La figura de Stalin está viviendo un resurgimiento
en Rusia. Más de la mitad de la población reivindica sus logros
como economista y militar. ¿Está justificada esta añoranza
desde un punto de vista histórico? Hace poco más de un año,
la escritora y premio Nobel bielorrusa Svetlana Aleksiévich
abordaba el fenómeno en una entrevista: “Me sorprendí viajando
por Bielorrusia [antigua república soviética] descubriendo
lo importante que sigue siendo Stalin para la población”.
La recuperación del mandatario soviético de la que hablaba
Aleksiévich viene avalada por las encuestas. Según estudios
recientes, más de la mitad de la población rusa actual tiene
una buena opinión sobre el “hombre de acero”. Unos reivindican
la figura de Stalin como el estadista que convirtió a la Unión
Soviética en una superpotencia. Otros le consideran el gran
estratega militar que consiguió derrotar al fascismo en la
Gran Guerra Patriótica, como se conoce en Rusia la Segunda
Guerra Mundial.
Astuto, metódico y con una extraordinaria capacidad
organizativa, Stalin era también un hombre desconfiado, intolerante
y enormemente vengativo. Para la realización de sus planes,
no tuvo escrúpulos en eliminar personas, instituciones o cualquier
otro elemento que creyese conveniente. Su “milagro económico”
maquilló las hambrunas que se desencadenaron en territorios
como Ucrania, mientras que sus logros bélicos comportaron
unas pérdidas humanas descomunales entre sus compatriotas.
Por no hablar de sus terrible purgas.
Su sucesor, Jruschov, puso al descubierto los
crímenes de la era estalinista. No obstante, treinta años
después de la disolución de la URSS, aflora una añoranza del
padrecito Stalin. Aquel dictador implacable logró consolidar
un régimen, el socialista, percibido por algunos como más
estable, seguro e igualitario que el actual capitalismo, del
que se sienten desencantados. La memoria, una vez más, se
demuestra selectiva.
Fotografía oficial de Stalin con Nikolai
Yezhov. A la derecha, la misma foto, retocada tras su ejecución.
Nikolái Yezhov fue un político y revolucionario ruso, llegó
a la cúspide política en la Unión Soviética como comisario
del pueblo de Interior (NKVD). También conocido como director
de la Policía secreta soviética, sus hechos y acciones reflejan
el pensamiento estalinista de la época de entreguerras. Hombre
de confianza de Stalin, su periodo en el cargo fue el único
de la historia de la Unión Soviética, además de la guerra
civil rusa, en la que las sentencias de muerte no fueron aprobadas
por el politburó, sino simplemente por el comisario de Interior
y los jefes regionales del NKVD. Su nombre es símbolo del
periodo más represivo de las Grandes Purgas de la década de
1930 denominado Yezhóvschina. Dirigió las purgas del partido
y del Estado entre 1934 y 1936 y el periodo más intenso de
terror contra la población en general en 1937-1938. Durante
su ejercicio como comisario de Interior, y siempre según el
historiador israelí Benny Morris, cientos de miles de personas
fueron ejecutadas y millones detenidas en las campañas de
represión. Sin embargo, pocos años después cayó en desgracia
y fue fusilado en 1940.
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Natasha Rapoport era pequeña, pero recuerda
bien el día en que un grupo de agentes de seguridad soviéticos
ingresaron a su casa, buscando a su padre. Los efectivos arrestaron
al hombre -el profesor Yakov Rapoport, un prestigioso médico-
y se lo llevaron a una cárcel para interrogarlo. Ocurrió en
Moscú, en 1953, y fue parte de lo que se conoció como "el
complot de los médicos". "Pasó durante el último año de la
vida de Stalin, cuando él se tornó extremadamente paranoico",
le contó la mujer al programa Witness, de la BBC. Al principio
los detenidos eran unos 40, pero luego se arrestó a cientos
de doctores más en todo Moscú. ¿Por qué? Según Stalin, los
expertos estaban detrás de un complot para asesinar a los
principales líderes soviéticos. También se los acusó de ser
espías de Reino Unido, Estados Unidos e Israel. Pero la historia
revelaría la verdadera causa de los arrestos: la mayoría de
los detenidos eran judíos y Stalin estaba encubriendo una
purga antisemita.
