En mitad de Siberia, una monumental grieta ha
atraído todas las miradas a nivel mundial. Lo que hasta hace
poco más de medio siglo tan solo era un barranco con un par
de metros de profundidad se ha convertido, por méritos propios,
en uno de los accidentes de la naturaleza más impresionantes
de nuestro planeta, que aumenta de tamaño cada año y del que
los científicos no saben hasta donde puede crecer: es conocido
en medio mundo como la Puerta del Infierno. Este impresionante
fenómeno se dio a conocer en la década de los sesenta del
siglo pasado, cuando los habitantes de Batagai —una ciudad
situada en la Siberia oriental (Rusia)— se encontraron con
algo inesperado: un impresionante cráter en mitad de la nada,
donde antes tan solo había un pequeño precipicio. Pronto se
comenzó a investigar en la zona y, desde hace varias décadas,
trata de conocerse qué tamaño puede alcanzar, algo sobre lo
que se siguen teniendo dudas.
Situado en Siberia, toda la superficie terrestre
de la zona es permafrost, es decir, suelo permanentemente
congelado. El ascenso de las temperaturas como consecuencia
del cambio climático provocó que una determinada zona cogiera
mayor temperatura de la que debía y, por tanto, que el suelo
helado se convirtiera en agua. La acumulación del líquido
elemento pronto reblandeció el terreno, provocando su hundimiento
y se generaró un agujero de increíbles dimensiones.
El cráter de Batagaika continúa creciendo año tras y año y
un último estudio publicado en la revista 'Science' revela
que su tamaño crece unos 13 metros de media por año: así,
en la actualidad tiene casi dos kilómetros de largo, 900 metros
de ancho y unos 150 metros de profundidad. Este incremento
es notable desde 2016, pues según este estudio, hasta esa
fecha su media de crecimiento era de 10 metros, por lo que
en el último lustro la brecha se ha incrementado en tres metros
por año.
La Puerta del Infierno en realidad no es más
que un colapso del permafrost, pero de un tamaño inaudito.
El notable aumento de las temperaturas en Siberia, especialmente
en los últimos años, está provocando que el deshielo de su
suelo sea cada vez más rápido, a lo que hay que sumar el grave
problema de los incendios en la zona: según Greenpeace, solo
en 2020 han ardido 19 millones de hectáreas en la zona, es
decir, más de un tercio del total de la superficie de España.
De hecho, los expertos han llegado a la conclusión de que
su tamaño ya es tan importante que, aunque consiguiéramos
volver a tener las condiciones climáticas de comienzos del
siglo pasado, ya sería imposible que este cráter se cerrara
de manera natural. O, dicho de otra manera, este enorme agujero
jamás se cerrará: de hecho, la previsión es que en los próximos
años siga derrumbándose el permafrost y, por tanto, haciéndose
cada vez más grande.

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Los científicos llevan varios años realizando investigaciones
en la zona, considerándola un lugar ideal para el análisis:
no en vano, han descubierto que la antigüedad del suelo es
de 200.000 años y, en el interior del cráter, han conseguido
encontrar restos de grandes bisontes o mamuts desaparecidos
hace miles de años de nuestro planeta. Pero incluso han conseguido
ir más allá, encontrando que hace 125.000 años la temperatura
media en la zona era superior a la actual. Y ahí, precisamente,
es donde radica una de las grandes causas del tamaño de la
Puerta del Infierno. Si hace tanto tiempo hacía más calor,
¿por qué se ha derretido en la actualidad el permafrost? La
explicación es sencilla: la deforestación. La ausencia de
los árboles que existían en la zona provoca que el suelo haya
perdido su protección estructural, además de que la ausencia
de vegetación evita que haya sombra, fundamental para enfriar
el permafrost y evitar el deshielo.

El interior del enorme crater.
Pero no solo la deforestación es la culpable de que el permafrost
se esté descongelando. En junio, se vivió una de las situaciones
más extrañas de todos los tiempos: la ciudad de Verkhoyansk,
situada al norte de Siberia y a solo 75 kilómetros de Batagai,
registró una temperatura de 38 grados. Que una de las zonas
más frías del planeta viva situaciones tan ilógicas genera
que el suelo helado pierda consistencia a pasos agigantados,
y que la Puerta del Infierno sea cada vez más grande.

