Los chilenos votaron en masa este domingo en
un plebiscito que surgió en respuesta a las masivas protestas
sociales que estallaron hace un año, y decidieron, según abrumadora
mayoría, modificar la Constitución redactada en la dictadura
de Augusto Pinochet (1973-1990). Con más del 95% de la votación
escrutada, la opción “Apruebo” consiguió el 78% de los sufragios.
Sobre el órgano que debe escribir el nuevo texto, la otra
pregunta que se planteó en la histórica votación, se impone
con un 79,06% la opción de la convención constitucional, que
estará integrada solo por ciudadanos electos para ese fin,
y será paritaria, según los últimos datos ofrecidos, que se
presumen irreversibles, informados por el Servicio Electoral
de Chile (Servel). La opción del rechazo al cambio constitucional
recibió un 22,03 % de los votos, mientras que la opción de
que la nueva Carta Magna la elabore una convención mixta formada
por parlamentarios y ciudadanos electos obtuvo el 20,94% de
los votos. Las 155 personas que integrarán la convención ciudadana
que redactará la nueva Constitución serán elegidas por votación
popular el 11 de abril del año que viene, y a partir de entonces
tendrán un margen de nueves meses, prorrogables una sola vez
por tres meses más, para elaborar el nuevo texto de la nueva
Carta Magna. El texto resultante será sometido a un nuevo
referéndum, ya en 2022, que será de voto obligatorio y en
el que los ciudadanos decidirán si lo aprueban o rechazan.
“Hasta ahora la Constitución nos ha dividido.
A partir de hoy, todos debemos colaborar para que la nueva
Constitución sea el gran marco de unidad, de estabilidad y
de futuro”, aseguró el presidente Sebastián Piñera en su mensaje
a la Nación. “Hoy hemos demostrado nuevamente la naturaleza
democrática, participativa y pacífica del espíritu de los
chilenos y del alma de las naciones honrando nuestra tradición
de república”, agregó. El recuento empezó inmediatamente tras
el cierre de las mesas a las 20 locales (23H00 GMT), y en
apenas una hora ya se constataba la ventaja del “Apruebo”,
frente al “Rechazo”. En la céntrica Plaza Italia de Santiago,
epicentro de las protestas del último año, cientos de personas
comenzaron a concentrarse. Los festejos se replicaron en distintos
puntos del país.

La tasa de participación era un dato clave en
una cita electoral en plena pandemia, en un país donde desde
2012 el voto es voluntario. La referencia inmediata era la
presidencial de 2017, cuando fue electo el presidente Sebastián
Piñera y votó el 49,2%. Según los primeros datos, superó altamente
ese porcentaje. La oposición de izquierdas se mostró partidaria
del cambio en todo momento, mientras que los cuatro partidos
de derechas que integran la coalición gubernamental se mostraron
divididos entre los que defendían a ultranza el cambio constitucional
y quienes apoyaban elaborar un nuevo Texto Fundamental. El
plebiscito se celebró justo un año después de que tuviera
lugar, el 25 de octubre de 2019, la mayor marcha realizada
en democracia. Más de 1,2 millones de personas se reunieron
en torno a la Plaza Italia de Santiago, una demostración de
la profundidad y amplitud del descontento social acumulado
en décadas en un país considerado un modelo de crecimiento
económico y estabilidad en América Latina.
Para un amplio sector de la población, la Constitución
de 1980 es la madre de las desigualdades de Chile. Si bien
la Carta Magna no establece la privatización de sectores básicos,
como la salud o la educación, fomenta la participación de
los privados y reduce el tamaño del Estado. Pero para los
detractores del proceso, un cambio a la Constitución podría
minar la salud de la economía y el desarrollo social.
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¿Qué pasa ahora y por qué es un hito mundial?
"Un triunfo de la ciudadanía y la democracia".
Así calificó el presidente de Chile, Sebastián Piñera, lo
sucedido este domingo en su país, donde, con casi el 100%
de los votos escrutados, los ciudadanos decidieron por un
rotundo 78% reemplazar la actual Constitución, redactada durante
el régimen militar de Augusto Pinochet (1973-1990).
En la primera de las dos preguntas planteadas
en el plebiscito, "¿Quiere usted una Nueva Constitución?",
el Apruebo ganó por 5.885.721 votos (78,27%) frente a 1.633.932
votos (21,73%) del Rechazo. En la segunda interrogante, "¿Qué
tipo de órgano debiera redactar la Nueva Constitución?", los
chilenos optaron por una convención constitucional; y escogieron
una convención constituyente, que estará formada por 155 ciudadanos
elegidos en su totalidad por voto popular.

Las celebraciones de quienes quieren una nueva
Constitución comenzaron en cuanto los primeros resultados
indicaron la clara victoria del "Apruebo".
Y tendrá una característica inédita en el mundo:
será la primera vez en la historia que una Constitución es
redactada en forma paritaria. También habrá una cuota para
los pueblos indígenas, pero esta aún no ha sido especificada.
La opción derrotada fue la convención mixta constitucional,
que hubiese sido integrada por una mezcla equilibrada de miembros
elegidos popularmente y parlamentarios en ejercicio. En cuanto
al voto en el extranjero, el apoyo a la redacción de una nueva
Carta Magna sobrepasaba el 80% con más del 95% de los votos
escrutados. La participación fue superior al 50%, pese a las
restricciones por la pandemia de covid-19. Con esa cifra se
sitúa como la elección con mayor cantidad de votantes desde
el regreso de la democracia.
"Hoy hemos demostrado nuevamente la naturaleza
democrática, participativa y pacífica del espíritu de los
chilenos y del alma de las naciones honrando nuestra tradición
de república", afirmó Piñera. "Este plebiscito no es el fin.
Es el comienzo de un camino,que juntos deberemos recorrer
para acordar una NuevaConstitución para Chile", añadió. "Hasta
ahora la Constitución nos ha dividido. A partir de hoy, todos
debemos colaborar para que la Nueva Constitución sea el gran
marco de unidad, de estabilidad y de futuro", agregó. "No
es un resultado que nos pueda tener contentos", admitió por
su parte el senador de la UDI Juan Antonio Coloma, cuya formación
se decantó por el Rechazo.
Tildar de histórico lo ocurrido este domingo
en Chile no es un cliché: es la primera vez en la historia
del país en que la Constitución será redactada por una asamblea
completamente elegida. La importancia del momento se percibió
también en la reacción de la ciudanía, que salió a las calles
en Santiago, Valparaíso y otras ciudades para celebrar el
resultado.

La emblemática Plaza Italia de la capital chilena
rompió en un atronador aplauso, seguido de caceroladas, fuegos
artificiales, pitidos y batucadas. Sobre el edificio Telefónica,
el más alto en la zona, se proyectó el mensaje "Renace", en
un guiño a lo que simbólicamente supone enterrar el marco
jurídico del régimen. La celebración duró hasta el inicio
del toque de queda nocturno que rige en Chile para hacer frente
a la crisis del coronavirus.
El plebiscito, programado originalmente para
el 26 de abril pero postergado por la pandemia, se realizó
observando un protocolo sanitario especial, con un horario
específico para mayores de 60 años y el uso obligatorio de
mascarillas. Las personas contagiadas con coronavirus no pudieron
participar en el proceso debido a que no se pudieron implementar
las medidas que les hubieran permitido votar sin romper la
cuarentena. El cambio de Constitución fue una de las demandas
hechas tras el estallido social de octubre de 2019, que dio
lugar a las manifestaciones más masivas desde el regreso de
la democracia en 1990, y desencadenó episodios de violencia
que derivaron en la muerte de más de 30 personas y 2.250 querellas
de violación de los derechos humanos. Su realización fue el
resultado de un amplio acuerdo firmado en ese contexto en
el Congreso la tensa madrugada del 15 de noviembre del año
pasado.
El país debe volver a las urnas el 11 de abril
de 2021 para elegir directamente a los miembros de la convención
constituyente. Elegirán a 155 miembros repartidos equitativamente
entre hombres y mujeres, con un número de escaños reservados
para los pueblos indígenas. Con esta opción ningún género
podrá tener más de un 50% de la instancia, es decir, podrá
haber un máximo de 78 hombres o mujeres electos. La convención
que redacte la nueva Carta Magna se constituirá en mayo de
2021.
El texto final se someterá luego a la ratificación
del pueblo en lo que se ha llamado "plebiscito de salida"
o ratificatorio, que será por voto obligatorio a realizarse
el segundo semestre de 2022. Observadores señalan que para
estas etapas posteriores se debe garantizar que todos los
ciudadanos puedan ejercer el derecho a voto, estén contagiadas
de covid-19 o no. De ser aprobada en el referéndum final,
la nueva ley fundamental entrará en vigor de inmediato y derogará
automáticamente la anterior.
Esta no es solo la primera vez en la historia
de Chile que la ciudadanía es llamada a votar si quiere o
no cambiar una Constitución; también marca un hito al ser
una Carta Magna cuya redacción quedará en manos de un grupo
colegiado elegido directamente por votación popular.
Este órgano constituyente tendrá la labor de
redactar el texto que reemplazará a la Constitución de 1980,
que buena parte de la sociedad considera ilegítima. Entre
los principales temas que abordará el órgano constituyente
están la desigualdad y las reformas sociales, reclamos de
las pasadas protestas que fueron el detonante para se realizara
este plebiscito. Aunque se trabajará sobre una "hoja en blanco",
solo se incluirán las normas aprobadas por 2/3 partes de los
integrantes de la constituyente. Analistas entrevistados por
la BBC coinciden en que la nueva Constitución no solucionará
todos los problemas, pero sí sería un primer paso muy importante
para restaurar un equilibrio social en Chile. Esa parece ser
también la conclusión de la ciudadanía chilena que, en mayoría,
salió a celebrar con banderas y emoción una jornada que quedará
marcada en los libros de historia del país.

