Hace un año la noticia de un hombre con VIH
que, tras sufrir un cáncer, se había sometido a un trasplante
de células madre de la médula ósea y parecía haberse curado
de ambas enfermedades avivó la esperanza de que era posible
encontrar una cura para este virus; si embargo, entonces,
los científicos pedían cautela e insistían que aún era pronto
para hablar de curación. Ahora, después de que el hombre,
al que apodan ‘el Paciente de Londres’, lleve 30 meses sin
tomar tratamiento antirretroviral y sin signos detectables
del virus en el cuerpo, los investigadores consideran que
sí, que se ha curado.
Se convierte así en la segunda persona en el
mundo en haber logrado eliminar el VIH, después de que un
primer individuo, el “Paciente de Berlín”, hace 12 años se
sometiera también a dos trasplantes de células madre, en 2007
y 2008, para tratar un cáncer y lograra curarse de ambas enfermedades.
Y podría haber una tercera persona curada, tal como publican
los investigadores en The Lancet HIV. Se trata de un paciente
de Düsseldorf que, por el momento, lleva ya 14 meses con el
virus indetectable en ausencia de medicación.
El tratamiento antirretroviral es esencial para
mantener la infección de VIH bajo control: reduce la concentración
de virus en el organismo y el riesgo de transmisión; e impide
que la infección por VIH acabe provocando SIDA, la enfermedad.
Cuando una persona portadora del VIH interrumpe el tratamiento,
el virus rebrota en las primeras cuatro semanas.
Que en los tres pacientes que han logrado curarse
de VIH no hayan tenido rebrote del virus se debe a que recibieron
un trasplante de células madre de donantes que tenían dos
copias de una mutación que provoca que los glóbulos blancos,
las células de defensa del organismo, sean resistentes al
VIH. Al hacerles el trasplante, conforme las células del donante
van reemplazando las de la persona con el virus disminuyen
las posibilidades de que el VIH se replique y, por tanto,
que pueda seguir infectando. Y, como demuestran estos tres
casos, el virus acaba desapareciendo.
Los fármacos antirretrovirales o antirretrovíricos
(TAR de Terapia AntirRetroviral) son medicamentos antivirales
específicos para el tratamiento de infecciones por retrovirus
como, por ejemplo, el virus de la inmunodeficiencia
humana (VIH), causante del síndrome de inmunodeficiencia
adquirida (SIDA). Diferentes antirretrovirales se utilizan
en varias etapas del ciclo vital del VIH. El conjunto
de varias combinaciones de tres o cuatro fármacos se
conoce como Terapia Antirretroviral de Gran Actividad
(TARGA).

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“Cuando se publicó el caso de Londres insistimos
en no hablar de cura porque, aunque 18 meses invitaban mucho
al optimismo porque no se había visto un intervalo tan largo
desde el Paciente de Berlín, queríamos ser prudentes y no
generar falsas expectativas”, afirma Javier Martínez-Picado,
investigador Icrea en IrsiCaixa y co-coordinador de IciStem.
El paciente de Londres, el segundo caso de persona con VIH
curada, se llama Adam Castillejo, tiene 40 años y el lunes
decidió hacer pública su identidad en una entrevista con el
The New York Times, donde reveló que había convivido con el
VIH desde 2003. En 2012 le diagnosticaron un linfoma de Hodgkin,
un cáncer que afecta a las células del sistema inmunitario,
y en 2016 se sometió a un trasplante de células madre. Aquí
la clave está en que los médicos eligieron a un donante con
la mutación CCR5 Delta 32, que protege de forma natural frente
al VIH puesto que impide la entrada del virus a las células
diana del VIH, los linfocitos T CD4, un tipo de glóbulo blanco.
Dieciséis meses después, los médicos decidieron
interrumpir el tratamiento retroviral y en marzo de 2019,
tal como publicó este diario, la revista Nature ya recogía
en un artículo que llevaba 18 meses sin virus detectable en
sangre. Entonces era el segundo caso de remisión a largo plazo.
Ahora, 30 meses después y coincidiendo con la celebración
de la Conferencia de Retrovirus e Infecciones Oportunísticas,
el congreso mundial más importante sobre sida, que debía celebrarse
estos días en Boston (EE.UU.) pero que debido a la Covid-19
tiene lugar de forma virtual, los investigadores han anunciado
que la carga viral en sangre continúa indetectable, también
en líquido cerebro-espinal, tejido intestinal y linfático,
y semen. Los científicos sí han detectado pequeñas señales
de virus en tejidos linfoides; se trata de fragmentos del
virus y no del genoma entero, por lo que “no es probable que
sea capaz de generar una nueva partícula viral e infecte de
nuevo el cuerpo del paciente”, señala Martínez-Picado.
Por lo que respecta al tercer paciente que podría
haberse curado, de Düsseldorf, es un hombre de 50 años con
VIH que en febrero de 2013 recibió un trasplante de células
madre con la mutación CCR5 Delta 32 para tratar una leucemia
mieloide aguda. En noviembre de 2018 los médicos decidieron
interrumpir el tratamiento antirretroviral. Ahora, 14 meses
después, continúa sin rebote viral y los investigadores consideran
que podría tratarse del tercer caso del mundo de curación
del VIH.
El trasplante de células madre es un tratamiento de
alto riesgo y solo se usa como última opción para pacientes
con VIH que padecen enfermedades hematológicas que ponen
en riesgo su vida. Por tanto, no es una opción que podría
ofrecerse se forma generalizada a pacientes que ya siguen
un tratamiento antirretroviral con éxito.
Los trasplantes de células madre propias manipuladas
mediante ingeniería genética abren la puerta a hallar
nuevos tratamientos de cura del VIH.

¿Qué son las células madre? Las células
madre son aquéllas que se encuentran en una fase temprana
de su desarrollo, por lo que tienen el potencial de
convertirse en diferentes tipos de células en el organismo.
La mayoría de las células adultas del ser humano tienen
un objetivo concreto que no puede modificarse. En cambio,
en determinadas condiciones, las células madre pueden
llegar a formar cualquiera de los tejidos y órganos
del cuerpo humano, funcionando como un sistema reparador
de éste. ¿Qué tipos de células madre hay? Los científicos
diferencian dos tipos. Las células madre embrionarias
proceden en general de embriones de sólo cuatro o cinco
días creados en laboratorios y son las de mayor utilidad
para los investigadores dado su pluripotente, es decir,
pueden llegar a formar cualquier célula plenamente diferenciada
del organismo. Pueden mantenerse de forma indefinida,
ya sea en el embrión o en determinadas condiciones de
cultivo, formando al dividirse una célula idéntica a
ellas mismas, y manteniendo una población estable. Por
su parte, las células madre adultas se originan en organismos
ya maduros. Su función es mantener el organismo en un
estado saludable y reparar daños, aunque su capacidad
para convertirse en otro tipo de célula es más limitado
que el de las embrionarias. ¿Por qué constituyen una
revolución en la medicina? ¿Qué enfermedades permiten
tratar? El estudio de estas células puede ayudar a explicar
cómo se producen algunos cuadros serios tales como los
defectos congénitos y el cáncer. Las investigaciones
con células madre buscan el tratamiento de males que
dañan o destruyen tejidos u órganos como la hepatitis,
la diabetes, el Parkinson o la enfermedad de Alzheimer.
Su utilidad científica también se extiende al estudio
de enfermedades coronarias, derrames cerebrales, artritis,
quemaduras y daños en la médula espinal.

¿Son realmente eficaces los tratamientos
con células madre? La mayor parte de estas investigaciones
se encuentran en fase experimental. Los científicos
han realizado ensayos en animales, en los que se desencadena
una enfermedad artificialmente a través de productos
químicos, pero su eficacia no está comprobada al 100%
en condiciones normales en los seres humanos. ¿Cuáles
son los riesgos de estos tratamientos? Aunque estas
terapias con células madre deberían resultar eficaces,
dada su novedad pueden contar con efectos secundarios,
puesto que estas células precursoras se pueden desarrollar
de una manera impredecible, por ejemplo en células cancerosas,
según subrayan sus detractores. ¿Por qué hay tanta controversia
en torno a las células madre? Las dudas éticas que desde
distintos sectores se han planteado sobre las terapias
con células madre solamente se refieren a las células
embrionarias cultivadas en laboratorio. Los críticos,
con la Iglesia a la cabeza, consideran que éstas forman
parte de embriones humanos que podrían haberse desarrollado
en un ser humano si se hubiesen implantado en un útero.
Por ello, estas voces subrayan que no es ético utilizar
estas células con fines investigativos y luego destruirlas.

