Todos los humanos con ascendencia fuera de África
tienen un porcentaje de ADN neandertal fruto del mestizaje
entre sus poblaciones hace miles de años. Este legado ancestral
y su influencia sobre el hombre moderno ha sido estudiado
ahora de manera exhaustiva en la población actual de Islandia.
En un estudio publicado en la revista Nature, científicos
de la Universidad de Aarhus en Dinamarca, la compañía islandesa
de CODE Genetics y el Instituto Max Planck de Antropología
Evolutiva de Leipzig (Alemania) han aislado 14,4 millones
de fragmentos de ADN arcaico neandertal obtenidos de 27.566
islandeses para descubrir qué partes del genoma contienen
ADN neandertal y el papel que este desempeña en los humanos
modernos. Han hallado también una presencia significativa
de ADN denisovano (un homínido muy próximo y contemporáneo
a los neandertales) en el genoma islandés.
Neandertales y Homo sapiens convivieron en Europa
y Asia durante milenios antes de la extinción de los primeros
hace 40.000 años. El mestizaje entre ambas especies dejó una
huella genética en los seres humanos, que ha perdurado hasta
la actualidad: las personas de ascendencia no africana comparten
alrededor del dos por ciento de su genoma con los neandertales.
Este 2% de ADN neandertal europeo es diferente en cada individuo,
por lo que los científicos han logrado reconstruir entre el
38% y el 48% del genoma neandertal islandés con los casi 15
millones de fragmentos obtenidos de la población de la isla.
Comparando las diferentes secuencias de material
genético secuenciado en el Instituto Max Planck, los investigadores
encontraron que la población neandertal que se mezcló con
los islandeses modernos era más similar a los neandertales
de Croacia que a los de Rusia. El estudio también concluye
que las madres neandertales tenían a sus hijos con parejas
más jóvenes que ellas. Los investigadores han llegado a esta
conclusión al comparar las mutaciones en los fragmentos de
ADN neandertal con los fragmentos de ADN de humanos modernos
correspondientes, ya que la edad determina el tipo de mutaciones
genéticas que los progenitores transmiten a sus descendientes.
Pero este exhaustivo análisis generó más datos
sorprendentes que corroborarían el alto nivel de mestizaje
entre los homínidos del Paleolítico superior: El genoma del
islandés moderno contiene trazas de ADN denisovano, un homínido
descrito a partir de un hallazgo en Rusia en 2010, que anteriormente
solo se habían encontrado en las poblaciones modernas de Asia
oriental y de Papua Nueva Guinea. Este dato desafía la creencia
de que homo sapiens y neandertales se mezclaron antes de que
los humanos actuales se encontraran con los denisovanos decenas
de miles de años después. Los científicos tienen dos posibles
teorías para explicar este nuevo hallazgo. Grupos de neandertales
y denisovanos podrían haber tenido descendencia común antes
de encontrarse con el homo sapiens. En ese caso, esos descendientes
les habrían transmitido genes de ambas especies. esta teoría
se vería reforzada por el descubrimiento del fósil de una
niña híbrido entre denisovano y nanderthal. Hasta ahora se
creía que los únicos trazos de ADN denisovano en poblaciones
actuales se hallaban en Asia.
La segunda hipótesis es que los denisovanos
y el homo sapiens se hubieran cruzado primero, mucho antes
de que los neandertales entraran en escena, aunque sobre esta
suposición no se ha encontrado registro fósil.
La herencia genética establece nuestra predisposición
a tener los ojos azules, a ser altos o de piel morena, puede
condicionar nuestro carácter o nuestra tendencia a padecer
determinadas enfermedades... En este sentido, la afectación
del ADN neandertal a la salud de los islandeses es más bien
baja. Los investigadores creen que algunas variantes arcaicas
podrían estar relacionadas con una ligera menor predisposición
a padecer cáncer de próstata, reducirían el tiempo de coagulación
de la sangre o limitarían la altura de los individuos.
