Ellos están clavados al suelo y no pueden hablar.
Pero eso no quiere decir que sean mudos. Cantan por boca de
los mirlos acuáticos y los muchos pájaros que se posan en
sus ramas, porque viven en una Zona de Especial Protección
de Aves (ZEPA), dentro de la Red Natura 2000 europea. Lo ven
todo desde arriba con los ojos del halcón peregrino, el buitre
leonado y el águila imperial ibérica, un endemismo de reciente
introducción. Cuentan historias con el murmullo de los manantiales
y ríos que nacen a sus pies, como el Turia, el Cabriel, el
Júcar y el más importante, el Tajo, que hace del lugar una
Reserva Natural Fluvial, la máxima figura de protección que
puede tener la cuenca de un río en España.
Conocen cómo huele cada flor, se lo dicen las
mariposas endémicas que anidan solo en sus copas y liban en
los prados de orquídeas entre pinares, reconocidos como Lugares
de Importancia Comunitaria (LIC) y como hábitat preferente
en la Directiva de Hábitats europeos.
Aunque no pueden correr como hacen la nutria
europea, la gineta o el gato montés, todas ellas especies
protegidas, para escapar de las máquinas procesadoras de gran
tonelaje que, desde 2020, están violando sus ríos y arrasando
sus bosques. Los pinos silvestres centenarios de la sierra
de Albarracín no son mudos. Hablan y gritan por boca de los
vecinos, que desde hace tres años denuncian las talas masivas
que ya han triturado dos de sus refugios más emblemáticos,
la Vega del Alto Tajo-Muela de San Juan y el Puerto de Bronchales-Orihuela,
en la provincia de Teruel, al sur de Aragón. Los árboles y
los lugareños son casi una misma cosa, sus raíces entrelazadas
más allá de la memoria.
La Dirección General de Ordenación Forestal
de Aragón dice que no son talas masivas con maquinaria pesada.
“¿Qué vale más, un pino o una persona? Era algo
que solíamos decir por lo mucho que antes se cuidaban los
árboles”, cuenta Maximiliano Belenchón, de 93 años, nieto
e hijo de Guadalaviar, uno de los pueblos de la Vega del Tajo,
en Teruel. Belenchón, que fue pastor transhumante durante
la mayor parte de su juventud, recuerda cómo en una ocasión,
allá por la década de 1950, “teníamos que pasar el Tajo pero,
como había llovido mucho, bajaba mucha corriente. El Tajo,
cuando se ponía bravo, a ver quién lo pasaba".
Y remata la historia: "Si entrabas a la madre
del río, el agua se te llevaba. Tiramos 3 o 4 pinos para [usarlos
de puente y] pasar. Nos costó la broma una multa de 5000 pesetas
por haberlos cortado”. También, “estaba prohibido llevar muchas
cabras, porque se comen el monte, acaban con los tallos tiernos.
El forestal nos llamaba la atención en cuanto metíamos demasiadas".
“Antaño, el bosque era sagrado. Gracias al bosque, el pueblo
podía vivir. Se conservaba y se cuidaba. Era el bien más preciado.
Se cortaba lo mínimo. Son la mayor riqueza que tiene nuestra
sierra”, nos dice su hija Carmen. Por eso, Belenchón no da
crédito a lo que está pasando.
“De un modelo respetuoso de extracción de la
madera, se ha pasado a un otro absolutamente destructivo,
en que las procesadoras –con 8 metros de cabezal y 22 toneladas
de peso– van haciendo calles, arrasando todo lo que se encuentran
a 4 metros a ambos lados. Se llevan por delante el 80% de
la masa forestal”, alerta el ecólogo Fernando Prieto, director
del Observatorio de Sostenibilidad. En el otoño de 2020, estas
máquinas cosechadoras de pinos empezaron a usar la reserva
fluvial como pista, atravesándola por una pasarela de hormigón,
construida para tal fin por encima del río, nadie entiende
con qué derecho.Un año después de recibir la denuncia de los
vecinos, en 2022, la Confederación Hidrográfica del Tajo multó
al Servicio Provincial de Agricultura, Ganadería y Medio Ambiente
por las talas en los márgenes del río, algo tajantemente prohibido.
“Las sanciones impuestas demuestran que ha habido
irregularidades, aunque no ha servido de mucho, porque el
derribo de pinos prosiguió después en el mismo cauce o muy
cerca”, denuncia Javier Martínez González, nativo de Guadalaviar,
artesano de la madera –es lutier de violas– y presidente de
SOS Montes Universales, que reúne a más 300 vecinos, en una
sierra con 23 pueblos donde la población media son los 160
habitantes.
“No limpian los despojos. Aún hay restos acumulados
en la Vega del Tajo, desde 2020”, dicen desde la Asociación
S.O.S. Montes Universales.