¿Qué dice la ley de la investigación con
células madre? La Convención Europea para la Protección
de los Derechos Humanos y de la Dignidad del Ser Humano
prohíbe la "creación de embriones humanos para fines
de investigación". No obstante, el parlamento de cada
país tiene autonomía para asignar individualmente las
normas y marcos éticos en la investigación con células
madre de embriones humanos. El Reino Unido, los países
nórdicos, Holanda y Bélgica son los países que cuentan
que tienen una legislación más aperturista en este sentido.
En España, la legislación permite
la investigación con células madre procedentes de embriones
congelados sobrantes de los procesos de fecundación
asistida, siempre y cuando las parejas autoricen su
utilización con fines científicos. En EE UU, Barack
Obama puso fin a los límites que el anterior mandatario
George W. Bush había fijado en 2001 a la investigación
con células madre procedentes de embriones humanos.
¿Cuál es el estado de las investigaciones en España?
Hasta ahora, los investigadores españoles han realizado
ensayos clínicos controlados de aplicación de células
madre en pacientes con enfermedades cardiacas, como
el infarto de miocardio, y en el tratamiento de fístulas
del tubo digestivo.
A finales de 2011 Sevibe Cells inauguraba,
de manera oficial, el primer laboratorio privado de
procesamiento de células madre en Cataluña.
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Tanto el Paciente de Londres como el de Düsseldorf
forman parte del consorc io IciStem, coordinado por el Instituto
de Investigación del Sida IrsiCaixa ye l Centro Médico Universitario
de Utrech (Holanda). Está integrado por unos 200 investigadores
en Europa, Estados Unidos y Canadá, y han analizado cinco
millones de personas para identificar potenciales donantes
de médula ósea y cordón umbilicalcon dos copias de la alteración
genética que resulta protectora frente al virus.
“Nuestros resultados muestran que el éxito del
trasplante de células madre, como una cura para el VIH, se
puede replicar”, asegura Ravindra Kumar Gupta, de la Universidad
de Cambridge y coautor de este trabajo. “Es importante señalar
que este tratamiento es de alto riesgo y solo se usa como
última opción para pacientes con VIH que padecen enfermedades
hematológicas que ponen en riesgo su vida. Por tanto, no es
una opción que podría ofrecerse se forma generalizada a pacientes
que ya siguen un tratamiento antirretroviral con éxito”, puntualiza.
El peligro radica, explica Martínez Picado, en el hecho de
usar células madre de donantes, porque pueden provocar reacciones
graves en el organismo, como por ejemplo que estas células
ataquen a los órganos del receptor. Por eso, en el consorcio
IciStem se está investigando la posibilidad de realizar trasplantes
autólogos, esto es de las propias células. “Se trata de usar
la ingeniería genética para tomar células madre de las personas
con VIH, modificarlas en el laboratorio para que dejen de
expresar el receptor del virus, y reinfundirlas en sangre
en el paciente”, explica Martínez-Picado.
Este tipo de trasplantes de células madre propias
manipuladas mediante ingeniería genética abre la puerta a
hallar nuevos tratamientos de cura del VIH. En el futuro,
inciden los investigadores, podría ser una terapia con aplicabilidad
a gran escala, cuando la tecnología se abarate. En este sentido,
por ejemplo, la Fundación Bill y Melinda Gates, una de las
mayores fundaciones filantrópicas del mundo, tiene un programa
de terapia génica aplicado al VIH que quiere implementar en
países en vías de desarrollo.
La era del sida empezó oficialmente el 5 de
junio de 1981, cuando los CDC (Centers for Disease Control
and Prevention (Centros para el Control y Prevención de Enfermedades)
de Estados Unidos convocaron una conferencia de prensa donde
describieron cinco casos de neumonía por Pneumocystis carinii
en Los Ángeles. Al mes siguiente se constataron varios casos
de sarcoma de Kaposi, un tipo de cáncer de piel. Las primeras
constataciones de estos casos fueron realizadas por el Dr.
Michael Gottlieb de San Francisco.
Pese a que los médicos conocían tanto la neumonía
por Pneumocystis carinii como el sarcoma de Kaposi, la aparición
conjunta de ambos en varios pacientes les llamó la atención.
La mayoría de estos pacientes eran hombres homosexuales sexualmente
activos, muchos de los cuales también sufrían de otras enfermedades
crónicas que más tarde se identificaron como infecciones oportunistas.
Las pruebas sanguíneas que se les hicieron a estos pacientes
mostraron que carecían del número adecuado de un tipo de células
sanguíneas llamadas T CD4+. La mayoría de estos pacientes
murieron en pocos meses. Por la aparición de unas manchas
de color rosáceo en el cuerpo del infectado, la prensa comenzó
a llamar al sida, la «peste rosa», causando una confusión,
atribuyéndola a los homosexuales, aunque pronto se hizo notar
que también la padecían los inmigrantes haitianos en Estados
Unidos, los usuarios de drogas inyectables y los receptores
de transfusiones sanguíneas, lo que llevó a hablar de un club
de las cuatro haches que incluía a todos estos grupos considerados
de riesgo para adquirir la enfermedad. En 1982, la nueva enfermedad
fue bautizada oficialmente con el nombre de Acquired Immune
Deficiency Syndrome (AIDS), nombre que sustituyó a otros propuestos
como Gay-related immune deficiency (GRID).
Hasta 1984 se sostuvieron distintas teorías
sobre la posible causa del sida. La teoría con más apoyo planteaba
que el sida era una enfermedad básicamente, epidemiológica.
En 1983 un grupo de nueve hombres homosexuales con sida de
Los Ángeles, que habían tenido parejas sexuales en común,
incluyendo a otro hombre en Nueva York que mantuvo relaciones
sexuales con tres de ellos, sirvieron como base para establecer
un patrón de contagio típico de las enfermedades infecciosas.
Otras teorías sugieren que el sida surgió a causa del excesivo
uso de drogas y de la alta actividad sexual con diferentes
parejas. También se planteó que la inoculación de semen en
el recto durante la práctica de sexo anal, combinado con el
uso de inhalantes con nitrito llamados poppers, producía supresión
del sistema inmune. Pocos especialistas tomaron en serio estas
teorías, aunque algunas personas todavía las promueven y niegan
que el sida sea producto de la infección del VIH.
Un sobrecargo canadiense al que se atribuyó en la década
de 1980 el haber introducido y difundido el virus del
sida en Estados Unidos, apodado el "Paciente Cero",
no desempeñó en realidad ese papel, determinó un equipo
de investigadores estadounidenses. Redimido 30 años
después, en 2016.

