Como en tantos otros pueblos andinos de Perú,
hasta mediados de los años 90 las familias campesinas de Chovinillo,
en el centro del país, jamás habían recibido la visita de
un profesional sanitario. De ahí la sorpresa de Gloria Basilio
al ver cómo dos enfermeras se presentaban en su casa. Acudieron
hasta en tres ocasiones y no precisamente para interesarse
por su salud, sino para convencerla de que se sometiera a
una ligadura de trompas para no tener más hijos. "¿Qué futuro
vas a dar a los que ya tienes siendo campesina?", le repetían.
Era 1996 y Gloria tan solo tenía 25 años. Confundida, les
dijo a las enfermeras que lo pensaría, pero cuando acudieron
a su casa por tercera vez, no le dejaron opción. "Tienes que
venir sí o sí", zanjaron, y ahí empezó su calvario.
Obligaron a Gloria, y a otras muchas mujeres
del pueblo, a subir a una camioneta y las trasladaron hasta
un hospital en un viaje interminable de tres horas por un
camino de tierra. En ese centro de salud público primero las
mandaron a la ducha para después entrar en la sala de operaciones.
"Me aplicaron anestesia local y vi cómo me cortaban el vientre
con un serrucho, parecía que iban a matar a una vaca. Había
dos médicos y dos enfermeras, y yo solo quería correr, pero
me amarraron de los brazos y las piernas. Después ya solo
recuerdo que me desperté en una sala y, cuando reaccioné a
base de cachetazos en la cara, solo pude llorar. Al día siguiente
nos volvieron a subir como animales en la misma camioneta.
Éramos unas 20 mujeres y el dolor era insoportable, todas
gritábamos", recuerda.

Ninguna de ellas volvió a recibir en su casa
la visita de un profesional sanitario. Nunca hubo un seguimiento
médico pese a las graves lesiones que sufrieron, tanto físicas
como psicológicas, y que aún arrastran a día de hoy.
Gloria Basilio es una superviviente, una de
las más de 300.000 mujeres que fueron esterilizadas forzosamente
en Perú durante el segundo mandato de Alberto Fujimori (1990-2000)
en el marco del Programa de Salud Reproductiva y Planificación
Familiar, una medida con la que el Estado pretendía luchar
contra la pobreza. Estas prácticas afectaron principalmente
a mujeres de procedencia indígena, con escasos recursos económicos,
de zonas rurales y urbano populares. También fueron esterilizados
en contra de su voluntad unos 24.000 hombres.
"Se trata de un crimen de lesa humanidad. Vulneraron
derechos humanos, derechos reproductivos, el derecho a la
planificación familiar, al acceso a una gama más amplia de
anticonceptivos, el derecho al consentimiento previo libre
e informado y por escrito, tratándose de métodos irreversibles",
explica María Ysabel Cedano, abogada de la organización feminista
Estudio para la Defensa de los Derechos de la Mujer (Demus).

Fujimori podrá ser juzgado por otra matanza
cometida durante su mandato.
En esta política de Estado, continúa Cedano,
hubo una cadena de mando donde se ejecutaron órdenes. Un aparato
de poder institucionalizado. "Se dio un patrón sistemático
y generalizado contra una población civil determinada con
conocimiento de la vulneración de derechos". La mayoría de
las víctimas de las esterilizaciones forzadas en Perú eran
jóvenes, indígenas, pobres y en muchos casos tampoco sabían
leer ni escribir. Fueron engañadas, amenazadas, chantajeadas
y humilladas. La mayoría operadas en lugares insalubres, sin
anestesia general y sin ningún tipo de cuidado posoperatorio.
Fueron abandonadas por el Estado.
A pesar de que han pasado 25 años, los responsables
de la implementación del Programa Nacional de Salud Reproductiva
y Planificación Familiar –Fujimori y sus exministros de Salud,
Alejandro Aguinaga, Eduardo Yong y Mariano Costa– aún no han
sido juzgados. Defienden que el objetivo era reducir la pobreza,
pero tampoco lo lograron. De hecho, la situación económica
de las mujeres esterilizadas en contra de su voluntad sigue
siendo muy precaria a día de hoy y en numerosos casos sus
hijos tampoco han podido progresar como consecuencia de todo
lo sufrido.
Esta investigación, además, se ha intentado
archivar en varias ocasiones, aunque finalmente se logró que
el Ministerio Público denunciara ante el Poder Judicial. El
proceso judicial se ha dilatado durante años e incluso el
pasado mes de enero se suspendió una audiencia contra Fujimori
y sus exministros de Salud antes de la posible apertura oficial
de juicio por falta de traductores que hablasen variantes
del quechua. Esa misma audiencia se celebró el 1 de
marzo, de forma pública.

