Muere la escritora Toni Morrison, primera afroamericana
en ganar el Nobel de Literatura y una de las voces literarias
más combativas a favor de los derechos civiles, que además
recibió el Pulitzer en 1988.
En Syracuse, una ciudad al Norte del Estado
de Nueva York, recién divorciada y madre de dos hijos, durante
el día Toni Morrison trabajaba como editora para Random House.
Era mediados de la década de 1960, y por la noche, con los
niños acostados, solitaria y aburrida en una ciudad de provincias
de inviernos gélidos, escribía su primera novela. Durante
cinco años esculpió «Ojos azules», un tiempo durante el que
Random House le ofreció otro puesto editorial en la ciudad
de Nueva York, en el que se afanó por sacar a la luz autores,
como ella, negros: Angela Davis, Toni Cade Bambara, Gayl Jones,
Henry Dumas, Wole Soyinka, Chinua Achebe. Además de Mi propia
historia, la autobiografía de Muhammad Ali como El libro negro
(1974), antología de fotos, ensayos y otros documentos de
la vida negra en los EEUU desde la esclavitud hasta los 70.
«Me fijé mucho en la ficción negra porque quería
participar en el desarrollo de un canon de la obra negra»,
diría años después. Mientras tanto, escondió su propia creación
en secreto de sus compañeros y de su editorial. Escribir era
«algo privado», dijo en una entrevista a «Paris Review» en
1993 sobre aquellos años. «Quería que fuera algo mío. Porque
una vez que lo dices, otra gente empieza a participar de ello».
La decisión de romper su cascarón literario
fue el comienzo de una de las carreras decisivas en la literatura
estadounidense del siglo XX. Morrison murió el lunes por la
noche en su casa de Nueva York, reconocida como columna central
de ese canon que buscó formar, la gran voz literaria de la
América negra, el registro de la experiencia afroamericana,
con la sombra duradera de la esclavitud y de las tensiones
raciales y la luz de su cultura, tradiciones y lenguaje.

Era una realidad que apenas existía en el mundo
literario de EE.UU. «Ojos azules», su debut literario, publicada
en 1970, es la historia de una chica negra, Pecola, obsesionada
por tener los ojos azules, en un país donde su cuerpo, su
imagen, no eran celebrados. Su padre acaba por violarla para
demostrarle de la manera más trágica que sí puede ser deseada
y la embaraza. Acaba siendo un despojo en su propia cultura,
loca, creyendo al final que realmente sí tiene esos ojos azules.
En una entrevista de 2014 con la revista del Fondo Nacional
para las Artes, la autora aseguró que escribió «Ojos azules»
«porque quería leerla. Creía que ese tipo de libro, ese tipo
de personaje -las niñas negras más vulnerables, menos atendidas,
menos tomadas en serio- nunca habían existido realmente en
la literatura. Como no pude encontrar un libro que lo hiciera,
pensé bueno, lo escribiré yo y después lo leeré».
Morrison tenía 88 años y falleció en su casa
de Grand View-on-Hudson, un coqueto suburbio neoyorquino a
las orillas del río Hudson. Las complicaciones derivadas de
una neumonía fueron la causa. «Ojos azules» mostraba gran
parte de las líneas centrales de la que sería la obra de Morrison.
Personajes en busca de su lugar en el mundo -la mayoría de
ellos, femeninos-, cuya experiencia vital muestra la tragedia
y la riqueza de las comunidades negras en EE.UU., en historias
repartidas por el tiempo, desde los primeros esclavos del
siglo XVIII hasta hasta situaciones contemporáneas, que tejen
la existencia negra en el país.

«Sula» (1973) y «La canción de Salomón» (1977),
sus dos siguientes, consolidarían su reputación entre los
críticos -fue el primer libro escrito por un autor negro seleccionado
por el club Book-of-the-Month desde 1940, y anticiparían el
éxito total de «Beloved» (1987). Considerada su obra maestra,
es el libro que le encumbró tanto entre los críticos como
entre el público general, en un caso poco habitual en el que
ambos convergen. Se inspiró en una historia real, la de Margaret
Garner, una esclava del siglo XIX que escapó de su plantación
junto a su hija. Antes de ser capturada, prefirió matar a
su hija que condenarla a una vida en esclavitud. En la novela,
después adaptada al cine e interpretada por Oprah Winfrey,
el fantasma de la hija reaparece en la vida de la esclava,
que por fin ha alcanzado su libertad.

Es uno de los muchos ejemplos de la presencia
de la magia, el mito, la superstición transmitida por tradiciones
orales en las comunidades afroamericanas y que Morrison escuchó
y vivió de niña en su infancia en un pueblo obrero de Ohio.
En su obra, esas tradiciones se cuelan en forma de historias,
pero también en una prosa luminosa, desbordante por la que
la llegaron a comparar con los autores del realismo mágico
hispanoamericano. «Fue como una inundación escribir ese libro»,
dijo sobre «Beloved» en 2012 a ‘Interview’.
Fue un éxito nacional e internacional que, sin
embargo, no se veía respondido con premios. Cuando «Beloved»
quedó fuera de los finalistas al National Book Award, 48 escritores
enviaron una carta de protesta. Cinco meses después, le otorgaron
el Pulitzer. En 1993, se convirtió en la primera mujer negra
en recibir el Nobel de Literatura. Su carrera se extendió
mucho más allá, con un total de once novelas, varios ensayos,
literatura infantil, el libreto de una ópera y una presencia
continua en la opinión pública en conferencias y en medios
de comunicación. Siempre empeñada en encontrar su propio camino,
en elevar la experiencia de una minoría racial dejada en las
cunetas, como explicó una vez a «The New York Times»: «Escribir
sin la mirada blanca».
