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11 - Junio - 2023
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Ellos están clavados al suelo y no pueden hablar. Pero eso no quiere decir que sean mudos. Cantan por boca de los mirlos acuáticos y los muchos pájaros que se posan en sus ramas, porque viven en una Zona de Especial Protección de Aves (ZEPA), dentro de la Red Natura 2000 europea. Lo ven todo desde arriba con los ojos del halcón peregrino, el buitre leonado y el águila imperial ibérica, un endemismo de reciente introducción. Cuentan historias con el murmullo de los manantiales y ríos que nacen a sus pies, como el Turia, el Cabriel, el Júcar y el más importante, el Tajo, que hace del lugar una Reserva Natural Fluvial, la máxima figura de protección que puede tener la cuenca de un río en España.

Conocen cómo huele cada flor, se lo dicen las mariposas endémicas que anidan solo en sus copas y liban en los prados de orquídeas entre pinares, reconocidos como Lugares de Importancia Comunitaria (LIC) y como hábitat preferente en la Directiva de Hábitats europeos.

Aunque no pueden correr como hacen la nutria europea, la gineta o el gato montés, todas ellas especies protegidas, para escapar de las máquinas procesadoras de gran tonelaje que, desde 2020, están violando sus ríos y arrasando sus bosques. Los pinos silvestres centenarios de la sierra de Albarracín no son mudos. Hablan y gritan por boca de los vecinos, que desde hace tres años denuncian las talas masivas que ya han triturado dos de sus refugios más emblemáticos, la Vega del Alto Tajo-Muela de San Juan y el Puerto de Bronchales-Orihuela, en la provincia de Teruel, al sur de Aragón. Los árboles y los lugareños son casi una misma cosa, sus raíces entrelazadas más allá de la memoria.

La Dirección General de Ordenación Forestal de Aragón dice que no son talas masivas con maquinaria pesada.

“¿Qué vale más, un pino o una persona? Era algo que solíamos decir por lo mucho que antes se cuidaban los árboles”, cuenta Maximiliano Belenchón, de 93 años, nieto e hijo de Guadalaviar, uno de los pueblos de la Vega del Tajo, en Teruel. Belenchón, que fue pastor transhumante durante la mayor parte de su juventud, recuerda cómo en una ocasión, allá por la década de 1950, “teníamos que pasar el Tajo pero, como había llovido mucho, bajaba mucha corriente. El Tajo, cuando se ponía bravo, a ver quién lo pasaba".

Y remata la historia: "Si entrabas a la madre del río, el agua se te llevaba. Tiramos 3 o 4 pinos para [usarlos de puente y] pasar. Nos costó la broma una multa de 5000 pesetas por haberlos cortado”. También, “estaba prohibido llevar muchas cabras, porque se comen el monte, acaban con los tallos tiernos. El forestal nos llamaba la atención en cuanto metíamos demasiadas". “Antaño, el bosque era sagrado. Gracias al bosque, el pueblo podía vivir. Se conservaba y se cuidaba. Era el bien más preciado. Se cortaba lo mínimo. Son la mayor riqueza que tiene nuestra sierra”, nos dice su hija Carmen. Por eso, Belenchón no da crédito a lo que está pasando.

“De un modelo respetuoso de extracción de la madera, se ha pasado a un otro absolutamente destructivo, en que las procesadoras –con 8 metros de cabezal y 22 toneladas de peso– van haciendo calles, arrasando todo lo que se encuentran a 4 metros a ambos lados. Se llevan por delante el 80% de la masa forestal”, alerta el ecólogo Fernando Prieto, director del Observatorio de Sostenibilidad. En el otoño de 2020, estas máquinas cosechadoras de pinos empezaron a usar la reserva fluvial como pista, atravesándola por una pasarela de hormigón, construida para tal fin por encima del río, nadie entiende con qué derecho.Un año después de recibir la denuncia de los vecinos, en 2022, la Confederación Hidrográfica del Tajo multó al Servicio Provincial de Agricultura, Ganadería y Medio Ambiente por las talas en los márgenes del río, algo tajantemente prohibido.

“Las sanciones impuestas demuestran que ha habido irregularidades, aunque no ha servido de mucho, porque el derribo de pinos prosiguió después en el mismo cauce o muy cerca”, denuncia Javier Martínez González, nativo de Guadalaviar, artesano de la madera –es lutier de violas– y presidente de SOS Montes Universales, que reúne a más 300 vecinos, en una sierra con 23 pueblos donde la población media son los 160 habitantes.

“No limpian los despojos. Aún hay restos acumulados en la Vega del Tajo, desde 2020”, dicen desde la Asociación S.O.S. Montes Universales.

