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12 - Noviembre - 2022
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2022 es un año muy importante para la egiptología. Se conmemora el bicentenario de la interpretación de la piedra de Rosetta, un momento que nos abrió de par en par las puertas del Antiguo Egipto y también se celebra el centenario de la apertura de otra puerta: la de la tumba del joven faraón Tutankamón.

El faraón al que todo el mundo le pone cara en realidad fue un discreto y joven rey en una época convulsa para el imperio egipcio tanto a nivel externo como interno. Los estudios más recientes sostienen que el padre de nuestro protagonista fue Amenofis IV, más conocido como Akenatón. Un inconfundible monarca caracterizado por sus representaciones estilizadas acompañadas por la representación de Atón, un sol de largos rayos, que mostraba una revolución religiosa radical. El faraón, que tuvo en Nefertiti a su Gran Esposa Real, elevó al dios Atón como la única deidad oficial del Estado, una especie de monoteísmo, que iba en detrimento del anterior culto predominante al dios Amón.

Así era sello de la tumba del Rey Tutankamón antes de que se abriera en 1923, permaneció intacto durante más de 3000 años.

El monarca además movió la capital a Ajetatón (significa “horizonte de Atón”), en Amarna, enfrentándose directamente con los sacerdotes del culto amónico. Tras la muerte de Akenatón, el trono egipcio fue ocupado por Tutankamón, todavía llamado Tutankatón “imagen viviente de Atón” por el culto impuesto por su padre. El joven monarca era solo un niño de unos diez años y fue tutelado por el visir Ay, que guió al joven monarca para que promulgara un edicto por el que volviera a la situación religiosa anterior a la revolución de su padre. Amón volvería a encabezar el panteón egipcio, y Tebas volvía a ser la capital religiosa. También se produciría el cambio de nombre de Tutankatón por el de Tutankamón.

Tutankamón fue fruto de una relación incestuosa que le pudo causar enfermedades y malformaciones. Más que parecido a un Dios, Tutankamón era débil y achacoso. La endogamia pudo terminar con la dinastía más poderosa del Nuevo Reino. El faraón tiene que ser el descendiente de una de las hijas que Amenhotep III tuvo con la reina Tiye.

Por qué el padre de Tutankamón fue tan odiado que el joven faraón tuvo que cambiarse el nombre.

Tras la muerte de Akenatón, el trono egipcio fue ocupado por Tutankamón, todavía llamado Tutankatón “imagen viviente de Atón” por el culto impuesto por su padre. El joven monarca era solo un niño de unos diez años y fue tutelado por el visir Ay, que guió al joven monarca para que promulgara un edicto por el que volviera a la situación religiosa anterior a la revolución de su padre. Amón volvería a encabezar el panteón egipcio, y Tebas volvía a ser la capital religiosa. También se produciría el cambio de nombre de Tutankatón por el de Tutankamón. El joven murió con 18 años con apenas una década en el poder y sin ningún acto reseñable, más allá del retorno al culto amónico. Paradójicamente, el exceso de productos para conservar su cadáver provocaron un deterioro del mismo, que dificultó la investigación sobre su muerte. Actualmente, se cree que Tutankamón pudo haber sufrido la enfermedad de Köhler, que le habría provocado un acelerado deterioro de los huesos y que explicaría los numerosos bastones encontrados en la tumba, algunos de ellos con evidencia de uso. Las pruebas también demostraron que estaba enfermo de malaria en el momento de su muerte, y no se descartan problemas genéticos derivados de la consanguinidad familiar.

Académicos de Brasil, Australia e Italia reconstruyeron recientemente y digitalmente la cara del faraón egipcio Tutankamón. El equipo utilizó las medidas disponibles y las imágenes de referencia del cráneo momificado del joven rey.

Howard Carter examina la momia de Tutankamón.