La ola de calor de Siberia empezó a finales de enero
y, desde entonces, se han registrado temperaturas tan
extremas como los 38ºC de Verjoyansk, llamado “el polo
del frío”. Esto está dejando un paisaje invadido por
las llamas y un permafrost que mengua tras siglos congelado,
lo cual está desvelando los secretos escondidos bajo
el hielo. El lago Pechevalavato se ha convertido en
el escenario de uno de los descubrimientos más llamativos:
se han encontrado restos de mamut lanudo de hace 10.000
años.
El mamut vivió desde hace casi 5 millones de años hasta
hace unos 3.500 y muchos de sus restos yacen bajo el
hielo helado del norte de Rusia. El permafrost los ha
conservado en perfecto estado durante siglos, hasta
que la ola de calor de este año ha dejado expuesto el
esqueleto de un ejemplar que, se calcula, vivió hace
10.000 años.
El gobierno ha publicado imágenes del momento del hallazgo
en el lago Pechevalavato, donde han aparecido parte
del cráneo del mamut, varias costillas y huesos de las
patas delanteras, incluidos algunos con tejido blando
todavía unido a ellos. También han reportado fragmentos
de pies e incluso piel. Esto da una oportunidad de oro
a los investigadores porque el tejido blando siempre
desvela más información.

El descubrimiento fue accidental. Un grupo de pastores
con renos tropezaron con los huesos a lo largo de la
costa del distrito autónomo de Yamalo-Nenets, y en poco
tiempo había un montón de científicos desenterrando
el esqueleto con expectación.
No es la primera vez que el calor derrite el hielo
y deja a la vista sus secretos. De hecho es frecuente
que grupos de cazadores se desplacen cada verano a las
remotas islas deshabitadas de Nueva Siberia en busca
del escurridizo "oro blanco", como llaman a los colmillos
del extinto mamut lanudo, escondidos en el permafrost.
También en 2013 se encontró un esqueleto completo. El
ejemplar incluso fue nombrado como Buttercup.
Otros hallazgos que se han producido cuando el calor
ha derretido en exceso el permafrost han sido un cachorro
de león cavernario extinto, en 2017, y en 2019 un potro
de 42.000 años y una cabeza de lobo de 32.000 años.

El bebé mamut mejor preservada de la historia.

La impresionante cabeza de un lobo gigante
de más de 30.000 años hallada en Siberia con los colmillos
y el cerebro intactos.
Pero nada causa más expectación que el mamut. Existe
incluso un grupo de científicos dirigido por el reconocido
ingeniero molecular y genetista George Church, de la
Universidad de Harvard, que busca crear un híbrido de
mamut lanudo y elefante asiático. Ambos comparten el
99 por ciento de su ADN y es, por tanto, su pariente
vivo más cercano.
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El permafrost (ocasionalmente traducido como permahielo,
gelisuelo, permagel o permacongelamiento) es la capa de suelo
permanentemente congelado —pero no permanentemente cubierto
de hielo o nieve— de las regiones muy frías o periglaciares,
como la tundra. Puede encontrarse en áreas circumpolares de
Canadá, Alaska, Siberia, Tíbet, Noruega y en varias islas
del océano Atlántico sur como las islas Georgias del Sur y
las islas Sándwich del Sur. El permafrost se puede dividir
en pergelisol, la capa helada más profunda, y mollisol, capa
más superficial que suele descongelarse. Durante cientos de
miles de años, el permafrost del Ártico ha acumulado grandes
reservas de carbono orgánico (se estima que de 1,4 a 1,85
billones de toneladas métricas). Los pronósticos predicen
una disminución en las áreas de permafrost debido al aumento
del calentamiento global.
Normalmente un suelo en las zonas sobre las que se desarrolla
el permafrost, se compone de una capa u horizonte superior
conocido como "capa activa", que se deshiela y congela con
las diferentes temporadas. Su superficie es variable, desde
unos centrímetros hasta 4 metros de espesor y sobre las que
se desarrolla la vida. Por debajo de la misma, aparece la
capa de suelo congelado, el permafrost. Por "permafrost" nos
referimos a una capa u horizonte de suelo (en la clasificación
de edafología de la WRB se conoce como un horizonte crítico),
permanentemente congelado por dos o más años consecutivos,
con agua insuficiente como para formar cristales de hielo
fácilmente visibles; un espesor de 5 cm o más (hasta 1.5 km)
y normalmente situada bajo esta capa activa que previamente
indicamos. No es hielo, es suelo congelado.
Este suelo congelado, puede ser extremadamente pobre, de
arena y roca, o ser tremendamente rico en materia orgánica;
tener agua congelada o apenas tener agua... simplemente están
congelados (temperatura del suelo inferior a 0 grados centígrados)
por dos o más años, normalmente cientos o miles de años.