“Antes hubieran ardido las máquinas. Ahora hay poca resistencia, porque somos pocos”, dice Joaquín Martínez Lozano, secretario de la asociación. Quizá, la Administración aragonesa, cuando aprobó el actual aprovechamiento forestal, pensó que aquel puñado de jubilados de la España vaciada –el 30% de la poblacio´n supera los 65 an~os– no tendría fuerzas para oponerse. Se equivocaba. En connivencia con sus pinos, esos lugareños mayores y desperdigados tardaron menos de un mes, en enero de 2021, en recoger más de 100.000 firmas para frenar las talas. También, elaboraron un manifiesto firmado por 60 científicos, profesores y catedráticos de universidades españolas, donde piden “un replanteamiento del Plan de Ordenación de Montes en la Vega del Tajo”. En enero de este año, cientos de personas se plantaron ante el ayuntamiento de Albarracín para “suplicar el cese de esta locura”. Aunque, por ahora, no haya servido de nada, no piensan rendirse.

“Nuestros montes están siendo destruidos, con mil excusas, con mil mentiras”, gritaban los árboles por boca de Martínez González en aquella protesta. “No podemos entender cómo la propia Administración, que es la encargada de proteger el medio ambiente, es quien se lo está cargando. Nosotros no defendemos ninguna ideología ni credo político. Tenemos un único interés, que no machaquen nuestros recursos naturales. Pero están tratando nuestro monte como si de un cultivo se tratara, con el objetivo de sacar más madera en menos tiempo”, denuncia Martínez Lozano, que trabajó “en el monte, la tierra y el ganado” hasta los 26 años, cuando se marchó a la ciudad a estudiar Derecho. Pero volvió después, incapaz de alejarse mucho tiempo de su Guadalaviar natal.

El porqué de las actuales talas masivas en hábitats protegidos "lo desconocemos", añade Martínez Lozano. Y matiza: "El precio al que vendieron lo que cortaron en 2020 era ridículo". Ocho euros la tonelada, para ser exactos –la décima parte del precio al que solía venderse antes de que entraran las máquinas–, según puede leerse en un pliego del Gobierno de Aragón sobre el aprovechamiento del lote de Vega del Tajo.

El 21 de mayo, los vecinos colgaron esta pancarta en un paraje donde ya hay más árboles marcados para su tala. Una semana después, alguien quitó la pancarta.

“Antes se cortaba menos y valía más caro. Nos están destrozando el monte por dos duros. Dan ganas de pagar tú los 300 euros para que los árboles se queden donde están”, sentencia el abuelo Belechón. 300 euros fue lo que se llevaron por la subasta de la madera de 2020 cada uno de los 23 ayuntamientos de la sierra, que junto a la Comunidad de Albarracín son copropietarios de estos montes de utilidad pública, gestionados por la Dirección General de Gestión Forestal de Aragón. Y es que resulta que el valor de los Montes Universales está mucho más allá de la explotación de la madera: “Las setas, el uso turístico y deportivo, el valor paisjístico, la retención de CO2, la preservación de la humedad, la preservación del suelo ante la desertificación y la erosión”, enumera Isidoro Gómez, de 66 años, nacido en Guadalaviar y vecino de Bronchales.

“Es necesario que se reconsidere el valor de los montes y el tratamiento que deben tener y en ello deberían participar no solo los ingenieros de montes, sino todo también biólogos, ecólogos. Y los habitantes de los pueblos. Ellos son los verdaderos propietarios. Más aún, podemos considerar que toda la sociedad es propietaria de los montes”, afirma. Al respecto, la Dirección General de Ordenación Forestal, responsable de las actuaciones, ha declinado la invitación de algunos medios para dar su versión de los hechos que, según su encargada de prensa, “no son de actualidad y ya no tienen interés como noticia”.

Sí enviaron un “argumentario” sobre el tema, que comienza diciendo “no es una tala de pinos con maquinaria pesada, es un aprovechamiento forestal planificado incluido en un Instrumento de Gestión Forestal Sostenible”. Una sutileza del lenguaje que quizá no comprendan los cientos de miles de pinos caídos con procesadoras de 22 toneladas de noche y de día, con lluvia y con sol, tal y como han captado fotos, vídeos y cámaras de televisión en los últimos dos años.

Vecinos llegados de Guadalaviar, Griegos, Frías y Orihuela de Temendal se han reunido para tratar de proteger la Dehesilla de las Monjas, en la Vega del Tajo, donde sus árboles singulares ya están marcados para ser talados.