Los primeros humanos eran más competitivos y promiscuos
que los humanos actuales, según un estudio. Luego de
analizar dedos de fósiles de neandertales, antecesores
del hombre actual, un grupo de científicos determinó
que éstos superaban al actual Homo Sapiens en el número
de parejas sexuales. Los investigadores estudiaron los
huesos de los dedos fosilizados de los simios y homínidos
extintos para aprender más acerca de su actividad hormonal.
El estudio, en el que participaron científicos de las
universidades de Liverpool, Oxford y Southampton, de
Reino Unido, y Calgary, de Canadá, fue publicado en
el último número de la revista Proceedings of the Royal
Society. El grupo de investigadores, encabezado por
Emma Nelson de la Universidad de Liverpool (Inglaterra),
analizó los dedos fosilizados de cuatro especies de
homínidos.
Las proporciones de los dedos de los restos fósiles
de los homínidos pueden ser utilizados como indicadores
de los niveles que tenían de andrógenos prenatales,
un grupo de hormonas que participan del desarrollo de
las características masculinas, como la agresividad
y la promiscuidad.
Los altos niveles de las hormonas aumentan la longitud
del dedo anular en comparación con el dedo índice, lo
que acorta la diferencia de esos dedos con el dedo mayor.
El equipo descubrió que la diferencia entre la longitud
del dedo anular y la del índice en los neandertales
y los primeros miembros de la especie humana eran más
bajos que la mayoría de los seres humanos, lo que sugiere
que fueron expuestos a altos niveles de andrógenos prenatales.
Emma Nelson señaló que estos datos pueden servir para
estudiar el comportamiento social de los simios y homínidos
extintos y compararlo con el de los humanos. "Aunque
precisamos analizar más fósiles para confirmar nuestros
resultados, este método podría ser una nueva y emocionante
forma de entender cómo ha evolucionado nuestro comportamiento
social", agregó.
Cráneos y mandíbulas de Homo sapiens y
neandertal.
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Los neandertales se extinguieron hace 40.000
años, pero siguen vivos en nuestro genoma. La razón es que,
10.000 años antes de su desaparición, tuvieron unos cuantos
contactos sexuales con nuestra especie, los Homo sapiens que
justo salíamos de África por entonces. Sus genes no solo son
un testigo mudo de aquellos deslices de una noche de verano,
sino que siguen activos en el genoma de los europeos, afectando
a su altura y su propensión a la esquizofrenia o el lupus.
Los asiáticos y los oceánicos llevan otros genes, procedentes
de encuentros con otras especies arcaicas, como los denisovanos.
Somos nuestro pasado.
Ya había evidencias estadísticas sobre la importancia
del ADN neandertal que aún conserva el genoma para la variabilidad
humana actual. La presencia o ausencia de estos genes arcaicos
se había podido correlacionar con la adaptación a las altas
montañas del Tíbet y con la predisposición a la depresión
patológica. Pero las correlaciones estadísticas nunca llegan
al fondo de la cuestión: el cómo. La investigación actual
ha accedido a esa caja negra. Y demuestra que los genes neandertales
afectan a rasgos esenciales para nuestra adaptación. Somos
una especie variable, y el ADN arcaico contribuye a ello.
Incluso 50.000 años después del último apareamiento entre
neandertales y humanos modernos, aún podemos ver impactos
mensurables en la expresión de los genes, explica el jefe
del estudio, Joshua Akey, de la Universidad de Washington
en Seattle. “Y esas variaciones de la expresión génica afectan
a la variación fenotípica humana y a la propensión a las enfermedades”.
Los genes neandertales afectan a rasgos esenciales
para nuestra adaptación. Somos una especie variable, y el
ADN arcaico contribuye a ello.
Los asombrosos avances en la secuenciación del
ADN antiguo pueden dar la impresión de que la genética neandertal
no tiene secretos para nosotros. Es falso. La presencia o
ausencia de un gen en un genoma neandertal, y la variante
exacta que aparece allí, son cuestiones fundamentales, por
supuesto. Pero solo cuentan la mitad de la historia. La otra
mitad es qué genes están activos, dónde lo están y cuánto.