El plan del líder soviético no solo incluía
arrestar a los médicos. También se lanzó una fuerte propaganda
contra los llamados "doctores judíos asesinos". "No podías
prender la radio sin escuchar sobre estos 'médicos judíos
asesinos, escoria de la tierra, que vendieron sus almas al
diablo'", recuerda Natasha. Todo había comenzado el 13 de
enero de 1953 cuando los principales periódicos soviéticos
publicaron un informe de la agencia oficial de prensa Tass,
sobre la detención de nueve doctores. "Hace algún tiempo,
los órganos de seguridad del estado descubrieron a un grupo
terrorista de médicos cuyo objetivo era acortar las vidas
de estadistas activos de la Unión Soviética mediante sabotaje
en el curso de tratamiento médico", decía el informe. Los
doctores en cuestión fueron llamados "agentes mercenarios
de una potencia extranjera''. Se los acusó de haber envenenado
a Andrey Zhdanov, secretario del Comité Central comunista,
quien había fallecido en 1948, y a uno de los jefes del ejército
soviético, Alexander Shcherbakov, quien murió en 1945. Según
la prensa, todos habían confesado ser culpables.
Antes de fallecer en 1996, Yakov Rapoport le
contó a la BBC cómo después de esa noticia se empezó a hablar
sobre lo que le ocurriría a otros médicos sospechados de ser
parte del complot. "Se esparcían los rumores sobre el tipo
de castigo que impondrían. Había amenazas de ahorcamientos
en la Plaza Roja", señaló.
El doctor Yakov Rapoport -uno de los detenidos-
y su hija Natasha le contaron a la BBC sus recuerdos de lo
que ocurrió.
Rapoport se imaginó que pronto vendrían por
él y así fue. Cerca de un mes después del primer informe sobre
un "complot" fue arrestado. Lo torturaron para que firmara
una confesión, pero se rehusó. En una autobiografía que escribió
décadas más tarde -y que se terminaría publicando bajo el
título "El complot de los médicos de 1953", describió cómo
pasó su encierro en la prisión de Lefortovo. Allí permaneció
esposado y no se le permitía dormir. Lo interrogaban día y
noche, hasta las 5am. Y luego lo obligaban a quedarse parado
hasta las 6, solo para volver a comenzar con la misma rutina.
"Si hubiera firmado la confesión falsa, hubiera sido su condena
de muerte", aseguró su hija al programa Witness.
En sus memorias, Rapoport contó que su única
arma era el tiempo: esperar, fantaseando sobre la posibilidad
de que su calvario terminara en un exilio y no en la muerte.
Un imitador de Stalin, durante el mundial
de Rusia.
Son tres los perfiles del nuevo seguidor
de Stalin, desde aquellos que creen que el régimen de
Putin es corrupto hasta los que lo consideran un gran
economista o un visionario militar.
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Pero al final, su salvación y la de los otros
médicos llegó de la forma más inesperada. Un día, en abril,
llegó un nuevo agente de seguridad a la cárcel. En vez de
interrogarlo a él, reprendió al investigador anterior por
el mal estado físico en el que se encontraba el preso. Poco
después llevaron al médico a ver a un general y le dijo: "Has
sido completamente rehabilitado y puedes irte a casa", recordó
en su entrevista con la BBC. Fue solo al regresar a su hogar
y oír las noticias de su esposa que entendió lo que había
ocurrido: Stalin había muerto, y con él se había acabado su
calvario. Un mes después del fallecimiento de Stalin -que
ocurrió el 5 de marzo de 1953- su sucesor, Nikita Khrushchev
repudió las acusaciones contra los médicos y ordenó liberarlos.
El diario Pravda anunció que el caso había sido
reexaminado y se halló que todas las confesiones se habían
obtenido bajo tortura. Todos los médicos fueron exonerados
-dos habían muerto- y el juicio y la purga que, se estima,
planeaba Stalin, quedaron en la nada. En 1954 un funcionario
del Ministerio de Seguridad Estatal y algunos policías fueron
ejecutados por haber fabricado las acusaciones. Dos años más
tarde, durante un discurso, Khrushchev aseguró que el propio
Stalin había ordenado personalmente la persecución de los
médicos y que planeaba incluir en le purga a miembros del
Politburó (el comité del gobierno comunista). Natasha Rapoport,
que hasta el arresto de su padre había sido una admiradora
del sistema soviético, nunca perdonó lo ocurrido. Sin embargo,
le dijo a la BBC que creía que el plan de Stalin terminó costándole
muy caro.
