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Después de cancelarse en marzo por falta de
trajes espaciales con las tallas adecuadas, la primera caminata
espacial de dos mujeres astronautas finalmente tuvo lugar
cuando las estadounidenses Christina Koch y Jessica Meir salieron
juntas de la Estación Espacial Internacional (ISS) al vacío
del espacio para reemplazar un sistema de carga de baterías
eléctricas.
Muchas mujeres astronautas han participado en
caminatas espaciales afuera de la ISS, pero siempre con un
hombre. En marzo la NASA anunció que por primera vez que dos
mujeres, Christina Koch y Anne McClain, formarían un equipo
para salir.
Pero pocos días antes un compañero, Nick Hague,
tuvo que reemplazar a Anne McClain en el programa de la salida,
debido a que a bordo del laboratorio orbital había solo un
traje con la talla adecuada para ambas mujeres listo para
usar, lo que suscitó una lluvia de críticas por la falta de
preparación de la agencia espacial.
Jessica Meir se unió en septiembre a la tripulación
de la EEI.
La ISS cuenta actualmente con seis tripulantes:
tres estadounidenses (Christina Koch, Jessica Meir, Andrew
Morgan), dos rusos (Alexander Skvortsov, Oleg Skripochka)
y el italiano Luca Parmitano. Las salidas espaciales duran
varias horas y son relativamente frecuentes. Se utilizan para
realizar trabajos de mantenimiento a la estación, puesta en
órbita de la Tierra en 1998 y alimentada por grandes paneles
solares.

Meir, a la izquierda, y Coch, preparando sus
trajes y equipos para su primer paseo juntas, el pasado día
15 de octubre.
Koch, que es la decimocuarta mujer en hacer
un paseo espacial, realizará su cuarta caminata, mientras
que Meir se estrena en el exterior de la Estación Espacial
Internacional (ISS) y se convierte en la decimoquinta mujer
en hacerlo. Curiosamente, las dos astronautas pertenecen a
la promoción de 2013 de la NASA, la primera de la historia
que estuvo formada al 50% por mujeres y hombres.
La misión de las dos estadounidenses fue reemplazar
uno de los controles de carga y descarga de las baterías que
recogen la energía de los paneles solares en la estación.
Durante la misión, que duró seis horas, a Koch se la
identificó como el miembro de la tripulación extravehicular
número 1, con traje espacial con rayas rojas, mientras que
Meir es el 2 y su traje no lleva rayas.
Christina Koch, que compló el vuelo espacial
más largo de una mujer mientras permanece en órbita hasta
febrero de 2020, cree que este tipo de hitos son importantes
para las mujeres: "Mucha gente se motiva gracias a historias
inspiradoras de personas a las que se parecen y creo que es
un aspecto importante que hay que contar".
"Lo que estamos haciendo ahora muestra todo
el trabajo en las décadas anteriores de todas las mujeres
que trabajaron para traernos al lugar donde estamos hoy",
agregó su compañera, que estudia animales en condiciones extremas
en la Facultad de Medicina de Harvard.
Durante la caminata, las astronautas tuvieron
que corregir al presidente de EE UU, Donald Trump, que realizó
una llamada desde la Tierra. Trump dijo durante su intervención
que era "la primera vez que una mujer sale de la estación
espacial" y luego agregó: "Sois personas increíbles; estáis
llevando a cabo la primera caminata espacial femenina para
reemplazar una parte exterior de la estación espacial". Meir
tuvo que hacerle fact-check en directo a 400 kilómetros de
altura: "No queremos apropiarnos del mérito porque ha habido
muchas otras mujeres haciendo paseos espaciales antes. Esta
es la primera vez que hay dos mujeres fuera al mismo tiempo".
Un tonto arruinando un momento histórico.

Jessica Meir, a la izquierda con el traje espacial,
junto a su compañera Christina Koch, en una imagen tomada
el 12 de octubre.
