Una noche del pasado otoño, dos investigadores
franceses cruzan la frontera con España caminando por un pequeño
río en Navarra. Se mueven con sigilo en mitad de la oscuridad,
son dos sombras solo acompañadas por la luz de sus frontales.
Ellos mismos deben verse bastante sospechosos, pues antes
de salir llaman a la Guardia Civil española: avisan de que
no son criminales, simplemente buscan salmones. El Ugarana
(en francés Nivelle y en euskera Urdazuri) es un río franco-español
que fluye por el norte de Navarra y el departamento de Pirineos
Atlánticos en Francia. Discurre por los pequeños pueblos de
Saint-Pée-sur-Nivelle y Ascain antes de desembocar en el golfo
de Vizcaya en la bahía de San Juan de Luz.
Una retroexcavadora retira la presa durante
las obras de demolición.
Los dos investigadores caminan apuntando sus
luces hacia el agua nocturna de este pequeño río transfronterizo
en el País Vasco. Al cabo de un rato, los ven. De piel dorada
como la de una sardina, varios salmones nadan por el Ugarana,
donde hasta ahora no se tenían datos de su presencia en la
parte española, no había ningún registro histórico. “Fueron
los chicos franceses los primeros que vieron salmones en esta
parte. Me avisaron y al día siguiente fuimos juntos, y ahí
estaban, los vimos desde la orilla, cinco ejemplares y tres
nidos”, cuenta Josu Elso, técnico de gestión ambiental en
el Gobierno de Navarra. Estos peces nunca habían remontado
el río entero, no podían. Cada vez que lo intentaban, se daban
contra un muro. Se trataba de la presa instalada por un empresario
francés dueño de una piscifactoría situada en el borde mismo
del río, que nunca aceptó construir un paso para peces en
la presa de cinco metros de altura que bombeaba agua para
alimentar las piscinas de truchas arcoíris. La ley francesa,
como la española, obliga a abrir estos pasos y permitir que
los salmones puedan seguir su camino. El caso de este empresario
había llegado incluso a los tribunales tras la denuncia de
la asociación de pescadores de los Pirineos Atlánticos. Pero
las demandas, que prosiguieron durante años, nunca prosperaron.
La presa en el lado francés del río Nivelle
después de las obras de derribo.
Charlie Pichon trabaja en esta federación de
pescadores como experto en restauración ecológica. Ha sido
el responsable de negociar una solución sobre esta barrera,
pero no con el propietario, que murió hace algunos años, sino
con su hija, heredera de las instalaciones. El colectivo de
pescadores, al que Pichon representa, ya no quería un paso
para peces, sino que se tirara la barrera, liberar el río
y ayudar a que el salmón, una especie emblemática en declive
en Europa, pueda recuperarse, al igual que la biodiversidad
de esta zona. Su principal argumento era que la piscifactoría
no funcionaba desde 2011. El objetivo de la federación de
pescadores era comprar los terrenos a la hija del empresario.
“El primer día que empezamos a hablar ofrecí 10.000 euros.
Terminé aceptando pagar 80.000, así que no debí negociar muy
bien”, se ríe Charlie Pichon mientras explica todo el proceso
en el mismo lugar donde estaba la presa. También suelta una
carcajada Josu Elso del Gobierno de Navarra, especialista
en salmones. En los últimos meses ha trabajado estrechamente
con el técnico francés, pero no se conocían en persona. Se
han puesto cara al aceptar acudir al río Nivelle para este
reportaje. Desembolsar 80.000 euros para tirar lo que se ha
adquirido puede resultar difícil de entender. “Sí, compramos
un derecho para destruir”, incide Pichon. En el lugar donde
estaban las instalaciones ya no queda nada que recuerde a
una factoría de la que salen pescados alimentados en piscinas.
El sonido que nos envuelve es el de un río cuando el agua
corre libre. La presa ya no está. Las obras empezaron en julio
de 2023 y terminaron en octubre de ese mismo año. Apenas un
mes después, los investigadores del Instituto Nacional de
Investigación Agrícola (INRA, en sus siglas en francés), avisaron
a los técnicos ambientales del Gobierno de Navarra de que
habían visto salmones en la parte española del río.
El río Nivelle ha recuperado rápidamente sus
meandros, donde anidan los salmones.
El dinero para pagar por la piscifactoría, la
presa y el terreno salió de la federación de pescadores de
Francia y de una pequeña subvención de organizaciones oficiales
de protección del agua. Pero aún quedaba sufragar toda la
restauración del ecosistema. Y esto ha sido posible gracias
a la ayuda económica de una pareja de filántropos que está
detrás del movimiento Open Rivers, una iniciativa que busca
derribar pequeñas presas en Europa y restaurar los ecosistemas.
Lisbet Rausing, nieta del cofundador del imperio Tetra Pack
–la compañía sueca que inventó el tetrabrik– y su marido Peter
Baldwin, profesor e investigador de Historia en la Universidad
de California, han donado 50 millones de dólares entre 2021
y 2027 para derribar barreras fluviales.
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