Científicos del Centro de Investigación de Antropología Forense, Paleopatología y Bioarqueología (FAPAB) en Sicilia, Italia, reconstruyeron el pasado año la cara de quien fuera el padre de Tutankamón. La imagen de su rostro del faraón Akenatón de Egipto, quien gobernó en torno a los años 1353-1336 a.C., fue resultado de la reconstrucción digital dada a conocer por el medio LiveScience. En el estudio se detalló el elaborado procedimiento que permitió conocer la cara del décimo faraón de la dinastía XVIII de Egipto, Akenatón.

A diferencia de la reconstrucción anterior, realizada en 1966, este nuevo modelo omite el cabello, las joyas y otros adornos, para “centrarse en la apariencia real”. Los científicos recurrieron a datos de exámenes físicos previos del cráneo, medidas detalladas, fotos a escala y radiografías del esqueleto.

Akenatón, también conocido como Amenhotep, fue el décimo faraón de la XVIII dinastía de Egipto. Él mismo cambió su nombre debido a que fue el primer rey que introdujo el monoteísmo en el antiguo Egipto; Akenatón que significa "amado por el Sol". El culto al Sol se convirtió entonces en la primera religión oficial de un estado en todo el mundo, siendo el faraón Akenatón el intermediario del dios, esto provocó molestia entre sus pobladores debido a que de un día para otro los obligó a olvidar a sus viejos dioses. Durante su reinado también fundó la ciudad de Amarna, que duró aproximadamente diez años y que posteriormente colapsó, misterio que hasta la fecha no se ha resuelto pues desconoce que sucedió con sus pobladores. Más de un siglo después del descubrimiento de la tumba, el análisis genético mostró que los restos encontrados pertenecían al padre biológico de Tutankamón.

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La maldición del faraón es la creencia que se basa en que cualquier persona que moleste a la tumba de un faraón del Antiguo Egipto cae en una maldición por la que morirá en poco tiempo. Existía la creencia de que las tumbas de los faraones tenían maldiciones escritas en ellas o en sus alrededores, advirtiendo a aquellos que las vieran para que no entrasen. La maldición asociada al descubrimiento de la tumba del faraón de la XVIII dinastía Tutankamón es la más famosa en la cultura occidental. Muchos autores (incluido el propio descubridor de la tumba, Howard Carter) niegan que hubiese una maldición escrita, pero algunos investigadores del caso aseguran que Howard Carter encontró en la antecámara un ostracon de arcilla o un sello en la pared, cuya inscripción decía: «La muerte golpeará con su miedo a aquel que turbe el reposo del faraón». así es lo que cuenta esta historia.

A principios del siglo XIX la mayor parte de la historia del antiguo Egipto era desconocida para la mayoría de la población. Poco se sabía de aquella época, y menos aún de la mayor parte de los faraones egipcios. Aunque se asocien las Pirámides de Egipto con los enterramientos de los faraones, lo cierto es que solo se usaron en el Antiguo Egipto entre las dinastías III (2650 a. C.) y XIII (1750 a. C.), pero ya en la dinastía XVIII (1300 a. C.) se prefería excavar grandes tumbas con varias salas en el interior de parajes escarpados (Valle de los Reyes). Estas salas se decoraban y llenaban de valiosos objetos y en ellas se depositaba el cuerpo embalsamado de los faraones, dentro de un sarcófago. La tumba de Tutankamón de la dinastía XVIII permaneció oculta e intacta durante más de tres mil años. Existen evidencias de que fue saqueada y luego restaurada en los meses posteriores a su enterramiento, pero el cambio de dinastía, y la tierra desplazada de los desescombros de otras tumbas próximas provocó que un siglo después del enterramiento de Tutankamón, el emplazamiento de su tumba o incluso la misma existencia del faraón hubieran sido olvidados. Los ladrones de tumbas de las dinastías XIX y XX incluso llegaron a construir algunas cabañas encima de la tumba sin sospechar de su existencia.