Momentos antes de la caminata, Ken Bowersox,
líder del programa de exploración humana de la NASA, dijo
unas palabras que explican bien los problemas que viven las
mujeres astronautas. Hablando sobre los motivos por los que
se había retrasado tanto un hito así aseguró: "Hay algunas
razones físicas que a veces dificultan que las mujeres hagan
caminatas espaciales". Y añadió, provocando muchas reacciones
en contra: "Es un poco como jugar en la NBA, yo soy demasiado
bajo para jugar en la NBA, y a veces las características físicas
marcan la diferencia en ciertas actividades y las caminatas
espaciales son una de esas áreas donde la forma de tu cuerpo
hace la diferencia".
En este momento, la agencia espacial de EE UU
cuenta con 38 astronautas en activo, de los que 12 son mujeres.
El récord de la NASA de permanencia en el espacio lo tiene
precisamente la comandante Peggy Whitson (665 días en órbita),
quien además tiene el récord de paseos espaciales entre las
mujeres, con ocho. Hace tres días, la NASA mostró los trajes
diseñados para la misión a la Luna de 2024, en la que por
primera vez la tripulación será mixta, lo que sin duda será
otro gran hito de la astronáutica de las mujeres.
Desde que en 1965 el cosmonauta Alexei Leonov
(fallecido la semana pasada) saliera por primera vez de su
vehículo espacial, las mujeres han participado en 43 de los
221 paseos orbitales que se han producido hasta ahora. La
primera en hacerlo fue la soviética Svetlana Savítskaya en
1984, que realizó su caminata junto a un hombre (Vladimir
Dzhanibekov), como en todas las realizadas por sus compañeras
hasta hoy. La astronauta de la NASA Kathryn Sullivan realizó
su primera caminata espacial unos meses después que Savítskaya.
La carrera espacial para las mujeres comenzó a despegar en
la década de los ochenta, cuando la URSS y EE UU mandaron
con escasos meses de diferencia a la propia Savítskaya (en
1982) y a Sally Ride (en 1983). Habían pasado dos décadas
desde que Valentina Tereshkova saliera de la Tierra en 1963
y dijera su famoso: "Soy yo, Gaviota".
¿El primer delito cometido en el espacio?
Una astronauta estadounidense, Anne McClain, está siendo
investigada por acceder a una cuenta bancaria de su
expareja, la militar Summer Worden, durante su estancia
en la Estación Espacial Internacional (ISS, por sus
siglas en inglés), en el que sería el primer delito
perpetrado en el espacio.
Worden y McClain se encuentran inmersas en un proceso
de separación y custodia por su hijo de 6 años desde
hace casi un año. Por eso Worden se extrañó cuando comprobó
que McClain sabía de sus movimientos bancarios. Tras
preguntar, su banco le respondió que había accesos con
su usuario desde ordenadores de la agencia espacial
estadounidense, la NASA.
McClain, que pasó seis meses de misión en la Estación
Espacial Internacional, ha reconocido a través de su
asesoría legal que accedió a la cuenta desde el espacio,
pero asegura que simplemente lo hizo para controlar
las cuentas de la pareja, aún relacionadas con las suyas.
Fue entonces cuando Worden presentó una denuncia ante
la Comisión Federal de Comercio y su familia presentó
otra ante la Oficina de Inspección General de la NASA
acusando a McClain de robo de identidad y acceso inapropiado
a los registros financieros privados de Worden. La Oficina
de Inspección General de la NASA se puso en contacto
con ambas.
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A finales de 2014 y por primera vez desde su
puesta en marcha, dos mujeres europeas habitaron la Estación
Espacial Internacional (ISS, por sus siglas en inglés). La
piloto italiana Samantha Cristoforetti se unió a la tripulación
de la estación en la que ya estaba la rusa Elena Serova para
sumar dos europeas en sus instalaciones. Fue la segunda vez
en la historia de la astronáutica en que coincidieron dos
mujeres allí: la primera vez, en 2010, fueron las norteamericanas
Tracy Caldwell y Shannon Walker las que compartieron espacio
junto a cuatro compañeros masculinos.
