Como hemos comentado, de intentos de emular
tan magnífica obra hemos visto varios. De la original
y más antigua, la de Gustave Eiffel, a otras inspiraciones
o copias en lugares tan internacionales como Tokio, Las Vegas,
México o Sídney, por mencionar solo cuatro ejemplos. He aquí
nuestro particular recorrido por las torre Eiffel que hay
en el mundo.
Dijo Oscar Wilde que París solo hay una, y que
está en Francia. Algunos piensan que torre Eiffel soy hay
una, y que es la de la Ciudad de la Luz. Si bien es cierto
que la auténtica, la original, la obra de Gustave Eiffel se
halla en los conocidos como Campos de Marte, frente al Sena
y Trocadero, y que fue erigida para la Exposición Universal
de 1889, a lo largo de su historia le han ido saliendo hijas,
inspiraciones o en algunos casos descarados clones, aunque
nunca del mismo tamaño.
Son alrededor de una veintena, donde algunas
de ellas, como la de Tianducheng, a las afueras de Hangzhou,
en China, se diría que son una auténtica copia, si no fuera
porque esta es tres veces más pequeña. La segunda, también
en el país, y con bastante parecido, se encuentra en Shenzhen,
una de las capitales comerciales, en un espacio homenaje a
construcciones icónicas, en la que también podemos ver una
pirámide de Egipto o el Arco del Triunfo, entre otras. Siguiendo
en Asia, y mirando a Japón, en el barrio Minato-ku de Tokio
se construyó hace ahora sesenta años una torre algo más alta
que la del ingeniero Eiffel. Lahore, en Pakistán, y desde
fechas mucho más recientes, también cuenta con la suya.
Si cambiamos de continente, y nos fijamos en
el americano, nada como comenzar por Estados Unidos. El mencionado
Wilde se olvidó de que hay otros lugares que también se llaman
París, aunque sea el de Francia el más famoso en el mundo.
El primero, en Texas. Justo en esa localidad del mismo nombre
que la capital de Francia, y como guiño a la ciudad madre,
se construyó una torre Eiffel coronada, cómo no, con un sombrero
de cow-boy. El segundo, en la región de Tennessee que, como
era de esperar, presume de la suya, veinte veces más pequeña
que la original.
Las Vegas, el enclave del juego y los consiguientes
excesos, cuenta también con una, aunque si bien se parece
bastante a la original, tiene la mitad de su tamaño y poco
más de un siglo menos -es 110 años más joven-. Y de aquí,
a Florida, a Epcot y su parque Disney, ideal para grandes
como pequeños; para luego trasladarnos a Durango, pero no
a la localidad vizcaina, sino al de México, no muy lejos de
Monterrey, a Gómez Palacio, donde también existe una copia,
en pequeño; menos transgresora que la de Ciudad de Guatemala,
a caballo entre la torre parisina y un gran cohete espacial.
Quien ha viajado a Australia, y más concretamente a Sídney,
es posible que haya divisado un edificio de ladrillo coronado
por una torre blanca que recuerda, de modo evidente, a la
de París. Si antes de volver al Viejo Continente hacemos parada
en Fez (Marruecos), descubriremos una simple, en color caldera
y tamaño pequeño, que recuerda a la auténtica.
¿Y en la vieja Europa? Sí, es la cuna de la
original, aunque es el continente que cuenta con más reproducciones.
Desde el norte, en Rusia, en Parizh (París, en ruso), y seis
veces más pequeña; a Slobozia (Rumanía), en medio de un campo
y con algo más de cincuenta metros; Sofía, la capital búlgara,
con una un tanto kitch; hasta Grecia, en Trifyllia; pasando
por Berlín, donde hay una inspirada en la gala, obra del germano
Heinrich Straumer, y que camina hacia su primer siglo... y
hasta la hermana de Lyon, sí, en la mismísima Francia y a
menos de quinientos kilómetros de la original. Con más de
un siglo, descubrimos la torre Fourvière (86 metros). Esta,
como las otras Eiffel, no le hacen sombra a la verdadera,
que recibe más de siete millones de visitantes al año, lo
que la convierte en el monumento más frecuentado del mundo.
Torre Eiffel de Heinrich Straumer. Berlín, Alemania.
Torre Eiffel coronada con un sombrero de cow-boy
en Texas EEUU.
Torre Eiffel en Tennessee.
Torre Eiffel en el parque de atracciones Epcot,
Disney-Florida, EEUU.
Torre Eiffel en Sofía, Bulgaria.
Remy es una rata protagonista de la película
de Pixar Ratatouille. Trabaja controlando que no haya veneno
en los alimentos, para que su familia no cometa el error de
comer algo en mal estado. Sueña con ser chef, siguiendo los
pasos de Gusteau, el mayor chef de Francia. Logra hacer realidad
su sueño escondido bajo el sombrero de Lingüini, mientras
lo controla como una marioneta. Pero Remy tiene varios problemas,
como el Chef Skinner, que quiere capturarle, o el crítico
Anton Ego, al que debe entregarle la mayor comida de su vida.
