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29 - Septiembre - 2021
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Se cumplen cinco años de la firma del Acuerdo de Paz en Colombia entre la exguerrilla de las FARC y el Estado colombiano. Los balances están a la orden del día, algunos positivos, otros negativos. Algunos buscan culpables, otros narran las fallas objetivas. Lo cierto es que la conclusión general es que las cosas mejoraron en términos comparativos, pero, todo pudo salir mejor. Las cinco colusiones son las siguientes:

1. De los 281 municipios del posconflicto, cerca de 140 han caído en una nueva ola de la violencia, los demás, lograron salir de los 50 años de conflicto armado. Esta nueva ola de violencia no es política, es, sencillamente, criminal. El país tardará varios años en salir de ella. El pacífico Colombia, así como la región que va desde el Nudo de Paramillo hasta el Catatumbo y la frontera entre Colombia y Venezuela son los escenarios de esta ola de violencia.

2. El Gobierno del presidente Iván Duque paralizó, en algunos casos, la implementación del acuerdo de paz y en otros, abiertamente lo saboteó. Al final, las consecuencias es que las causas estructurales de la violencia en Colombia no fueron modificadas y por ello se incubó está nueva ola de violencia. El gran culpable del actual deterioro de la violencia en Colombia es el uribismo.

3. El Gobierno Duque, para aparentar una implementación del acuerdo de paz ante la comunidad internacional, decidió entenderlo como reincorporación y algunas pequeñas obras de infraestructura en zonas afectadas por la violencia. Pero no se avanzó en temas de reforma política, muy poco en los asuntos rurales y se saboteó abiertamente la sustitución de economías ilegales. No debe olvidarse que las diferentes olas de violencia en Colombia responden a tres causas estructurales: acceso y uso del suelo, exclusión en la participación política y democracia social y economías de guerra. El acuerdo de paz intentaba mitigar estos tres factores.

4. A pesar de intento de saboteo del gobierno de Iván Duque y, en general, del uribismo, contra el sistema de justicia transicional, dichas acciones fracasaron. Los avances en la Jurisdicción Especial para la Paz, la Comisión de la Verdad y la Unidad de búsqueda de personas dadas por desaparecidas, es importante y comenzarán a salir desde el próximo año. Se vendrán sentencias importantes de la JEP. Muchos contienen la respiración ante los pronunciamientos judiciales.

Iván Duque, 41.er Presidente de la República de Colombia, desde el 7 de agosto de 2018.

5. El Estado colombiano no cumplió lo que firmó. El problema de fondo es que tanto la guerrilla del ELN, como otros grupos armados ilegales, no tiene confianza para que en el futuro se logren iniciar conversaciones de paz. Igual se puede decir con la comunidad internacional. El Gobierno Duque provocó que Cuba ingresara, nuevamente, a la lista de países que apoyan el terrorismo porque La Habana decidió cumplir los acuerdos que se establecieron entre el Estado Colombiano y la guerrilla del ELN, es decir, en la medida que el gobierno cubano no quiso incumplir los acuerdos, lo cual era una petición del Gobierno colombiano, la consecuencia fue el ingreso de Cuba a esa lista. El desastre de la política internacional es profunda en esta Administración.

En fin, el Gobierno de Duque hizo todo lo posible para que el proceso de paz fracasara, pero fue la comunidad internacional, las organizaciones sociales y el mundo campesino que se empeñó en que se avanzara y que el país no fracasara en su intento de construir una sociedad en paz. Por ello, el balance es agridulce. Una metáfora que se puede utilizar es que Colombia, si hubiera cumplido el acuerdo de paz, pudo haber subido diez escalones, pero solo subió cuatro, quedaron haciendo falta seis. Sin lugar a dudas este país está mucho mejor que hace dos décadas, pero aún nos queda un largo recorrido doloroso por transitar.