Erosión costera en Alaska y capa de permafrost
bajo un horizonte superficial ("capa activa").
Ocupa entre el 20-24% de la superficie de la
Tierra (Alaska, Canadá y Rusia, principalmente); una superficie
un poco menor que la ocupada por los desiertos en la superficie
terrestre (un 25% y avanzando), pero donde puede existir perfectamente
la vida, sobre la que se desarrolla la tundra, taiga o ser
perfectamente habitable y explotable económicamente, como
ocurre con buena parte de la población que habita en Siberia.
Con el aumento de la temperatura, recordemos
que 2015 y 2016 fueron los más cálidos de la historia, estos
suelos que han permanecido cientos o miles de años en congelación,
se están comenzando a descongelar. Muy lentamente, pero de
forma imparable y a un ritmo mayor de lo que se pensaba hasta
ahora, unos 0.12ºC/año. Esta cifra que a priori parece insignificante
para la mayoría de las personas, supone un cambio muy brusco
para algo que debería de estar en congelación permanente.
Un ejemplo, un aumento global de la temperatura de unos 2ºC
sobre los niveles pre-industriales, supondría la pérdida de
un 40% de la superficie ocupada por el permafrost.
La subida de 1ºC de temperatura global supondría
la pérdida de una superficie de permafrost, más o menos, como
la superficie que ocupa la India.
Después de cientos o miles de años congelado,
este suelo comienza a descongelarse y también a perder su
estructura. Una de las múltiples funciones del suelo es la
de dar soporte a la vida, y la pérdida de su estructura acaba
provocando que todo lo que hay sobre él acabe colapsando,
tumbándose y/o grandes inundaciones por el deshielo. Y esto
afecta tanto a construcciones como a los propios bosques.
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"Drunken trees" o árboles ebrios por la pérdida
de estructura en un suelo de permafrost. Fotografía de Jon
Ranson (NASA Science blog).
El permafrost se distribuye principalmente sobre Alaska,
Canadá y Rusia; aunque también por los países nórdicos
y el Himalaya, y el caso de Rusia es probablemente de
los casos más singulares. Más del 63% del territorio
ruso se asienta sobre zonas de permafrost, y las previsiones
más pesimistas indican que para 2050 más del 75% de
las construcciones que se asientan sobre él van a acabar
por colapsar.
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El permafrost y las construcciones tradicionales.
Y este colapso de construcciones, acabará
provocando grandes migraciones interiores y probablemente
también tendrá como consecuencia la subida del precio
de minerales (níquel por ejemplo), gas o petróleo. En
Siberia están situadas las ciudades de Norilsk (175.000
habitantes,) Yaktusk (270.000 habitantes) y Vorkuta
(75.000 habitantes). Estas ciudades y buena parte de
otras pequeñas ciudades siberianas, fueron construidas
durante la URSS por presos políticos para la obtención
de recursos minerales (carbón, gas, petróleo, níquel,
cobre, diamantes...) y se asientan sobre el permafrost
continuo.
Norilsk, la otrora "ciudad más contaminada
del mundo" tiene una de las mayores reservas del mundo
de cobre, paladio y níquel. Además, dispone de importantes
recursos de gas, tal y como bien explicaba Ricardo Marquina
en este corto documental sobre la industria del níquel
de Norilsk. Además, explicaba cómo es la vida en estas
latitudes y donde también indicaba que el permafrost
comenzaba a vencer a la ciudad, y cómo la ciudad estaba
tomando medidas contra él.

El permafrost actúa como una enorme y
gigantesca jaula de residuos de carbono, normalmente
plantas y animales, que durante las glaciaciones y la
congelación del terreno, se han ido descomponiendo.
Se calcula que la cantidad de carbono
retenido en el permafrost es más o menos el doble que
el existente en la atmósfera. Mientras que el carbono
ha permanecido "enjaulado" por el permafrost no ha existido
problema. Ahora que se comienza a perder la capa de
permafrost, la materia orgánica descompuesta se libera
en forma de dióxido de carbono y metano, los dos principales
gases de efecto invernadero. Esto que parece de un mundo
lejano es completamente real y ya está ocurriendo en
la tundra de Alaska. Los suelos de Alaska están actuando
como emisores de CO2 a la atmósfera (un incremento del
73% desde 1975).
Además de retener a modo de jaula al carbono,
también hace de "jaula" de enfermedades de los que eran
portadores los animales que quedaron congelados y que
al igual que los gases, también son liberados al medio.
El año pasado se produjo un brote de ántrax (Bacillus
anthracis) en la Península de Yamal, al norte de Siberia
y que provocó la muerte de un niño, más de 100 hospitalizados,
la muerte de 2000 renos y el envío de brigadas de vacunación
llegadas a la zona para inmunizar a más de 25000 renos.
El aumento de las temperaturas (temperaturas medias
de unos 35ºC, unos 6ºC superiores a los habituales en
esa época del año), favorecieron el año pasado la pérdida
del permafrost. En este permafrost, había unos cadáveres
de varios renos infectados por la bacteria en 1941,
en plena guerra mundial. Las esporas del antrax permanecieron
en letargo durante todo este tiempo (pueden permanecer
más de 100 años), hasta que 75 años después, tuvieron
la oportunidad de volver a la vida, y es algo de lo
que se lleva advirtiendo desde hace años. Esta situación
no es única ya que en los últimos años se han descrito
diferentes cepas de virus de hasta 30.000 años de antiguedad,
que permanecían congelados por el permafrost. Y esto
sí que puede ser un gran problema y con un efecto más
inmediato que el del cambio climático. Si una de estas
cepas víricas vuelve a la vida, hay infección y no la
conocemos.
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