George Edward Stanhope Molyneux Herbert, V conde de Carnarvon vulgarmente llamado lord Carnarvon, fue un aristócrata inglés conocido por ser el mecenas que financió la excavación de la tumba del faraón Tutankamón de Egipto, en el Valle de los Reyes.

En la década de los años 1920, el egiptólogo Howard Carter descubrió la existencia de un faraón de la XVIII dinastía hasta entonces desconocida, y convenció a Lord Carnarvon para que financiase la búsqueda de la tumba que se suponía intacta en el Valle de los Reyes. El 4 de noviembre de 1922 se descubrieron los escalones que descendían hasta una puerta que aún mantenía los sellos originales. El 26 de noviembre, en presencia de la familia de Lord Carnarvon, se hizo el famoso agujero en la parte superior de la puerta por la que Carter introdujo una vela y vio según sus palabras «cosas maravillosas». La tumba, luego catalogada como KV62, resultó ser la del faraón Tutankamón y es la mejor conservada de todas las tumbas faraónicas encontradas hasta la fecha. Permaneció prácticamente intacta hasta nuestros días hasta el punto que cuando Carter entró por primera vez en la tumba pudo fotografiar unas flores secas de dos mil años atrás que se desintegraron en seguida. Después de catalogar todos los tesoros de las cámaras anteriores, Carter llegó a la cámara real donde descansaba el sarcófago del faraón desde hacía tres mil años. Y entonces empezaron a morir personas que habían visitado la tumba, lo cual es conocido popularmente como la Maldición del faraón.

Momento en el que Howard Carter descubre el sarcófago.

Hay que recordar que Lord Carnarvon había sufrido un grave accidente de coche unos años antes, que le había afectado entre otras cosas a los pulmones, y vivía en Egipto porque el clima más seco era mejor para su salud. En marzo de 1923, cuatro meses después de abrir la tumba, Lord Carnarvon fue picado por un mosquito y poco después se cortó la picadura mientras se afeitaba, causándole una septicemia que se extendió por todo el cuerpo. Una neumonía (infección pulmonar) atacó mortalmente a Lord Carnarvon (en un tiempo en que no existía la penicilina ni otros antibióticos, solo le aplicaron suero a un hombre que ya padecía problemas pulmonares), que murió la noche del 5 de abril. Se cuenta (y no hay confirmación ninguna de estos hechos) que a la misma hora de su muerte la perra de Lord Carnarvon, Susie, aulló y cayó fulminada en Londres. También dijeron que cuando Lord Carnarvon murió, en El Cairo hubo un gran apagón que dejó a oscuras la ciudad, pero momentos después regresó, en ese momento los familiares en el hotel se comunicaron con la empresa de electricidad sin recibir explicación del extraño fenómeno (nuevamente no hay constancia documental de este apagón). Poco más necesitó la prensa inglesa para airear las leyendas de la maldición de los faraones. Incluso algunos afirmaron que en un muro de las antecámaras estaba escrito: «La muerte golpeará con su velo a aquellos que osen perturbar el reposo del faraón », aunque en realidad esta frase nunca apareciese en las detalladas notas de Carter (hay que recordar que le costó 10 años vaciar la tumba por la gran meticulosidad que aplicaba en todo) y el muro fue derribado para entrar en la tumba.

El Cairo, la extensa capital de Egipto, se ubica en el río Nilo. En su centro, se encuentra la plaza Tahrir y el vasto Museo Egipcio, un tesoro de antigüedades que incluye momias reales y artefactos bañados en oro del faraón Tutankamón. Cerca se encuentra Guiza, sitio de las icónicas pirámides y la Gran Esfinge, que data del siglo XXVI a. C. En el frondoso distrito Zamalek de la isla Gezira, la Torre de El Cairo, de 187 m de altura, tiene vistas panorámicas de la ciudad.