Y eso no depende solo de ADN, sino también de factores del
entorno, el estrés y la experiencia que no podemos leer en
el ADN, sino en el ARN, una molécula similar que se copia
de los genes activos (y no de los inactivos), y que es tan
inestable que resulta imposible recuperarlo de los huesos
fósiles de las especies extintas. Los científicos de Washington
han inventado otro enfoque del problema: mirar cómo se expresan
los genes neandertales que se conservan en el genoma de mucha
gente de origen europeo.
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Nota de prensa, Febrero 2024:
Hallado el más antiguo asentamiento septentrional
de Homo Sapiens, donde humanos y Neandertales convivieron
durante miles de años.
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Entre las varias bases de datos que ha generado
la genómica en los últimos 10 o 15 años, se encuentra el proyecto
GTEx (genotype-tissue expression, expresión del genoma en
cada tejido humano), promovido en 2010 por los Institutos
Nacionales de Salud (NIH) de Estados Unidos, la locomotora
de la investigación biomédica en el planeta. GTEx ha creado
un tesoro de información sobre qué genes se expresan en cada
órgano y tejido humano, y qué tienen que ver con las enfermedades
y las variaciones de las personas.
Akey y sus colegas se han fijado en particular
en las personas del proyecto GTEx que llevan tanto un gen
neandertal como su homólogo sapiens: uno procedente de su
padre y otro de su madre. Los genetistas llaman alelos a esas
dos versiones distintas del mismo gen. Y han hallado que no
todos, pero sí una cuarta parte de los tramos de ADN neandertal
que conserva el genoma moderno tiene claros efectos sobre
la regulación de los genes humanos, tanto neandertales como
sapiens. Que las variantes neandertales contribuyen a la complejidad
del genoma humano moderno y a su diversidad de unos individuos
a otros, y de unas poblaciones a otras.
Quizá su descubrimiento más llamativo sea que
los alelos (variantes) neandertales suelen aparecer muy reprimidas
en el cerebro y los testículos. Los científicos de Washington
interpretan que esos órganos son justo los que han experimentado
una mayor evolución desde que neandertales y sapiens nos escindimos,
hace 700.000 años. “Podemos inferir”, dice Akey, “que las
grandes diferencias en la regulación genética de humanos y
neandertales se dan en el cerebro y los testículos”. El jefe
del trabajo concluye: “La hibridación entre humanos modernos
y neandertales incrementó la complejidad genómica. No fue
simplemente algo que ocurrió hace 50.000 años y sobre la que
no tengamos ya que preocuparnos. Esos pequeños tramos de ADN
aquí y allá, nuestras reliquias neandertales, siguen influyendo
la expresión de nuestros genes de forma ubicua e importante”.
Hubo un tiempo en el que diferentes humanidades
compartían el planeta. Además de neandertales y denisovanos,
Homo luzonensis, Homo erectus, Homo naledi y Homo florisiensis
coincidieron con los sapiens en diferentes etapas de la Prehistoria.
Los neandertales son los que más se nos acercan en tamaño
corporal y cerebral, además de ser la última especie en extinguirse.
Durante cientos de miles de años, poblaron los bosques y montañas
de Europa, pero desaparecieron hace 40.000 años, poco después
de que los primeros sapiens anatómicamente modernos comenzaran
a asentarse en el continente.
Esa coincidencia hace que el papel que los sapiens
pudieron desempeñar -si es que desempeñaron alguno- en su
extinción sea aún objeto de debate. Las hipótesis van desde
el conflicto directo entre las dos especies hasta la mera
ocupación de las regiones que el neandertal dejó vacías en
su declive. Una investigación refuerza esta última idea: de
acuerdo con sus autores, los factores demográficos son suficientes
para explicar la desaparición del Homo neanderthalensis. Los
neandertales vivían en grupos pequeños y aislados geográficamente.