"No hay prueba biológica ni histórica de que el 'Paciente
Cero' fuese el primer caso en Estados Unidos", según
concluyó un estudio dirigido por investigadores de la
Universidad de Tucson (Arizona) y presentado en una
conferencia en Boston. El equipo, dirigido por el profesor
de biología Michael Worobey, analizó el genoma del virus
contenido en ocho muestras de sangre de enfermos estadounidenses,
que eran parte de los nueve genomas más antiguos recuperados
en el mundo hasta ese momento, obtenidos en 1978-1979,
así como el del "Paciente Cero", conseguido en 1983.
Este último, el sobrecargo canadiense Gaétan Dugas,
había sido designado por el periodista Randy Shilts
en su libro "And the band played on" (Y la banda tocó,
de 1987) como el hombre que había introducido el VIH
a Estados Unidos y como quien lo diseminó con sus múltiples
viajes y su vida disipada, recuerda la revista Science.
Pero al combinar los análisis moleculares, filogenéticos
(lazos de parentesco entre organismos vivos que permiten
componer un árbol genético) e históricos, el equipo
del profesor Worobey estableció que el virus había sido
transferido desde Africa al Caribe (Haití principalmente)
entre 1964 y 1970 (probablemente antes de 1967), antes
de entrar a Estados Unidos por Nueva York entre 1969
y 1973 (probablemente antes de 1971). El virus, cuyo
genoma muta con cada duplicación permitiendo crear una
historia geográfica, a continuación fue transportado
a San Francisco (antes de 1975) "con una importante
mezcla geográfica en Estados Unidos y otros lugares
poco después", según el resumen.
Gracias al árbol genealógico realizado, los científicos
determinaron que el genoma del "Paciente Cero" no se
situaba en el comienzo del árbol genealógico de los
primeros años de la epidemia en Estados Unidos, sino
"casi al medio", indicó la revista Science. Esto demuestra
"claramente" que Gaétan Dugas, fallecido 1984, no introdujo
el sida en Estados Unidos, concluyó la revista.
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La teoría más reconocida actualmente, sostiene
que el VIH proviene de un virus llamado «virus de inmunodeficiencia
en simios» (SIV, en inglés), el cual es idéntico al VIH y
causa síntomas similares al sida en otros primates. En 1984,
dos científicos franceses, Françoise Barré-Sinoussi y Luc
Montagnier del Instituto Pasteur, aislaron el virus de sida
y lo purificaron. El dr. Robert Gallo, estadounidense, pidió
muestras al laboratorio francés, y adelantándose a los franceses
lanzó la noticia de que había descubierto el virus y que había
realizado la primera prueba de detección y los primeros anticuerpos
para combatir a la enfermedad. Después de diversas controversias
legales, se decidió compartir patentes, pero el descubrimiento
se le atribuyó a los dos investigadores originales que aislaron
el virus, y solo a ellos dos se les concedió el Premio Nobel
conjunto, junto a otro investigador en el 2008, reconociéndolos
como auténticos descubridores del virus, aceptándose que Robert
Gallo se aprovechó del material de otros investigadores para
realizar todas sus observaciones. En 1986 el virus fue denominado
VIH (virus de inmunodeficiencia humana). El descubrimiento
del virus permitió el desarrollo de un anticuerpo, el cual
se comenzó a utilizar para identificar dentro de los grupos
de riesgo a los infectados. También permitió empezar investigaciones
sobre posibles tratamientos y una vacuna.
En esos tiempos las víctimas del sida eran aisladas
por la comunidad, los amigos e incluso la familia. Los niños
que tenían sida no eran aceptados por las escuelas debido
a las protestas de los padres de otros niños; éste fue el
caso del joven estadounidense Ryan White. La gente temía acercarse
a los infectados ya que pensaban que el VIH podía contagiarse
por un contacto casual como dar la mano, abrazar, besar o
compartir utensilios con un infectado. En un principio la
comunidad homosexual fue culpada de la aparición y posterior
expansión del sida en Occidente. Incluso algunos grupos religiosos
llegaron a decir que el sida era un castigo de Dios a los
homosexuales (esta creencia aún es popular entre ciertas minorías
de creyentes cristianos y musulmanes).

El cantante británico Elton John (1947–) fue
uno de los apoyos de Ryan White en su lucha contra el sida.
Otros señalaban que el estilo de vida «depravado»
de los homosexuales era responsable de la enfermedad. Aunque
en un principio el sida se expandió más deprisa a través de
las comunidades homosexuales, y que la mayoría de los que
padecían la enfermedad en Occidente eran homosexuales, esto
se debía, en parte, a que en esos tiempos no era común el
uso del condón entre homosexuales, por considerarse que éste
era sólo un método anticonceptivo. Por otro lado, la difusión
del mismo en África fue principalmente por vía heterosexual.

Jeanne White-Ginder, madre de Ryan, con
Obama en su etapa presidencial.
Ryan White fue un referente para las personas
con sida en los Estados Unidos durante la década de
1980 y los primeros años de la década de 1990. Fue además
una de las primeras personas que mostraron públicamente
su enfermedad, a los que se unirían personajes famosos,
como los hermanos Ray, el jugador de baloncesto Magic
Johnson o Kimberly Bergalis, para ayudar a cambiar la
percepción pública de su enfermedad y a sensibilizar
al público de la magnitud de la epidemia. Tras la muerte
de White se realizaron numerosas actividades benéficas.
Uno de sus amigos, Jill Steward, se reunió con el asesor
de la Universidad de Indiana y acordaron organizar un
maratón de baile para continuar con la lucha iniciada
por White. Steward, junto con otros doce estudiantes,
organizó el evento que fue celebrado el 18 de octubre
de 1991 y en el que se realizaron 36 horas de juegos,
bailes y otras actividades. Los fondos recaudados, 11.000
dólares, fueron donados al Centro de Enfermedades Infecciosas
Ryan White del hospital infantil James Whitcomb Riley.
A partir de entonces, el evento se celebra todos los
años y lleva recaudados unos seis millones de dólares.
En 1992, la madre de White, Jeanne, creó
una fundación a la que bautizó con el nombre de su hijo.
Su trabajo se basó en incrementar la concienciación
social sobre el VIH y el sida, ofreciendo una ayuda
especial a los hemofílicos infectados como White, a
los adolescentes cuyos padres estaban enfermos y a las
familias que cuidan de sus parientes con sida. La fundación
permaneció abierta durante la década de 1990, con donaciones
que superaron los 300.000 dólares en 1997. Sin embargo,
entre 1997 y 2000, las donaciones a nivel nacional disminuyeron
en un 21% y la recaudación bajó a 100.000 dólares al
año. En 2000, la madre de White cerró la fundación y
fusionó sus activos con AIDS Action, una gran organización
benéfica. A pesar de ello, continuó su lucha contra
el sida, convirtiéndose en portavoz para el activismo
de la enfermedad.
La muerte de White motivó a Elton John
para crear la Fundación Elton John contra el Sida. Además,
el cantante donó los ingresos de su canción The last
song, incluida dentro de su álbum de estudio The One
para el Centro de Enfermedades Infecciosas Ryan White
del hospital Riley. White también sirvió de inspiración
para otras canciones populares. Michael Jackson le dedicó
el tema Gone too soon, del álbum Dangerous, mientras
que la cantante de la década de 1980 Tiffany le dedicó
Here in my heart, del álbum New Inside. En noviembre
de 2007, el The Children's Museum of Indianapolis inauguró
una exposición titulada «The Power of Children: Making
a Difference» (‘El poder de la infancia: marcando la
diferencia’) que mostraba una comparación de Ryan White
con Anne Frank y Ruby Bridges.

En agosto de 1991, cuatro meses después
de la muerte de Ryan White, el Congreso de Estados Unidos
promulgó el acta Ryan White CARE (Comprehensive AIDS
Resource Emergency, traducido al español como «Recursos
globales de emergencia contra el sida»), un programa
federal que proporcionó ayuda financiera de emergencia
a las comunidades afectadas por la epidemia del sida,
dotando de fondos a programas para mejorar la disponibilidad
de asistencia a personas con bajos recursos, sin cobertura
sanitaria y con una cobertura sanitaria deficiente al
enfermo, incluyendo a sus familias. Los programas siguen
la filosofía «pagar como último recurso» y subvencionan
el tratamiento cuando no hay otros recursos disponibles.
La ley se reformó en 1996, 2000 y 2006 y todavía permanece
vigente parte del articulado. El programa provee de
algún tipo de cuidados a alrededor 500.000 personas
al año y, en 2004, donó fondos a 2.567 organizaciones.
El programa subvenciona y proporciona asistencia a servicios
médicos locales y estatales, proporcionando recursos,
suministros y programas de formación.

