Más de 133 años después del comienzo de las obras se ha llegado
a un acuerdo. La relación entre el gobierno de Barcelona y
la junta constructora del Templo de la Sagrada Familia es
mejor que nunca, y fruto de ese acuerdo se regularizarán las
obras del edificio, aún sin terminar.
En total, la constructora del templo pagará 36 millones de
euros en un periodo de 10 años a cambio del permiso de construcción,
cantidad que se utilizará para realizar trabajos complementarios
en la zona de la ciudad donde se encuentra la basílica, incluyendo
el transporte público, un acceso al metro y la reurbanización
de las calles de la zona. Cabe destacar que la obra tiene
un presupuesto este año de 80 millones de euros, de los cuales
50 están destinados a obras de construcción.
El histórico acuerdo entre el gobierno de la Ciudad Condal
y la constructora no estuvo exento de dificultades. La negociación
implicó calcular los metros cuadrados construidos,
algo especialmente difícil ante la particularidad de su techo,
al no incluir plantas sino techos abiertos, así como varias
torres.

Sin embargo, un tema especialmente importante que de momento
quedó fuera del acuerdo es la construcción de una gigantesca
escalinata de acceso al tempo como estaba prevista, y que
implicaría una gran cantidad de dinero para expropiar varios
edificios de los alrededores.
El templo de la Sagrada Familia es una de las joyas arquitectónicas
de Barcelona. Proclamado Patrimonio Mundial de la Unesco desde
2005, recibe más de 4.5 millones de turistas al año, y atrae
a la zona circundante a 20 millones más.
Su construcción comenzó en 1882 de la mano del arquitecto
Antoni Gaudí. A su muerte (1926), nueve generaciones de arquitectos
posteriores se han encargado de continuar la obra hasta su
finalización, prevista en 2026. Si hay alguna imagen
icónica del templo, es la del perfil de las cuatro torres
campanario de las fachadas recortadas en el cielo, conocida
por todo el mundo. Pero el 2019 será el año en el que este
skyline, que se puede observar desde muchos puntos de la ciudad
de Barcelona, comience a cambiar. Y lo hará porque las torres
centrales continuarán creciendo, de manera que llegarán a
la altura de las que, hasta ahora, han sido las protagonistas
de las miradas de los visitantes del templo. Las cuatro torres
de los Evangelistas, por ejemplo, que se acabaron en el 2018
con 92,80 metros de altura, correspondientes al nivel quinto,
ascenderán hasta el décimo nivel, es decir, hasta los 105,99
metros de los 135 a los que llegarán en 2022. Por otro lado,
la torre de la Virgen María crecerá desde el actual nivel
decimocuarto hasta el decimoctavo, lo que hará que llegue
hasta los 110,65 metros de los 138 que tendrá.
La Sagrada Familia es un reflejo de la plenitud artística
de Gaudí: trabajó en ella durante la mayor parte de su carrera
profesional, pero especialmente en los últimos años de su
carrera, donde llegó a la culminación de su estilo naturalista,
haciendo una síntesis de todas las soluciones y estilos probados
hasta aquel entonces. Gaudí logró una perfecta armonía en
la interrelación entre los elementos estructurales y los ornamentales,
entre plástica y estética, entre función y forma, entre contenido
y continente, logrando la integración de todas las artes en
un todo estructurado y lógico.

Tiene planta de cruz latina, de cinco naves centrales y transepto
de tres naves, y ábside con siete capillas. Ostenta tres fachadas
dedicadas al Nacimiento, Pasión y Gloria de Jesús y, cuando
esté concluida, tendrá 18 torres: cuatro en cada portal haciendo
un total de doce por los apóstoles, cuatro sobre el crucero
invocando a los evangelistas, una sobre el ábside dedicada
a la Virgen y la torre-cimborio central en honor a Jesús,
que alcanzará los 172,5 metros de altura. El templo dispondrá
de dos sacristías junto al ábside, y de tres grandes capillas:
la de la Asunción en el ábside y las del Bautismo y la Penitencia
junto a la fachada principal; asimismo, estará rodeado de
un claustro pensado para las procesiones y para aislar el
templo del exterior. Gaudí aplicó a la Sagrada Familia un
alto contenido simbólico, tanto en arquitectura como en escultura,
dedicando a cada parte del templo un significado religioso.
Durante la vida de Gaudí solo se completaron la cripta, el
ábside y, parcialmente, la fachada del Nacimiento, de la que
Gaudí solo vio coronada la torre de San Bernabé. A su muerte
se hizo cargo de la construcción su ayudante, Domingo Sugrañes;
posteriormente, ha estado bajo la dirección de diversos arquitectos,
siendo Jordi Faulí i Oller director de las obras desde 2012.
En la decoración escultórica trabajaron artistas como Llorenç
y Joan Matamala, Carles Mani, Jaume Busquets, Joaquim Ros
i Bofarull, Etsuro Sotoo y Josep Maria Subirachs, autor este
último de la decoración de la fachada de la Pasión.
La obra que realizó Gaudí, es decir, la fachada del Nacimiento
y la cripta, fue incluida en 2005 por la Unesco en el Sitio
del Patrimonio de la Humanidad «Obras de Antoni Gaudí». Es
un monumento declarado en el registro de Bienes Culturales
de Interés Nacional del patrimonio catalán y en el registro
de Bienes de Interés Cultural del patrimonio español.
La idea de construir un templo expiatorio dedicado a la Sagrada
Familia fue del librero Josep Maria Bocabella, inspirado por
el sacerdote Josep Manyanet —canonizado en 2004—, fundador
de las congregaciones religiosas Congregación de Hijos de
la Sagrada Familia y Congregación de Misioneras Hijas de la
Sagrada Familia de Nazaret, encargadas de promover el culto
a la Sagrada Familia y fomentar la educación cristiana de
niños y jóvenes. Para tal fin, Bocabella fundó en 1866 la
Asociación Espiritual de Devotos de San José, con el objetivo
de recaudar fondos. En 1881 compró un solar para la construcción
del templo en un lugar conocido como El Poblet, cerca del
Camp de l'Arpa, en Sant Martí de Provençals —por aquel entonces
un municipio independiente que sería agregado a Barcelona
en 1897—entre las calles Provença, Mallorca, Marina y Sardenya.
Este terreno estaba incluido en el Plan Cerdá de Ensanche
de Barcelona. El solar, de 130 x 120 m, era un poco más grande
que las manzanas normales del Ensanche —normalmente de 100
x 100 m—, porque en el Plan Cerdá estaba reservado para un
hipódromo, que finalmente no se construyó. Costó 172.000 pesetas
de la época.
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Aunque la primera piedra del templo no se puso
hasta 1882, desde 1866 ya había varias personas implicadas
en la planificación de la construcción de un templo extraordinario
dedicado a la Sagrada Familia. El ideólogo fue Josep Maria
Bocabella, un librero barcelonés que creó una asociación con
la intención de recaudar fondos. Fue él quien adquirió el
terreno donde se construiría la obra cuyo diseño, en un primer
momento, se encargó a Francisco de Paula del Villar y Lozano.
Tan solo un año después, De Paula renunció al encargo por
desavenencias con Bocabella, principal promotor del proyecto,
y fue entonces cuando un joven Antoni Gaudí aceptó hacerse
cargo de la construcción. Inmediatamente modificó todos los
planos y lo convirtió en el proyecto de su vida. Desde los
31 años hasta su muerte, el arquitecto catalán estuvo trabajando
en la Sagrada Familia. Una obra que no vería finalizada y
que a día de hoy sigue en construcción. En la imagen tomada
por el fotógrafo Baldomer Gili Roig, se puede ver a dos hombres
conversando frente al templo y a la explanada vacía que lo
rodeaba en 1905.
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Desde sus inicios la Sagrada Familia se ha sufragado con
limosnas y donativos, lo que originó que en diversas ocasiones
las obras se ralentizasen o incluso parasen debido a la falta
de aportaciones. Por ello, en 1905 el poeta Joan Maragall
escribió un artículo titulado Una gràcia de caritat, para
llamar a la opinión pública a colaborar con la construcción
del templo.
El proyecto fue encargado en primer lugar al arquitecto diocesano
Francisco de Paula del Villar y Lozano, quien tras varios
proyectos sucesivos ideó un conjunto neogótico y desechó la
idea de Bocabella de hacer una réplica del Santuario de Loreto
(Ancona, Italia) —que se supone guarda la que fue la casa
de José y María en Nazaret—. El proyecto de Villar consistía
en una iglesia de tres naves, de 44 x 97 m, con los elementos
típicos del gótico, como los ventanales alveolados, los contrafuertes
exteriores y un alto campanario en forma de aguja, que habría
llegado a los 100 m de altura. La primera piedra se colocó
el 19 de marzo de 1882 (día de San José), con la presencia
del entonces obispo de Barcelona, José María Urquinaona. Gaudí
asistió a la ceremonia, ya que había trabajado como ayudante
de Villar en varios proyectos; en ese momento no se podía
imaginar que él pasaría a ser el arquitecto de dicha obra.
Para conmemorar el hecho se colocó un pilar en la puerta de
entrada de la calle Mallorca con la fecha, el escudo pontificio
y una cruz. Las obras no se iniciaron hasta el 25 de agosto
de 1883, siendo adjudicadas al contratista Macari Planella
i Roura.
La ‘Volta Catalana’ es la técnica de la bóveda tabicada
tradicional en la construcción mediterránea del siglo
XIX. También conocida como bóveda tabicada de ladrillo
cerámico plano, utiliza materiales muy básicos como
el cemento de mortero y el yeso de fraguado rápido.
Sujetas el ladrillo con una mano y esperas diez segundos.
Un tipo de construcción que permite avanzar muchos metros
sin utilizar aceros ni hormigones. Los ladrillos se
colocan dejando a la vista su parte plana y quedan unidos
por yeso y cemento. De esta forma se pueden cubrir rápidamente
grandes “luces” como definen en arquitectura los espacios
abiertos, sin necesidad de instalar pilares de soporte,
contrariamente a lo que sucede con los sistemas reticulares
o de vigas unidireccionales que se utilizan en otras
técnicas más modernas. Lo más importante en la consolidación
de la bóveda es la fortaleza de los laterales, si uno
de ellos se mueve, la construcción se desploma.

Resurge la ‘Volta Catalana’ en Mataró,
Escuela Origens.

Si bien su origen se remonta a la época de los romanos,
el arquitecto valenciano Rafael Guastavino (1842-1908)
fue el gran difusor de la bóveda tabicada de ladrillo
plano en Estados Unidos especialmente, donde alcanzó
el éxito gracias a la patente derivada de la construcción
tradicional poplar conocida como ‘Volta Catalana’. Con
este sistema construyó 360 edificios en Nueva Yor, un
centenar en Boston y otros en Baltimore, Washington
o Filadelfia. A escasos ocho kilómetros de Mataró, en
Vilassar de Dalt, (Maresme), aún se puede admirar, restaurada
en 1999, una de sus obras más emblemáticas, el Teatro
de La Masa, inaugurado en 1881 y que cuenta con una
gran cúpula abovedada que cubre todo el patio de butacas.
En Catalunya, la ‘Volta Catalana’ también incidió en
los arquitectos modernistas como Antoni Gaudí, que modernizó
la técnica que aplicó en la cubierta de Santa Maria
de Cervelló y en la construcción de las escuelas de
la Sagrada Familia.
Una técnica que cayó en el olvido a partir de 1967,
con la aparición del hormigón, material más económico
pero de menos durabilidad.
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En 1883 Villar renunció por desavenencias con Bocabella,
quien contaba con el asesoramiento del célebre arquitecto
Joan Martorell. El proyecto se ofreció al propio Martorell,
pero al rehusar este fue ofrecido a un joven Gaudí de 31 años.
El arquitecto reusense se hizo cargo de las obras el 3 de
noviembre de 1883. Gaudí había sido ayudante de Martorell
en varias construcciones, hecho que motivó la recomendación
del recién licenciado arquitecto, que aún no había ejecutado
grandes obras. Al hacerse cargo Gaudí del proyecto lo modificó
por entero —salvo la parte ya construida de la cripta—, y
le imprimió su estilo peculiar. Sin embargo, no pudo cambiar
la orientación del edificio, al estar ya realizados los cimientos;
Gaudí habría preferido situar el eje del edificio diagonalmente
a la manzana, para situar el ábside orientado hacia levante,
y para disponer de mayor longitud en planta. Durante los restantes
43 años de su vida trabajó intensamente en la obra, los últimos
15 años de forma exclusiva. Además, los últimos ocho meses
antes de fallecer vivió en el taller del templo. Esta dedicación
tan intensa tiene su explicación, además de la magnitud de
la obra, por el hecho de que Gaudí definía muchos aspectos
a medida que la construcción avanzaba, en lugar de haberlos
concretado previamente en sus planos e instrucciones. Por
ello su presencia personal en la obra era de gran importancia.
Gaudí contó casi desde el inicio con la ayuda de dos de sus
más fieles colaboradores, Francisco Berenguer y Juan Rubió.
Más tarde, hacia 1909, contó con la colaboración de Josep
Maria Jujol. A la muerte de Berenguer en 1914 pasó a ser su
primer ayudante Domingo Sugrañes, hasta entonces segundo auxiliar;
y, en 1918, entró Francesc Quintana como segundo. Gaudí estimaba
que la construcción duraría siglos. Por ello, propuso a la
Junta Constructora construir en vertical en vez de horizontalmente,
por lo que levantó y terminó la fachada del ábside —primero—
y del Nacimiento —después— al objeto de que la generación
que había comenzado la obra viese algo acabado y, simultáneamente,
esa fachada terminada pudiera servir de estímulo a futuras
generaciones para continuar el templo. Su propuesta fue aceptada.
El 11 de diciembre de 1921 se puso la primera piedra de la
nave del templo —concretamente la de la base de la columna
dedicada a Tarragona—, con una ceremonia de bendición oficiada
por el arzobispo de Tarragona y metropolitano de Cataluña,
Francisco Vidal y Barraquer. En 1923, aún en vida de Gaudí,
en el boletín de la Asociación de Arquitectos de Cataluña
se publicaron los cálculos de la estructura de las naves firmados
por su ayudante Sugrañes. En esos cálculos se han basado los
que han continuado la construcción, aunque ha sido preciso
adaptarlos para cumplir la normativa vigente en la actualidad.
El 20 de julio de 1936, dos días después del alzamiento militar
que originó la Guerra Civil Española, grupos de exaltados
incendiaron la cripta, por lo que se destruyó en su mayor
parte el taller en el que Gaudí había trabajado, y donde se
encontraban sus esbozos, maquetas y modelos. Unos días después
del destrozo, el arquitecto Lluís Bonet i Garí solicitó que
se rescataran los fragmentos rotos de las maquetas, que fueron
guardados. Entre estos, otros que quedaron enterrados y que
se recuperaron posteriormente y las fotografías conservadas
de las maquetas originales, a partir de 1940 Francesc Quintana,
Isidre Puig i Boada y Lluís Bonet i Garí restauraron y reconstruyeron
los modelos, elaboraron sus planos y construyeron una nueva
réplica de la maqueta de la nave principal a escala 1:10,
que hoy se puede contemplar en el museo de la basílica.
Uno de los puntos que ha suscitado mayor controversia en
torno a la Sagrada Familia es su ubicación en el entramado
urbanístico de Barcelona: cuando comenzaron las obras se encontraba
en pleno campo, pero pronto fue integrada en el rápido desarrollo
producido en la ciudad a principios del siglo XX. En 1916
Gaudí realizó un proyecto para englobar la Sagrada Familia
dentro del Plan Romeu-Porcel, el proyecto urbanístico heredero
del Plan Jaussely, un nuevo proyecto de enlaces que debía
conectar el ensanche del Plan Cerdá con los nuevos municipios
agregados: concibió situar el templo dentro de una zona ajardinada
en forma de estrella octogonal, que habría proporcionado una
visión óptima del templo desde todas las zonas circundantes.
Finalmente, debido al coste de los terrenos, redujo el proyecto
a una estrella de cuatro puntas, que permitía una amplia visión
desde todos los vértices. Sin embargo, el plan de Gaudí finalmente
no se llevó a cabo: en 1975 el Ayuntamiento de Barcelona realizó
un estudio urbanístico que preveía habilitar una zona en forma
de cruz en torno a la Sagrada Familia, con cuatro plazas ajardinadas
en cada punta del templo; aun así, en la actualidad solo existen
dos de estas plazas, y la creación de las nuevas supondría
el derribo de varios edificios, por lo que aún se estudia
la solución ideal para enmarcar la Sagrada Familia en el entorno
que merece.