Nació en una familia de clase trabajadora. Adoptaría
el nombre literario Toni Morrison, tomando el de su apodo
familiar y el apellido de su marido, el arquitecto Harold
Morrison, con quien estuvo casada (desde 1958 hasta 1964)
padre de sus dos hijos. En 1949 comenzó estudios en la Universidad
Howard en Washington D. C. y continuó en la Universidad Cornell,
se graduó en Filología inglesa en 1955. Ese año comenzó a
trabajar como profesora en la Texas Southern University en
Houston, continuó en la Universidad Howard y en otros centros
académicos a lo largo de los años. En 1964, comenzó a trabajar
como editora literaria en la casa Random House de Nueva York.
Deja una impecable actividad académica.
Profesora de inglés en la Texas Southern University (1955-57).
Profesora en la Universidad Howard. Profesora en la Universidad
Estatal de Nueva York (SUNY) en Albany. Profesora Robert F.
Goheen de Humanidades en la Universidad de Princeton. Miembro
de la Academia Americana de las Artes y las Letras. Miembro
del Consejo Nacional de las Artes.
Su primera novela apareció cuando contaba casi
40 años: Ojos azules narra la historia de una niña negra,
Pecola, que quiere tener los ojos del color de las muñecas
de las niñas blancas. La canción de Salomón, publicada en
1977, es un relato sobre la reunión del materialismo y el
poder del amor, y logró un rápido éxito popular. En 1981 publicó
Tar Baby, traducida como La isla de los caballeros. Beloved
relata la historia de una esclava que encuentra la libertad,
para descubrir que hay distintas formas de esclavitud posibles.
Jazz y Jugando en la oscuridad fueron éxitos de ventas. Love
narra la historia de odio entre dos mujeres que aman al mismo
hombre. Una bendición, es el título en castellano para la
historia de una joven afroamericana en el siglo XVII, en la
que trata temas como la esclavitud, el racismo, la segregación;
como trasfondo de una historia de amor y amistad. Home, publicada
en 2012, es una novela ambientada en los años '50, y narra
la historia de Frank, un soldado en la guerra de Corea, y
de su regreso desde un Ejército integrado a su tierra natal,
aún segregada.
En 1998, cuando el entonces presidente Bill
Clinton fue enjuiciado con motivo del Escándalo Lewinsky,
Morrison declaró: «Clinton es el primer presidente negro de
los Estados Unidos», dando a entender que estaba siendo maltratado
por lo que se consideraba su «negritud»:
Hace años, durante la investigación por el caso Whitewater,
se oían las primeras murmuraciones: a pesar de su piel
blanca, este es nuestro primer presidente negro. Más negro
que cualquier negro verdadero que pudiéramos ver electo
en nuestras vidas. Después de todo, Clinton tiene casi
todos los atributos de la negritud: hogar monoparental,
nació pobre, clase trabajadora, toca el saxo, y es un
chico de Arkansas al que le gustan McDonald's y la comida
basura. |
Quizas por ser la primera que descubrí,
siempre recomiendo Beloved. Tan soberbio como duro. Cargado
de párrafos que muchos escritores desearían haber escrito.
Una novela que refleja, de manera tan cruda como bien escrita,
una realidad pasada y sufrida por muchos que te hará parar
de leer muchas veces para recuperar el aliento y aceptar que
lo que acabas de leer sucedió no hace tanto tiempo.
Durante la Guerra de Secesión Americana, una
esclava afroamericana de nombre Sethe y embarazada de su amo,
trata de escapar de la esclavitud junto a su otra hija dirigiéndose
a Cincinnati, Ohio. Tras 28 días escapando, es solicitada
por el amo la orden de recuperar a ambas, basada en la Ley
de esclavos fugitivos, ley por la cual el propietario puede
perseguir y recuperar sus esclavos más allá de las fronteras
estatales. Sethe, bajo el terror de tener que regresar a la
esclavitud bajo su amo y dar el mismo doloroso final a su
hija de dos años, decide matarla. Sin dinero alguno, se ve
forzada a vender su cuerpo al encargado de la funeraria si
quiere grabar en la lápida de su hija alguna palabra.
Diez minutos para escribir “Beloved”, veinte
minutos para “Dear beloved”.
El párrafo en donde se narra este momento es
inolvidable por su dureza, por su carga emotiva y cómo te
encoge el corazón, y por la admirable capacidad narrativa
de Toni Morrison.
Muchos años después, y tras el final de la
guerra civil estadounidense, en el “124” de las afueras de
Cincinnati, Sethe vive con su hija Denver y un viejo amigo
que fue también esclavo y de nombre Paul D. Todos tratan de
vivir enterrando el pasado, ignorando los recuerdos y abusos
sufridos, aunque eso sólo suponga no cicatrizar las heridas.
Pero la casa tiene un inquilino más, que espanta y asusta
a los vecinos que afirman que la casa está encantada y maldita.
Todo comenzó cuando un día apareció en la puerta
de la casa de Sethe una chica de unos 20 años, sentada, sonriendo,
y de nombre “Beloved”. Para muchos, ella es un demonio, pero
para Sethe ese fantasma es la hija de dos años que ella asesinó,
pero con la edad que tendría de no haberla matado. La culpa
que siente Sethe por su crimen provoca que intente mimar y
darle a Beloved, exigente y continuamente enojada, todo lo
que quiere, convirtiéndose en el centro de su mundo. Y aunque
Paul D y Denver intentan hacer ver a Sethe que Beloved le
está arrebatando la única posibilidad que tiene de enterrar
el pasado y comenzar un futuro nuevo junto a ellos, la idea
de perder de nuevo a Beloved sumirá a Sethe en una lucha interna
que aporta el apogeo del tercio final de la novela, enfrentándola
a sus seres queridos y a su comunidad por esa extraña chica
que se aparece en la casa.