La participación en el plebiscito superó el
50%.
Plebiscito histórico en Chile: 4 claves para entender
la consulta en la que ganó la opción de cambiar la Constitución
de Pinochet:
El proceso, que transcurrió en tranquilidad, generó
largas filas tanto en el país como en el extranjero,
mientras las autoridades se esforzaban por mantener
la distancia entre los votantes para evitar la propagación
del coronavirus. El referendo chileno, aprobado en un
acuerdo político en el Congreso tras un ciclo de manifestaciones
que comenzó con las marchas estudiantiles el 2006 y
culminó en octubre del 2019, definirá el destino político
institucional de Chile en los próximos años. Qué está
en juego en el referéndum, más allá del "apruebo" o
"rechazo" y del tipo de convención que eventualmente
surja para redactarla.

Efectivos del Ejército ayudan a algunas personas a
ejercer el voto.
1. Generar una Constitución "sin traumas".
Pese a que sufrió numerosas reformas, la Constitución
vigente hasta hoy en Chile fue redactada y aprobada
en 1980 bajo el régimen militar del general Augusto
Pinochet y, según afirma el politólogo Gabriel Negretto,
"simbólica y políticamente, nunca superó ese defecto
congénito".
Por eso, lo que está en juego en el proceso constituyente
que podría comenzar con el triunfo del "apruebo" y la
legitimidad de origen de una eventual nueva Constitución
para Chile, dice Negretto, quien ha sido consultor de
Naciones Unidas en procesos de reforma constitucional
en distintos países latinoamericanos.
"¿Qué rodeó a la Constitución de Pinochet?: que nació
de un acto de fuerza, de violencia; que se hizo en un
clima de miedo, de terror", describe el experto. "Para
marcar un contraste con el origen de la vieja Constitución,
la nueva debe nacer de un amplio respaldo ciudadano
y en un entorno pacífico", precisa. "En ese sentido,
hay un llamado a la atención de quienes apoyan el 'apruebo'
de llamar a la calma... El estallido social, que incorporó
gran cantidad de demandas legítimas, también estuvo
asociado a actos de violencia injustificados que hasta
hoy no están claros. No se puede eliminar toda la violencia,
pero tiene que quedar claro que corresponde a grupos
aislados", plantea.
Para que Chile efectivamente cuente con una Constitución
que no arrastre los traumas de la actual, argumenta
Negretto, se requiere además que una de las dos opciones
gane por una mayoría suficientemente amplia y en una
votación con una participación importante, ojalá mayor
a los promedios de las últimas elecciones chilenas.
"No es lo mismo un referéndum como el que se hizo por
el acuerdo de paz en Colombia que uno sobre las reglas
fundamentales con las que queremos vivir como sociedad,
como se definirá en Chile. En este caso, si la diferencia
entre la opción que gana y la que pierda es pequeña,
es problemático", advierte el experto. "Sería un mal
comienzo que el 'apruebo' ganara por un margen pequeño:
el trauma que vive Chile respecto a los legados de la
dictadura provienen del plebiscito de 1988, cuando la
dictadura militar terminó cediendo la transición a la
democracia con un altísimo poder político (el "Sí" a
Pinochet obtuvo un 43% y el "No" un 54,7%). Aquí no
debe quedar duda de la posición mayoritaria", sostiene
Negretto. "Si el resultado fuera 51 para el 'apruebo'
y 49 por el 'rechazo', estaría muy preocupado por el
futuro de Chile", agrega Negretto. "Porque eso querría
decir que el cambio constitucional no lo rechaza una
minoría, sino la mitad de la población. Y eso es preocupante
en un contexto polarizado, porque aquí no hay medias
tintas: se cambia la Constitución o no".

Las largas filas se mantuvieron desde que abrieron
los centros para ejercer el voto.
2. Recuperar legitimidad de la política.
Vicky Murillo, directora del Instituto de Estudios
Latinoamericanos de la Universidad de Columbia en Nueva
York, precisa que el plebiscito en Chile emergió como
respuesta a la movilización social, "síntoma de la crisis
de representación del sistema político" en el país.
"La toma de la calle y los gritos buscaban que los políticos
escucharan a la ciudadanía, incluso cuando esta demanda
de atención requiriera romper la puerta del salón donde
se toman las decisiones, como dice la canción de 'Hamilton'".
La académica se refiere a "The room where it happened"
uno de los temas del popular musical estadounidense
que describe las negociaciones secretas donde la élite
negocia fuera del ojo de la opinión pública, una práctica
que en Chile se describe como "la cocina".
"Es importante recordar las expectativas que conlleva
el proceso constituyente y la importancia de mantener
esa puerta abierta. Esto implica que no solo el resultado,
sino también el proceso constitucional será clave para
la recuperación de la legitimidad política", dice Murillo.
De ganar el "apruebo", la politóloga advierte que es
importante "asegurar la entrada de nuevos actores como
agentes de representación ciudadana y, al mismo tiempo,
que tanto viejos como nuevos representantes garanticen
su atención a la ciudadanía incluso cuando no grite
o esté en las calles", dice.
¿Cómo lograr ese objetivo? Estableciendo una conexión
humana, basada en la empatía y la experiencia compartida,
propone. "Que la ciudadanía se reconozca en sus representantes
y pueda confiar en ellos. El proceso no podrá ser participativo
hasta las últimas instancias, requerirá de esperas,
y puede involucrar errores. Por ello, la confianza en
quienes están en el salón donde se tomen las decisiones
depende tanto de una puerta abierta como de la empatía
entre estos y quienes han estado ya por demasiados años
pidiendo ser oídos", describe la politóloga.

El pasado 18 de octubre se cumplió un año del inicio
del estallido social en Chile.

3. Redistribuir poder y bienes públicos.
"Las constituciones definen las reglas del juego",
describe Miriam Henríquez, decana de la Facultad de
Derecho de la Universidad Alberto Hurtado. "La etiqueta
mayor que yo pondría al proceso chileno sería la opción
de cambiar las reglas del juego sobre la distribución
del poder y los bienes públicos valiosos para la existencia
de toda la sociedad. No sólo los derechos civiles, las
libertades, también los sociales, como agua, vivienda,
educación".
Henríquez plantea que, si se lleva adelante el proceso
constituyente, una de las opciones es que se remuevan
los obstáculos que hoy impiden cambiar algunas políticas
públicas en Chile a través del Congreso. Bajo la Constitución
actual, incluso si una ley es aprobada por una súper
mayoría parlamentaria, puede ser impugnada ante el Tribunal
Constitucional (TC).
"Si uno establece en la Constitución que los asuntos
se regularán por ley simple, por ejemplo, y se modifica
el TC, el efecto será que los cambios de políticas públicas
serán más sencillos", dice la académica. "El 'rechazo'
supondría que la ciudadanía no tiene voluntad de cambiar
la Constitución, porque las cosas como están, están
bien. Pero eso no obsta que se pueden hacer reformas.
Hay personas del 'rechazo' que creen que se necesitan
cambios profundos y se han comprometido a emprenderlos",
dice Henríquez. "La diferencia es que en el 'apruebo'
hay un itinerario, un camino claro, un órgano específico.
Las reformas que se hicieran en el caso del 'rechazo',
se harían a través del actual Parlamento, y los cambios
no tendrían tanta legitimidad como los que tendría un
órgano especialmente elegido para ello", agrega. "Es
posible que una nueva Constitución se parezca bastante
a la actual, y las expectativas pueden quedar frustradas,
pero insisto en la importancia del hecho de sentarse
a conversar. Esa diferencia ya debería satisfacer muchas
expectativas: tener un pacto social que sintamos propio",
concluye.

Las autoridades tomaron medidas especiales para evitar
la propagación del virus.
4. Generar un proceso constituyente único en Latinoamérica.
Tanto la realización del plebiscito como el proceso
constituyente que derive de sus resultados se normarán
por la Constitución vigente, que fue especialmente reformada
por el Congreso con este fin. Eso marca una de las diferencias
del referéndum constitucional chileno con otras experiencias
latinoamericanas.
"No es tan habitual que una Constitución vigente se
modifique para su reemplazo. Es excepcional que Chile
siga este cauce, este proceso, con procedimientos y
plazos establecidos. Y es un desafío máximo que los
cumplamos", precisa Henríquez.
Además, en este caso no es el gobierno el que definirá
el cambio constitucional ni el órgano que podría redactar
la nueva Constitución, sino la ciudadanía. "En Chile,
además, no hay una fuerza hegemónica que se imponga
en el debate. Varios de los procesos latinoamericanos
han sido marcados por la existencia de fuerzas políticas
muy preponderantes, donde se impone una mayoría. Eso
no ocurre en Chile porque las fuerzas están fragmentadas.
Y eso, que podría ser complejo y lo es, nos obliga a
hacer pactos" dice la politóloga. "Cada proceso en Latinoamérica
tiene algo que lo hace único. En el caso chileno que
todas, o gran parte de las fuerzas políticas hayan acordado
un cauce institucional a la crisis es algo que lo hace
único", remata Henríquez.
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La actual Carta Magna chilena data de 1980 y,
aunque fue modificada varias veces, es criticada por ser herencia
del régimen militar de Augusto Pinochet y por consolidar un
papel residual del Estado en la provisión de servicios básicos,
que justamente fue uno de los motivos de las protestas que
se iniciaron el 18 de octubre del año pasado y se alargaron
hasta marzo de este.
Una de las principales razones por las que los
manifestantes demandaron cambiar la Constitución tiene que
ver con el origen de la misma.
"Una de las cuestiones que más se critican,
y por lo mismo se quiere cambiar, tiene que ver con su ilegitimidad
de origen: es justamente el hecho de que haya sido dictada
durante una dictadura militar", dice Henríquez. "La Constitución
de 1980 fue obra del régimen militar y entonces para un sector
muy relevante de la sociedad chilena tiene un origen ilegítimo",
coincidió Gilberto Aranda, profesor del Instituto de Estudios
Internacionales de la Universidad de Chile.

