitiva, los diferentes pueblos que evolucionan desde diferentes culturas precedentes hacia una serie de estructuras proto-estatales, viéndose ayudados en dicha evolución por la influencia de fenicios, primero, y luego de griegos y púnicos, que traerán consigo elementos de lujo que ayudarán, como bienes de prestigio, a la diferenciación interna de los diversos grupos sociales.

La lengua ibera es una lengua paleohispánica que está documentada por escrito, fundamentalmente, en signario ibero nororiental (o levantino) y ocasionalmente en signario ibero suroriental (o meridional) y en alfabeto greco-ibérico. Las inscripciones más antiguas de esta lengua se datan a finales del siglo V a. C. y las más modernas (ánforas halladas en Vieille-Toulouse, Haute-Garonne) hacia la primera mitad del siglo II d. C. Los textos en lengua ibera se saben leer razonablemente bien, gracias al desciframiento del alfabeto por Manuel Gómez-Moreno Martínez, arqueólogo, historiador del arte e historiador español. pero en su mayor parte son incomprensibles, puesto que la lengua íbera es una lengua sin parientes suficientemente cercanos de su época que sean comprensibles, para haber sido útil para la traducción de textos. Después de los años transcurridos desde el desciframiento se han producido una serie de lentos avances que, aun siendo poco espectaculares, permiten ya un atisbo de comprensión de inscripciones de poca extensión (principalmente funerarias o de propiedad sobre instrumentum), además de intuir algunas características gramaticales o tipológicas.

Una base de datos realizada por cuatro universidades y el Ministerio de Economía de España permite interpretar más de 3.000 textos íberos, celtíberos y tartésicos:

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