Los expertos del clima de la ONU han lanzado
hoy un nuevo y contundente aviso sobre el cambio climático.
Está aquí y el ser humano es el culpable de los cambios sin
precedentes que se están experiementando: temperaturas de
récord, sequías, graves incendios difíciles de apagar, lluvias
torrenciales... no hay lugar en la Tierra que se libre de
los efectos del cambio climático. Una de las advertencias
que han lanzado los científicos hoy ha sido sobre el deshielo
del permafrost. Pero... ¿qué es el permafrost?, ¿por qué es
tan importante?
El permafrost es una capa de suelo peramanente
congelada formada por tierra, hilo y roca. Para que el suelo
pueda catalogarse como permafrost técnicamente debe permanecer
completamente congelado durante al menos dos años seguidos.
Se estima que la superficie de permafrost es de unos trece
millones de kilómetros cuadrados. Es decir, la cuarta parte
de las tierras del hemisferio norte. Y gran parte de toda
esa superficie lleva congelada no solo dos años, sino miles
de años.
El deshielo del permafrost puede provocar la
liberación a la atmósfera de millones de toneladas de metano
y dióxido de carbono orgánico. Estas se han ido acumulando
bajo la superficie durante miles de años. Y estos gases, pueden
agravar aún más el cambio climático. Pero no sólo está el
problema de la liberación de gases, sino la posible aparición
de microorganismos letales. Cabe recordar el caso en el que
en 2015 se encontró la carcasa deun reno muerto en la península
de Yamal (Siberia). Lo que se podría haber quedado como una
anécdota acabó en un brote de carbunco que acabó con la vida
de más de dos mil renos y un niño de doce años (y una docena
de personas infectadas). ¿La culpa? Los restos orgánicos del
reno contenían Bacillus anthracis, la bacteria responsable
del carbunco. Este suceso solo es una prueba de los riesgos
biológicos que podría suponer el deshielo del permafrost,
pero no el único. En el año 2014, en un fragmento de permafrost
siberiano, se encontraron tres virus gigantes -Pithovrius
sibericum, Pandoravirus y Mollivirus sibericum- con una antigüedad
próxima a los treinta mil años y que aún conservaban capacidad
infecciosa. También existe el caso de dos momias del siglo
XVIII encontradas en 2012 y que eran portadoras de la viruela
(enfermedad actualmente erradicada).
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Desde que aparecieron por primera vez en 2014
han causado fascinación y temores dentro y fuera de Siberia.
Se trata de unos cráteres inmensos que se abren de forma abrupta
en la superficie en este vasto territorio de Rusia. Recientemente,
un equipo de la televisión local descubrió uno nuevo de forma
accidental que se cree que tiene unos 50 metros de profundidad.
Luego, un grupo de científicos realizó una expedición
para examinar el gran agujero en forma de cilindro y no pudieron
contener el asombro. "Lo que vimos hoy es sorprendente por
su tamaño y grandeza. Son las fuerzas colosales de la naturaleza
las que crean tales objetos", dijo al diario Siberian Times
Evgeny Chuvilin, investigador principal del Instituto de Ciencia
y Tecnología de Skolkovo que participó en la expedición científica.
De acuerdo con la prensa local, se trata del
"más impresionante" de los 17 cráteres que han aparecido en
esta región en los últimos años y que se cree que son causados
por la acumulación de gas metano debajo del hielo de la superficie.
"Este objeto es único. Contiene mucha información científica
adicional, que aún no estoy listo para divulgar", dijo el
geólogo Vasily Bogoyavlensky, del Instituto Ruso de Investigación
de Petróleo y Gas en Moscú a la televisora Vesti Yamal.

Hay reportes de unos 17 cráteres de este tipo
en Siberia.
Según un reporte del Instituto de Ciencia y
Tecnología de Skolkovo, estos agujeros son llamados hidrolacolitos
y comenzaron a aparecer en esta zona en 2014 como consecuencia
del derretimiento del permafrost (la capa de suelo permanentemente
congelado —pero no permanentemente cubierto de hielo o nieve—
de las regiones muy frías o periglaciares, como la tundra
siberiana). Bogoyavlensky explicó a la televisora que los
cráteres aparecen porque "se forman cavidades saturadas de
gas en el permafrost" y luego, producto el derretimiento del
hielo de la superficie, son liberados a la atmósfera. "En
un sentido literal, es un espacio vacío lleno de gas a alta
presión y se forma cuando la capa de hielo de la cobertura
se distiende ", dijo.