Cristoforetti, capitana de la fuerza aérea italiana,
fue la primera mujer astronauta del país transalpino. Serova
fue la primera cosmonauta rusa que visitaba la ISS y la cuarta
de la larguísima historia espacial rusa y soviética. Ingeniera
y economista, a la rusa le precedieron únicamente Valentina
Tereshkova (la primera mujer en el espacio, en 1963), Svetlana
Savitskaya (segunda, en 1982) y Elena Kondakova (en 1997),
de la larga lista de cosmonautas, de Rusia y antes la Unión
Soviética, que mandaron fuera de la Tierra.
La astronauta italiana llevaba sobre sus espaldas
la responsabilidad de completar en sus seis meses en el espacio
la misión FUTURA, una colaboración de la agencia
espacial europea y la división italiana, que entre
otros experimentos incluyó la puesta en marcha de una
impresora 3D que pudiera hacer más llevadero el futuro
de las misiones espaciales.
La italiana y la rusa son, respectivamente,
la número 58 y 59 que se unen al grupo de mujeres astronautas
de la historia. Además de Italia, EE UU, y Rusia, otros ocho
países han tenido compatriotas en el espacio: Reino Unido
(1991), Canadá (1992), Japón (1994), Francia (1996), India
(1997), Irán (2006), Corea del Sur (2008) y China (2012).
Las cuestiones relacionadas con el hecho de
ser mujeres incomodaron a Cristoforetti y a Serova. La capitana
se negó a responder a preguntas de este tema en la rueda de
prensa previa al despegue asegurando que ella no había hecho
nada especial para ser la primera mujer astronauta de su país:
"Simplemente he querido viajar al espacio y he resultado ser
la primera".
La italiana relató sus impresiones sobre las
cuestiones de género en el campo espacial: "No puedo deducir
de mi experiencia personal conclusiones generales. Para ello
se necesitan expertos que puedan comparar datos y reflexionar
sobre este asunto. Pero no me gusta la impostación: los hombres
siempre son individuos; las mujeres, una masa indefinida.
Cuando leo frases como ‘nosotras las mujeres’, siempre me
pregunto por qué esa mujer se otorga el derecho de hablar
en mi nombre". Y reconocía la importancia de mantener modelos
femeninos que animaran a más mujeres por la senda de la astronáutica.

Todos los miembros de la expedición 42 en la
Estación Espacial Internacional, con Serova (arriba) y Cristoforetti.
Más incómoda es la situación vivida por Elena
Serova, en buena medida por culpa de la estupidez de los periodistas,
que le preguntaron en rueda de prensa por su maquillaje, por
su peinado y por dejar a su hija sin madre durante seis meses.
"Es mi trabajo", respondió a esa pregunta que no recibieron
sus colegas hombres. Frente a la pregunta sobre su pelo decidió
contraatacar: "¿Puedo hacerte una pregunta?", inquirió al
periodista, "¿por qué no le preguntas a Alexandr por su peinado?",
en referencia al cosmonauta Alexandr Samokutyaev, sentado
a su lado.
Una actividad extravehicular (EVA) es una operación
realizada por un astronauta fuera del entorno de una nave
de una estación espacial o módulo de descenso. Hasta el 2009,
Rusia, anteriormente Unión Soviética, Estados Unidos y China
son los únicos países con la capacidad demostrada para realizar
una EVA.
Los paseos o caminatas espaciales fueron concebidos
para probar los trajes presurizados y las reacciones de los
astronautas al vacío así como para ensayar las operaciones
de despresurización y represurización de la cabina. Esto era
de crucial importancia ya que las actividades extravehiculares
formaron el tronco principal de las misiones tripuladas a
la Luna: no se trataba de ir allí y tomar fotografías, sino
de salir al exterior, tomar muestras y hacer experimentos.