“Antes hubieran ardido las máquinas. Ahora hay
poca resistencia, porque somos pocos”, dice Joaquín Martínez
Lozano, secretario de la asociación. Quizá, la Administración
aragonesa, cuando aprobó el actual aprovechamiento forestal,
pensó que aquel puñado de jubilados de la España vaciada –el
30% de la poblacio´n supera los 65 an~os– no tendría fuerzas
para oponerse. Se equivocaba. En connivencia con sus pinos,
esos lugareños mayores y desperdigados tardaron menos de un
mes, en enero de 2021, en recoger más de 100.000 firmas para
frenar las talas. También, elaboraron un manifiesto firmado
por 60 científicos, profesores y catedráticos de universidades
españolas, donde piden “un replanteamiento del Plan de Ordenación
de Montes en la Vega del Tajo”. En enero de este año, cientos
de personas se plantaron ante el ayuntamiento de Albarracín
para “suplicar el cese de esta locura”. Aunque, por ahora,
no haya servido de nada, no piensan rendirse.
“Nuestros montes están siendo destruidos, con
mil excusas, con mil mentiras”, gritaban los árboles por boca
de Martínez González en aquella protesta. “No podemos entender
cómo la propia Administración, que es la encargada de proteger
el medio ambiente, es quien se lo está cargando. Nosotros
no defendemos ninguna ideología ni credo político. Tenemos
un único interés, que no machaquen nuestros recursos naturales.
Pero están tratando nuestro monte como si de un cultivo se
tratara, con el objetivo de sacar más madera en menos tiempo”,
denuncia Martínez Lozano, que trabajó “en el monte, la tierra
y el ganado” hasta los 26 años, cuando se marchó a la ciudad
a estudiar Derecho. Pero volvió después, incapaz de alejarse
mucho tiempo de su Guadalaviar natal.
El porqué de las actuales talas masivas en hábitats
protegidos "lo desconocemos", añade Martínez Lozano. Y matiza:
"El precio al que vendieron lo que cortaron en 2020 era ridículo".
Ocho euros la tonelada, para ser exactos –la décima parte
del precio al que solía venderse antes de que entraran las
máquinas–, según puede leerse en un pliego del Gobierno de
Aragón sobre el aprovechamiento del lote de Vega del Tajo.
El 21 de mayo, los vecinos colgaron esta pancarta
en un paraje donde ya hay más árboles marcados para su tala.
Una semana después, alguien quitó la pancarta.
“Antes se cortaba menos y valía más caro. Nos
están destrozando el monte por dos duros. Dan ganas de pagar
tú los 300 euros para que los árboles se queden donde están”,
sentencia el abuelo Belechón. 300 euros fue lo que se llevaron
por la subasta de la madera de 2020 cada uno de los 23 ayuntamientos
de la sierra, que junto a la Comunidad de Albarracín son copropietarios
de estos montes de utilidad pública, gestionados por la Dirección
General de Gestión Forestal de Aragón. Y es que resulta que
el valor de los Montes Universales está mucho más allá de
la explotación de la madera: “Las setas, el uso turístico
y deportivo, el valor paisjístico, la retención de CO2, la
preservación de la humedad, la preservación del suelo ante
la desertificación y la erosión”, enumera Isidoro Gómez, de
66 años, nacido en Guadalaviar y vecino de Bronchales.
“Es necesario que se reconsidere el valor de
los montes y el tratamiento que deben tener y en ello deberían
participar no solo los ingenieros de montes, sino todo también
biólogos, ecólogos. Y los habitantes de los pueblos. Ellos
son los verdaderos propietarios. Más aún, podemos considerar
que toda la sociedad es propietaria de los montes”, afirma.
Al respecto, la Dirección General de Ordenación Forestal,
responsable de las actuaciones, ha declinado la invitación
de algunos medios para dar su versión de los hechos que, según
su encargada de prensa, “no son de actualidad y ya no tienen
interés como noticia”.
Sí enviaron un “argumentario” sobre el tema,
que comienza diciendo “no es una tala de pinos con maquinaria
pesada, es un aprovechamiento forestal planificado incluido
en un Instrumento de Gestión Forestal Sostenible”. Una sutileza
del lenguaje que quizá no comprendan los cientos de miles
de pinos caídos con procesadoras de 22 toneladas de noche
y de día, con lluvia y con sol, tal y como han captado fotos,
vídeos y cámaras de televisión en los últimos dos años.
Vecinos llegados de Guadalaviar, Griegos, Frías
y Orihuela de Temendal se han reunido para tratar de proteger
la Dehesilla de las Monjas, en la Vega del Tajo, donde sus
árboles singulares ya están marcados para ser talados.