De acuerdo con Siberian Times, en muchas ocasiones,
el surgimiento de estos cráteres está asociado a grande explosiones,
por el gas que escapa de las profundidades. Bogoyavlensky
consideró que las actividades humanas, como la extracción
de gas de las vastas reservas de Yamal y el cambio climático
podrían ser dos factores detrás de sus apariciones.
Estos cráteres, según medios rusos, representan
una rara ocasión de mirar al mismo tiempo al pasado, al presente
y al futuro. Las capas de sedimento expuestas revelan cómo
fue el clima en la región durante 200.000 años, un registro
geológico que puede ayudar a comprender cómo será en el futuro
la adaptación de la región al calentamiento global. Y al mismo
tiempo, un potencial crecimiento del cráter puede ser un indicador
inmediato del creciente impacto del cambio climático en el
permafrost.
Según explicó con anterioridad a la BBC Julian
Murton, profesor de Ciencia del Permafrost en la Universidad
de Sussex en Inglaterra, el proceso que llevó a la exposición
de estos cráteres se inició en la década del 60. La rápida
deforestación en la zona implicó que en los meses de verano
el terreno dejó de estar protegido por la sombra de los árboles.
Los rayos del sol calentaron el terreno y el proceso se aceleró
ante la falta de transpiración vegetal, que habría disminuido
la temperatura del suelo. "Esta combinación de menos sombra
y transpiración llevó a un calentamiento de la superficie",
explicó Murton.

En algunos cráteres descubiertos con anterioridad,
como el Batagaika., la pared ha crecido un promedio de 10
metros al año. Pero en años de mayor temperatura el incremento
ha sido de hasta 30 metros.
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Con pasos certeros, Erel Struchkov sortea las
estrías de arena y los torcidos matorrales en la pronunciada
pendiente del cráter Batagaika. Hace tres lustros que bajó
por primera vez al fondo de la megadepresión, la mayor creada
por deshielo de permafrost del planeta. En su pueblo, Batagai,
a unos 50 intransitables kilómetros del gran agujero, se rumoreaba
que en verano, cuando desaparece la gruesa capa de nieve y
hielo que lo recubre todo en una zona de Siberia que alcanza
fácilmente los 50 grados negativos en invierno, se podían
hallar en el fondo preciados colmillos de marfil de mamut
y grandes huesos prehistóricos, que habían permanecido congelados
durante siglos y que comenzaban a aflorar con el deshielo
de aquel suelo antiguo. “Apenas hace falta aguzar el oído
para sentir el quejido de la tierra”, susurra Struchkov, de
35 años, hoy convertido en guía científico del área. El crujido
es constante, casi musical. Hasta que el calor cada vez más
agudo y sostenido de julio hace burbujear las gélidas paredes
del cráter, que liberan de sus brillantes vetas, como con
un disparo, pedazos de roca y losas hielo viejo, ampliando
la enorme cicatriz en la tierra. El calentamiento global tiene
consecuencias devastadoras en todo el planeta. Y el llamativo
boquete, cuyo suelo de permafrost abarca hasta 650.000 años
—el más antiguo de Eurasia, según los estudios—, es un indicador
de lo que sucede en todo el mundo. Y representa la especial
vulnerabilidad del Ártico, un territorio donde las temperaturas
se han disparado hasta dos y tres veces más rápido que el
promedio mundial durante los últimos 30 años, señala Anna
Kurbatova, profesora de Ecología de la Universidad RUDN.