Fluctuaciones demográficas aleatorias -variaciones en la tasa
de nacimientos y muertes o en la proporción de sexos- podrían
haber sido suficientes para causar su desaparición en un periodo
de 10.000 años. "Eso no descarta completamente que los humanos
tuvieran algún papel en la extinción", matiza Krist Vaesen,
investigador de la Universidad Tecnológica de Eindhoven. "Pero
nuestros modelos sugieren que ese papel podría no haber sido
el que algunos científicos suelen reivindicar. Según esos
científicos, los neandertales fueron superados por una especie
más inteligente y numerosa, pero nuestros resultados sugieren
como alternativa más plausible una coexistencia pacífica".
Los investigadores han partido de datos de poblaciones actuales
de cazadores-recolectores como los hadza de Tanzania, los
achés de Paraguay, o los Kung de Namibia y Bostwana. Con esa
base han desarrollado modelos estadísticos para simular la
evolución de poblaciones neandertales en largos periodos de
tiempo. Además, tuvieron en cuenta el impacto que añadiría
la endogamia (habitual en los aislados clanes neandertales)
y el llamado efecto Allee: la reducción del tamaño de la población
hace descender la tasa de reproducción al escasear los individuos.
Pasando la tarde ...
Según esas estimaciones, si un 25% o menos de
las hembras neandertales hubieran dado a luz (una cifra común
en los cazadores-recolectores actuales), eso habría significado
la desaparición de poblaciones de hasta 1.000 individuos.
Los autores no descartan que la aparición de los sapiens pudiera
haber agravado ciertos factores. "Una competencia fuerte por
los recursos habría hecho que los neandertales fueran aún
más vulnerables a la extinción", reconoce Vaesen, "pero es
razonable pensar que la competencia era muy débil, vista el
área de distribución geográfica de los neandertales (desde
el Mar Negro hasta la costa atlántica) y que la población
era pequeña (70.000)".
Los neandertales fueron considerados durante
mucho tiempo como un pariente tosco y poco evolucionado del
sapiens. En parte por su apariencia y fuerza física y en parte
porque admitir la cercanía entre las dos especies restaba
excepcionalidad a la nuestra. "En muchos aspectos, los neandertales
eran una especie humana muy similar a la nuestra, porque ambos
heredaron las mismas cualidades de antepasados comunes y porque
en la evolución ambas especies adquirieron capacidades similares",
señala Antonio Rosas, investigador del Museo Nacional de Ciencias
Naturales (CSIC). La conclusión del estudio enlaza con un
trabajo publicado este año por Rosas y otros investigadores
del CSIC, que apuntaba a una combinación de factores ecológicos
y demográficos como responsables de la extinción. En concreto,
las pruebas realizadas en la cueva de El Sidrón (Asturias)
revelaban una elevada endogamia que habría limitado la viabilidad
del clan. Aquel estudio se centró en un grupo familiar que
vivió en la gruta asturiana (compuesto por 13 individuos)
y reveló hasta 17 anomalías congénitas distribuidas por todo
el esqueleto, todas ellas compartidas por varios miembros.
A pesar de tener un tamaño cerebral similar
al de los humanos modernos (aunque una mayor masa corporal),
el cerebro de los neandertales tenía una estructura diferente.
Una parte significativa estaba dedicada a la visión, en detrimento
de otras funciones como la conexión social. En contraste,
los sapiens, procedentes África, no necesitaron esta adaptación
y en su lugar desarrollaron lóbulos frontales, que se asocian
con un mejor procesamiento de la información. "Es posible
que capacidades cerebrales y cognitivas sutiles diferenciaran
la manera de pensar y razonar de neandertales y humanos modernos",
explica Rosas. "Esas pequeñas diferencias básicas pudieron
determinar aspectos clave como el tamaño del grupo, la capacidad
de previsión o de conexiones a larga distancia, lo que en
última instancia determinaba que sus áreas geográficas de
distribución eran más restringidas. Y consecuentemente el
intercambio genético era menor". El antropólogo de la Universidad
de Oxford Robin Dunbar desarrolló en los años 90 la famosa
Teoría del Cerebro Social, en la que demostraba que el tamaño
del cerebro es el principal indicador del tamaño de los grupos
sociales en los primates. Cuanto más grande es el neocórtex
(la capa más externa) de la especie, mayor es el número de
individuos que viven en comunidad. Sin embargo, si los cerebros
de los neandertales estaban esencialmente dedicados a la visión
y al movimiento, esto puede significar que tenían otras áreas
del cerebro más pequeñas. Así, habrían estado limitados cognitivamente
a grupos más pequeños, lo que acabó condenándolos desde un
punto de vista evolutivo.