En diciembre de 2013 el Ayuntamiento publicó un informe con
varias propuestas de urbanización del entorno del templo,
elaborado por la firma Estudi Massip-Bosch Arquitectes, en
el que se ofrecen ocho posibles soluciones: dejarlo tal como
está; hacer una avenida de 60 metros de ancho hasta la Diagonal,
que afectaría parcialmente a dos manzanas de edificios; hacer
la misma avenida pero más estrecha; hacer una avenida de ancho
estrecho hasta la calle Valencia, que solo afectaría a una
manzana de viviendas; hacer una avenida hasta la Diagonal
más ancha, derribando por completo las dos manzanas; eliminar
por completo la primera manzana, creando una plaza similar
a las dos adyacentes a las fachadas del Nacimiento y de la
Pasión; la estrella de cuatro puntas esbozada por Gaudí; y,
por último, una variante de la anterior en menor tamaño. La
decisión final deberá realizarse en consenso entre el Ayuntamiento,
la Junta Constructora y los vecinos afectados.
La Sagrada Familia cuenta con un espacio habilitado como
museo, situado en el sótano del templo, en la parte inferior
correspondiente al crucero, donde antiguamente se ubicaban
los talleres. Inaugurado el 29 de junio de 1961, muestra planos
y dibujos originales de Gaudí, maquetas del templo y diversos
objetos relacionados con el proyecto, destacando los muebles
litúrgicos diseñados por Gaudí. También destaca la maqueta
polifunicular invertida de cordel y pesos para calcular la
estructura del edificio y diseñar la forma de la iglesia de
la Colonia Güell a escala 1/15, en la que se basó Gaudí para
muchas de las soluciones estructurales de la Sagrada Familia.
El museo cuenta igualmente con una sala dedicada a los colaboradores
del arquitecto, así como una de audiovisuales. Además de las
muestras referentes a la Sagrada Familia también se exhiben
distintos objetos, planos, dibujos y fotografías sobre las
diversas obras de Gaudí, así como testimonios biográficos
del arquitecto. También se realizan exposiciones temporales
dedicadas a distintos aspectos del proyecto gaudiniano. Igualmente,
se ha habilitado el espacio formado por las Escuelas de la
Sagrada Familia, recientemente instaladas en un lateral de
la fachada de la Pasión, donde se expone un aula y el estudio
de Gaudí.
En una ciudad, como apuntaba en su novela City el italiano
Alessandro Baricco, “los barrios son las historias,
y los protagonistas, las calles. Lo demás es tiempo
que pasa, ganas de vagabundear y necesidad de mirar”.
Cada urbe tiene en sus arterias mil historias que la
definen y la modelan, y en cada una hay al menos una
calle que la ciudad eleva a buque insignia, a emblema,
a santo y seña de la identidad de sus habitantes. Broadway
o la Quinta Avenida en Nueva York, la Gran Vía en Madrid
o Champs-Élysées en París. Barcelona tiene dos símbolos
–con el permiso del Paral•lel-: la Rambla y la Diagonal.
Y es esta segunda la que, con el tiempo, se ha convertido
en una forma de definir la ciudad. Se divide entre la
parte alta (upper Diagonal) y la baja, indica su salida
por levante y conecta la montaña con el mar. La avenida
Diagonal nació en 1884 gracias al proyecto que el ingeniero
de caminos Ildefons Cerdà ideó junto a Víctor Balaguer
entre 1860 y 1874. Junto con la Meridiana, Cerdà pensó
esta avenida para cortar la construcción reticular del
Eixample.

En un primer momento y durante su proyección, el nombre
con el que Cerdà y Balaguer bautizaron la avenida fue
Gran Via Diagonal. No fue definitivo, ya que en 1874
y hasta 1922, el ayuntamiento de Gràcia la renombró
como avenida d’Argüelles. Durante la Mancomunitat de
Catalunya (1922-1924) se llamó avenida de la Nacionalitat
Catalana. Primo de Rivera la volvió a renombrar, y hasta
1931 se llamó avenida de Alfonso XIII. Tras la primera
dictadura llegó la Segunda República a España y la avenida
pasó a llamarse Catorze d’Abril hasta 1939. Tras la
toma de Barcelona, la calle adquirió un nombre provisional
–el original– hasta que fue rebautizada como avenida
del Generalísimo. Con la muerte de Franco y la llegada
de la democracia, el nombre volvió a sus orígenes y
aún perdura.

El Plá Cerdá.
El primer tramo que se construyó fue entre Pau Claris
y Passeig de Gràcia, en 1884. Y entonces apenas era
una simple calle del pueblo de Gràcia. La aceptación
por parte de los vecinos de esta calle como emblema
de un nuevo urbanismo fue muy positiva, lo que propició
que se convirtiera, rápidamente, en una vía con prestigiosos
comercios. Además, se garantizó su ampliación y, en
1896, se alargó por un lado hasta Tuset y por otro hasta
Bruc. La idea de Cerdà era competir con Passeig de Gràcia
en lo que a construcción de grandes edificios modernistas
se refiere. Nunca llegó a convertirse en el espectáculo
arquitectónico que pretendía, pero sí se construyeron
emblemáticos edificios como la Casa Terrades, más conocida
como la Casa de les Punxes (1903-1905), de Josep Puig
i Cadafalch; el Palau del Baró de Quadras (1904-1906),
también de Puig i Cadafalch y actual Institut Ramon
Llull; la Casa Serra, en la esquina con Rambla Catalunya,
sede de la Diputació de Barcelona; el Palau Robert;
o, entre otros, el Palau Reial.

La Plaza Cinc D´Oros, en el cruce
entre Paseo de Gracias y Gran Vía Diagonal.
A inicios del siglo XX, la Diagonal seguía su expansión.
Se construyeron muchas de las fuentes que hoy decoran
algunos de los ángulos muertos que deja la avenida en
su confluencia con la cuadrícula que forman las calles
del Eixample. También se alzaron monumentos, como el
conjunto de cuatro farolas modernistas que decoran la
actual plaza del Cinc d’Oros, el nombre original de
la plaza de Joan Carles I que recuperó la alcaldesa
Ada Colau. La intención de Ildefons Cerdà era convertir
la plaza de les Glòries en el centro de la ciudad, ya
que ahí confluían tres grandes arterias como la Diagonal,
la Gran Vía y la Meridiana. La localización más estratégica
de la plaza Catalunya, sin embargo, desvió el centro
de gravedad de la capital catalana. La avenida siguió
creciendo por el barrio de Les Corts y Sarrià, zona
de masías con tierras de cultivo y palacetes de verano.
Entre Palau Reial y la actual Francesc Macià, todo eran
masías y campos a ambos lados de la vía. La actual Illa
Diagonal era la Masia Can Barceló y la plaza Pio XII,
Can Estela, residencia de verano de los condes de Vallcabra.

En plena construcción.
La construcción de la avenida se cerró a la altura
del Palau Reial, ya que el automóvil aún no se había
convertido en el método de transporte mayoritario y
los terrenos más alejados se consideraban fuera de los
márgenes de la ciudad. Sin embargo, el impulso de un
particular amante del automovilismo, Joaquim Molins
Figueras, que propuso la continuación hasta conectarla
con Esplugues, hizo que la obra, finalmente, se terminara
en 1946. Pasaron los años, y no fue hasta la llegada
de los Juegos Olímpicos a la capital catalana en el
año 1992 cuando la ingente cantidad de remodelaciones
urbanísticas que afectó Barcelona llegó a la Diagonal.
Una de las cuatro Áreas Olímpicas que se proyectaron
urbanísticamente fue la llamada “Área de la Diagonal”.
La intención fue mejorar la zona como puerta de entrada
a Barcelona, alargando su trazado más allá de la plaza
de les Glòries hasta el Besós. Ocho años más tarde,
y para revitalizar esa zona, el Ayuntamiento de Barcelona
proyectó el distrito 22@, una iniciativa para transformar
200 hectáreas de suelo industrial del barrio de Poblenou
en un distrito productivo innovador con espacios modernos
para la concentración estratégica de actividades intensivas
en conocimiento.

Los vehículos fueron los grandes
impulsores de la construcción de la Diagonal.
Hoy en día la avenida comienza en el distrito de Sant
Martí, cruza diagonalmente la ciudad y desemboca en
la Ronda de Dalt, cerca de Esplugas de Llobregat, en
el barrio de Les Corts. Tiene 50 metros de ancho y mide
cerca de 12 kilómetros de largo. Aún es el símbolo divisorio
de las dos Barcelonas.
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A lo largo de su historia el templo ha sido objeto de diversas
críticas y polémicas, tanto de tipo artístico y urbanístico
como político, económico, religioso y social. Una de las más
recurrentes ha sido su vinculación con el nacionalismo catalán,
ya que ha sido frecuente lugar de reunión y reivindicación
de actos nacionalistas.279? En el ámbito artístico, el proyecto
gaudiniano tuvo desde su inicio defensores y detractores:
entre los primeros se encontraban asociaciones como la Lliga
Regionalista, la Lliga Espiritual de la Mare de Déu de Montserrat
y el Círculo Artístico de San Lucas, junto a personalidades
como José Torras y Bages, Joan Maragall, Josep Carner, Joan
Llimona, José Pijoán o Joaquín Folch y Torres, así como el
periódico La Veu de Catalunya; entre los segundos se encontraba
el grupo de arquitectos novecentistas, el estilo que sucedió
y desplazó al modernismo, encabezado por su teórico, Eugeni
d'Ors, así como el crítico de arte Feliu Elias y la revista
satírica L'Esquella de la Torratxa.
Por otro lado, desde el reinicio de las obras en los años
1940 se suscitó un intenso debate sobre si era adecuado continuar
las obras o no, alegando sus detractores que Gaudí no había
dejado suficientes indicaciones y su continuación desvirtuaría
su proyecto; en cambio, los defensores de continuar los trabajos
se basaban en las múltiples indicaciones dejadas por el arquitecto
a sus ayudantes y discípulos, así como los dibujos, maquetas
y fotografías que dejaban constancia del proyecto esbozado
por Gaudí, por no hablar de sus múltiples manifestaciones
reconociendo que el proyecto sería obra de varias generaciones.
El impulso definitivo a la continuación de las obras fue decidido
por la jerarquía eclesiástica en el seno de la celebración
en 1952 del XXXV Congreso Eucarístico Internacional. Sin embargo,
las voces críticas no se acallaron: en 1959 el arquitecto
Oriol Bohigas dio una conferencia titulada Problemas en la
continuación de la Sagrada Familia, en la que manifestó que
«la continuación de un templo de las características del de
la Sagrada Familia es un error social y urbanístico».

Dotado de una fuerte intuición y capacidad creativa, Gaudí
concebía sus edificios de una forma global, atendiendo tanto
a las soluciones estructurales como a las funcionales y decorativas.
Estudiaba hasta el más mínimo detalle de sus creaciones, integrando
en la arquitectura toda una serie de trabajos artesanales
que dominaba él mismo a la perfección: cerámica, vidriería,
forja de hierro, carpintería, etc. Asimismo, introdujo nuevas
técnicas en el tratamiento de los materiales, como su famoso
trencadís hecho con piezas de cerámica de desecho. Después
de unos inicios influido por el arte neogótico, así como ciertas
tendencias orientalizantes, Gaudí desembocó en el modernismo
en su época de mayor efervescencia, entre finales del siglo
xix y principios del xx. Sin embargo, el arquitecto reusense
fue más allá del modernismo ortodoxo, creando un estilo personal
basado en la observación de la naturaleza, fruto del cual
fue su utilización de formas geométricas regladas, como el
paraboloide hiperbólico, el hiperboloide, el helicoide y el
conoide. La arquitectura de Gaudí está marcada por un fuerte
sello personal, caracterizado por la búsqueda de nuevas soluciones
estructurales, que logró después de toda una vida dedicada
al análisis de la estructura óptima del edificio, integrado
en su entorno y siendo una síntesis de todas las artes y oficios.
Mediante el estudio y la práctica de nuevas y originales soluciones,
la obra de Gaudí culminará en un estilo orgánico, inspirado
en la naturaleza, pero sin perder la experiencia aportada
por estilos anteriores, generando una obra arquitectónica
que es una simbiosis perfecta de la tradición y la innovación.
Asimismo, toda su obra está marcada por las que fueron sus
cuatro grandes pasiones en la vida: la arquitectura, la naturaleza,
la religión y el amor a Cataluña. La obra de Gaudí ha alcanzado
con el transcurso del tiempo una amplia difusión internacional,
siendo innumerables los estudios dedicados a su forma de entender
la arquitectura. Hoy día es admirado tanto por profesionales
como por el público en general: la Sagrada Familia es actualmente
uno de los monumentos más visitados de España. Entre 1984
y 2005 siete de sus obras han sido consideradas Patrimonio
de la Humanidad por la Unesco.
Gaudí vivió dedicado por completo a su profesión, permaneciendo
soltero toda su vida. Al parecer, tan solo en una ocasión
se sintió atraído por una mujer, Josefa Moreu, maestra de
la Cooperativa Mataronense, hacia 1884, pero no fue correspondido.
Desde entonces Gaudí se refugió en su profunda religiosidad,
en la que encontraba gran sosiego espiritual. A menudo se
ha pintado la imagen de un Gaudí huraño y antipático, de bruscas
contestaciones y gestos altaneros; pero la gente que lo trató
más de cerca lo describió como persona afable y cortés, buen
conversador y fiel con sus amigos, entre los que destacaron
especialmente su mecenas, Eusebi Güell, y el obispo de Vic,
José Torras y Bages, así como los escritores Joan Maragall
y Jacinto Verdaguer, el doctor Pere Santaló y algunos de sus
más fieles colaboradores, como Francisco Berenguer y Llorenç
Matamala.
La apariencia personal de Gaudí —de rasgos nórdicos, pelo
rubio y ojos azules— sufrió una radical transformación con
el paso del tiempo: de ser un joven con aspecto de dandi (trajes
caros, pelo y barba bien arreglados, gustos de gourmet, frecuente
asistencia al teatro y a la ópera, incluso visitaba las obras
montado en su carruaje), pasó en su vejez a la más estricta
sencillez, comiendo con frugalidad, vistiendo trajes viejos
y gastados, con un aspecto descuidado, tanto que a veces lo
tomaban por mendigo, como por desgracia pasó en el momento
del accidente que le provocó la muerte.
El 7 de junio de 1926 Gaudí se dirigía a la iglesia de San
Felipe Neri, que visitaba a diario para rezar y entrevistarse
con su confesor, mosén Agustí Mas i Folch; pero al pasar por
la Gran Vía de las Cortes Catalanas, entre las calles Gerona
y Bailén, fue atropellado por un tranvía, que lo dejó sin
sentido. Siendo tomado por un mendigo, al ir indocumentado
y a causa de su aspecto descuidado, con ropas gastadas y viejas,
no fue socorrido de inmediato, hasta que un guardia civil
paró un taxi que lo condujo al Hospital de la Santa Cruz.
Al día siguiente lo reconoció el capellán de la Sagrada Familia,
mosén Gil Parés, pero ya era tarde para hacer nada por él.
Murió el día 10 de junio de 1926, a los 73 años de edad, en
la plenitud de su carrera. Fue enterrado el 12 de junio, con
presencia de grandes multitudes que quisieron darle el último
adiós, en la capilla de Nuestra Señora del Carmen de la cripta
de la Sagrada Familia. Tras su muerte Gaudí cayó en un relativo
olvido, y su obra fue denostada por la crítica internacional
por barroca y excesivamente fantasiosa. En su tierra natal
fue igualmente menospreciado por la nueva corriente que sustituyó
al modernismo, el novecentismo, estilo que retornaba a los
cánones clásicos.

