2022 es un año muy importante para la egiptología.
Se conmemora el bicentenario de la interpretación de la piedra
de Rosetta, un momento que nos abrió de par en par las puertas
del Antiguo Egipto y también se celebra el centenario de la
apertura de otra puerta: la de la tumba del joven faraón Tutankamón.
El faraón al que todo el mundo le pone cara
en realidad fue un discreto y joven rey en una época convulsa
para el imperio egipcio tanto a nivel externo como interno.
Los estudios más recientes sostienen que el padre de nuestro
protagonista fue Amenofis IV, más conocido como Akenatón.
Un inconfundible monarca caracterizado por sus representaciones
estilizadas acompañadas por la representación de Atón, un
sol de largos rayos, que mostraba una revolución religiosa
radical. El faraón, que tuvo en Nefertiti a su Gran Esposa
Real, elevó al dios Atón como la única deidad oficial del
Estado, una especie de monoteísmo, que iba en detrimento del
anterior culto predominante al dios Amón.
Así era sello de la tumba del Rey Tutankamón
antes de que se abriera en 1923, permaneció intacto durante
más de 3000 años.
El monarca además movió la capital a Ajetatón
(significa “horizonte de Atón”), en Amarna, enfrentándose
directamente con los sacerdotes del culto amónico. Tras la
muerte de Akenatón, el trono egipcio fue ocupado por Tutankamón,
todavía llamado Tutankatón “imagen viviente de Atón” por el
culto impuesto por su padre. El joven monarca era solo un
niño de unos diez años y fue tutelado por el visir Ay, que
guió al joven monarca para que promulgara un edicto por el
que volviera a la situación religiosa anterior a la revolución
de su padre. Amón volvería a encabezar el panteón egipcio,
y Tebas volvía a ser la capital religiosa. También se produciría
el cambio de nombre de Tutankatón por el de Tutankamón.
Tutankamón fue fruto de una relación incestuosa
que le pudo causar enfermedades y malformaciones. Más que
parecido a un Dios, Tutankamón era débil y achacoso. La endogamia
pudo terminar con la dinastía más poderosa del Nuevo Reino.
El faraón tiene que ser el descendiente de una de las hijas
que Amenhotep III tuvo con la reina Tiye.
Por qué el padre de Tutankamón fue tan odiado
que el joven faraón tuvo que cambiarse el nombre.
Tras la muerte de Akenatón, el trono egipcio
fue ocupado por Tutankamón, todavía llamado Tutankatón “imagen
viviente de Atón” por el culto impuesto por su padre. El joven
monarca era solo un niño de unos diez años y fue tutelado
por el visir Ay, que guió al joven monarca para que promulgara
un edicto por el que volviera a la situación religiosa anterior
a la revolución de su padre. Amón volvería a encabezar el
panteón egipcio, y Tebas volvía a ser la capital religiosa.
También se produciría el cambio de nombre de Tutankatón por
el de Tutankamón. El joven murió con 18 años con apenas una
década en el poder y sin ningún acto reseñable, más allá del
retorno al culto amónico. Paradójicamente, el exceso de productos
para conservar su cadáver provocaron un deterioro del mismo,
que dificultó la investigación sobre su muerte. Actualmente,
se cree que Tutankamón pudo haber sufrido la enfermedad de
Köhler, que le habría provocado un acelerado deterioro de
los huesos y que explicaría los numerosos bastones encontrados
en la tumba, algunos de ellos con evidencia de uso. Las pruebas
también demostraron que estaba enfermo de malaria en el momento
de su muerte, y no se descartan problemas genéticos derivados
de la consanguinidad familiar.
Académicos de Brasil, Australia e Italia reconstruyeron
recientemente y digitalmente la cara del faraón egipcio Tutankamón.
El equipo utilizó las medidas disponibles y las imágenes de
referencia del cráneo momificado del joven rey.
Howard Carter examina la momia de Tutankamón.