"Solo habrá juicio si la investigación judicial
concluye en una acusación del Ministerio Público. El juez
ahora tiene que investigar a fondo, averiguar si hubo responsabilidad
penal en los promotores de esta política. Queremos que Fujimori,
los exministros de Salud y jefes médicos de estos delitos
de lesiones graves seguidas de muerte y lesiones graves –en
contexto de conflicto armado interno– que configuraron este
crimen de lesa humanidad puedan ser acusados y llevados a
juicio", aclara la abogada.
"El problema es que no solo nos enfrentamos
a una justicia patriarcal, clasista y racista, sino a poderes
de facto, a una cultura judicial que debe ser reformada. Se
trata de fuerzas políticas que han gobernado el país durante
los 80 y 90 y que pretenden seguir gobernándolo", asegura
Cedano. Prueba de ello es la fuerza que aún sigue teniendo
el Fujimorismo en el país, con la propia hija de Alberto Fujimori,
Keiko, como candidata a la presidencia y líder del partido
Fuerza Popular. Fujimori, por su parte, cumple desde 2009
una condena de 25 años de cárcel por violación de los derechos
humanos durante su gobierno.
Desde las asociaciones que acompañan a las víctimas
de esterilizaciones forzadas recuerdan que en Perú aún hay
que explicar que estas prácticas atroces "no fueron un mito
ni un error" y que las personas afectadas necesitan justicia
y reparación. "Todavía escuchamos decir: ‘Pero si fue un cortecito
de nada de dos puntos, no sé por qué exageran tanto’, cuando
la realidad es que miles de mujeres sufrieron graves infecciones,
e incluso muertes, y su salud mental se vio seriamente afectada
de por vida. Es increíble la falta de sensibilidad de autoridades,
funcionarios y parte de la sociedad civil", lamenta María
Esther Mogollón, coordinadora del Grupo de Seguimiento a las
Reparaciones a Víctimas por Esterilizaciones Forzadas (GREF).

El expresidente peruano Alberto Fujimori a su
salida de la clínica Centenario de Lima (Perú) a principios
de 2018.
Uno de los casos más significativos fue el de
Mamérita Mestanza, una campesina indígena que murió en 1998
a consecuencia de una esterilización forzada. Llegó a recibir
cerca de 10 visitas de funcionarios del Programa Nacional
de Salud Reproductiva y Planificación Familiar hasta que fue
operada sin su consentimiento. En 2003 su caso llegó a la
Comisión Interamericana de Justicia (CIDH) y el Estado llegó
a un acuerdo de solución amistosa en el que se comprometió
a indemnizar a sus familiares y a investigar y sancionar a
los responsables de estas prácticas. La Fiscalía llegó a archivar
el caso en varias ocasiones, aunque finalmente fue reabierto.
Los responsables, eso sí, siguen sin ser juzgados.
"¿Pero qué más pruebas quieren?", se pregunta
Gloria, como si fuera poco el hecho de que su mente y su cuerpo
ya no sean los mismos. Como si fuera poco ese dolor punzante
que sigue sintiendo y que prácticamente le impide tener relaciones
sexuales. O que su trabajo como campesina se viera seriamente
perjudicado al no poder agacharse, por no hablar de las infecciones
de ovario, los sangrados frecuentes y el prolapso uterino
que padece desde que fue brutalmente esterilizada. Hace ya
tiempo que Gloria se trasladó a vivir a Lima tratando de buscar
una vida menos dura que la del campo, pero debido a la pandemia
perdió su empleo como ayudante de cocina y ahora ni siquiera
puede acudir al médico. Perú ha sido uno de los países de
América Latina donde el coronavirus ha golpeado con más fuerza,
ya que con una población de unos 32 millones de habitantes
acumula cerca de 1,3 millones de contagios y más de 45.000
fallecidos.
Por si fuera poco, además de la grave crisis
política que atraviesa el país después de que en noviembre
el Congreso destituyera al presidente Martín Vizcarra, un
nuevo escándalo ha salido a la luz en las últimas semanas,
el llamado "Vacunagate". Cientos de personas influyentes como
políticos, empresarios o altos funcionarios se vacunaron anticipadamente
en secreto, incluyendo al propio Vizcarra y algunos de sus
familiares.