Gaudí suele ser considerado el gran maestro del modernismo
catalán, pero su obra va más allá de cualquier estilo o intento
de clasificación. Es una obra personal e imaginativa que encuentra
su principal inspiración en la naturaleza. Gaudí estudió con
profundidad las formas orgánicas y anárquicamente geométricas
de la naturaleza, buscando un lenguaje para poder plasmar
esas formas en la arquitectura. Algunas de sus mayores inspiraciones
vendrán de la montaña de Montserrat, las cuevas de Mallorca,
la Cueva del Salnitre (Collbató), los riscos de Fra Guerau
en la sierra de Prades cerca de Reus, la montaña de Pareis
al norte de Mallorca, el Coll de la Desenrocada (entre Argentera
y Vilanova d'Escornalbou) o Sant Miquel del Fai en Bigas,
todos ellos lugares visitados por Gaudí.
Gaudí ha dejado una profunda huella en la arquitectura del
siglo xx: arquitectos como Le Corbusier se declararon admiradores
de la obra del arquitecto catalán, y otros como Pier Luigi
Nervi, Friedensreich Hundertwasser, Oscar Niemeyer, Félix
Candela, Eduardo Torroja o Santiago Calatrava son hasta hoy
día deudores del estilo iniciado por Gaudí. Frei Otto empleó
formas gaudinianas en el Estadio Olímpico de Múnich. En Japón,
la obra de Kenji Imai es de una evidente influencia gaudiniana,
como se puede apreciar en el Memorial a los 26 mártires de
Japón en Nagasaki (Premio Nacional de Arquitectura de Japón
en 1962), donde destaca el uso del famoso trencadís del arquitecto
reusense.81? Por otro lado, la labor docente e investigadora
llevada a cabo por los críticos de arte desde el año 1950
ha situado al artista en un merecido lugar de relevancia dentro
de la arquitectura del siglo XX.
Los Jardines de Can Artigas se encuentran en la localidad
de La Pobla de Lillet (Barcelona) y fueron realizados entre
1905 y 1906, con un proyecto diseñado por Gaudí, siendo una
joya relativamente desconocida.
En 1905 Gaudí viajó a La Pobla de Lillet para construir el
chalet de Catllaràs, refugio de montaña para los ingenieros
de las minas de carbón que abastecían la fábrica de cemento
Asland, en la localidad vecina de Castellar de Nuch, propiedad
de Eusebi Güell, rico industrial que fue el principal mecenas
de Gaudí. Durante su estancia en la localidad, Gaudí se alojó
en casa del industrial textil Joan Artigas i Alart, el cual
tenía un terreno en la llamada Fuente de la Magnesia, en el
cauce del río Llobregat. En agradecimiento por la hospitalidad
del señor Artigas, Gaudí le diseñó los jardines.
Gaudí realizó un proyecto semejante -aunque en menor escala-
al del Parque Güell que por entonces construía en el barrio
de Gracia de Barcelona. Incluso envió a Lillet a varios albañiles
que habían trabajado en el Parque Güell, por lo que las similitudes
estilísticas y estructurales son evidentes entre ambas obras.
Como en el Parque Güell, Gaudí diseñó unos jardines plenamente
integrados en la naturaleza, con un conjunto de construcciones
de líneas orgánicas que se integran perfectamente con el entorno
natural. Incluso construyó una gruta artificial, detalle muy
del gusto de Gaudí, que ya construyó una en la Cascada del
Parque de la Ciudadela.
Gaudí diseñó un jardín pensado para el paseo,
con un recorrido establecido en el que destacan varios lugares
de interés: la Glorieta, situada en el lugar más alto y que
ejerce de mirador; la Cueva, lugar original de la Fuente de
la Magnesia, donde Gaudí utilizó arcos catenarios, uno de
sus más habituales elementos constructivos; la Cascada, fuente
de agua hecha con piedras colocadas en forma del típico "trencadís"
gaudiniano, y una decoración de motivos vegetales hecha con
hierro revestido de cemento; y el merendero, al lado del puente
de los Arcos (dos de los cuales tienen forma humana, una masculina
y otra femenina). Destacan asimismo las figuras en forma de
serpientes enroscadas situadas en el camino de la Glorieta,
hechas de conglomerado. Como en tantas otras de sus obras
Gaudí incluyó en los Jardines Artigas unos símbolos cristianos;
en este caso se trata de los símbolos de los cuatro evangelistas
(Tetramorfos) repartidos a lo largo del parque: en la Cascada,
el ángel de San Mateo (actualmente desaparecido); en el Puente
de Arco Cojo (que cruza el río Llobregat), el Águila de San
Juan; en la Pérgola, el León de San Marcos; y en la Fuente
del Buey (a la que da nombre) el buey de San Lucas. Estas
cuatro imágenes están situadas en forma que reproduce una
cruz.

Los jardines estuvieron prácticamente abandonados hasta 1971,
en que se publicó un artículo que daba a la luz la autoría
de Gaudí; en 1992 fueron restaurados bajo la supervisión de
la Real Cátedra Gaudí. Las actuales esculturas son obra de
Ramon Millet i Domènech. Actualmente los Jardines de Can Artigas
son de propiedad municipal y están abiertos al público.

Otra joya es la Villa Quijano, popularmente conocida como
El Capricho, edificio modernista situado en la localidad cántabra
de Comillas. Fue proyectado Gaudí y construido entre 1883
y 1885 bajo la dirección de Cristóbal Cascante, ayudante del
arquitecto reusense, por encargo del indiano Máximo Díaz de
Quijano. Es una de las pocas obras que Gaudí proyectó fuera
de Cataluña. Esta obra pertenece a la etapa orientalista de
Gaudí (1883-1888), periodo en que el arquitecto realizó una
serie de obras de marcado gusto oriental, inspiradas en el
arte del Próximo y Lejano Oriente (India, Persia, Japón),
así como en el arte islámico hispánico, principalmente el
mudéjar y nazarí. Gaudí empleó con gran profusión la decoración
en azulejo cerámico así como los arcos mitrales, cartelas
de ladrillo visto y remates en forma de templete o cúpula.
El edificio cayó en el abandono tras la Guerra Civil, estado
en el que siguió pese a su declaración como Bien de Interés
Cultural en 1969. En 1977 la última descendiente de los López-Díaz
de Quijano, Pilar Güell Martos, vendió la propiedad al empresario
Antonio Díaz quien lo restauró en 1988 y lo convirtió en un
restaurante. En 1992 fue comprado por el grupo japonés Mido
Development. Por último, en 2009, el edificio se convirtió
en museo.
Máximo Díaz de Quijano y Fernández de San Juan (1838-1885)
era un indiano enriquecido en Cuba, abogado de profesión,
de ideología carlista y aficionado a la música y la botánica.
Era concuñado del también indiano Antonio López y López, marqués
de Comillas, suegro del empresario catalán Eusebi Güell, el
principal mecenas de Gaudí, motivo por el que entraron en
contacto promotor y arquitecto. Gaudí había sido ayudante
de Joan Martorell en el palacio de Sobrellano del marqués
de Comillas, donde había proyectado el mobiliario de la capilla
de palacio. También construyó en Comillas en 1881 un quiosco
en forma de templete de aire oriental para celebrar la visita
del rey Alfonso XII a la localidad cántabra. Por ello recibió
el encargo de construir un chalet anexo al palacio, que debía
servir de residencia de Verano. El edificio recibió el nombre
de Villa Quijano, que pronto fue conocido como «El Capricho»,
debido a su aspecto exuberante y original. Gaudí realizó un
proyecto de estilo orientalizante, en paralelo a su obra contemporánea
en la casa Vicens de Barcelona, con reminiscencias de los
artes gótico, oriental, mudéjar y nazarí. Posiblemente Gaudí
se inspiró en un proyecto para un embarcadero que había hecho
durante sus estudios universitarios, en 1876. Las obras fueron
ejecutadas por Cristóbal Cascante, compañero de carrera de
Gaudí, quien se basó en una maqueta realizada por el arquitecto
modernista. Los trabajos se realizaron entre 1883 y 1885 aunque,
lamentablemente, su propietario no pudo disfrutarlo mucho
tiempo, ya que murió unos meses más tarde de acabadas las
obras. Ya que era soltero, la villa pasó a su hermana, Benita
Díaz de Quijano; su hijo, Santiago López y Díaz de Quijano,
emprendió en 1914 una primera reforma de la casa en que se
sustituyó el invernadero por un bloque de obra de fábrica
y se cambiaron las tejas cerámicas por placas de fibrocemento.
El edificio cayó en el abandono tras la Guerra Civil estado
en el que siguió pese a su declaración como Bien de Interés
Cultural en 1969. En 1975 el ayuntamiento de Reus, localidad
natal de Gaudí, sugirió trasladar el edificio a esa población,
aunque el proyecto fue desestimado. Poco más tarde, en 1977,
la última descendiente de los López-Díaz de Quijano, Pilar
Güell Martos, vendió la propiedad al empresario Antonio Díaz
por 16 millones de pesetas. Sus hijos, Antonio y Ernesto,
se hicieron cargo del inmueble que fue inaugurado como restaurante
con el nombre de «El Capricho de Gaudí» en 1988 tras unas
obras de rehabilitación que costaron 300 millones de pesetas.
En 1992 fue comprado por el grupo japonés «Mido Development»
por 800 millones de pesetas. Debido a la crisis económica,
el restaurante se vio obligado a cerrar. Por último, el edificio
se convirtió en museo y abrió sus puertas al público en julio
de 2010; desde entonces ha recibido cerca de 500.000 visitantes.

El Capricho se encuentra en un terreno en pendiente, que
antiguamente albergaba un bosque de castaños, en un valle
cuyas laderas descienden hacia el mar, expuesto al norte.
El arquitecto debió tener en cuenta todos estos aspectos,
que resolvió con un proyecto de volumetría horizontal, orientando
la fachada de las zonas destinadas al día hacia el norte.
La nivelación del terreno lo obtuvo mediante un vaciado parcial
de las tierras de la finca conteniendo la pendiente con un
muro en el jardín trasero. Gaudí incorporó a su obra dos construcciones
anteriores que había en el terreno, un invernadero y un templete,
que transformó en el cuerpo central del edificio y en la base
de la torre-minarete, respectivamente. Por otro lado, junto
al edificio diseñó también los jardines de la finca, en los
que incluyó una gruta artificial. El edificio tiene planta
alargada en forma de «U», con una superficie de 720 m² y una
planta de 15 x 36 metros. Contiene semisótano, planta noble
y desván, comunicados por dos escaleras de caracol, y con
una torre cilíndrica en forma de alminar persa, revestida
completamente de cerámica. En su construcción se emplearon
diversos materiales, como la piedra, el ladrillo, el azulejo,
el hierro y la teja, combinados en diferentes tonalidades,
lo que otorga una gran riqueza cromática al conjunto.

