Las encuestas llevan semanas anticipando un
giro político en Irlanda del Norte que justificaría plenamente
el uso del adjetivo histórico, del que abusan tan habitualmente
los titulares de prensa. El Sinn Féin, durante décadas el
brazo político de la organización terrorista IRA y firme defensor
de la reunificación de la isla, tiene serias posibilidades
de convertirse este jueves, por primera vez en más de 100
años de historia —el territorio británico se constituyó, como
ente separado de la recién creada república de Irlanda, el
3 de mayo de 1921— en la formación más votada en las elecciones
autónomas. Aunque en la práctica el resultado derive en una
parálisis de las instituciones norirlandesas a la que los
ciudadanos están ya resignados, el mazazo emocional y sentimental
que puede suponer ese giro para la población protestante tiene
consecuencias incalculables. Irlanda del Norte fue una construcción
geográfica diseñada en su momento para consolidar por siempre
una mayoría probritánica.
Las familias de las víctimas del Bloody Sunday
("Domingo Sangriento”) marcharon el pasado Enero por las calles
de Derry para recordar a los 13 civiles asesinados por el
Ejército británico hace hoy 50 años, y mantener viva su lucha
para llevar ante la Justicia a los autores de esta masacre
del 30 de enero de 1972.
Pásate por JyV >> Fotografía
>>Enero 2022.
Son varios los factores que, combinados, han
transformado la realidad de la región. La llegada de la paz
y el fin del terrorismo; el puro empuje demográfico de la
población católica; la transformación del Sinn Féin en un
partido con énfasis en el mensaje social mientras camuflaba
sus objetivos republicanos; y un protocolo firmado por Londres
y Bruselas, fruto de un Brexit rechazado en su día por una
mayoría norirlandesa, que ha sido interpretado por los más
radicales como una nueva y casi definitiva piedra sobre la
tumba del unionismo. El último sondeo elaborado por la empresa
LucidTalk para el diario The Belfast Telegraph otorga al Sinn
Féin, y a su principal candidata, Michelle O´Neill, una mayoría
del 26% de los votos, seguida por el principal partido unionista,
el Partido Unionista Democrático (DUP, en sus siglas en inglés),
que obtendría un respaldo del 19%. Otras fuerzas probritánicas,
como el Partido Unionista del Úlster (UUP) o la Voz Tradicional
Unionista (TUV) lograrían, respectivamente, un 13% y un 9%.
Es decir, las formaciones protestantes superan aún a las claramente
republicanas. Pero el Acuerdo de Viernes Santo, llamado también
Acuerdo de Belfast, es claro en sus instrucciones. Firmado
en 1998 para sellar la paz y poner en marcha instituciones
autonómicas en la región, obliga a unionistas y republicanos
a compartir Gobierno. Las figuras de ministro principal y
viceministro principal tienen, en la práctica, el mismo poder,
pero un simbolismo netamente diferenciado. Y nunca, hasta
ahora, había surgido la posibilidad de que el primer puesto
lo ocupara un nacionalista irlandés. Mientras la comunidad
protestante, según la misma encuesta de la empresa LucidTalk,
está dividida sobre cuál debería ser la respuesta ante la
nueva realidad (un 45% cree que sus representantes deberían
rechazar el puesto de viceministro principal; un 44% defiende
que se respeten las reglas del juego), la población nacionalista
se muestra escandalizada por el anuncio del futuro boicoteo
de las normas por parte de sus rivales. Un 90% consideraría
“injusto e injustificado” que no ocuparan el asiento.
Belfast, la capital norirlandesa. Detrás del
ayuntamiento, cruzando la calle Chicher, se encuentra la biblioteca
pública Linen Hall, considerada la más grande de Belfast e
Irlanda del Norte. Si eres un apasionado por la literatura,
tendrás a tu disposición un acervo de más de 25 mil volúmenes,
especializado en autores irlandeses e ingleses.
Los 25 años de autonomía en Irlanda del Norte
han estado llenos de baches y obstáculos. La paz —con matices,
porque sigue habiendo olas de vandalismo en las calles y violencia
sectaria— no trajo la estabilidad política ni la normalidad.