"Estoy convencida de que el 'complot de los
médicos' terminó acelerando la muerte de Stalin", señaló.
Según ella, cuando sufrió un derrame cerebral a comienzos
de marzo, "no había médicos cerca para asistirlo". "¿No es
increíble?", sonríe.
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Grigori Zinoviev (1883-1936) fue uno de los
primeros líderes pata negra de la revolución rusa ejecutado
en las purgas de los años 30. Días después de su asesinato,
en una cena del círculo de poder más próximo a Stalin, Karl
Paker, jefe de seguridad del líder soviético, imitó las súplicas
desesperadas por su vida que supuestamente habría hecho Zinoviev
segundos antes de ser fusilado. A Stalin le entró tal ataque
de risa que tuvo que pedir a Paker que parara. En la época
de las purgas y tras la guerra, las cenas de Stalin se convirtieron
en un teatro en que, entre litros de alcohol y bromas macabras,
se tomaban grandes decisiones de Estado y se sellaba el destino
de miles de personas; un escenario, dominado por la paranoia,
en que un desliz insignificante podía suponer el fin de una
carrera política. O algo peor.
El historiador ruso Vladimir Nevezhin publicó
en 2011 un libro en el que repasa los 47 grandes banquetes
ofrecidos por el Vohzd entre 1935 y 1949, con la excepción
del período 1941-1945, en que no hubo celebraciones de este
tipo. Nevezhin contabiliza cenas en el Kremlin para entre
500 y 2.000 invitados que, pese a las penalidades de esos
años, se caracterizaban por su suntuosidad. Las había de todo
tipo: las que conmemoraban fechas señaladas del santoral socialista,
como el aniversario de la Revolución, y otras que celebraban
eventos especiales.
Entre estas últimas, el economista Branko Milanovic
publicó un artículo en el que cuenta una anécdota sobre un
banquete ofrecido a los mejores aviadores de la URSS, gremio
cuyas hazañas, al parecer, ponía de excepcional buen humor
al líder soviético. Según cuenta Milanovic, Stalin hizo llamar
a su mesa a una docena de aviadores y los abrazó y besó uno
por uno, tras lo cual todo el politburó presente imitó sin
titubear su gesto. El resultado fue una acumulación de efusivos
besos y abrazos que, tal como expilca Milanovic, “habría sido
inimaginable para los estándares occidentales” En otra ocasión,
las autoridades soviéticas ofrecieron un banquete a una delegación
nazi con motivo del pacto de no agresión entre ambas potencias.
Antes de empezar la cena, el ministro de exteriores, Viacheslav
Molotov, brindó 22 veces por sus huéspedes. Cuentan que cuando
los alemanes se disponían a probar el primero de los 24 platos
del menú, un achispado Molotov aún intentó empezar a brindar
por cada uno de los jerarcas ausentes.
Aquellos lujosos eventos contrastaban con el
color gris de la vida de la calle, pero, además, ocultaban
otra realidad, la de las purgas y la persecución de supuestos
disidentes o miembros del partido caídos en desgracia. En
condiciones normales, en un régimen dictatorial, estar en
la mesa presidencial junto al líder hubiera sido un gran privilegio,
pero, dentro del clima de la segunda mitad de los años 30,
no suponía ninguna garantía de quedar al margen de las purgas.
De las 21 personas que se sentaron con Stalin en esa mesa
entre 1937 y 1938, ocho fueron fusilados y a otros dos no
les quedó más salida que suicidarse. Uno de los ejemplos que
destaca Nevezhin es el de Stanislav Kosior, miembro del politburó
y secretario general del Partido Comunista de Ucrania, que
en esos dos años cenó en cinco ocasiones con el Vozhd; en
agosto de 1938 su esposa fue fusilada y poco después él mismo
fue detenido, para ser ejecutado en 1939.