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En medio de la crisis del Covid-19, se dejó ver lo incoherente e ineficaz de la política exterior colombiana. En Marzo de 2020, la Oficina de la Alta Comisionada para los Derechos Humanos sacó su informe anual. En él, Colombia quedaba mal parada, pues era claro que la situación de seguridad en el país se estaba deteriorando. No debe olvidarse que la seguridad fue la principal bandera durante la campaña política de 2018. El resultado, luego de 18 meses de gobierno, era un deterioro increíble. El Gobierno colombiano acusó a la ONU de indebida injerencia en la soberanía nacional.

Días más tarde, salió el informe del relator para defensores y defensoras de derechos humanos de la Naciones Unidas, Michel Forst. Allí, quedaba claro que Colombia es el país de la región donde más se asesinan líderes sociales. Además, mostraba que los niveles de impunidad son particularmente altos. Nuevamente, el Gobierno colombiano hizo un gran escándalo. Pero lo más complicado se supo horas después de publicarse el documento: al señor Michel Forst no se le permitió regresar al país en 2019 para terminar su informe, su primera visita fue a finales de 2018. Aunque el relator buscó que lo invitaran, siempre el Ejecutivo colombiano esquivó esa petición. Este tipo de comportamiento solo lo tienen Gobiernos con democracias débiles o abiertamente autoritarios.

Horas después de estas dos reacciones del gobierno ante los dos informes en materia de derechos humanos, el presidente Iván Duque se reunió con el secretario general de las Naciones Unidas, António Guterres. Allí, el presidente intentó rebajar la tensión y anunció un acuerdo de cooperación con las Naciones Unidas. Todo esto ocurrió en unos cuantos días. El mundo diplomático en Colombia dice no entender nada. De hecho, calificaron la política exterior colombiana como caótica y errática.

Un agente de la policía disparó gas lacrimógeno el miércoles en Bogotá durante las protestas que dejaron al menos 24 muertos y 87 desaparecidos en Mayo de 2021.

Pero la cereza en el pastel estaba por llegar. El presidente Iván Duque anunció el cierre de la frontera entre Colombia y Venezuela. Horas después había una verdadera crisis humanitaria, centenares de personas pasaban por las trochas o caminos ilegales. La frontera entre ambos países tiene una extensión de poco más de 2.200 kilómetros, hay más de 150 trochas, todas ellas controlados por las 28 estructuras armadas ilegales que están en el espacio fronterizo. Cada vez que cierran los puentes fronterizos legales, se da una bonanza económica para estas estructuras, pues aumenta el cobro por persona que quiera pasar. De tal forma que el cierre no contuvo el Covid-19. La única forma de contenerlo es garantizando la coordinación entre ambos Estados o al menos entre las autoridades sanitarias de ambos Estados. Aun así, y a pesar de una posible crisis, el Gobierno colombiano sigue hablando de un presidente interino, Juan Guaidó, que en la vida real no existe. Toda la política exterior colombiana gira en torno a Venezuela, al respaldo a un presidente interino que no controla nada, mientras que la frontera es un verdadero caos. En otro tiempo, en las épocas de Álvaro Uribe, era común ver estos ataques vehementes a la comunidad internacional, pero nunca se llegó a las actuales circunstancias. Además, en ese momento, Uribe tenía el 80% de aprobación, actualmente Duque ronda el 23%. Es decir, hay un gran ridículo internacional y una crisis política interna.

Al final, se puede decir que la política exterior de Colombia es un gran fiasco. Carece de dosis de realismo, de un horizonte común y sobre todo de alguien que la lidere. Pareciera que la política doméstica lo rige todo y el ala radical del partido de Gobierno controla la Cancillería. No se piensa con criterio de Estado sino de venganza partidista.

