El 3Arena de Dublín ha acogido conciertos de
U2, Mariah Carey, Britney Spears y Arcade Fire, pero este
octubre 5.000 personas se dieron cita para ver un espectáculo
muy diferente. Decenas de políticos irlandeses se subieron
al escenario, de los partidos gobernantes y de la oposición,
y lo único que hicieron fue hablar. Largos discursos sobre
las pensiones, la sanidad, los impuestos, la política social,
los acuerdos constitucionales... Temas tan importantes como
soporíferos para el público. Sin embargo, los asistentes permanecieron
atentos en sus asientos, parecían interesados en cada palabra.
El auditorio estaba lleno de energía porque
cada discurso articulaba un deseo colectivo que antes se consideraba
una fantasía sin esperanza y que ahora tiene alguna posibilidad,
el deseo de una Irlanda unida.
“Juntos, aspiramos a una Irlanda más allá de
la partición”, dijo Mary Lou McDonald, líder del Sinn Féin,
ante la multitud. “Re-imaginemos el futuro de nuestro país,
debatamos nuestras ideas para una Irlanda unida y un mañana
que recoja todo el potencial y las inmensas oportunidades
de esta isla. Nos hemos reunido en este recinto unidos por
el espíritu de la ambición. Para aprovechar el momento”. Hizo
una pausa y elevó el tono de su discurso: “Amigos, nos hemos
reunido para construir nuestra nación de nuevo”.
McDonald terminó su discurso entre vítores y
una ovación. Todavía quedaban más momentos apoteósicos: en
su discurso de apertura, el actor James Nesbitt, protestante
norirlandés de origen unionista, declaró que era el momento
de una “nueva unión de Irlanda”, que diera cabida a todas
las identidades y lealtades. “Estamos en un momento clave
de la historia de las islas”, dijo. El público gritó y ovacionó
de nuevo. Salieron al sol de otoño con la confianza de que
la historia estaba por fin de su lado, de que las fuerzas
demográficas y políticas se estaban alineando para borrar
la frontera.
“Estamos más cerca que nunca de alcanzarlo”,
dijo Mary Grne, de 63 años, del oeste de Belfast. Wally Kirwan,
de 78 años, un alto cargo jubilado que solía asesorar a los
gobiernos irlandeses sobre Irlanda del Norte, apoyó la idea
de una Irlanda unida. “Si vivo unos años más, puede que esté
allí para ello”.
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Claves de la ley con la que Johnson quiere reescribir
el protocolo de Irlanda del Norte, el punto más polémico del
Brexit.
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Estos eran los convencidos, personas que habían
pagado unos siete euros para asistir a la conferencia organizada
por Ireland's Future (el futuro de Irlanda), una organización
sin ánimo de lucro que aboga por la unificación. Pero no son
los únicos. Los políticos británicos son cada vez más proclives
a hablar del rumbo que puede tomar Irlanda. “Parece más probable
que, en un futuro no muy lejano, la provincia pase a formar
parte de la república”, escribió recientemente en el Daily
Telegraph Norman Tebbit, un ministro thatcherista herido en
el atentado del IRA contra la conferencia del Partido Conservador
en el Grand Hotel de Brighton en 1984. Shaun Woodward, último
representante del Gobierno laborista para Irlanda del Norte,
declaró a la BBC que se acercan las condiciones para convocar
un referéndum: “Estamos bastante cerca”. Peter Kyle, político
laborista y ministro en la sombra para Irlanda del Norte,
dijo que convocaría un referéndum, también conocido como “sondeo
fronterizo”, si se cumplen ciertas condiciones. “No voy a
ser un obstáculo si se dan las circunstancias”, dijo.
El hecho de que la idea de una Irlanda unida
sea tomada en serio es un giro dramático a una situación que
empezó un siglo atrás. Los rebeldes liderados por Michael
Collins pusieron fin al dominio británico y consiguieron la
autonomía de 26 de los 32 condados de Irlanda en 1921. Los
británicos separaron seis condados del norte como un estado
para los protestantes que querían permanecer en el Reino Unido.
En este nuevo territorio, Irlanda del Norte, los protestantes
superaban a los católicos en una proporción de dos a uno,
asegurando una mayoría unionista que, aparentemente, era permanente.
La discriminación de los católicos alimentó el conflicto norirlandés,
que reavivó el IRA y los sueños republicanos de unificación.
Más tarde, el acuerdo de Viernes Santo de 1998 consagró el
principio de que no se puede hacer ningún cambio constitucional
sin el consentimiento de la mayoría. Si un secretario de Estado
(el ministro del Gobierno británico encargado de Irlanda del
Norte) cree que la mayoría está a favor de la unificación,
debe convocar un referéndum. Durante dos décadas, esta posibilidad
era remota, ya que la mayoría de los habitantes de Irlanda
del Norte, incluidos muchos católicos, eran partidarios de
mantener el statu quo. Significaba estabilidad, mantenerse
en el Sistema Nacional de Salud (NHS) y una subvención anual
estimada en 10.000 millones de libras (unos 11.500 millones
de euros) de Londres.