Con la misma puerta en las narices se han topado los vecinos de la sierra cada vez que han intentado dialogar con la administración. En una resolución del Consejo de Transparencia de Aragón (CTAR), queda patente que los vecinos no consiguieron acceso a una copia del proyecto de ordenación forestal de la Vega del Tajo hasta cinco meses después de pedirla a distintos órganismos administrativos. “Todos estos planes se han aprobado sin informar a la población y sin contar con la participación ciudadana, haciendo caso omiso de la Ley 27/2006, por la que se regulan los derechos de acceso a la información, de participación pública y de acceso a la justicia en materia de medio ambiente”, señala Martínez Lozano. Y, aún hoy, siguen esperando conocer el informe de evaluación de impacto ambiental de las talas que solicitaron en 2021. Una resolución que acaban de recibir del CTAR, con fecha 22 de mayo de 2023, concluye que no existe tal informe.

“¿Pero estos pinos que se talan de una forma tan agresiva adónde van?”, se pregunta Carlos Casas, profesor de secundaria, oriundo de Orihuela del Tremedal. Por lo pronto, sabemos que la mayor planta de pellet de España, Arapellet, está en Aragón, en Erla. Y sabemos también que, según consta en el proyecto de Ordenación de Grupo Montes de Guadalaviar, “podri´a considerarse como uso potencial el aprovechamiento de biomasa como recurso energe´tico, ya que en los u´ltimos an~os varios proyectos de explotacio´n de biomasas, tanto energe´ticas como de produccio´n de pellets, se han interesado en las posibilidades que ofrece la comarca para instalar y abastecer industrias del sector”.

Cobra sentido, así, la alarma que en 2022 lanzaba Fernando Prieto: “Están transformando en serrín y pellet una zona que podría ser Parque Natural”.

Alto Tajo-Muela de San Juan y Puerto de Bronchales/Orihuela son algunos de los Lugares de Importacia Comunitaria (LIC) incluidos en el plan de ordenación forestal en estos montes –los mismos que, al otro lado de la frontera aragonesa, en Cuenca y en Guadalajara, tienen la categoría de Parque Natural, en proyecto de convertirse en Parque Nacional–. Citando textualmente el Proyecto de Ordenación del Grupo de Montes de Guadalaviar, el objetivo es la “corta final”, mediante el método de aclareo sucesivo por rodales “con uso principal de producción” de madera. “Las cortas preparatorias y diseminatorias eliminara´n el 60% de las existencias, dejando el 40% restante para apearlo en cortas finales”, dice este documento, diseñado por el Departamento de Desarrollo Rural de Aragón. La diputación aragonesa asegura que su actuación sirve para la regeneración de los bosques y que está dentro de la legalidad.

Puede resultar sorprendente, cuando “la sola presencia de un endemismo es motivo suficiente para que se paralicen las talas de forma inmediata, por el grave daño que ocasionan en su hábitat”, advierte el entomólogo Victor Redondo, autor de un informe sobre las especies de mariposas protegidas y endémicas de los Montes Universales. Una de ellas solo ha sido vista en la Dehesilla de las Monjas, la misma área que está marcada para su próxima tala. Se trata de la Aricia Morronenis Guadalaviarensis, que debe su nombre al pueblo de Guadalaviar. Las larvas de esas mariposas se alimentan de plantas del género Eodium, otro endemismo de la península ibérica, con algunas subespecies en peligro de extinción. Otras mariposas amenazadas son la Erebia zapateri, endémica de Aragón, que deposita sus huevos en las mismas praderas de gramíneas que aplasta la maquinaria pesada, y la bella mariposa isabelina (Graellsia isabelae), endémica de la península ibérica. No son solo los animales, también sus hábitats, como las turberas bajas alcalinas, comunidades vegetales que aparece sobre lugares permanente inundados. Por su idiosincrasia, “tienen una gran importancia ecológica, pero son una de las comunidades vegetales más vulnerables”, observa Ildefonso Barrera, profesor de Biología Vegetal en la Universidad Complutense de Madrid. “Lamentablemente, se ha producido ya un grave deterioro en humedales de algunos puntos de la Vega del Tajo, en especial, en el conjunto de turberas del paraje El Bodegón, donde se ha talado la mitad de la superficie usando maquinaria pesada”, apunta.

Se estima que las turberas pueden encontrarse en 180 países, en todas las zonas climáticas. Sin embargo, la distribución real y área total de turberas sobre la tierra aún se desconoce.

“Tiene que haber procedimientos modernos que no destruyan el bosque porque la maquinaria pesada está rompiendo la estructura del suelo, la dinámica propia del agua y su capacidad de hidratación”, añade su colega, el botánico Gonzalo Mateo. Otra fuente de preocupación para los ecólogos es la compactación del suelo por el peso de las procesadoras, que daña el ecosistema fúngico subterráneo, todas esas redes de micelos entrelazadas con raíces de los árboles que juegan un papel esencial en la salud de un bosque.