Hace 30.000 años, cuando Europa sufría episodios climáticos
muy fríos y la nieve cercaba todo por encima del Ebro,
los homínidos buscaron un refugio que les garantizara
abrigo, recursos y más posibilidades de supervivencia.
Los neandertales lo encontraron en el sur de lo que
hoy es España y Portugal. La huella más reciente de
esta especie, de 28.300 años, perteneciente a un adolescente
de 1,30 metros de altura y hallada en una cantera de
Gibraltar, demuestra el santuario que supuso el sur
de la península Ibérica para esta especie y obliga a
replantear la línea del tiempo de su extinción, situada
hasta la fecha en 40.000 años.
“Eran pocos en la familia y vinieron a veranear a la
costa del sur de la Península, como ahora”, bromea Joaquín
Rodríguez Vidal, catedrático de Geodinámica y Paleontología
de la Universidad de Huelva. Él, Fernando Muñiz, profesor
de Cristalografía y Mineralogía de la Universidad de
Sevilla, y Luis Miguel Cáceres, geólogo de la Universidad
de Huelva, lideran con el también geólogo de la Universidad
de Lisboa Carlos Neto De Carvalho el grupo que sigue
las huellas de los últimos neandertales en el sur de
la península Ibérica. El vestigio que avala los nuevos
datos sobre la supervivencia neandertal más allá de
los 40.000 años establecidos en el norte de Europa es
una pisada sobre la arena de 17 centímetros de largo
por siete de ancho máximo y dos centímetros de profundidad.
“La fotogrametría ha evidenciado la forma de los dígitos,
el talón, el puente y las almohadillas”, explica Muñiz.
“No hay duda de que se trataba de un homínido. La comparación
con otras huellas mostraba que era de neandertal. La
termoluminiscencia (OSL, siglas en inglés de optically
stimulated luminescence) nos dio la fecha precisa: 28.300
años”, afirma. Este hallazgo en la cantera de Catalan
Bay (denominada así por una antigua migración catalana
al Peñón), en la zona oriental de Gibraltar, refuerza
la tesis ya publicada en 2006 en la revista Nature que
cuestiona la fecha aceptada de la extinción de los neandertales
hace 40.000 años. Ese trabajo mostró restos de piedras
de 24.000 años talladas como lo hacían los neandertales
(musteriense) y que fueron halladas en la cercana cueva
gibraltareña de Gorham.
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Si pedimos a un niño que dibuje a un cavernícola,
probablemente pintará a un individuo robusto y achaparrado,
de frente estrecha y entrecejo saliente, y bruto como él solo,
de los que aporrean a su pareja y la arrastran por los pelos.
En definitiva, un hombre de Neanderthal, o la imagen que la
cultura popular tiene de esta especie que convivió con nuestro
ancestro, el homo sapiens. Unos clichés que, a medida que
avanza nuestro conocimiento sobre ellos, parecen cada vez
más alejados de la realidad.
El consenso científico atribuía hasta ahora
el privilegio de la cultura simbólica material al hombre modernos:
representaciones, adornos, tótems y reliquias transmitidos
de generación en generación. "Artefactos cuyo valor funcional
no reside tanto en su uso práctico, sino simbólico, son indicativos
de un aspecto fundamental de la cognición humana tal y cómo
la entendemos" - explica Dirk Hoffmann, del Max Planck Institute
for Evolutionary Anthropology. "Son uno de los principales
pilares que sostienen lo que nos hace humanos".