El general Pinochet durante el referendo para
aprobar la Constitución de 1980.
Pero tal y como apuntan ambos expertos, la Carta
Magna fue modificada sustancialmente en 1989 y en 2005. Por
ejemplo, en 1989 se derogó la parte que establecía un pluralismo
político limitado, que suponía que ciertas ideologías políticas,
como el marxismo, estaban prohibidas. Más tarde, en 2005,
bajo el gobierno de Ricardo Lagos, se llevó a cabo una importante
reforma constitucional que acabó con la figura de los senadores
designados, que eran elegidos por instituciones como las Fuerzas
Armadas o la Corte Suprema, "lo que de alguna manera le restaba
su dimensión democrática a la composición política de la Cámara
del Senado", dice Aranda. "Diría que en 2005 (la Constitución)
ya quedó purgada de los enclaves autoritarios", opinó el doctor
en Estudios Latinoamericanos. "Sin embargo, no deja de ser
la Constitución que fue preparada por el régimen militar y,
por la tanto, en ese contexto, para una parte muy importante
de la sociedad chilena tendría una ilegitimidad de origen".
En las declaraciones de los manifestantes que
participaron en las protestas se reflejó ese pensamiento.
"Yo no voy a parar de protestar hasta que se cree una nueva
Constitución y se termine con la herencia de Pinochet", dijo
en noviembre del año pasado Nohlan Manquez, un fotógrafo que
salió a las calles en aquellos días.
Pero más allá de su origen, también se cuestiona
el contenido de la propia Carta Magna.

Los manifestantes salieron por primera vez a
las calles el 18 de octubre del pasado año.
Según Henríquez, la Constitución "fue concebida
originalmente con una democracia protegida de la irracionalidad
del pueblo". "Hay una desconfianza que está presente en la
Constitución de la posibilidad de que el pueblo pueda tomar
decisiones razonables por sí mismo" y, según la constitucionalista,
esa desconfianza se expresa a través de una serie de mecanismos,
como por el ejemplo el que el rol de los partidos políticos
sea mínimo en la Carta Magna. En cuanto a contenido, otra
de las cuestiones es que se trata de una Constitución "muy
rígida": para modificarla se requieren mayorías de dos tercios
o de tres quintos de los diputados y senadores en ejercicio.
Por ello, pese a las reformas de 1989 y del
2005, la especialista discrepó de Aranda y consideró que la
Constitución "persiste en lo que se llaman enclaves autoritarios,
es decir, hay ciertas normas que hacen prácticamente imposible,
sino muy dificultoso, reformar ciertas disposiciones". "Entonces
prácticamente se ha generado una suerte de congelamiento de
asuntos como derecho a la seguridad social, libertad de enseñanza,
que son justamente los derechos sociales que hoy se demandan".
Los ciudadanos se echaron a la calle para protestar por la
desigualdad y exigir la puesta en marcha de profundas reformas
sociales.
El otro cuestionamiento a la Constitución tiene
que ver con los derechos sociales, ya que el texto constitucional
consagra un "Estado subsidiario" que no provee directamente
las prestaciones que tienen que ver con salud, educación o
seguridad social, sino que esta provisión queda en manos privadas.
"Este Estado subsidiario es un Estado mínimo que se limita
únicamente a vigilar o supervisar cómo los particulares proveen
esos derechos", explicó Henríquez. La privatización fue uno
de los pilares del modelo de Pinochet: en su Constitución
política, servicios básicos como la luz y el agua potable
pasaron a manos privadas. También hubo una fuerte privatización
en áreas como la educación y la salud.

El gobierno dejó sin efecto el alza del pasaje
de metro, pero las protestas continuaron.
Una de las demandas de los manifestantes fue
que el Estado tenga una mayor participación e involucramiento
en la prestación de los bienes básicos. Aranda coincidió en
que la función social está "infrarrepresentada" en la Constitución,
que le otorga solo "funciones en lo que es resguardo del orden
público, seguridad, defensa, garantía de justicia, etc." "Hay
un sector importante de las personas que están demandando
cambios estructurales y profundos en Chile respecto a declarar
y garantizar el ejercicio de determinados derechos sociales,
es decir, incorporar a una Constitución de democracia liberal
elementos de un Estado social, como en parte están, pero además
garantizar su ejercicio", explicó el experto. Ambos analistas
coincidieron en que una nueva Constitución no solucionaría
todos los problemas, pero sí sería un primer paso muy importante.
Entrevista exclusiva del presidente de Chile, Sebastián
Piñera, con la BBC. En medio de la crisis política y
social más profunda de los últimos 30 años en Chile,
Piñera habla de su decisión de decretar estado de emergencia
y de sacar a los militares a la calle, entre otros temas.

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No obstante, puntualizaban que, si se decidiera
cambiar la Constitución, sería clave la forma en la que se
haría. "La forma en que se haga no va a ser indiferente porque
dependiendo de la participación que tenga la ciudadanía va
a tener mayor o menor legitimidad el cambio que se formule",
apuntó Henríquez. Casi 15 millones de personas estaban habilitadas
para elegir en el plebiscito de este domingo entre el "apruebo",
dando luz verde al proceso constituyente o el "rechazo", dejando
la institucionalidad tal cual está.
"¿Qué tipo de órgano debiera redactar la Nueva
Constitución?", se leyó en la segunda papeleta. Las
opciones eran: "convención mixta constitucional (integrada
en partes iguales por miembros elegidos popularmente y parlamentarios
o parlamentarias en ejercicio)" o "convención constitucional
(integrada exclusivamente por miembros elegidos popularmente)".
Al ganar el "apruebo" y la "convención mixta", el Congreso
Nacional elegirá en forma interna 86 personas en el Parlamento
para redactar la nueva ley fundamental de la nación.
Otros 86 cupos se dividirán en forma paritaria
en una elección directa. Al ganar el "apruebo" y "convención
constitucional", no participarán representantes del Congreso
y se escogerán 155 representantes, mitad hombres y mujeres,
a través de elección directa. Se tratará del primer
órgano paritario que redactará una Constitución en
el mundo.
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Chile: adiós a la Constitución de Pinochet… ¿para
siempre?
La dictadura militar chilena, también denominada Régimen
Militar, ? fue el régimen dictatorial establecido en
Chile entre el 11 de septiembre de 1973 y el 11 de marzo
de 1990, y por extensión al período de la historia chilena
en que dicho gobierno estuvo vigente. Por abrumadora
mayoría, Chile decidió poner punto y final a la Constitución
de 1980, elaborada en plena dictadura de Pinochet. Pero
a la hora de diseñar una nueva se abren nuevos desafíos.

Con más de 78% de los votos, la victoria del "Apruebo"
se impuso de manera contundente en Chile. Este resultado
marca el inicio de un proceso complejo y de muchos retos
para la nación sudamericana que ahora se apresta a cambiar
la constitución que rige desde 1980 y que fue escrita
durante el régimen de Augusto Pinochet. "Un triunfo
de la ciudadanía y la democracia", dijo el presidente
de Chile, Sebastián Piñera, tras conocer los resultados.
Los chilenos votaron también abrumadoramente por la
opción de realizar una convención constituyente en la
que será el voto popular el que escoja a las 155 personas
que redactarán la nueva Carta Magna.
Este proceso es visto como la salida a la crisis social
y política que sacude al país desde octubre de 2019,
cuando millones de chilenos salieron a las calles para
protestar en contra del modelo económico que rige al
país y que aseguran que ha generado una profunda desigualdad.

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La dictadura militar chilena, también denominada Régimen
Militar, fue el régimen dictatorial establecido en Chile
entre el 11 de septiembre de 1973 y el 11 de marzo de
1990, y por extensión al período de la historia chilena
en que dicho gobierno estuvo vigente. Este período se
inició con el golpe de Estado que derrocó al gobierno
democrático del presidente Salvador Allende. Las fuerzas
armadas y de orden establecieron una Junta Militar de
Gobierno presidida por el comandante en jefe del Ejército,
Augusto Pinochet, quien se convertiría en el líder de
la dictadura durante toda su extensión. El resto de
la Junta estuvo conformada en sus primeros años por
José Toribio Merino, Gustavo Leigh y César Mendoza,
en representación de la Armada, la Fuerza Aérea y Carabineros
respectivamente. Aunque originalmente tuvo un neto carácter
militar, con el paso de los años fueron incorporándose
colaboradores civiles al gobierno.

El plebiscito nacional de Chile de 2020, denominado
oficialmente Plebiscito Nacional 2020, fue un referéndum
convocado en Chile inicialmente para el 26 de abril
de 2020 y posteriormente fijado para el 25 de octubre
debido a la pandemia de COVID-19, con el objeto de determinar
si la ciudadanía estaba de acuerdo con iniciar un proceso
constituyente para redactar una nueva Constitución,
y determinar el mecanismo para dicho proceso. Fue propuesto
por un acuerdo entre la mayoría de los partidos políticos
chilenos, anunciado el 15 de noviembre de 2019, tras
un mes de protestas en todo el país. Fue el primer plebiscito
nacional chileno desde 1989, cuando se realizó un referéndum
donde se aprobaron las reformas a la Constitución Política
de la República, promulgada en 1980, durante la dictadura
militar de Augusto Pinochet y, por tanto, fue el primero
–y hasta el momento, único– celebrado durante los gobiernos
democráticos posteriores a 1990. Ha sido el proceso
electoral con la mayor cantidad de votos emitidos en
la historia del país.


Entrevista con Rolf Luders, ministro de economía de
Pinochet: "Se cumplió lo que nuestros profesores de
Chicago esperaban que ocurriese".