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El Ejército de Liberación Nacional (ELN), es una organización guerrillera insurgente y terrorista colombiana de extrema izquierda y de orientación revolucionaria que opera en Colombia y Venezuela. Se define como de orientación marxista-leninista y pro-revolución cubana. Desde su conformación en 1964 es un actor del conflicto armado interno en Colombia. El ELN es considerado un grupo terrorista por Colombia, Perú, Estados Unidos, Canadá y la Unión Europea. Los gobiernos de algunos países como Nicaragua, Brasil, Argentina y hasta 2018, Ecuador, no lo consideran ni terrorista ni beligerante. Brasil y Chile no le aplican esta calificación. En 2008 el presidente venezolano Hugo Chávez solicitó a los países de Latinoamérica y de Europa que se le otorgará estatus de grupo beligerante al ELN, beligerancia que no es reconocida pero sí tenida en cuenta por la ONU, el Parlamento Latinoamericano, y otros países que no le consideran terrorista, como Cuba, Dinamarca, Francia, Rusia, China, Vietnam, Suecia, Noruega, Indonesia y Kirguistán, entre otros. Desde el rompimiento de los diálogos de paz con el ELN, producto del atentado contra la escuela de policía General Santander el 17 de enero de 2019, el gobierno de Iván Duque declaró esta guerrilla como Grupo Armado Organizado (GAO), cuyos integrantes se pueden desmovilizar para ser juzgados por delitos políticos.

Ituango es una población de Antioquia, en la cordillera occidental de Colombia, que es sinónimo de éxodo interminable que enfrentan sus pobladores, que han vivido en un eterno desplazamiento por diferentes grupos armados. A mediados de 2021, más de 3.700 campesinos huyeron de la muerte decretada por el grupo paramilitar del Clan del Golfo y las disidencias de las FARC. En chivas (autobuses) o a pie, con sus colchones y mascotas, en medio de fuertes lluvias que habían destruido las ya maltrechas vías de la población. Desde el municipio, sus líderes lanzaban un SOS desesperado al Gobierno de Iván Duque, esperando su ante la crisis humanitaria que vivian. El desplazamiento comenzó el jueves 22 de julio, pero no fue hasta el lunes siguiente en la tarde que logró aterrizar un helicóptero de la Gobernación de Antioquia y del Ejército con alimentos y frazadas. “Los campesinos están albergados en los colegios y ya hay desabastecimiento de alimentos y de colchones”, contaba el líder comunitario, Edwin Úsuga. El líder agregó que había un brote de covid-19 en uno de los albergues y alertaban del temor a la expansión. No está claro aún qué ocasionó la orden de desplazar a los campesinos. No se han registrado combates en la zona, pero el riesgo estaba advertido. La Defensoría del Pueblo de Colombia había expedido una alerta temprana, mecanismo para llamar la atención de las autoridades, sobre las amenazas contra sus pobladores que van desde ser asesinados, desaparecidos, desplazados, confinados y obligados a ejecutar trabajos forzosos. “El escenario de riesgo se configura a partir de la expansión y puesta en marcha de las AGC [Autodefensas Gaitanistas de Colombia o Clan del Golfo], la presencia de otras estructuras ilegales presuntamente asociadas con el Bloque Virgilio Peralta Arenas y la expansión del Frente 18 Román Ruíz”, se leyó en el documento de la Alerta temprana que hace referencia a los diferentes grupos armados que operan en la zona.

Los campesinos optaron por el desplazamiento para salvar su vida. Y no era la primera vez. Desde la firma del Acuerdo de Paz entre el Gobierno y la extinta guerrilla de las FARC se han presentado cinco éxodos masivos que han aumentado el número de víctimas. El último, ocurrido en febrero de 2021, afectó a las mismas veredas que hoy se desplazan. En ese momento, los campesinos regresaron a pesar de no tener las garantías para su retorno y ahora vuelven a dejarlo todo.

La historia de Ituango comienza con los primeros conquistadores españoles que llegaron al lugar, primero Francisco César en 1537, y luego Juan de Badillo en 1538 (Colón llegó a América en 1492). Ambos partieron de su sede en San Sebastián de Urabá (cerca del hoy municipio de Necoclí); cada uno remontó el río Sinú hasta su nacimiento, y ambos, cada uno en su momento, penetraron luego en la comarca de Ituango. Los indígenas habitantes la región de Ituango de las etnias catía y nutabe comenzaron a ser apaciguados y cristianizados a partir de 1566.