Tomorrowland.
Los hermanos Lumière inventaron el cinematógrafo
que tantas alegrías nos ha dado. A pesar de crecer en Lyon,
la primera ciudad elegida para aparecer en la gran pantalla
fue París. Una de las películas que nos vendrían a la mente
en seguida sería la de Moulin Rouge, con Nicole Kidman y Ewan
McGregor protagonizando el musical de Baz Luhrmann. Sin embargo,
aunque comparte nombre con el famoso Cabaret de París, sus
escenas fueron rodadas todas en estudio. Si quieres conocer
el escenario real, te invitamos a venir a nuestro Tour por
los Cabarets de París. Hay muchas más películas que han encontrado
en París un aliado perfecto para contar toda o parte de su
historia. Así pues, podríamos nombrar a “Érase Una Vez en
América” con Robert De Niro, “Asesinato en el Orient Express”
de Sydney Lumet, “Big Fish” de Tim Burton, “Léon, El Profesional”
con Jean Reno o algunas escenas de la trilogía de “Los Juegos
del Hambre” entre otras. Últimamente se prodiga mucho en series
de televisión, ya sean de animación infantiles como «Super
Wings» de Netflix, o la entretenida serie «Lupin» con Omar
Sy, estrenada en la misma plataforma.
Pásate por Séptimo arte >>
Paris.
Pásate por Tienda >> Torre Eiffel.
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Gustave Eiffel, o Monsieur Eiffel, como le gustaba
que lo llamasen, era un hombre de exquisita elegancia, siempre
ataviado con chaqué, chaleco oscuro, un cuello blanco perfectamente
almidonado y una corbata. Al menos, así lo veían siempre los
curiosos que diariamente se amontonaban en el Campo de Marte
y discutían airadamente sobre la última creación del famoso
ingeniero: una gigantesca torre de hierro que estaba destapando
la más fabulosa de las polémicas en París. «Un monstruo horroroso»,
«una aberración sin sentido», opinaban unos; «algo que sorprenderá
al mundo», defendían otros. Estos últimos, sin embargo, eran
minoritarios y todo hacía indicar que los agoreros estaban
ganando el debate. A nadie parecía convencer aquel armatoste
gigantesco que rasgaba el cielo de París y se alzaba por los
queridos toiles grises de zinc que dominaban el horizonte
de la capital. Pero Monsieur Eiffel estaba seguro de que aquella
creación iba a cambiar el mundo de la ingeniería y lo iba
a consagrar al Olimpo de los más audaces creadores de la historia.
A pesar de que por su imagen inmaculada Monsieur
Eiffel daba la impresión de que era el perfecto aristócrata
a la antigua usanza, con una barba discreta que cuidaba a
diario y unos modales exquisitos, sus orígenes sociales no
eran tan elevados como su apariencia daba a entender. Sus
antepasados habían sido humildes inmigrantes que habían llegado
a Francia en el siglo XVIII provenientes de un pueblecito
de Westphalia. En realidad, su verdadero apellido era Bönickhausen,
pero se lo cambiaron por Eiffel, que sonaba más francés aunque
era el nombre de unas montañas que había en su pueblo de origen.
El padre de Gustave, Alexandre, era un soldado raso y su madre,
Catherine-Mélanie, una mujer muy emprendedora, regentaba un
negocio de distribución de carbón cuyos beneficios permitieron
al pequeño Gustave estudiar en buenos colegios.
Con el tiempo, Gustave Eiffel se interesó en
la ingeniería y llegó a amasar una gran fortuna con su propia
empresa. Su especialidad eran los puentes y viaductos y, en
concreto, aquellos construidos en terrenos especialmente propensos
a fuertes vientos. El primero, diseñado cuando Eiffel tenía
tan sólo 25 años, fue el puente de Saint-Jean, en Burdeos.
Consistía en 500 metros de hierro y permitió que el tren que
venía de París pudiera cruzar tranquilamente el río Garona.
Hasta la Torre Eiffel, sin embargo, el gran
público lo conocía por haber hecho posible el gran símbolo
de la hermandad entre Francia y Estados Unidos: aunque nadie
lo recuerde hoy en día, Eiffel fue uno de los padres de la
Estatua de la Libertad. El escultor francés Frédéric Auguste
Bartholdi diseñó la figura de Libertas, la diosa romana de
la libertad, con una antorcha en su mano derecha y una tabula
ansata en la izquierda con los números romanos correspondientes
a la fecha en que se firmó la Declaración de Independencia.
La estatua era tan grande (46 metros) que necesitó una estructura
de hierro para sujetarla por dentro y, aunque el ingeniero
Eugène Viollet-le-Duc se encargó de los primeros planos, su
prematura muerte en 1879 provocó que Bartholdi llamara a Eiffel
para acabar el trabajo. Eiffel pensó que aquella gran estatua
lo consagraría en la historia, pero su gran aportación estaba
aún por llegar.
Alrededor de 1870, Francia estaba en ruinas.