Científicos del Centro de Investigación de Antropología
Forense, Paleopatología y Bioarqueología (FAPAB) en Sicilia,
Italia, reconstruyeron el pasado año la cara de quien
fuera el padre de Tutankamón. La imagen de su rostro del faraón
Akenatón de Egipto, quien gobernó en torno a los años 1353-1336
a.C., fue resultado de la reconstrucción digital dada a conocer
por el medio LiveScience. En el estudio se detalló el elaborado
procedimiento que permitió conocer la cara del décimo faraón
de la dinastía XVIII de Egipto, Akenatón.
A diferencia de la reconstrucción anterior,
realizada en 1966, este nuevo modelo omite el cabello, las
joyas y otros adornos, para “centrarse en la apariencia real”.
Los científicos recurrieron a datos de exámenes físicos previos
del cráneo, medidas detalladas, fotos a escala y radiografías
del esqueleto.
Akenatón, también conocido como Amenhotep, fue
el décimo faraón de la XVIII dinastía de Egipto. Él mismo
cambió su nombre debido a que fue el primer rey que introdujo
el monoteísmo en el antiguo Egipto; Akenatón que significa
"amado por el Sol". El culto al Sol se convirtió entonces
en la primera religión oficial de un estado en todo el mundo,
siendo el faraón Akenatón el intermediario del dios, esto
provocó molestia entre sus pobladores debido a que de un día
para otro los obligó a olvidar a sus viejos dioses. Durante
su reinado también fundó la ciudad de Amarna, que duró aproximadamente
diez años y que posteriormente colapsó, misterio que hasta
la fecha no se ha resuelto pues desconoce que sucedió con
sus pobladores. Más de un siglo después del descubrimiento
de la tumba, el análisis genético mostró que los restos encontrados
pertenecían al padre biológico de Tutankamón.
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La maldición del faraón es la creencia que se
basa en que cualquier persona que moleste a la tumba de un
faraón del Antiguo Egipto cae en una maldición por la que
morirá en poco tiempo. Existía la creencia de que las tumbas
de los faraones tenían maldiciones escritas en ellas o en
sus alrededores, advirtiendo a aquellos que las vieran para
que no entrasen. La maldición asociada al descubrimiento de
la tumba del faraón de la XVIII dinastía Tutankamón es la
más famosa en la cultura occidental. Muchos autores (incluido
el propio descubridor de la tumba, Howard Carter) niegan que
hubiese una maldición escrita, pero algunos investigadores
del caso aseguran que Howard Carter encontró en la antecámara
un ostracon de arcilla o un sello en la pared, cuya inscripción
decía: «La muerte golpeará con su miedo a aquel que turbe
el reposo del faraón». así es lo que cuenta esta historia.
A principios del siglo XIX la mayor parte de
la historia del antiguo Egipto era desconocida para la mayoría
de la población. Poco se sabía de aquella época, y menos aún
de la mayor parte de los faraones egipcios. Aunque se asocien
las Pirámides de Egipto con los enterramientos de los faraones,
lo cierto es que solo se usaron en el Antiguo Egipto entre
las dinastías III (2650 a. C.) y XIII (1750 a. C.), pero ya
en la dinastía XVIII (1300 a. C.) se prefería excavar grandes
tumbas con varias salas en el interior de parajes escarpados
(Valle de los Reyes). Estas salas se decoraban y llenaban
de valiosos objetos y en ellas se depositaba el cuerpo embalsamado
de los faraones, dentro de un sarcófago. La tumba de Tutankamón
de la dinastía XVIII permaneció oculta e intacta durante más
de tres mil años. Existen evidencias de que fue saqueada y
luego restaurada en los meses posteriores a su enterramiento,
pero el cambio de dinastía, y la tierra desplazada de los
desescombros de otras tumbas próximas provocó que un siglo
después del enterramiento de Tutankamón, el emplazamiento
de su tumba o incluso la misma existencia del faraón hubieran
sido olvidados. Los ladrones de tumbas de las dinastías XIX
y XX incluso llegaron a construir algunas cabañas encima de
la tumba sin sospechar de su existencia.