La fachada principal está estructurada sobre la base de una
serie de franjas horizontales de sillares de tono amarillo-ocre
con franjas de verde decoradas con flores amarillas de girasol.
Los muros son de ladrillo visto sobre un zócalo de piedra
de forma almohadillada, y rematados por una cornisa de cartelas
de colores; el tejado, de dos aguas, está revestido de tejas
cerámicas. En su planimetría destaca la línea curva, con diversos
cuerpos semicirculares superpuestos que destacan del conjunto,
e incluso las esquinas tienen forma de curvas cóncavas. Los
balcones presentan un original diseño, ya que la barandilla
de hierro forjado se convierte en su parte central en un asiento,
mientras que en su parte superior presentan un diseño a modo
de pérgola. El acceso principal de la casa se encuentra en
el lado norte, en un monumental pórtico sobre el que se yergue
la torre-minarete, con cuatro columnas y arcos adintelados,
con capiteles decorados con pájaros y hojas de palmito, como
en la casa Vicens. La ventana de la puerta principal presenta
una forma escalonada, y está revestida de azulejos de color
verde en el intradós y en forma de girasoles en la imposta.
La horizontalidad del cuerpo central del edificio
queda contrastada por la verticalidad de la torre, de 20 metros
de altura, semejante a un minarete islámico, que actúa de
mirador, ya que desde su altura se puede ver el mar Cantábrico.
Tiene planta cilíndrica y está formada por tres partes: una
terraza situada sobre el pórtico de entrada, al nivel de la
cornisa del edificio; el cuerpo central, revestido de azulejos
verdes y de girasoles, dispuestos en forma ajedrezada; y el
mirador, con una plataforma con barandilla de hierro forjado
con motivos musicales —concretamente claves de sol—, rematada
con un templete de formas geométricas sustentado sobre cuatro
columnas de hierro.
Las fachadas laterales del edificio presentan
una distinta planimetría: la de poniente es la que contiene,
junto a la fachada principal, el pórtico y la torre y estaba
pensada para recibir a las visitas ya que se encuentra frente
al camino de acceso y maniobra de los carruajes. Está en la
parte más alta del terreno por lo que el zócalo del edificio
tiene aquí tan solo una altura de 80 cm. Por su parte, la
fachada de levante se encuentra sobre la parte más baja del
terreno, por lo que el zócalo tiene en este lado una altura
de 3,5 metros. En esta parte se encuentra el dormitorio principal
así como una sala de juegos, que servía en ocasiones como
dormitorio auxiliar. Bajo la terraza del dormitorio principal
se halla la cochera que, debido a la inclinación del terreno,
queda ubicada en el semisótano. En cuanto a la fachada posterior,
ubicada al mediodía, se corresponde con el pórtico acristalado
del anterior invernadero, derribado en 1914 y reconstruido
en 1988. Esta fachada, en la cara interna de la U que forma
el edificio, suponía el área privada de la casa, destinada
a las principales aficiones del propietario, la música y la
botánica, actividad esta última que habría cumplido el invernadero,
que actuaba también como regulador térmico y como eje distribuidor
de la casa. Detrás del invernadero se halla un patio situado
entre la fachada posterior y el jardín, de 130 m², cerrado
en la parte del jardín por un muro de ladrillo con un banco
corrido de azulejos blancos. Los jardines de la finca tienen
una superficie de 2500 m², y fueron diseñados por el propio
Gaudí. Esta zona no ha sufrido apenas modificaciones, por
lo que conservan prácticamente su diseño original. El arquitecto
mostró como en otras de sus obras un gran respeto por el entorno,
utilizando para su proyecto materiales autóctonos. La principal
modificación del terreno fue debida a su desnivel, lo que
le llevó a extraer piedras de la zona más elevada, que utilizó
para construir caminos, muros y escaleras. Del jardín destaca
la gruta, situada en el extremo occidental, elaborada con
bloques de piedra sin desbastar, con una puerta de entrada
y una ventana adinteladas, y en el interior un banco corrido
de piedra. Por otro lado, en un banco situado frente a la
fachada trasera se halla una estatua sedente en bronce de
Gaudí, obra de Marco Herreros (1989).
El diseño interior de la casa responde principalmente
al hecho de estar proyectada para una persona soltera y con
una finalidad recreativa ya que se trataba de un edificio
pensado para el descanso y las vacaciones. El interior está
distribuido en tres plantas: en el semisótano se encontraban
la cocina, las despensas y los trasteros, en la planta noble
la residencia y el desván estaba destinado al servicio. La
planta principal tiene cinco estancias, el vestíbulo y el
cuarto de baño, unidos por un amplio distribuidor paralelo
al invernadero. Gaudí distribuyó el espacio en base al recorrido
del sol, situando las dependencias de actividades matutinas
hacia el sur, y las vespertinas a poniente, mientras que las
estivales quedaban hacia el norte. La decoración de la vivienda
se llevó a cabo con toda clase de lujos ornamentales y los
mejores materiales como vitrales, cerámicas y maderas talladas.
La mayoría de motivos decorativos son de carácter geométrico
y vegetal como flores y hojas, pero también alguno animal,
principalmente ornitológico. El vestíbulo, que está situado
tras el pórtico de entrada al pie de la torre-minarete, tiene
12 m², planta hexagonal y actúa de distribuidor entre las
tres plantas. El pavimento está compuesto por losas de mármol
de forma circular mientras que el techo presenta un artesonado
de madera con una franja de cinco vigas en el centro y dos
grupos de siete vigas que recorren transversalmente la estancia.
Esta sala tiene una vidriera con cenefas de formas geométricas
y motivos ornamentales vegetales.
Entre el vestíbulo y el salón principal se halla
la sala de visitas, de 16 m². Esta estancia cumplía una doble
función: la de recibidor en un contexto más formal y la de
acceso al resto de la vivienda en un plano más informal ya
que conecta con la galería de distribución que comunica todas
las estancias a través del invernadero, donde en principio
solo accedían familiares y amigos. El principal material empleado
en esta estancia es la madera que recubre suelo, techo, zócalos,
puertas y ventanas así como la chimenea. La mayoría de motivos
ornamentales son de carácter geométrico. El salón principal
tiene 35 m² y presenta una doble altura que llega hasta la
cubierta del edificio dividiendo el desván en dos partes.
Como está situado en la crujía norte es el contrapunto del
invernadero, orientado al sur. Es un salón acogedor y luminoso
pero de cierta sobriedad, tal y como quería el propietario.
El techo tiene forma de nave invertida, posiblemente pensado
para contener una cubierta acristalada, como era moda en la
época, que sin embargo no llegó a construirse. En la estancia
destaca un amplio ventanal con ventanas de guillotina dotadas
de un sistema de correderas que se mueven con contrapesos.
Igualmente, en la zona interior hay cuatro ventanas en forma
de arcos soledizos que dan al corredor y permiten la entrada
de la luz de mediodía. Por otro lado, corresponden a este
salón los dos balcones en forma de banco-barandilla elaborados
en hierro forjado que dan al exterior. Junto a este salón
se encuentra el comedor, de dimensiones modestas, colocado
junto a la escalera de servicio que conduce a la cocina, en
el semisótano. Junto al salón principal está la sala de juegos,
una estancia de 37 m² orientada hacia poniente. Era una sala
polivalente destinada a finalidades lúdicas pero que también
podía servir de dormitorio secundario. Incluye una galería
semicircular de 6 m² como ambiente adicional destinado principalmente
a fumadero, de inspiración árabe. El suelo de este salón es
de parqué, que sintoniza con el techo de artesonado de madera,
decorado con flores talladas igualmente en madera. La decoración,
la más rica de la casa, está realizada en madera, cerámica
y hierro, con motivos vegetales y animales.
En la fachada de levante se halla el dormitorio
principal, que con sus 42 m² es la estancia más grande después
del invernadero, mayor incluso que el salón principal, lo
que pone de relieve la importancia concedida por su propietario
a su vida privada. Debido a su tamaño, en la reforma de 1914
fue dividido en dos habitaciones. Es una estancia luminosa,
con ventanales que dan a levante y mediodía, así como una
puerta de acceso a la terraza de 26 m² que se sitúa sobre
el techo de la cochera. De la estancia destaca el artesonado
del techo, el más elaborado de toda la casa, con unas vigas
transversales cruzadas por una red de viguetas en diagonal,
con remates decorativos de motivos vegetales en las intersecciones.
Junto al dormitorio se encuentra el cuarto de baño, de 14
m², con suelo de mármol, azulejos para la zona de ducha, zócalos
de madera y mármol y techo de artesonado de madera. Las ventanas
tienen vidrieras de colores con motivos vegetales y ornitológicos,
posiblemente un modelo para las demás estancias que finalmente
no se realizó.

En la parte sur de la casa, en el interior de
la U que forma el edificio, se encuentra el invernadero construido
sobre una edificación anterior que cumplía el mismo uso; destruido
en la reforma de la casa efectuada en 1914, fue reconstruido
en 1988 basándose en el diseño original. Esta estancia respondía
a una de las aficiones del propietario, la botánica, aunque
debido a su prematura muerte no llegó a cumplir su objetivo.
Tiene 72 m² de superficie, 6 metros de altura y presenta planta
de estadio y cubierta a dos aguas. Se construyó con una estructura
de madera de color blanco y acristalada. Esta estancia cumple
la función de regulador térmico de la casa, absorbiendo calor
durante el día y desprendiéndolo al resto de las estancias
por la noche. El invernadero forma junto al muro interior
de la casa el corredor que sirve de distribución de la planta
noble. En la planta superior se encuentra el desván, dividido
en dos por el salón principal ya que su altura llega hasta
el techo del edificio, con acceso por dos escaleras de caracol.
Tiene una superficie total de 140 m², con cubierta a dos aguas,
con una estructura de vigas de madera, con diversos ángulos
de abertura, más cerrados cuanto más cerca están del centro
de la crujía. El desván cumplía también el objetivo de regulador
térmico, aislando la planta noble de las temperaturas exteriores.
En este espacio se hallaban las habitaciones del servicio
y las dos alas estaban conectadas por un corredor exterior,
paralelo a la cubierta del invernadero. Una de las habitaciones
cuenta con una terraza semicircular que está sobre la galería
de la sala de juegos. También hay un acceso a la terraza inferior
de la torre-minarete. Cabe resaltar que numerosas soluciones
estructurales y ornamentales de la casa responden a la afición
del propietario por la música, por ejemplo: las cenefas en
el exterior de la casa imitan un pentagrama, las barandillas
de la torre tienen forma de clave de sol y de semicorchea,
en las ventanas del salón principal se usaron contrapesos
para el sistema de correderas, que eran campanas tubulares
con diferentes densidades y tamaños para poder obtener notas
musicales diferentes al abrirse y cerrarse; por último, en
el cuarto de baño se encuentran dos vidrieras con dibujos
de una abeja tocando la guitarra y un pájaro tocando el órgano.

La Cripta de la Colònia Güell se localiza en
el municipio de Santa Coloma de Cervelló, a pocos kilómetros
de Barcelona. Este templo religioso es una de las obras arquitectónicas
más impresionantes del modernista Antoni Gaudí, pero también
una de las menos conocidas. A pesar de ser un monumento inacabado,
en 2005 fue reconocida como Patrimonio de la Humanidad por
su gran valor histórico y artístico. Este proyecto fue otro
de los numerosos trabajos que Gaudí realizó para Eusebi Güell,
con quien colaboró a lo largo de toda su vida. A diferencia
del famoso Park Güell, la cripta fue el encargo incluso más
personal e innovador. El empresario había fundado en 1890,
a las afueras de la capital, una colonia industrial para los
trabajadores de su fábrica textil. Así, se alejaba del pujante
pero también problemático centro urbano.

La cubierta «provisional» de la Cripta.
Así, esta obra clave no se sitúa entre las manzanas
perfectas, los puestos de flores ni los modernos hoteles boutique
de la Barcelona contemporánea. El entorno, una miniurbe, eligió
alejarse y contar con viviendas y servicios propios, lugar
de culto incluido. La construcción de este templo fue reservada
al arquitecto más ambicioso de la Ciudad Condal a finales
del siglo XIX.

La entrada a la Cripta.
Ejecutada entre 1898 y 1914, la Cripta Güell
se fundó como Iglesia para los trabajadores de la colonia.
Esta fue una obra clave en la trayectoria de Antoni Gaudí,
ya que anticipó muchas de las soluciones constructivas que
el arquitecto empleó en la Sagrada Familia, con la que llevaba
trabajando desde hace años. En la actualidad, la iglesia no
ha perdido su carácter religioso y es frecuentada por los
más curiosos del modernismo barcelonés.
Eusebi Güell dio manga ancha a Gaudí para la
construcción de la iglesia, sin imponer límites en el presupuesto
ni en el modelo arquitectónico. Tampoco en el plazo de tiempo.
Hasta pasados quince años no empezaron las obras del templo,
en 1908. Durante todo ese lapso, Gaudí se había dedicado a
estudiar las soluciones constructivas tan atrevidas como experimentales
que pensaba incorporar.

Maqueta reconstruida por Rainer Graefe a través del
estudio de cinco maquetas originales de Gaudí.
|
La maqueta del proyecto resultó ser de lo más
ambiciosa, tanto que fue imposible culminarla en la vida real
por falta de tiempo. Se preveía una iglesia con dos naves,
inferior y superior, rematada por diferentes torres laterales
y un cimborrio de 40 metros de altura. A través del proceso
de construcción, Gaudí fue experimentando con gran variedad
de técnicas y detalles arquitectónicos que más tarde utilizaría
en la Sagrada Familia.

Combinación de materiales en la fachada externa
de la Cripta.
Las obras fueron paralizadas en 1914 cuando
Eusebi Güell enfermó y sus hijos se hicieron cargo de la finca.
La iglesia estaba en ese momento inacabada. Solo contaba con
la capilla interior, conocida como cripta, y el porche anexo,
sobre el que se tenía que construir la escalinata de acceso
al templo. Ya sin Gaudí, se construyó una cubierta provisional
y también un campanario, para que al año siguiente se realizase
la consagración del templo. Sin embargo, el lugar de culto
es a día de hoy comúnmente conocido el nombre de “cripta”.

La ingeniosa maqueta polifunicular de Gaudí.
La Cripta de la Colònia Güell destaca precisamente
por la ambición del proyecto en sus diferentes maquetas, sobre
todo la polifunicular. Este es un ingenioso instrumento ideado
por Gaudí, bajo la ayuda del modelista Joan Beltrán y el carpintero
Joan Munné. La maqueta está construida con tela, cuerdas y
pequeños pesos, que sirvieron como instrumento para deducir
las formas arquitectónicas dictadas por el comportamiento
estático del edificio.

El interior de la Cripta presenta una estructura
ovalada que permite la completa visibilidad del altar.
Pese a quedar inacabada, la iglesia supone un
punto culminante en la obra de Gaudí. Por primera vez, de
forma unitaria, pone en práctica la totalidad de sus innovaciones
arquitectónicas. La Cripta de la Colonia Güell forma parte
de la etapa más naturalista de su creador, en la que expresa
su gran capacidad creativa. En ella se puede apreciar la combinación
del mencionado estilo con las fórmulas de la geometría reglada,
a las que confiere libertad en sus formas desafiando las normas
estáticas. Gaudí consiguió crear una atmósfera magistral propia
de un lugar sagrado, a la vez que aplicó un grado máximo de
autenticidad. Fiel a su costumbre simbolista, el arquitecto
situó el emplazamiento de la iglesia en el punto dominante
de la Colonia, integrándose perfectamente en el paisaje. La
intención era clara: simbolizar el tránsito del plano terrenal
al celestial.

Fachada externa de la Cripta de la Colònia Güell.
Resulta extraordinaria la combinación de materiales
de ladrillo rojo, piedra basáltica y mosaicos dominantes de
la estructura. Aunque a primera vista pueda parecer robusta,
el color y la luz que adquiere de la cerámica viste de sensibilidad
el edificio. Al acercarse a él, destaca también la superficie
plana del techo de la cripta, que experimenta y acentúa la
forma fluida de los volúmenes por debajo. En 2013, la Cripta
de la Colonia Güell se convirtió en el primer monumento Patrimonio
de la Humanidad con Certificación Biosphere por la gestión
sostenible de sus servicios, incluido como uno de los 17 Objetivos
de Desarrollo Sostenible de Naciones Unidas.

Pilas de agua bendita en forma de concha marina.
No menos impresionante resulta el monumento
por dentro, cuya estructura ovalada permite una visibilidad
del altar desde cualquier punto. El centro de la cripta lo
ocupan cuatro columnas de piedra basáltica que sostienen el
techo adintelado y delimitan el espacio central rodeado por
un semicírculo de nueve pilares. La planta está perfectamente
dividida en tres espacios definidos con su nave, coro y dependencias
privadas. El conjunto se completa con un enredado programa
iconográfico característico de Gaudí y con los grandes ventanales
en forma hiperboloide cubiertos con vidrios de colores en
forma de pétalos de flor o alas de mariposa.
El mobiliario también es obra de Gaudí, faceta
que el catalán plasmó también en la catedralicia capilla de
Sobrellano en Comillas. Al respecto sobresalen los bancos
con reclinatorio distribuidos de forma circular alrededor
del altar mayor. Las pilas de agua bendita también son dignas
de atención, debido a su curiosa confección con grandes conchas
marinas, procedentes de Filipinas a través de la Compañía
Transatlántica del empresario Eusebi Güell.
El poder de los indianos está presente en el norte
de España más que en ningún otro lugar. Especialmente
en Cantabria y Asturias, las muestras de poder de aquellos
comerciantes que «hicieron las Américas» son abundantes.
Obras de arte, sobre todo arquitectónicas, que tienen
uno de sus cúlmenes en Comillas, uno de los pueblos
cántabros más bellos. No en vano, allí nació el paradigma
indiano, Antonio López y López, I marqués de Comillas.
Esta polémica figura fue la que promovió que se erigiera
el magnífico palacio de Sobrellano y su catedralicia
capilla-panteón.

Vista del palacio de Sobrellano desde
la campa frontal.
A primera vista el palacio de Sobrellano recuerda a
los relatos de terror romántico. Un escenario que podría
asignarse a la obra de Poe, Bécquer o Shelley. Esta
planta neogótica se complementa con detalles modernistas
para generar un todo sobrecogedor. Su edificación arrancó
a inicios de la década de los 80 del siglo XIX. El encargado
de proyectarlo fue Joan Martorell i Montells. Este arquitecto
de Barcelona, ciudad famosa por el modernismo, fue uno
de los maestros y colegas de Gaudí. Usó un diseño inspirado
en el gótico inglés del siglo XVI, que cuadra a la perfección
con el ambiente verde y campestre cántabro.

Capilla-panteón y palacio de Sobrellano.
Las obras se extendieron hasta 1888, por lo que el
I marqués de Comillas no pudo verlas terminadas, al
haber muerto en 1883. Durante la visita del rey Alfonso
XII a la población de 1881, año en que le otorgó la
Grandeza de España a Antonio López y López, la primera
intención fue alojarle en un palacio tan notable como
los de Madrid, que frecuentaba el monarca. Sin embargo,
no fue posible y se quedó en la también conocida Casa
Ocejo.
El II marqués culminó un edificio que tendría como
misión ser casa de verano. Todo el palacio de Sobrellano
es una demostración del poder que los hombres de negocios
habían adquirido durante el siglo XIX. Un alarde burgués
de planta rectangular que empieza con la espectacular
fachada principal. Repleta de detalles, está realizada
con piedra de Carrejo, villa cántabra cercana a Cabezón
de la Sal. Esto aporta una coloración desigual que resalta
las galerías con columnatas, profusamente decoradas.
Aparte, cabe destacar el trabajo escultórico exterior
de Joan Roig i Solé.

