Francia va a endurecer a partir del 1 de diciembre
las condiciones de prescripción del tramadol y de la codeína,
medicamentos derivados del opio por los riesgos constatados
de abusos, exceso de dosis y dependencia. La Agencia Nacional
Sanitaria del Medicamento y de los Productos Sanitarios (ANSM)
anunció este jueves en un comunicado que a partir de esa fecha
los medicamentos que contienen tramadol o codeína, lo que
incluye los que se combinan con otros principios, sólo se
podrán administrar a quienes presenten una receta con unas
reglas de seguridad específicas. En concreto, el médico que
los prescribe tendrá que escribir con todas las letras la
dosis, la posología y la duración del tratamiento. Esa duración
será como máximo para la codeína de doce semanas, el mismo
periodo máximo que ya se había impuesto anteriormente para
el tramadol. Para continuar con el tratamiento, será necesaria
una nueva receta. Esas dos medidas también afectarán a la
dihidrocodeína, precisó la ANSM. En paralelo, la agencia sanitaria
trabaja en otras medidas para informar mejor a los pacientes
sobre los riesgos de dependencia y de un exceso de dosis y
a ese respecto contempla sobre todo pedir a los laboratorios
que en las etiquetas alerten sobre el contenido de estos medicamentos.
Este dispositivo de control reforzado resulta
de las conclusiones de los estudios que muestran "la persistencia"
de casos de abusos, de administración de dosis superiores
a las recomendadas o también de falsificación de recetas.
La ANSM había tomado medidas en los últimos años, pero "no
han permitido reducir suficientemente" ese problema. En concreto,
desde 2017 todos los medicamentos con codeína requerían una
receta médica y desde abril de 2020 se había reducido a 12
semanas el periodo máximo de los productos con tramadol.
Gisèle Pelicot con sus abogados en Avignon.
Cientos de personas se reunieron en Marsella,
París y Niza. Mientras se celebra el juicio en Aviñón, se
han convocado manifestaciones en toda Francia en apoyo a Gisèle
Pelicot y a todas las víctimas de violación. Dominique Pelicot
es acusado de drogar a su esposa, Gisèle, con ansiolíticos
entre 2011 y 2020 para dejar que decenas de hombres la violaran
mientras él grababa en vídeo y tomaba fotografías de los encuentros.
Otros 50 hombres comparecen como acusados en este juicio.
"La vergüenza debe cambiar de bando" es el lema. Unas 300
personas comenzaron a reunirse a primera hora de la tarde
del sábado 14 de septiembre ante el tribunal de Marsella en
apoyo de todas las víctimas de violación, incluida Gisèle
Pelicot, que se ha convertido en una figura destacada de la
lucha contra la sumisión química. Miles de manifestantes también
mostraron ese sábado en París su apoyo a Pelicot, la mujer
a la que su marido drogó durante años para que fuese violada
por decenas de desconocidos. Cuando se cumplen 10 días del
mediático juicio en Aviñón contra el marido de Gisèle, Dominique
Pelicot, y otros 51 hombres acusados de participar en las
violaciones, al menos 2.000 personas denunciaron el laxismo
de la Justicia y la ineficacia de la Policía a la hora de
condenar e investigar los casos de violación contra las mujeres.
La mujer, de 71 años, aceptó que el juicio contra su exmarido,
Dominique Pelicot, acusado de drogarla y reclutar a decenas
de desconocidos en internet para violarla durante diez años,
se celebrara en Aviñón a puerta cerrada para que "la vergüenza
cambie de bando".
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«Me sacrificaron en el altar del vicio». Cada
palabra de Gisèle Pelicot resuena en la conciencia de la sociedad
francesa. Con la cabeza alta y la cara desnuda esta mujer
de 72 años ha renunciado a su anonimato para poner a sus verdugos
en la diana en uno de los juicios más mediáticos en Francia
de los últimos tiempos y que ha acaparado la atención en todo
el mundo. En el banquillo se sienta su marido, Dominique Pelicot,
el monstruo de Mazan, acusado de drogarla y ofrecerla a otros
hombres durante más de una década para que abusaran sexualmente
de ella mientras estaba inconsciente. Cincuenta de ellos fueron
identificados y comparecen también en una causa que se inició
el pasado 2 de septiembre y que se prolongará hasta diciembre.
Pero el juicio supone también una herida abierta en la sociedad
francesa, un examen de conciencia sobre una supuesta permisividad
ante las violaciones, una reflexión sobre el consentimiento
y un debate abierto sobre la sumisión química. Al igual que
ha ocurrido en España con el caso de la Manada, en el que
existen diferencias evidentes, pero también similitudes, el
proceso abierto por Gisèle Pelicot podría provocar un cambio
en la legislación. Macron toma nota. En el derecho francés,
la violación es una penetración sexual obtenida mediante coacción,
violencia o sorpresa. Gisèle fue sedada, por lo que no fue
forzada, pero tampoco dio su consentimiento. Ahí, como sucedió
en España con el caso de la Manada que derivó en la ley del
sí es sí, radica la clave.
El caso de La Manada es el nombre por el que
se conoce a los sucesos relacionados con un caso de violación
acaecido en Pamplona (Navarra, España), en la madrugada del
7 de julio de 2016, durante las fiestas de San Fermín. Un
grupo de cinco hombres violó a una joven de dieciocho años
en un portal en el centro de la capital navarra, y a su vez
fueron denunciados por la víctima.