En 2017, fue el Sinn Féin el que abandonó el Gobierno y la
Asamblea, después de acusar al Gobierno del DUP de poner en
marcha un esquema de corrupción camuflado bajo sus planes
de energías renovables. La parálisis duró tres años, y requirió
la intervención del Gobierno británico, que amagó con recuperar
las competencias en sanidad, educación, justicia o seguridad
si no se recomponía la situación entre protestantes y católicos.
Bajo el mando de Arlene Foster, el DUP respaldó el abandono
de la UE y boicoteó su coalición parlamentaria en Westminster
con el Gobierno conservador de Theresa May. Acabaron traicionados
—así han admitido sentirse ahora— por Boris Johnson. Ansioso
por lograr el Brexit anhelado, el primer ministro firmó con
Bruselas el protocolo de Irlanda del Norte, que retenía a
esta región bajo las reglas del mercado interior europeo,
a la vez que prometía a sus aliados protestantes que defendería
con uñas y dientes la integridad territorial del Reino Unido.
En la práctica, se estableció una nueva frontera en forma
de controles aduaneros en el mar de Irlanda. Si la comunidad
empresarial norirlandesa ha pedido todo este tiempo reformas
y flexibilidad para un protocolo que ha creado fricciones
y costes comerciales inesperados, los partidos unionistas
y las organizaciones paramilitares que perviven en la región
se han conjurado para destruir el tratado firmado con Bruselas.
Los primeros, con un nuevo abandono de las instituciones autonómicas
el pasado febrero y su promesa de no volver a ellas hasta
que el protocolo sea suprimido.
La dirigente unionista Arlene Foster presentó
en Junio de 2021 su dimisión formal como ministra principal
de Irlanda del Norte, siendo reemplazada por Paul Givan para
dirigir el Ejecutivo de Belfast, en el que su socio principal
es el nacionalista Sinn Féin.
Las segundas, con una constante instigación
de los jóvenes más radicales para resucitar en los barrios
protestantes el fantasma de la violencia callejera. Los primeros
resultados electorales se irán conociendo a lo largo del viernes.
Los últimos colegios cerrarán a las 23.00 de este jueves,
hora peninsular española. El complicado recuento de las papeletas,
con un sistema de opción alternativa de candidatos para que
los votos no se desaprovechen, alargará todo el proceso. Pero,
sobre todo, es la perspectiva de un bloqueo en las negociaciones
para formar gobierno la que ha hecho que cunda el desánimo
entre muchos norirlandeses, convencidos de que todo va a seguir
igual, por muy histórica que sea la votación. Terceras opciones,
como el exitoso partido Alliance (16% de apoyo, según los
sondeos), el histórico SDLP (11%) o los Verdes (2%), más preocupadas
por la economía o el bienestar social que el sectarismo tribal,
han cobrado mucha fuerza en los últimos años, hasta el punto
de que muchos en Irlanda del Norte se replanteen la necesidad
de modificar la rigidez del Acuerdo de Belfast, que reparte
automáticamente el poder entre unionistas o republicanos.
Hay un secreto en voz baja, convenientemente disimulado por
el Sinn Féin e histriónicamente aireado por el DUP, que ha
estado latente en la campaña. El Acuerdo de Viernes Santo
contempla la posibilidad de un referéndum, si Londres lo permite,
para decidir la reunificación de Irlanda. Nadie contempla
esta realidad en los próximos cinco o diez años. La última
encuesta publicada al respecto por The Irish Times señala
que un 54% de los norirlandeses que acudieran a votar lo harían
en contra de una Irlanda unida, frente al 46% que respaldaría
esa opción. El miedo a que ese tsunami se vaya acercando,
sobre todo si las consecuencias del protocolo firmado con
la UE convencieran a los norirlandeses de que Dublín representa
mejor que Londres sus intereses en Bruselas, ha hecho que
estos comicios recuperen una tensión que nunca se enterró
del todo.