La máxima expresión de la cultura simbólica
prehistórica, por encima de la ornamentación de herramientas
y los adornos, es el arte rupestre. Hasta fecha reciente,
los paleontólogos se veían obligados a datarlo en función
de los materiales, y en el caso de las pinturas, era un proceso
en el que se corría el riesgo de destruirlas. Una nueva técnica,
sin embargo, permite obtener una datación mediante Uranio-Torio
(U-Th) a partir de las costras carbónicas en la superficie
de los pigmentos. Se trata de una técnica muy precisa basada
en la desintegración radiactiva de los isótopos de uranio
en torio, y determina la edad de las formaciones de carbonato
de calcio hasta 500.000 años atrás, con un alcance mucho más
remoto en el tiempo que el método de radiocarbono. De este
modo se ha descubierto que el arte rupestre más antiguo encontrado
en Europa, en cavernas de España, es anterior a los humanos
modernos en al menos 20.000 años y, por lo tanto, tiene que
ser de origen neandertal.
Pinturas en la cueva de La Pasiega hechas por
neandertales hace más de 64.000 años. La obra de arte rupestre
más antigua.
Las pinturas pertenecen a tres cuevas: Ardales
(Málaga), La Pasiega (Cantabria) y Maltravieso (Cáceres).
"Las figuras se realizaron con pigmento de color rojo, hematites
o un ocre. El colorante se reducía a polvo machacándolo y
se mezclaba con agua. La aplicación en las manos de Maltravieso
se hizo soplando el pigmento mediante un aerógrafo rudimentario
formado por dos cánulas de hueso o vegetal. En la cueva de
La Pasiega se utilizó, muy probablemente, el dedo o un pincel.
Y en el caso de Ardales, todo apunta a que fue pigmento aplicado
con los dedos", explicaba el investigador Marcos García Diez,
coautor del trabajo en la Universidad Isabel I de Burgos.
"Los neandertales creaban símbolos con sentido
en lugares con sentido" - explica Paul Pettitt, de la Universidad
de Durham, que ha colaborado en el estudio. García Diez incide
en la idea de que el homo neandertalensis tenía capacidad
y herramientas para desarrollar un lenguaje gráfico perdurable
como es el arte rupestre. "Había defensores, como el compañero
[Joao] Zilhão, que apoyaban la complejidad simbólica de los
neandertales, centrada en la decoración corporal, pintándose
e incluso adornándose con plumas o colgantes. Hoy sabemos
algo más: que pintaban para transmitir ideas en soportes a
través de formas perdurables en el tiempo y en un espacio
concreto".
Son las conclusiones a las que llega otro equipo
hispano-germánico y publicado en la revista Science Advances
sobre los restos de caparazones marinos decorados que se hallaron
en otra cueva española, la de Los Aviones en Cartagena. La
datación con uranio-torio de los pigmentos rojos y amarillos
revelaron que dos de las cuatro muestras analizadas son de
hace 115.000 años, mucho antes de que el hombre moderno llegara
a la región. Fueron obra, por tanto, de neandertales. Zilhão,
de la Universidad de Barcelona, ha estado involucrado en ambas
investigaciones. "De acuerdo a los nuevos datos, neandertales
y humanos modernos compartían el pensamiento simbólico y habrían
sido cognitivamente indistinguibles" - declara. "Cuando busquemos
los orígenes del lenguaje y la cognición humana avanzada,
debemos buscar mucho más atrás en el tiempo, más de 500.000
años atrás, hacia el ancestro común de neandertales y sapiens".
Entre 7.500 y 14.000 años atrás, las poblaciones
de Eurasia compartían similitudes genéticas, lo que sugiere
una mayor interacción entre poblaciones geográficamente distantes.
Así lo revelaron recientemente científicos de la Academia
de Ciencias de China en un estudio publicado en Trends in
Genetics. Estos análisis también detectaron al menos dos eventos
de mezcla con poblaciones de neandertales, uno aproximadamente
entre 50.000 y 60.000 años atrás y otro hace más de 37.000
años. Este ancestro neandertal disminuyó gradualmente en ancestros
arcaicos en los europeos que datan de aproximadamente entre
14.000 y 37.000 años atrás.
El legado de los neandertales: trombos, adicciones
y depresión. Un estudio de 2016 con 28.000 personas
muestra las penalidades que nos llegan de la promiscuidad
de nuestros ancestros, promiscuos y por lo tanto, sociales.
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