Con la misma puerta en las narices se han topado
los vecinos de la sierra cada vez que han intentado dialogar
con la administración. En una resolución del Consejo de Transparencia
de Aragón (CTAR), queda patente que los vecinos no consiguieron
acceso a una copia del proyecto de ordenación forestal de
la Vega del Tajo hasta cinco meses después de pedirla a distintos
órganismos administrativos. “Todos estos planes se han aprobado
sin informar a la población y sin contar con la participación
ciudadana, haciendo caso omiso de la Ley 27/2006, por la que
se regulan los derechos de acceso a la información, de participación
pública y de acceso a la justicia en materia de medio ambiente”,
señala Martínez Lozano. Y, aún hoy, siguen esperando conocer
el informe de evaluación de impacto ambiental de las talas
que solicitaron en 2021. Una resolución que acaban de recibir
del CTAR, con fecha 22 de mayo de 2023, concluye que no existe
tal informe.
“¿Pero estos pinos que se talan de una forma
tan agresiva adónde van?”, se pregunta Carlos Casas, profesor
de secundaria, oriundo de Orihuela del Tremedal. Por lo pronto,
sabemos que la mayor planta de pellet de España, Arapellet,
está en Aragón, en Erla. Y sabemos también que, según consta
en el proyecto de Ordenación de Grupo Montes de Guadalaviar,
“podri´a considerarse como uso potencial el aprovechamiento
de biomasa como recurso energe´tico, ya que en los u´ltimos
an~os varios proyectos de explotacio´n de biomasas, tanto
energe´ticas como de produccio´n de pellets, se han interesado
en las posibilidades que ofrece la comarca para instalar y
abastecer industrias del sector”.
Cobra sentido, así, la alarma que en 2022 lanzaba
Fernando Prieto: “Están transformando en serrín y pellet una
zona que podría ser Parque Natural”.
Alto Tajo-Muela de San Juan y Puerto de Bronchales/Orihuela
son algunos de los Lugares de Importacia Comunitaria (LIC)
incluidos en el plan de ordenación forestal en estos montes
–los mismos que, al otro lado de la frontera aragonesa, en
Cuenca y en Guadalajara, tienen la categoría de Parque Natural,
en proyecto de convertirse en Parque Nacional–. Citando textualmente
el Proyecto de Ordenación del Grupo de Montes de Guadalaviar,
el objetivo es la “corta final”, mediante el método de aclareo
sucesivo por rodales “con uso principal de producción” de
madera. “Las cortas preparatorias y diseminatorias eliminara´n
el 60% de las existencias, dejando el 40% restante para apearlo
en cortas finales”, dice este documento, diseñado por el Departamento
de Desarrollo Rural de Aragón. La diputación aragonesa asegura
que su actuación sirve para la regeneración de los bosques
y que está dentro de la legalidad.
Puede resultar sorprendente, cuando “la sola
presencia de un endemismo es motivo suficiente para que se
paralicen las talas de forma inmediata, por el grave daño
que ocasionan en su hábitat”, advierte el entomólogo Victor
Redondo, autor de un informe sobre las especies de mariposas
protegidas y endémicas de los Montes Universales. Una de ellas
solo ha sido vista en la Dehesilla de las Monjas, la misma
área que está marcada para su próxima tala. Se trata de la
Aricia Morronenis Guadalaviarensis, que debe su nombre al
pueblo de Guadalaviar. Las larvas de esas mariposas se alimentan
de plantas del género Eodium, otro endemismo de la península
ibérica, con algunas subespecies en peligro de extinción.
Otras mariposas amenazadas son la Erebia zapateri, endémica
de Aragón, que deposita sus huevos en las mismas praderas
de gramíneas que aplasta la maquinaria pesada, y la bella
mariposa isabelina (Graellsia isabelae), endémica de la península
ibérica. No son solo los animales, también sus hábitats, como
las turberas bajas alcalinas, comunidades vegetales que aparece
sobre lugares permanente inundados. Por su idiosincrasia,
“tienen una gran importancia ecológica, pero son una de las
comunidades vegetales más vulnerables”, observa Ildefonso
Barrera, profesor de Biología Vegetal en la Universidad Complutense
de Madrid. “Lamentablemente, se ha producido ya un grave deterioro
en humedales de algunos puntos de la Vega del Tajo, en especial,
en el conjunto de turberas del paraje El Bodegón, donde se
ha talado la mitad de la superficie usando maquinaria pesada”,
apunta.
Se estima que las turberas pueden encontrarse
en 180 países, en todas las zonas climáticas. Sin embargo,
la distribución real y área total de turberas sobre la tierra
aún se desconoce.
“Tiene que haber procedimientos modernos que
no destruyan el bosque porque la maquinaria pesada está rompiendo
la estructura del suelo, la dinámica propia del agua y su
capacidad de hidratación”, añade su colega, el botánico Gonzalo
Mateo. Otra fuente de preocupación para los ecólogos es la
compactación del suelo por el peso de las procesadoras, que
daña el ecosistema fúngico subterráneo, todas esas redes de
micelos entrelazadas con raíces de los árboles que juegan
un papel esencial en la salud de un bosque.