George Edward Stanhope Molyneux Herbert, V conde
de Carnarvon vulgarmente llamado lord Carnarvon, fue un aristócrata
inglés conocido por ser el mecenas que financió la excavación
de la tumba del faraón Tutankamón de Egipto, en el Valle de
los Reyes.
En la década de los años 1920, el egiptólogo
Howard Carter descubrió la existencia de un faraón de la XVIII
dinastía hasta entonces desconocida, y convenció a Lord Carnarvon
para que financiase la búsqueda de la tumba que se suponía
intacta en el Valle de los Reyes. El 4 de noviembre de 1922
se descubrieron los escalones que descendían hasta una puerta
que aún mantenía los sellos originales. El 26 de noviembre,
en presencia de la familia de Lord Carnarvon, se hizo el famoso
agujero en la parte superior de la puerta por la que Carter
introdujo una vela y vio según sus palabras «cosas maravillosas».
La tumba, luego catalogada como KV62, resultó ser la del faraón
Tutankamón y es la mejor conservada de todas las tumbas faraónicas
encontradas hasta la fecha. Permaneció prácticamente intacta
hasta nuestros días hasta el punto que cuando Carter entró
por primera vez en la tumba pudo fotografiar unas flores secas
de dos mil años atrás que se desintegraron en seguida. Después
de catalogar todos los tesoros de las cámaras anteriores,
Carter llegó a la cámara real donde descansaba el sarcófago
del faraón desde hacía tres mil años. Y entonces empezaron
a morir personas que habían visitado la tumba, lo cual es
conocido popularmente como la Maldición del faraón.
Momento en el que Howard Carter descubre el
sarcófago.
Hay que recordar que Lord Carnarvon había sufrido
un grave accidente de coche unos años antes, que le había
afectado entre otras cosas a los pulmones, y vivía en Egipto
porque el clima más seco era mejor para su salud. En marzo
de 1923, cuatro meses después de abrir la tumba, Lord Carnarvon
fue picado por un mosquito y poco después se cortó la picadura
mientras se afeitaba, causándole una septicemia que se extendió
por todo el cuerpo. Una neumonía (infección pulmonar) atacó
mortalmente a Lord Carnarvon (en un tiempo en que no existía
la penicilina ni otros antibióticos, solo le aplicaron suero
a un hombre que ya padecía problemas pulmonares), que murió
la noche del 5 de abril. Se cuenta (y no hay confirmación
ninguna de estos hechos) que a la misma hora de su muerte
la perra de Lord Carnarvon, Susie, aulló y cayó fulminada
en Londres. También dijeron que cuando Lord Carnarvon murió,
en El Cairo hubo un gran apagón que dejó a oscuras la ciudad,
pero momentos después regresó, en ese momento los familiares
en el hotel se comunicaron con la empresa de electricidad
sin recibir explicación del extraño fenómeno (nuevamente no
hay constancia documental de este apagón). Poco más necesitó
la prensa inglesa para airear las leyendas de la maldición
de los faraones. Incluso algunos afirmaron que en un muro
de las antecámaras estaba escrito: «La muerte golpeará con
su velo a aquellos que osen perturbar el reposo del faraón
», aunque en realidad esta frase nunca apareciese en las detalladas
notas de Carter (hay que recordar que le costó 10 años vaciar
la tumba por la gran meticulosidad que aplicaba en todo) y
el muro fue derribado para entrar en la tumba.
El Cairo, la extensa capital de Egipto, se ubica
en el río Nilo. En su centro, se encuentra la plaza Tahrir
y el vasto Museo Egipcio, un tesoro de antigüedades que incluye
momias reales y artefactos bañados en oro del faraón Tutankamón.
Cerca se encuentra Guiza, sitio de las icónicas pirámides
y la Gran Esfinge, que data del siglo XXVI a. C. En el frondoso
distrito Zamalek de la isla Gezira, la Torre de El Cairo,
de 187 m de altura, tiene vistas panorámicas de la ciudad.