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Las grietas del modelo económico chileno que las
manifestaciones dejaron al descubierto:
Un modelo a seguir. Un oasis. Un milagro económico.
Son algunos de los elogios que se repetían al hablar
del modelo chileno, que con sus brillantes cifras destacaba
en América Latina, una región con serios problemas económicos.
Pero esa idea se ha ido resquebrajando, cuando miles
de ciudadanos se echaron a la calle para protestar por
la desigualdad y exigir la puesta en marcha de profundas
reformas sociales. El presidente Sebastián Piñera reconoció:
"Es verdad que los problemas no se han producido en
los últimos días. Se venían acumulando hacia décadas.
Es verdad también que los distintos gobiernos no fueron
y no fuimos capaces de reconocer esta situación en toda
su magnitud".
Ofreció un paquete de medidas y cambió su gabinete
pero muchos chilenos continuaron en las calles en lo
que llamaron protestas transversales, porque era gente
de todas las clases sociales la que participaba en ellas.
Asimismo, no hay partido político que haya quedado libre
de críticas. Los manifestantes acusaban tanto a líderes
de izquierda, de derecha o de centro, de no haber construido
una sociedad con mayor justicia social. El modelo económico
del país sudamericano se puso en el centro del debate.
¿Pero cuáles son los pilares de ese modelo que antes
era considerado exitoso y hoy se critica? Para explicarlo,
hay que ir atrás en el tiempo.

Augusto Pinochet fue designado comandante
en jefe del Ejército de Chile el 23 de agosto de 1973
por el presidente Salvador Allende, en reemplazo del
renunciado general Carlos Prats. El 11 de septiembre
del mismo año, en medio de una crisis política, económica
y social, dirigió un golpe de Estado que derrocó al
gobierno democrático de la coalición de partidos políticos
de izquierda denominada Unidad Popular, poniendo fin
al período de la República Presidencial.
En 1970, Salvador Allende se convertía en el primer
socialista electo del mundo e intentó instaurar en Chile
un modelo con medidas como la reforma agraria y nacionalización
de empresas privadas. Pero el 11 de septiembre de 1973,
el general Augusto Pinochet derrocó su gobierno con
un golpe de Estado. Para entonces, producto de toda
la crisis, la economía estaba colapsada y la inflación
por los cielos: rozaba el 500%, según los datos del
Banco Mundial. Pinochet implementó una fórmula económica
diametralmente opuesta a la de Allende: el país fue
como una especie de laboratorio del neoliberalismo en
la región. Algo considerado tan polémico como revolucionario
en su momento. El encargado de ejecutar esta estrategia
económica fue un grupo de graduados de la Universidad
de Chicago, que luego sería bautizados como los Chicago
boys. Y así fue como comenzó la liberación financiera,
se relajó el control estatal de la economía y se llamó
a la inversión extranjera. La privatización fue uno
de los pilares del modelo de Pinochet: con la creación
de la nueva Constitución política de Chile, servicios
básicos como la luz y el agua potable pasaron a manos
privadas. También hubo una fuerte privatización en áreas
como la educación y la salud.

La histórica marcha de más de un millón de personas
que tomó recientemente las calles de Santiago.
Con algunos altibajos, la fórmula económica parecía
funcionar. O al menos eso decían las cifras macroeconómicas.
El Producto Interno Bruto (PIB) per cápita chileno comenzó
a despegar. El ascenso fue casi constante y muy superior
a la media de América Latina.
En 1990, con el retorno de la democracia en Chile,
el modelo neoliberal continuó. Aunque hubo reformas
sociales importantes: se introdujeron seguros de salud
universal, de desempleo y mejoras en la educación pública.
Estas medidas ayudaron a reducir la pobreza. En el año
2000 el 30% de la población vivía con US$5,5 al día
y para el 2017 eran el 6,4%. También se mejoraron indicadores
como la mortalidad infantil que pasó de ser de 16,2
por cada mil nacidos vivos a 6,2 en la actualidad, según
datos el Banco Mundial. Aunque de acuerdo a un reporte
de la Organización Mundial de la Salud de 2005, ese
decrecimiento de mortalidad infantil se vio fundamentalmente
en los hogares con mayor nivel de educación e ingresos.
Durante este período también se dio paso a más privatizaciones
de otros servicios públicos, como la llamada "concesión"
de las carreteras. En muchos chilenos comenzó a germinar
la idea de que Chile, más que un país, era una empresa
privada.
Así llegamos a la situación actual. El aumento del
precio del metro, que fue lo que al principio motivó
las actuales protestas, ha destapado lo que podríamos
llamar la "caja de pandora" del descontento de los chilenos.
Según diversos analistas, había una expectativa entre
los chilenos de que la riqueza que mostraban los indicadores
macroeconómicos y el gran crecimiento de sus empresas
repercutiera en todos los sectores.

Cuando llegas al final de la vida, y haces sumas y
restas, te das cuenta que no tienes nada, las pensiones
en Chile eran una de las problemáticas detrás de las
protestas.
Pero eso no llegó. Y ningún partido o líder político
fue capaz de diagnosticar el hartazgo de millones de
chilenos. Los indicadores macroeconómicos de Chile iban
en ascenso y por eso era visto como un modelo exitoso.
Pero esas cifras macroeconómicas escondían lo que había
estado ocurriendo debajo de las élites económicas. Los
chilenos se sienten "abandonados" por el Estado y denuncian
"abusos" del sistema. Aseguran que hoy su país es tremendamente
desigual.
"Las personas perciben discriminación por su origen
racial, por su color de piel, por el lugar de donde
vienen", plantea la politóloga y presidenta de la fundación
Chile 21, Gloria De la Fuente. Según reveló la última
edición del informe Panorama Social de América Latina
elaborado por la Comisión Económica para América Latina
y el Caribe (Cepal), el 1% más adinerado del país acumuló
en 2017 el 26,5% de la riqueza, mientras que el 50%
de los hogares de menores ingresos accedió solo al 2,1%
de la riqueza neta del país. El 50% de la población
activa percibe un salario de US$550 al mes, según la
Encuesta Suplementaria de Ingresos elaborada por el
Instituto Nacional de Estadísticas (INE) , mientras
que el sueldo mínimo actual es de US$414. Esto, si se
compara con otros países de América Latina, podría no
parecer poco dinero, pero con los precios de Chile,
los expertos subrayan que es difícil llegar a fin de
mes.
Se trata de un modelo económico donde el Estado interviene
poco, porque el mercado rige. Si se necesita un servicio,
se debe pagar por él. Por ejemplo, la salud pública
no es de calidad ni cubre todas las enfermedades, por
lo que el 20% de la población usa la medicina privada.
El precio de los medicamentos es también elevado. El
costo promedio de la venta a público de un fármaco en
Chile es de US$9,3, un 23% más bajo que en el resto
de Latinoamérica. Pero el precio promedio de los medicamentos
originales (no genéricos) es de US$28,5, el más alto
de la región, según un estudio hecho por la consultora
estadounidense IMS Health (IQVIA) y publicado en 2018.

La movilidad social es una promesa incumplida para
muchos chilenos. Por recomendación de un panel de expertos
del Transporte Público, el gobierno del presidente Sebastián
Piñera decidió subir el precio del pasaje del Metro
en 30 pesos, llegando a un máximo de 830 pesos (US$1,17
aproximadamente). A modo de protesta, estudiantes comenzaron
a realizar "evasiones masivas" en el metro, levantando
torniquetes para ingresar a los andenes sin pagar. La
situación fue agravándose cuando la violencia se tomó
las calles de la capital chilena, Santiago, con quema
de diversas estaciones de metro y buses, saqueo de supermercados
y ataques a cientos de instalaciones públicas. El presidente
Piñera se vio forzado a ceder y anunció el sábado 19
de octubre la suspensión del alza en la tarifa del metro
afirmando que había escuchado "con humildad la voz de
la gente".
Sin embargo, ninguna de estas medidas y anuncios atenuó
la furia de los chilenos. Al día siguiente, ciudades
como Santiago, Valparaíso y Concepción amanecieron con
graves daños en edificios y espacios públicos, además
de paros en puertos y cortes de carretera. Las autoridades
extendieron el toque de queda en la Región Metropolitana
de Santiago, desde las 19:00 hora local (22:00 GMT)
hasta las 6:00 (09:00 GMT) del lunes; y en las regiones
de Concepción y Valparaíso, desde las 20:00 hasta las
6:00 del lunes. Además, se suspendieron las clases del
lunes en Concepción y en 43 comunas de Santiago.

Poco después, el ejército de Chile también
anunció toque de queda desde las 20:00 del domingo hasta
las 6:00 del lunes en las ciudades de Coquimbo y La
Serena, ubicadas a unos 470 km al norte de Santiago;
y en Rancagua, unos 90 km al sur de la capital. Pese
a todo, las manifestaciones no parecían apaciguarse.
El gobierno chileno confirmó la semana
pasada la muerte de al menos 18 personas durante las
protestas.
Si bien la educación superior es gratuita para el 60%
de los estudiantes, es más difícil llegar a la universidad
si antes no se paga por una buena educación privada.
Hay poca movilidad social y este es otro efecto de la
desigualdad. "La capacidad de desarrollo de la gente
está limitada por el apellido que tiene, por el lugar
donde vive, por el colegio que puede pagar o no pagar
para sus hijos, y esa es el promesa en el fondo incumplida",
le dice De la Fuente a BBC Mundo. El sistema de pensiones
es otro de los temas qué más se ha reclamado en las
últimas protestas. Se trata de un fondo privado al que
aporta el propio empleado. No los empleadores. Un pensionado
en Chile recibe un promedio de US$286 al mes, muy por
debajo del salario mínimo. Pero hay otros, quienes tras
cotizar 30 años o más, reciben US$1.000 al mes.
Así, las grietas del modelo económico chileno, que
se ponía como ejemplo de desarrollo en toda la región,
quedaron al descubierto con esta crisis. Debajo del
éxito de las cifras macroeconómicas se escondía un descontento
acumulado. Hoy se ha traducido en un estallido social
al que se le intenta dar salida.
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Los chilenos votaron masivamente a favor de
una nueva Constitución este domingo y en las celebraciones
por la victoria del "Apruebo" en el plebiscito muchos también
hicieron ondear la bandera que representa al pueblo mapuche.
En lengua mapudungún se la llama Wenüfoye, "Canelo del cielo",
en referencia a uno de los árboles sagrados de la nación indígena
que lo tiene como emblema. La enseña ya se había convertido
en uno de los símbolos del estallido social de octubre del
año pasado, que forzó la convocatoria al plebiscito de este
25 de octubre. Y la gigantesca Wenüfoye desplegada durante
las celebraciones en la céntrica Plaza Italia -la "Plaza Dignidad"
de los manifestantes- confirmó su protagonismo en la nueva
etapa que inicia en Chile.
Se espera que los derechos indígenas sean uno
de los temas que se debatirán en el proceso de redacción de
la Constitución que reemplazará a la promulgada por Augusto
Pinochet en 1980.