La derrota frente a Prusia en 1870 la había dejado devastada,
humillada y herida. La violencia en las calles era continua
y todo parecía indicar que Francia estaba acabada. Pero en
1878, tan sólo unos años más tarde, el país consiguió darle
la vuelta a la horrorosa situación y se convirtió en una nación
moderna, dinámica y con ese glamour, el famoso je ne sais
quoi, que acabaría siendo sinónimo de todo lo francés. El
país inauguraba su Belle Époque, su época de mayor alegría
y diversión: los cafés estaban a rebosar, los parques estaban
llenos de bailes populares, picnics y paseos en botes, los
cabarets y teatros inauguraban obras arriesgadas.
Belle Époque o La Belle Époque (en español:
La época bella) es una expresión en francés utilizada para
designar el período de la historia de Europa comprendido entre
el final de la guerra franco-prusiana en 1871 —coincidiendo
con la Segunda Revolución Industrial y la Paz armada— y el
estallido de la Primera Guerra Mundial en 1914. La expresión
también engloba a distintos países del mundo que están o estuvieron
vinculados con Occidente.
En medio de esta vorágine de alegría, en 1878
el gobierno francés comenzó a pensar en cómo se debía celebrar
el centenario de la Revolución Francesa, una efeméride para
la que aún faltaba mucho tiempo –más de una década, en realidad,
pues no llegaría hasta 1889–, pero que iba a requerir de minuciosos
preparativos. Algunos defendieron que lo mejor era una conmemoración
austera y sin algaradas; otros, por el contrario, alegaron
que semejante aniversario requería de un dispendio fastuoso
que demostrase al mundo que Francia volvía a estar en plena
forma. No se trataba tanto de celebrar el espíritu revolucionario
que había hecho rodar cabezas, sino de dejar claro que el
país estaba a la vanguardia de la última tecnología. El presidente
del gobierno por entonces, Jules Ferry, se entusiasmó tanto
con esta última propuesta que pronto se anunció solemnemente
que París acogería en mayo de 1889 una «Exposición Universal
de Productos de la Industria«. Y para que fuera la más sonada
de la historia, se decidió que el presupuesto sería desorbitado:
unos ocho millones de la época, una verdadera barbaridad que
levantó más de una protesta airada.
Pero no sólo se trataba de destinar millones,
también se necesitaba un gran símbolo, un icono, que representase
la grandeza descomunal del evento. Édouard Lockroy, ministro
de comercio e industria y presidente del comité organizador,
pensó visionariamente en la construcción de una gran torre
de 1000 pies de altura (304,8 metros), exactamente el doble
de la altura del monolito más alto entonces del planeta, el
obelisco de Washington, cuya construcción comenzó en 1840
y acabaría en 1884.
Semejante obra, por supuesto, iba a requerir
al mejor ingeniero del país y, para encontrarlo, el Journal
Officiel, el diario oficial del gobierno, anunció la convocatoria
de un concurso. Los requerimientos eran claros: debía tratarse
de una torre de 100 pies pero con una base estrecha, de unos
400 pies, que sería colocada en el Campo de Marte, entonces
un parque muy popular de París. Tan sólo dieron dos semanas
para presentar candidaturas, pero a pesar de lo escueto del
término, más de cien propuestas fueron enviadas.
El Campo de Marte (en francés, Champ-de-Mars)
es un vasto jardín público totalmente abierto situado en el
séptimo distrito de París, entre la Torre Eiffel, al noroeste
y la Escuela militar al sureste. Con sus 24,5 hectáreas, el
jardín es uno de los espacios verdes más grandes de París.
Rico de una historia bicentenaria, recibe a parisinos y turistas
durante todo el año en una amplia gama de actividades. El
14 de julio de 1790 se celebró la fiesta de la Federación.
El 17 de julio de 1791 se produjo la masacre del Campo de
Marte y Jean Sylvain Bailly fue guillotinado el 12 de noviembre
de 1793. Se celebró la fiesta del Ser supremo el 6 de junio
de 1794. En el centro de la explanada se situó el altar de
la Patria.
La del equipo de Eiffel fue la ganadora, a pesar
de que era la propuesta más cara y también una de las más
difíciles de llevar a cabo. También era la que más apostaba
por el hierro, hasta entonces un material secundario en la
construcción de edificios, pero que estaba asumiendo cada
vez mayor protagonismo en las fachadas. En el siglo XIX, el
hierro se convirtió en el esqueleto de los edificios que mejor
representaban los avances técnicos: las estaciones ferroviarias,
los mercados más modernos, algunos pabellones científicos
…
¿Eiffel iba a poder construirla? Esta era otra
de las grandes preguntas. Algunos ingenieros habían intentado
levantar torres de 300 metros, pero ningún proyecto había
salido adelante. En 1832, el ingeniero inglés Richard Trevithick
ideó una gran torre con un ascensor incluido, pero murió antes
de que pudiera acabar de diseñarla. Un par de décadas más
tarde, en 1852, Charles Burton, también inglés, volvió a la
carga, pero no pudo verla construida: la estructura era demasiado
inestable frente a los fuertes vientos que azotan Londres.