Capilla-panteón de Sobrellano.
El aire señorial se traslada también al interior. Su
hall distribuye los corredores a las distintas estancias,
escalinata incluida. La piedra domina junto a maderas
nobles en un conjunto muy elegante. Mientras tanto,
las vidrieras son habituales y llevan a generar una
curiosa iluminación, que resalta especialmente en la
escalera antes mencionada. Durante la visita guiada
se recorren los principales espacios de la primera planta,
como la sala de billares o la biblioteca.
Sin embargo, destaca sobre el resto el conocido como
«salón del trono». Como si de una sala real se tratara,
las pinturas ejecutadas por Llorens i Masdeu repasan
hitos asociados al I y II marqués Comillas. Este último
fue quién eligió las ocasiones representadas, de la
ayuda al rey en la Guerra de Cuba de 1969 a la inauguración
del Seminario en 1887. Pan de oro y vidrieras hacen
que la estancia resalte todavía más.
Si Antonio López y López no pudo ver el palacio terminado,
ni tampoco el seminario que acabaría siendo la Universidad
Pontificia de Comillas, sí que pudo disfrutar de la
capilla-panteón en vida. Pese a su reducido tamaño,
equiparable a una ermita, su porte es semejante al de
una catedral, incluso con gárgolas. Su función, además
de acoger oficios religiosos, era servir como lugar
de descanso eterno al I marqués y su familia. Un espacio
dedicado a ellos que también diseñó Joan Martorell i
Montells y que se concluyó en 1881.

Salón del trono del palacio de Sobrellano.
Este carácter de homenaje se hace presente por el hecho
de que posea una girola, un espacio que amplia el ábside
y permite recorrerlo. Su uso se generalizó durante el
románico para permitir la adoración por parte de peregrinos,
por ejemplo en Santiago de Compostela. La zona del mausoleo
es un gran ejemplo de la escuela catalana del momento.
José Llimona realizó los trabajos asociados al hermano
de Antonio López y López y la mujer del mismo. Venancio
Vallmitjana fue el encargado de realizar la tumba del
I marqués y esposa. Mientras tanto, su hermano Agapito
Vallmitjana ejecutó el Cristo yacente de la del segundo.
De la nave destaca el artesonado, el altar y las vidrieras
policromadas. Además, el conjunto de mobiliario fue
diseñado por Gaudí. También en Comillas está su archiconocido
Capricho. Los asientos más destacados o sitiales siguen
el estilo neogótico de la capilla, así como los reclinatorios
que llevan adosados. Están hechos en madera, con partes
de metal, y terciopelo rojo. Asimismo, los bancos también
corrieron a cargo del conocido modernista.

Palacio de Sobrellano de noche.
Puede resultar curioso que Comillas sea uno de los
más profusos ejemplos de modernismo de España. Esto
se debe a la influencia del I marqués de Comillas. Durante
su adolescencia se vio obligado a emigrar a Cuba. Allí
creó una pequeña tienda de artículos de baja estofa.
Sin embargo, logró casarse con la hija de su casero,
Luisa Bru Lassús. Este hecho fue el que le ató a Barcelona.
Siguió en la isla americana varios años, donde nacieron
sus tres hijos. Por entonces creó la base de su fortuna,
enriqueciéndose de la trata de esclavos como intermediario.
Estas cuestiones oscuras no impidieron que prosperara
y pudiera retornar a Barcelona. Como un verdadero magnate,
se codeó con la más alta burguesía catalana y con los
mejores artistas de la Ciudad Condal. Fruto de ello
es que su localidad natal no tenga nada que envidiar
en lo tocante a modernismo a lugares como Reus o Melilla.
Su cuarto vástago fue finalmente su heredero, mientras
que su primogénita se casó con Eusebi Güell, famoso
colaborador de Gaudí y promotor del parque que lleva
su nombre.

Biblioteca del palacio de Sobrellano.
Sin duda el legado diseñado por Joan Martorell i Montells
es el que más destaca, con el triunvirato formado por
capilla-panteón, palacio de Sobrellano y Universidad
Pontifcia. Aunque es el estilo neoclásico el que domina,
aportaciones como las esculturas de Joan Roig i Solé
y la integración de estos elementos particulares en
el conjunto aportan una visión modernista al todo. El
Capricho es otra gran muestra que se conecta con Antonio
López y López por el hecho de que la encargara el hermano
de su cuñada, el también indiano Máximo Díaz de Quijano.

Lateral del palacio de Sobrellano.
La planta del palacio de Sobrellano y su capilla han
llamado la atención de varios directores de cine. El
género de terror español que tan ampliamente se desarrolló
durante los 70 y 80 usó el lugar como localización.
Por ejemplo, fue el exterior de La Residencia, film
con el que Chicho Ibáñez Serrador debutó en en la pantalla
grande. Elementos de terror gótico y suspense se entremezclan
en la cinta, fiel reflejo de la idiosincrasia del cineasta.
Con referencias a Hitchcock y Shelley, la censura rebajó
la carga erótica y violenta de un film basado en la
represión.
Menos sobresalientes es otra película también del género:
Vera, Un Cuento Cruel. En este caso el palacio pasa
a ser una lujosa residencia en del sur de Francia. Posteriormente
ha funcionado como universidad en Fuga de Cerebros 2
o Sexykiller. La Herencia Valdemar, de 2010 y basada
en la obra de Lovecraft, supuso el desastroso canto
del cisne del mito del terror español Paul Naschy. Fue
su última película como actor antes de morir. Dirigida
por José Luis Alemán, se dividió en dos partes de forma
algo improvisada y supuso un sonoro fracaso.
Los horarios de visita de palacio y capilla son amplios.
El precio de cada visita guiada son tres euros. Muy
cerca se sitúa el Capricho de Gaudí, en el mismo parque
que aloja a los protagonistas de este artículo. En la
parte alta se despliegan miradores y árboles, mientras
que a los pies se extiende una amplia campa de hierba.
La gran belleza del lugar lo convierte en uno de los
jardines más bonitos de su comunidad. Mientras tanto,
también brilla el excepcional cementerio gótico de la
villa.

Interior del palacio de Sobrellano.
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Casa del Mestre en la Colònia Güell.
Este conjunto industrial en el que se enmarca
la cripta es considerado un referente dentro del conjunto
de las colonias industriales existentes. Destacó por sus condiciones
de mejora social y por poseer una muestra del estilo modernista
aplicado en el ámbito de la arquitectura civil. El empresario
Eusebi Güell procuró una mejor calidad de vida para sus trabajadores
y, en cuanto a su condición de mecenas de la cultura, dotó
a la Colonia de equipamientos didácticos y religiosos de corriente
modernista.
Para ello, encargó a los mejores arquitectos
adscritos a este estilo el diseño de la Colonia. Gaudí llevó
a cabo el proyecto del conjunto y de la iglesia, mientras
que el resto de edificios más emblemáticos fue obra de Joan
Rubió, Francesc Berenguer i Mestres y el hijo de este. El
resultado fueron edificios amplios y de forma simple, compuestos
de materiales como cerámica, hierro y ladrillo. Entre estos
destacan Ca l’ Ordal, una casa unifamiliar con un aspecto
que recuerda a la típica masía catalana. También el edificio
de la escuela y la casa del administrador de la finca, Ca
l’ Espinal. En 1990 el conjunto de la Colonia Güell fue declarado
Bien de Interés Cultural-Conjunto Histórico.

Ca l’ Espinal.
Las colonias industriales fueron concebidas
como organizaciones socioeconómicas cuya finalidad era la
producción industrial. Surgieron con la intención de alejarse
de los conflictos sociales existentes de la ciudad. De esta
forma, se crearon núcleos urbanos industriales para los obreros
y sus familias al lado de la fábrica, integrada en la misma
propiedad, bajo la tutela económica del empresario de la colonia.
Era, a su vez, una garantía para los hombres y mujeres de
tener un salario regular en unos tiempos de precariedad económica.
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La Manzana de la discordia es el nombre que
recibe un tramo del paseo de Gracia del Ensanche de Barcelona
situado entre las calles de Aragón y Consejo de Ciento. Se
trata de un conjunto de cinco edificios: la Casa Lleó Morera
de Lluís Domènech i Montaner, la Casa Mulleras de Enric Sagnier,
la Casa Bonet de Marceliano Coquillat, la Casa Amatller de
Josep Puig i Cadafalch y la Casa Batlló de Antoni Gaudí.

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La casa Botines o casa Fernández y Andrés es
un edificio de estilo modernista situado en la ciudad española
de León, capital de la provincia homónima. Originalmente era
un almacén comercial y residencia particular. Construido y
diseñado por el arquitecto Antoni Gaudí entre 1891 y 1892,
es una de sus tres obras fuera de Cataluña, junto al Palacio
Episcopal de Astorga —también en la provincia de León— y El
Capricho de Comillas, en Cantabria. Se encuentra ubicado junto
al palacio de los Guzmanes —sede de la Diputación de León—
y junto a la plaza de Santo Domingo, lugar de encuentro entre
el casco antiguo y el ensanche. Fue restaurado en 1953 y,
en 1969, fue declarado Monumento Histórico de Interés Cultural.
En la actualidad acoge el Museo Gaudí Casa Botines gestionado
por la Fundación Obra Social de Castilla y León (FUNDOS).
El término casa Botines deriva del apellido del fundador de
la sociedad, Juan Homs y Botines, un empresario y comerciante
de origen catalán asentado en la capital leonesa. Sus socios
Mariano Andrés González-Luna y Simón Fernández Fernández fueron
los responsables del encargo de la casa a Gaudí.
Esta obra pertenece al período neogótico de
Gaudí (1888-1898), etapa en que el arquitecto se inspiró sobre
todo en el arte gótico medieval, el cual asumió de forma libre,
personal, intentando mejorar sus soluciones estructurales.
El neogótico fue en aquella época uno de los estilos historicistas
de mayor éxito, sobre todo a raíz de los estudios teóricos
de Viollet-le-Duc. Gaudí estudió con profundidad el gótico
catalán, balear y rosellonés, así como el leonés y el castellano
en sus estancias en León y Burgos, y llegó al convencimiento
de que era un estilo imperfecto, a medio resolver. En sus
obras de esta época eliminó la necesidad de contrafuertes
mediante el empleo de superficies regladas y suprimió cresterías
y calados excesivos.
En la ciudad de León se asentó en el segundo
tercio del siglo xix una prendería regentada por el comerciante
catalán Juan Homs y Botines, dedicada a la compra-venta de
valores. Con el tiempo, dicho comerciante pasó a formar sociedad
con uno de sus empleados, Simón Fernández Fernández, más tarde
casado con una cuñada suya. Fernández se estableció con el
mismo negocio de préstamos en la plaza de Don Gutierre, entonces
plazuela de Boteros, y terminó asociándose con otro antiguo
empleado de Botines, Mariano Andrés González-Luna, con lo
que la primitiva firma Homs y Fernández se convirtió en Fernández
y Andrés, con domicilio en la plaza Mayor. Su labor financiera
como casa de banca se conjugó con la de almacén de tejidos.
Sus actividades comerciales los relacionaba con los fabricantes
catalanes Güell, Parellada y Cía, y fue el empresario Eusebi
Güell quien recomendó al arquitecto Gaudí para llevar a cabo
la construcción de una nueva casa para el negocio en la plaza
de San Marcelo. El inmueble tomó el nombre de Botines por
el promotor original de la sociedad, aunque se conoce también
como casa Fernández y Andrés. A la muerte de Simón Fernández
en 1891 le sucedieron en la sociedad sus hijos José y Aquilino
Fernández Riu. En ese momento Gaudí trabajaba en Astorga,
en la obra del palacio episcopal (1889-1893), por lo que aceptó
el encargo debido a su cercanía y consonancia estilística.

Alzado del edificio realizado por Gaudí.
La parcela sobre la que se ubicaría el edificio,
de 2390,5 m², fue comprada por Fernández y Andrés al duque
de Uceda, Francisco de Borja Téllez-Girón y Fernández de Velasco,
y sus dos hermanas, Rosario y María de la Piedad, a quienes
la Diputación de León ya había adquirido el contiguo palacio
de los Guzmanes en 1882. El precio de compra fue de 17 000
pesetas. Originalmente el proyecto fue objeto de un enconado
litigio promovido por el ayuntamiento a instancias del vecino
de poniente, Eleuterio González del Palacio, que no veía con
agrado la implantación aprobada, por ser atentado contra el
ornato público y dejar sin lucimiento la fachada del palacio.
Este pleito iría ligado a la cesión del terreno y al dominio
de la parte del solar en la plaza de San Marcelo. La resolución
judicial, de 1890, reconoció a los propietarios una superficie
de 800 m². Antoni Gaudí El arquitecto mandó los planos en
diciembre de 1891 y se dedicó el invierno a la preparación
de la obra. Con la llegada del buen tiempo, Gaudí se trasladó
a León con su equipo de maestros y oficiales, donde no había
obreros especializados, pero sí canteros que trabajaban en
la restauración de la catedral.

Plano del edificio realizado por Gaudí.
Las obras comenzaron el 4 de enero de 1892.
La construcción estuvo rodeada de intrigas y malos augurios,
que Gaudí zanjó pidiendo por escrito y firmados todos los
informes técnicos contrarios para, una vez terminada la casa,
exponerlos en un sitio visible del vestíbulo.

La casa Botines en construcción.
En cualquier caso, Gaudí no disponía de mucho
tiempo para enfrentarse a las discrepancias suscitadas, por
tenerlo absorbido en Barcelona el estudio de la nueva estructura
que pensaba dar a la Sagrada Familia y al colegio de las Teresianas.
Estas atenciones le obligaron a espaciar sus visitas a la
obra, que suplía con eficacia las más frecuentes de su encargado
Claudi Alsina, portador de sus instrucciones. En el equipo
figuraban además Antonio Cantó, encargado de la cantería;
Mariano Padró, albañilería; y Juan Coll, carpintería. Por
otro lado, la carpintería de taller fue encargada a la firma
barcelonesa Casas, Planas y Cía —posteriormente Casas y Bardés—;
las columnas de fundición se encargaron a Hijos de Ignacio
Damians, también barcelonesa; la puerta principal de hierro
forjado fue elaborada por los talleres de Joan Oñós, también
de la Ciudad Condal; la verja del sótano, las barandillas
y el montacargas fueron confeccionados por Kessler, Laviada
y Cía, de Gijón; los techos decorados eran de Hermanos Vila;
y las rejas de las ventanas del sótano de Bernardo Valero,
de León. La construcción se concluyó tras diez meses en noviembre
de 1892, un hecho notable por el grado de elaboración artesanal
que presenta en la mayoría de sus elementos y que sorprendió
a los leoneses de la época. La imagen de San Jorge y el dragón
fue colocada con posterioridad al fin de las obras, el 15
de noviembre de 1893.