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El sida pudo expandirse rápidamente al concentrarse
la atención sólo en los homosexuales, esto contribuyó a que
la enfermedad se extendiera sin control entre heterosexuales,
particularmente en África, el Caribe y luego en Asia. Gracias
a la disponibilidad de tratamiento antirretrovirales, las
personas con VIH pueden llevar una vida normal, la correspondiente
a una enfermedad crónica, sin las infecciones oportunistas
características del sida no tratado. Los antirretrovirales
están disponibles mayormente en los países desarrollados.
Su disponibilidad en los países en desarrollo está creciendo,
sobre todo en América Latina; pero en África, Asia y Europa
Oriental muchas personas todavía no tienen acceso a esos medicamentos,
por lo cual desarrollan las infecciones oportunistas y mueren
algunos años después de la seroconversión.
En las primeras semanas de la infección, el VIH desencadena
el síndrome retroviral agudo, un estado con manifestaciones
inespecíficas y variables. Luego, sobreviene un período
de varios años en el que la mayoría de los casos no presentan
manifestaciones clínicas, pero el sistema de defensas
se deteriora de manera gradual. Posteriormente, pueden
surgir una serie de síntomas o enfermedades, cuya presencia
indica una alteración en el sistema inmunitario celular
y que se consideran síntomas de la infección por VIH.
En una etapa tardía de la infección –8 a 10 años después–
podrían aparecer las enfermedades definitorias de sida,
las cuales eventualmente podrían provocar la muerte tras
un tiempo variable, por lo general de dos a cuatro años.
De acuerdo con la evolución de la infección por VIH, el
Centro para el Control y la Prevención de Enfermedades
en Estados Unidos (CDC, según sus siglas en inglés) definió
una clasificación basada en ciertas condiciones clínicas
y en el recuento de linfocitos T CD4+. Hay tres categorías
clínicas: A, que incluye la infección asintomática, la
primoinfección aguda y la linfadenopatía generalizada
persistente; B, que abarca síntomas y signos de enfermedades
que se asocian con una inmunidad celular afectada, pero
que no entran en la categoría C, y las condiciones cuyo
curso clínico o manejo terapéutico se ven complicados
por la infección por VIH, y por último la categoría C,
en la que se encuentran las enfermedades definitorias
de sida. Una vez que se está en la categoría B o C, aunque
la condición se revierta, la clasificación no puede volver
a la categoría anterior. |
Tomando como definición de exclusión social la que hace el
Ministerio de Trabajo y Asuntos Sociales de España:
“La exclusión social es entendida, como la ausencia, para
unos, del conjunto de oportunidades vitales que otros sí tienen,
como la imposibilidad o dificultad muy intensa de acceder
a los mecanismos de desarrollo personal e inserción sociocomunitaros
y, a los sistemas preestablecidos de protección, y citando
los ámbitos de exclusión y colectivo de afectados, donde se
enumeran los principales ejes que configuran la exclusión
social, entre los que se citan:
- Pobreza en el sentido de ingresos económicos.
- Dificultad en la inserción laboral.
- Dificultad o acceso a la educación.
- Carencia de salud, de capacidad psicofísica y de asistencia
sanitaria.
- Ausencia o insuficiencia de apoyos familiares o comunitarios.
- Ámbitos de marginación social.
- Falta de sensibilización y movilización de la población
en general ante la exclusión social.
La mayoría de las personas infectadas por el VIH se encuentran
inmersos en un círculo cerrado en el que están incluidos todos
los puntos citados, y que presumiblemente, en este caso, unos
lleven a otros completando un círculo sin fin que sólo en
determinadas ocasiones se rompe, cuando el apoyo social y
la solidaridad hacen su entrada. Desgraciadamente, no siempre
ocurre esto, y es en la mayoría de los casos cuando la enfermedad
se convierte en un estigma social y los enfermos son tratados
como los leprosos en la antigüedad, que eran señalados y apartados
de la sociedad por miedo al contagio. La exclusión social
a causa del sida se expresa de múltiples maneras, algunas
muy sutiles y otras demasiado evidentes para dejar de verlas.
Pero todas las formas de exclusión social coinciden en un
hecho que, aunque se conoce, es inadmisible para cualquier
sociedad o país democrático: la violación de los derechos
humanos esenciales de las personas que viven o padecen la
enfermedad, consagrados en la Declaración Universal de Derechos
Humanos suscritos y ratificados por la inmensa mayoría de
los países del mundo (el derecho a la vida, a la salud, a
la igualdad, al trabajo y a la educación).
El VIH y el sida no afectan de la misma manera a las personas
de distinta condición socioeconómica. Hay una marcada tendencia
a “castigar” más a quienes se encuentran en situación de mayor
vulnerabilidad. Se produce, entonces, una especie de sobre-exclusión,
es decir, la exclusión social de los ya excluidos por otras
razones (homosexuales, drogadictos, prostitución, etc).
¿Qué diferencia hay entre VIH y SIDA? El VIH es el
virus que destruye al sistema inmunitario mientras que
el SIDA es la etapa final de la infección. No es lo
mismo estar infectado por el VIH que tener SIDA.

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Existen informaciones que indican que la pobreza y el analfabetismo
son dos factores que tienden a elevar el riesgo de adquirir
ETS, incluyendo el sida. Algunos ejemplos específicos sugieren
que las personas de bajos ingresos no pueden pagar preservativos
ni el tratamiento de una ETS. Algo parecido sucede con las
personas con bajos niveles educativos, éstos no tienen acceso
a la información preventiva o bien la misma no se realiza
de forma que puedan comprenderla con facilidad. La cultura
y la religión podrían jugar un papel de prevención, pero en
la práctica sucede todo lo contrario. Ambos elementos contribuyen
a la exclusión de los infectados por VIH. Algunas características
socioculturales, asociadas a la infección se expresan en los
planos de la inequidad de género por ejemplo, la sociedad
gitana, donde el machismo está muy presente. Los hombres pueden
tener múltiples parejas y el uso del condón presenta una baja
frecuencia, y las mujeres carecen de autonomía para tomar
decisiones sobre su sexualidad y por lo tanto para protegerse
de la enfermedad. Hay otros factores de vulnerabilidad que
enfatizan la doble exclusión que sufren las personas con VIH
y sida. Se trata de personas que por una u otra causa, sufren
la violación de sus derechos humanos. Por ejemplo: población
desarraigada, población con problemas de drogadicción, grupos
con preferencias y prácticas sexuales distintas a las socialmente
aceptadas. La estigmatización social de la enfermedad amplifica
las exclusiones en los espacios laborales, en los servicios
de salud y hasta en el seno de las unidades familiares.
El VIH/sida tiene muchos aspectos comunes con otras enfermedades
que han producido pánico en la historia: carácter contagioso,
resultado fatal a largo plazo, extensión rápida hasta constituir
una verdadera pandemia. Pero junto a estos caracteres, el
VIH tiene un elemento que hace de esta dolencia algo específicamente
distinto: su transmisión va ligada a menudo a comportamientos
reprobados por la moral, como son el consumo de drogas, la
conducta homosexual y la promiscuidad sexual. Si estableciéramos
alguna comparación entre el sida y alguna otra enfermedad
reciente, la referencia podría ser la sífilis antes del descubrimiento
de los antibióticos. Por su carácter incurable, al menos hoy
por hoy, hay un aspecto del VIH que lo convierte en algo singular:
por la responsabilidad moral que puede suponer el haberlo
contraído y el poderlo transmitir a otras personas, se cae
en la cuenta de las consecuencias del ejercicio de la libertad.
Además, el VIH y el sida plantean ante nuestra civilización
dos cuestiones adicionales, con una intensidad que hoy no
es en absoluto frecuente: por un lado, lo inevitable de la
muerte; por otro, las limitaciones de la ciencia y de la técnica,
que no tienen respuesta eficaz para todo. Por un comprensible
mecanismo psicológico, mientras existe posibilidad de curación
el hombre tiende a alejar de sí la perspectiva de la muerte
y basa su seguridad en la eficacia de la ciencia y de la técnica.
Pero el VIH confronta con la necesidad de admitir que la naturaleza
plantea límites morales: es propio de la verdad de la libertad
humana el asumir las consecuencias, a veces irreparables,
de los propios actos; la muerte es la perspectiva vital de
todos, y la ciencia y la técnica no son la panacea que lo
resuelva todo. De ahí el pánico generalizado que el VIH y
el sida producen en nuestros días, y que plantea la necesidad
de reflexionar sobre lo correcto o erróneo de algunos elementos
culturales que configuran la mentalidad contemporánea.
Isaac Asimov murió en 1992, por culpa de una enfermedad
que fue "secreta" hasta casi diez años después de su
muerte. El miedo al rechazo social y el desconocimiento
están detrás del silencio. Isaak Yúdovich Ozímov, infinitamente
más conocido como Isaac Asimov probablemente sea el
autor de ciencia ficción (y uno de los autores en general)
más prolífico de la historia. Pero su personalidad se
proyectaba mucho más allá de sus obras: excéntrico,
intelectual, progresista, polémico y humanista, Asimov
era muy consciente de quién o qué era.