A Eiffel, sin embargo, lo del viento no le preocupaba en exceso.
Nadie tenía más experiencia en luchar contra el viento que
él, ni había conseguido trabajar en condiciones más extremas.
Incluso había abierto su propia fábrica para diseñar y fabricar
piezas y estructuras revolucionarias que le permitían dar
forma a sus creaciones más audaces. También había registrado
nuevas patentes de construcción que habían cambiado el proceso
de creación de puentes y estructuras.
Por todo ello, Eiffel se vio con ganas de tirar
adelante aquel proyecto audaz. Y lo hizo en un tiempo récord,
en tan sólo dos años, de enero de 1887 al 31 de marzo de 1889.
El 15 de mayo de 1889, la torre fue inaugurada oficialmente.
Una gran bandera tricolor ondeaba orgullosamente de lo alto.
El sueño que hacía poco parecía imposible se hizo realidad.
A pesar de que la torre Eiffel pronto dejó de
ser la construcción más alta del mundo (en 1931 se crearon
los edificios Chrysler, de 319 metros, y el Empire State Building,
de 381), la Torre Eiffel, como pronto fue conocida, se convirtió
en el verdadero símbolo, en la pionera auténtica, de la audacia
de la ingeniería. También en un icono de Francia, seguramente
el mejor identificador de París, y el escenario perfecto para
multitud de películas. En 1898, tan sólo diez años después
de la Exposición Universal, los hermanos Lumière la grabaron
para uno de sus filmes, el «Panorama durante el ascenso a
la Torre Eiffel», en donde se reflejaba el paisaje de París
mientras se subía por el ascensor del monumento.
A partir de ahí, la torre fue objeto de veneración
por parte de cineasta y artistas. Del Fantômas, de Louis Feuillade,
en 1914, a Ratatouille, de Brad Bird, en el 2007, pasando
por Zazie dans le Métro, de Louis Malle, en 1960 a The Great
Race, de Blake Edwards, en 1965. Tan cinematográfica se volvió,
que incluso el famoso crítico Roger Ebert reconoció que «daba
igual en qué lugar de París se filmase una escena, la torre
Eiffel siempre estaba visible en el trasfondo».
Tan poderosa se ha vuelto la Torre Eiffel, que
ningún otro símbolo de París ha podido con ella. Ni siquiera
otra audaz construcción que en su día también levantó un debate
y protestas airadas: la otra gran torre de París, la pirámide
del Louvre, diseñada por el arquitecto chino-estadounidense
leoh Ming Pei e inaugurada el 29 de marzo de 1989. Nadie podrá
jamás vencer a la torre Eiffel, esta torre que pudo con todo,
incluso con el viento.
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Se trata del emblema más reconocible de París y de toda Francia,
cuya silueta va unida al perfil de la ciudad y que recibe
a millones de turistas cada año. Sin embargo, la Torre Eiffel
fue motivo de polémica cuando se construyó en 1889 para la
Exposición Universal de París. No en vano, darle protagonismo
al "exoesqueleto" de un edificio, con ese entramado de hierros,
era algo muy novedoso y fue incomprendido. Quién les iba a
decir a sus detractores que se convertiría en uno de los monumentos
más queridos, visitados y fotografiados del mundo. Por todo
ello queremos hacer un pequeño homenaje a la torre Eiffel
contando 61 curiosidades que te sorprenderán.
Esta pirámide alta y flaca de escalas de hierro,
esqueleto gigante falto de gracia, cuya base parece hecha
para llevar un monumento formidable de Cíclopes, aborto de
un ridículo y delgado perfil de chimenea de fábrica.
Guy de Maupassant.
Vida atormentada e intensa la de de Guy de Maupassant.
Nuestra bibliotecaria habla de el en la sección de
autores.
Cualquiera puede equivocarse ...
La construcción e historia de la Torre Eiffel:
Dos arquitectos de la compañía Eiffel & Co la
diseñaron (Maurice Koechlin y Émile Nouguier) y otro (Stephen
Sauvestre) le dio su forma definitiva, mejorando su estética
inicial. Fue construida por el ingeniero francés Alexandre
Gustave Eiffel y sus colaboradores.
La Torre Eiffel fue construida en dos años,
dos meses y cinco días por 250 obreros (duplicando el tiempo
de construcción previsto inicialmente) y se inauguró oficialmente
el 31 de marzo de 1889.
Eiffel invitó a Edison a su apartamento privado
en la parte superior de la torre. Este firmó en el libro de
invitados con esta dedicatoria: Para el ingeniero Mr. Eiffel,
el esforzado constructor de esta gigantesca y original muestra
de ingeniería moderna, de alguien que tiene el mayor respeto
y admiración por todos los ingenieros, incluyendo al Gran
Ingeniero, el Buen Dios. Thomas Edison.