Sir Arthur Conan Doyle se declaró creyente en
la maldición (su esposa era médium y él gran defensor del
espiritismo, ver su pugna con Houdini), la escritora Marie
Corelli (conocida por sus ideas místicas) afirmó tener un
manuscrito árabe que hablaba de la maldición (del que no se
tenía constancia entonces ni se tiene actualmente) y el arqueólogo
Arthur Wiegall publicó oportunamente un libro sobre la maldición
de los faraones. A la muerte de Lord Carnarvon siguieron varias
más. Su hermano Audrey Herbert, que estuvo presente en la
apertura de la cámara real, murió inexplicablemente en cuanto
volvió a Londres. Arthur Mace, el hombre que dio el último
golpe al muro para entrar en la cámara real, murió en El Cairo
poco después, sin ninguna explicación médica. Sir Douglas
Reid, que radiografió la momia de Tutankamon, enfermó y volvió
a Suiza donde murió dos meses después. La secretaria de Carter
murió de un ataque al corazón, y su padre se suicidó al enterarse
de la noticia (lo incluyeron en la maldición a pesar de no
estar relacionado con la tumba ni haberla visitado).
Sir Arthur Ignatius Conan Doyle fue un escritor
y médico británico de ascendencia irlandesa, creador del célebre
detective de ficción Sherlock Holmes. Fue un autor prolífico
cuya obra incluye relatos de ciencia ficción, novela histórica,
teatro y poesía.
Un profesor canadiense que estudió la tumba
con Carter murió de un ataque cerebral al volver a El Cairo.
Al proceder a la autopsia de la momia se encontró que justo
donde el mosquito había picado a Lord Carnarvon, Tutankamón
tenía una herida (otra cuestión muy dudosa ya que no hay referencias
conocidas). Este hecho disparó aún más la imaginación de los
periodistas, que incluso dieron por muertos a los participantes
en la autopsia. En realidad, excepto el radiólogo, los demás
miembros del equipo vivieron durante años sin problemas, incluido
el médico principal.
El mismo descubridor de la tumba, Howard Carter,
murió por causas naturales muchos años después. A principio
de la década de los 30, los periódicos atribuían hasta treinta
muertes a la maldición del faraón, se llegó a decir que Carter
había muerto, ya que encontraron una esquela de alguien con
su nombre en un periódico, cosa que el mismo demostró no era
cierta pues seguía vivo. Aunque muchas de ellas eran exageraciones,
la casualidad parecía insuficiente para explicar las demás
(aunque muchas veces olvidamos que la ciencia médica actual
ha avanzado infinitamente sobre la de esa época, la penicilina
comenzó a usarse en hospitales en los años 40). La falta de
más escándalos y muertes extrañas disipó poco a poco el interés
de los periodistas los siguientes treinta años.
El Gran Museo Egipcio de antigüedades empieza
a abrirse al público.
En las décadas de 1960 y 1970 las piezas del
Museo Egipcio de El Cairo se trasladaron a varias exposiciones
temporales organizadas en museos europeos. Los directores
del museo de entonces murieron poco después de aprobar los
traslados, y los periódicos ingleses también extendieron la
maldición sobre algunos accidentes menores que sufrieron los
tripulantes del avión que llevó las piezas a Londres. La última
víctima atribuida a la maldición fue Ian McShane, ya que poco
antes de comenzar la filmación de la película de 1980 La maldición
de Tutankamon protagonizada por Raimond Burr en donde participaba
en un papel secundario, su coche se salió de la carretera
y se rompió gravemente una de las piernas debiendo ser reemplazado
en la película.
La explicación más común a la maldición de los
faraones es que fue una creación de la prensa sensacionalista
de la época. Un estudio mostró que, de las 58 personas que
estuvieron presentes cuando la tumba y el sarcófago de Tutankamón
fueron abiertos, sólo ocho murieron en los siguientes doce
años. Todos los demás vivieron más tiempo, incluyendo al propio
Howard Carter que murió en 1939. El médico que hizo la autopsia
a la momia de Tutankamon vivió hasta los 75 años. Algunos
han especulado con que un hongo mortal podría haber crecido
en las tumbas cerradas y haber sido liberado cuando se abrieron
al aire.