Esta enfermedad no era otra que el Síndrome
de Inmunodeficiencia Adquirida, o sida. Así lo hizo
saber su viuda, Janet Asimov (y segunda esposa), en
la biografía Ha sido una buena vida. Meses antes de
su publicación, Janet explicó para la revista Locus
las circunstancias de la enfermedad. Según esta, aunque
el propio Asimov quería revelar su estado, nunca lo
hizo.
"Nos dijeron que si lo hacíamos público,
la gente sentiría prejuicios contra nosotros [...] en
aquellos días, yo oía decir incluso a la gente muy culta
que sentían temor de tan sólo tocar a un enfermo de
sida", explicaba Janet. Según Locus, ambos decidieron
no revelar la condición. Pero la cuestión no es tan
sencilla. Poco después de publicarse la entrevista,
la propia viuda pedía a la revista una corrección con
respecto a sus palabras: "Espero que nadie crea que,
de acuerdo con el artículo de Locus, Isaac Asimov 'quiso
revelar que tenía sida, pero que su segunda esposa,
Janet Jeppson, le quitó importancia' (sic)". "Unos años
después de la cirugía de bypass, Isaac tenía algunos
síntomas que me hicieron leer las revistas médicas",
explicaba Janet Asimov, "y luego quise que se hiciera
la prueba del VIH. El internista y el cardiólogo me
dijeron que estaba equivocada. Las pruebas solo se realizaron
cuando Isaac estaba gravemente enfermo y en el hospital.
La cirugía [de corazón], entonces, fue cancelada, y
los doctores nos dijeron que no reveláramos el sida
de Isaac", afirmaba en 2002. "Discutí con los médicos
en privado sobre este secreto, pero nunca cedieron,
incluso después de que Isaac muriera. Los médicos ahora
también están muertos, y cuando la editorial Prometheus
me pidió que escribiera Ha sido una buena vida, la hija
de Isaac y yo acordamos hacer público lo del VIH".
Detrás de esta historia existe un tema
mucho más peliagudo y delicado. ¿Cómo se contagió Isaac
Asimov con el VIH? La respuesta sorprende por muchas
cuestiones: según admitieron los médicos en su momento,
el contagio ocurrió en 1983 por culpa de una transfusión
de sangre, cuando se le practicó una cirugía coronaria
al autor. ¿Cómo es posible? Por desgracia, el VIH es
un virus muy conocido ahora, pero no lo era antes. En
los años ochenta su expansión alcanzó cotas muy importantes,
iniciando una epidemia en los Estados Unidos que levantó
todas las alarmas. Por aquel entonces, mucho se desconocía
del sida. Y muchas personas sufrieron contagios por
accidente. Eso por no hablar del ostracismo y el rechazo
social.
Pero volviendo al problema del contagio,
Isaac Asimov contrajo el virus en 1983 mediante una
transfusión porque no fue hasta 1985 que comenzaron
a hacerse los análisis a estas de forma rutinaria para
buscar al VIH en los donantes. Así, Asimov fue una víctima
del desconocimiento de la época.
Pero también fue uno de los ejemplos que
ayudó a que cambiara este hecho para siempre. Isaac
Asimov, además de pasar a la historia como uno de los
personajes más importantes que ha muerto por sida, también
es un ejemplo, como en otros aspectos de su vida, ya
que el quería que su enfermedad se conociese, tal y
como contaba su viuda. Fue la presión de los médicos
y la sociedad lo que frenó sus deseos de contarle al
mundo que tenía una enfermedad estigmatizada por la
sociedad.
A día de hoy esto es prácticamente imposible
en los países con medios técnicos adecuados. Se estima
que solo un 1% de los infectados con VIH se han contagiado
por culpa de una transfusión. Desde 1981 se han registrado
solo 175 casos de sida producidos por una transfusión.
Y en la última década este número se ha reducido prácticamente
a cero. Si tenemos en cuenta los millones de transfusiones
que se realizan en un año, podemos entender lo seguras
que resultan. Según los expertos, los mínimos riesgos
de una transfusión de sangre no son considerables en
comparación con los enormes beneficios para la salud,
teniendo en cuenta las circunstancias en las que se
realizan.

Tubos de ensayo con muestras de sangre
centrifugada en un Centro de Transfusión.
Actualmente se realiza una intensa batería
de pruebas tanto a los donantes como a la sangre donada
para asegurar su calidad y sus parámetros. Entre dichas
pruebas se encuentra una detección con anticuerpos del
VIH. Como otros virus, este puede ser resaltado con
los test adecuados, que son relativamente sencillos
y rápidos. Además de estos test, los donantes son "filtrados"
antes de llegar a donar para evitar que se done sangre
potencialmente contaminada, por lo que las transfusiones
cuentan con varios niveles de seguridad. Y todo esto,
el cuidado y la mejora técnica para asegurar la seguridad
de la sangre se la debemos en gran medida a todos los
desafortunados que sufrieron un contagio inesperado.
Desafortunados como Isaac Asimov, a quien perdimos,
tras una prolífica vida, por un virus que no conocíamos
lo suficientemente bien.
|
¿Puede decirse, pues, que en el problema del VIH y el sida
existe un aspecto que podríamos llamar cultural? Sí, por dos
razones: la primera es que, en las sociedades desarrolladas,
la enfermedad y la muerte se consideran como poco menos que
fracasos de los que hay que huir a todo trance, y, en estas
condiciones, se tiende a poner en la ciencia y la técnica
toda la esperanza; pero el VIH/sida pone de manifiesto que
eso no es suficiente: aunque los avances científicos y técnicos
ayuden mucho a la calidad de vida y al bienestar social, tienen
unos límites y no pueden anular la responsabilidad del hombre,
que debe asumir las consecuencias de sus actos. La segunda
razón es que, al no conocerse para este mal un tratamiento
curativo médico eficaz, surge la idea de que sólo puede ser
combatido con medidas preventivas tendentes a lograr cambios
en la conducta personal; lo cual plantea la cuestión de los
valores éticos, es decir, de los criterios últimos de lo que
se puede hacer y lo que no se debe hacer. Eso pone en cuestión
algunos prejuicios de la cultura moderna como un ejercicio
de la libertad sin restricciones ni valores, la irrelevancia
social de algunos comportamientos que se llaman privados,
etc. En este sentido, el VIH, además de una enfermedad, produce
un fenómeno cultural que incita a la sociedad contemporánea
a replantearse todo un sistema de valores que algunos daban
por supuestos. Los criterios necesarios en materia de conductas
preventivas del VIH parecen afectar así, de una forma peculiar,
a algunas de las consideradas libertades individuales.

Los que viven en sociedades desarrolladas ya no están acostumbrados
a imponerse auto-limitaciones en su conducta ni siquiera para
evitar poner en peligro su vida o su salud, especialmente
en lo que se suele llamar libertad sexual. La auto-limitación
en las conductas personales como medida preventiva sólo se
acepta en materia de accidentes (seguros, cinturones de seguridad,
casco para motoristas, mineros o trabajadores de la construcción,
etc.), y en algunos comportamientos muy concretos, como el
hábito de fumar. Pero en el caso del VIH, el autocontrol en
algunos comportamientos con finalidad profiláctica -rechazo
del consumo de ciertas drogas y, sobre todo, de las prácticas
homosexuales o de la promiscuidad sexual- se considera por
algunos una intromisión inaceptable en la autonomía del individuo.
¿Por qué la exclusión de conductas de riesgo se considera
en unos casos como una intromisión, y en otros, no? Porque
el consumo de drogas y los comportamientos sexuales están
considerados por quienes participan de esta mentalidad como
una manifestación primigenia y absoluta de la libertad que
define al hombre y, por lo tanto, como esenciales a la autonomía
del individuo. En consecuencia, esta mentalidad dificulta
una actitud coherente de lucha social contra la transmisión
del virus ligada al consumo de drogas, ya que muchos legitiman
el consumo privado aunque sean partidarios de perseguir su
tráfico. En cuanto a la transmisión por vía sexual, se tiende
a negar que existan criterios objetivos para juzgar que determinadas
conductas sexuales implican riesgos para la salud.
¿Y no sería lógico que la extensión del mal diera origen
a un cambio profundo en la mentalidad social, y que las conductas
de riesgo -como la promiscuidad sexual o el consumo de drogas-
fueran rechazadas mayoritariamente? En efecto, así parece.
Pero la relación que se establece entre las "conductas de
riesgo" de la transmisión del VIH y las libertades individuales
(como el ejercicio de la autodeterminación en materia sexual),
hacen que cualquier intervención de los poderes públicos que
tienda a reducir la práctica de las primeras se considere
una extralimitación o, en su caso, una vulneración de la neutralidad
ética exigible -según esta mentalidad- al Estado. Este planteamiento
de la cuestión hace del VIH/sida una enfermedad que suscita
problemas sociales muy singulares y distintos de los que se
producen con otras enfermedades. El VIH/sida y toda la problemática
social y el debate que llevan consigo sólo pueden comprenderse
en este peculiar contexto cultural en las sociedades occidentales
a finales del Siglo XX. Además, las personas que tienen conductas
de riesgo tienden a centrar su vida en dichas conductas y
a desatender irresponsablemente el riesgo que corren y en
el que ponen a otros. Y hay que considerar que se da un intervalo
de tiempo frecuentemente largo entre la contaminación por
el virus y el descubrimiento de la misma. Durante ese tiempo
ha podido infectar a muchas personas sin saberlo. La peculiar
epidemiología del VIH hace que sea una auténtica pesadilla
para la prevención, porque el período desde que el paciente
se infecta hasta que empiece a ser contagioso es sólo de días,
mientras que el de incubación, antes de que se desarrollen
los síntomas (portador sano), que puede durar unos 10 años
o más.