Novela densa que mezcla constantemente el pasado
y el presente, con continuas metáforas y una clara influencia
del realismo mágico, que nos hará descubrir poco a poco las
piezas de un puzle, de un misterio, que nos sorprenderá si
prestamos la atención profunda y adecuada que esta novela
requiere por parte del lector.
Decía que su bisabuela “era negra como el alquitrán”.
La escritora Toni Morrison sabía lo que significaba ser de
origen afroamericano en EEUU. “Descubrir a tan temprana edad
en qué consiste ser inferior por ser otro no me impresionó,
supongo que porque era extraordinariamente arrogante”, escribe
en el libro El origen de los otros (2018). En aquellos ensayos,
Morrison, nacida como Chloe Ardelia Wofford, rememora su infancia,
como lo hizo en gran parte de su obra. En la ficción lo demuestra
desde su primera novela, Ojos azules (1970) protagonizada
por una niña llamada Pecola. Hasta la última, La noche de
los niños (2015), donde la pequeña Bride sorprende a todos
al nacer de piel negra, a diferencia de su familia de piel
clara. El padre la abandona. “La raza ha sido un criterio
constante de diferenciación, lo mismo que la riqueza, la clase
y el sexo, tres categorías determinadas por el poder y la
necesidad de control”, apuntó en sus textos de no ficción.
“El futuro de la literatura de Estados Unidos
depende de estas minorías étnicas, que ganan terreno en el
panorama norteamericano”, señaló Toni Morrison luego de recibir
el Nobel, en 1993. El eco de sus palabras se reflejan hoy
en obras de autores como Colson Whitehead (El ferrocarril
subterráneo) y N. K. Jemisin (La quinta estación).
“Pelo sin peinar, zapatos cubiertos de tierra.
La habían mirado con grandes ojos sin comprender. Ojos que
no cuestionaban nada y preguntaban todo. El fin del mundo
yacía en sus ojos”, señaló Morrison sobre la protagonista
de su primera novela al diario The Washington Post. En su
segunda novela, Sula (1973), las niñas Sula y Nel crecen juntas
en un barrio de negros. Morrison muestra cómo viven las familias
pobres y afroamericanas en Norteamérica. Pero también desarrolla
la amistad, la traición y la violencia al interior de las
comunidades. Su ambición fue aún mayor en su tercera novela,
La canción de Salomón (1977), que recorre el pasado de cuatro
generaciones y ofrece la perspectiva de un afroamericano que
reniega de sus raíces para ser aceptado por los blancos. El
ejemplar obtuvo el Premio National Book Critics. Una historia
superior ante la tragedia es Beloved (1987). Ambientada después
de la Guerra de Secesión Americana, en el siglo XIX, una esclava
llamada Sethe mata a su hija de dos años para evitarle una
vida de abusos y sin libertad. Ganadora del Premio Pulitzer
en 1988, una década después la novela fue adaptada al cine
por el director Jonathan Demme, producida y adaptada por Oprah
Winfrey.

La millonaria conductora de televisión aparece
también en el recién estrenado documental Toni Morrison: The
Pieces I Am (2019). Además en la cinta, estrenada en Sundance
en enero y en salas de EEUU el 21 de Junio, habla su amiga
Angela Davis, entre otros. La propia Toni Morrison, confiesa
en el documental que muchas veces se hartó de sólo leer literatura
de autores blancos en Random House. Fue a esas alturas de
su vida que decidió darle voz a los autores negros, transformándose
en la mujer que facilitó la publicación de los escritores
nigerianos Wole Soyinka y Chinua Achebe en Estados Unidos.
Es la época en que también les dio páginas a jóvenes creadores
afroamericanos, a inicios de los años 70, entre ellos Toni
Cade Bambara, Gayl Jones o la propia Angela Davis. También
facilitó la publicación del malogrado poeta Henry Dumas, muerto
tras recibir un balazo de un oficial de policía en Nueva York
en 1968 y a quien ella llamó “un absoluto genio”.
“Soy muy, muy inteligente temprano en el día”,
dice Morrison a la cámara en The Pieces I Am , refiriéndose
a su rutina de escritura. En un hábito que adquirió desde
que comenzó a escribir y trabajar con dos hijos pequeños,
comenzaba su día a las 5 am y se concentraba en sus proyectos
literarios hasta el mediodía.
En una reciente entrevista con Publishers Weekly,
el realizador Timothy Greenfield-Sanders se refería al trabajo
de Toni Morrison desde su escritorio en Random House, donde
fue la primera mujer afroamericana en llegar a ocupar una
posición importante en el departamento de ficción. “Ella fue
capaz de romper ‘la torre de marfil’ del mundo editorial”,
contaba Greenfield-Sanders, amigo personal de la ganadora
del Nobel. “Lo hizo al mismo tiempo que escribía sus increíbles
novelas, enseñaba en la universidad y criaba a sus dos hijos
como madre soltera”, agregó.

Toni Morrison con la Directora Sandra Guzman
al acabar el documental.
www.sandraguzman.com
El tono ameno y amable del documental se debe
en gran parte a las propias palabras de Toni Morrison, siempre
dispuesta a recordar anécdotas y contar historias con una
innata capacidad narradora. Tal vez uno de los pocos momentos
ingratos es cuando se recuerdan ciertas críticas negativas
a su obra en los años 80, entre ellas una de The New York
Times que habla de la “estrechez” de sus historias al centrarse
exclusivamente en personajes negros. También, increíblemente,
se mencionan reacciones contrarias tras recibir el Premio
Nobel de Literatura en 1993. Pero pese a las opiniones en
contra de algunos críticos y escritores, ella nunca dudó de
su trabajo: “Yo era más interesante que ellos”, dice Morrison
en el filme. “Sabía más que ellos”. Hoy, las controversias
han quedado en el olvido. La voz de Morrison, como en este
documental, es la melodía dominante.

Clicka en la foto para ver el documental.