De acuerdo con la ONG Coordinación Colombia Europa Estados Unidos (Coeruropa), el crecimiento y poder de esos grupos tiene que ver con el “incumplimiento premeditado de los Acuerdos de Paz en esta región”. “Pese a los múltiples llamados que han realizado líderes y lideresas de Ituango, el Gobierno nacional y local siguen haciendo caso omiso al reclamo de nuestro derecho a la paz”, aseguró la ONG en un comunicado.

Ituango es un municipio cafetero, de topografía intrincada y apetecida por los grupos armados como ruta de narcotráfico. Su historia es también la del círculo vicioso de la guerra en Colombia. En la década de los ochenta tenía presencia la guerrilla de las FARC; a finales de los noventa las Autodefensas disputaron el territorio y cometieron las masacres de El Aro y La Granja, cuando 200 paramilitares torturaron y asesinaron a 15 campesinos en las calles del municipio. Los grupos paramilitares se desmovilizaron en 2004 pero se reciclaron con otros nombres. También lo hicieron las FARC en 2016, después de años de dominar el territorio. Y ahora las disidencias de esa guerrilla, integradas por aquellos que no se sumaron al proceso de paz, se pelean el territorio con grupos como el Clan del Golfo o las Autodefensas Gaitanistas. Sus objetivos son los campesinos y los excombatientes que se mantienen firmes en el proceso de paz.

En la zona se instaló uno de los Espacios Territoriales de Capacitación (ETCR), donde los exguerrilleros de las FARC debían hacer su tránsito de reinserción a la sociedad. Pero ante el asesinato de al menos 15 de ellos, además de varios de sus familiares, 100 excombatientes tuvieron que desplazarse. En julio de 2020, el Gobierno de Iván Duque los reubicó en otro municipio, a unas 20 horas de Ituango, para continuar con su proceso de reincorporación. Desde ese momento, varios pobladores de Ituango temían que una vez se hiciera el traslado, se llevarían también el puesto de salud, y el Estado volvería a abandonarlos a su suerte. Para Coeuropa, “desde mediados de los años 90 no se veía una situación tan compleja”. Por eso instan a que el Estado brinde asistencia humanitaria y que dé garantías para que los campesinos puedan retornar con seguridad. Para la ONG, no hay una intención de “impedir que se repitan estos hechos de violencia”.

Los campesinos llegan al casco urbano de Ituango en chivas o buses de la región y algunos a pie.

El gobernador de Antioquia, Luis Eduardo Suárez anunció una recompensa de 50 millones de pesos (casi 13.000 dólares) para quien ofrezca información de alias ‘Camilo’, el hombre al que han identificado como responsable del desplazamiento. Sin embargo, en una población con el miedo enquistado, esto no se ve como una solución. “Hay también un problema de ausencia del Estado y por lo tanto, desconfianza. Que tanta gente haya salido corriendo habla de que hay un miedo muy latente y generalizado”, explica el líder desde la población.

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Los exguerrilleros intentan asentarse en la paz.

Más de 250 excombatientes han sido asesinados desde que se firmó el acuerdo entre el Gobierno de Colombia y la guerrilla.

Paz vs. Votos.

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En el lugar de las piernas había una enorme nada. La gente del pueblo vio esa ausencia evidente, ese hueco, en el hombre vestido de combatiente al que dos compañeros bajaban de la loma. Los uniformados caminaban por la selva cuando uno de ellos pisó una mina y saltó por los aires. Los hombres armados maldijeron a los lugareños por no haberles avisado de que los alrededores estaban sembrados de minas y les obligaron a transportar al herido hasta el río Atrato. A los pocos días aparecieron por allí los guerrilleros, del bando contrario, para regañarles por haber ayudado al combatiente mutilado

A principios de 2018 se anunció el traslado del casco urbano de Murindó por la furia del río Atrato. Luego de 25 años de zozobra, los habitantes de Murindó podrán vivir sin temor a las inundaciones.

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