El cosmonauta Sergey Volkov trabaja fuera de la Estación Espacial
Internacional el 3 de agosto de 2011 El primer paseo espacial
de la historia tuvo lugar el 18 de marzo de 1965, realizado
por el cosmonauta soviético Alekséi Leónov, en la misión Vosjod
2. La primera actividad extravehicular sobre la Luna la realizaron
Neil Armstrong y Buzz Aldrin el 21 de julio de 1969 en el
entorno de la misión Apolo 11. La primera caminata espacial
realizada por una mujer fue el 25 de julio de 1984, a cargo
de la soviética Svetlana Savítskaya.
La primera caminata compuesta exclusivamente
por mujeres tuvo lugar el 18 de octubre de 2019, y fue protagonizada
por las estadounidenses Christina Koch y Jessica Meir.
Tras las misiones del programa Apolo, la NASA
comenzó a cambiar el sentido de sus misiones con el fin de
estudiar la posibilidad de que seres humanos permaneciesen
trabajando durante largos periodos de tiempo en el espacio,
cuya culminación es la ISS como paso previo a la exploración
de otros rincones del Sistema Solar, a lo que se dedica el
proyecto Constelación. Para cubrir estos objetivos, las actividades
extravehiculares se reconvirtieron en salidas programadas
para efectuar reparaciones y montajes de partes de las estaciones
espaciales, creando para ello nuevos tipos de trajes, herramientas
especializadas y un nuevo tipo de astronauta: el especialista
de misión de las tripulaciones del transbordador espacial.
En las últimas misiones del Space Shuttle antes
se su cancelación en 2010, estas operaciones extravehiculares
tuvieron una especial importancia en la maniobra de reentrada,
con el objetivo de evitar nuevos accidentes como los del transbordador
Columbia en 2003.
Los directores de la NASA inventaron el término
actividad extravehicular a principios de la década de 1960
para que el programa Apolo atrajera hombres a la Luna. Los
astronautas abandonarían la nave para recolectar muestras
de material lunar y realizar experimentos científicos. Para
apoyar esto y otros objetivos de Apolo, el programa Gemini
se separó para desarrollar la capacidad de los astronautas
de trabajar fuera de una nave espacial de dos hombres en órbita
terrestre. Sin embargo, la Unión Soviética era ferozmente
competitiva al mantener la delantera que había ganado en vuelos
espaciales tripulados, por lo que el Partido Comunista Soviético,
liderado por Nikita Jrushchov, ordenó la conversión de su
cápsula Vostok de un solo piloto en una nave de dos o tres
personas llamada Vosjod, para competir con la Gémini y Apolo.
Los soviéticos pudieron lanzar dos cápsulas
Vosjod antes de que los Estados Unidos pudieran lanzar su
primer Gémini tripulado. La nave Vosjod requería refrigeración
por el aire de la cabina para evitar el sobrecalentamiento,
por lo tanto, se requería una esclusa de aire para que el
cosmonauta saliera y volviera a entrar en la cabina mientras
permanecía presurizado. Por el contrario, la aviónica Gemini
no requirió refrigeración por aire, lo que permitió que el
astronauta saliese y volviese a entrar en la cabina despresurizada
a través de una escotilla abierta. Debido a esto, los programas
espaciales estadounidenses y soviéticos desarrollaron diferentes
definiciones para la duración de una actividad extravehicular.
La definición soviética de actividad extravehicular
comienza cuando la esclusa exterior está abierta y el cosmonauta
está en vacío. Para los estadounidenses comienza cuando el
astronauta tiene al menos su cabeza fuera de la nave espacial.
Estados Unidos ha cambiado su definición desde
entonces.
El primer paseo espacial se realizó el 18 de
marzo de 1965, por el cosmonauta soviético Alekséi Leónov,
que pasó doce minutos fuera de la nave espacial Vosjod 2.
Con una mochila de metal blanco que contenía cuarenta y cinco
minutos de oxígeno a presión para la respiración, Leónov no
tenía medios para controlar su movimiento más que tirar de
su correa de 15,35 m. Después del vuelo, afirmó que era fácil,
pero su traje espacial se disparó debido a su presión interna
contra el vacío del espacio, endureciéndose tanto que no pudo
activar el obturador de su cámara montada en el pecho.