Este año Morrison publicó el ejemplar The Source
of Self-Regard, selección de ensayos y discursos desde Martin
Luther King a James Baldwin. “Puedo aceptar las etiquetas,
porque ser una escritora negra no es un lugar superficial,
sino un lugar rico para escribir. No limita mi imaginación;
la expande”, dijo a The New Yorker en 2003. Criada en un ambiente
pobre, en años de segregación racial, Morrison fue una de
los cuatro hijos de un obrero del acero y una ama de casa.
Cuando tenía dos años, el arrendador de su familia prendió
fuego a la casa en la que vivían, porque sus padres no habían
pagado el arriendo.
"Silencioso como si estuviera oculto, no había
caléndulas en el otoño de 1941. En aquél momento pensamos
que las caléndulas no crecían porque Pecola iba a tener el
hijo de su padre". Así comienza The Bluest Eyes (1970) -traducida
como Ojos azules en España- sobre una niña negra, solitaria
y poco querida que sueña con tener unos ojos como los de Shirley
Temple. La autora neoyorquina se atrevió a irrumpir con tal
dureza debido a su trayectoria como editora en el gigante
Random House, igual o más importante que su labor como literata.
Allí descubrió un punto ciego en el mercado norteamericano
y, lo más importante, le puso luz y lo empequeñeció.

"Lo que me llevó a escribir fue el silencio:
tantas historias sin contar y sin examinar", le dijo al New
Yorker en 2003. Pero lo que hizo grande a Toni Morrison fue
saber que el vacío no se aplaca con una sola voz y por eso
invirtió su tiempo en Random House en rodearse de colegas
que la acompañasen en esa empresa. Angela Davis no fue la
primera, pero quizá sí la más importante de todas ellas. En
una entrevista cruzada realizada por el periodista Dan White
en 2014, ambas le contaron cómo se fraguó una de las colaboraciones
más importantes de la literatura reciente. "Toni me contactó.
Pero yo no estaba interesada en escribir una autobiografía.
Era muy joven, creo que tenía 26 años. ¿Quién escribe una
autobiografía a esa edad?", reconoció Davis.
Corría el año 1972 y Davis, por muy bisoña que
se creyese, ya había viajado por gran parte de Europa y Estados
Unidos, había leído a todos los existencialistas franceses,
se había relacionado con los Panteras Negras y afiliado al
Partido Comunista. El FBI le había señalado como uno de los
criminales más buscados, ella se había dado a la fuga y Reagan
le había vetado en todas las universidades de Norteamérica.
Sin duda, su vida tenía material para una autobiografía y
Morrison lo sabía. "Toni puede ser muy, muy persuasiva, y
no pasó mucho tiempo antes de que me convenciera de que podía
escribir un libro que sería más un relato político que una
autobiografía individual". Y la joven accedió.

La camara de Jill Krementz capturó a
las dos mozas en 1974.
Davis tenía las experiencias y Morrison el olfato.
Esta última le hacía las preguntas precisas para que la primera
plasmase en palabras la imagen mental que todos los lectores
querrían conocer: "¿Cómo era la celda? ¿A qué olía?".
Durante esos meses, Angela se mudó con su editora
y quedó fascinada por la capacidad de Morrison, que por entonces
tenía dos niños pequeños, para encargarse de su biografía,
de sus hijos, de la casa y de sus propios escritos. "A menudo
viajaba con ella a Random House desde su casa, lo que implicaba
cruzar el puente George Washington. Cada vez que había tráfico,
sacaba un bloc de notas y garabateaba algo. A menudo, estaba
cocinando la cena para sus hijos, se daba vuelta y escribía
algo en el bloc de notas. Más tarde me di cuenta de que escribía
Canción de Salomón. Me impresionó su capacidad de habitar
varios mundos diferentes a la vez", recordó su pupila sobre
la tercera novela de Morrison. Angela Davis: Una autobiografía
vio la luz bajo un gran sello en 1974, un momento de ligera
disminución de la violencia y en el que las ideas de Davis
fueron acogidas como un vademécum del black power.
Pocos saben que aquella biografía temprana le
debe su trayectoria a Toni Morrison, quien en palabras de
la propia activista "fue una editora fenomenal. Prestó mucha
atención a los detalles, pero no insistió en que mi trabajo
se convirtiera en un reflejo de sus propias ideas". De aquella
colaboración surgió una enorme amistad que se ha mantenido
hasta los últimos días de la mentora.
Morrison, además, descubrió a algunas de las
feministas más importantes en el movimiento afro de Estados
Unidos, como Toni Cade Bambara y Gayl Jones, así como algunos
clásicos a la altura de The Greatest, de Muhammad Ali o The
Black Book, de Middleton Harris. Pero ella no se refugiaba
en la mirada de los demás, solo se dejaba inspirar. Mientras
publicaba algunos de los mejores retratos de la América xenófoba,
sembraba con sus propios libros tanto respeto como recelo
por la violencia salvaje, el sexo explícito y el sincero antirracismo
que imprimía en todos sus escritos. De hecho, su novela Paradise
(1997) fue prohibida en ciertas prisiones por temor a que
pudiese incitar una revuelta.

"La Historia siempre ha demostrado que los libros
son la primera trinchera en la que se libran ciertas batallas",
escribió en The Pieces I Am, su autobiografía. Siempre fiel
a esa premisa, Morrison se despidió a medias de la literatura
en 2010, tras la muerte de su hijo, después en 2015 y cuatro
años más tarde lo hace por tercera vez. Menos mal que, como
dijo Angela Davis, "su trabajo desafía las ideologías predominantes
y ofrece a las personas formas de entender el mundo que son
radicales, que son transformadoras". Y no importan las despedidas
definitivas, porque eso seguirá haciéndolo para siempre.