Sir Arthur Conan Doyle se declaró creyente en la maldición (su esposa era médium y él gran defensor del espiritismo, ver su pugna con Houdini), la escritora Marie Corelli (conocida por sus ideas místicas) afirmó tener un manuscrito árabe que hablaba de la maldición (del que no se tenía constancia entonces ni se tiene actualmente) y el arqueólogo Arthur Wiegall publicó oportunamente un libro sobre la maldición de los faraones. A la muerte de Lord Carnarvon siguieron varias más. Su hermano Audrey Herbert, que estuvo presente en la apertura de la cámara real, murió inexplicablemente en cuanto volvió a Londres. Arthur Mace, el hombre que dio el último golpe al muro para entrar en la cámara real, murió en El Cairo poco después, sin ninguna explicación médica. Sir Douglas Reid, que radiografió la momia de Tutankamon, enfermó y volvió a Suiza donde murió dos meses después. La secretaria de Carter murió de un ataque al corazón, y su padre se suicidó al enterarse de la noticia (lo incluyeron en la maldición a pesar de no estar relacionado con la tumba ni haberla visitado).

Sir Arthur Ignatius Conan Doyle fue un escritor y médico británico de ascendencia irlandesa, creador del célebre detective de ficción Sherlock Holmes. Fue un autor prolífico cuya obra incluye relatos de ciencia ficción, novela histórica, teatro y poesía.

Un profesor canadiense que estudió la tumba con Carter murió de un ataque cerebral al volver a El Cairo. Al proceder a la autopsia de la momia se encontró que justo donde el mosquito había picado a Lord Carnarvon, Tutankamón tenía una herida (otra cuestión muy dudosa ya que no hay referencias conocidas). Este hecho disparó aún más la imaginación de los periodistas, que incluso dieron por muertos a los participantes en la autopsia. En realidad, excepto el radiólogo, los demás miembros del equipo vivieron durante años sin problemas, incluido el médico principal.

El mismo descubridor de la tumba, Howard Carter, murió por causas naturales muchos años después. A principio de la década de los 30, los periódicos atribuían hasta treinta muertes a la maldición del faraón, se llegó a decir que Carter había muerto, ya que encontraron una esquela de alguien con su nombre en un periódico, cosa que el mismo demostró no era cierta pues seguía vivo. Aunque muchas de ellas eran exageraciones, la casualidad parecía insuficiente para explicar las demás (aunque muchas veces olvidamos que la ciencia médica actual ha avanzado infinitamente sobre la de esa época, la penicilina comenzó a usarse en hospitales en los años 40). La falta de más escándalos y muertes extrañas disipó poco a poco el interés de los periodistas los siguientes treinta años.

El Gran Museo Egipcio de antigüedades empieza a abrirse al público.

En las décadas de 1960 y 1970 las piezas del Museo Egipcio de El Cairo se trasladaron a varias exposiciones temporales organizadas en museos europeos. Los directores del museo de entonces murieron poco después de aprobar los traslados, y los periódicos ingleses también extendieron la maldición sobre algunos accidentes menores que sufrieron los tripulantes del avión que llevó las piezas a Londres. La última víctima atribuida a la maldición fue Ian McShane, ya que poco antes de comenzar la filmación de la película de 1980 La maldición de Tutankamon protagonizada por Raimond Burr en donde participaba en un papel secundario, su coche se salió de la carretera y se rompió gravemente una de las piernas debiendo ser reemplazado en la película.

La explicación más común a la maldición de los faraones es que fue una creación de la prensa sensacionalista de la época. Un estudio mostró que, de las 58 personas que estuvieron presentes cuando la tumba y el sarcófago de Tutankamón fueron abiertos, sólo ocho murieron en los siguientes doce años. Todos los demás vivieron más tiempo, incluyendo al propio Howard Carter que murió en 1939. El médico que hizo la autopsia a la momia de Tutankamon vivió hasta los 75 años. Algunos han especulado con que un hongo mortal podría haber crecido en las tumbas cerradas y haber sido liberado cuando se abrieron al aire.

