Cazadores furtivos ugandeses han asesinado a
Rafiki, uno de los gorilas de montaña más famosos de Uganda,
cuya especie está en grave peligro de extinción y de la que
solo quedan un millar de ejemplares, en el Parque Nacional
del Impenetrable Bosque de Bwindi, según han explicado este
viernes las autoridades. La Autoridad de Vida Salvaje de Uganda
(UWA) ha arrestado a cuatro sospechosos en el mismo parque
de Bwindi (sudoeste del país), que colinda con Ruanda y la
República Democrática del Congo, el único rincón del mundo
donde habita esta especie de gorilas.
Uno de ellos, detenido el pasado 4 de junio,
tenía carne de potamoquero (una especie de cerdo salvaje)
y varias armas de caza. Y ha confesado que ha matado al conocido
primate en defensa propia, explicando que el animal les intentó
atacar, a él y a los otros tres sospechosos, que se encuentran
bajo custodia policial a la espera de juicio. Rafiki, que
significa "amigo" en suajili, era el macho de espalda plateada
(dominante) de la familia de Nkuringo, formada por 17 miembros,
además de ser una figura muy aclamada entre los ugandeses
y los visitantes del parque.
Según la autopsia, ha fallecido después de que
un objeto afilado le atravesase la parte superior izquierda
de su abdomen hasta alcanzar sus órganos. Rafiki llevaba desaparecido
desde el 1 de junio y fueron los equipos de rastreadores del
parque los que encontraron su cadáver en la misma reserva
natural. El bosque de Bwindi, inscrito en el Patrimonio Mundial
de la Humanidad de la Organización de la ONU para la Educación,
la Ciencia y la Cultura (Unesco), es el refugio de casi la
mitad de los gorilas de montaña que quedan en el planeta,
de acuerdo con la Unión Internacional para la Conservación
de la Naturaleza (UICN).
La población de gorilas de montaña, especie
en peligro crítico de extinción que habita en tres parques
de Uganda, República Democrática del Congo y Ruanda, se estima
en 1.004 ejemplares, según el Fondo Mundial para la Naturaleza
(WWF).
En apenas ocho años, la población de esta especie
-la beringei beringei- ha aumentado en el congoleño parque
de Virunga de 480 ejemplares en 2010 a 604 en la actualidad
(41 grupos y 14 machos); los que sumados a los gorilas de
la parte ugandesa ascienden a una estimación total de 1.004
ejemplares.
"¡Clac, clac, clac, clac!". Las ráfagas de disparos
de las cámaras fotográficas rompen la plácida monotonía de
la selva impenetrable de Bwindi, en Uganda. La imagen de Bahati,
que significa el afortunado, un colosal ejemplar macho de
gorila de montaña (Gorilla beringei beringei) refulge entre
el espesor arbóreo. El grupo de turistas ha caminado durante
más de dos horas, serpenteando las empinadas laderas del bosque
húmedo de montaña (a unos 2.100 metros de altitud) antes de
encontrarse cara a cara con el ser vivo que inspiró el mito
de King Kong. Sentado en el suelo y distraído, su espalda
de pelaje blanco reposa en el tronco de un árbol. Ajeno a
la excitación que está provocando entre los visitantes, el
'espalda plateada' aplasta y mastica hojas, mientras sus 240
kilos de puro músculo no muestran el menor signo de tensión.
"Intenten evitar el contacto visual, bajen la
mirada si el gorila les mira directamente a los ojos", ruega
uno de los rastreadores mientras aparta arbustos y ramas para
mejorar el tiro de las cámaras. Utiliza su machete, una tremenda
hoja de acero afilada rematada con una empuñadora de madera.
Es el mismo arma que utilizaron los cazadores furtivos para
acabar con la vida de la primatóloga estadounidense Dian Fossey
en Ruanda, en 1985. Ella fue la primera defensora de estos
grandes simios, y la impulsora de los proyectos para su conservación,
en África Oriental. En la actualidad la Fundación que lleva
su nombre continúa trabajando para la preservación y conservación
de los gorilas.
Protegerlos siempre ha sido peligroso, y visitarlos
tampoco está exento de riesgo. "Nunca se sabe cuando uno puede
toparse con problemas en medio de la selva", repone Wilber
Tumwesigye guía y guardabosques de la Autoridad Ugandesa para
la Vida Salvaje (UWA). Por eso, dos soldados acompañan a los
turistas en su rastreo de gorilas. La culata de madera del
kalashnikov de uno de ellos descansa en el suelo, mientras
el otro uniformado sostiene su AK-47 colgado del hombro, por
una correa hecha con una tira de goma con dos nudos.