Es algo parecido a lo que le ocurrió a Nikolai
Bujarin, quien, desde la dirección del periódico Izvestia,
escribía en esos años grandes loas a Stalin correspondidas
por el dictador con brindis públicos en su honor, y que terminó
ejecutado en 1938, al mismo tiempo que otro ilustre, Alexei
Rikov, antiguo primer ministro -un cargo meramente nominal-
conocido también como rikovka, por su afición al vodka. El
propio Nikolai Yezhov, brazo ejecutor -a veces literalmente-
de las purgas, fue torturado y fusilado en febrero de 1940.
Nikolái Ivánovich Bujarin fue un político, economista
y filósofo marxista revolucionario ruso. Fue el principal
ideólogo de la Nueva Política Económica durante la década
de 1920, se opuso a la colectivización agrícola forzada.
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Al margen de los espectaculares banquetes, había
otro tipo de cenas reservadas a un grupo más selecto de líderes
soviéticos, pero ni siquiera estar en ese núcleo duro del
régimen aseguraba una vida plácida. El historiador Simon Sebag
Montefiore publicó hace unos años La corte del zar rojo (Crítica),
donde relata, gracias a la información de testimonios orales
y escritos, algunos de los más escabrosos entresijos de los
años de Stalin. De toda la descripción de este autor -que
en 2019 publicó en castellano Escrito en la historia:
Cartas que cambiaron el mundo (Crítica)- resulta particularmente
perturbador el clima de tensión que reinaba entre los líderes
soviéticos en los años inmediatamente posteriores a la Segunda
Guerra mundial, cuando las paranoias del Vozhd, voz tomada
del eslavo que habla de un gran líder, alcanzaron su
más alto nivel, lo que acabó creando un ambiente de odio y
desconfianza entre los jerarcas. “El peligro acechaba en los
amigos -escribió el hijo de Nikita Jrushchov, Sergei-. Una
reunión inocente podía tener un final trágico”.
Stalin había tenido que moderar su consumo de
alcohol por consejo médico tras sus tremendas borracheras
de 1944-45 en plena guerra, pero eso no quería decir de ningún
modo que los demás tuvieran que mantenerse sobrios. En esas
cenas privadas, “nos obligaba a beber hasta que teníamos la
lengua de trapo”, recordó tiempo después Anastas Mikoyán,
que llegó a ser viceprimer ministro durante la guerra. Uno
de los juegos favoritos del líder soviético era el de intentar
adivinar la temperatura: en una ocasión, Laurenti Beria, el
poderoso jefe del aparato de seguridad soviético se equivocó
por tres grados y tuvo que beber tres vodkas de una tacada.
Pero en otras muchas ocasiones era precisamente la siniestra
mano derecha de Stalin quien se encargaba de que corriera
el alcohol y de que ninguno de los miembros de la camarilla
del Vozhd se librara de agarrar una contundente borrachera,
ni de humillarse ante ambos. En muchos casos, cuenta Sebag
Montefiore, “se bebía tanto en aquellas bacanales que los
jerarcas (…) tenían que salir dando trompicones de la habitación
para ir a vomitar”. Algunos sobornaron a una camarera para
que les sirviera agua coloreada. Cuando se enteró, Stalin
advirtió a Mikoyán: “Quieres ser más listo que los demás ¿verdad?
Ten cuidado, no vayas a tener que lamentarlo más tarde”.
El líder soviético forzó el divorcio del matrimonio
Molotov y envió a Polina al gulag; pese a todo siguieron siendo
fervientes estalinistas.
La humillación, efectivamente, era uno de los
grandes objetivos de esas cenas “cuyo nivel se parecía al
de una despedida de solteros de hombres de Neandertal”, explica
Sebag Montefiore. Algunos de los miembros del núcleo duro
del poder se convertían en el centro de las bromas. Beria
la emprendía, por ejemplo, con Mikoyán, a quien metía tomates
maduros dentro de la chaqueta para luego acorralarle contra
la pared y provocar así que reventaran. En una ocasión Nikita
Jrushchov llevó, para su escarnio, un buen rato un papel que
Beria le había pegado en la espalda y donde se podía leer
“gilipollas”. Y Molotov tuvo que soportar la burla general
después de haberse sentado sobre un tomate. Mientras este
último llevaba como podía esas peculiares reuniones sociales,
su esposa Polina, de la que había sido obligado a divorciarse,
languidecía en un gulag . Tras aquellas cenas interminables,
Stalin ofrecía a los jerarcas la posibilidad -en realidad
era una oferta irrechazable- de acompañarle a la sala de proyecciones
para ver una película. Allí les esperaba un aterrorizado Ivan
Bolshakov, ministro de Cinematografía, cuyos dos antecesores
habían sido fusilados en las purgas. Su misión era decidir
qué película proyectar y cruzar los dedos para acertar ante
el humor siempre cambiante del líder soviético. En muchas
ocasiones, Stalin le pedía películas en inglés que él traducía
simultáneamente… aunque sin saber el idioma. En realidad,
al Vozhd casi le gustaba más ver cómo aquel hombre, azorado,
trataba de salir del aprieto que las películas en sí.