El estafilococo, staphylococcus o su abreviación "staph" en inglés, es un tipo de microbio (bacteria) que puede causar infecciones casi en cualquier parte del cuerpo.

Arthur Conan Doyle, autor de las novelas detectivescas de Sherlock Holmes, fomentó esta idea y especuló con que el moho tóxico había sido puesto deliberadamente en las tumbas para castigar a los ladrones de tumbas. Aunque no hay pruebas de que tales patógenos fuesen responsables de la muerte de Lord Carnarvon, y recordemos que en esa época se moría de cualquier infección al no existir los antibióticos, tampoco hay duda de que sustancias peligrosas pueden acumularse en tumbas antiguas. Estudios recientes de antiguas tumbas egipcias abiertas en la actualidad que no han estado expuestas a los contaminantes modernos hallaron bacterias patógenas de los géneros Staphylococcus y Pseudomonas, así como los mohos Aspergillus niger y Aspergillus flavus. Además, las tumbas recién abiertas se convierten a menudo en refugio para los murciélagos, cuyo guano puede transmitir la histoplasmosis. Sin embargo, a las concentraciones halladas típicamente, estos patógenos sólo suelen ser peligrosos para personas con sistemas inmunológicos debilitados. Las muestras de aire tomadas del interior de un sarcófago sellado mediante un agujero perforado, tenían altos niveles de amoníaco, formaldehído y ácido sulfhídrico que, si bien son gases tóxicos, también resultan fáciles de detectar en concentraciones peligrosas por su fuerte olor.

Howard Carter, el principal «implicado», murió el 2 de marzo de 1939 a los 64 años, de muerte natural, 17 años después. Su frase preferida cuando le hablaban de la «maldición», era: «Todo espíritu de comprensión inteligente se halla ausente de esas estúpidas ideas.» Y añadía:

Los antiguos egipcios, en lugar de maldecir a quienes se ocupasen de ellos, pedían que se los bendijera y dirigiesen al muerto deseos piadosos y benévolos... Estas historias de maldiciones, son una degeneración actualizada de las trasnochadas leyendas de fantasmas... El investigador se dispone a su trabajo con todo respeto y con una seriedad profesional sagrada, pero libre de ese temor misterioso, tan grato al supersticioso espíritu de la multitud ansiosa de sensaciones.

Carter ha pasado a la historia como el arqueólogo más famoso de la historia. Los orígenes del descubridor de la tumba de Tutankamón son relativamente modestos, su padre era ilustrador y su madre, hija de un constructor. Desde niño mostró un incipiente talento como dibujante y una gran pasión por la egiptología, cualidades que lo llevaron hasta el país de los faraones donde no paró de trabajar hasta que halló un tesoro único. Al cabo de una década de excavación y documentación de la tumba del faraón, Carter contaba con 56 años y había llevado a cabo un trabajo modélico gracias a la meticulosidad y el talento como dibujante que había aprendido durante su infancia y juventud.

Esta estatua con el tocado khat, y otra igual con el pañuelo nemes, a tamaño natural, guardaban la entrada a la cámara funeraria de Tutankamón.

Nació el 9 de mayo de 1874 en Rich Terrace 10, en una de las diez casas edificadas en 1833 en una zona denominada hoy Richmond Mansions, en Old Brompton Road, en el barrio de Kensington, en Londres. A pesar de ello, pasó gran parte de su infancia en Swaffham, una localidad del condado de Norfolk de la que sus progenitores eran oriundos. Su padre, Samuel John Carter, fue un reputado artista especializado en la representación de animales. Tal vez debido a su quebradiza salud no tuvo una escolarización reglada y su instrucción la asumieron su padre, que modeló su talento pictórico, y sus familiares maternos en su casa de Swaffham. Swaffham y sus alrededores, sus asociaciones familiares y su arte se convirtieron en influencias poderosas en el desarrollo del joven.

