Ya nos han hablado varias veces de la amenaza
de las tormentas solares de magnitud devastadora, llamando
a la movilización para organizar la defensa y la prevención.
Ahora, como informa el Wall Street Journal, la comunidad científica
está sonando las alarmas a nivel mundial y organizando entre
sombras las medidas que nos pueden ayudar a defendernos de
un peligro que sabemos llegará más temprano que tarde.
La preocupación no es infundada. Aunque las
posibilidades de que un evento de gran magnitud ocurra en
un año dado son bajas, la certeza de que ocurrirá en algún
momento es alta, según palabras de Ian Cohen, el científico
jefe de heliofísica en el Laboratorio de Física Aplicada de
Johns Hopkins. La historia ya ha sido testigo de la furia
solar en el evento Carrington de 1859 que causó estragos en
las redes telegráficas. Hoy en día, ese evento freiría la
red eléctrica mundial y, además, sabemos que los hay muchísimo
peores.
Ante la amenaza latente de un apagón tecnológico
global, científicos en diversas agencias gubernamentales de
todo el mundo han comenzado a tejer una red de colaboración
y estudio para anticiparse al evento, acelerando la máquina
para buscar maneras de entender y prever una posible explosión
catastrófica, prepararnos para mitigar sus efectos. Algunos
dentro de la comunidad científica creen que la inteligencia
artificial (IA) puede ser una herramienta indispensable para
alertarnos con antelación sobre estas tormentas. Un modelo
creado por el Frontier Development Lab emplea técnicas de
aprendizaje para analizar el viento solar y predecir las perturbaciones
geomagnéticas que una tormenta solar podría causar en la Tierra,
permitiendo estimar la magnitud del flujo del campo magnético
terrestre y las corrientes inducidas en nuestras infraestructuras.
Un apagón en la ciudad de Nueva York provocado
por un evento Miyake.
Sin embargo, la meteorología espacial aún es
muy primitiva. Según Enrico Camporeale, científico de la Universidad
de Colorado, la creación de sistemas de IA para predecir el
clima espacial necesita una gigantesca cantidad de datos de
alta calidad, recopilados de manera continua y con una altísima
resolución espacial y temporal. Esto, con los instrumentos
actuales en el espacio, es una tarea imposible.
Ni siquiera tenemos una observación constante
del Sol, algo crucial para recopilar los datos necesarios
para construir estos modelos predictivos robustos. A no ser
que los gobiernos reaccionen y ofrezcan los medios para hacer
efectiva esta red de predicción —la primera clave para resolver
el reto de las tormentas solares extremas como el evento Miyake—
todos estos esfuerzos de los científicos se quedarán en nada.
Hace 14.300 años, nuestro planeta fue testigo
de un evento solar que, según las investigaciones lideradas
por Edouard Bard, fue casi dos veces más potente que el conocido
evento Miyake. El descubrimiento, basado en el análisis de
anillos de árboles antiguos y sus niveles de radiocarbono,
muestra un panorama devastador sobre lo que un evento similar
podría causar en la era del antropoceno.
Choque del plasma del sol contra el campo magnético
terrestre.
Tim Heaton, de la Universidad de Leeds, advierte
sobre los impactos catastróficos de las supertormentas solares,
que podrían dañar permanentemente los transformadores de nuestras
redes eléctricas y satélites, resultando en apagones generalizados
que durarían meses y una interrupción significativa de los
sistemas de navegación y telecomunicaciones. Los apagones
desencadenarían una cadena de eventos catastróficos, inutilizando
infraestructuras críticas que causaría la pérdida masiva de
vidas humanas en hospitales y otros entornos dependientes
de la energía eléctrica. La interrupción de los servicios
básicos, como el suministro de agua y alimentos, y la paralización
de las ciudades, sumirían a la sociedad en un caos de proporciones
inimaginables.
La Dra. Sangeetha Abdu Jyothi también escribió
cómo la red global de internet, especialmente los cables submarinos,
no aguantarían esta tormenta.. La protección de estas infraestructuras
críticas y la preparación para un escenario de apagón masivo
son imperativas para mitigar los efectos de un evento solar
extremo, aunque no está claro que los datos estuvieran a salvo
de las partículas de alta energía que llegarían a los centros
de datos de todo el mundo. Sencillamente, un evento como el
que ocurrió hace más de 14.000 años borraría ‘el disco duro’
de la humanidad.
Un bucle solar levantándose cientos de miles
de kilómetros sobre el Sol. El efecto devastador de un evento
como el Carrington sobre la red de cables de internet submarinos,
destruyendo sus centros repetidores por la falta de protección
e inutilizando las conexiones de internet globales no solo
derribaría la red internet, sino que nos devolvería al medioevo.
Los científicos solares ya se están moviendo
para crear herramientas, pero eso es sólo parte de la ecuación.
Faltan sondas, falta dinero y faltan otras acciones políticas
y económicas, desde la reorganización de la infraestructura
eléctrica para hacerla más resiliente a la protección de los
transformadores con dispositivos que eviten la formación de
un circuito a tierra que los destruya sin remedio. El tiempo
actual de reemplazo de un transformador es de unos dos años
en un periodo de calma normal. Si nos golpeara una tormenta,
la recuperación de los transformadores tardarían décadas,
como apuntan los informes del gobierno norteamericano que,
al parecer, los políticos ignoran.
Así que este esfuerzo semiclandestino de cientos
de científicos para crear una red de alerta eficiente es buena
noticia. Pero el hecho de que se estén organizando por su
cuenta y que todavía no haya una respuesta real urgente para
prepararnos contra futuras tormentas solares es algo de locos.
La colaboración global, la inversión en infraestructuras resilientes
y la implementación de sistemas de alerta temprana son cruciales
para salvaguardar nuestro futuro frente a la amenaza inminente
de un apagón global. La ciencia ha hablado, y ahora es imperativo
que actuemos colectivamente para proteger nuestra civilización
de un evento inevitable cuya destrucción podemos evitar.
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