Nikita Jruschov, Lavrenti Beria y Georgi Malenkov
(a la izquierda), que estuvieron con Stalin durante los días
de agonía del dictador, flanquean el féretro
en su funeral junto con Nikolái Bulganin, el mariscal
Kliment Voroshílov y Lazar Kaganóvich.
Después de la muerte de Stalin, algunos de aquellos
hombres se tomaron la revancha con Beria, ya que no pudieron
o no se atrevieron durante la vida del líder. Jrushchov, que
había sido objeto de sus burlas y humillaciones encabezó la
operación que apartó del poder y que a la postre terminó con
la ejecución del antes temible georgiano. Fue una maniobra
en la que también participó otra de las víctimas de aquellas
cenas, Molotov. La esposa de este último sería liberada de
su reclusión en el gulag inmediatamente después del fallecimiento
del Vozhd. A pesar de todo, ambos seguirían siendo férreos
estalinistas hasta su muerte.
Mucho se conoce acerca de la vida familiar de Adolf
Hitler. No era inusual ver al führer acompañado de su
mujer Eva Braun en diferentes fotografías —principalmente
en su residencia de los Alpes—. Stalin, por su parte,
formó una familia mucho más numerosa que el dictador
alemán. Se casó dos veces y tuvo tres hijos, uno con
Yekaterina Svanidze y dos con Nadezhda Allilúyeva.
De su primer matrimonio se sabe poco, pues Yekaterina
falleció de tifus en 1907, mucho antes de que el georgiano
controlara la Unión Soviética. "Esta criatura podía
suavizar mi corazón de piedra. Ahora está muerta, y
con ella mis últimos sentimientos calurosos para los
humanos", dijo el dictador tras su muerte. Señalando
a su pecho, Stalin añadió: "¡Aquí dentro, está vacío,
inexpresivamente vacío!".
Su hijo Yákov Dzhugashvili no fue tan querido pese
a ser el único vástago de aquel matrimonio. En la Segunda
Guerra Mundial fue capturado por los nazis y Stalin
se negó a intercambiarlo por el Mariscal de campo Friedrich
Paulus, quienes los alemanes exigían como moneda de
cambio. Murió el 15 de abril de 1943 en el Campo de
Concentración de Sachsenhausen.
Pasarían doce años desde el fallecimiento de su amada
Yekaterina hasta que el georgiano se volviera a casar.
Esta vez, a los 41 años de edad, contrajo matrimonio
con Nadezhda. Vasili y Svetlana fueron el fruto de esa
inestable y conflictiva pareja. Y es que, la relación
entre Stalin y Nadezhda fue de un auténtico amor-odio,
en el que destacaban los engaños del dictador con otras
mujeres. Finalmente, la segunda esposa de Stalin se
suicidó en 1932 de un disparo —algunos historiadores
afirman que fue el propio dictador quien la asesinó—.
De esta manera, Stalin se convertía en viudo por segunda
vez con el añadido de tener a su cargo dos niños de
once y cinco años. Vasili consiguió rangos militares
en la Fuerza Aérea Soviética pero sus problemas con
el alcohol terminaron con su vida en 1962. De todos
sus descendientes, fue Svetlana, su única hija, quien
llegó a la vejez.