Durante su adolescencia, Carter se interesó por el Antiguo Egipto y destacó por su destreza en el dibujo, pero no parecía dispuesto a seguir la carrera de su padre. "Para ganarme la vida comencé a pintar, con acuarelas y tizas de colores, loros domésticos, gatos y perros falderos mordedores y malolientes. Siempre fui un gran amante de los pájaros y los animales -de hecho me crié con ellos-, pero odiaba ese tipo de perros falderos", cuenta el propio Howard Carter en uno de sus diarios. En 1891, con tan solo diecisiete años y sin ningún tipo de formación académica, la Egypt Exploration Society lo envió a Egipto junto con el arqueólogo Percy Newberry para trabajar como dibujante, copiando pinturas e inscripciones de tumbas egipcias. Hizo dibujos de las esculturas e inscripciones del templo adosado de la reina Hatshepsut. Luego fue nombrado inspector general del departamento de antigüedades egipcias. En 1902, mientras supervisaba las excavaciones en el Valle de los Reyes, la gran necrópolis de los faraones del Imperio Nuevo, descubrió las tumbas de Hatshepsut y Thutmosis IV.

Un anillo encontrado en el ajuar funerario de Tutankamón. El esárabajo representaba al sol naciente y era símbolo de la resurrección en la mitología egipcia.

Carter trabajó después durante una temporada junto al famoso egiptólogo Flinders Petrie, lo que le ayudó a aprender el arte de excavar con métodos científicos. Petrie fue uno de los primeros en afirmar que los yacimientos no pueden ser saqueados y la necesidad de utilizar un método científico de excavación, lo que acabaría teniendo un profundo efecto en los métodos de trabajo de Carter.

En 1909, Carter trabajaba como artista independiente y vendedor de antigüedades y conoció a George Herbert, quinto conde de Carnarvon, el hombre que le permitió convertirse en el arqueólogo que descubriría la tumba más fabulosa de la historia de la arqueología. El aristócrata se hallaba en Egipto por motivos de salud, desde inicios de siglo pasaba los inviernos en Egipto por recomendación médica tras sufrir un accidente automovilístico. Durante esas estancias se convirtió en un entusiasta de la egiptología y quería organizar una excavación arqueológica, pero carecía de la experiencia necesaria para convencer al Servicio de Antigüedades de Egipto de que le concediese un permiso para excavar en algún lugar con potencial arqueológico. Carter también quería excavar, sí atesoraba esa experiencia pero no tenía dinero, así que Carnarvon lo empleó para que trabajase para él.

Hovard Carter (derecha) posa junto a Lord Carnarvon y su hija Evelin a los pies de la entrada a la tumba de Tutankamón en el Valle de los Reyes.

En 1914, Lord Carnarvon obtuvo por fin la ansiada concesión que permitiría a Carter excavar en el Valle de los Reyes. Casi todos los expertos creían que era perder el tiempo: en la necrópolis tebana habían encontrado numerosas tumbas de faraones, pero todas habían sido saqueadas en la antigüedad. Sin embargo, Carter estaba convencido de que faltaba una tumba por encontrar, la de un entonces desconocido faraón, Tutankhamón. Su nombre había aparecido en inscripciones de monumentos y en una serie de pequeños descubrimientos en el Valle, pero su tumba aún no se había descubierto. El gran descubrimiento se produciría tras muchos años de excavaciones limpiando el suelo del Valle hasta llegar al lecho de roca. Un trabajo lento y monótono que hizo plantear a Carnarvon si valía la pena invertir su fortuna en él. Por fortuna, el aristócrata dio una última oportunidad al arqueólogo y el 4 de noviembre de 1922, el equipo de Carter descubrió les escalones que bajaban hasta la puerta sellada de la tumba de Tutankamón, Carter, por respeto a su mecenas, esperó a la llegada de lord Carnarvon para abrir la puerta sellada que había permanecido cerrada casi tres mil años y ver las maravillas que se escondían todavía tras ella.

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