Tras finalizar su función como parte de las
Exposiciones Universales de 1889 y 1900, el ejercito francés
la utilizó en pruebas con antenas de comunicación. El hierro
forjado de la Torre Eiffel pesa 7.300 toneladas, a lo que
se suman ascensores, tiendas y antenas, con lo que el peso
total de la construcción se eleva hasta aproximadamente las
10.100 toneladas. En 1982 se reforzó el armazón metálico original
con materiales compuestos para minimizar problemas de oscilación
y dilatación térmica. La torre se asienta en un cuadrado de
125 metros de lado. La altura de la primera planta es de 57,63
metros, la segunda planta está a 115,73 metros y la tercera
a 276,13 metros. Las bases de la cimentación de los dos pilares
de la parte del río Sena se hallan por debajo del nivel del
río.
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Está justo debajo de la aguja, es bastante estrecho
y cuenta con casi 100 metros cuadrados. Supo ser un objeto
de deseo de la alta sociedad y fue reabierto al público tras
varios años fuera del alcance de las visitas.
Cuando la torre Eiffel estuvo lista en 1889,
el monumento con sus vistas del paisaje urbano de París fue
un golpe deslumbrante para la alta sociedad de París. Sobre
todo porque desde ese momento se dijo que el diseñador se
había reservado un pequeño departamento para él cerca de la
cima que se convirtió en “el objeto de la envidia general”.
Escondido justo debajo de la aguja, el departamento
de la parte superior de la torre Eiffel fue descrito por el
escritor Henri Girard como “amueblado con el estilo sencillo
que los científicos aprecian”. Todo un objeto de deseo de
la alta sociedad de aquellos años, está disponible para visitas
y posee una sala de estar con empapelado de cachemira, un
piano de cola, tres pequeños escritorios, una mesa y pinturas
al óleo. Completan la planta, una cocina y un baño; además
de su cabina de ascensor, escalera y equipamiento técnico
que ocupa gran parte del espacio. Y si bien algunos pensarían
pasar la noche allí, cabe destacar que no hay dormitorio.
Incluso se cree que Eiffel nunca durmió allí. El hecho curioso
es que dormir allí supone un gran riesgo en caso de tormentas.
No obstante, en su momento las personas más adineras del mundo
hicieron ofertas generosas para quedarse en el apartamento
al menos una noche. Fue en vano: Eiffel lo utilizaba para
contemplación, experimentos científicos y para albergar a
algún invitado ocasional. Si bien algunos pueden creer que
el apartamento de la torre Eiffel puede ser una hermosa oficina
o casa, ofreciendo la mejor vista de todo París y rodeada
por un balcón al aire libre, se olvidan que la torre es uno
de los pararrayos más grandes de la ciudad.
El acceso a la visual del apartamento de la
torre Eiffel es muy reducido, pero en el interior pueden verse
réplicas de cera modeladas de Gustave Eiffel, su hija Claire
y Thomas Edison, para recrear la visita del inventor al apartamento
en 1889, cuando le regaló a Eiffel uno de los primeros dispositivos
de grabación de audio.
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De los 2.500.000 remaches que hay en la torre,
solo 1.050.846 se colocaron en obra. 50 ingenieros realizaron
durante dos años 5300 dibujos del montaje conjunto o de algunos
detalles, y cada una de las más de 18.000 piezas de hierro
poseía su propio esquema descriptivo. Originalmente la torre
estaba pintada de color marrón rojizo. En 1968 se modificó
a un color bronce conocido como "Marrón Torre Eiffel". La
torre está pintada en tres tonos, con el más claro ocupando
la parte superior y haciéndose progresivamente más oscura
hacia abajo.
Se aplican 60 toneladas de pintura cada siete
años para evitar que la torre se oxide. Hasta el año 2016,
ha sido pintada por completo al menos 19 veces desde que fue
construida. Por motivos medioambientales, desde 2001 ya no
se utiliza pintura al plomo. Para su aniversario se repintó
a brocha.
En su inauguración, la Torre se iluminó mediante
10.000 luces de gas. Para la Exposición Universal de París
en 1900 las luces de gas fueron reemplazadas por luces eléctricas.
Desde lo alto de la torre dos haces de luz de sendos focos
recorren el cielo nocturno de París, visibles a 80 kilómetros
en noches claras. Desde el año 2000, al anochecer y hasta
las 2 de la madrugada en verano y la 1 en invierno, se produce
el parpadeo de 20.000 flashes los primeros cinco minutos de
cada hora y también a mediodía. La instalación de 20.000 luces
parpadeantes (ocho toneladas y más de 30 kilómetros de cables)
necesitó el trabajo de 20 alpinistas cada noche durante tres
meses. Fue inicialmente nombrada 'tour de 300 mètres' (torre
de 300 metros), aunque su altura máxima tras la prolongación
de las antenas es de 324 metros.