De repente la maleza cruje al ser pisada, y
todos aguantan la respiración. Bahati se incorpora y asciende
majestuosamente por el tronco, para terminar afianzándose
entre dos ramas gruesas. Desde lo alto, observa sus dominios,
en la región de Nkuringo (Uganda). Un territorio cada vez
más amenazado por la deforestación y la creciente presión
de los campos de cultivo cercanos. No en vano, en algunos
países donde hay presencia de gorilas, como en Ruanda, su
hábitat no supera los 480 quilómetros cuadrados, una extensión
del tamaño de la ciudad de Nueva York, aproximadamente.
Bahati, el espalda plateada, en el Bosque Impenetrable
de Bwindi (Uganda).
En la actualidad quedan 1.000 gorilas de montaña
en todo el mundo, según el último informe de la Fundación
Internacional Dian Fossey. Existen dos poblaciones, una en
el macizo de Virunga (territorio compartido por Ruanda, Uganda
y la República Democrática del Congo) que cuenta con 604 individuos
(según el último recuento del censo de 2016). La segunda se
encuentra en el Bosque Impenetrable de Bwindi en Uganda, con
más de 400 ejemplares (son datos del último censo de 2011).
Por primera vez desde hace 30 años se ha logrado sobrepasar
el millar de ejemplares. "El aumento no se debe a que haya
habido más alumbramientos de lo normal, sino a que los gorilas
están siendo protegidos de peligros como trampas y furtivos,
nuestro objetivo es erradicar la caza ilegal", apunta Wilber.
Lejos ha quedado ya aquel fatídico año 1977
cuando la población de gorilas de montaña tocó fondo, con
tan sólo 250 individuos en libertad. La caza indiscriminada,
la presión de las actividades humanas y el comercio ilegal
llevaron a estos grandes simios casi al borde del exterminio.
Por aquel entonces se creía que la especie se extinguiría
con la llegada del cambio de milenio. Hoy hay motivos para
la esperanza. La situación oficial de la especie acaba de
ser reevaluada, y ha pasado de "en peligro crítico de extinción",
el nivel más alto de amenaza, a "en peligro de extinción",
un nivel ligeramente inferior. "Nosotros estamos con las botas
en el terreno 365 días al año", recalca Veronica Vecellio,
asesora sénior para el programa Gorilas de la Fundación Dian
Fossey. La fundación cuenta con 70 rastreadores y da formación
a biólogos ruandeses y congoleños para intensificar las medidas
de conservación. También realiza actividades de participación
con las comunidades de personas locales enfocadas a la educación
y convivencia con las poblaciones de gorilas.
Desde el centro de investigación de Karisoke,
en Musanze, una de las ciudades más populosas de Ruanda, la
Fundación lleva más de medio siglo monitorizando a estos grandes
primates y velando por su supervivencia. "Les damos protección
directa estando físicamente en el bosque con los gorilas cada
día, recogiendo información sobre su comportamiento y su salud",
explica Vecellio. Uno de los principales peligros es el contagio
de enfermedades que pueden transmitirles las personas, ya
que su sistema inmunológico es más débil que el de los seres
humanos.
"Hemos creado grupos anti-cazadores furtivos
para detectar y denunciar las actividades ilegales que puedan
suceder en el Parque Nacional de los Volcanes, –en Ruanda-",
recuerda Vecellio. También, al otro lado de la frontera, en
Uganda, la ley se ha endurecido en las últimas décadas. "Si
alguien entra sin el permiso en el parque nacional de Bwindi,
puede acabar en la cárcel, si se demuestra que ha matado a
algún gorila o a otro animal. Puede ser condenado a 20 años
de prisión, a pagar 200 millones de chelines ruandeses (unos
67.000 dólares), o a ambas penas a la vez, dependiendo del
valor de los animales abatidos", dice con seriedad Wilber.
Afortunadamente, la presión de las autoridades ruandesas,
ugandesas y congoleñas ha propiciado que los gorilas de montaña
hayan quedado fuera del comercio ilegal. Aunque el peligro
siempre está latente, apuntan desde las entidades conservacionistas.
Una cría de gorila de montaña sentada en el
regazo de su madre.
Dos ojos curiosos envueltos en una pequeña maraña
de pelo negro escrutan a los visitantes desde el regazo de
su madre. Es el orgullo de Bahati, su descendencia. Con pocos
meses de vida, esta cría ya ha revolucionado a su familia.
El pequeño se retuerce y juega al escondite con la ayuda de
hojas y ramas. Mientras, los rayos de luz se cuelan entre
la exuberancia de la vegetación, iluminando al resto de las
hembras que se encuentran acomodadas sobre la hierba, muy
cerca unas de otras. Sus rostros son perturbadoramente humanos.