Sus abogados argumentan que el término «sorpresa»
cubre el caso de una mujer sedada e inconsciente. «El juicio
está demostrando lo atrasados que estamos a todos los niveles»,
explicó Sandrine Josso, una diputada que fue víctima de un
intento de violación con drogas por parte de un senador en
el 2023. Gracias a Gisèle Pelicot, dijo, «levantamos el velo
y descubrimos muchas cosas», tras lamentar que «estamos en
un país donde solo el 1 % de los violadores son castigados
y donde el 91 % de las víctimas conoce a su violador y, aún
así, no se hace nada». Esta es también ahora la lucha de la
septuagenaria francesa, que se negó a que el juicio fuera
a puerta cerrada para avergonzar a sus verdugos y que se ha
convertido en un símbolo de la lucha contra la violencia sexual.
Tampoco tiene miedo a que se exhiban centenares de vídeos
filmados por su exmarido y que recogen las presuntas violaciones.
Es más, ha pedido que se hicieran públicos. «Mi vida ya está
arruinada, ahora que valga la pena hacerlo público», llegó
a decir.
Los puntos violetas, también conocidos como
puntos morados, son espacios de atención, información y ayuda
a víctimas de cualquier tipo de agresión sexista, además de
sensibilización y visibilización ante la sociedad de las agresiones
sexistas en las fiestas. En las lineas de autobús se
están implementando las paradas violeta, donde se para
a petición y en el punto exacto donde se necesita.
Su mensaje ha calado en la sociedad francesa,
que la ha arropado en el juicio y que se ha movilizado en
las calles en su apoyo y en contra de la violencia sexual.
Su historia ha conmocionado al país y a medio planeta. «Ella
se ha convertido en un símbolo de valentía y coraje», señaló
Anna Toumazoff, una de las organizadoras de las multitudinarias
protestas de solidaridad. Pelicot ha sido valiente al renunciar
al anonimato y a exponer su caso con crudeza, pero los primeros
días de la causa abierta también han revelado que su fortaleza
tiene un límite. Existía el riesgo de que la acusadora sufriera
un proceso de revictimización al exponer su situación, de
que la víctima se convirtiese en la culpable. Y así parece
estar sucediendo. Un proceso doloroso que hasta ahora afronta
con entereza y que ha puesto en evidencia el sesgo machista
de los argumentos utilizados por los abogados de los acusados
y que se reflejaron también en el propio juez. «¿No tiene
usted inclinaciones con las que no se siente cómoda? ¿No tendrá
inclinaciones exhibicionistas no asumidas». Fueron algunas
de las preguntas que uno de los abogados de la defensa, Guillaume
de Palma, formuló durante el interrogatorio.
Otra abogada de la defensa se dirigió a ella
a gritos mientras le hacía preguntas insistentes sobre su
consentimiento y tampoco faltaron alusiones a sus hábitos
con el alcohol. La falta de empatía ante el drama sufrido
por esta mujer también se advirtió en el magistrado que lleva
el juicio, que al inicio de las sesiones habló de «actos sexuales»
en general, una expresión contra la que la propia Gisele se
revolvió. «Me siento humillada desde que he entrado en esta
sala, se me trata de alcohólica, cómplice del señor Pelicot...
hace falta tener mucha paciencia para escuchar lo que escucho»,
declaró la propia Gisèle.
Dominique Pelicot: «Soy un violador, como todos
los demás acusados, que lo sabían todo». En Francia no se
permite grabar en las vistas judiciales, por eso las únicas
imágenes que se han difundido son de dibujantes. En esta,
Dominique Pelicot y su abogada, Béatrice Zavarro.
Pero resiste y su entereza y convicción ha calado
en la sociedad francesa ante un juicio que puede suponer un
antes y un después. Hay comportamientos y actitudes que ya
no son presentables. «Todavía sigue existiendo un patrón de
mujer violada basado en el estereotipo y se sigue dudando
de las mujeres que se apartan de él», señala desde España
la jueza Cira García. Gisèle ha encendido la mecha para que
esta situación cambie. En el debate de fondo se sitúa el consentimiento,
tal y como sucedió en España con el juicio a la Manada y su
posterior repercusión, pero también la sumisión química. Y
la legislación francesa aún no está lo suficientemente adaptada
para afrontar esta situación. «Necesitamos un cambio y el
caso de Gisele puede ser este motor de cambio. Las víctimas
suelen dudar sobre si presentar denuncias judiciales porque
conocen al agresor, pueden sentirse avergonzadas o tienen
recuerdos vagos de lo que ha ocurrido. Y las reclamaciones
también deben presentarse antes de que las sustancias desaparezcan
del organismo, lo que no siempre es posible», declaró a la
prensa francesa Leila Chaouachi, del Centro de Observación
de Adicciones de París y experta en violaciones relacionadas
con las drogas.
La falta de conciencia sobre lo que es una violación
también ha quedado de manifiesto en el juicio. Al menos dos
de los acusados afirmaron durante la causa que no sentían
que hubieran violado a Gisèle porque su propio marido se la
había ofrecido. Uno de ellos incluso afirmó que no consideraba
que sus acciones fueran una violación porque «para mi violación
es cuando agarras a alguien en la calle. No tengo corazón
de violador». Son comportamientos sobre los que se pregunta
la sociedad francesa, que de aquí hasta diciembre se enfrenta
a un examen de conciencia. Gisèle sigue con su lucha. Pero
no está sola. «Queremos que todos se unan a la lucha y griten
`Nunca más'», sentencia la activista Anna Toumazoff.
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