Entre los años 60 y 70 se desarrolla en esas sociedades (y,
como eco, en muchas otras) la denominada "revolución sexual".
Su idea central es la separación radical de los conceptos
de amor conyugal y sexualidad humana, de sexualidad y procreación.
Se piensa, erróneamente, en una libertad separada de todas
las tendencias naturales, de modo que el cuerpo humano no
tendría un valor moral propio, sino que el hombre sólo sería
libre cuando reelabora el significado de tales tendencias
según sus preferencias, imponiendo sobre las leyes de la naturaleza
su propio arbitrio. Eliminado el aspecto procreativo, propio
de la verdad moral del amor conyugal y de la biología y naturaleza
sexual, su verdad completa queda falseada, como ocurriría
si se redujese el amor sexual al mero aspecto reproductor.
De esta manera, la homosexualidad o la promiscuidad sexual
pasan a constituir opciones alternativas equiparables al ejercicio
de la sexualidad en el matrimonio, en lugar de ser conductas
contrarias a las leyes de la sexualidad humana. Este modo
de pensar elimina la diferencia moral entre actos naturales,
conformes con la dignidad de la persona humana, y actos no
naturales, contrarios a esa dignidad y a la naturaleza del
ser humano. Elimina, en consecuencia, toda referencia ética
acerca de cualquier conducta sexual, de forma que ya no es
posible establecer ninguna distinción entre lo que está bien
y lo que está mal en esta materia. En estas condiciones, al
legitimar cualquier conducta sólo por responder a la libertad
entendida como mera ausencia de restricciones, la sociedad
se auto-desarma, porque ha renunciado a las claves que permiten
hacer un juicio sobre la ética de las conductas personales,
y queda paralizada a la hora de luchar contra la raíz moral
de lo que ya es una verdadera pandemia, porque sólo puede
actuar contra algunas de sus manifestaciones periféricas.
Este desarme moral de la sociedad se traduce en la impotencia
de los poderes públicos para actuar. El resultado inevitable
de esta situación es que la infección no cesa de extenderse.
Aunque el consumo de sustancias estupefacientes o alucinógenas
viene de muy atrás y formó parte de los usos de algunas antiguas
civilizaciones (orientales e indígenas americanas, principalmente),
los fundamentos culturales de su uso en nuestros días y en
países económicamente desarrollados no provienen de aquellos
tiempos remotos, sino que se insertan en el marco que acabamos
de considerar. Pretender erróneamente afirmar la propia libertad
frente a toda tendencia natural, junto a una mentalidad según
la cual sentirse bien y triunfar en las situaciones más competitivas
son los principales objetivos de la vida, constituyen el caldo
de cultivo para la extensión de la drogadicción. Debido a
las consecuencias económicas y sociales que acarrea la drogadicción
(puerta de muchos delitos, degradación física y psicológica
de los adictos, graves problemas familiares, etc.), los poderes
públicos encuentran más apoyo social para luchar contra este
fenómeno, y lo hacen con más intensidad que contra los efectos
socialmente perniciosos de la irresponsabilidad sexual; pero,
al igual que en este caso, sólo lo hacen por sus consecuencias
y en algunos aspectos circunstanciales, no contra sus causas
profundas, que, como queda dicho, son efecto de este clima
social proclive a considerar cualquier actitud ante la vida
como opción alternativa, tan respetable como cualquier otra.
Hay que tener en cuenta, sin embargo, que la drogadicción,
por sí misma, no es un vehículo de transmisión del VIH, sino
que lo es sólo el intercambio de jeringuillas en el uso de
drogas administradas por vía endovenosa. Pero en la medida
en que se extiende este tipo de drogas, aumenta sin remedio
también el riesgo de transmisión del VIH.
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España, años 80 del pasado siglo.
Entonces, ¿cómo se combate socialmente el VIH en la actualidad?
Se combate, o, mejor dicho, se pretende combatir, desde un
modelo que podría calificarse de ideológico, que se inspira
básicamente en una supuesta neutralidad absoluta del Estado
en todo lo concerniente a las conductas privadas de los individuos,
por funestas que sean socialmente sus consecuencias. Y cuando
éstas se dejan sentir visible y dramáticamente, los poderes
públicos no pueden con facilidad e incluso no quieren, volverse
atrás en la ideológica aceptación igualitaria de todos los
comportamientos en la sociedad. Aun conociéndose claramente
y sin lugar a dudas las conductas de riesgo que deberían desterrarse
para evitar la transmisión del virus (drogadicción, promiscuidad
sexual), los gobernantes se limitan a recomendar estrategias
o técnicas que permitan continuar con esos hábitos, pero con
menor riesgo: por ejemplo, no intercambiar jeringuillas o
utilizar preservativos.
Y esto, ¿es suficiente, o no lo es? Es por completo insuficiente,
porque de esta manera se intenta poner una especie de remiendo
al problema que, sin embargo, no se resuelve en verdad. Además,
es gravemente peligroso para la sociedad, como se encarga
de demostrarlo la pura estadística, que acredita que después
de las campañas masivas y las inversiones crecientes de fondos
públicos que conocemos, no cesa de aumentar el número de personas
infectadas. Y quizás no es exagerado decir que este modo de
concebir la lucha contra el VIH/sida es responsable, en buena
medida, de la expansión de la epidemia.
¿Significa todo esto que la sociedad tendría que considerar
necesaria no sólo la prevención de los efectos, sino también
de las conductas o los comportamientos irregulares que dan
origen a la expansión del VIH? Así debería ser en buena lógica.
Pero la conexión que fácilmente surge entre conductas de riesgo
y comportamientos considerados tradicionalmente como inmorales
en virtud de convicciones religiosas, hace que cualesquiera
medidas de censura social o legislativa respecto de estas
conductas sean interpretadas en nuestro presente contexto
cultural como la imposición de una moral o una religión particular
y, en consecuencia, como un intento de regreso a épocas inquisitoriales
o de defensa de fundamentalismos ideológicos intransigentes.
¿Y es correcta esta forma de enfocar la prevención del VIH?
No, porque decir que ciertas conductas relacionadas con el
sexo o las drogas suponen un riesgo para la vida, en ocasiones
se acompaña de afirmaciónes morales o religiosas, y no como
la constatación de algo evidente. Por sorprendente o absurdo
que pueda parecer, en muchas de las polémicas sobre la prevención
del VIH no subyace otra cosa que la obstinación en el error
de negar las evidencias y los datos, ya que éstos van arraigados
con prejuicios de la sociedad actual.
Stanley Ngara, aferrado a sus cajas de preservativos,
recorre las embarradas callejuelas del suburbio keniano
de Kibera. El autoproclamado “rey de los condones de
África” evoca el drama de 15 millones de muertos: el
número de fallecidos por enfermedades relacionadas con
el sida en todo el continente. Para Ngara “cada día
es el Día Mundial contra el Sida “ y no solo este domingo
1 de diciembre. “Kenia estaba mal, el estigma era algo
real. Enterrábamos ataúdes en papel de nailon y ya sabes
que en la cultura africana debes ver el cuerpo, debes
pasar una noche con el cuerpo...Pero el estigma era
muy fuerte”, recuerda sobre los temibles años 80 este
incansable predicador de un único mensaje: la necesidad
de protegerse contra el VIH y el sida.
“Muchas personas se suicidaron. Muchas infectaron a
otras bajo el lema ‘no voy a morir solo’. Hubo mucha
venganza. Los antirretrovirales costaban unos 6.000
chelines (unos 53 euros actuales) y pocos podían pagarlos.
Fue algo terrible y doloroso”, regurgita Ngara, quien
contra todo pronóstico -y de la mano de la oenegé LVCT
Health- logró convertir ese dolor en su objeto de lucha.
Desde hace veinte años -siete de ellos bajo una especie
de uniforme de gala militar rojo y negro cuyas letras
doradas en el pecho lo identifican como el “rey de los
condones de África”-, recorre los barrios más empobrecidos
de Nairobi, sus universidades, bares y calles de prostitutas
regalando a todo el que se cruza preservativos y consejos
sobre salud sexual. “¿Quién mantiene relaciones sexuales
extramatrimoniales?”, pregunta el “rey” en uno de los
escondidos bares de Laini Saba, una de las trece localidades
en las que se divide el enorme asentamiento informal
de Kibera, donde viven cientos de miles de personas.
Casi todos los presentes -muchos ya ebrios pese a que
solo es mediodía- levantan unos brazos pesados, pero
pocos los mantienen cuando Ngara repregunta quién usa
preservativos en esas relaciones.
Al menos 1,6 millones de personas en Kenia viven con
el virus transmisor del sida (VIH). Solo en 2018 se
diagnosticaron 46.000 nuevas infecciones de VIH en este
país y 25.000 personas murieron como por enfermedades
relacionadas con el sida, según ONUSIDA.