Ed White en el primer paseo espacial estadounidense
en 1965.
Las primeras actividades extravehiculares de
reparaciones en una nave espacial fueron realizadas por Charles
Conrad, Joseph Kerwin y Paul J. Weitz el 26 de mayo, el 7
de junio y el 19 de junio de 1973, en la misión Skylab 2.
Recuperaron la funcionalidad de la estación espacial Skylab
dañada por el lanzamiento al liberar un panel solar atascado,
desplegar un escudo de calefacción solar y liberar un relé
de interruptor de un circuito atascado. El equipo del Skylab
2 realizó tres actividades extravehiculares, y otras de diez
fueron hechas por los tres equipos del Skylab. Descubrieron
que las actividades en ingravidez requerían aproximadamente
dos veces y medio más tiempo que en la Tierra porque muchos
astronautas sufrieron espasticidad al principio de sus vuelos.
"¿Hay sitio en nuestro programa espacial para una mujer?
Bueno, podríamos haber enviado a una mujer en lugar
de al chimpancé", dijo Gordon Cooper en una rueda de
prensa, provocando la carcajada de los periodistas.
Cooper, entonces uno de los siete primeros candidatos
a astronauta de EE UU, ni siquiera es consciente de
la barbaridad que acaba de decir y sonríe al ver la
reacción de la prensa. Esta anécdota sirve para ilustrar
el contexto en el que luchaban las Mercury 13, las mujeres
que pudieron ser astronautas de no ser por el machismo
imperante en la NASA y el gobierno estadounidense.
Era un tiempo, a finales de la década de 1950 y principios
de la siguiente, en que la URSS ganaba todas y cada
una de las metas volantes de la carrera espacial. Pero
hubo una que EE UU regaló en bandeja por un prejuicio
machista que hoy sería ilegal, discriminando de forma
explícita a un grupo de mujeres con gran experiencia
a los mandos de aeronaves. Habían superado todas las
pruebas, incluso superando a los hombres en muchos casos
y en muchos exámenes. Los estadounidenses estaban en
condiciones de ganar la carrera de poner a la primera
mujer en órbita. Tenían las candidatas idóneas, pero
también tenían mucho más sexismo.
Esta historia la ha rescatado ahora Netflix en el documental
Mercury 13, el nombre de aquellas trece mujeres ninguneadas
por serlo. Finalmente, la primera mujer en el espacio
fue la cosmonauta Valentina Tereshkova, recibida como
una gigantesca heroína por los soviéticos y que sirvió
para hacer un nuevo alarde de propaganda. Le habían
dado "otra gran victoria a los rusos. 'B' no para de
pensar en lo estúpidos que eran estos hombres", dice
en el documental el marido de Bernice Steadman, una
de las candidatas, en referencia a los que las habían
dejado en tierra.

A finales de los 50, el médico aeroespacial Randy Lovelace
diseñaba las exigentes pruebas que deberían pasar los
aspirantes a astronauta. Y estaba convencido de que
las mujeres tenían condiciones que las hacían tener
ventaja sobre los hombres. Para empezar, su tamaño:
los candidatos masculinos no podían superar 1,80 metros.
"Pensó que se ahorraría combustible y oxígeno con las
mujeres", explica la divulgadora y física Sara Gil.
Pero al realizarle las pruebas a la piloto Jerrie Cobb
descubrió el potencial de las mujeres. Así que decidió
montar un proyecto en paralelo, y en absoluto secreto,
para reclutar a las mejores de entre las magníficas
aviadoras que se habían formado tras la Segunda Guerra
Mundial.
La primera de las tres fases del entrenamiento, las
pruebas psicológicas, ellas la superaron con mucha mejor
nota que los hombres, a pesar de que las sometieron
a pruebas más duras, como el tanque de aislamiento sensorial.
Donde muchos pilotos de combate perdieron los nervios,
las aspirantes batieron récords de aguante. Finalmente,
Cobb obtuvo una nota global en todas las pruebas que
superaba al 98% de los candidatos masculinos. Pero se
quedó en tierra.