También visibiliza el impacto del deshielo del
permafrost (que también se localiza en gran cantidad bajo
Alaska, partes de Canadá o Escandinavia) en Rusia, donde hasta
170 variedades de ese suelo congelado de diferentes temperaturas,
contenido de hielo y hasta 1,5 kilómetros de profundidad cubren
dos tercios del país, precisa Alexander Fedorov, del Instituto
Melnikov Permafrost de Yakutsk. Y especialmente en Sajá-Yakutia,
una colosal región, tan grande como media Europa y que si
fuera un país sería el octavo del mundo en extensión, que
está asentada casi por completo sobre hielo subterráneo (también
llamado permagel). Un territorio remoto del noreste de Siberia,
conocido por sus durísimos Gulag desde la época zarista y
sobre todo durante el estalinismo, en el que hoy viven menos
de un millón de personas y cuya espléndida riqueza en diamantes,
oro y otros recursos naturales no se traduce sin embargo en
infraestructuras y desarrollo para la región. El pensamiento,
vida y economía de Sajá-Yakutia, una de las zonas pobladas
más frías del planeta, han estado asociados durante siglos
con el permafrost estable. “Su deshielo y el fenómeno de desertificación
del territorio están cambiando a pasos agigantados la sociedad,
las infraestructuras y la estructura agrícola”, expone la
experta Kurbatova. Y también la orografía de la estratégica
región: propicia graves inundaciones, cubre el territorio
de lagos y pantanos, alimenta los cada vez más devastadores
incendios que devoran sus bosques o desencadena nuevos y profundos
cráteres. Además, conforme ese suelo helado se derrite, bacterias
y material orgánico congelados en él durante mucho tiempo
se descomponen y provocan la liberación de gases de efecto
invernadero. Y esto, a su vez, acelera el cambio climático.
Un círculo vicioso.

Durante décadas, el cráter Batagaika se ampliaba
en unos 10 metros al año. Desde 2016 crece casi 16 metros,
según un denso estudio de la Universidad de Potsdam (Alemania).
Hoy, el enorme boquete en las tierras altas del río Yana se
asemeja desde el cielo a una mantarraya. O a un espermatozoide,
bromea Erel Struchkov. Uno gigante, con la cabeza de un kilómetro
de ancho, 2,5 kilómetros de largo y una oquedad rugosa de
hasta 100 metros. En sus profundidades, los arroyuelos nuevos
de agua helada exponen aún de cuando en cuando restos de fauna
prehistórica y materia orgánica podrida que atufa el ambiente
y atrae a osos y a pequeños depredadores. El antiquísimo permafrost
del Batagaika había sobrevivido ya a eventos climáticos excepcionalmente
cálidos. Incluso a temperaturas de hasta 5º más que los registrados
durante los últimos 11.700 años, señala un informe reciente
de un grupo de geocientíficos británicos, rusos y alemanes.
Sin embargo, es muy sensible a las perturbaciones inducidas
por el hombre, advierten los investigadores, liderados por
Julian Murton, de la Universidad de Sussex.
El boquete de Batagaika fue un simple y canijo
barranco sin nombre en las tierras altas del río Yana hasta
que la tala de un bosque en la década de 1960 y la ausencia
de sombra propició que se calentase el suelo y provocó el
deshielo del permafrost justo debajo. El terreno se hundió.
Los habitantes de los pueblos y aldeas cercanas lo llamaron
entonces “el colapso del suelo”. Pero cuando empezó a ampliarse
y a devorar más terreno, muchos pensaron que llegaría a ahogar
incluso el pueblo de Batagai, y algunos bautizaron el cráter
como “la puerta al inframundo”, el tercero de los universos,
según la tradición y la religión sajá —uno de los grupos étnicos
más numerosos de Siberia y mayoritario en la zona—, y en el
que vive el diablo.
En ruso, el permafrost se llama poéticamente
“suelo congelado eterno”. Pero no ha sido así. Su degradación
se aprecia de forma cada vez más clara en el paisaje. Y no
solo en el cráter Batagaika y otras depresiones causadas por
el deterioro de esa capa helada. Las inundaciones provocan
casi cada primavera importantes daños en innumerables y remotas
aldeas. Y hace impracticable para el cultivo y el pasto ricos
terrenos en los que antes había pueblos enteros y granjas
de vacas o de caballos, acelerando los procesos migratorios
y dejando el territorio, en el que moverse es una odisea,
todavía más despoblado. En Rusia, sobre todo en Siberia, las
tierras cultivables para la agricultura se han reducido a
la mitad desde 1990 por la desaparición de las granjas estatales
y el deterioro del terreno. En Churapcha, una ciudad conocida
por su tradición de lucha libre sajá a unos 180 kilómetros
de la capital regional, Yakutsk, la termoerosión es especialmente
visible: ha abombado a ronchas prados enteros, que ahora parecen
cubiertos de verrugas gigantes. Allí mismo, hace casi dos
décadas, en el subsuelo, una expedición arqueológica localizó
varias tumbas y cadáveres congelados datadas alrededor del
año 1714. Ocho años después, el hallazgo de fragmentos del
ADN de la viruela en el tejido pulmonar de una de las momias
alertó a los expertos de todo el mundo, que hablaron de la
“aterradora” —aunque improbable— posibilidad de la reaparición
así del virus mortal.