Sujetos históricos de discriminación, y enfrentados
con el Estado chileno en un conflicto centenario, los mapuches
empezaron a debatir la creación de un emblema propio a partir
de la década de 1990. Y entre las cientos de propuestas recibidas
por el Consejo de Todas las Tierras, la finalmente elegida,
en octubre de 1992, fue la Wenüfoye. Utilizada orgullosamente
por los mapuches durante décadas, en 2010 un municipio de
la Araucanía chilena consiguió autorización para izarla junto
al pabellón oficial en sus diferentes dependencias. Y para
el historiador Fernando Pairican, su reciente adopción, por
parte de "los chilenos descontentos", es muestra de que "la
sociedad es más plurinacional que lo que la elite admite".

La bandera mapuche también fue protagonista
del estallido social del año pasado.
"¿Qué ve la sociedad chilena en ella? Tal vez
mayor democracia y resistencia", explica Pairican en una columna
publicada el año pasado en el portal del Centro de Investigación
e Información Periodística, Ciper. "Pero también (…) ve un
símbolo de liberación, de autorreconocimiento, de creer en
la unidad dentro de la diversidad, de respetar, de valorar
cada frente de lucha", se lee en la misma.
De hecho, la actual bandera mapuche condensa
elementos de las diferentes propuestas hechas desde las distintas
identidades territoriales indígenas: afkenche, nagche, wenteche,
nagche y puelmapu. Y cada elemento tiene un significado especial
para el pueblo originario. "El azul representa la pureza del
universo; el verde nuestra mapu, el Wallmapuche o territorio
de asentamiento de nuestra nación. Y el rojo la fuerza, el
poder, la sangre derramada por nuestros ancestros", explicó
en una entrevista con el diario mapuche Azkintuwe el artista
Jorge Weke. En el centro se puede apreciar un kultrung, el
tambor mapuche, decorado con el Meli Witran Mapu, la representación
de la Tierra y sus cuatro puntos cardinales. Tanto en el borde
superior como inferior de la bandera se aprecia un guemil,
una tradicional greca mapuche que representa el dominio tanto
de la ciencia y el conocimiento, como de la manufactura y
el arte de la transformación. Y, según Weke, el color negro
y blanco de estos guemiles "representan el equilibrio o la
dualidad entre el día y la noche, la lluvia y el sol, lo tangible
y lo intangible, etc.".
A todos esos significados se suman además los
que se derivan de la historia de represión y resistencia de
los indígenas mapuches. "La Wenüfoye nació reprimida. Fue
puesta fuera de la ley de inmediato por el gobierno de la
Democracia Cristiana en 1992, cuando fue presentada aquel
6 de octubre en Temuco", recuerda Pairican. "Como diría Weke,
nació en medio de una 'batalla hostil, en donde se impuso
la violencia para negar lo innegable: que somos un pueblo
y que tenemos derechos políticos'", continúa el historiador.
Y por eso, para Pairican, es que "la Wenüfoye se ha convertido
en el principal emblema del germen de una nueva sociedad que
claramente nació y lucha por democratizar el escenario político,
pidiéndole a esa clase política que se arrastra desde la década
del 70 que se haga a un lado y permita avanzar a un Chile
a lo menos plurinacional", concluye.
Con respecto a la composición étnica de Chile, el Estado
no hace clasificaciones étnicas de la población y, más
bien, la considera un grupo étnicamente homogéneo. No
obstante, existen fuentes que consideran que el grueso
de la población chilena pertenece a dos grandes grupos
étnicos, blancos y mestizos, que juntos constituyen
el 88,92 % de la población.

Los pueblos indígenas de Chile son los pueblos amerindios
y uno polinesio que habitan o habitaron el actual territorio
de ese país desde antes de la llegada de los conquistadores
españoles en el siglo XVI. De estos pueblos prehispánicos,
varios han seguido existiendo hasta el siglo XXI, pero
otros se han extinguido o han sufrido disminuciones
irreversibles en sus poblaciones porque sus miembros
abandonaron su cultura y se integraron a la cultura
dominante, o porque murieron a causa de nuevas enfermedades,
guerras y genocidio.

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Pásate por JyV >> fotografia
>> septiembre 2020.
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El presidente de Chile, Sebastián Piñera afirmó
este domingo que “triunfó la ciudadanía y la democracia” tras
conocerse los resultados del plebiscito en el que la opción
de redactar una nueva Carta Magna se impuso ampliamente. “Hoy
hemos demostrado nuevamente la naturaleza democrática, participativa
y pacífica del espíritu de los chilenos y del alma de las
naciones honrando nuestra tradición de república”, afirmó
el mandatario. “Hasta ahora la Constitución nos ha dividido.
A partir de hoy, todos debemos colaborar para que la nueva
Constitución sea el gran marco de unidad, de estabilidad y
de futuro”, dijo el mandatario. Al interior del palacio de
gobierno, fuertemente custodiado por la Policía, el presidente
-que se mostró neutral frente a este referéndum- pidió a los
chilenos que la nueva Constitución sea un símbolo de “unidad”
para el futuro.

Con más del 95% de los votos escrutados y con
una tendencia que parece irreversible, Chile decidió este
domingo por un aplastante 78% reemplazar la actual Constitución,
redactada durante la dictadura militar de Augusto Pinochet
(1973-1990), informó la autoridad electoral. Sobre el órgano
que debe escribir el nuevo texto, la otra pregunta que se
planteó en la histórica votación, se impone con un 78,8 %
la opción de la convención constitucional, paritaria e integrada
solo por ciudadanos electos para ese fin.

Festejos en distintos puntos del país.
“Oh, Chile despertó, Chile despertó”, gritaron
las miles de personas que se congregaron en la céntrica plaza
Italia de Santiago, para celebrar el triunfo abrumador de
la opción “Apruebo” al cambio constitucional. “Ni de joven
pensé que en Chile seriamos capaces de unirnos para semejante
cambio (...) Nunca vi tanta gente votando y con ganas de votar,
de querer participar”, dijo a la AFP María Isabel Ñúñez, de
46 años, ejecutiva de ventas de un banco, quien caminaba de
la mano junto a su hija de 20 por la céntrica plaza de Santiago,
epicentro de las manifestaciones que estallaron hace un año
en Chile.
“Hoy empieza algo nuevo; capaz no es todo rápido
pero todo lo que hemos sufrido este año y los años que ha
costado sacarse de encima las injusticias que se armaron en
dictadura. Todo lo que se haga de ahora en adelante será histórico”,
afirmó de su lado su hija, Orietta Herraz, quien votó por
primera vez en su vida en este plebiscito. Una manada de gente
llegó a este lugar desde todas partes de la capital un poco
antes de que se conocieran los resultados oficiales, y tras
aislados incidentes con la Policía, estalló la fiesta popular,
llena de banderas, luces, fuegos artificiales, y una emoción
desbordada. Las caravanas de autos haciendo sonar sus bocinas
colapsaron rápidamente la avenida Alameda, la principal arteria
de Santiago, en camino a unirse a los miles que ya celebraban
en la plaza Italia. En varias esquinas, personas con banderas
chilenas, luces y pancartas festejaban el abultado triunfo.
"No es por 30 pesos, es por 30 años". Esta frase se
ha repetido en diversas ocasiones desde que estalló
la crisis social que tiene a varias ciudades de Chile
en estado de emergencia. Es una oración que, sin duda,
explica parte del profundo malestar que hay detrás de
las violentas protestas ocurridas durante el fin de
semana en el país sudamericano. Y es que centenares
de chilenos dicen que el alza de la tarifa del metro
en 30 pesos fue solo la "gota que rebalsó el vaso".
Prueba de ello es que el anuncio del presidente Sebastián
Piñera de suspender el incremento en el precio del transporte
público, no calmó en lo más mínimo a los manifestantes.
Al contrario, las protestas se tornaron más violentas,
con saqueos a supermercados, quema de una decena de
estaciones de metro y buses, y ataques a cientos de
instalaciones públicas.
Muchos chilenos dicen sentirse "abusados" por un modelo
económico que no cumple con los estándares de una sociedad
"justa". Pero ¿cuáles son estas "deudas sociales" por
las que reclama parte de la sociedad chilena?
1. El sistema de pensiones:
El sistema de pensiones que actualmente rige en ese
país—creado en 1982, durante el gobierno militar liderado
por Augusto Pinochet—, ha sido fuertemente criticado
por diversos actores sociales y también defendido por
otros. En palabras simples, el mecanismo provisional
chileno es suministrado por las Administradoras de Fondos
de Pensiones (AFP), que son instituciones financieras
privadas que se encargan de administrar los fondos de
cuentas individuales de ahorros para pensiones. Se basa
en que cada persona ahorra una parte de sus ingresos
para sostener una pensión al momento de su jubilación.
Pero este sistema no ha cumplido con las expectativas
de los chilenos. Se ha dicho que el modelo no es capaz
de entregar "pensiones dignas", y que ha colaborado
con la concentración de la riqueza y con la desigualdad
del ingreso. Incluso el propio presidente Piñera, durante
su primer mandato en 2013, dijo: "Cuando se diseñó este
sistema de pensiones, lo que se buscaba era que las
personas pudieran jubilar con una pensión que fuera
el 70% del sueldo de los últimos cinco años y eso no
está ocurriendo". Los cuestionamientos a este modelo
—que, precisamente, fue ideado por el hermano del presidente
chileno, José Piñera— han aumentado ostensiblemente
en los últimos años, provocando grandes manifestaciones
en contra. En 2016, salieron a protestar a la calle
unas 600.000 personas que exigían el fin de las AFP.