Una protesta en Belfast contra el Protocolo
de Irlanda del Norte, en junio de 2021.
El sueño de la unificación se quedó congelado.
Sin embargo, en los últimos seis años, poco a poco, se ha
ido despertando. Lo que ha provocado los comentarios de Tebbit,
Woodward y Kyle fueron los resultados del censo de Irlanda
del Norte de 2021. De los 1,9 millones de habitantes, los
católicos superan ahora a los protestantes: 45,7% frente al
43,48%. La inclinación demográfica era esperada -la brecha
se ha ido reduciendo cada década-, pero no deja de ser un
hito. El difunto reverendo Ian Paisley, fundador del partido
Unionista Democrático (DUP), temía ese cambio y llegó a decir
que pasaría porque los católicos “se reproducen como conejos
y se multiplican como alimañas”.
Quizá el dato más significativo del censo sea
la pérdida de la llamada identidad británica. Un 32% se identificaba
solo como británico, un 29% sólo como irlandés y un 20% solo
como norirlandés. En 2011, las cifras eran de un 40% de británicos,
un 25% de irlandeses y un 21% de norirlandeses. Las huellas
del Brexit están presentes en esta disminución del sentimiento
de pertenencia a Reino Unido.
La mayoría de los habitantes de Irlanda del
Norte, al igual que los de Escocia, votaron en 2016 a favor
de permanecer en la UE y se quejan de que los ingleses les
obligaran a salir de ella tras el Brexit. No se trata solo
de mercados y viajes. El éxito del acuerdo de Viernes Santo
dependía de la difuminación de las identidades: en Irlanda
del Norte uno podía sentirse británico, irlandés o ambas cosas.
Al resucitar el debate sobre las fronteras, el Brexit ha revivido
una cuestión existencial: ¿de qué lado estás? En una encuesta
de LucidTalk realizada en agosto, el 48% se mostró partidario
de permanecer en Reino Unido, frente al 41% que se inclinaba
por la unión con Irlanda. Una encuesta de la Universidad de
Liverpool realizada en julio reveló que ambas partes estaban
empatadas en aproximadamente un 40%.
El Sinn Féin, antaño portavoz del IRA y paria
político, está ahora en alza. En las elecciones a la asamblea
de mayo, superó al DUP como mayor partido de Irlanda del Norte,
un hito que hace que Michelle O'Neill pueda ser primera ministra.
Lidera la oposición, está aumentando su popularidad y parece
dispuesta a liderar el próximo Gobierno, una propuesta antes
impensable. Los líderes del Sinn Féin dieron la bienvenida
al rey Carlos III a Irlanda del Norte con una impecable muestra
de respeto republicano -otro hito- que impresionó incluso
a algunos unionistas. Mientras los defensores de la unidad
irlandesa pulen sus credenciales, los defensores de Irlanda
del Norte en Reino Unido pierden credibilidad. El DUP se ha
alejado de los protestantes liberales al oponerse a las uniones
entre personas del mismo sexo, al derecho al aborto y otros
cambios sociales. Ha hecho fracasar el reparto de poder para
protestar contra el protocolo de Irlanda del Norte, dejando
a la región sin rumbo en medio de una crisis del coste de
la vida y reforzando la sensación de que Irlanda del Norte,
como entidad política, simplemente no funciona, un objetivo
largamente acariciado por el IRA.
La viceministra principal de Irlanda del Norte,
Michelle O’Neill.
Mientras tanto, los tories del partido Conservador
y Unionista han priorizado el Brexit en detrimento de la unión.
En una encuesta de YouGov de 2019, el 59% de los miembros
del partido dijeron que aceptarían que Irlanda del Norte abandonara
Reino Unido como precio del Brexit. El ex primer ministro
Boris Johnson exhibió la misma actitud al aceptar el protocolo
que pone una frontera comercial entre Irlanda del Norte y
Gran Bretaña para evitar una frontera dura en la isla de Irlanda.
El nuevo Gobierno de Rishi Sunak se muestra más abierto a
negociar con la UE y el primer ministro dijo que está confiado
en encontrar una solución de aquí a abril, cuando se celebra
el 25 aniversario de los acuerdos de Viernes Santo.
“El referéndum vuelve a estar sobre la mesa
porque Gran Bretaña ahora mismo nos da vergüenza”, dice Malachi
O'Doherty, el autor de Can Ireland Be One? (¿Una única Irlanda
es posible?). “Si voto a favor de la unificación, será por
no querer ser gobernado por una Pequeña Inglaterra dirigida
por tories imbéciles hasta el fin de los tiempos”.