Dependiendo de cómo se haya realizado el procedimiento,
la ligadura de trompas puede ser reversible. Sin embargo,
el programa de Fujimori no contempló esa opción y las mujeres
esterilizadas –muchas de ellas todavía no habían tenido hijos–
ya no pudieron quedarse embarazadas. Para las mujeres andinas
no poder tener hijos supone además un estigma social: muchas
fueron abandonadas por sus maridos, rechazadas en sus comunidades
y, en definitiva, marginadas de la sociedad.
Así lo vivió María Elena Carbajal, quien a diferencia
de muchas afectadas, ella residía en Lima y la esterilizaron
cuando fue a dar a luz a su cuarto hijo, en 1996. Tras el
parto, el personal médico le preguntó cuántos hijos tenía
y qué método anticonceptivo utilizaba. Al responder que no
usaba ninguno, le ligaron las trompas. "Yo estaba preocupada
porque ya habían pasado muchas horas desde el parto y aún
no tenía a mi hijo. Me di cuenta de que no me lo entregarían
hasta que diera mi consentimiento (para la esterilización)
y tenía miedo porque también había habido casos de bebés robados",
relata esta mujer de 50 años, presidenta de la Asociación
de Víctimas de Esterilizaciones de Lima y Callao. "Cuando
mi marido acudió al hospital y le expliqué lo ocurrido, se
enojó porque pensaba que me había operado para tener otras
parejas y nos abandonó", añade María Elena.
Tenía 26 años y a partir de ahí comenzó su particular
"vía crucis": madre soltera con cuatro hijos y con una salud
muy delicada. "Me quedé con prolapso uterino y muchos dolores
y eso condicionó toda mi vida". Es más, años más tarde, a
los 31, cuando María Elena tenía una nueva pareja, acudió
al hospital pensando que la ligadura de trompas podría ser
reversible, pero ahí le informaron de que ya no podría volver
a quedarse embarazada nunca más. Al no poder tener más hijos,
esa segunda pareja también la dejó. "No solo fue lo que ocurrió
hace 25 años, sino todo lo que ha ocurrido durante ese tiempo.
Esto nos ha marcado la vida, la nuestra y la de nuestros hijos
y no haber tenido el compromiso de ningún gobierno es vergonzoso.
Es nuestro cuerpo de lo que hablamos, son nuestros testimonios,
nuestras cicatrices. Esto ocurrió y cada año que pasa hay
más mujeres enfermas. ¿Cuánto más debemos esperar?", se pregunta
María Elena.
“Estamos hartas. Queremos que las mujeres sigan sobreviviendo,
tanto física como emocionalmente”.
A finales del decenio de 1990, la vida de María Elena
Carbajal Cepeda cambió para siempre, cuando se convirtió
en una de los miles de mujeres que fueron esterilizadas,
en el marco de un programa del gobierno de Perú orientado
a la lucha contra la pobreza.


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Su rabia es más que entendible porque, independientemente
del signo político, ninguno de los cinco presidentes que han
gobernado Perú en los últimos 30 años –Alejandro Toledo, Alan
García, Ollanta Humala, Pedro Pablo Kuczynski y Martín Vizcarra–
han indemnizado a las personas afectadas por estas prácticas.
El pasado 8 de febrero varios medios de comunicación publicaron
que las víctimas de esterilizaciones forzosas bajo el mandato
de Fujimori serían finalmente indemnizadas por el Estado peruano
tras aprobar una norma que modifica la Ley 28592, mediante
la cual se creó el Plan Integral de Reparaciones (PIR), y
que reconoce la violencia sexual en todas sus formas. Sin
embargo, el Gobierno del presidente interino Francisco Sagasti
aún no ha emitido un comunicado oficial sobre esa modificación
ni ha hablado de que se vaya a reparar económicamente a estas
mujeres.
"No hemos escuchado un anuncio oficial del Gobierno
sobre los alcances y medidas de esta modificación y eso solo
ha hecho que aumente la preocupación de las víctimas", explica
la abogada Cedano. "Si bien se ha producido un hecho histórico
al aprobar la modificación de la ley PIR para reconocer el
derecho a reparaciones a las víctimas de violencia sexual
en todas sus formas y abre la puerta para el acceso a los
programas de reparación vigentes, inclusive la reparación
económica, no se ha aplicado hasta la fecha", añade. Ahora
corresponde al Consejo de Reparaciones, un órgano colegiado
adscrito al Ministerio de Justicia y Derechos Humanos y que
tiene a cargo la elaboración del Registro Único de Víctimas,
evaluar el contenido total de la norma y analizar su forma
de aplicación, porque de momento, tal y como está planteada
la ley, no se podría indemnizar económicamente a las víctimas
de esterilizaciones forzadas.
En ese sentido, la organización Estudio para
la Defensa de los Derechos de la Mujer considera que una aplicación
de la ley conforme a los derechos humanos debe incluir a todas
las víctimas de violencia sexual en todas sus formas, incluyendo
a las de las esterilizaciones forzadas. Las supervivientes,
por su parte, tienen claro que van a continuar luchando hasta
el último momento.
La Corte Suprema de Perú confirmó a principios de 2020
que el expresidente Alberto Fujimori, quien ya cumplia
una sentencia de 25 años de cárcel por asesinato y corrupción,
podría ser juzgado como autor en otro nuevo caso
de homicidios ocurrido durante su gobierno (1990-2000).
De acuerdo a la fiscalía, Fujimori sería el autor mediato
de la muerte de los seis campesinos, quienes fueron
torturados, quemados y acribillados por un grupo clandestino
de militares protegidos por el gobierno, y que utilizaba
para combatir al grupo terrorista Sendero Luminoso.
El día de Navidad de 2017, Fujimori recibió el derecho
de gracia y un indulto presidencial por parte del entonces
mandatario Pedro Pablo Kuczynski, con lo que fue excarcelado
de otra sentencia de 25 años de cárcel por el asesinato
de 25 peruanos, también en 1992. El indulto fue posteriormente
anulado por el siguiente presidente Martín Vizcarra
y Fujimori, de 81 años, volvió a prisión donde continúa
encarcelado.
Fujimori comienza su carrera política en 1990, cuando
se presenta como candidato a la presidencia en las elecciones
generales de ese año al frente del movimiento Cambio
90, que había creado el año anterior. Fujimori, entonces
desconocido en las esferas políticas, recibió un apoyo
inicial de sectores marginales de la sociedad peruana,
pequeños empresarios y algunas iglesias evangélicas,
que hacían su ingreso en la vida política peruana. Fujimori
obtuvo el 29.9% de los votos en la primera vuelta en
abril de 1990, pasando a segunda vuelta contra el escritor
Mario Vargas Llosa; quien lideraba el Frente Democrático
(Fredemo), que agrupaba a los partidos tradicionales
de centro y derecha del Perú y dejando en el camino
al candidato oficialista (aprista), Luis Alva Castro.
Para la segunda vuelta electoral, Fujimori recibió el
apoyo de grupos de izquierda y el respaldo implícito
del gobierno aprista de Alan García.