Svetlana, quien había sido muy querida por su padre
durante su juventud, comenzó a recibir presiones de
este a medida que se hacía mayor. A los 17 años se enamoró
del guionista de cine judío llamado Alekséi Kápler,
de 40 años. Ante esta situación, el primer amor de Svetlana
fue exiliado durante diez años a la ciudad polar de
Vorkutá. Tras varias relaciones desaprobadas por el
dictador, terminó cambiándose de apellido una vez fallecido
su padre en 1953. Trabajó como profesora y traductora
en Moscú pero el fantasma de su padre, reencarnado en
la presión que ejercían desde el Partido Comunista de
la Unión Soviética, no le dejaba vivir tranquila. La
hija de Stalin se había vuelto a enamorar, esta vez
de un comunista indio llamado Brajesh Singh, y se les
había prohibido una vez más que estuvieran juntos. Svetlana
había comprendido que no podía continuar viviendo en
una Unión Soviética que no le permitía desarrollarse
como una mujer libre. Así, ideó una estratagema para
abandonar la Madre Rusia.
Vorkutá, ciudad nacida con el Gulag más
allá del Círculo Polar.
Singh había muerto en 1966 y Svetlana obtuvo el permiso
para viajar a la India y verter sus cenizas en el Ganges.
Allí, decidió acudir a la embajada de los Estados Unidos
para pedir asilo político. De Nueva Delhi viajó a Suiza;
y de Suiza a su nuevo hogar; Estados Unidos. Una vez
allí, Svetlana ofreció una conferencia de prensa donde
denunciaba los excesos cometidos por el gobierno soviético.
La marcha de la hija de Stalin de la URSS desencadenó
toda una crisis política y exigían que cualquier figura
de alto rango de su país que pidiera asilo debía ser
interrogada primero por oficiales soviéticos. Por fin
en suelo estadounidense, Svetlana se casó con William
Wesley Peters, con quien tuvo una hija llamada Olga.
Olga Peters, hija de Svetlana, era por ende la nieta
de Stalin. Había nacido en 1971 y su conocimiento por
el dictador fue heredado por lo que sus familiares narraban.
Svetlana había fallecido en 2011 de un cáncer de colon
y apenas dos meses más tarde Olga concedía una entrevista
para la revista semanal francesa Paris Match. En ella
contaba cómo su madre tenía que lidiar con un "monstruo"
que además era su propio padre.
Ahora se hace llamar Chrese Evans y su última polémica
en relación a su origen comunista se dio en 2015 cuando
salieron a la luz fotografías de ella disfrazada de
Tank Girl, un cómic británico que también ha tenido
su adaptación en la gran pantalla. En consecuencia,
el Partido Comunista de Rusia anunció que pediría a
la nieta del antiguo líder de la Unión Soviética que
dejara de "deshonrar el nombre de su gran abuelo". Asimismo,
instaban a Chrese a "unirse a la lucha contra el imperialismo
norteamericano". Hace ya 68 años desde que Stalin muriera
en la capital rusa. No obstante, su descendencia, que
intentó más de una vez desligarse del dictador, sigue
presente entre los nostálgicos de la Unión Soviética,
quienes no aceptan que su única hija abandonara el país
para iniciar una nueva vida.
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“He visto a una mujer de pie en la nieve / Guardaba
silencio mientras veía cómo se llevaban a su marido / Las
lágrimas quemaban sus mejillas / porque le habían dicho que
la sombra había abandonado su tierra / El viejo ha vuelto
/ El viejo ha vuelto”. Así cantaba Scott Walker al retorno
de la represión estalinista en 1968, cuando los tanques del
Pacto de Varsovia sofocaron la Primavera de Praga recordando
a millones de checos la crueldad del secretario general del
Partido Comunista entre 1922 y 1952. Pero es una canción que
también podría utilizarse para sintetizar el retorno de la
admiración al “viejo” en pleno siglo XXI.
Lo explica una encuesta realizada por el Pew
Research Center, un 'think tank' de Washington, al otro extremo
de la ideología estalinista. No solo la nostalgia por la vieja
Unión Soviética ha experimentado un sensible repunte durante
los últimos años, sino que esta ha ido de la mano del retorno
de la admiración por Stalin. Un 58% de los adultos encuestados
consideraban que el rol del georgiano había sido “muy” o “bastante”
positivo, mientras que tan solo un 22% sentía lo mismo respecto
al hombre que dio inicio a la 'perestroika', Mijaíl Gorbachov.