Una de las agrupaciones que ha liderado estos reclamos
se llama "No+AFP". Para ellos, las administradoras de
pensiones en Chile "son bancos encubiertos de los empresarios
más ricos de nuestro país". "(Utilizan) los fondos previsionales
para que estos puedan expandir sus inversiones y concentrar
aún más el capital en pocas manos", dicen. Bettina Horst,
subdirectora del centro de estudios chileno Libertad
y Desarrollo, no comparte esta consigna aunque reconoce
que efectivamente se ha instalado un discurso en contra
de las AFP. "Cuando se habla de que las AFP nos están
robando los recursos, no es así; ni una AFP ha robado
ni un peso . Pero está instalado de que las AFP nos
roban", explica. Por su parte, la cientista política
y presidenta de la fundación Chile 21, Gloria de la
Fuente, explica que los reclamos tienen que ver con
que "las personas en este país pueden trabajar toda
su vida, cotizar toda su vida, y recibir una miseria".
"El 80% de las personas en Chile recibe pensiones que
son menores al sueldo mínimo", explica.
Actualmente, hay una reforma al sistema provisional
en el Parlamento de Chile. El proyecto de ley —una de
las promesas de campaña de Piñera— fue ingresado en
noviembre de 2018 y busca, a grandes rasgos, aumentar
el ahorro previsional de los trabajadores mediante el
aporte adicional y mensual del 4% del sueldo de cada
trabajador, financiado por los empleadores. La iniciativa,
sin embargo, genera dudas en asociaciones como "No+AFP"
y en sectores políticos de oposición.

"No más humillación para nuestros abuelos", decían
las consignas de una de las manifestaciones en contra
del sistema de pensiones actual chileno.
"La reforma de este gobierno no soluciona el problema,
ni ahora ni cuando esté en régimen -en 48 años más-.
Debemos actuar hoy para los nueve de cada diez pensionados
que reciben menos de 300.00 pesos como jubilación",
dijo el diputado del partido Revolución Democrática,
Giorgio Jackson. Para De la Fuente, estas últimas manifestaciones
representan un "punto de inflexión" y, por lo mismo,
la discusión en torno a las pensiones va a tener que
cambiar. "Si antes estaba centrada en si manteníamos
o no el sistema de AFP, ahora el foco va a ser cómo
hacemos para que las personas se jubilen de una manera
digna", dice.
Con esto, se podría abrir el debate respecto a otro
de los sistemas que ha sido cuestionado en Chile: el
sistema tributario. "En este país, la política redistributiva
no logra romper con la desigualdad. Y con este sistema
tributario, el calculo que hacen varios economistas
es que al final terminan pagando menos, y no más, las
personas más ricas", explica De la Fuente.
2. Salud y desprotección:
El sistema de salud chileno está compuesto por un modelo
de atención mixto. Por una parte, está el seguro público
denominado FONASA (Fondo Nacional de Salud) y, por otra,
uno privado llamado ISAPRE (Instituciones de Salud Previsional).
Según la Encuesta de Caracterización Socioeconómica
Nacional (Casen), las personas afiliadas a FONASA alcanzan
el 80%, mientras que las que tienen acceso al sistema
privado de ISAPRE representan menos del 20%. Y, aunque
el seguro público ha mostrado mejoras en los últimos
años, aún tiene muchos asuntos pendientes. Entre ellos,
la ausencia de hospitales y especialistas, la atención
primaria de salud para prevenir enfermedades y la necesidad
de reducir las listas de espera que, durante los últimos
años, ha aumentado a casi dos millones de personas.
Por su parte, en las Isapres los reclamos tienen que
ver con el alza de precios de los planes de salud, la
baja cobertura, las preexistencias y el acceso restringido
a centros de salud.

El presidente Sebastián Piñera se reunió este domingo
con los líderes del Parlamento y de la Corte Suprema
con el fin de "reordenar prioridades" y contener el
estallido social.
En un discurso en 2018, el presidente Piñera aseguró
que "más de tres cuartas partes de la ciudadanía no
está satisfecha con la gestión gubernamental en salud
y existen razones fundadas para ello". "Ninguno de los
seguros de salud está cumpliendo a cabalidad su objetivo
y existen deficiencias importantes que subsanar", agregó.
Y esta fuerte sensación de desprotección ha generado
descontento.
"En Chile solo el 20% de la gente puede pagar por una
atención de mejor calidad, pero el 80% de la población
tiene que atenderse a través del sistema público. Eso
genera una diferencia enorme porque aunque tengamos
patologías garantizadas en FONASA, aún muchas no están
cubiertas y, además, hay gran lentitud en la atención.
La gente está muy desprotegida", explica Gloria de la
Fuente. Bettina Horst, de LyD, centro de estudios e
investigación privado, en tanto, asegura que aunque
en Chile se han inyectado muchos recursos para mejorar
la salud, los resultados no son los mejores. "Esto pasa
porque los pabellones no son utilizados todo el día,
porque las listas de espera aumentan y por un tema de
gestión, no se controlan bien los insumos, etc", dice.
3. Transporte público: un problema sin resolverse:
La red de transporte "transantiago" (hoy renombrado
como Red Metropolitana de Movilidad) se creó hace 12
años con la promesa inicial de ser un transporte público
de calidad, sustentable y sin subsidios estatales. Sin
embargo, hoy representa uno de los mayores problemas
que enfrenta la capital de Chile, Santiago. Y lo cierto
es que, desde su creación, este modelo de transporte
nunca ha dejado de recibir críticas. Durante su primer
mes de circulación en febrero de 2007 el caos fue total,
con graves problemas en cuanto a la instalación de validadores
y un error en la programación de estos, lo que obligó
a que el sistema fuera gratuito durante su primera semana
de operación.
En definitiva, el "transantiago" tenía problemas de
planificación, diseño e implementación, generando un
colapso total del transporte público. Y las culpas políticas
de un lado a otro entre los gobiernos de los expresidentes
Michelle Bachelet —que puso en marcha el plan—, y el
de Ricardo Lagos —que lo creó— no cesaron. A pesar de
varias reestructuraciones, reasignación de recorridos,
medidas de contingencia e inyecciones millonarias de
inversión a lo largo de estos 12 años, la red de transporte
no ha logrado responder de manera eficiente al gran
flujo de personas que viaja diariamente dentro de la
ciudad.
Largas esperas para abordar buses y el metro, sumado
a demoras en los viajes, forman parte de los problemas
a los que se enfrenta buena parte de la población. Y,
aún así, su precio es caro: según un reciente estudio
de la Universidad Diego Portales de Santiago, de un
total de 56 países alrededor del mundo, el de Chile
es el noveno transporte más caro en función del ingreso
medio de sus habitantes. Hoy, el sistema sigue generando
déficit (3.000 millones de pesos en 2018) y sus índices
de evasión continúan siendo altos: en el segundo trimestre
de este año, el porcentaje de evasión fue de un 25,7%.
"Estructuralmente, la política pública implementada
por Michelle Bachelet fue un error y hoy día estamos
pagando las consecuencias", dice la subdirectora de
Libertad y Desarrollo. Esto explica, en parte, por qué
hubo tanto descontento social cuando la administración
de Piñera decidió aumentar la tarifa en 30 pesos.

Desde sus inicios en 2007, el "transantiago" experimentó
problemas de planificación, diseño e implementación.
4. Privatización del agua:
Otra de las políticas que genera cuestionamiento entre
varios chilenos es el Código de Aguas. El modelo de
gestión —que fue establecido en 1981— genera polémica
en el país sudamericano pues sus críticos dicen que,
si bien reconoce el agua como un bien nacional de uso
público, establece que los particulares (o privados)
puedan constituir sobre las aguas derechos de aprovechamiento
de carácter perpetuo. Además, se alega que es un sistema
"absolutamente privado". Rodrigo Mundaca, líder del
Movimiento de Defensa del Agua la Tierra y la Protección
del Medio Ambiente (Modatima), ha insistido en el cambio
de esta regulación y ha señalado públicamente que en
Chile no hay sequía sino "saqueo".
Para él, los privados hacen un "aprovechamiento" del
agua de tal forma que termina por desabastecer al resto
de la población. "Chile es el único país del mundo que
mantiene privatizadas sus fuentes de agua desde la dictadura",
dice. El activista agrega que "aquí los empresarios
pueden comprar, vender o arrendar agua". Hoy, si bien
hay una reforma al Código de Aguas en el Parlamento,
sus críticos dicen que no es suficiente. Para Mundaca,
por ejemplo, la única forma de solucionar este problema
es hacer una reforma a la Constitución Política, derogando
el artículo 19 numeral 24, que es el que consagra la
propiedad privada. Sin embargo, para hacer una reforma
a la Constitución en Chile se necesita la aprobación
de dos tercios del Senado. Y "esos votos no están",
reconoce Mundaca.
5. Educación y la movilidad social:
La demanda por una mejor educación explotó en 2006
con la famosa "revolución pingüina", cuando estudiantes
secundarios salieron a las calles a exigir mejoras en
esta materia. Luego, en 2011, regresó con aún más fuerza
el movimiento estudiantil, marcando la actualidad durante
varios meses y presionando al gobierno (el primero de
Sebastián Piñera) a hacer cambios de fondo al respecto.