Hasta la década de 1980, Sajá-Yakutia, denominada
también como “reino del frío”, no conoció los problemas del
calentamiento global, recuerda el científico Alexander Fedorov
en su despacho de Yakutsk, con las paredes cubiertas de libros
y mapas de la región, que comprende el 20% del territorio
de Rusia. Su equipo estudia y mapea los distintos tipos de
permafrost y su comportamiento. Investigan sobre el terreno
pero también en las profundidades de la cueva excavada en
el suelo de permafrost debajo del Instituto Melnikov. Con
casi 30 grados en la calle, la temperatura 12 metros bajo
el edificio es de -8º. “Estos procesos de calentamiento son
muy tangibles para nosotros, la tierra se irá degradando y
aquí viviremos cada vez peor. Pero si no detenemos el deshielo
del permafrost el impacto negativo no solo se sentirá en la
región; será enorme en todo el planeta”, advierte el experto.
Kristina e Ivan Somaev no hacen pronósticos. Subsisten al
día. O más bien invierno a invierno. La casa en la que viven
la pareja y sus hijos, Denis y Vika, de 10 y cuatro años,
es uno de los más de un millar de edificios de Yakutsk dañados
por el clima y la pérdida del permafrost, según cifras del
Ayuntamiento. En la capital de la región, donde viven unas
330.000 personas, la mayoría de las edificaciones están construidas
sobre pilares. Pero aun así, la degradación del permafrost,
el movimiento y los contrastes de temperatura entre los inviernos
gélidos y los veranos cada vez más cálidos han agrietado muchas
fachadas, carreteras y aceras. En casa de los Somaev, donde
la mala construcción deja pasar el frío helador en invierno,
las paredes zozobran. “La Administración insiste en que todo
está bien, prometen que harán reparaciones, pero tras pequeños
retoques las cosas siguen igual”, se lamenta Somaev.
El riesgo para las infraestructuras de que se
derrita esa capa subterránea de terreno congelado no es pequeño.
En junio del año pasado, provocó el derrumbe de un tanque
de combustible diésel en Norilsk, que derramó fuel en una
zona protegida. Fue el mayor vertido de la historia en el
Ártico: 20.000 toneladas de diésel. Tras lo ocurrido, las
llamadas de alerta de especialistas y ambientalistas y una
insólita reprimenda del presidente ruso, Vladímir Putin, a
la empresa responsable, la Fiscalía general rusa encargó un
estudio de las infraestructuras estratégicas construidas sobre
territorio de permafrost y por tanto vulnerables: desde puentes
hasta depósitos de combustible o centrales eléctricas. Además
de innumerables edificios de viviendas. Sin embargo, mitigar
el daño provocado por la degradación del hielo en las infraestructuras
rusas puede sumar más de 100.000 millones de dólares para
2050, calcula Dmitri Strelevskiy, de la Universidad George
Washington, en un estudio.

En Yakutsk y otras partes de Sajá-Yakutia, la
mayoría de los edificios se construyen sobre pilares, debido
al permafrost.
Nariyana Romanova volvió hace poco a Yakutsk
tras pasar una temporada viviendo en Moscú y viajando por
el mundo. Ahora enseña inglés. Ama profundamente su región,
pero le teme al futuro. “Tengo 27 años y me asusta que quizá
mis hijos, y con toda probabilidad mis nietos, no encuentren
las cosas como ahora”, se lamenta. Es pesimista. Y no es para
menos cuando estos días Yakutsk se asemeja a una película
distópica. La ciudad está envuelta en una nube ocre de humo
tóxico, derivada de los salvajes incendios forestales que
han devorado ya más de 1,6 millones de hectáreas de los densos
bosques de taiga de la región.