Cumplidos los 75 años, la filósofa y activista
afroamericana Angela Davis habla con calma y firmeza y ensancha
su sonrisa cada vez que puede. Sus tesis, expuestas en sus
libros y las conferencias que imparte alrededor del mundo,
siguen vigentes como ya lo estuvieran en 1981, cuando vio
la luz su célebre Mujeres, raza y clase. Davis es uno de los
máximos exponentes de la interseccionalidad y el feminismo
antirracista. Un feminismo que, en tiempos de debate, ella
defiende inclusivo, amplio y lo más espacioso posible. Un
feminismo total que ensanche los márgenes para que quepan
todas. Así, se refiere a este movimiento en auge como "una
estrategia no solo para superar la opresión de género, sino
también el racismo, el fascismo y la explotación económica".
Por ello, no entiende un feminismo que no sea antirracista
y anticapitalista y que no ponga en el centro todas las opresiones.
Habla de mujeres, de personas racializadas, de hombres, de
personas trans, de medio ambiente y de animales, de prisiones,
de pobreza, de esclavitud... Lo que ella llama un feminismo
"holístico" e "integrado".

Siempre activista y certera, Angela Davis cuestiona
el racismo escondido en la categoría "mujer" que suele equipararse
a "mujer blanca" y celebra los discursos e ideas que lo disputan:
"Es importante que dejemos muy claro que la categoría 'mujer'
no es unitaria". También en su feminismo hay sitio para las
personas trans, refiriéndose a un debate, el del sujeto político
del feminismo. "Han elevado nuestra comprensión sobre lo que
podría hacer falta para que haya justicia porque el activismo
trans no solo aborda cuestiones de identidad de género, sino
también relacionadas con lo que se considera la normalidad,
por ejemplo, la estructura binaria del género. La comunidad
de mujeres trans es un gran objetivo de la violencia de género".
Toni Morrison, que publicó con el apellido de
su ex marido, el arquitecto jamaicano Harold Morrison, tiene
un hueco reservado en la historia.
Novelas: Ojos azules (The Bluest Eye, 1970).
Sula (Sula, 1973). La canción de Salomón (Song of Solomon,
1977). La isla de los caballeros (Tar Baby, 1981). Beloved
(Beloved, 1987). Jazz (Jazz, 1992). Paraíso (Paradise, 1997).
Amor (Love, 2003). Una bendición (A Mercy, 2008). Volver (Home,
2012). La noche de los niños (God help the child, 2015).
Obras de teatro: Dreaming Emmet, 1986.
Ópera: Libreto de la ópera Margaret Garner (representada
por primera vez en mayo de 2005).
No ficción: The Black Book (1974) Jugando en
la oscuridad (Playing in the Dark, 1992). Remember:The Journey
to School Integration (2004).
Premios: Premio de la Crítica (National Book
Critics Award) por La canción de Salomón de 1977. Premio Pulitzer
por Beloved, 1988. National Humanities Medal, 2000. En 1993,
aunque no tenía más que seis títulos publicados, ganó el Premio
Nobel de Literatura, fue la primera mujer negra en recibirlo.
Hubo voces que cuestionaron su obtención del Nobel. “Espero
que este premio la inspire a escribir mejores libros”, dijo
el poeta afroamericano Stanley Crouch. Hay, esos celillos
... De todos modos, su obra encontró respaldo en autores como
John Irving o Margaret Atwood. En 2012, en la Casa Blanca,
Barack Obama le otorgó la Medalla de la Libertad. Ambos de
origen afro. Era una conquista. Morrison sonreía entre sus
rastas plateadas.

Disfruta del discurso antirracista y feminista de Toni
Morrison al recoger el Nobel de Literatura:
«Había una vez una mujer anciana. Ciega pero sabia».
¿O era un hombre anciano? Acaso era un gurú. O un griot
calmando chicos inquietos. Yo escuché esta historia,
o una exactamente como esta, en el saber popular de
varias culturas.
«Había una vez una mujer anciana. Ciega. Sabia».
En la versión que conozco la mujer es hija de esclavos,
negra, americana y vive sola en una pequeña casa afuera
del pueblo. Su reputación respecto de su sabiduría no
tiene par y es incuestionable. Entre su gente ella es
a la vez la ley y su trasgresión. El honor y el respeto
que le tienen va hasta mucho más allá de su pueblo;
llega hasta la ciudad donde la inteligencia de los profetas
rurales es una fuente asombrosa.
Un día a la mujer la visitan unos jóvenes que vienen
con la intención de desaprobar su clarividencia y poner
en evidencia el fraude que creen que ella es. Su plan
es simple: entran en su casa y le hacen una única pregunta,
cuya respuesta manifiesta la diferencia que tienen con
ella, una diferencia que ven como una profunda ineptitud:
su ceguera. Se le paran enfrente y uno le dice: «Anciana,
tengo en mi mano un pájaro. Dígame si está vivo o muerto».
Ella no contesta y repiten la pregunta: «¿Está vivo
o muerto el pájaro que tengo?»
Tampoco contesta. Es ciega y no puede ver a sus visitantes,
mucho menos lo que tienen en sus manos. No sabe el color
de su piel, de dónde vienen ni si son hombres o mujeres.
Solo conoce sus motivos. El silencio de la mujer es
tan largo que los jóvenes tienen dificultad para aguantar
la risa.
Finalmente habla y su voz es suave, pero severa. «No
sé», dice, «no sé si el pájaro que tienen está vivo
o muerto, lo único que sé es que está en sus manos.
Está en sus manos».
Su respuesta puede ser tomada así: si está muerto,
ustedes lo encontraron de este modo o lo mataron. Si
está vivo, todavía pueden matarlo. En caso de que lo
dejen vivo, es su decisión. En todo caso, es su responsabilidad.