Movilizaciones en Chile exigieron gratuidad y una mejor
calidad en la educación en 2016.
Y aunque este petitorio está hoy pasando por un momento
de poco protagonismo —en parte gracias a que se logró
la gratuidad en la educación superior para el 60% de
la población chilena—, la verdad es que expertos coinciden
en que aún hay mucho por mejorar en cuanto a la educación
en el país. "Cuando la gente accede a la educación superior,
lo hace desde un sistema que ya viene haciendo una selección
previa. La educación básica y media en Chile son espacios
de segregación también porque si puedes pagar por una
educación básica de calidad, entonces vas a poder acceder
a una educación universitaria de buena calidad que te
garantiza movilidad social", explica De la Fuente. "Hay
una demanda que está ahí, hoy calmada, pero es un tema
que no ha desaparecido porque la promesa de la educación
es la movilidad social", agrega. De esta manera, la
educación sigue siendo, para muchos, una piedra de tope
para avanzar hacia una mejor calidad de vida.
6. Abusos y corrupción:
Colusiones entre empresas para fijar precios de sus
productos, evasión de impuestos de grandes compañías
y el destape de la corrupción en diversas instituciones
son parte de los escándalos que se han apoderado de
la portada de los diarios chilenos en los últimos años.
"Los abusos están en el medio de este malestar de la
gente", dice Gloria de la Fuente. Respecto a la colusión,
uno de los casos que generó mayor impacto fue el de
las farmacias en 2008.
Según una investigación realizada por la Fiscalía Nacional
Económica, tres grandes cadenas —Farmacias Ahumada (FASA),
Cruz Verde y Salcobrand— se habían puesto de acuerdo
en alzas concertadas en los precios de al menos 222
medicamentos, preferentemente para tratar enfermedades
crónicas. Lo mismo sucedió en el caso del papel higiénico,
donde dos grandes empresas que controlaban la industria
—Papeles Industriales (PISA) y CMPC Tissue— se pusieron
de acuerdo para fijar el precio de este producto por
más de una década en supermercados, farmacias y cadenas
mayoristas. De acuerdo con la investigación, con esta
maniobra las empresas ganaron alrededor de US$23 millones
cada una. Tanto la colusión de las farmacias como la
del papel higiénico impactó profundamente a la sociedad
chilena, pues ambos productos son servicios básicos.
A estos abusos, se suman los casos de corrupción en
la política que marcaron la agenda entre 2014 y 2017.

El hijo de la expresidenta Michelle Bachelet, Sebastián
Dávalos (a la derecha), se vio involucrado en el Caso
Caval.
En aquella ocasión, tanto la coalición política de
derecha (con el Caso Penta y SQM) como el propio gobierno
de Michellet Bachelet (con el caso Caval) estuvieron
salpicados por temas relativos a financiamientos ilegales
de campañas políticas y boletas falsas. La lista de
corrupción siguió en 2018 con el Ejército de Chile,
donde se procesó a diversas autoridades por malversación
de fondos públicos. Poco tiempo después salió a la luz
un fraude en Carabineros, la fuerza policial chilena.
Y así, los empresarios, la clase política, el ejército
y Carabineros son algunas de las instituciones que han
sido fuertemente cuestionadas en Chile en un período
de tiempo no demasiado grande.Y como es de esperar,
esto provocó un gran malestar entre la gente. "Estamos
en una fase de descrédito acelerada de la política y
de las instituciones en general. Y cuando tú tienes
un problema de confianza en las instituciones, finalmente
lo que incubas es un problema de legitimidad de aquellos
que te gobiernan. Eso es lo que nosotros no fuimos capaces
de solucionar a tiempo, como país", explica Gloria de
la Fuente.
Según la cientista política, hoy casi el 80% de las
personas dice que la administración del Estado es "corrupta
o muy corrupta". "Y hay una sensación de impunidad muy
grande. Aunque ha habido gente presa e investigaciones,
la sensación es que el que es rico y roba, finalmente
no paga", agrega. Por su parte, Bettina Horst matiza
que "hoy día la gente se siente frustrada porque, efectivamente,
ve corrupción; pero no somos un país corrupto como lo
fue en su momento el estallido en Brasil". Horst, sin
embargo, agrega que "sí se ha instalado un discurso
del abuso, sobre la base de muchas consignas. Tanto
la izquierda como sectores de derecha se han subido
a un discurso que genera ruptura. Se busca deslegitimizar
a las instituciones y creo que eso se ha logrado con
fuerza". Sea como fuere, tras los días más violentos
desde el retorno a la democracia en Chile, la sensación
es amarga. Y, mientras no se aborden parte de estas
"deudas sociales", los expertos coinciden en que será
difícil calmar la "furia" de los ciudadanos.
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A nivel internacional no existen fórmulas definidas
para cambiar una carta magna. Y aunque se pueden distinguir
dos grandes modelos, el de la Asamblea Constituyente y el
del Congreso Constituyente, en el medio hay una infinidad
de alternativas que incluyen convenciones especiales con sus
propias características, como la Convención Constituyente.
Pese a que el nombre "convención" sí se ha usado en otras
experiencias (con distintos significados), esa fórmula mixta,
con esas características específicas, no se ha implementado
en otros países para reemplazar una carta magna.

En las protestas de Chile son comunes las pancartas
que piden que se convoque a una Asamblea Constituyente.
Expertos en conversación con BBC Mundo
aportan sus ideas:
"Cada país amolda el sistema de reemplazo constitucional
a su realidad particular y a las demandas del momento", dice
Mundo Gabriel Negretto, profesor del Instituto de Ciencia
Política de la Universidad Católica de Chile y autor de "La
política del cambio constitucional en América Latina". "Los
modelos que se han utilizado en otros países sirven de guía,
pero sólo en muy grandes trazos". De todos modos, un análisis
de algunas experiencias (tanto por su éxito o por su fracaso),
permite ilustrar cómo aquellos países salieron de la encrucijada.
En Colombia se convocó a una Asamblea Constituyente
en 1990, la cual dio origen a la Constitución que sigue vigente
en el país desde 1991. En aquel momento histórico hubo una
"ruptura legal pactada", explica Negretto. Eso ocurrió porque
la Constitución vigente no preveía un mecanismo para su reemplazo.
Y el Congreso era reacio a crear un nuevo texto. Sin embargo,
el movimiento estudiantil de la Séptima Papeleta y el gobierno
presionaron para que se cambiaran las reglas del juego a través
de una Asamblea Constituyente.
"Aunque esa asamblea se reguló por decreto,
tuvo la legitimidad de un acuerdo político muy amplio", apunta
el experto. Hubo un referendo al inicio del proceso y fue
garantizada la participación ciudadana. Entre otras condiciones,
todos los sectores involucrados acordaron impedir que se postularan
los miembros del Congreso o cualquier persona que ocupara
cargos de gobierno. Además, se permitieron candidaturas de
ciudadanos independientes. "En Colombia se hizo un plebiscito
de entrada o habilitante", dice Javier Couso, académico de
la Escuela de Derecho de la Universidad Diego Portales, de
Chile, en diálogo con BBC Mundo. "Ahí se le preguntó a la
gente si quería o no quería una nueva Constitución". Al final
del proceso no hubo un referendo ratificatorio porque existía
un amplio nivel de acuerdo. Básicamente, tenía una legitimidad
transversal. "Colombia hizo el cambio saliendo del peor momento
de violencia que vivía el país", le dice a BBC Mundo Marcela
Ríos, coordinadora del área de Gobernabilidad del Programa
de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) en Chile.

En Colombia se convocó a una Asamblea Constituyente
en 1990, la cual dio origen a la Constitución que sigue vigente
en el país desde 1991.
"Fue un proceso desde abajo hacia arriba que
comenzó con una demanda ciudadana", añade la investigadora,
responsable también del estudio "Mecanismos de cambio constitucional
en el mundo", publicado en 2015. "El presidente llamó a todas
las fuerzas y hubo un acuerdo político para convocar la Asamblea
Constituyente, la cual redactó una Constitución moderna que
surge de un proceso democrático", agrega. "Finalmente puedes
tener distintas formas de cambiar una Constitución, ya sea
con mucha participación ciudadana o con poca participación",
un elemento clave que va más allá del nombre del sistema que
se utilice, explica.
Bolivia hizo una enmienda a la constitución
de 1967 en el año 2004. Esa enmienda permitió que en 2006,
después de que Evo Morales llegara a la presidencia, se convocara
una Asamblea Constituyente con un amplio acuerdo de los partidos
en un ambiente de inestabilidad política.
En cuanto a la representación de las fuerzas
políticas, el gobierno obtuvo mayoría. En ese contexto, Morales
argumentó que la Asamblea Constituyente era soberana, que
estaba por encima de los poderes establecidos y que para tomar
decisiones, no se requerían las dos terceras partes de los
votos. Decidieron que era suficiente con una mayoría simple.
"Eso produjo confrontación y violencia similar a la que se
vivehoy", comenta Negretto. Finalmente, el país llegó a un
consenso tras una negociación con la oposición. "En Bolivia
hubo una Asamblea Constituyente con mucha diversidad. Pero
luego se enredó mucho en la forma de tomar decisiones", le
dice a BBC Mundo María Cristina Escudero, académica del Instituto
de Asuntos Públicos de la Universidad de Chile. "Al final
acentuó la violencia", apunta.
Islandia creó una Asamblea Constituyente en
2011. Esta tuvo plena potestad para elaborar la nueva Constitución,
pero no le fueron otorgados poderes por encima de ninguna
de las autoridades ya electas. Es decir, la palabra final
sobre la reforma quedó en manos del Congreso. "Hubo un proceso
muy representativo de los ciudadanos con poca participación
de los partidos. Lamentablemente fracasó porque el Congreso
no ratificó la propuesta", dice Claudia Heiss, profesora del
Instituto de Asuntos Públicos de la Universidad de Chile,
en conversación con BBC Mundo. En este escenario, aunque el
proceso de deliberación fue muy representativo de los ciudadanos
(quienes postulaban de manera independiente de los partidos
políticos), el texto sigue durmiendo en alguna estantería
islandesa.

