En el corazón de Asia Central, en un territorio
frío y agreste repleto de estepas y cimas que tocan el cielo,
vive un animal legendario, “el fantasma de las montañas”.
El leopardo de las nieves es uno de los felinos más bellos,
huidizo de los seres humanos. Es tan sigiloso que ni siquiera
ruge. Durante mucho tiempo se llegó a dar por extinguido en
este rincón del planeta. Pero en abril de 2020, en pleno confinamiento
mundial durante la pandemia de la covid-19, el biólogo ruso
Aleksey Kuzhlekov se topó con un ejemplar hembra mientras
exploraba el Parque Nacional Sailugem, al sur de Rusia. Apenas
fueron 30 segundos, tiempo suficiente para fotografiarle,
después de años sin rastro de él. “Que la gente vea que está
vivo y que lo estamos protegiendo”, afirmó Kuzhlekov, testigo
privilegiado de aquel encuentro fortuito y emocionante.
Proteger a las especies más amenazadas, como
el leopardo de las nieves, es uno de los objetivos del recién
aprobado acuerdo 30×30 por la biodiversidad. Este depredador
ápice está incluido en la lista roja de los animales en peligro
de extinción elaborada por la Unión Internacional para la
Conservación de la Naturaleza (UICN). En las últimas dos décadas,
su población ha disminuido un 20% y se estima que apenas 7.500
individuos resisten en estado salvaje. La caza furtiva, la
pérdida de hábitat y el cambio climático han llevado a la
especie a una situación crítica. Para ayudar a su supervivencia,
la propia UICN, junto a las autoridades de 12 países en los
que vive este animal —entre ellos, China, Pakistán, India,
Rusia y Nepal— y diversas entidades ecologistas, han impulsado
un programa para protegerlo de su desaparición definitiva.
El último Informe de Evaluación Global sobre
Biodiversidad y Servicios Ecosistémicos de la Plataforma Intergubernamental
Político-normativa sobre Biodiversidad y Servicios de los
Ecosistemas (IPBES, por sus siglas en inglés) señala que más
de un millón de especies animales—como el leopardo de las
nieves— y plantas estará en peligro de extinción durante las
próximas décadas. Para hacernos una idea, el planeta sufre
“la mayor pérdida de vidas desde la época de los dinosaurios”,
según afirman numerosos científicos. En la actualidad, ya
hay más de 42.100 especies en la Lista Roja de Especies Amenazadas
de la UICN. Entre ellas, el oso polar, el chimpancé, el urogallo
cantábrico, el gorila de las montañas, el elefante, el tiburón
ballena, el rinoceronte o el delfín de agua dulce, algunos
de los animales más amenazados de la Tierra.
Lo llaman el Acuerdo de París de la Biodiversidad.
Una de cada 10 especies de animales y plantas puede extinguirse
a finales de siglo si persiste la tendencia actual de destrucción
de la naturaleza y aumento de las temperaturas. Alarmantes
datos como este han promovido que más de 100 países firmaran
el Acuerdo 30x30 en la última cumbre de la biodiversidad (COP15).
Una propuesta que busca proteger el 30 % de la biodiversidad
del planeta antes del 2030.
Pero hay esperanzas de que se pueda revertir
esta situación. Científicos e instituciones de todo el mundo
hace ya tiempo que han impulsado distintas iniciativas para
defender la biodiversidad del planeta, con medidas concretas
que deberían tener efectos positivos a corto y medio plazo.
Es lo que ha ocurrido recientemente durante la Conferencia
de las Naciones Unidas sobre la Diversidad Biológica (COP15),
celebrada a finales de 2022 en Montreal (Canadá). En la cumbre,
190 gobiernos han alcanzado un acuerdo histórico para emprender
una serie de acciones concretas con el fin de promover la
biodiversidad del planeta. Este gran pacto mundial, conocido
con el nombre de 30×30, se concreta en un paquete de 23 medidas
pensadas para reducir la pérdida de biodiversidad y restaurar
los ecosistemas naturales antes de 2030.
En concreto, los países firmantes del pacto,
cuya denominación oficial es Marco Mundial de Biodiversidad
Kunming-Montreal, se comprometen a que dentro de siete años,
el 30% de las “zonas terrestres, aguas continentales, costeras
y marinas” se “conserven y gestionen eficazmente mediante
sistemas de áreas protegidas”. Según la ONU, alrededor del
17% de la superficie terrestre y el 8% de los océanos están
en estos momentos bajo protección. El pacto también dispone
que, para 2030, queden restauradas o estén en vías de hacerlo
“al menos el 30% de las áreas de ecosistemas terrestres, de
aguas continentales y costeras y marinas degradadas”.
Lluís Brotons, biólogo e investigador del Centro
de Investigación Ecológica y Aplicaciones Forestales (CREAF),
situado cerca de Barcelona (España), considera que el acuerdo
es “un paso positivo en la buena dirección”, ya que “sin la
conservación de la biodiversidad y también de los procesos
naturales que la sustentan, el futuro del propio ser humano
está amenazado”. La financiación es otro de los importantes
avances de este pacto, que establece el compromiso de movilizar
al menos 185.400 millones de euros anuales procedentes de
fondos públicos y privados para ejecutar planes y estrategias
vinculadas con la biodiversidad. Asimismo, los países desarrollados
prometen aumentar “los flujos financieros internacionales”
hacia los países con menos recursos —muchos de ellos con gran
biodiversidad y enormes dificultades para adoptar medidas
de protección hacia su flora y fauna— hasta los 18.500 millones
de euros anuales para 2025. En 2030, esa cifra alcanzará los
28.000 millones de euros.
El texto consensuado en Montreal recoge otros
objetivos muy ambiciosos, como evitar a toda costa la pérdida
de superficies de suma importancia para la biodiversidad,
incluidos los ecosistemas de gran integridad ecológica, así
como reducir a la mitad el desperdicio alimentario en el mundo.
También aboga por rebajar al 50% tanto el exceso de nutrientes
de nuestros ecosistemas como el riesgo que suponen los pesticidas
y otros productos químicos altamente nocivos para la naturaleza.
E insta a luchar contra la introducción de especies exóticas
que pueden convertirse en invasoras, con el grave riesgo que
supone para el mantenimiento de determinados ecosistemas.
En la misma línea, el pacto solicita a los países que eliminen
de forma gradual o reformen las subvenciones y ayudas públicas
que perjudican a la biodiversidad en, al menos, 500.000 millones
de dólares (463.000, de euros) cada año para 2030.
Este pacto mundial está inspirado en el Acuerdo
Global por la Naturaleza, que vio la luz en 2019.
En un artículo publicado en la revista Science
Advances, un equipo de expertos alertó entonces de que era
imprescindible ir más allá y adoptar nuevas medidas para conservar
la naturaleza y combatir el cambio climático. Para ello, trazaron
un plan de choque con bases científicas para blindar, en 2030,
la diversidad del globo terráqueo. “El propósito general es
hacer frente al peligroso cambio o al deterioro climático
y salvaguardar la biodiversidad para evitar cualquier empeoramiento
de la sexta extinción masiva a la que nos enfrentamos. Por
ello, el enfoque que tomamos realmente aborda ambos factores
a la vez”, explicó uno de los autores del texto, Eric Dinerstein,
en la revista Newsweek. Para lograrlo, la prioridad pasaba
por proteger totalmente el 30% del planeta, incluida su superficie,
ríos, lagos, mares y océanos. Aquel revelador artículo estableció
las bases del recién aprobado proyecto 30×30, que se acaba
de poner en marcha. Su éxito demostraría que no todo está
perdido.
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