Un dato que muestra cómo, para muchos ruros, el fin de la
Unión Soviética es visto tres décadas después como el momento
en el que Rusia comenzó a perder su influencia global.
Ha sido un largo proceso, como demuestran los
datos del Centro Levada, una organización demoscópica no gubernamental
rusa. Como señala uno de sus investigadores, el sociólogo
Alexei Levinson, a finales de los años 80, tan solo el 12%
de los encuestados consideraban que Stalin fuese el personaje
más importante de todos los tiempos, muy lejos de Lenin, Marx
o Pedro I El Grande. Actualmente, es el tercer líder político
más querido, por detrás de Vladimir Putin y Leonid Brézhnev,
a quien muchos recuerdan aún de primera mano. Como matiza
Maxim Trudolyubov de 'The Russia File', Stalin se ha convertido
en un meme que ya no está relacionado con el “dictador asesino”,
sino con “el líder capaz de poner las cosas en orden”. “La
popularidad de Stalin entre la sociedad rusa de hoy es bastante
superficial”, escribía en una reciente investigación Katarzyna
Chawrylo, del Centro para los Estudios del Este. La presente
influencia del dictador es, en parte, consecuencia lógica
de los elogios que recibe tanto del Kremlin como de la iglesia
ortodoxa. “La imagen del dictador soviético como un líder
destacado se mezcla con los recuerdos individuales de represión
y terror que afectaron a casi todas las familias rusas, pero
no penetran a nivel masivo, por lo que el discurso está dominado
por el Estado”, recuerda la autora.
Queda muy lejos 1956, cuando Nikita Khrushchev
atacó al “culto a la personalidad” de Stalin, dando pistoletazo
de salida a un tímido pero gradual proceso de desestalinización
que alcanzaría su punto álgido en los años 90, con Boris Yeltsin
y que se revertiría con la llegada al poder de Putin. Desde
entonces, el Kremlin ha “seleccionado aspectos positivos de
ese período, particularmente la victoria en la segunda guerra
mundial” (o Gran Guerra Patria, como se la conoce en Rusia),
que ha servido para justificar intervenciones militares como
la invasión de Crimea. El retorno de Stalin tiene más de nostalgia
por la victoria militar imperialista que por el hipotético
retorno del comunismo. Make Moscow great again.
Retroceder para avazar.
¿O no? Para entender un poco mejor lo que está
ocurriendo, una investigadora de la Universidad del Estado
de Nueva York en Stony Brook llamada Daria Khlevnyuk acaba
de publicar en 'Media, Cultura & Society' un trabajo en el
que, tras analizar las redes sociales rusas, ha identificado
los tres nuevos perfiles del estalinismo. “Generalmente, este
es percibido como un grupo homogéneo que comparte una visión
idealizada del líder soviético”, explica en la introducción
de su trabajo. Sin embargo, cada uno de ellos tiene su propia
razón par justificar su fascinación por “el hombre de acero”.
El primero de los grupos está formado por aquellos
cuyo objetivo es relativizar el rol de Stalin durante la Gran
Purga. Algunos de ellos mantienen que las depuraciones políticas
no fueron culpa de Stalin y consideran que el Estado ruso
se equivoca al celebrar el Día de la Memoria de las víctimas
de las represiones políticas el 30 de octubre, una festividad
que señala directamente al georgiano como culpable. Otro optan
por afirmar que las purgas eran necesarias para proteger al
Estado, puesto que la “quinta columna” era una amenaza al
Estado comunista que, de no haberse atajado, habría supuesto
su fin temprano. Un pensamiento, recuerda Khlevnyuk, muy putinista.
El segundo grupo de es el de los defensores de Stalin como
símbolo ruso y comunista, a los que el dictador les interesa
como símbolo de una época de fortaleza política, economía
boyante y un mayor nivel de vida. Estos sí son abiertamente
críticos con el régimen actual, “fraudulento y criminal” y
abogan por el retorno del socialismo que “reestablezca el
vínculo perdido con el pasado soviético”. Stalin es su Abraham
Lincoln, una figura de consenso y un que proporcionó a Rusia
sus momentos de mayor esplendor reciente, especialmente en
lo que se refiere a la economía.