Parece que cada mes aparece otro libro sobre
el tema: United Nation: the Case for Integrating Ireland (Nación
Unida: el argumento a favor de la integración de Irlanda)
de Frank Connolly; Northern Protestants: On Shifting Ground
(Protestantes de Irlanda del Norte: En terreno movedizo) de
Susan McKay; Making Sense of a United Ireland (El sentido
de una Irlanda unida) de Brendan O'Leary. Ben Collins, exjefe
de prensa del Gobierno británico que hizo campaña por el partido
unionista del Úlster, detalla su conversión a la causa en
Irish Unity: Time to Prepare (Unidad irlandesa: Es hora de
prepararse). Rosemary Jenkinson también ha publicado la novela
Extraordinary Times (Tiempos extraordinarios), un thriller
sobre Belfast en vísperas de un referéndum.
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Jim Sheridan abandonó Irlanda en los años 80,
y sin embargo, su cine siempre ha girado en torno a su país.
Lo ha hecho desde lo autobiográfico, como en En América, donde
narraba su propia peripecia cuando llegó a EEUU y la nostalgia
hacia la tierra dejada atrás; pero también abordando el conflicto
en el norte del país que, como bien cuenta en forma de comedia
la serie Derry Girls, acabó alcanzado a todos de alguna manera.
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La marea parece implacable, inevitable. Los
defensores de la unidad se esfuerzan por evitar el triunfalismo.
No hay tricolores irlandeses ni baladas rebeldes en los actos
de Irlanda del Futuro. Gerry Adams sigue entre bastidores.
El mensaje es: la unidad está llegando, los unionistas serán
bienvenidos, discutamos los detalles. “El cambio constitucional
requerirá planificación y preparación. No se trata de imponer
un resultado predeterminado a nadie”, dice John Finucane,
diputado del Sinn Féin. Lo cierto es que la unificación no
es inevitable. El ascenso del Sinn Féin, y los resultados
del censo, son en cierto modo engañosos. El partido es popular
en el sur porque promete medidas de gasto público de izquierdas
para la crisis de la vivienda y otros problemas no relacionados
con una Irlanda unida. Los sondeos de opinión sugieren que
el apoyo a la unificación en la república es amplio, pero
poco profundo, y que sólo el 22% está dispuesto a pagar más
impuestos para financiarla.
Se espera que un Gobierno liderado por el Sinn
Féin priorice el acceso a la vivienda, los ingresos y el bienestar.
Su aumento electoral en el norte se produce a expensas del
Partido Socialdemócrata y Laborista (SDLP), que también está
a favor de la unificación. En las últimas elecciones, el voto
nacionalista global se ha estancado en torno al 40%, al igual
que el voto unionista global. Un referéndum dependerá de aquellos
votantes que se encuentran en una zona gris, aproximadamente
el 20% del electorado. “No es una cuestión de Naranjas (unionistas,
protestantes) o de Verdes (nacionalistas, católicos): es una
cuestión de clases, se trata de si puedes calentar tu casa”,
dice Niall Carson, de 23 años, camarero de Belfast.
Belfast (del irlandés Béal Feirste, que significa
«el vado arenoso en la desembocadura del río») es la capital
y ciudad más grande de Irlanda del Norte en el Reino Unido
y la segunda de toda la isla de Irlanda, después de Dublín.
El partido que más crece en Irlanda del Norte
es la Alianza, que se muestra indiferente ante cualquier consulta
sobre la frontera y dice que decidirá su posición si se produce.
“La cuestión constitucional no es lo que me hace salir de
la cama por la mañana. Son las cuestiones de fondo: el clima,
la justicia social”, dice Eóin Tennyson, de 24 años, miembro
de la Alianza en la Asamblea. Señala que a los jóvenes les
molesta que se les empuje hacia posiciones tribales. “Si eres
ateo, te dicen: 'Sí, ¿pero ateo protestante o ateo católico?'”.
Los votantes juzgarán un posible Estado unido en función de
cómo afecte a la sanidad, las pensiones y otras preocupaciones
pragmáticas, dice Tennyson. “Se habla mucho de la necesidad
de centrarse en los detalles, pero parece que nunca llegamos
a eso”. Tiene razón. Los estudios sobre la unificación tienden
a llenar las lagunas de la investigación con ilusiones y suposiciones
discutibles. Los ponentes del evento de 3Arena lo reconocieron
tácitamente cuando dijeron que era necesario trabajar seriamente
para dar cuerpo a lo que sería una Irlanda unida. Convencer
a los votantes para que se lancen a algo nuevo no es fácil,
como comprobaron los nacionalistas escoceses en 2014, cuando
la mayoría de los votantes rechazó la independencia de Escocia
en referéndum. Es probable que sea aún más difícil si el atribulado
Gobierno conservador da paso a un Gobierno laborista estable.