Por querer burlar los poderes y la impotencia de la
anciana, los jóvenes reciben una reprimenda, porque
son responsables no sólo del acto de burla, sino también
por el pequeño manojo de vida sacrificado para conseguir
sus fines. La anciana deja de prestarles atención a
las aserciones de poder para centrarse en el instrumento
mediante el cual ese poder es ejercido.
La especulación de qué podría significar ese pájaro-en-la-mano
(otra que su propio cuerpo frágil) siempre fue algo
atractivo para mí, especialmente ahora, pensando, como
lo vengo haciendo, acerca del trabajo que me ha traído
ante ustedes. Por eso elijo leer al pájaro como el lenguaje
y a la mujer como a una escritora con práctica. Ella
está preocupada por cómo el lenguaje con el cual sueña
y que le fue dado al nacer es manejado, puesto al servicio
de diversos intereses, incluso apartado de ella con
nefastos propósitos. Siendo una escritora, considera
al lenguaje en parte como un sistema, en parte como
una cosa viviente sobre la cual se tiene control, pero
sobre todo como una operación, un acto con consecuencias.
Entonces, la pregunta que los chicos le hicieron, «¿Está
vivo o muerto?», no es irreal porque ella piensa en
el lenguaje como algo susceptible de muerte, de erosión.
Desde luego, expuesto al peligro y salvable solo por
un esfuerzo de la voluntad. Cree que si el pájaro en
las manos de los visitantes está muerto, los custodios
son responsables por el cadáver.
Para ella, una lengua muerta no es solo aquella que
no se habla o no se escribe más, sino la obstinada lengua
que se contenta con la admiración de su propia parálisis.
Como una lengua estática, censurada y censuradora. Despiadada
en su actividad policial, no tiene deseos ni otro propósito
que mantener el campo abierto de su propio narcisismo
narcótico, su exclusividad y dominio. Por más moribundo
que esté, no queda sin efecto ya que frustra activamente
el intelecto, ahoga la conciencia, suprime la potencia
humana... Inmune a las preguntas, no puede formar o
tolerar nuevas ideas, armar nuevos pensamientos, contar
otra historia, llenar los desconcertantes silencios.
Una lengua oficial, fragmentada para sancionar la ignorancia
y preservar los privilegios, es una armadura pulida
para dar brillo, una cáscara de la cual el caballero
escapó tiempo atrás. Y, sin embargo, ahí está: tonta,
predatoria, sentimental. Excitando la reverencia en
las escuelas, dando resguardo a los déspotas, reuniendo
falsas memorias de estabilidad y de armonía entre la
gente.
Ella está convencida de que cuando el lenguaje muera,
a causa del descuido, el desuso, la indiferencia y la
falta de estima, o sea, asesinado por una orden, no
solo ella, sino todos los hablantes y creadores serán
responsables de su muerte. En su país, los chicos se
sacaron la lengua a mordiscos y usaron balas para no
repetir la voz sin habla, la voz de un lenguaje lisiado
y golpeador; ese dispositivo para luchar con significados
que los adultos abandonaron, y que podría proveerlos
de una guía o expresar amor. Pero ella sabe que sacarse
la lengua no es solo una opción de niños. Es muy común
entre las infantiles cabezas de Estado y los comerciantes
del poder, cuyos vaciados lenguajes les dejaron sin
acceso a lo que queda de sus instintos humanos, dado
que solo hablan a aquellos que obedecen o, en todo caso,
hablan para forzar obediencia.
El saqueo sistemático del lenguaje puede ser reconocido
como la tendencia de sus hablantes a renunciar a sus
matizadas, complejas y mayéuticas propiedades para usarlo
como medio de amenaza y subyugación. El lenguaje opresivo
hace más que representar la violencia: es violencia.
Hace más que representar los límites del conocimiento,
lo limita. Sea el oscuro lenguaje de Estado o las tergiversaciones
de los insensatos medios; sea el maligno lenguaje de
la ley-sin-ética, o aquél designado para el alienamiento
de las minorías, escondiendo sus saqueos racistas debajo
de un maquillaje literario. Todo esto debe ser rechazado,
alterado y expuesto. Es el lenguaje que chupa sangre,
que se ajusta la bota fascista con crinolinas de respetabilidad
y patriotismo, al tiempo que se mueve implacablemente
hacia el último y más oscuro lugar de la mente. Lenguaje
sexista, lenguaje racista, lenguaje teísta son todas
formas típicas de las políticas de lenguaje del dominio,
que no pueden y no permiten nuevos conocimientos ni
el encuentro de nuevos intercambios de ideas.
La anciana es profundamente conciente de que ningún
intelecto mercenario, ningún dictador insaciable ni
político a sueldo o demagogo ni ningún periodista impostor
serían persuadidos por estos pensamientos suyos. Hay
y habrá un lenguaje que excite a los ciudadanos a mantenerse
armados, asesinando y siendo asesinados en los «shoppings»,
juzgados, correos, plazas, cuartos y bulevares; un lenguaje
agitado, conmemorativo, que enmascara la pena y el gasto
de una innecesaria muerte. Va a haber un lenguaje diplomático
que apruebe la violación, la tortura, el asesinato.
Hay y seguirá habiendo más lenguajes seductores, mutantes,
designados para estrangular a las mujeres, hacer de
sus gargantas un paté con sus propias palabras transgresivas
e imposibles de decir; va a haber más lenguajes de vigilancia
disfrazados como investigación; de política e historia,
calculados para someter al silencio a millones de personas
que sufren; un lenguaje glamoroso para maravillar a
los insatisfechos para que asalten sus barrios, arrogantes
lenguajes pseudoempíricos maquinados para encerrar a
las mentes creativas en jaulas de inferioridad y desamparo.
Debajo de la elocuencia, el glamour, las asociaciones
aprendidas de memoria, por más seductoras o incitantes
que sean, por debajo, el corazón de ese lenguaje está
languideciendo o quizá ya no late más… Si el pájaro
ya está muerto.