Durante 41 años, la torre Eiffel fue la estructura
más elevada del mundo. Fue el Edificio Chrysler en Nueva York
el que, en 1930, le quitó el título. Cuando se inauguró en
1889, la torre contaba en la primera planta con tres restaurantes
de 500 plazas de capacidad cada uno (francés, ruso y flamenco)
y un bar anglo-francés. Al estallar la Primera Guerra Mundial
en 1914, un receptor situado en la torre interceptó las comunicaciones
de radio enemigas, lo que dificultó el avance alemán sobre
París y contribuyó a la victoria aliada. La marca de coches
Citroën se anunció desde 1925 hasta 1934 en la torre con más
de 250.000 bombillas de colores. Tras la ocupación alemana
de París en 1940 los cables de los ascensores fueron saboteados
por los franceses. Aun así, soldados alemanes subieron a la
torre para izar la esvástica, pero la bandera era demasiado
grande y se cayó solo unas horas más tarde, por lo que fue
reemplazada por una más pequeña.
En agosto de 1944, cuando el Ejército Aliado
se acercaba a París, Hitler ordenó al gobernador militar de
París que demoliera la torre junto con toda la ciudad, orden
que fue desobedecida. Con el incremento del turismo en la
década de 1960 se inicia una gran remodelación en la torre
que duró hasta 1985 y que se centró en aligerar la estructura,
renovar los ascensores y adecuarla a nuevas medidas de seguridad.
La Torre Eiffel, hoy:
En la actualidad sirve, además de atractivo
turístico, como emisora de programas radiofónicos y televisivos.
Ha acogido a más de 250 millones de visitantes desde que fue
inaugurada. Abre 365 días al año y en ella trabajan 500 personas.
Las casetas para la compra de entradas a la torre ocupan los
pilares norte y oeste. En la actualidad la torre cuenta con
un total de siete elevadores: cinco entre la calle y el segundo
nivel y dos más entre el segundo nivel y el tercero. Desde
nivel del suelo hay ascensores accesibles desde los pilares
norte, este y oeste. Hay escaleras abiertas al público hasta
el segundo piso, accesibles desde el pilar sur. Hasta lo alto
de la torre comprenden 1665 escalones.
El pilar sur cuenta con un ascensor privado,
reservado para el personal y para los clientes del restaurante
Le Jules Verne, situado en el segundo piso. El Buffet Tour
Eiffel cuenta con tres establecimientos (planta baja, primera
planta y segunda), donde se venden alimentos ligeros y bebidas
para tomar mientras se visita la torre. La torre cuenta con
dos instalaciones subterráneas que se pueden visitar en recorridos
organizados: un sótano de uso militar en tiempo de guerra
y una sala de máquinas subterránea. En marzo de 2015 se instalaron
dos aerogeneradores por encima del primer nivel para cubrir
el consumo energético de las zonas comerciales del primer
nivel.
Tres plantas en la Torre Eiffel:
El primer nivel tiene una superficie de 4200
metros cuadrados y puede soportar la presencia simultánea
de aproximadamente 3000 personas. En 2014 se instaló un suelo
de cristal con vistas de vértigo. En el primer nivel hay grabados
72 nombres de científicos, (científicos, ingenieros y matemáticos,
la mayoría franceses) ninguno de los cuales excede los 12
caracteres por cuestiones de espacio. No aparece ninguna mujer.
En el primer piso está el restaurante panorámico 58 Tour Eiffel.
Su nombre viene de los 58 metros de altura a los que se encuentra.
La Sala Gustave Eiffel también en la primera planta es un
local de reuniones que puede ser habilitado como comedor para
130 comensales. El segundo nivel tiene una superficie aproximada
de 1650 metros cuadrados y puede soportar la presencia simultánea
de alrededor de 1600 personas. Desde el segundo nivel los
días despejados es posible ver hasta a 55 kilómetros al sur,
60 al norte, 65 al este y 70 al oeste. En el segundo piso
se encuentra el restaurante Le Jules Verne, bajo la dirección
del chef Alain Ducasse, al que se puede acceder mediante ascensor
privado. A través de un ascensor llegamos al tercer nivel.
Desde 1983 funcionan dos ascensores eléctricos que eliminaron
la parada intermedia del ascensor hidráulico original. Con
ellos, el tiempo del recorrido se redujo de ocho a menos de
dos minutos.
La capacidad es de 1.140 personas/hora y no
podremos evitar las colas. El tercer nivel cuenta con una
superficie de 350 metros cuadrados y puede soportar la presencia
de alrededor de 400 personas. En "la oficina de Gustave Eiffel"
podemos ver una escenificación de Eiffel recibiendo a Thomas
Edison, aunque realmente el ingeniero no usara este lugar
como despacho. Realmente en el lugar hubo un laboratorio meteorológico,
antes de que fuera utilizado por Gustave Ferrié en los años
1910 para sus experimentos de telegrafía sin hilos. En el
mismo piso está el Bar à Champagne, donde tomar una copa de
la bebida espumosa mientras París está a nuestros pies. En
la cima de la torre hay dispuestos varios paneles de orientación
gracias a los que hacerse una idea de la dirección y la distancia
con respecto a las grandes ciudades del mundo. Desde 1888,
incluso antes de su finalización, cada 14 de julio se disparan
fuegos artificiales desde el segundo piso de la torre. En
mayo de 2016 se creó un alojamiento único en el primer nivel
para acoger a los cuatro ganadores de un concurso organizado
con ocasión del torneo de fútbol de la Eurocopa 2016 celebrado
en París.