“No estamos diciendo que no se corten pinos, solo queremos impedir que metan las máquinas procesadoras. Cuando se tala un árbol no es por el dinero, es por cuidar el monte”, recalca Martínez Lozano. Como la mayoría de los vecinos, demanda que se siga usando el método de la “entresaca sostenible”, con cuadrillas con motosierra para cortar y tractores para arrastrar los troncos, mucho más respetuosas con el ecosistema protegido. “Ahora están tirando pinos sin marcar, a libre criterio del que lleva la máquina. Le preguntamos hace poco al conductor de una de estas procesadoras cómo sabía por dónde tenía que meter la máquina para cortar y nos contestó: 'A mí me han dicho que donde no entra el sol, que tire'”, explica Kiko Sorando Belinchón, que nació y vive en Griegos, un pueblo de 143 habitantes junto al puerto de Orihuela. Sus padres, sus abuelos y sus bisabuelos ya conocían el bosque como su propia casa y sabían, por ejemplo, que “los pinos se cuidan unos a otros. Por eso, los que se van a cortar se deben ir eligiendo salteados, para que los árboles se protejan entre sí de las inclemencias".

Montes Universales es el nombre de un sistema montañoso situado en el límite sureste del sistema Ibérico ocupando gran parte de la comarca aragonesa Sierra de Albarracín y la zona sureste del Alto Tajo, entre Guadalajara y Cuenca. Albarracín, en la imagen, es parada obligada. Sus cumbres se sitúan entre los 1600 y los 1935 m de altitud.

Y avisa: "Si se dejan los pinos demasiado separados, cuando viene el aire, los tumba, más si tienen la copa llena de nieve. Pero por donde pasa la máquina solo quedan pinos finos, muy alejados unos de otros, cuando viene el aire, los tumba, más si tienen la copa llena de nieve. En el Puerto de Bronchales han hecho un desastre de miedo. Cuando venga un aire fuerte, puede hacer mucho daño”. Como confirma Prieto, “se ha destruido un bosque maduro para hacer un cultivo de pinos, homogéneo tanto en especies como en estructura. Un bosque maduro tiene mucha más humedad porque los árboles más viejos dan más sombra y sus raíces retienen más agua". Esto y una mayor diversidad de especies, indica Prieto, "los convierte en más resilientes a los incendios que las cuadrículas que están dejando las procesadoras ahora, donde solo hay pinos, todos del mismo tamaño y a la misma distancia”. Otra acción clave para evitar incendios es limpiar los restos de las talas: “pero no limpian los despojos. Aún hay restos acumulados en la Vega del Tajo, desde 2020”.

“Nosotros somos de ir al monte a por maitas [fresas silvestres] y porros [Boletus edulis]. Ahora vete a la Vega a buscar una maita. Es imposible. Nunca había visto el monte así. Donde han pasado las máquinas, solo hay filas homogéneas de pinos en hileras. Han modificado el paisaje. Esto no es nuestro bosque”, se lamenta Carmen. “Nacerán nuevos árboles, pero del bosque no queda nada. Porque no es lo mismo árboles que bosque”, señala. Y es que, a los 1.600 metros de altitud donde se encuentran, los pinos tardan 150-200 años en crecer. “Es terrible destrozar algo así en un instante”. Pero aún hay mucho por lo que luchar. “Salvemos la Dehesilla”, rezaba la pancarta que, el 21 de mayo, los vecinos colgaron sobre el camino de entrada a la Dehesilla de las Monjas, un paraje en la parte baja de la Vega del Tajo, donde desde hace un par de meses hay árboles singulares de más de 200 años marcados para ser talados. Una semana después, el cartel amaneció en el suelo. Alguien había cortado –por supuesto, sin permiso de las autoridades– uno de los pinos que lo sujetaba. Cuando, en su paseo matutino, Amado Martínez, hermano de Martínez Lozano, se lo encontró y se lo comunicó al resto de los vecinos, la indignación fue generalizada. Aunque el arboricidio simbólico solo ha servido para reafirmar su compromiso en defensa de los Montes Universales. Como decía a sus compañeros Antonio Gómez Navarro, uno de los 116 habitantes de Frías de Albarracín: “La mala suerte siempre está para los que caen. Lo importante aquí es que ese ha caído para que los demás puedan seguir en pie. En las guerras, cuando el abanderado cae herido o muerto, su compañero más cercano toma esa bandera, intentando que al final de la batalla ondee en lo más alto”.

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