El humo es tan denso que el aeropuerto suspendió
durante un par de días los vuelos. Y las autoridades han advertido
a la ciudadanía de que no salga de casa debido a la contaminación
atmosférica: los análisis de satélite muestran que las partículas
en suspensión en el aire PM2,5, tan diminutas que pueden penetrar
en el torrente sanguíneo, han aumentado más allá de los 1.000
microgramos por metro cúbico en los últimos días, es decir,
más de 40 veces la concentración recomendada por la Organización
Mundial de la Salud. “El Gobierno y los burócratas no tienen
previsión ni plan. Y mientras los fuegos no se acerquen a
las ciudades se van a mantener impasibles”, dice Romanova,
que critica las llamadas de alerta de las autoridades rusas
sobre la emergencia climática como “insultantemente débiles”.
En Verjoyanks, a unos 75 kilómetros del cráter Batagaika,
Ayal Vasilev ironiza con que debido al cambio climático pronto
se podrán cultivar allí sandías e incluso plátanos. “Los veranos
son cada vez más cálidos y algunos se alegran, porque nos
vamos desacostumbrando al frío y los inviernos fríos se hacen
duros; pero es peligroso”, reconoce el joven de 20 años, que
ha regresado a su aldea natal desde Yakutsk, donde estudiaba
Pedagogía, para echar una mano a su madre, Larissa Popova,
que trata de montar una casa rural para turistas.

La meteoróloga Liubov Perfilieva.
Aunque mantiene el estatus de ciudad, Verjoyansk,
que una vez tuvo un pequeño aeropuerto, apenas cuenta ahora
con un millar de vecinos. En el asentamiento, que compite
con otro de la región por el título de Polo Frío (el lugar
habitado más gélido del mundo), se registró una temperatura
de -67,8ºC en 1885, comenta Liubov Perfilieva, técnica en
su ya histórica estación meteorológica. El verano pasado batió
otro récord; esta vez positivo: 38 tórridos grados. Los niños
se lanzaron a chapotear en el lago y Perfilieva y la otra
técnica de la estación se dispusieron, como hacen cada tres
horas, a medir y anotar todas las variables en esa zona ártica;
incluida la temperatura del permafrost. “Ahora a unos 10 metros
se registran -8º”, dice la científica tras extraer la vara
medidora de temperatura de un profundo agujero en el suelo.
Las cosas han cambiado muy rápido en toda la zona, abunda
el alcalde de Verjoyansk, Dulustán Kapitonov. “El año pasado,
en el caluroso verano aparecieron pájaros desconocidos, con
colas parecidas a loros. Y un oso polar caminó por el distrito”,
recuerda el regidor, de 29 años. De hecho, en los últimos
25 años, los ornitólogos han identificado en Sajá-Yakutia
48 especies no autóctonas y raras en la región, como patos
reales o golondrinas. “Los dichos populares y ‘recetas’ de
nuestros antepasados ya no funcionan”, advierte. A Natalia
Lapteva, conservadora del museo de Verjoyansk, que expone
huesos de mamuts y bisontes y también la historia de algunos
de los represaliados enviados a la zona, los rápidos cambios
le generan algo de ansiedad. “Está sucediendo en todo el mundo,
pero a nosotros nos afecta especialmente”, afirma.
Al derretirse, el permafrost también desvela
vestigios de un pasado lejanísimo, el Pleistoceno. Mamuts
congelados casi de una pieza, restos de bisontes, rinocerontes
lanudos, leones cavernarios. Tesoros no solo para científicos
de todo el mundo, que como Albert Protopopov, jefe del departamento
de la Fauna Mamut de la Academia de Ciencias de Sajá-Yakutia,
estudian su evolución. También para los cada vez más habituales
cazadores de mamuts, que le sacan todo el jugo posible a la
búsqueda de colmillos de marfil de estos animales extintos,
que tienen un buen mercado sobre todo en China. Aunque estos
mamíferos desaparecieron del continente siberiano hace unos
10.000 años, las autoridades de Sajá-Yakutia estiman que 500.000
toneladas de sus amarillentos colmillos todavía están enterradas
en el suelo helado. En una de las salas del departamento de
investigación de la Academia, gigantescos huesos de mamuts,
astas de reno y restos de rinoceronte lanudo se agolpan en
las estanterías metálicas. Apenas queda un milímetro libre.