San Jorge y el dragón, obra de Llorenç Matamala.
A comienzos del siglo XX Mariano Andrés compró
la parte del negocio de su socio a sus descendientes, José
y Aquilino Fernández Riu. A su fallecimiento en 1911 la propiedad
de la casa pasó una mitad a su viuda, Leonarda Lescún Lubén,
y la otra mitad a sus hijos, Mariano y Rogelia Andrés Lescún.
En 1929 el edificio fue adquirido por la Caja de Ahorros y
Monte de Piedad de León. La compra a los herederos de Mariano
Andrés se hizo por 750 000 pesetas. En 1931 esta entidad hizo
una pequeña remodelación, en que se suprimió el altillo de
madera del centro de la planta baja y la escalera central,
al tiempo que se sustituyeron los mostradores de madera por
otros de mármol y cristal. Hubo una nueva reforma en 1953,
que fue polémica porque rompió con el diseño original, pues
eliminó siete de los 28 pilares del sótano. Se encargó la
remodelación al arquitecto Luis Aparicio Guisasola, quien
para proporcionar más espacio a la planta noble suprimió las
columnas por vigas metálicas horizontales; en el semisótano
se forraron las columnas con placas rectangulares de madera,
frente al anterior fuste cilíndrico metálico; y en la planta
noble se forraron las columnas con mármol blanco y se ocultaron
los capiteles bajo un falso techo de escayola.
El 24 de agosto de 1969 la casa Botines fue
declarada por el Decreto 1794/1969 del Consejo de Ministros
como monumento histórico-artístico de carácter nacional, junto
a otras dieciséis obras de Gaudí. El edificio fue propiedad
de Caja León hasta que esta absorbió en 1990 a otras cuatro
cajas de ahorros y se convirtió en Caja España, entidad que
seis años después acometería nuevamente obras de restauración
en el edificio para devolverlo a su estado original. Después
de estas obras, que le valieron el premio Europa Nostra en
1998, el edificio Botines se convirtió en la sede de la caja
de ahorros. En la nueva rehabilitación, realizada por los
arquitectos Félix Compadre Díez y Mariano Díez Sáenz de Miera,
se procuró respetar al máximo el opus gaudiniano, al tiempo
que se buscaba conjugar en la medida de lo posible los valores
físicos del edificio con la utilidad y la funcionalidad. Así,
se recuperaron los diversos elementos originales suprimidos
o transformados en la anterior reforma, a través de su reconstrucción
o de su recuperación. Tras la fusión de Caja España y Caja
Duero se creó en 2016 la Fundación España-Duero, y la casa
Botines fue reconvertida en museo, el Museo Gaudí Casa Botines,
cuya inauguración se produjo el 23 de abril de 2017. El nuevo
museo permite una visita al edificio gaudiniano abierto al
público por primera vez, y en sus salas se exponen diversos
objetos y obras de arte de la Fundación, entre ellos pinturas
de Casas, Sorolla, Madrazo, Tàpies, etc. En 2018 la Fundación
España-Duero cambió su nombre por Fundación Obra Social de
Castilla y León (FUNDOS).

La puerta de forja de la casa Botines antes
de su colocación, en el taller de Joan Oñós (Barcelona).
El proyecto de Gaudí fue un edificio a cuatro
vientos de estilo neogótico, resuelto con su inconfundible
sello modernista. El edificio sirvió para albergar en sus
plantas bajas (semisótano y bajos) los despachos y almacenes
del negocio de tejidos, y disponía al mismo tiempo de viviendas
en las plantas superiores: en la primera los dos pisos de
los propietarios y en las dos superiores pisos de alquiler
(cuatro por piso); por último, se ubica un desván —donde había
la vivienda del conserje—, con cubierta a cuatro vertientes.
Se trata de una doble cubierta, ya que su altura equivale
a dos plantas, pensada como aislamiento del edificio y, al
mismo tiempo, gracias a sus lucernarios, como entrada de aire
y luz en el interior. La planta del edificio es trapezoidal,
debido a la forma del solar. Tiene cuatro fachadas: norte,
de 35,5 m; sur, de 28,5 m; este, de 25 m; y oeste, de 20 m.
Cada acceso tenía una finalidad: la puerta principal, en la
plaza de San Marcelo, daba a la tienda y las oficinas; la
posterior al almacén; y las laterales a los pisos.

Parte trasera de la Casa Botines vista desde
las murallas.
La construcción se realizó con muros de sólida
cantería caliza, dispuesta en forma de almohadillado. La talla
basta de la piedra da al edificio un aspecto de rusticidad,
lo que acentúa su apariencia historicista. El edificio está
flanqueado por cuatro torres cilíndricas sobre ménsulas, rematadas
con chapiteles de forma cónica hechos de pizarra, que culminan
en una veleta —la más alta con forma de cruz de Malta—. El
techo es también de pizarra. La casa está rodeada de un foso
con reja de forja, con un entramado de espirales dispuestas
en forma de losange. Las ventanas son de guillotina, con voladizos
inclinados para retener la nieve, muy frecuente en el invierno
leonés. Todos los ventanales son lobulados, excepto los de
la crestería y los torreones superiores. Gaudí realizó el
foso en unas zanjas corridas rellenas de mampostería hormigonada,
como era costumbre en Cataluña, por lo que recibió la crítica
de varios ingenieros que alegaban que ese sistema no era válido
para ese terreno, por lo que la cimentación corría grave peligro.
Fue por estas críticas por las que expresó su famoso comentario
de enmarcar los informes técnicos recibidos. La fachada es
de estilo gótico, ya que Gaudí procuró que se adaptase a su
entorno, especialmente a la catedral y al palacio de los Guzmanes.
Así, diseñó las puertas y ventanas con arcos lobulados, y
acentuó la horizontalidad de la fachada con cornisas bien
marcadas. La puerta principal es de hierro forjado, con un
dovelaje heptalobulado,29? donde destaca la figura de un león,
como homenaje a la ciudad.
Antiguamente tenía la inscripción Fernández
y Andrés en el tímpano, que desapareció tras ser adquirida
por Caja León. Sobre esta puerta se encuentra una escultura
de San Jorge y el dragón, diseñada en Barcelona por Llorenç
Matamala y ejecutada in situ por el picapedrero Antonio Cantó,
de 2,9 m de altura y realizada con piedra de Gerona. El modelo
para el santo fue el propio Matamala y para el dragón una
de las gárgolas del ábside de la Sagrada Familia. Encima de
esta estatua hay un reloj. Del resto de portales, cabe destacar
en los dos laterales unos remates de hierro forjado con las
iniciales del propietario y del fundador de la empresa, M-A
(Mariano Andrés) y J-H (Joan Homs). En 1953, durante unas
obras en las que se pretendía sustituir la estatua de San
Jorge por una de la Virgen del Camino, patrona del Reino de
León, se encontró detrás de la estatua un tubo de plomo que
contenía una serie de documentos relativos a la obra, como
los planos del edificio firmados por Gaudí, el contrato de
propiedad del solar, el acta de conclusión de las obras y
unos periódicos locales. La estatua original fue sustituida
en 1956 por una réplica tallada por Andrés Seoane sobre un
vaciado de Rafael García Morales.
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El interior del edificio presenta un original
concepto técnico ajeno a cualquier sistema de la época, ya
que Gaudí ensayó unas técnicas innovadoras que aplicaría posteriormente
en su obra. En la planta baja y en el semisótano desarrolló
una planta libre, al sustituir los tradicionales muros de
carga por un conjunto de 28 pilares de fundición de 20 cm
de diámetro, que hacen de estos dos niveles unos espacios
diáfanos con los que consigue la máxima utilidad espacial,
al tiempo que consigue una mejor iluminación natural y renovación
del aire. Todo ello le permitiría aplicar la misma fórmula
en la casa Milà, aunque esta vez con pilares de piedra. Para
una mayor racionalidad en el uso del espacio, Gaudí dividió
las plantas interiores en 96 módulos (12 en las fachadas largas
y 8 en las cortas), con lo que creó una retícula que le permitía
alinear las paredes, colocar los pilares y situar los huecos
de escalera y los patios de luces. Frente al estilo gótico
de la fachada, en el interior diseñó unos acabados del más
puro estilo modernista, donde destacan los trabajos en ebanistería,
las vidrieras, los esgrafiados y los componentes de forja
de hierro, como barandillas, tiradores y mirillas, los cuales
aúnan funcionalidad y estética. En la planta noble hay unas
vidrieras que representan los Partidos Judiciales de León,
el Ahorro, la Industria, el Comercio, el Trabajo y la Agricultura,
así como el escudo de León repetido once veces, obra original
de David López Merille restaurada en 1996 por Luis García
Zurdo.

Estatua de Gaudí frente al edificio, obra de
José Luis Fernández.
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El Palacio Episcopal de Astorga es un edificio
neogótico situado en la ciudad española de Astorga (León).
Su construcción se llevó a cabo entre 1889 y 1915. Esta obra
pertenece al período neogótico de Gaudí (1888-1898), etapa
en que el arquitecto se inspiró sobre todo en el arte gótico
medieval el cual asume de forma libre y personal, intentando
mejorar sus soluciones estructurales. El neogótico fue en
aquella época uno de los estilos historicistas de mayor éxito,
sobre todo a raíz de los estudios teóricos de Viollet-le-Duc.
Gaudí estudió con profundidad el gótico catalán, el balear
y el rosellonés, así como el leonés y el castellano en sus
estancias en León y Burgos, llegando al convencimiento de
que era un estilo imperfecto, a medio resolver. En sus obras
elimina la necesidad de contrafuertes mediante el empleo de
superficies regladas y suprime cresterías y calados excesivos.
Desde 1962 el palacio alberga el Museo de los Caminos, dedicado
al Camino de Santiago. El edificio fue catalogado como Bien
de Interés Cultural el 24 de julio de 1969 con la referencia
RI-51-0003827. Forma parte de la Ruta Europea del Modernismo.
En 2015, en la aprobación por la Unesco de la ampliación del
Camino de Santiago en España a «Caminos de Santiago de Compostela:
Camino francés y Caminos del Norte de España», España envió
como documentación un «Inventario Retrospectivo - Elementos
Asociados» (Retrospective Inventory - Associated Components)
en el que en el n.º 1709 figura el Palacio arzobispal.

Obras en marcha.
El antiguo palacio episcopal fue edificado probablemente
en el siglo XII gracias a la donación de un solar que hizo
la reina Urraca. Era un vetusto caserón cuadrangular, con
un amplio patio y numerosas habitaciones que a mediados del
siglo XIX estaba en un estado ruinoso. Este edificio quedó
totalmente destruido por un incendio el 23 de diciembre de
1886. Ya que la ciudad no disponía de un arquitecto diocesano,
el obispo Joan Baptista Grau i Vallespinós decidió encargar
la construcción del nuevo palacio episcopal a su amigo Gaudí.
La amistad entre ambos había comenzado años atrás mientras
Grau —reusense como Gaudí— fue vicario general de la archidiócesis
de Tarragona e inauguró la iglesia de Jesús-María, cuyo altar
había diseñado Gaudí.
Cuando Gaudí recibió el encargo de construir
el palacio episcopal estaba ocupado en diversos proyectos
como el palacio Güell, los pabellones Güell, el colegio de
las Teresianas y la Sagrada Familia, por lo que no podía desplazarse
a Astorga para estudiar el terreno y el entorno del nuevo
edificio. Para no retrasar el proyecto le pidió al obispo
que le enviase fotografías, dibujos y demás información del
lugar, que le permitiesen comenzar a proyectar el palacio
de manera que armonizase con las edificaciones de su entorno.
Una vez hubo estudiado todo el material recibido, Gaudí preparó
los planos del proyecto y los envió a Astorga. Grau se sintió
satisfecho e inició los trámites para obtener los permisos
administrativos ya que al ser un edificio público debía tener
el visto bueno de la Real Academia de Bellas Artes de San
Fernando. Después de haber introducido algunas modificaciones,
el proyecto fue aprobado en el mes de febrero de 1889. Esa
primavera, una vez concluido su trabajo en el palacio Güell,
Gaudí hizo una visita a Astorga y, después de visitar el terreno,
hizo algunos pequeños cambios a los planos. Gaudí visitó las
obras dos veces en 1890, tres en 1892 y cuatro en 1893. Según
Luis Alonso Luengo (Gaudí en Astorga, 1954), Gaudí fue nombrado
arquitecto diocesano, cargo que le llevó a ejecutar pequeños
proyectos en diversas iglesias rurales de la diócesis, especialmente
en lo relativo a la liturgia. El 24 de junio de 1889, onomástica
del obispo, se puso la primera piedra. La obra fue presupuestada
en 168.520 pesetas. Las obras se adjudicaron por subasta pública
al contratista astorgano Policarpo Arias Rodríguez. Sin embargo,
Gaudí decidió emplear en la obra obreros y albañiles catalanes
que ya habían trabajado para él a fin de que durante sus ausencias
la obra continuase de forma precisa según sus ideas. En 1893,
al morir Policarpo Arias, se hizo cargo de la dirección de
las obras Saturnino Vilalta Amenós. Ese año falleció también
el obispo Grau, al que Gaudí rindió homenaje diseñando su
catafalco funerario.
Tras la muerte del obispo, el 4 de noviembre
de 1893 Gaudí dimitió por desavenencias con el cabildo, por
lo que las obras estuvieron paradas durante varios años —quedaba
por terminar el piso superior y la cubierta—. Esta circunstancia
dolió profundamente a Gaudí, que comentó al respecto: «no
serán capaces de acabarlo, ni tampoco de dejarlo interrumpido».
Años más tarde, cuando la infanta Isabel de Borbón, durante
una visita a la Sagrada Familia, preguntó a Gaudí porqué había
renunciado, este contestó: «Señora, yo no me fui, me echaron».

Pórtico de entrada.
En sustitución de Gaudí fue nombrado Francisco
Blanch Pons, arquitecto diocesano de León, quien apenas intervino,
por lo que se paralizaron de nuevo las obras en 1894. En 1899
fue nombrado Manuel Hernández y Álvarez Reyero, arquitecto
diocesano de Santiago de Compostela que estuvo en el cargo
hasta 1904 aunque con escasos adelantos. En 1905, el nuevo
obispo de Astorga, Julián de Diego Alcolea, intentó la vuelta
de Gaudí al que incluso fue a visitar a las obras de la Sagrada
Familia en Barcelona, aunque sin éxito. Finalmente, fue terminado
entre 1907 y 1915 por Ricardo García Guereta, arquitecto diocesano
de León, quien siguió el trazado de Gaudí pero con un sello
más convencional. En la intervención de Guereta se denota
la influencia violletiana, especialmente en los chapiteles
que coronan las torres laterales. Al cambio de dirección se
debió también que unas esculturas de ángeles que iban a coronar
el edificio según el proyecto original se colocasen finalmente
de forma exenta en el jardín del palacio. En 1913, cuando
el obispo de Diego fue trasladado a Salamanca, el palacio
quedó abandonado, aunque el sótano fue convertido provisionalmente
en museo arqueológico. Durante la Guerra Civil sirvió de cuartel
de artillería y sede de la Falange. Entre 1943 y 1955 se restauraron
los daños ocasionados durante la guerra. En 1956, el obispo
Josep Castelltort inició la restauración para convertir el
edificio en residencia del obispo, la que debería haber sido
su función inicial y que nunca llegó a consumarse.
Tras su fallecimiento en 1960, el nuevo obispo,
Marcelo González Martín, renunció finalmente a la función
episcopal del palacio y promovió su reconversión a lo que
es actualmente, el Museo de los Caminos, dedicado al Camino
de Santiago. En 2014 se inició una profunda restauración del
palacio con una inversión de 1,8 millones de euros aportados
por la Junta de Castilla y León y el Ministerio de Fomento.
La reforma se prolongará hasta 2017.
.jpg)
Fachada del Palacio Episcopal de Astorga, firmada
por Gaudí en 1887.
El Palacio Episcopal de Astorga es un edificio
que tiene un aire medieval, ya que Gaudí lo proyectó en estilo
neogótico, corriente constructiva que provenía de la arquitectura
historicista de moda en aquel momento y que el arquitecto
empleó en el colegio de las Teresianas, en Bellesguard y en
la casa Botines, además de en Astorga. Concibió el palacio
como un castillo en el exterior y una iglesia en el interior.
La piedra utilizada para su construcción —granito gris del
Bierzo— es respetuosa con el entorno, en especial con la catedral
que se encuentra en la inmediata vecindad, así como también
con la naturaleza, que en la Astorga de finales del siglo
xix estaba más presente que en la actualidad. No obstante,
el edificio también incorporaba algunos de los elementos que
caracterizarían a Gaudí en sus futuras obras como los arcos
de la entrada principal y el volumen situado encima de ella,
o las grandes chimeneas que de forma ostensible se integran
en las fachadas laterales.

