Hace 2.200 años se construyó un impresionante
mausoleo que debía servir de enterramiento para una figura
especial: el primer emperador de China, Qin Shi Huang, falleció
a los 49 años de edad y sus restos fueron sellados en una
cámara para siempre, preservando sus secretos. Seguramente
hayan oído hablar del impresionante conjunto escultórico que
fue preparado para escoltarle para siempre: los famosos guerreros
de Xi'An, un ejército de terracota a tamaño real, le custodiaría
para siempre. Pero nadie se ha atrevido a abrir la tumba del
emperador, ya que los arqueólogos temen que esté repleta de
trampas contra las manos y los ojos ajenos.
Por eso, en el corazón de China, en el distrito
de Lintong, Xi'an (Shaanxi), la tumba sigue sin abrirse. A
pesar de los años transcurridos desde que se descubrieron
los guerreros que la rodean, los arqueólogos no se deciden
ante un riesgo igual de importante: el temor a que una excavación
pueda dañarla irreparablemente y perder información histórica
invaluable. Las técnicas arqueológicas invasivas actuales
implican un alto riesgo de causar daños irreparables, por
lo que se ha decidido mantenerla cerrada.
Sin embargo, esa no sería razón suficiente,
ya que las investigaciones sobre restos que datan de la misma
antigüedad se han demostrado seguras y respetuosas con los
materiales. Sobre la psicología de los arqueólogos planea
una leyenda o más bien un testimonio: las palabras del antiguo
historiador chino Sima Qian, quien, un siglo después de la
muerte del emperador, recogió la existencia de trampas ocultas
en el interior de la tumba. Se trataría de ballestas y flechas
estratégicamente ubicadas para dispararse automáticamente
ante cualquier intruso, así como un sistema de ríos de mercurio
que imitaba los cauces de un río, diseñado para fluir ininterrumpidamente.
Este segundo aspecto es el quue da credibilidad al relato
de las trampas de Sima Qian. Los investigadores han detectado
con sus sistemas una concentración anómala de mercurio en
la zona que respaldaría la tesis de que la tumba nunca ha
sido abierta ni saqueada. "Se construyeron palacios y torres
escénicas para cien funcionarios, y la tumba se llenó de artefactos
raros y tesoros maravillosos. Se ordenó a los artesanos que
fabricaran ballestas y flechas preparadas para disparar a
cualquiera que entrara en la tumba. Se utilizó mercurio para
simular los cien ríos, el Yangtsé y el Amarillo, y el gran
mar, y se puso a fluir mecánicamente", dice textualmente el
historiador del imperio.
Además, se sabe que el emperador Qin Shi Huang,
además de estar obsesionado con la vida más allá de la muerte,
bebía mercurio porque confiaba en sus propiedades benéficas.
Seguramente esa ingesta fue la que le causó la muerte. El
mausoleo del emperador, que gobernó del 221 al 210 a.C., y
que fue el primero en gobernar una China unificada, sigue
escondiendo sus tesoros y sus respuestas.
Qin Shi Huang fue el primer emperador de la
dinastía Quin y el primero en unificar los reinos que habitaban
el país asiático. La tumba se encuentra localizada en uno
de los complejos funerarios más famosos del mundo, pero aunque
los arqueólogos la tienen perfectamente identificada aún no
se han dispuesto a abrirla. El motivo no es que teman una
posible maldición. Hay varios porqués y son (ligeramente)
más mundanos.
La tumba del emperador es solo un apartado del
complejo funerario del siglo III a.e.c. El elemento más popular
de este complejo es el ejército de estatuas de terracota descubierto
durante la década de 1970. Se cree que unas 8.000 estatuas
de guerreros a tamaño real que custodian la necrópolis, y
con 2.000 desenterradas ya aún se siguen hallando nuevas efigies.
Las últimas en 2022. El mausoleo del emperador que llevó a
China del periodo de los reinos combatientes a su etapa imperial
se encuentra en la provincia de Shaanxi, en la China central,
y está catalogada en la lista del Patrimonio de la Humanidad
de la UNESCO.
Sin embargo una colina resiste a las herramientas
de los arqueólogos. La tumba del emperador sigue intacta.
Antropólogos e historiadores saben de su inmenso valor y sin
embargo se abstienen de adentrarse en ella. Tienen importantes
motivos para ello, algunos más mundanos y otros que pueden
recordarnos a las películas de Indiana Jones.
El primero, por ejemplo, son las posibles trampas.
Quizá sea el menos relevante, puesto que es poco probable
que unas trampas de 2.200 años de antigüedad puedan seguir
funcionando. Se desconoce además si estas trampas realmente
existen o si fueron inventadas por las autoridades o los cronistas
de la época para disuadir a potenciales saqueadores. Al fin
y al cabo las tumbas imperiales son un objetivo suculento
para estos. Pero hay un elemento que disuade a los arqueólogos
por el peligro que supone para su salud: el mercurio. Ríos
de mercurio. Esta posibilidad también se basa en escritos
de la época, pero existen indicios científicos de que este
elemento esté muy presente en la tumba.
Una investigación de 2020 publicada en la revista
Nature por investigadores chinos dio cuenta del hallazgo de
trazas de mercurio en el entorno de la necrópolis en cantidades
superiores a lo que cabría esperar. El mercurio no habría
sido utilizado como una trampa sino como un elemento decorativo
a la hora de dibujar el agua de los ríos dentro de la tumba.
Una versión extrema de utilizar papel de aluminio en el Belén.
