Una mañana de finales de agosto, antes de que
empiece a apretar el calor, cuatro jóvenes guardabosques vestidas
con uniforme caqui y armadas con rifles de caza se apean de
su vehículo y se dispersan por el Parque Nacional de Gorongosa,
en Mozambique. Se comunican mediante señas y silbidos codificados.
Una de ellas es Emilia Jacinto Augusto, de 26 años, comprometida
con la conservación de la fauna salvaje, a pesar de que las
patrullas de 21 días la alejan por unas semanas de sus dos
hijos pequeños. “Una mujer necesita valor para hacer este
trabajo. No podemos rendirnos. Espero que algún día mis hijos
también vengan a trabajar a Gorongosa”, afirma la joven guarda.
Emilia Jacinto Augusto es una de las mujeres que han desarrollado
su carrera en este parque gracias a un ambicioso proyecto
de reforestación iniciado hace casi dos décadas que puso a
las personas, y especialmente a las niñas, en el centro del
renacimiento de este espacio. Ahora, con sus llanuras de color
verde esmeralda, los hipopótamos revolcándose en las aguas
cristalinas, las águilas planeando sobre manadas de elefantes,
los leones descansando sobre los troncos de los árboles y
la silueta de los impalas reflejada en el horizonte resplandeciente,
el Parque Nacional de Gorongosa es un paraíso terrenal donde
uno tiene la sensación de estar asomándose al planeta tal
como existía antes de la llegada del ser humano.
Durante 16 años de guerra civil en Mozambique
los hombres dejaron su huella en el parque con consecuencias
desastrosas. Cuando la guerra concluyó, en 1992, Gorongosa
estaba sin vida: casi todos los animales habían sido aniquilados
por los soldados y los cazadores furtivos. Únicamente quedaba
algún pequeño grupo temeroso, cuyo hogar era una amenaza de
trampas y cepos. El resurgimiento exuberante de la naturaleza
en Gorongosa no se ha conseguido solo gracias a las medidas
para proteger a los animales, sino también a través del compromiso
de mejorar la vida de las 200.000 personas que viven en la
zona de protección que rodea el parque. La clave de esta particular
visión conservacionista ha sido alimentar el potencial humano,
con especial atención a la educación de las niñas y la capacitación
de las mujeres, invirtiendo en educación, sanidad, creación
de empleo y medios de subsistencia.
Gorongosa renace gracias al trabajo de las científicas
y las guardas forestales.
Pásate por Intro >> Resumen temático.
“Si queremos ver una generación de cambio, tenemos
que centrarnos en las niñas y las mujeres”, explica Larissa
Sousa, de 32 años, directora adjunta de comunicación del parque,
que regresó a Mozambique después de estudiar en Europa decidida
a cambiar las cosas. Y añade: “Que estas niñas crezcan entendiendo
lo que el parque les proporciona, y beneficiándose de ello,
es un forma de enviar el mensaje de que tienen que proteger
el medio ambiente y el parque”. La transformación de Gorongosa
comenzó en 2004, cuando el filántropo estadounidense Greg
Carr visitó el parque y, “en un acto de fe”, decidió invertir
40 millones de dólares (unos 38 millones de euros) de su fortuna
en tecnología para revitalizar y recuperar sus 400.000 hectáreas,
a través de una asociación público-privada con el Gobierno
mozambiqueño, que en 2018 se renovó por otros 25 años. Carr
decidió hacer las cosas de manera diferente. Gorongosa dejaría
de ser un parque cerrado, solo accesible para turistas adinerados
o cazadores, como lo era bajo el dominio colonial portugués.
Para que el parque prosperara, era necesario que la gente
que vivía en sus alrededores se implicara en su futuro. El
guardián del parque, Pedro Muagura, recuerda que las familias
como la suya, que vivían junto al parque, no podían disfrutar
de las maravillas naturales que tenían a un paso. “No se permitía
la entrada a los negros”, subraya. Y señala: “Soy el primero
de mi familia que ha estado. Mi padre y mi madre murieron
sin haberlo visitado nunca”.
Un león, sobre una rama de árbol en el Parque
Nacional de Gorongosa.
Para recuperar la fauna tras la guerra, Muagura
y su equipo reintrodujeron poblaciones de elefantes, búfalos,
cebras, leopardos, ñus y perros salvajes. Otras especies,
como el impala y el antílope acuático, se recuperaron espontáneamente
una vez que se silenciaron las armas y se retiraron las trampas.
Solo seis leones sobrevivieron a la guerra; ahora cerca de
200 deambulan por los bosques y la sabana del parque. En la
actualidad, el parque es el mayor creador de empleo de la
provincia de Sofala, en el centro de Mozambique, con trabajos
que van desde guías de safari hasta conductores, pasando por
soldadores e investigadores científicos. Las comunidades locales
tienen acceso a las tierras del parque para cultivar café
a cambio de plantar árboles autóctonos, sembrar anacardos
y recolectar miel silvestre. Los escolares disfrutan de safaris
gratuitos.