En todo el mundo, más de 37 millones de
personas viven con VIH, según cifras de la Organización
Mundial de la Salud (OMS) de 2018, mientras que el continente
africano acoge a uno de cada 25 adultos infectados por
este virus que puede llegar a causar sida. “A la gente
no le gusta el aceite que llevan los condones, y con
ellos puedes contraer sida, no sirven. Yo soy cristiano
y creo que lo mejor es abstenerse”, susurra un vecino
de Kibera con la incredulidad característica de un analfabeto
en materia sexual. En un extremo del círculo de murmullos,
Ngara demuestra -con un pene y una vagina de plástico
y color negro- qué es y cómo se usa un preservativo
femenino.
Las jóvenes africanas constituyen uno
de los grupos más afectados. En el este y el sur de
África, el 79% de las nuevas infecciones de VIH se correspondieron
con niñas y adolescentes de entre 10 y 19 años, según
cifras de ONUSIDA de 2017. Mientras que ese mismo año,
más del 90% de las muertes de adolescentes en todo el
mundo relacionadas con el sida se concentraron en África
subsahariana. “El uso del preservativo ha caído, todavía
tienes personas jóvenes que se infectan todos los días”,
reflexiona el “rey” después de repartir unos 14.000
condones en bares y otros puntos de Kibera. “Por eso,
queremos normalizar el conversar sobre sexo y el uso
de condones, para abandonar la retórica de ‘yo soy cristiano’
y elegir la de estar a salvo”, añade.

En micromundos como el de Kibera, una
de cada cuatro adolescentes -entre 15 y 19 años- ha
pasado por un embarazo no deseado, según la ONG Witness,
lo que se traduce en una alta tasa de abandono escolar
(30 %) y en una imparable transmisión de VIH de madre
a hijo; con más de 50.000 bebés infectados cada año
en toda Kenia. “Las violaciones son algo común, aunque
han caído. Los hombres beben demasiado, no controlan
y a menudo se involucran en relaciones sexuales de riesgo”,
resume el trabajador sanitario Simon Mukuha, nativo
de Kibera y quien acompaña y protege a Ngara en su recorrido.
“A esto hay que sumar la falta de trabajo y que muchas
jóvenes se ganan la vida practicando sexo”, añade este
sanitario formado por la ONG keniana Amref. “Yo siempre
le digo a la gente que el sexo son sentimientos y emociones,
mientras que el VIH/sida y los embarazos son hechos”,
recita el “rey” casi de memoria, “si tienes relaciones
sexuales sin condón y la otra persona es seropositiva:
¡hecho! Contraerás VIH”. “¡Quizá no podemos controlar
qué sentimos ni quién nos atrae, pero sí podemos poner
un condón de por medio!”, exclama.
Decenas de miles de profilácticos que
el Gobierno keniano facilita sin coste a Ngara y que
él reparte siguiendo la filosofía 3D: “Debatir-Demostrar-Distribuir”.
Esto es, involucrar a las personas de a pie en una pequeña
charla sobre salud sexual, mostrarles cómo pueden protegerse
y, solo entonces regalarles los preservativos. “Creo
que la mayoría de quienes murieron (de sida) lo hicieron
porque desconocían la verdad, no sabían nada que tuviera
que ver con el VIH”, medita Ngara, orgulloso de avances
como el desarrollo de nuevos fármacos y el abaratamiento
de los anticonceptivos. “Por eso, insisto en que todos
los días son días de concienciación sobre el VIH. Y
en que todos los días son días de distribución de condones,
ya que todos los días hay nuevas infecciones”, zanja
este “rey” sin reinado que carga sobre sus hombros el
legado de quienes ya se fueron.
|
¿Cuál podría ser entonces un enfoque correcto de la lucha
social contra el SIDA? De entrada, además de combatir científica,
clínica y humanamente la enfermedad, es preciso aceptar, como
un hecho, que en la gran mayoría de casos existe una interdependencia
entre infección por el virus del VIH y determinados comportamientos
o estilos de vida. Todos los ciudadanos deben sentirse implicados
en la prevención de esta grave pandemia. Y especialmente los
grupos y personas considerados de mayor riesgo de poder ser
infectados. ¿Se puede concretar la prevención social contra
el VIH? Hay dos tipos de prevención, que deberían conjugarse
armónicamente. Por una parte, la que podríamos llamar prevención
primaria fundamental, orientada a prevenir el arraigo de la
enfermedad, que debe inspirarse en una visión de la sexualidad
humana acorde con el bien integral de la persona y que incluye:
a) la educación y formación, sobre todo en la adolescencia,
en la integración de la dimensión sexual y la libertad en
el conjunto de la personalidad; y b) el respeto a uno mismo
y a los demas, y la evitación de riesgos para la propia salud
y para la propia vida. Esta visión, necesariamente, ha de
poner en valor las implicaciones sociales de las distintas
conductas de la persona. Esta es la prevención social básica
del problema del VIH, la más descuidada por los poderes públicos
en nuestros días.
No esperaba aquel rígido director de instituto la respuesta
unánime de los chavales cuando interrumpió la clase
de gimnasia para buscar al 'culpable'. «He encontrado
esto en el vestuario. ¿De quién es?», interrogaba mientras
sujetaba con la mano en alto la prueba del delito, un
preservativo. Uno de los chavales dijo que era suyo,
y luego otra, y otro... todos. Una respuesta «inspirada
en una escena de la película 'Espartaco'» en la que
todos se autoacusaban diciendo que era suyo. El mensaje
era claro y directo. La campaña del 'Póntelo, pónselo'
fue una iniciativa de los ministerios de Sanidad y Consumo
y de Asuntos Sociales de España. Por esas fechas
la mitad de las farmacias no vendían preservativos.
Y una asociación ultracatólica hasta denunció la campaña.
Fue un auténtico escándalo, pero ese escándalo amplificó
el eco. El spot de la agencia Contrapunto rompió todos
los esquemas de la sociedad española y provocó críticas
desde diferentes sectores. Seguía la estela del famoso
SiDA / NoDa de 1988.
En 2019 se cumplieron 30 años del ‘Póntelo, pónselo’:
“Fue un exitazo, pero se armó un pollo de colores”,
en palabras de Luis Felipe Moreno, uno de los artífice
de esta campaña.

Este anuncio fue emitido en televisión
hace 30 años, un aniversario que se celebró el
pasado año con la exposición organizada por el
Ministerio de Sanidad y que recogía diversas
campañas públicas para la prevención del sida a lo largo
de las últimas tres décadas. Sin embargo, pese a la
sencillez con la que la agencia de publicidad Contrapunto
lo había planteado, su ejecución no fue tan fácil. Para
empezar por los escrúpulos que hubo desde la propia
administración pública, que era la que había hecho el
encargo. Y para terminar, por todas las consecuencias
que trajo consigo.
La pieza estaba dirigida a adolescentes
y como indica el publicista, “estábamos todavía finales
de los ochenta. Era bastante heavy, porque para el hombre
aún era un viacrucis ir a la farmacia a por condones.
Y mucho más para una mujer. Y luego estaba la cuestión
del ‘pónselo’. Había mucha gente que decía, ¿que mi
hija va a tener relaciones con un desconocido? ¿Y que
lleva ella el condón en el bolso?”.
De hecho, dentro de la administración
hubo numerosos reparos ante el planteamiento de la campaña.
Eran tres ministerios los que se encargaban de coordinar
todo el asunto: Sanidad, Educación y Asuntos Sociales.
En un principio la historia se iba a desarrollar dentro
de un aula, pero como confiesa Moreno, “Javier Solana,
que era el ministro de Educación, dijo que ni de coña
en un aula. Al final ahí la persona valiente fue Matilde
Fernández, que era la ministra de Asuntos Sociales.
Gracias a ella salió adelante, aunque tuviéramos que
cambiar el escenario por un gimnasio. Pero el tema llegó
incluso al Consejo de Ministros”.