La propuesta hecha por la Asamblea Constituyente
en Islandia no prosperó porque no fue ratificada por el Congreso.
"En Islandia el objetivo de la Asamblea Constituyente
era que fuera completamente ciudadana. No podían ser representantes
de partidos políticos", explica Marcela Ríos. "Ese mecanismo
es poco común". El resultado de todo el proceso "muestra lo
difícil que es redactar reglas del juego político dejando
a los políticos fuera de ese proceso". "Para que los procesos
constituyentes puedan tener éxito deben ser factibles", dice
Sergio Verdugo, profesor de la Escuela de Derecho de la Universidad
del Desarrollo (UDD), sobre el ejemplo. "No deberían reemplazar
a la clase política completamente, sino que deben hacerlo
con ella".
Esa es una de las lecciones que deja el proceso
en Islandia, señala el experto. "Hay que encontrar un punto
intermedio", apunta Verdugo, agregando que le parece adecuado
para el caso chileno el proceso que se llevó a cabo en otro
país: Irlanda. "En Irlanda funcionó sobre la base de un acuerdo
político", el cual definió algunas preguntas y esas preguntas
fueron respondidas por una Asamblea Constituyente conformada
por ciudadanos que no fueron electos, sino que fueron sorteados.
Ellos hicieron recomendaciones. Ese informe volvió a los políticos,
quienes redactaron un texto de reforma constitucional que
después fue plebiscitado.
En el caso de Argentina, la Constitución contemplaba
el procedimiento de convocar a una Asamblea Constituyente,
así fuera para cambiar algunos artículos o para reemplazar
la carta a través de una reforma total. En 1994 hubo un acuerdo
a nivel de las élites entre peronistas, justicialistas y radicales,
que negociaron los contenidos.
Un punto de la negociación fue que se haría
—al menos en el papel— una reforma parcial. "Eso fue una ficción,
porque al final se cambió toda la Constitución", argumenta
Negretto. Los partidos la presentaron como una reforma a la
carta magna de 1853, agrega, pero en la práctica, hubo un
reemplazo. En muchos casos la distinción entre reforma o reemplazo
suele ser confuso. "Al fin y al cabo es una decisión política",
dice el experto.
También hay otros países latinoamericanos que
contemplan en su legislación la convocatoria de una Asamblea
Constituyente, como por ejemplo Colombia, Ecuador, Bolivia,
Paraguay, Argentina o Panamá (a partir de 2004). "En Argentina
el proceso constituyente se hizo en el contexto de la ambición
de Menem de reelección", dice María Cristina Escudero.

Suiza convocó un Congreso Constituyente en 2000
para reemplazar la carta magna.
El modelo suizo del año 2000 fue un Congreso
Constituyente, pero en la práctica (más allá del nombre),
incorporó una fórmula mixta, que se ha repetido en otras democracias
parlamentarias europeas como Finlandia.
En este caso, el reemplazo del texto ya estaba
autorizado por la Constitución vigente en ese momento. No
hubo que inventar una fórmula. Y la nueva carta no fue redactada
por el Congreso que estaba en ejercicio. Hubo elecciones para
un nuevo Congreso (que tuvo el mandato específico de elaborar
la propuesta) y luego hicieron un plebiscito. ¿Hubo participación
ciudadana? Durante la etapa de elaboración de la nueva carta
y también al final, cuando es legitimada por el voto popular.
Este sistema de Congreso Constituyente fue utilizado en América
Latina, pero no en contextos democráticos.
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entre otros. Hoy cuenta con un sólido sistema de distribución
a lo largo de todo el país, y es representante exclusiva
para Chile de prestigiosos sellos editoriales extranjeros.

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También está el caso de Sudáfrica —después del
sistema de segregación racial conocida como apartheid— que
generó un antes y un después en la historia del país. Fue
Congreso Constituyente, pero con sus propias características
adaptadas a la realidad del momento. Y en este caso también
se eligió un nuevo Congreso (con 490 miembros) para reemplazar
la Constitución. Sin embargo, cuando terminó su tarea —en
vez de disolverse— se transformó en un Congreso regular.
Ecuador en 2008 y Venezuela entre 1998 y 1999
son considerados, al menos por los seis expertos consultados
por BBC Mundo, como "ejemplos cuestionables", en el contexto
de las democracias modernas, desde el punto de vista legal.
"Las experiencias en Venezuela, Ecuador y Bolivia fueron catastróficas",
dice Javier Couso. "En ambos casos hubo una ruptura institucional
completa y se utilizó la Asamblea Constituyente para favorecer
a los gobiernos de turno", argumenta Negretto.
De hecho, el caso venezolano ha estado presente
en el debate chileno, como una especie de "fantasma", particularmente
en los sectores de centro-izquierda y el gobierno. "En Venezuela
la Asamblea Constituyente no solo asume un mandato exclusivo
para redactar una nueva Constitución", dice Marcela Ríos.
"En ese país se asumió que, como la Asamblea Constituyente
es la expresión soberana del pueblo, está por encima de todos
los poderes del Estado", prosigue. "Pero no es el mecanismo
de la Asamblea lo que provocó ese resultado, sino el deterioro
de la política", apunta. "Esto es más bien la excepción y
no la regla cuando miramos la experiencia internacional".

Hugo Chávez convocó a una Asamblea Constituyente
entre 1998 y 1999 para reemplazar la Constitución.
En el universo tan variado de las Asambleas
Constituyentes hay otro ejemplo interesante: Túnez. "Esa Asamblea
surge como resultado de la llamada Primavera Árabe, en medio
de un estallido social", comenta Marcela Ríos,del PNUD. En
este caso, la redacción del nuevo texto fue ratificado con
un plebiscito al final.
Es que las fórmulas para reemplazar una Constitución
son tan variadas como los países. "Hay Asambleas Constituyentes
con más o menos participación ciudadana", dice la experta.
Por otro lado, cualquiera que sea el mecanismo que decida
un país, agrega, sería recomendable que incluyera al menos
dos elementos: constituyentes electos y altos niveles de representatividad.
"Las Asambleas Constituyentes son muy dispares entre sí. El
diablo está en los detalles", apunta Javier Couso. Por eso,
más que el modelo, lo esencial es cómo funciona y qué atribuciones
tiene. "Todo es negociable", señala María Cristina Escudero.Ya
sean las cuotas de representación, el quorum, los mecanismos
de participación. "Lo más importante es el nivel de representación
del sistema, no el nombre".

En Túnez se convocó a una Asamblea Constituyente
en el contexto de la Primavera Árabe.
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2019 será un año para recordar.
"Terminemos con la violencia", "paz para Chile" y "no estamos
en guerra" son algunas de las frases con que miles de chilenos
protestaban en las principales avenidas del país sudamericano.
Nada parecia funcionar para contener la furia de los manifestantes.
No lo hizo la decisión del presidente Sebastián Piñera de
suspender el alza de 30 pesos (US$0,04) en el pasaje del metro
(origen de la revuelta social). Ni tampoco el anuncio de una
serie de medidas —entre ellas, el aumento de las pensiones,
el ingreso mínimo y la detención de las tarifas de servicios
básicos— el 22 de octubre. Al contrario, la tensión solo iba
en aumento. Las protestas, cada vez más masivas y los petitorios
sobre la necesidad de crear una sociedad más igualitaria y
más justa se hacian cada vez más evidentes.
Ciudades como Santiago, Valparaíso y Concepción
llevaban días casi completamente paralizadas. Los pocos supermercados
y farmacias abiertos están desabastecidos y desbordados, mientras
que los servicios de transporte no dan abasto. Se sumaron
los camioneros, con una movilización en contra del peaje (TAG)
de las autopistas. Y lo hicieron bloqueando rutas y generando
más caos.
Políticos y analistas en Chile coinciden en
que la única manera de solucionar de fondo esta revuelta social
es haciendo profundas reformas al sistema político y económico
actual. Porque si bien las medidas anunciadas por Piñera en
2019 fueron bien recibidas por varios actores políticos, está
claro que no serán suficientes para contener el descontento.
De acuerdo con una encuesta de la organización "Activa Research",
entre las principales motivaciones que han generado las protestas,
están: el sueldo de los trabajadores, los precios de los servicios
básicos, las pensiones de los jubilados, el costo de la salud
y de la educación, y el precio del transporte público.

"Fuerza Chile" ha sido una de las frases de
los lienzos en manifestaciones.
Para el periodista Matías Del Río, las soluciones
de mediano y largo plazo deberán reunir consenso de la oposición
y de miembros de la sociedad civil. "Aquí no hay salidas innovadoras,
no hay inteligencia artificial. Hay que sentarse a conversar
hasta que lleguemos a acuerdo", dice.
El senador Jaime Quintana, en tanto, asegura:
"Todo lo que tenga que ver con reducir las desigualdades es
fundamental. Tenemos que abrirnos a cambios estructurales,
entre ellos, una nueva Constitución". El parlamentario agrega
que "el presidente debe manifestarse más claramente respecto
a la reforma a las pensiones y desechar su reforma tributaria.
Y, además, otros cambios en materia de servicios fundamentales,
como las concesiones de las carreteras. En fin, debe revisarse
el modelo", agrega.
"Renuncia Piñera" se ha vuelto una frase ícono
de las últimas protestas en Chile. Centenares de manifestantes
han rellenado pancartas pidiendo la renuncia del mandatario,
a quien se le critica por no tener empatía respecto a las
necesidades de la población, entre otras cosas. Incluso, el
PC ha dicho que está pensando en presentar una acusación constitucional
en su contra para que abandone el cargo. "Si lo pide la ciudadanía,
lo vamos a hacer; ya estamos trabajando en ello y preparando
jurídicamente el escrito", dijo el presidente del PC, Guillermo
Teillier. No obstante, lo que podría ser una salida a la crisis
para los comunistas y para algunos manifestantes, no presenta
apoyo en el resto de la esfera política chilena.
Incluso miembros del Frente Amplio han llamado
a la "cordura".

Históricamente ante crisis importantes los países
han utilizado la figura de un "mediador" para solucionar los
conflictos. En muchos casos ha sido la máxima autoridad de
la Iglesia católica. ¿Qué tan factible es que hoy en Chile
pudiera intervenir una figura pública como el Papa con el
fin de contener el estallido social? "Los mediadores casi
siempre son figuras de autoridad moral y que dan confianza
a todos los sectores. El problema es que los mediadores clásicos
que habían en el mundo, como por ejemplo el Papa, también
están muy desprestigiados", dice a BBC Mundo el abogado y
académico de las universidades de Chile y de Santiago Joaquín
Trujillo. "La idea no es mala pero costaría encontrar a una
figura con la capacidad de intermediar".
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