Las niñas, tradicionalmente excluidas de la
educación y el empleo y vulnerables a las crisis climáticas,
constituyen el centro de este proyecto de conservación. Uno
de los programas clave es una red de más de 100 clubes de
niñas, iniciada en 2017 por Sousa. Los clubes, financiados
por el parque, organizan actividades extracurriculares con
el objetivo de desafiar la tradición del matrimonio precoz
y animarlas a seguir con sus estudios.
Un grupo de estudiantes participa en las actividades
del club de niñas de la Escuela Primaria de Mussinha, cerca
de Gorongosa.
A través de los clubes se asigna a las chicas
una madrinha (madrina), alguien ajeno a la familia que las
guía durante la adolescencia y en años posteriores. “La madrina
busca indicios de que una familia podría estar planeando un
matrimonio”, explica Vilma Nhambi, que dirige los clubes.
“A veces observamos que la chica cambia de aspecto, de peinado
o de ropa, o que van a llevar cajas de cerveza a una casa
determinada. Entonces vamos a la casa y vemos lo que está
pasando”. Esta sencilla intervención ha cambiado rápidamente
actitudes y expectativas. “Concienciamos a los padres de que
no deben casar a sus hijas al menos hasta que tengan 20 años,
y les decimos que deben dejar que estudie por su propio bien”,
explica Marta João Meque, de 30 años, madrina de cuatro niñas.
“Ahora vemos que las niñas se hacen valer, se mantienen firmes”.
Gorongosa les ofrece un atisbo de un futuro
que ni siquiera podían imaginar hace una generación. Para
las que quieran dedicarse a la ciencia, hay prácticas y un
programa de máster para mujeres jóvenes. Este máster ha inspirado
investigaciones científicas en los laboratorios del parque
sobre asuntos como el comportamiento de los murciélagos, los
hábitats de las mariposas y las cualidades de las raíces de
los árboles para capturar carbono. También se recogen y documentan
minuciosamente muestras de especies de flora y fauna para
elaborar un inventario de la biodiversidad del parque, el
primero realizado por una reserva natural africana.
Además, Gorongosa fue el primer parque de Mozambique
en introducir guardas femeninas contra la caza furtiva. “Queremos
narrar la historia de que una mujer puede hacer lo que quiera.
Antes, ser guarda forestal era solo para hombres, porque es
un trabajo muy físico; tienes que llevar a cuestas 10 kilos
caminando bajo el sol”, explica Sousa. “Pero nosotras desafiamos
esa idea”, afirma. Emilia Jacinto Augusto, la joven madre
que patrulla Gorongosa, es una prueba de ello.
Emilia Jacinto Augusto, guarda forestal en el
Parque Nacional de Gorongosa, acaricia a un pangolín rescatado.
Mozambique es uno de los países más pobres del
mundo, con 2.700 kilómetros de costa que lo hacen vulnerable
a las cada vez más frecuentes catástrofes climáticas. Cuando
el ciclón Idai arrasó su cinturón central en 2019, la dirección
de Gorongosa organizó rápidamente una campaña de ayuda para
entregar alimentos, agua y medicinas a las comunidades locales
que habían quedado devastadas. La catástrofe puso de relieve
la importancia de preservar los espacios silvestres para absorber
las precipitaciones y, a más largo plazo, el dióxido de carbono
que calienta el planeta y aviva los fenómenos meteorológicos
extremos. Los responsables de Gorongosa creen que el parque
es un modelo que debería reproducirse en otras regiones. “He
estado en otros países como Kenia, Tanzania, Zimbabue o Sudáfrica,
pero nunca en un lugar donde se considere que la conservación
debe enfocarse en las personas. Nosotros ponemos a la gente
en el centro de todo”, afirma Muagura, que ganó un prestigioso
premio de la Unión Internacional para la Conservación de la
Naturaleza por su labor pionera. “Gestionamos la educación,
la agricultura, la industria, procesamos el café, empleamos
a mujeres como guardabosques. Es un modelo, lo mejorcito de
la conservación”, señala con orgullo. “Si nos fijamos en la
deforestación y la caza furtiva, vemos que la gente talaba
árboles y mataba animales porque no tenía otra opción. Pero
si estas niñas tienen un modo de vida alternativo, ya no necesitan
hacerlo. Si se quiere que la conservación funcione, hay que
apoyar al máximo a las niñas”, asegura Muguara. “El futuro
de la conservación está en sus manos”, remacha.
--------------------------------------------------------------------------------------------------------------
--------------------------------------------------------------------------------------------------------------
--------------------------------------------------------------------------------------------------------------
|