Una de ellas logra abrazar a la revoltosa cría, y empieza
a sanearle de insectos y parásitos. Es el vivo retrato de
una familia. "En la actualidad el núcleo familiar se compone
de un macho, tres hembras y una cría, son los Bushaho, que
en la lengua local significa monedero. Se les ha bautizado
así porque su territorio es muy rico, además porque la visita
de los turistas da dinero a las comunidades locales", asegura
Wilber.
El rastreo de gorilas con un fin turístico ha
contribuido a financiar una parte de los proyectos de recuperación
de la población de gorilas y también ha repercutido positivamente
en el progreso de las aldeas cercanas a las zonas protegidas.
La entrada al Parque Nacional de los Volcanes, en Ruanda,
así como el acceso a una familia de gorilas cuesta unos 1.300
euros por persona. Hacerlo en Uganda, en el Bosque Impenetrable
de Bwindi cuesta la mitad aproximadamente, unos 750 euros.
"El 20% del coste de la entrada se destina al desarrollo de
las comunidades locales, por ejemplo a construir escuelas,
también para ofrecer microcréditos para proyectos de mejora",
destaca el guia.
El aumento del número de gorilas de montaña
también se debe al hecho de que los conservacionistas y las
comunidades locales llevan ya varios años trabajando codo
con codo. En el caso del Bosque Impenetrable de Bwindi se
han establecido unos límites que ni los agricultores ni los
gorilas deben traspasar para intentar que prevalezca la armonía.
Se ha comprobado que las plantaciones de té ahuyentan a los
gorilas, así que se ha creado una especie de barrera natural
a base de este arbusto, que mantienen alejados a los primates
de los campos de cultivo. Así se evitan muchos enfrentamientos
que en el pasado acababan con la muerte de los gorilas, a
manos de los agricultores. "Aún así, si los gorilas se mueven
y se adentran en el terreno de los humanos, informamos inmediatamente
a las comunidades locales y les pedimos que nos ayuden a hacerlos
volver al parque porque los lugareños saben lo importantes
que son estos animales para ellos", reconocen desde la Autoridad
Ugandesa para la Vida Salvaje.
Un gorila de montaña abraza a su cría en el
Parque Nacional de los Volcanes, en Ruanda.
A pesar de las buenas noticias, "el éxito no
deja de ser muy frágil, un millar de ejemplares continua siendo
una cifra muy baja", insiste Vecellio de la Fundación Dian
Fossey. Además, las perspectivas para el resto de especies
y subespecies no son demasiado halagüeñas. Los gorilas de
Grauer (Gorilla beringei graueri) –presentes en Camerún, Gabón,
Guinea Ecuatorial, Angola y en la República Democrática del
Congo– han sufrido un descenso del 70% de su población, en
los últimos 20 años. En la actualidad se cree que todavía
quedan unos 3.800 gorilas de Grauer en el Congo, en los parques
nacionales de Kahuzi Biega y de Maiko. "Esta subespecie está
amenazada por los enfrentamientos civiles, las minas antipersona,
los cazadores furtivos en busca de su carne para la venta
ilegal, las trampas y la deforestación", alerta Vecellio.
Los gorilas que son confiscados a los cazadores furtivos
son trasladados a santuarios como el centro de recuperación
GRACE o al orfanato para crías de gorilas Senkwenkwe,
en la RDC. "Llegan en unas condiciones de salud horribles
y necesitan rehabilitación y mucho cuidado sobre todo
los pequeños, porque las madres son asesinadas cuando
intentan defender a sus crías de los cazadores", se
lamentan desde la Fundación Dian Fossey.
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"¿Qué cómo puedes ayudar?", pregunta de forma
retórica Vecellio, "el mejor modo de proteger a los gorilas
es convirtiéndote en donante y adoptando a uno, a través de
la página web, donde también explicamos el trabajo que hacemos".
En el bosque de Bwindi, en Uganda, Bahati indica con un chasquido
agudo a su familia que ha llegado la hora de abandonar el
lugar en busca de comida. Es la última oportunidad para inmortalizar
al espalda plateada en todo su esplendor, mientras desciende
del árbol estirando todo su cuerpo. En pocos segundos los
miembros de la familia Bushaho desaparecen, como sombras,
tras la espesura de la selva, dejando en la mente de los visitantes
la sensación de haber participado de un encuentro único e
irrepetible. "Sin los turistas es mucho más difícil para nosotros
proteger a los gorilas, por favor seguid visitándonos y apoyándonos
con vuestro dinero para que los gorilas sigan existiendo",
implora Wilber. ¡Larga vida a King Kong!
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