Ella pensó en cómo podría haber sido la historia intelectual
de cualquier disciplina si no se hubiera insistido en
el gasto de tiempo y vida que las racionalizaciones
y representaciones de la dominación requirieron; pensó
cómo podría haber sido si esa disciplina no hubiera
sido metida a la fuerza en los letales discursos de
exclusión que bloquean el acceso al conocimiento, tanto
al guardián como al prisionero.
La convencional enseñanza de la historia de la Torre
de Babel es que ese derrumbe fue una desgracia. Fue
la distracción o el peso de tantas lenguas lo que precipitó
la fallada arquitectura de la torre. Ese único y monolítico
lenguaje hubiera dado curso a la construcción y el paraíso
hubiera sido alcanzado. ¿El paraíso de quién?, ella
se pregunta. ¿Y de qué tipo? Quizás alcanzar el Paraíso
hubiera sido una cosa prematura y un poco apresurada,
si nadie se podía tomar el trabajo de entender otras
lenguas, otras miradas, otros períodos narrativos. Si
así hubiera sido, es posible que ese paraíso lo hubieran
encontrado a sus pies. Complicado, demandante, sí, pero
sería una visión del paraíso como vida, y no como vida
más allá.
Ella no quisiera dejar irse a los jóvenes con la impresión
de que el lenguaje debe ser forzado a mantenerse vivo
para que meramente sea. La vitalidad del lenguaje reside
en su habilidad para pintar lo actual, las vidas imaginadas
y posibles de sus hablantes, lectores, escritores. Aunque
a veces su equilibrio esté en desplazar la experiencia,
no ser el sustituto de ella. Se extiende y arquea hacia
donde el significado puede estar. Cuando un presidente
de los Estados Unidos pensó en el cementerio en el que
su país se había convertido, dijo: «El mundo apenas
notará ni recordará por mucho tiempo lo que digamos
ahora. Pero nunca va a olvidar lo que acá pasó». Sus
simples palabras son estimulantes en cuanto a sus propiedades
para mantener la vida porque se negaron a encapsular
la realidad de 600.000 muertos de una catastrófica guerra
racial. Negándose a monumentalizar, desdeñando la «palabra
final», el conteo preciso, reconociendo su «pobre poder
para sumar o apartar», sus palabras señalan deferencia
hacia lo incapturable de la vida que llora. Es esa deferencia
lo que mueve a la anciana, ese reconocimiento de que
el lenguaje nunca puede coincidir completamente con
la vida. Cosa que tampoco debería. El lenguaje nunca
puede fotografiar la esclavitud, el genocidio, la guerra.
Ni debería lamentarse por la arrogancia de poder hacerlo.
Su fuerza, su felicidad radica en lanzarse hacia lo
inefable.
Grandiosa o escasa, excavando, estallando o negándose
a santificarse, aunque se ría en voz alta o llore sin
un alfabeto, la palabra elegida, el silencio elegido,
el sereno lenguaje surge y se dirige hacia el conocimiento,
no hacia su destrucción. Pero, ¿quién no sabe de literatura
prohibida por ser cuestionadora, desacreditada por ser
crítica, borrada porque invierte? ¿Y cuántos son violentados
por el pensamiento de un idioma que se autodestruye?
Ella piensa que el trabajo con las palabras es sublime
porque es generativo, toma un significado que asegura
nuestra diferencia, nuestra humana diferencia del modo
en que no somos como ninguna otra vida. Morimos. Ese
puede ser el significado de la vida. Pero nosotros hacemos
el lenguaje. Esa puede ser la medida de nuestras vidas.
«Había una vez…». Unos visitantes le hacen una pregunta
a una anciana. ¿Quiénes son esos chicos?, ¿qué hicieron
de ese encuentro?, ¿qué escucharon en esas palabras
finales: «El pájaro está en tus manos»? ¿Una oración
que gesticula alguna posibilidad o una que deja caer
un picaporte? Quizás lo que los chicos escucharon es:
«No es mi problema. Soy vieja, mujer, negra, ciega.
Lo único que sé ahora es que no puedo ayudarlos. El
futuro del lenguaje es suyo, no mío».
Están parados ahí. ¿Y si suponemos que no hay nada
en sus manos? Supongamos que la visita no fue más que
una astucia, un truco para que les hablaran, para ser
tomados seriamente como nunca lo habían sido anteriormente.
Una oportunidad para interrumpir y violar el mundo adulto,
su discurso de miasma acerca de ellos, para ellos, pero
nunca dirigido hacia ellos. Urgentes preguntas están
en juego, incluyendo la que hicieron: «¿Está vivo o
muerto el pájaro?» Quizá la pregunta quería decir: «¿Alguien
podría decirnos qué es la vida, qué la muerte?» Ningún
truco, ninguna tontería. Una pregunta directa que vale
la atención de alguien con sabiduría. Y experiencia.
Pero si quien tiene experiencia y sabiduría y ha vivido
una vida y enfrentado la muerte no puede describir ni
una ni la otra, ¿quién, entonces?
Ella no lo hace, se guarda su secreto, la buena opinión
que tiene de sí misma, sus pronunciamientos de gnomo,
su arte sin compromiso. Mantiene su distancia, la refuerza
y se retrae en su singularidad y desolación, en un espacio
sofisticado y de privilegio. Nada, ninguna palabra sigue
a su declaración de transferencia. Ese silencio es profundo,
más profundo que el significado disponible en las palabras
que ella ha dicho. Tiembla ese silencio y los chicos,
enojados, lo llenan con un lenguaje inventado en el
momento.