Es como una cueva de tesoros paleontológicos para los científicos.
Con grandes congeladores de los que el biólogo Protopopov
extrae con cuidado a Esparta, una cachorra de león cavernario
de hace 28.000 años. Con los ojitos cerrados, está tan bien
conservada que parece un peluche sobre el mostrador del laboratorio.
Fue hallada por cazadores de mamuts en 2018. No lejos de otro
cachorro de león cavernario aún más antiguo, de 48.000 años,
un macho al que se ha llamado Boris. “Las consecuencias del
calentamiento global y la degradación del permafrost, además
del hecho de que cada vez más personas buscan colmillos de
mamuts, está dejándonos hallazgos de forma más frecuente”,
abunda el científico. El estudio de la fauna de la edad de
hielo es clave, remarca Protopopov: “No solo porque arroja
cada vez más datos sobre los propios animales extintos, también
porque está directamente relacionado con el cambio climático”.

La cachora de león cavernario Esparta de hace
28.000 años, en una de las instalaciones de la Academia de
las Ciencias de Sajá-Yakutia.
Alrededor del 80% de las muestras únicas de
animales del Pleistoceno y Holoceno con tejidos blandos conservados
se han encontrado en Sajá-Yakutia. Entre ellos, describe orgulloso
Serguéi Fedorov, director de exposiciones del Museo del Mamut
de Yakutsk, una mamut hembra lanuda que había estado enterrada
en el hielo durante unos 15.000 años —hasta que emergió por
el deshielo del permafrost en 2012 y fue localizada por cazadores—,
y que estaba tan bien conservada que incluso se pudo extraer
una muestra de sangre y médula, según el informe de los investigadores.
“Fue épico”, dice el científico, que participó en las pesquisas,
“aunque estuve oliendo a mamut dos meses”, ríe. Ese hallazgo,
que atrajo a esa remota zona de Siberia a científicos de todo
el planeta, y otros posteriores dieron mayor impulso a la
secuenciación del genoma del mamut extinto y de otros animales,
como los caballos originarios de Lena, también desaparecidos
y de los que se han hallado ejemplares congelados con muy
buena conservación. Pero también hace sobrevolar la idea de
la clonación de estas especies. Fedorov cree que es aún demasiado
pronto. Ve más probables los trabajos de “rediseño” del ADN
del elefante asiático, el pariente evolutivo vivo más cercano,
para que se asemeje al extinto mamut lanudo. Al norte de Sajá-Yakutia,
en Chersky, a orillas del río Kolimá, celebre por los oscuros
Gulag soviéticos, el científico Serguéi Zimov y su hijo, Nikita,
han creado una estación de investigación y han puesto en marcha
un proyecto pionero para restaurar el ecosistema prehistórico.
Quieren demostrar su hipótesis de que la presencia de grandes
herbívoros en la tundra ártica ralentiza el deshielo del permafrost.
Su experimento se llama Parque Pleistoceno, un área en la
que han desplegado caballos y renos autóctonos, pero también
otros animales como bueyes o yaks. Sostienen que su pisoteo
compacta el suelo y lo mantiene congelado, una idea en la
que abundan otros estudios, como uno de la Universidad de
Yale publicado en Science en 2018. Y en ese paisaje, creen
los Zimov, sentir de nuevo las pisadas de mamuts sería el
colofón.
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Un equipo de televisión ruso, que sobrevolaba
la península de Yamal, observó en 2020 un agujero muy grande
en la tierra. Aunque viendo las imágenes nos pueda parecer
algo extraordinario, de hecho este era el agujero número 17
que se registraba en Siberia, el último que se había
visto en el norte de Siberia desde que el fenómeno se registró
por primera vez en 2014. Después de que el equipo de televisión
de Vesti Yamal TV anunciara su existencia, un grupo de científicos
realizó una expedición para examinar el gran cráter cilíndrico.
Estos determinaron una profundidad de hasta 50 metros. Este
tipo de ‘cráters’ se llaman hidrolacolitos o bulgunnyakhs
y son causados por la acumulación de gas metano en bolsas
de permafrost descongelado debajo de la superficie. Este era
uno de los agujeros más impresionantes que han aparecido en
los últimos años a medida que el permafrost se derrite, supuestamente
por culpa del calentamiento global.