Dublín, una ciudad tan íntima como un pueblo
y tan acogedora como un pub irlandés. Enmarcadas por montañas,
centradas en un río y bordeadas por una hermosa bahía, las
calles y callejuelas de la ciudad están repletas de animados
edificios artísticos e históricos, cafeterías de moda y pubs
tradicionales. Pasea por las calles y siente la energía de
más de 1.000 años de historia: ecos de los vikingos se mezclan
con concurridas boutiques, calles adoquinadas resuenan con
las melodías de los músicos callejeros y parques del siglo
XVIII albergan festivales, sesiones de cine y mercados gastronómicos.
Miles de puestos en los Gobiernos municipales
de Inglaterra, Gales y Escocia se someterán también a votación
este jueves. Las elecciones locales, utilizadas históricamente
en parte como un voto de castigo al partido que ocupa Downing
Street, han adquirido mucha más importancia este 5 de mayo.
Para muchos diputados conservadores serán el modo de medir
cuánto magnetismo electoral retiene aún Boris Johnson, después
de la irritación que desató entre los ciudadanos el escándalo
de las fiestas prohibidas durante el confinamiento. Una debacle
electoral podría precipitar las maniobras internas para derrocar
a Johnson, hoy paralizadas para no interferir con la gestión
del Gobierno de la guerra en Ucrania. El escándalo nunca se
ha desvanecido del todo en los titulares, sobre todo a partir
de que se conociera que la Policía Metropolitana había decidido
imponer a Johnson una multa por su participación en uno de
los eventos con alcohol y sin distancia social en dependencias
gubernamentales. Era la primera vez en la historia en la que
un primer ministro había infringido la ley en Downing Street.
Pero, sobre todo, las encuestas siguen reflejando una profunda
rabia de muchos votantes conservadores con el comportamiento
de Johnson, en el momento en que muchos de ellos se vieron
incluso obligados a no poder visitar —o incluso despedirse
tras su muerte— a sus seres queridos. Algunos sondeos han
llegado a vaticinar una pérdida del Partido Conservador de
hasta 800 representantes municipales, que pasarían a manos
de los liberales demócratas o de los laboristas. En los últimos
días, se han suavizado esos pronósticos catastrofistas, pero
cualquier pérdida que supere los 350 concejales o cargos municipales
volvería a insuflar tensión en la formación que lidera Johnson
y sembraría de dudas la posibilidad de que el primer ministro
repitiera como candidato en las próximas elecciones generales.
Alexander Boris de Pfeffel Johnson, conocido
como Boris Johnson, es un político y periodista británico.
Es líder del Partido Conservador y, desde el 24 de julio de
2019, primer ministro del Reino Unido. Fue alcalde de Londres
desde 2008 hasta 2016.
La frase «Sinn Féin» significa en irlandés «nosotros»
o «nosotros mismos», aunque a menudo se traduce erróneamente
como «nosotros solos» (de Sinn Féin Amháin, una consigna de
principios del siglo XX). El nombre es una afirmación de la
soberanía nacional irlandesa y la autodeterminación; es decir,
el pueblo irlandés se gobierna a sí mismo, en lugar de ser
parte de una unión política con Gran Bretaña (Inglaterra,
Escocia y Gales) bajo el Parlamento de Westminster. Una división
en enero de 1970, que refleja una división en el IRA, condujo
a la aparición de dos grupos que se autodenominan Sinn Féin.
Uno, bajo el liderazgo continuo de Tomás Mac Giolla, se hizo
conocido como «Sinn Féin (Gardiner Place)» o «Sinn Féin oficial»;
el otro, dirigido por Ruairí Ó Brádaigh, se hizo conocido
como «Sinn Féin (Kevin Street)» o «Sinn Féin provisional».
A medida que los funcionarios dejaron de mencionar al Sinn
Féin en 1982, en lugar de llamarse Partido de los Trabajadores
de Irlanda, el término «Sinn Féin provisional» dejó de usarse,
y el partido ahora se conoce simplemente como Sinn Féin. Los
miembros del Sinn Féin se han referido coloquialmente como
Shinners, un término peyorativo (sinners en inglés significa
«pecadores»).
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