El palacio tiene planta de cruz griega, sobre
la que se superpone una planta cuadrada, con cuatro torres
cilíndricas en las esquinas, y rodeado por un foso. En las
torres se encuentra el escudo del obispo Grau, con la leyenda
Pax Christi in cordibus vestris y la letra griega tau, por
Tarragona. En dos de los laterales presenta unos cuerpos sobresalientes
de planta rectangular, mientras que en los otros dos se encuentran
la torre de entrada y la capilla: la primera es de base cuadrada
y cuenta con un porche de acceso al palacio; la segunda es
también rectangular y está rematada con un ábside y tres absidiolos.
A la fachada principal se accede por una escalinata circular
situada en un puente sobre el foso. El pórtico de entrada
tiene tres grandes arcos abocinados, hechos con sillares separados
entre sí por contrafuertes inclinados, con largas dovelas
que recuerdan las masías catalanas del siglo XV. En su interior
se halla una bóveda sujeta por arcos apuntados sobre pechinas.
En el segundo y tercer piso de la fachada abundan los vanos,
decorados con vidrieras, y remata esta fachada el escudo del
obispo Alcolea, realizado en granito. La estructura del edificio
se sustenta en pilares con capiteles decorados y en bóvedas
de crucería sobre arcos ojivales de cerámica vidriada. Se
remata con un almenado de estilo mudéjar. En el jardín del
palacio se hallan tres esculturas de ángeles pensadas inicialmente
para la cubierta del edificio, pero se colocaron finalmente
como esculturas exentas. Fueron elaboradas en 1913 por la
Real Compañía Asturiana de Minas según un diseño original
de Gaudí y se trasladaron a su ubicación actual en 1963, dos
frente a la puerta principal y otra en el lado opuesto, sobre
unos pedestales. Están realizados en cinc; uno de los ángeles
sostiene una cruz procesional, otro un báculo y el tercero
una mitra episcopal.

Detalle del interior.
En el interior hay cuatro niveles: un semisótano,
la planta baja —para dependencias administrativas—, el piso
principal —con la estancia del obispo, el salón del trono
y la capilla—, y el desván. Destaca la riqueza ornamental
conseguida con diversos materiales (granito, ladrillo, yeso,
mosaico, cerámica, esgrafiados, vidrieras), así como la fluidez
espacial y la luminosidad que el arquitecto logró conferir
al palacio. Un buen ejemplo de esta riqueza decorativa es
la variedad de capiteles que Gaudí diseñó para las diversas
columnas del conjunto palaciego, en el que se combinan diversos
estilos, desde el gótico y el mudéjar hasta los motivos naturalistas
tan del gusto del arquitecto, pasando por unos capiteles de
ábacos estrellados inspirados en la Sainte-Chapelle de París.
El sótano es austero, con una atmósfera de castillo
medieval más patente que en el resto del edificio. Está ocupado
por una única estancia, con columnas de piedra tosca, cilíndricas
y rectangulares, dispuestas formando tres naves —cinco en
el centro a modo de crucero—, con capiteles que recuerdan
los del arte micénico, y con arcos y bóvedas de estilo gótico,
estas últimas muy rebajadas, con nervios de ladrillo colocados
a punta de diamante —es decir, con forma piramidal—. Aquí
se encuentra el Archivo Diocesano y el Museo Epigráfico Astorgano.
La planta baja contiene un gran vestíbulo del que parte la
escalera noble, que adquiere una gran altura que permite la
apertura de grandes ventanas, de forma triangular, que proporcionan
una gran luminosidad; este esquema recuerda un poco al utilizado
en el palacio Güell. Este vestíbulo está decorado con catorce
pinturas de Modesto Sánchez Cadenas. El salón central está
sostenido por seis columnas monolíticas de granito con capiteles
de estilo mudéjar. Tanto el vestíbulo como el salón están
decorados con piezas de cerámica de Jiménez de Jamuz y escudos
heráldicos de obispos y marqueses de Astorga. También se encuentran
en esta planta la secretaría, la residencia del secretario
—con una rotonda correspondiente a una de las torres que da
acceso a una escalera interior—, el provisorato y la estancia
del provisor, la estancia del mayordomo, la portería y un
almacén. El provisorato se corresponde en planta con el ábside
de la capilla superior, por lo que tiene una serie de pequeñas
capillas decoradas con vidrieras y rosetones policromados;
al fondo de este hay una puerta que comunica con la catedral
mediante un puente sobre el foso del palacio. Siguiendo la
escalera de caracol hay un entresuelo donde se ubicaba la
cocina, la despensa y el lavadero.

Sótano.
La planta noble contiene un vestíbulo que da
acceso a todas las demás dependencias, con una bóveda de crucería
sostenida por cuatro columnas de granito y con una profusa
decoración cerámica. A la izquierda se halla el Salón del
Trono, con un acceso formado por tres puertas con arcos escarzanos,
con decoración de cerámica y granito de caprichosas formas
(cruces, lechuzas), así como múltiples vidrieras; la silla
del trono está enmarcada por un baldaquino diseñado por el
propio Gaudí, elaborado en granito, que forma un cuerpo con
la pared exterior de la fachada, con decoración de palmetas
y cruces; destaca también la chimenea, situada en un pórtico
bajo un arco escarzano, con una celosía de ocho ventanas apuntadas.
La estancia del obispo está formada por una antesala, la cámara
que alberga la alcoba y una rotonda con el cuarto de baño.
El comedor destaca por su luz y colorido, y da acceso a las
terrazas del primer piso; tiene unas vidrieras decoradas con
flores y frutos, así como la inscripción latina «BENEDIC,
DOMINE NOS ET HAEC TVA DONA QVAE DE TVA LARGITATE SVMVS SVMPTVRI.
PER CHRISTVM DOMINUVM NOSTRVM. AMEN».
En el despacho destacan sus vidrieras de rico
colorido con representación de escudos heráldicos y unas columnas
con mocárabes de estilo nazarí. Además de otras dos habitaciones,
cierra el conjunto de la planta noble la capilla, que es una
estancia sin columnas con acceso en forma de dos arcos apuntados;
en la paredes hay frescos de Fernando de Villodas, con diversos
temas bíblicos (Presentación de Jesús en el templo, Adán y
Eva, David, Salomón, Jesús entre los doctores, Abraham e Isaac,
El nacimiento de Jesús y diversas inscripciones latinas);
el altar es de mármol blanco con una imagen de la Virgen de
la Azucena; las capillitas situadas en el ábside albergan
cuatro estatuas de santos españoles (san Isidoro, santo Toribio,
san Genadio y san Ildefonso), obra de Enrique Marín Higuero.
Las vidrieras del ábside contienen escenas de las vidas de
Jesús y María así como la Creación de Adán y Eva, la Expulsión
de Adán y Eva del Paraíso y la Coronación de la Virgen por
el Dios Padre, obra de J. H. Maumejean. Sobre la entrada de
la capilla hay dos balcones a modo de coro decorados con mosaicos
de tonos azules y con unas inscripciones que señalan el comienzo
y finalización de las obras del templo: en la izquierda, «INCHOATVM
XXIV JVNII MDCCCLXXXIX EPISCOPO GRAV ARCHITECTO GAVDI»; en
la derecha, «PERFECTVM XII OCTOBRIS MDCDXIII EPISCOPO ALCOLEA
ARCHITECTO GVERETA».

Capilla.

Salón del trono.
Entre el segundo y el tercer piso hay también
un entresuelo donde están las habitaciones del servicio y
del paje del obispo así como aseos y un ropero. El tercer
piso, destinado a desván, tiene la misma disposición que los
pisos inferiores y está dividido en diversas dependencias;
contiene también la biblioteca del obispo. En los años 1950
se reformó para situar una cocina y cuartos de baño. De aquí
se accede a las terrazas superiores, que destacan por sus
balaustradas caladas. El edificio se remata con losas de pizarra
y cresterías de hierro forjado con motivos geométricos y vegetales
y unas cubiertas a dos aguas.

Imagen de Santiago Peregrino.
El palacio fue reconvertido en museo en 1962,
dedicado al Camino de Santiago. Recoge diversas piezas de
arte religioso de la diócesis, depositadas en el museo para
su mejor conservación o almacenaje, la mayoría de ellas relativas
a la peregrinación. Destacan diversas tallas románicas como
el Crucificado de Poibueno, de Gregorio Español (finales del
siglo XVI), o el Retablo de San Bartolomé (finales del siglo
XV) así como una colección de orfebrería desde el siglo XV
hasta el siglo XVIII, de la que destaca la cruz procesional
del santuario de Castrotierra de la Valduerna, así como cálices,
incensarios y otros objetos litúrgicos. En el sótano hay una
colección de objetos arqueológicos de época romana y medieval
entre las que destacan diversas inscripciones epigráficas
halladas en el subsuelo de la villa astorgana, así como en
León, Lugo, Orense y Zamora. En la planta baja se encuentran
diversas tallas de madera policromada así como pinturas de
estilo gótico internacional. En la sala III hay diversas imágenes
del apóstol Santiago representado como peregrino, orante,
guerrero, etc. En la planta noble se encuentra una colección
de cruces procesionales entre las que cabe mencionar la de
Poibueno, de Sebastián de Encalada, y la de Castrotierra,
atribuida a Miguel Ángel. También se halla en esta planta
el retablo de Navianos atribuido a Berruguete. En la planta
superior, habilitada en 1975, hay una exposición de artistas
leoneses contemporáneos como Demetrio Monteserín, Andrés Viloria,
Manuel Jular, Modesto Llamas, Mariano Ciagar, Eloy Vázquez,
José Sánchez Carralero, Miguel Ángel Febrero, Marino Amaya,
José Manuel Chamorro o Jesús Pombo, entre otros.
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La Casa Botines es un precioso monumento de
carácter neogótico ubicado en León, en la popular plaza de
San Marcelo. Hoy día es propiedad de Unicaja y alberga el
prestigioso museo Casa Botines Gaudí, principal proyecto cultural
y artístico de FUNDOS. Es, sin duda, uno de los referentes
de la región en cuanto a investigación, exposición y divulgación
del arte y el conocimiento se refiere. No sólo es un templo
del saber y una figura patrimonial relevante, sino que también
es un edificio con una arquitectura que merece su estudio
obra del arquitecto Antoni Gaudí.

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Un templo expiatorio financiado con las limosnas
de los fieles. La eterna construcción.
Es, probablemente, el símbolo más importante
de la Ciudad Condal, quizá en parte porque parece que nunca
será terminada. Aquel viajero que decida encaminar sus pasos
hacia la Sagrada Familia tiene una alta probabilidad de encontrarla
en obras, con algún andamio dispuesto a ser fotografiado,
y, por supuesto, con la eterna promesa de que próximamente
se finalizará su construcción. Hasta hace poco tiempo se comentaba
que en 2026 sería la Iglesia más alta del mundo y finalmente
se terminaría, sin embargo, el coronavirus parece tener otros
planes para ella.
¿Cómo comienza su historia? Si nos remontamos
en el tiempo, sería en 1872 cuando Josep María Bocabella,
librero barcelonés, regresaría de un viaje a Italia convencido
de que la ciudad debía contar con un templo expiatorio financiado
con las limosnas de los fieles. Para ello, adquirió un solar
en el ensanche, y diez años después, un 19 de marzo de 1882,
sería el Obispo Urquinaona quien colocaría la primera piedra
de la Sagrada Familia.
La creación de la basílica se encontraba ese
año en manos del arquitecto Francisco de Paula Villar. Este
habría de concebir por aquel entonces un proyecto neogótico,
con ventanales ojivales, contrafuertes y arbotantes exteriores,
y un campanario afilado, sin embargo, pronto abandonaría su
propia obra, por desavenencias. Sería entonces cuando entraría
en el juego Antonio Gaudí, un joven arquitecto que comenzaba
a apuntar maneras (en aquella época había iniciado la Casa
Vicens) que concebiría un proyecto mucho más ambicioso y,
por supuesto, modernista.
Gaudí proyectó un edificio de dimensiones importantes
y ya sabía que tendría que construirse en un tiempo largo
y que correría a cargo de distintas generaciones, explicaba
el arquitecto Jordi Faulí i Oller, actual director del equipo
constructor de la Sagrada Familia. El ritmo de construcción
varía porque se construye a partir de las aportaciones y donativos,
puesto que es un templo expiatorio. Nuestra idea es terminar
la torre de la Virgen María el año que viene.

Si nos basamos en tiempos: Notre Dame tardó
182 años en construirse, la de San Pablo de Londres 100, y
la de Colonia más de 600. Como explica el arquitecto, la financiación
es un problema, puesto que funciona de forma privada, con
donativos desinteresados y la recaudación proveniente de la
entrada de los visitantes anuales. ¿Adivinan, por tanto, que
está sucediendo ahora con el coronavirus? Gaudí aceptó el
proyecto con tan solo 31 años, y aunque en un principio lo
compatibilizaría con otras obras, seguiría inmerso en él hasta
su muerte. El único 'pero' es que tendría que trabajar respetando
la orientación y el trabajo comenzado por Villar. Por su parte,
él había concebido un templo con cinco naves, crucero, ábside,
un deambulatorio exterior a modo de claustro, tres fachadas
y 18 torres, todos ellos repletos de simbolismo. Su idea era
que el templo se viera con perspectiva desde cualquiera de
sus caras.
En 1915 confesaría: "Mis grandes amigos están
muertos; no tengo familia, ni clientes, ni fortuna, ni nada.
Así puedo entregarme totalmente al Templo", y desde luego
que lo haría, llegando a vivir incluso en su taller que se
encontraba cerca de la Sagrada Familial. En 1909 concibió
las Escuelas Provisionales de la Sagrada Familia, destinadas
a los hijos de los trabajadores. Antes de ello, ya habría
inaugurado en 1885 la capilla de San José, en la cripta, donde
se celebrarían las primeras misas. En 1891 comenzaría la Fachada
del Nacimiento: el campanario de San Bernabé fue el único
que el arquitecto podría dejar terminado en vida.

El 7 de junio de 1926, cuando acudía a la Iglesia
de San Felipe Neri, fue atropellado por un tranvía y confundido
por un mendigo, por lo que no fue socorrido de inmediato y
acabó falleciendo. El capellán de la Sagrada Familia, mosés
Gil Parés, fue el que le reconocería al día siguiente cuando
ya no se podía hacer nada por él. Aquel mismo año su discípulo
Domènec Sugranyes, asumió la dirección de las obras. "El proyecto
se planteó de una manera diferente", indica Faulí. "Sabiendo
que serían muchos años, Gaudí planteó la construcción por
fases que no fueran por niveles horizontales sino de manera
vertical, con fachadas enteras. Él contruyó la del Nacimiento
y sus discípulos continuaron con la Pasión, después el interior,
más tarde la Sacristía y las zonas centrales".
La historia parecía tener otros planes para
este templo eterno: aunque Gaudí dejó multitud de planos y
esbozos para que se continuara con su construcción tras su
muerte, durante la Guerra Civil en 1936 la información fue
quemada. "Se perdió y no", puntualiza Faulí. "Es verdad que
el estudio se incendió en el año 36, pero diez años antes
Gaudí y algunos de sus colaboradores ya habían publicado libros
sobre la Sagrada Familia y planos en revistas editadas. Alguna
información se quemó, pero lo fundamental para la construcción
se mantuvo".