Durante esta etapa comienza a trabajar con Vladimiro
Montesinos, abogado y excapitán del ejército. El 10
de junio de 1990, Alberto Fujimori venció a Mario Vargas
Llosa con el 62.32% de los votos. Fujimori ha sido el
líder de seis agrupaciones políticas distintas: el movimiento
Cambio 90, el partido Nueva Mayoría, el movimiento Vamos
Vecino, la alianza Perú 2000, el partido Sí Cumple y
la Alianza por el Futuro; además buscó sin éxito una
curul en el Senado japonés por el partido Kokumin Shinto.
En el 2011, aún contaba con la simpatía de un sector
de la población de Perú y en las elecciones del 2011,
Fuerza 2011 la coalición que agrupa a los partidos fujimoristas,
obtuvo la segunda mayoría con 37 escaños en el Parlamento
Unicameral (130). En las elecciones generales de 2016,
la agrupación fujimorista bajo el nombre de Fuerza Popular,
liderada por su hija Keiko Fujimori obtuvo 73 escaños
en el Parlamento Unicameral de 130 (56 %), que le aseguran
mayoría absoluta.
A fines del año 2000, tras diversos escándalos de corrupción
de funcionarios ligados a su gestión, viajó del Perú
hacia Brunéi para asistir a la cumbre anual de la APEC,
para posteriormente viajar a Japón, desde donde dimitió
vía fax al cargo de Presidente, la cual no fue aceptada
y el Congreso declaró su «incapacidad moral» y la vacancia
de la Presidencia. Le fue reconocida la nacionalidad
japonesa de nacimiento, gracias a la cual evadió las
acusaciones judiciales que pesaban en su contra. En
el año 2005 viajó a Chile como país de paso para su
retorno al Perú, con intención de participar en las
elecciones generales de Perú de 2006, sin embargo fue
arrestado debido a la orden de captura internacional
existente en su contra. Durante su estancia en Chile
buscó sin éxito una curul en el Senado japonés por el
partido Kokumin Shinto. Fue extraditado para enfrentar
cargos penales a Perú en septiembre de 2007, tras lo
cual afronta en detención procesos por delitos cometidos
durante su gobierno. Hasta el 2020 ha recibido 5 sentencias
condenatorias. El 24 de diciembre de 2017, fue beneficiado
y liberado gracias a un indulto humanitario por el entonces
presidente Pedro Pablo Kuczynski, aunque el 3 de octubre
de 2018 el Poder Judicial anuló su indulto, ordenando
su ubicación y captura. Para evadir su inminente encarcelamiento
se internó en una clínica, pero el 23 de enero de 2019
regresó a cumplir su sentencia al penal de Barbadillo.
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