Se han llevado a cabo en la torre distintas
aventuras deportivas, como tirolina, patinaje sobre hielo
... La torre tiene las tasas más altas de suicidio en París.
El primero en suicidarse desde ella fue un muchacho de 23
años, en 1898 y desde entonces, cerca de 400 personas eligieron
ese lugar para poner fin a su vida. Ahora, los distintos miradores
están forrados con mallas.
La Torre Eiffel en el cine:
Desde el inicio del séptimo arte, la Torre captó
la atención de los cineastas. Al principio, fue en forma de
documental, como en "Panorama durante la ascensión de la Torre
Eiffel" (Luis Lumière, 1897) o "Imágenes de la exposición
1900" (Georges Méliès, 1900). La primera ficción con la Torre
Eiffel como la principal decoración es un mediometraje francés,
"Paris qui dort" ("París que duerme", René Clair, 1923). El
primer largometraje con la torre como protagonista de de 1930,
"La Fin du monde" ("El fin del mundo"), de Abel Gance. En
1949, Burgess Meredith realiza "L'Homme de la tour Eiffel"
("El hombre en la Torre Eiffel"), la primera adaptación cinematográfica
de una novela de Georges Simenon. "Panorama para matar", "Hora
Punta 3", "Superman II", "Independence day", "Mars Attacks!",
"Armaggedon", "Alien: Resurrección", "El código Da Vinci",
"Moulin Rouge!"... son películas en las que la torre aparece
con alguna secuencia importante. Los dibujos animados tampoco
se han resistido a los encantos de la Torre, un escenario
ideal casi para cualquier historieta: la vemos en "Ratatouille",
"Home"... y cómo no, en series de TV como "Los Simpson".
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Un tramo de las primeras escaleras que sirvieron
para subir a la torre Eiffel cuando se inauguró en 1889 se
expusieron en 2018 en la casa de subastas Artcurial de París
antes de sacarse a la venta. La pieza por la que se abrió
la puja formó parte de las históricas escaleras helicoidales
que conectaban el segundo piso de la torre con el tercero.
La instalación por razones de seguridad de un ascensor entre
estos dos últimos pisos de la Dama de Hierro francesa en 1983
obligó a desmontar las escaleras, que se dividieron en 24
partes de entre 2 y 9 metros de altura. Una de ellas se conserva
actualmente en el primer piso del monumento y otras tres en
museos franceses: los parisinos de Orsay y La Villette y el
de Historia del Hierro de Nancy. Otras integran colecciones
privadas, en especial, de millonarios de Suiza, Italia y Canadá.
También algunas se exhiben en espacios como el jardín de la
Fundación Yoishii, en la ciudad japonesa de Yamanashi; también
en un área que rodea a la Estatua de la Libertad, en Nueva
York, o en Disneylandia.
La casa de subastas Artcurial de París.
El llamado "tramo número 4" de las
escaleras fue uno de los que se subastaron en 1983 en París
y fue adquirido posteriormente por un coleccionista canadiense
entusiasta de la cultura y de la historia francesas. Tras
exponerlo durante 30 años en su país, decidió separarse
de él y sacarlo de nuevo al mercado.
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Corría el año 1890 y a los ciudadanos parisinos
les ardía el alma a cada ocasión que levantaban la cabeza
hacia el cielo. Allí, omnipresente, inevitable desde cualquier
punto de la urbe, se alzaba ufana la torre construida por
Gustave Eiffel un año antes. El arquitecto ganó el solicitadísimo
concurso para edificar una vanguardista estructura de hierro
y acero en el corazón de París. Y desde entonces se convirtió
en un apestado, un infame violador de la esencia barroca de
la ciudad. Por supuesto, en aquellas amargas protestas propulsadas
por la intelligentsia cultural de la ciudad, la más notable
de Europa, había mucho de idealización del pasado. Para entonces
París ya no era la misma ciudad gótica que muchos querían
imaginar. La Comuna y el conflicto militar posterior, el ensanche
racional y el derrumbe de los muros medievales transformó
su cariz y la puso a la vanguardia urbanística de planeta.
La Torre Eiffel tan sólo era su modernísima consagración.
Pese a la momentánea ofuscación de París, el
resto del mundo observó con atención el desempeño de su nueva
torre. A menudo con envidia. Durante el primer año tras su
construcción, el edificio recaudó más de 260.000 libras esterlinas.
El interés desatado por su mera presencia y los fastos de
la Exposición Universal contribuyeron a tan positivo balance
económico. El pináculo metálico, no en vano, había costado
alrededor de 280.000 libras. En un año había quedado amortizado.
Mientras tanto en la cima del planeta, en el
Londres cabeza del imperio contemporáneo más grande conocido,
un grupo de diputados y empresarios británicos se rascaban
el cogote inquietos. ¿Cómo podía París, decadente centro político
de tan decadente nación, contar con el edificio más asombroso
y revolucionario del mundo? Londres merecía un proyecto similar,
capaz de igualarla en el plano simbólico y cultural a la Ciudad
de la Luz.