"Además, Gaudí (que siempre pensaba en formas
naturalistas) decidió proyectar la Sagrada Familia en maquetas
de yeso, y por ello no se quemaron. Por otro lado, la continuidad
de los arquitectos es fundamental; Todos hemos tenido la pretensión
de continuar las ideas de Gaudí y hemos trabajado juntos (yo,
por ejemplo, lo hice con Jordi Bonet -arquitecto continuador
del Templo-), lo cual ha sido fundamental para seguir con
la obra original. En parte, tenemos la sensación de que somos
colaboradores. Estamos construyendo un proyecto interpretado,
unas ideas y formas que son de Gaudí, y él a su vez las pensó
de una manera que fuera fácil de interpretar. Las geometrías
que él componía en ventanales, bóvedas, columnas, etc. combinaban
para crear unas reglas que se aplican. Aplicamos las leyes
y la gramática que él dejó en sus maquetas originales", cuenta.
Es cierto que la complejidad de la Sagrada Familia
la convierte en un templo único: no hay ni una sola línea
recta en su interior, pues Gaudí explicó en una ocasión que
“la recta es del hombre; la curva es de Dios”. Cuando se convierta
en la Iglesia más alta del mundo medirá 172,5 metros, pues
el arquitecto quería volver a la verticalidad medieval y conectar
el cielo con la tierra (aunque sin pasarse, pretendía mantenerla
por debajo de Montjuïc). Esa misma complejidad la convierte
en un proyecto tan difícil, pese a las avanzadas tecnologías.
"A día de hoy, lo único que sabemos es que no se terminará
en 2026, que era nuestro objetivo", explica Faulí. "El año
pasado estábamos construyendo a un ritmo muy importante, porque
había muchas aportaciones, pero evidentemente con la parada
de las obras en el mes de marzo dependerá de cuándo se recuperen
los visitantes. Lo importante es que las obras terminen bien,
nos gustaría que en el futuro se leyera que hemos construido
unas ideas y unas formas que son de Gaudí", concluye.
Es posible que exista la cuadratura del círculo,
el desiderátum, un Gotha de la arquitectura, un non plus ultra
de la belleza, quizás; una acepción de la divinidad en las
formas humanas o en sus creaciones que escape a nuestra comprensión,
pero si la expresión de la inspiración artística tuviera una
obra magna y esta estuviera encarnada, su paladín con toda
seguridad sería Antoni Gaudí. Él, desde temprana edad, ensimismado
en aquella mente portentosa y despistada, sumergía su práctica
de contemplación en las eternas aguas del Mediterráneo su
fuente de creación, su activo artístico más elevado. Para
obtener esa conexión íntima y liberadora, ese espacio de silencio
interno tan necesario ante el desconcierto cotidiano que nos
captura y abduce de forma tan irracional, Gaudí en su recogimiento,
creaba sus personales lugares de fusión con el verde y luminoso
mar que le aportaría esa necesaria luz para derribar los muros
de la oscuridad y de la vulgaridad.

En el fondo de armario de su onírica mente de
soñador iban creciendo formas y naturalezas extrañas que se
iban traduciendo en obras de arte de la más alta admiración
y reconocimiento. Su indumentaria de renunciante, sus zapatos
en ocasiones con remiendos, su aspecto desaliñado, eran más
acordes con los de un 'homeless' extremo que de un artista
de su valía; todo ello no daba lugar a una identificación
nítida del genio, quizás por su proverbial humildad y ensimismamiento.
Era un elemento de creación explosiva en estado puro y sus
ausencias de sí mismo generaban bastantes preocupaciones a
sus allegados. Quizás, el cristiano que habitaba dentro era
verdadero y no necesitaba llevar una máscara de aceptación
social, ni tampoco darse golpes de pecho; nada más que ser
autentico.
La fortuna, tantas veces esquiva al arte, tuvo
un excelente fertilizante en la amistad desarrollada con el
mecenazgo del Conde Güell, un enamorado de la obra de Gaudí
al que cubrió de facilidades y relaciones con la elegante
alta burguesía catalana. Los pabellones homónimos, una acotación
perimétrica de la finca privada de Eusebio Güell, así como
las bodegas del mismo nombre en Sitges, son una respuesta
a la admirable relación de amistad que ambos mantenían. Más
tarde, en la etapa orientalista del autor (1883-1888), el
arquitecto realizaría una serie de obras de corte oriental
e influencias mudéjares. Para rematar este compromiso de mecenazgo
tan fructífero, llegaría en un punto de inflexión de su madurez
vital y profesional, el famoso Parque Güell; en él, Gaudí
desplegaría todo su talento acuñando su famosa frase parabólica
y metafórica a la par: “La belleza es el resplandor de la
verdad, y como que el arte es belleza, sin verdad no hay arte”.

Muebles de la Casa Calvet diseñados por Antonio
Gaudí.
Si ya sorprendente es la Casa Calvet sita en
Barcelona, por su anómalo estilo conservador tan infrecuente
en este artista de la luz, Gaudí, se asoma a la zona común
de los arquitectos que no quieren arriesgar (o están obligados
a ser conservadores por las circunstancias). La simetría y
el orden aparecen en un entorno muy condicionante, quizás
por la elegancia del barrio en que se encuentra, El Ensanche.
Esta anómala obra dentro de un estilo, absolutamente “herético”
y vanguardista, supuso el fin del uso de otros estilos recurrentes
por parte del arquitecto, tales como el gótico o el mudéjar,
y se embarca en un período de madurez y plenitud en el que
su máxima referencia e inspiración será la naturaleza, y que
culminaría en obras como las espectaculares casas Milà y Batllo.
Pero ya la guinda de la limpieza de líneas,
de un purismo casi avasallador; no se sabe si por las limitaciones
económicas que comportaba el proyecto – un barrio obrero,
escasa financiación o techo económico firmado en clausula,
es la Cooperativa Obrera de Mataró. Esta fábrica es el homenaje
del arquitecto al socialismo utópico. Está hecha con tiralíneas,
rodeada por amables retoños de árboles que algún día serán,
convirtiendo el lugar en una concentración de historia del
arte detenida en el tiempo. Gaudí era así, una potencia avasalladora
en un cuerpo acartonado por el peso de la imaginación, el
que a la postre, lo encorvaría condicionando su peculiar caminar.
Enumerar aquí la obra arquitectónica de Gaudí es a estas alturas
redundante. La herencia que este hombre sobrehumano dejaría
a la posteridad, es algo más que su amor por la belleza. Este
portentoso artista Mediterráneo impregnado en la sustancia
del mar y de su sal, es un autor que en el renacimiento podía
haberse llamado Brunelleschi, Da Vinci o Buonarroti tuteándose
con ellos entre iguales.
Su taller es incendiado por hordas que estaban
fuera del control de la República. El fuego canalla unas veces,
otras purificador, arrasó con una enorme cantidad de planos,
esculturas e información de altísimo valor para comprender
mejor la dimensión de su proyecto. Su tumba se salvó de la
profanación por la intervención de Domènec Sugranyes, su hombre
de confianza que compraría las voluntades de los revolucionarios
a golpe de billetera.
Gaudí, como es sabido, vivía en un mundo paralelo.
Aficionado al ayuno, ya había tenido más de un desvanecimiento.
Sería atropellado por un despistado tranvía a las seis de
la tarde del 7 de junio de 1926 cuando se dirigía a su misa
diaria y a confesarse con su íntimo amigo, mosén Gil Parés.
En ese momento, llevaba una pequeña Biblia, un rosario, un
pañuelo y la llave de su escritorio. Un durísimo impacto en
la sien y múltiples costillas destrozadas fueron la resultante
de aquel aciago accidente. Ante la negativa de particulares
y taxis a parar para llevar al artista a algún hospital –su
aspecto era bastante deplorable en lo que a indumentaria se
refiere–, un guardia civil fuera de servicio, Ramón Pérez,
se hace valer y obliga a un taxi a llevarlo poniendo su tres
cuartos de uso reglamentario en el asiento de atrás. Lo acompaña
en persona para cerciorarse de que todo se desarrolle sin
contratiempos. Es trasladado al dispensario de Ronda de San
Pedro, 37, pero la lividez comienza a arraigar en su castigada
materia.

Sus amigos más allegados recorrieron sin desfallecer
los dispensarios y hospitales de la Barcelona de entonces,
melancólica y bella, agostada sobre una de las riberas más
prosperas del Mediterráneo. En la Santa Creu ya era un despojo
agonizante. Sería identificado por su amigo sacerdote. Su
deplorable estado e indumentaria descuidada lo hacían prácticamente
irreconocible, su abrigo carecía de botones y estaba sujeto
con imperdibles. Tres días después, al alba de un junio luminoso.
Un solemne y afectado cortejo fúnebre discurría por la ciudad
cargando a sus espaldas con la memoria de uno de los más grandes
artistas de la historia. Cuando la cabecera del duelo, entró
en la catedral, una ingente multitud no cuantificable se elongaba
hasta los dos kilómetros de distancia del templo. La mitad
de sus obras, siete, son consideradas Patrimonio de la Humanidad.
Hoy permanece en un nicho ad hoc en la Sagrada Familia, obra
en la que trabajó cerca de cuarenta años. Mientras su alma
viaja por la eternidad, su memoria habita en el recuerdo de
millones de admiradores de su obra y persona.
Nota de prensa, Diciembre 2021:
La Sagrada Familia ha iluminado la estrella de 12 puntas
que corona la torre de la Virgen María, un elemento
que es ahora el punto más alto de la basílica diseñada
por el arquitecto Antoni Gaudí -hasta que sea superada
por la torre de Jesucristo- y que aspira a convertirse
en uno de los símbolos de la ciudad de Barcelona.
El cardenal arzobispo de Barcelona y presidente de
la Conferencia Episcopal Española (CEE), Juan José Omella,
quiere que la Sagrada Familia brille toda la noche y
se ilumine más allá del 9 de enero, el último día previsto
que estará encendida.

La estrella que corona la torre de la
Virgen María se ilumina desde el 8 de diciembre desde
las 18 a las 22 horas. Por ello, el cardenal Omella
ha defendido en una entrevista en 'Cope Cataluña y Andorra'
que si la estrella no puede estar encendida durante
toda noche, "al menos" lo esté durante las primeras
horas. La Sagrada Familia celebró una ceremonia de cultura
popular el día que se iluminó por primera vez la estrella
de 12 puntas. Omella presidió por lo tarde una misa
litúrgica en la que bendijo la torre e intervino telemáticamente
el Papa Francisco.
En Rusia son multitud los edificios coronados con una
estrella de cinco puntas que representan a los cinco
grupos sociales que llevarían al país al comunismo.
Podemos verlas en el Kremlin, en la Universidad Estatal,
en un edificio de viviendas pudientes de la plaza de
Kudrinskaya o en el antiguo Hotel Lenigrádskaia. Nada
tiene que ver la estrella de la Sagrada Família con
la antigua URSS o la lucha del proletariado, pero sí
hay un edificio que pudo servir de inspiración o que
puede ayudar a entender un poco mejor el elemento que
se acaba de estrenar en el Eixample. Y no hay que ir
demasiado lejos, basta con acercarse a Montjuïc, aunque
sí hay que viajar en el tiempo hasta la Exposición Universal
de 1929, cuando uno de los discípulos de Antoni Gaudí,
el arquitecto Lluís Bonet i Garí, diseñó un pabellón,
el del Banco Vitalicio de España, cuya guinda era una
estrella prácticamente idéntica a la iluminada en la
basílica el pasado miércoles, en base a los planos originales
rescatados en la Guerra Civil.

Otros recursos:
Entrevista a Fernando Villa, Director de edificación
i tecnología de la Sagrada Familia.

El Palacio Güell (en catalán Palau Güell) es un edificio
diseñado por Antoni Gaudí y encuadrado en la corriente
del modernismo catalán. Está situado en la calle Nou
de la Rambla de Barcelona, cerca del puerto y el paseo
marítimo de la ciudad. El palacio fue encargado a Gaudí
por Eusebi Güell, quien sentía una gran admiración por
el arquitecto y financió varias de sus más conocidas
obras. Gaudí puso todo su empeño en esta obra, ya que
era su primer encargo importante, y muestra de ello
es que llegó a idear hasta veinticinco soluciones distintas
para el diseño de la fachada. Para este proyecto contó
con la colaboración de Francesc Berenguer, uno de sus
más fieles ayudantes. La construcción se realizó entre
los años 1886 y 1890.

Los pabellones de la Finca Güell (o, sencillamente,
pabellones Güell) son una serie de edificaciones situadas
en el barrio de Pedralbes, en Barcelona, obra del arquitecto
modernista Antoni Gaudí, construidos entre 1883 y 1887.
Esta obra pertenece a la etapa orientalista de Gaudí
(1883-1888), periodo en que el arquitecto realiza una
serie de obras de marcado gusto oriental, inspiradas
en el arte del Próximo y Lejano Oriente (India, Persia,
Japón), así como en el arte islámico hispánico, principalmente
el mudéjar y nazarí. Gaudí emplea con gran profusión
la azulejería , así como los arcos mitrales, cartelas
de ladrillo visto y remates en forma de templete o cúpula.

El Colegio Teresiano o Colegio de las Teresianas (en
catalán, Col·legi de les Teresianes) es una obra del
arquitecto modernista Antoni Gaudí. Situado en la antigua
localidad de San Gervasio de Cassolas (hoy parte integrante
de Barcelona, distrito de Sarriá-San Gervasio), en la
calle Ganduxer nº 85, fue concebido por san Enrique
de Ossó para alojar un colegio y el convento de la Congregación
de Religiosas Teresianas, que él mismo había fundado.
El edificio fue construido entre 1888 y 1890.

Y el interesado ...

El Capricho de Cotrina, literalmente un castillo de
cuento de hadas en Extremadura.

6 edificios que parecen de Gaudí pero que en realidad
no lo son.

La maldición Gaudí que afectó a la mayoría de sus obras
fuera de Cataluña.

La capilla de Nuestra Señora de los Ángeles es un proyecto
para una capilla católica en Rancagua (Chile). Está
basado en un proyecto elaborado por el arquitecto modernista
Antoni Gaudí para una capilla dedicada a la Asunción
de la Virgen en la parte posterior del ábside del Templo
Expiatorio de la Sagrada Familia, en Barcelona (España).

Espacio expositivo audiovisual que utiliza tecnología
de última generación para intentar entender el cerebro
de un hombre que parecía crear con ordenadores, cuando
aún estos no se habían inventado.

Unas fotografías inéditas de Antoni Gaudí fueron halladas
por un joven catalán, Xavier Jové, a través de un portal
de Internet que vendía fotografías antiguas, durante
el II Congreso Mundial sobre el arquitecto. Entre las
imágenes se encuentra un retrato a color de 1878, cuyo
destino podría ser la orla universitaria.

Pepeta dio calabazas a Gaudí. Aparece una biografía
de la mujer que rechazó al arquitecto, dejando el camino
expedito a la realización de la Sagrada Familia.

Gaudí programó construir la Sagrada Família en 10 años,
de 1886 a 1896.

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