Los nacionalistas irlandeses pueden descubrir que Irlanda
del Norte, a pesar de todas sus disfunciones, no es lo suficientemente
disfuncional como para influir en los votantes indecisos.
Disfrutan de un coste de la vida relativamente bajo, de oportunidades
de trabajo y de una vibrante escena artística.
Edimburgo, capital de Escocia, es, seguramente,
una de las ciudades más encantadoras de Europa. Sus calles
transportan a la Edad Media a los viajeros y estos, a cada
paso que dan, se encuentran con lugares fascinantes. Museos,
edificios históricos, patios. Edimburgo está repleto de sitios
emblemáticos y otros que no lo son tanto, pero que de igual
modo merecen ser descubiertos.
“Este lugar ofrece cosas buenas, emocionantes
y llenas de posibilidades”, dice Anne McReynolds, directora
ejecutiva del Metropolitan Arts Centre de Belfast, más conocido
como el Mac. En su opinión, el Teatro Lírico de la ciudad,
la Gran Ópera y otros lugares prosperan a pesar de los drásticos
recortes en la financiación de las artes. El barrio de la
catedral se ha transformado en un centro artístico y hostelero
que atrae a multitud de estudiantes. “Antes no había nada,
salvo algún cadáver y algún terrorista al acecho. Este lugar
tiene una gran vitalidad, está lleno de vida”, dice Damien
Corr, responsable de la mejora de los negocios de la zona.
El otro factor que frena el cambio constitucional
es que la situación se podría complicar, muy rápidamente.
La última vez que se introdujo una minoría en un nuevo Estado
en contra de su voluntad no funcionó bien. Las promesas de
respetar la cultura unionista -quizás adoptar una nueva bandera
e himno, volver a la Commonwealth, un debate en torno al papel
que desempeña el Parlamento- no tienen mucho éxito en las
zonas unionistas de línea dura. Al pasear por Lower Newtownards
Road, en el este de Belfast, se ven murales recién pintados
que anuncian “la esquina de la libertad” y representan figuras
enmascaradas que vigilan un control de carretera. En muchas
casas se ven banderas de Reino Unido y carteles de la reina
Isabel II. “Somos británicos y vamos a seguir siendo británicos.
No queremos una Irlanda unida”, dice una residente, Catherine
McCormack, de 64 años. “No queremos que nuestro país esté
dirigido por terroristas. Depende de nosotros impedirlo”.
Su amiga Agnes, de 68 años, sentencia: “Lo diré claramente,
amor. No queremos que el Sinn Féin-IRA dirija el país”. No
le impresionó que el Sinn Féin recibiera al rey Carlos III.
“Tienen tantas caras como el reloj Albert”. Richard Stitt,
de 52 años, antiguo paramilitar de la Asociación de Defensa
del Úlster, dice que nunca podría aceptar el Gobierno de Dublín.
“Nunca me sometería al Gobierno irlandés, ni al Papa”. La
UDA y la Fuerza de Voluntarios del Úlster, un grupo paramilitar
rival, siguen dispuestos a defender la identidad británica.
“Si hay un referéndum, todos empezarían a pelear de nuevo,
volverían a disparar. Siguen recogiendo armas”, señala.
Bajo el liderazgo político de Gerry Adams y
Martin McGuinness, el Sinn Féin adoptó una política reformista,
que finalmente condujo al Acuerdo del Viernes Santo.
La policía coincide en que los grupos siguen
armados y son peligrosos. Malachi O'Doherty dice que algunas
zonas unionistas podrían exigir su propia policía, tribunales
y soberanía. “Los unionistas del norte tienen un territorio,
un territorio definido que afirmarían con murales, banderas,
desfiles, quizá con armas. Sería una piedra muy dura de roer
para una Irlanda unida. Estás creando una región potencial
de ser el Donbás”. Shane Ross, ex político irlandés y autor
de Mary Lou McDonald, una nueva biografía de la líder del
Sinn Féin, comparte el pronóstico. “Una Irlanda unida es una
especie de nirvana muy peligroso. Resucitará todos los fantasmas
del pasado”.
La multitud presente en el 3Arena se encogió
de hombros calificando esas palabras de alarmismo y derrotismo.
Había una nueva nación que construir. Sin embargo, Nesbitt
terminó su discurso de apertura con lo que parecía una advertencia
en clave. “Os dejo con una tradicional y apropiada bendición
irlandesa”, dijo. “Que tengáis la retrospectiva de saber dónde
habéis estado, la previsión de saber a dónde vais y la perspicacia
de saber cuándo habéis ido demasiado lejos”.
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