El científico Dr. Evgeny Chuvilin, investigador
líder del Instituto de Ciencia y Tecnología de Skolkovo, reveló
a The Siberian Times que se trataba de un agujero “sorprendente
por su tamaño y grandeza. Estas son las fuerzas colosales
de la naturaleza que crean tales objetos”. El profesor Vasily
Bogoyavlensky, del Instituto Ruso de Investigación de Petróleo
y Gas en Moscú, reveló que este agujero es “único,
contiene mucha información científica adicional, que aún no
estoy listo para divulgar. Este es un tema de publicaciones
científicas. Tenemos que analizar todo esto y construir modelos
tridimensionales”.
Según los expertos, estos cráteres aparecen
porque se forman cavidades saturadas de gas en el permafrost.
En un sentido literal, un espacio vacío lleno de gas a alta
presión. La capa de cobertura se distiende, cuyo espesor es
de 5 a 10 metros aproximadamente. Bogoyavlensky afirma que
las actividades humanas, como la extracción de gas de las
vastas reservas de Yamal, podrían ser un factor en la aparición
de montículos y las erupciones, como las que han formado estos
enormes agujeros.

Primera exploración del denominado 'agujero
del mundo' en Yamal, Siberia.
Esta situación ha alarmado sobre el riesgo de
desastres ecológicos si estos agujeros se siguen abriendo
cerca de gasoductos, instalaciones de producción o en áreas
residenciales, mismos que podrían poner en riesgo a los habitantes
de la zona.
El permafrost (también denominado permahielo)
es, a grandes rasgos una capa subterránea de tierra o roca
con hielo y materia orgánica atrapada, que, estando lo bastante
resguardada de la radiación solar, puede en su mayor parte
permanecer congelado de manera ininterrumpida durante miles
de años. Aunque el permafrost del fondo marino ha sido objeto
de investigaciones desde hace décadas, la dificultad para
llevar a cabo mediciones ha impedido realizar una estimación
general de la cantidad de carbono y de su tasa de liberación.
Un nuevo estudio, realizado por el equipo de Sara Sayedi y
Ben Abbott de la Universidad Brigham Young en Estados Unidos,
aporta datos nuevos y reveladores sobre la retroalimentación
climática del permafrost submarino, generando las primeras
estimaciones de la cantidad de carbono que alberga, su tasa
de liberación de gases con efecto invernadero y la posible
conducta futura de las zonas ricas en permafrost submarino.
El estudio se titula “Subsea permafrost carbon stocks and
climate change sensitivity estimated by expert assessment”
y se ha publicado en la revista Environmental Research Letters,
de IOP Publishing. Los autores de la nueva investigación combinaron
los resultados de estudios publicados y de otros no publicados
para estimar la cantidad de carbono submarino pasada y presente
y la cantidad de gas con efecto invernadero que podría liberarse
del permafrost submarino en los próximos tres siglos.
Sayedi, Abbott y sus colegas han estimado que
las zonas de permafrost submarino actualmente almacenan 60.000
millones de toneladas de metano y 560.000 millones de toneladas
de carbono orgánico. Como referencia, la civilización humana
ha liberado un total de unos 500.000 millones de toneladas
de carbono en la atmósfera desde la Revolución Industrial.
El permafrost submarino es esencialmente el resultado de la
última era glacial y reacciona muy despacio al aumento de
las temperaturas. Solo ahora está comenzando a experimentar
los efectos del cese de la era glacial, tal como subraya Sayedi.
Sin embargo, las estimaciones del equipo de Sayedi sugieren
que el permafrost submarino ya ha empezado a liberar cantidades
sustanciales de gases con efecto invernadero, aunque más como
consecuencia del cese de la última era glacial que por la
actual actividad humana.

La línea de costa de la península Bykovsky en
el centro del Mar de Laptev, Siberia, retrocede durante el
verano, cuando bloques de permafrost ricos en hielo caen a
la playa y son erosionados por las olas.
Sayedi y sus colegas alertan de que si continúa
avanzando el calentamiento global causado por la civilización
humana, la liberación de metano y dióxido de carbono del permafrost
submarino podría aumentar sustancialmente, aunque este incremento
se materializará durante los próximos tres siglos en vez de
abruptamente.
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