"¿Por qué crees que existe la necesidad de llevar mujeres
al espacio?", le preguntaron a Cobb. "Por lo mismo que
existe la necesidad de llevar hombres. Si vamos a enviar
a un humano, deberíamos mandar al más cualificado. En
algunas áreas las mujeres tienen mucho que aportar y
en otras los hombres". Sus palabras eran indiscutibles,
sobre todo a la luz de sus resultados, pero de nada
sirvió. En cuanto lo conoció, la NASA tumbó el proyecto
paralelo de Lovelace, que ya estaba convencido de que
ellas eran cuando menos tan aptas como ellos. El vicepresidente
Lyndon Johnson dejó escrito: "Paremos esto ya".
John Glenn aseguró que las mujeres no debían ir al
espacio porque era una cuestión de "orden social". "Soy
el consultor menos consultado de cualquier agencia gubernamental",
se quejaba Cobb de su puesto en la NASA.
Cobb acudió al Congreso a luchar contra esta discriminación,
pero solo encontró rechazo: el que hubiera sido su compañero,
John Glenn, testificó que las mujeres no debían ir al
espacio porque era una cuestión de "orden social". "Es
solo un hecho", aseguró Glenn, "los hombres van y luchan
en las guerras y vuelan en los aviones y vuelven y ayudan
a diseñarlos y construirlos. El hecho de que las mujeres
no estén en este campo es una realidad de nuestro orden
social". Pasado un tiempo, en junio de 1963, Tereshkova
daba 48 vueltas a nuestro planeta, cuatro meses después
de que Glenn diera tan solo tres.
"La NASA contrató a Cobb como consultora en asuntos
de mujeres, pero luego le dio poco que hacer", recuerda
Gil, que ha lanzado un videojuego llamado Astrochat
para popularizar a las mujeres pioneras de la astronáutica.
"Soy el consultor menos consultado de cualquier agencia
gubernamental", se quejaba Cobb después de un año de
trabajo, pocos días antes de dejar el puesto. Cuando
lo hizo, lo más cerca que había estado del espacio exterior
fue cuando la dejaban posar con una cápsula espacial
Mercury para los periódicos. "Sin duda todo fue culpa
de un prejuicio de género bastante claro: de hecho,
les reconocían que si les abrían la puerta también tendrían
que abrírsela a los negros", recuerda Gil.
Mientras estuvieron en el debate público, estas mujeres
sufrieron todo tipo de comentarios de la prensa que
no ayudaban en absoluto, algo que sigue sucediendo hoy
en día, con comentarios en torno a no estropear su peinado
con el casco o como cuidar de su familia en órbita.
Estas mujeres, volcadas en sus trabajos como pilotos
de pruebas, se veían obligadas a manejar los protopipos
en vestido y tacones para atraer la publicidad gratuita
de la prensa.
Hasta veinte años después, en 1983, EE UU no puso una
mujer en el espacio, Sally Ride, que también detestaba
lidiar con la estupidez sexista de los periodistas.
Pero las Mercury 13 todavía tardarían más en ver a los
mandos de una nave a una piloto como ellas. Eileen Collins,
primera piloto y primera comandante de un transbordador,
las invitó a su pionero lanzamiento en 1995. En cuanto
se enteró, la NASA quitó a las invitadas de Collins
de su lista y las convirtió en invitadas VIP, según
recuerda la astronauta en el documental. La imagen de
esas ancianas mirando la nave entre lágrimas es una
montaña rusa de alegría y frustración: "Ella pilota.
Esa mujer está en el asiento del piloto", dicen emocionadas.
El documental recupera la olvidada historia de estas
mujeres y plantea una pregunta decisiva, sobre todo
en el contexto de la primera gran victoria de EE UU
en la carrera espacial. Cómo hubiera cambiado la historia,
sobre todo la de las mujeres, si en julio de 1969 hubiéramos
escuchado: "Es un pequeño paso para una mujer, pero
un gran salto para la humanidad".
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