«¿No hay discurso o palabras» –le preguntan– «que pueda
usted darnos para atravesar su historial de fracasos,
atravesar la enseñanza que nos acaba de dar, que no
es tal cosa porque le estamos prestando mucha atención
tanto a lo que acaba de hacer como a lo que dijo? ¿No
hay palabras para atravesar la barrera que usted levantó
entre la generosidad y la sabiduría?»
«No hay ningún pájaro en nuestras manos, ni vivo ni
muerto. Solo la tenemos a usted y a nuestra impotente
pregunta. ¿Es la nada en nuestras manos algo que no
soportaría contemplar, ni siquiera adivinar? ¿No recuerda
su juventud cuando el lenguaje era mágico sin significado,
cuando lo que podía decir podía no significar, cuando
lo invisible era lo que la imaginación se esforzaba
por ver, cuando las preguntas y demandas de respuestas
quemaban tanto que temblaba de furia al no conocer?
¿Tenemos que llegar a ser adultos y conscientes luchando
esa batalla que héroes y heroínas como usted ya pelearon
y perdieron dejándonos con nada en nuestras manos, salvo
lo que ustedes imaginaron que había? Su respuesta es
un hábil artificio y nos avergüenza y debería avergonzarla
a usted. Su respuesta es indecente en su autocomplacencia.
Es un guion hecho para la televisión, que no tiene sentido
si no hay nada en nuestras manos. ¿Por qué no se estiró
para tocarnos con sus dedos suaves, para retrasar el
sonido de la mordida que es esta lección, hasta que
supiera quiénes éramos? ¿Tanto despreció nuestro truco,
nuestro modus operandi que no vio lo deslumbrados que
estábamos por querer llamar su atención? Somos jóvenes.
Inmaduros. Toda nuestra corta vida escuchamos que debemos
ser responsables. ¿Qué puede significar eso en la catástrofe
en que este mundo se ha convertido? Donde, como dijo
el poeta «nada necesita ser expuesto porque todo ya
está descubierto». Nuestra herencia es una afrenta.
Usted quiere que tengamos sus viejos, ciegos ojos y
que veamos sólo la crueldad y la mediocridad. ¿Se cree
que somos tan estúpidos como para romper las promesas
que nos hicimos una y otra vez, por la mera ficción
de una nacionalidad? ¿Cómo es que se atreve a hablarnos
del deber cuando estamos hundidos hasta la cintura en
la toxina de su pasado?»
«Usted nos banaliza y vuelve trivial el pájaro que
no tenemos en las manos. ¿Acaso no hay contexto para
nuestras vidas, ninguna canción, literatura o poema
lleno de vitaminas, ninguna historia conectada con la
experiencia que nos pueda pasar para ayudarnos a empezar
con más firmeza? Usted es una adulta. La anciana, la
sabia. Deje de pensar en salvar su pellejo. Piense en
nuestras vidas y cuéntenos su particular mundo. Invente
una historia. Narrar es algo radical que nos crea al
mismo tiempo que creamos. No le vamos a culpar si su
alcance excede su comprensión, si el amor así enciende
sus palabras, se transforman en llamas y nada queda
de ellas salvo su combustión. O si, con la reticencia
de la mano de un cirujano, sus palabras suturan solo
en los lugares donde la sangre podría brotar. Sabemos
que nunca podría hacerlo del todo bien así, de una vez
y para siempre. La pasión nunca es suficiente, ni la
habilidad. Pero intente. Para que ni nosotros ni los
suyos olviden su nombre en las calles, díganos qué fue
para usted el mundo en los lugares oscuros y en los
luminosos. No nos diga qué creer, qué temer. Muéstrenos
los amplios ámbitos de la creencia y la costura desde
la cual se desenreda la membrana del miedo. Usted, anciana
mujer, bendecida con la ceguera, puede hablar el lenguaje
que nos dice aquello que solo el lenguaje puede: cómo
ver sin pinturas. Solo el lenguaje nos protege del terror
de las cosas sin nombre. Solo el lenguaje es meditación».
«Díganos qué es ser una mujer, así podemos saber qué
es ser un hombre. Lo que es moverse en el margen. Lo
que es no tener casa en este lugar. Ser puesto a la
deriva y lejos de los que uno conoce. Lo que es vivir
al borde de pueblos que no soportan su presencia. Cuéntenos
acerca de los barcos alejados de la costa para Pascua,
la placenta en los campos. Cuéntenos de los vagones
cargados de esclavos, de cuán suavemente cantaban, de
modo que no podían distinguirse de la nieve cayendo;
de cómo sabían, por la curvatura del hombro más cercano,
que la próxima parada sería la última; de cómo, con
las manos juntadas en sus sexos, pensaban en el calor,
y después en el sol, levantando sus caras como si estuviera
ahí para tocarlo. Girando como si estuviera ahí para
tocarlo. Paran en una posada. El conductor y su compañero
entran en ella con una lámpara, dejándolos susurrando
en la oscuridad. El vapor que sale de los resoplidos
del caballo llega hasta la nieve debajo de sus patas,
y ese silbido y la nieve derritiéndose son la envidia
de los congelados esclavos. La puerta de la posada se
abre: una chica y un chico se asoman desde ese adentro
iluminado. Trepan al vagón. El chico tendrá un arma
en tres años, pero ahora lleva una lámpara y una jarra
con bebida tibia. Se la pasan de boca en boca. La chica
ofrece pan, pedazos de carne y algo más: una mirada
rápida a los ojos de aquellos a los que iba sirviendo.
Uno para cada hombre, dos para cada mujer. Y una mirada.
Ellos devuelven la mirada. La próxima parada será la
última. Pero no esta. En esta hay calor».
Está todo en silencio cuando los chicos terminan de
hablar, hasta que la mujer lo rompe: «Finalmente», dice,
«confío en ustedes ahora. Confío en ustedes con el pájaro
que no está en sus manos porque lo han atrapado verdaderamente.
Miren. Qué hermoso es, esto que hemos hecho juntos».
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