El estafilococo, staphylococcus o su abreviación
"staph" en inglés, es un tipo de microbio (bacteria) que puede
causar infecciones casi en cualquier parte del cuerpo.
Arthur Conan Doyle, autor de las novelas detectivescas
de Sherlock Holmes, fomentó esta idea y especuló con que el
moho tóxico había sido puesto deliberadamente en las tumbas
para castigar a los ladrones de tumbas. Aunque no hay pruebas
de que tales patógenos fuesen responsables de la muerte de
Lord Carnarvon, y recordemos que en esa época se moría de
cualquier infección al no existir los antibióticos, tampoco
hay duda de que sustancias peligrosas pueden acumularse en
tumbas antiguas. Estudios recientes de antiguas tumbas egipcias
abiertas en la actualidad que no han estado expuestas a los
contaminantes modernos hallaron bacterias patógenas de los
géneros Staphylococcus y Pseudomonas, así como los mohos Aspergillus
niger y Aspergillus flavus. Además, las tumbas recién abiertas
se convierten a menudo en refugio para los murciélagos, cuyo
guano puede transmitir la histoplasmosis. Sin embargo, a las
concentraciones halladas típicamente, estos patógenos sólo
suelen ser peligrosos para personas con sistemas inmunológicos
debilitados. Las muestras de aire tomadas del interior de
un sarcófago sellado mediante un agujero perforado, tenían
altos niveles de amoníaco, formaldehído y ácido sulfhídrico
que, si bien son gases tóxicos, también resultan fáciles de
detectar en concentraciones peligrosas por su fuerte olor.
Howard Carter, el principal «implicado», murió
el 2 de marzo de 1939 a los 64 años, de muerte natural, 17
años después. Su frase preferida cuando le hablaban de la
«maldición», era: «Todo espíritu de comprensión inteligente
se halla ausente de esas estúpidas ideas.» Y añadía:
Los antiguos egipcios, en lugar de maldecir
a quienes se ocupasen de ellos, pedían que se los bendijera
y dirigiesen al muerto deseos piadosos y benévolos... Estas
historias de maldiciones, son una degeneración actualizada
de las trasnochadas leyendas de fantasmas... El investigador
se dispone a su trabajo con todo respeto y con una seriedad
profesional sagrada, pero libre de ese temor misterioso, tan
grato al supersticioso espíritu de la multitud ansiosa de
sensaciones.
Carter ha pasado a la historia como el arqueólogo
más famoso de la historia. Los orígenes del descubridor de
la tumba de Tutankamón son relativamente modestos, su padre
era ilustrador y su madre, hija de un constructor. Desde niño
mostró un incipiente talento como dibujante y una gran pasión
por la egiptología, cualidades que lo llevaron hasta el país
de los faraones donde no paró de trabajar hasta que halló
un tesoro único. Al cabo de una década de excavación y documentación
de la tumba del faraón, Carter contaba con 56 años y había
llevado a cabo un trabajo modélico gracias a la meticulosidad
y el talento como dibujante que había aprendido durante su
infancia y juventud.
Esta estatua con el tocado khat, y otra igual
con el pañuelo nemes, a tamaño natural, guardaban la entrada
a la cámara funeraria de Tutankamón.
Nació el 9 de mayo de 1874 en Rich Terrace 10,
en una de las diez casas edificadas en 1833 en una zona denominada
hoy Richmond Mansions, en Old Brompton Road, en el barrio
de Kensington, en Londres. A pesar de ello, pasó gran parte
de su infancia en Swaffham, una localidad del condado de Norfolk
de la que sus progenitores eran oriundos. Su padre, Samuel
John Carter, fue un reputado artista especializado en la representación
de animales. Tal vez debido a su quebradiza salud no tuvo
una escolarización reglada y su instrucción la asumieron su
padre, que modeló su talento pictórico, y sus familiares maternos
en su casa de Swaffham. Swaffham y sus alrededores, sus asociaciones
familiares y su arte se convirtieron en influencias poderosas
en el desarrollo del joven.