Hace unas horas Gorbachov llamaba a Putin
y a Biden a reunirse para lograr el desarme nuclear
"Lo importante es evitar la guerra nuclear. Y si hay
que evitar este problema, que no se puede resolver en
solitario, es necesario reunirse", dice. EEUU urge a
Rusia a devolver Crimea a Ucrania.
El año pasado, Rusia celebró un referéndum sobre una
reforma constitucional cuya intención original había
sido la de permitir, eventualmente, una transición ordenada
en el poder para Vladimir Putin. Sin embargo, la reforma
terminó siendo poco más que una anulación de la cantidad
de mandatos presidenciales que Putin puede cumplir.
Expertos sugieren que este truco tan obvio se debe a
que el presidente no estaba dispuesto a ser un ‘lame
duck’ (“pato cojo”, expresión para referirse a los mandatarios
que están en la última fase de su Gobierno) ante los
ojos de la sociedad y de las élites políticas varios
años antes del final de su mandato. Es posible que originalmente
el presidente hubiera decidido marcharse después de
2024, pero los recientes acontecimientos en Rusia, probablemente,
han dejado al país sin otra alternativa que la de su
gobierno sin fin.
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En la última categoría encajan aquellos que
reivindican a Stalin al mismo tiempo que defienden el 'statu
quo' de la Rusia actual. El georgiano es el héroe de la Gran
Guerra Patriótica, un período duro pero glorioso donde se
consiguió triunfar gracias a la inteligencia militar y estratégica
del líder. “No hay ninguna clase de disensión en estos grupos,
sus mensajes siguen la política estatal, aunque su contenido
sea original y no esté derivado de la televisión estatal o
los libros de texto”. Repiten la narrativa según la cual la
victoria conseguida en 1945 fue de Stalin, el Ejército Rojo,
el Partido Comunista, y en última instancia, de la población
soviética. En Occidente, Stalin también se ha convertido es
uno de los rostros habituales de las redes sociales en forma
de meme, donde habitualmente se bromea con su papel en las
purgas, en esa mezcla de frivolidad y erudición propio de
la cultura digital. Buceando en Reddit, uno puede encontrarse
con su imagen al lado de la frase “cuando la gente piensa
que Thanos [el villano de 'Los Vengadores'] es el único que
puede chasquear sus dedos y hacer desaparecer a la mitad de
la gente”; otra que lo sitúa junto a la sentencia “el humor
negro es como la comida; no todos tienen” o “¿cómo hacer feliz
a todo el mundo? Matando a los que no están felices”; además
del clásico gif “al gulag con él”. “Hoy hablé con una georgiana
que decía que era un gran líder que se preocupaba por su gente,
no un dictador, y que hacía lo mejora para su país. ¿En 2013,
qué le puede hacer pensar algo así, cuando los libros de historia
cuentan lo contrario?” , se preguntaba otro usuario en el
foro más grande del mundo.
“Stalin para mí era una de las tres personas
que habían vencido en la segunda guerra mundial, junto con
Churchill y Roosevelt. Entonces mi madre me pidió que la escuchase.
Fue cuando descubrí sus crímenes”. Estas son las palabras
con las que Chrese Evans explicaba al rotativo inglés 'Express'
lo que pensaba de su abuelo. Sí, de su abuelo, porque Evans
es la nieta de Stalin, hija de Svetlana Alliluyeva, la única
descendiente de Stalin que emigró de la URSS en 1966 para
construir una nueva vida en Estados Unidos, junto al arquitecto
William Welsey Peters. Las fotografías de Evans, que la muestran
tatuada, con pantalón corto y un toque punk, suelen soliviantar
a los nuevos seguidores de Stalin, acérrimos partidarios de
la disciplina y el orden.
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Tras una vida bajo la sombra de su padre, Yosif Stalin,
Svetlana Allilúyeva pidió asiló político en Estados
Unidos para huir de la oscuridad y el aislamiento que
sufría en la Unión Soviética. Una vez allí se casaría
con un arquitecto con el que tuvo una hija y se convertiría
en la exiliada más incómoda para la URSS.
A partir de 1948, Yosef Stalin pasó
más tiempo en su dacha Blízhniania, en
Kúntsevo, cerca de Moscú. Murió
allí el 5 de Marzo de 1953. A día de hoy
sigue siendo un misterio.
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