El mercurio era, curiosamente, un metal vinculado con la vida,
aunque pudo haber sido el causante de la muerte del emperador,
que mandó construir su mausoleo antes de fallecer en el año
210 a.e.c.
Colina bajo la que se encuentra la tumba del
emperador Qin Shi Huang.
La arqueóloga Kristin Romey, conocedora del
sitio arqueológico, resume el problema en declaraciones recogidas
por LiveScience, y es que es “en parte por respeto por los
ancianos, pero se dieron cuenta de que nadie en el mundo tiene
ahora mismo la tecnología para ir y excavar apropiadamente.”
Los expertos temen que explorar la tumba pueda dañarla. Al
fin y al cabo es imposible saber si el muro que se abra para
entrar en la tumba pueda contener inscripciones valiosas.
La exposición a los elementos externos (aire o agua) también
podría dañar los contenidos del interior. Por no hablar de
la posibilidad de causar daños estructurales en el mausoleo.
Las experiencias previas invitan a la cautela.
Quizá el caso más paradigmático sea el de la ciudad de Troya,
cuyas ruinas fueron descubiertas en la península de Anatolia,
y cuya exploración arqueológica causó estragos. Egipto cuenta
también con ejemplos de este tipo. La que seguramente es la
tumba más famosa de la civilización norteafricana también
fue explorada con métodos invasivos. “Cuando entramos en la
tumba del rey Tut, piensa en toda la información que perdimos
solo basándonos en las técnicas de excavación de los años
30. Hay tanto más que podríamos haber aprendido, pero las
técnicas de aquel entonces no eran las que tenemos ahora”,
concluye Romey.
La decisión sobre cuándo se abrirá esta tumba
recae en última instancia sobre el gobierno chino y parece
que éste aún espera a la llegada de avances técnicos que minimicen
el deterioro del patrimonio durante la exploración. Por ahora
habrá que esperar, aunque algunas técnicas muestran promesa.
En Egipto nuevas técnicas para “escanear” el interior de las
tumbas faraónicas ya se están implementando. Además nuevas
técnicas como el uso de muones muestran también promesa y
la idea de implementarlas en la tumba de Qin ya ronda la cabeza
de algunos. Por ahora aún habrá que esperar para desentrañar
el misterio. Y confiar en que el secreto de las maldiciones
no esté en un río de metal.
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El 29 de marzo de 1974, un equipo de trabajadores
que cavaba un pozo cerca de la ciudad china de Xian se topó
con un hallazgo singular, un guerrero de terracota de tamaño
natural. Posteriores excavaciones desenterraron uno de los
mayores descubrimientos arqueológicos de la historia. En tres
grandes fosas junto a la tumba de Qin Shi Huang, el primer
emperador de la China unificada, yacía un tesoro que había
permanecido oculto al mundo durante casi 2.200 años: todo
un ejército de terracota con más de 8.000 soldados, una caballería
de 150 animales, 130 carros tirados por otros 520 caballos
y hasta 40.000 puntas de flecha, junto con docenas de espadas,
lanzas, ballestas y otras armas de bronce. Durante décadas,
los guerreros de terracota han dado trabajo a generaciones
de arqueólogos. Pero aún hoy, la ciencia continúa revelando
secretos que el silencioso ejército ha custodiado durante
milenios.
Ni siquiera las referencias históricas permitieron
anticipar el descubrimiento del mayor y más grandioso conjunto
de figuras de cerámica jamás conocido. Según revelaron los
análisis, los guerreros fueron fabricados por piezas separadas
que después se unían. Se utilizaron diez moldes distintos
para las caras, las cuales después se personalizaban añadiéndoles
detalles de arcilla para que cada rostro fuera diferente a
los demás. Las figuras se esmaltaban y se pintaban con pigmentos
de distintos colores, hoy casi desaparecidos, para conseguir
un acabado final de un sorprendente realismo.
Los análisis químicos revelaron que el esmalte
aplicado a las figuras contenía dióxido de cromo. Cuando inicialmente
se estudiaron las armas de bronce para desentrañar cómo se
habían mantenido durante dos milenios listas para entrar de
nuevo en batalla, brillantes, libres de corrosión e incluso
aún afiladas, se encontraron restos de cromo también en estas
piezas. Esto llevó a sugerir que los artesanos chinos del
siglo III antes de nuestra era ya habían desarrollado un proceso
de cromado del metal que en Occidente no se patentó hasta
comienzos del siglo pasado. En los últimos años, los misterios
de las armas de Xian han comenzado a conocerse en detalle
gracias a un proyecto de investigación multidisciplinar coordinado
por el University College London y el Museo del Ejército de
Terracota en Xian, bajo la dirección del arqueólogo español
Marcos Martinón-Torres, actualmente en la Universidad de Cambridge
(Reino Unido). Los científicos aplican un amplio conjunto
de métodos de análisis para conocer qué técnicas de fabricación
emplearon los herreros chinos e incluso cómo organizaban sus
equipos de trabajo.
Vista general de la Sala 1.
Así, Martinón-Torres y sus colaboradores han
podido determinar que los artesanos de las armas de Xian trabajaban
en paralelo en grupos autónomos de organización similar al
método de fabricación llamado just-in-time, que la compañía
automovilística japonesa Toyota introdujo en el siglo XX,
en contraste con la producción en cadena que popularizó la
empresa Ford en EEUU. Pero más recientemente, las investigaciones
de estos científicos han llegado a una conclusión que derriba
una idea sobre la manufactura de las armas instalada en las
mentes de los expertos durante cuatro décadas.
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