Durante su adolescencia, Carter se interesó
por el Antiguo Egipto y destacó por su destreza en el dibujo,
pero no parecía dispuesto a seguir la carrera de su padre.
"Para ganarme la vida comencé a pintar, con acuarelas y tizas
de colores, loros domésticos, gatos y perros falderos mordedores
y malolientes. Siempre fui un gran amante de los pájaros y
los animales -de hecho me crié con ellos-, pero odiaba ese
tipo de perros falderos", cuenta el propio Howard Carter en
uno de sus diarios. En 1891, con tan solo diecisiete años
y sin ningún tipo de formación académica, la Egypt Exploration
Society lo envió a Egipto junto con el arqueólogo Percy Newberry
para trabajar como dibujante, copiando pinturas e inscripciones
de tumbas egipcias. Hizo dibujos de las esculturas e inscripciones
del templo adosado de la reina Hatshepsut. Luego fue nombrado
inspector general del departamento de antigüedades egipcias.
En 1902, mientras supervisaba las excavaciones en el Valle
de los Reyes, la gran necrópolis de los faraones del Imperio
Nuevo, descubrió las tumbas de Hatshepsut y Thutmosis IV.
Un anillo encontrado en el ajuar funerario de
Tutankamón. El esárabajo representaba al sol naciente y era
símbolo de la resurrección en la mitología egipcia.
Carter trabajó después durante una temporada
junto al famoso egiptólogo Flinders Petrie, lo que le ayudó
a aprender el arte de excavar con métodos científicos. Petrie
fue uno de los primeros en afirmar que los yacimientos no
pueden ser saqueados y la necesidad de utilizar un método
científico de excavación, lo que acabaría teniendo un profundo
efecto en los métodos de trabajo de Carter.
En 1909, Carter trabajaba como artista independiente
y vendedor de antigüedades y conoció a George Herbert, quinto
conde de Carnarvon, el hombre que le permitió convertirse
en el arqueólogo que descubriría la tumba más fabulosa de
la historia de la arqueología. El aristócrata se hallaba en
Egipto por motivos de salud, desde inicios de siglo pasaba
los inviernos en Egipto por recomendación médica tras sufrir
un accidente automovilístico. Durante esas estancias se convirtió
en un entusiasta de la egiptología y quería organizar una
excavación arqueológica, pero carecía de la experiencia necesaria
para convencer al Servicio de Antigüedades de Egipto de que
le concediese un permiso para excavar en algún lugar con potencial
arqueológico. Carter también quería excavar, sí atesoraba
esa experiencia pero no tenía dinero, así que Carnarvon lo
empleó para que trabajase para él.
Hovard Carter (derecha) posa junto a Lord Carnarvon
y su hija Evelin a los pies de la entrada a la tumba de Tutankamón
en el Valle de los Reyes.
En 1914, Lord Carnarvon obtuvo por fin la ansiada
concesión que permitiría a Carter excavar en el Valle de los
Reyes. Casi todos los expertos creían que era perder el tiempo:
en la necrópolis tebana habían encontrado numerosas tumbas
de faraones, pero todas habían sido saqueadas en la antigüedad.
Sin embargo, Carter estaba convencido de que faltaba una tumba
por encontrar, la de un entonces desconocido faraón, Tutankhamón.
Su nombre había aparecido en inscripciones de monumentos y
en una serie de pequeños descubrimientos en el Valle, pero
su tumba aún no se había descubierto. El gran descubrimiento
se produciría tras muchos años de excavaciones limpiando el
suelo del Valle hasta llegar al lecho de roca. Un trabajo
lento y monótono que hizo plantear a Carnarvon si valía la
pena invertir su fortuna en él. Por fortuna, el aristócrata
dio una última oportunidad al arqueólogo y el 4 de noviembre
de 1922, el equipo de Carter descubrió les escalones que bajaban
hasta la puerta sellada de la tumba de Tutankamón, Carter,
por respeto a su mecenas, esperó a la llegada de lord Carnarvon
para abrir la puerta sellada que había permanecido cerrada
casi tres mil años y ver las maravillas que se escondían todavía
tras ella.
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