“No estamos diciendo que no se corten pinos,
solo queremos impedir que metan las máquinas procesadoras.
Cuando se tala un árbol no es por el dinero, es por cuidar
el monte”, recalca Martínez Lozano. Como la mayoría de los
vecinos, demanda que se siga usando el método de la “entresaca
sostenible”, con cuadrillas con motosierra para cortar y tractores
para arrastrar los troncos, mucho más respetuosas con el ecosistema
protegido. “Ahora están tirando pinos sin marcar, a libre
criterio del que lleva la máquina. Le preguntamos hace poco
al conductor de una de estas procesadoras cómo sabía por dónde
tenía que meter la máquina para cortar y nos contestó: 'A
mí me han dicho que donde no entra el sol, que tire'”, explica
Kiko Sorando Belinchón, que nació y vive en Griegos, un pueblo
de 143 habitantes junto al puerto de Orihuela. Sus padres,
sus abuelos y sus bisabuelos ya conocían el bosque como su
propia casa y sabían, por ejemplo, que “los pinos se cuidan
unos a otros. Por eso, los que se van a cortar se deben ir
eligiendo salteados, para que los árboles se protejan entre
sí de las inclemencias".
Montes Universales es el nombre de un sistema
montañoso situado en el límite sureste del sistema Ibérico
ocupando gran parte de la comarca aragonesa Sierra de Albarracín
y la zona sureste del Alto Tajo, entre Guadalajara y Cuenca.
Albarracín, en la imagen, es parada obligada. Sus cumbres
se sitúan entre los 1600 y los 1935 m de altitud.
Y avisa: "Si se dejan los pinos demasiado separados,
cuando viene el aire, los tumba, más si tienen la copa llena
de nieve. Pero por donde pasa la máquina solo quedan pinos
finos, muy alejados unos de otros, cuando viene el aire, los
tumba, más si tienen la copa llena de nieve. En el Puerto
de Bronchales han hecho un desastre de miedo. Cuando venga
un aire fuerte, puede hacer mucho daño”. Como confirma Prieto,
“se ha destruido un bosque maduro para hacer un cultivo de
pinos, homogéneo tanto en especies como en estructura. Un
bosque maduro tiene mucha más humedad porque los árboles más
viejos dan más sombra y sus raíces retienen más agua". Esto
y una mayor diversidad de especies, indica Prieto, "los convierte
en más resilientes a los incendios que las cuadrículas que
están dejando las procesadoras ahora, donde solo hay pinos,
todos del mismo tamaño y a la misma distancia”. Otra acción
clave para evitar incendios es limpiar los restos de las talas:
“pero no limpian los despojos. Aún hay restos acumulados en
la Vega del Tajo, desde 2020”.
“Nosotros somos de ir al monte a por maitas
[fresas silvestres] y porros [Boletus edulis]. Ahora vete
a la Vega a buscar una maita. Es imposible. Nunca había visto
el monte así. Donde han pasado las máquinas, solo hay filas
homogéneas de pinos en hileras. Han modificado el paisaje.
Esto no es nuestro bosque”, se lamenta Carmen. “Nacerán nuevos
árboles, pero del bosque no queda nada. Porque no es lo mismo
árboles que bosque”, señala. Y es que, a los 1.600 metros
de altitud donde se encuentran, los pinos tardan 150-200 años
en crecer. “Es terrible destrozar algo así en un instante”.
Pero aún hay mucho por lo que luchar. “Salvemos la Dehesilla”,
rezaba la pancarta que, el 21 de mayo, los vecinos colgaron
sobre el camino de entrada a la Dehesilla de las Monjas, un
paraje en la parte baja de la Vega del Tajo, donde desde hace
un par de meses hay árboles singulares de más de 200 años
marcados para ser talados. Una semana después, el cartel amaneció
en el suelo. Alguien había cortado –por supuesto, sin permiso
de las autoridades– uno de los pinos que lo sujetaba. Cuando,
en su paseo matutino, Amado Martínez, hermano de Martínez
Lozano, se lo encontró y se lo comunicó al resto de los vecinos,
la indignación fue generalizada. Aunque el arboricidio simbólico
solo ha servido para reafirmar su compromiso en defensa de
los Montes Universales. Como decía a sus compañeros Antonio
Gómez Navarro, uno de los 116 habitantes de Frías de Albarracín:
“La mala suerte siempre está para los que caen. Lo importante
aquí es que ese ha caído para que los demás puedan seguir
en pie. En las guerras, cuando el abanderado cae herido o
muerto, su compañero más cercano toma esa bandera, intentando
que al final de la batalla ondee en lo más alto”.
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