Y así nació el concurso para la construcción
de la Gran Torre de Londres, instigado por Edward Watkin,
diputado en la Cámara de los Comunes y célebre magnate del
ferrocarril. Watkin había sido instrumental en la construcción
del Ferrocarril Metropolitano de la capital inglesa, más tarde
incorporado a la red de metro urbana, y atesoraba un sinfín
de ideas extravagantes en su baúl. Algunos años antes había
tratado de construir un túnel submarino capaz de conectar
Francia y Reino Unido.
Demasiado pronto, Edward.
Quizá por ello, Watkin ofreció un premio de
500 guineas (un dineral en aquella época) al arquitecto o
ingeniero que cuadrara el diseño más apropiado y audaz para
la grandilocuente Londres. El resultado es una colección de
brillantes y dementes proyectos que, de haberse consumado,
habrían cambiado la faz de la ciudad para siempre. Recopilados
aquí por Public Domain Review, representan una mirada fantasiosa
a la imaginación futurista de los hombres y mujeres del siglo
XIX.
La Gran Torre de Londres a la altura de 1900.
El proyecto no pasaría de aquí.
Uno de los bocetos ganó el concurso, por cierto.
Se trató del Número 37, ideado por Stewart, McLaren y Dunn.
La torre se elevaba 366 metros por encima de Londres y estaba
forjada en puro hierro británico. De haberse consumado habría
superado no sólo a la Torre Eiffel (en más de sesenta metros),
sino al actual rascacielos más Londres, The Shard (lo que
da buena cuenta de la clase de ímpetu imperial que propulsaba
la torre). Jamás llegó a buen puerto. El ayuntamiento cedió
un pequeño terreno en el Parque de Wembley, por aquel entonces
aún lejos del núcleo central de la ciudad. Las obras de construcción
se iniciaron en 1892 y pronto entraron en problemas. El consorcio
generado ex profeso, la Metropolitan Tower Company, incurrió
en rápidos retrasos e impagos, fruto tanto de lo peregrino
del proyecto como de los numerosos problemas estructurales
que los obreros afrontaron (terreno cenagoso).
El edificio, conocido ya por aquel entonces
como Torre Watkin, cayó en definitiva desgracia en 1904. Extremadamente
similar a la obra magna de Eiffel (quien fue consultado para
consumar el proyecto, para acto seguido renunciar en radical
ejercicio de patriotismo), los cimientos quedarían al desnudo
durante algunos años, antes de ser demolidos por las autoridades
municipales. Hay fotos. Como un coitus interruptus, Londres
encontró límites a su grandeza en París. Nos quedan sus diseños,
alucinantes todos ellos, desde las ensoñaciones imperiales
y victorianas hasta las copias calcadas de la torre parisina.
Eso, y el estadio de Wembley: tanto el original de 1923 como
el actual se encuentran en el mismo punto donde se iniciaron
las obras de la torre.
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Cada día miles de turistas que visitan la capital
francesa toman cientos de fotografías del espectáculo de luces
de la Torre Eiffel que tiene lugar cerca de la medianoche.
Sin embargo, el uso de esas fotos puede acarrear consecuencias
no deseadas, ya que las imágenes del edificio más famoso de
Francia tomadas por la noche están protegidos por derechos
de autor. En algunas áreas de Europa, incluso el simple hecho
de compartir estas imágenes puede convertirse en una actividad
ilegal.
La Torre Eiffel no es el único monumento o edificio
protegido por derechos de autor, ya que en varios países,
las estructuras arquitectónicas están sometidas a la misma
legislación. esto significa que hay que pedir permiso del
titular de los derechos de autor para capturar y utilizar
fotografías de la construcción en público. En el caso del
símbolo más famoso de París, pertenece al dominio público,
ya que fue construido en el año 1889. Sin embargo, el espectáculo
de luces se añadió años más tarde y este si está protegido
por derechos de autor. Por este motivo, y por muy absurdo
que parezca, tomar una foto de la Torre Eiffel por la noche
y su intercambio online puede resultar una infracción del
copyright. Esto está avisado, aunque muchos los desconozcan,
por la Société d'Exploitation de la Tour Eiffel, que indica
en su página web: "Las fotografías diurnas de la Torre Eiffel
están libres de derechos, sin embargo, sus diferentes iluminaciones
nocturnas están sujetas a derechos de autor y a derechos de
marca."
El selfie de la Torre Eiffel no es el único
que puede salirte caro, ya que en Europa existen otros edificios
sujetos a una legislación similar. En 2001 la UE emitió una
directiva que establecía una cláusula opcional según la cual
se puede tomar fotos, libres de cargas, de obras arquitectónicas
en espacios públicos con el fin de regular los derechos de
autor de las mismas. La mayoría de países miembros de la UE
acataron la norma pero, al ser opcional, Francia, Bélgica
e Italia optaron por no adoptarla.
Así que si este artículo llega
a ojos de sus excelencias, sepan que lo hago con todo mi cariño
y admiración.
Pásate por Séptimo arte >>
París.
Pásate por Tienda >> Torre Eiffel.
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