El rodaje también tuvo sus obstáculos.
Por aquella época aunque España estaba considerada una
potencia mundial en publicidad todavía estaba bastante
verde en cuanto a la cultura narrativa. Apenas se hacían
anuncios que contaran una historia y no había ni actores
y directores que supieran manejar este tipo de spots.
Por otra parte, tampoco se querían actores conocidos,
ya que aquello podía rebajar el mensaje. Finalmente
se decidió que el anuncio se grabara en Londres con
actores extranjeros. Así, la gran paradoja es que uno
de los spots españoles más famosos, en realidad está
rodado en inglés y doblado al español.
La emisión no dejó indiferente a nadie.
Hubo críticas desde numerosos sectores. Y la población
no dejaba de comentar aquello del póntelo, pónselo que
incluso apareció en sketch humorísticos. “Se armó la
Dios es Cristo. Desde la madre que se quejaba hasta
la Iglesia. Se rompían las vallas publicitarias del
metro. Tuvimos amenazas de todo tipo y aunque ahora
nos ríamos, nosotros las pasamos canutas. Parecía que
nos iban a excomulgar a todos”, señala Moreno, quien,
no obstante, insiste en que “aquella campaña si algo
hizo fue sobre todo liberalizar mucho a la mujer”.
Apenas un año antes en Contrapunto ya
se habían enfrentado a otras críticas por otro spot
encargado por el Ministerio de Sanidad. Fue el también
famosísimo del SiDa / NoDa con aquellos dibujos animados
redondos que aparecían pinchándose jeringuillas, manteniendo
relaciones sexuales y bebiendo de litronas.
Eran tiempos duros con la enfermedad.
Una época en la que tener el VIH era sinónimo de muerte.
Desde Sanidad se quería concienciar a la población y
también aclarar cuáles eran las circunstancias en las
que se podía transmitir la enfermedad y cuáles no, puesto
que aún había bastante confusión al respecto. “Era una
campaña con una función super didáctica y por eso tenía
que ser muy gráfica. Los dibujos se eligieron porque
quitaban hierro a la visualización real de cómo se transmite
el sida. Ver a un yonki metiéndose un chute en la vena
era muy fuerte, pero el dibujo lo rebajaba y hasta lo
hacía simpático. Y no se perdía la función didáctica”,
explica Moreno. La música, las risitas de los propios
dibujos también le otorgaban un tono mucho más dulce
al asunto.

Pero en un principio a TVE no le gustó
la idea. Sanidad había destinado a ella 96.500.000 pesetas,
de los cuales 93 millones se habían pagado para la emisión
de los cuatro spots previstos. “Estábamos en democracia,
pero había cosas que todavía se hacían bola a mucha
gente. Además, a la gerencia de publicidad de TVE le
sobraban entonces los anuncios y era la reina del mambo
por lo que podía permitirse desestimarlos. También había
una comisión de censura en TVE. Los anuncios eran visionados
previamente por esa comisión y me imagino a esa comisión
viendo a aquellos muñecos y no queriendo líos”, cuenta
Moreno. Finalmente, “una llamada desde la Administración
a TVE despejó el terreno”, indica el publicista. Y los
muñequitos, tan denostados por la cadena pública, salieron
al aire para quedarse en el imaginario colectivo de
toda la sociedad.
Después de esta campaña y del Póntelo,
pónselo, Contrapunto no hizo más relacionadas con este
tipo de asuntos para Sanidad. Tampoco volvió a haber
ninguna tan rompedora. “Porque no han querido. En esa
época se juntó una administración valiente y una ministra
valiente como Matilde Fernández. Fue ella la que le
echó el arrojo que había que echarle. Ahora bien, aquello
funcionaba entonces. Hoy serían anuncios totalmente
infantiles”, remacha el publicista.
|
Hay después un procedimiento de reducción del daño: se trata
de una posición médico-epidemiológica que, sin recusar la
bondad y la lógica de la prevención primaria, sostiene que
en situaciones de posible transmisión y cuando sean ineficaces
los planteamientos de autodominio, se pueden utilizar medios
que, aunque no modifican los comportamientos , a pesar del
riesgo, puedan disminuir sus efectos. ¿Se podría concretar
más la prevención primaria fundamental del VIH? Una prevención
primaria debe abordar dos tipos de medidas. Unas primeras,
orientadas a los grupos de mayor riesgo, pero ampliables a
toda la población, que informen de forma correcta e integral
acerca de las causas del VIH y de las circunstancias que lo
promueven y difunden. Esta información ha de ser veraz y real,
lo que exige no reducirla ni manipularla con la intención
de defender o atacar los tabúes y los mitos ideológicos de
la revolución sexual. Por tanto, en estas campañas informativas
debe decirse que, salvo en los casos accidentales (transfusión
de sangre contaminada, por ejemplo) o en la transmisión del
virus de la madre al hijo aún no nacido, el VIH es una enfermedad
que se adquiere si no se ponen los medios adecuados para impedir
la transmisión. Debemos insistir en que la mejor manera de
prevenir el VIH es tener una educación sexual integral y cientifica
y conocimiento de las ETS y la manera de prevenirlas.
Tras convertirse en un rotundo éxito en taquilla, la
reconocieron como la película definitiva sobre el mundo
del sida. Nunca antes un estudio en Hollywood se había
atrevido con un tema tan temido como escabroso para
una sociedad netamente conservadora como la estadounidense
en los años 90. Philadelphia, protagonizada hace 25
años por Tom Hanks y Denzel Washington, representó un
giro para la industria en la forma de abordar el tema.
Ayudó a entender mejor la trastienda del virus y la
etapa final de la infección, el estigma alrededor y
las parejas homosexuales que tuvieron que enfrentarse
al brutal rechazo entonces.El filme de Jonathan Demme,
el valiente realizador que se atrevió con el tema respaldado
por el éxito de El silencio de los corderos dos años
antes, se hizo con cuatro nominaciones al Oscar y se
llevó dos premios, el de Hanks como mejor actor, y el
de Bruce Springsteen por la inolvidable Streets of Philadephia,
asociada de forma inherente al filme. Ellos dos, junto
con Washington y Banderas, quedaron marcados para siempre
por la película, de cuyo rodaje se ha cumplió
hace dos años un cuarto de siglo.

Hanks se llevó el Oscar a Mejor Actor
por su papel en el filme de Jonathan Demme. CORDON
Para el actor malagueño supuso abrirse un hueco en
Hollywood con una cinta relevante que generó mucho debate
en la sociedad americana. Ese año trabajó en La casa
de los espíritus, junto a Meryl Streep y Jeremy Irons,
pero nada como la repercusión de la cinta de Demme en
la que hacía de Miguel, el novio del abogado Andrew
Beckett (Hanks). En total recaudó 200 millones de dólares
en todo el mundo, una cifra superlativa para una historia
con poco tirón comercial.Poco le importó a Banderas
el qué dirán a la hora de medirse al proyecto. "Entonces
existía el miedo de que si hacías de gay te podían identificar
con la homosexualidad, pero no me dejé llevar por algo
así", explicó en un programa de televisión británico
en 2015. "He hecho de asesino en serie y eso no me convierte
en uno".
A raíz de semejante exposición, llegaron otras oportunidades
como Entrevista con el vampiro o Desperado, preludio
de una carrera extraordinaria en Hollywood durante más
de dos décadas. Divorciado de Melanie Griffith, Banderas
parece ahora más alejado de la meca del cine y sus vicisitudes.

Denzel Washington, Tom Hanks y Antonio
Banderas, en unas imágenes promocionales de 'Philadelphia'.
CORDON
Para hacer de su compañero sentimental en Philadelphia,
Demme pensó en Hanks como el instrumento idóneo para
convencer a las masas americanas que el sida no era
una enfermedad que se contagiaba con un leve roce de
mangas o por darse un beso en la mejilla a un portador
del VIH. Conocido hasta entonces por cintas como Big
o Esta casa es una ruina, Hanks pasó a ser algo más.Su
papel del brillante abogado que se va consumiendo poco
a poco por la enfermedad desmontó de un plumazo la resistencia
de una legión de detractores que hasta ese entonces
le asociaban con el actor de comedia bobalicona de los
80 y los 90.Philadephia le dio a Hanks otra dimensión,
de actor serio y capaz. Un año después, al lograr repetir
experiencia por su rol en Forrest Gump, entró en una
liga a la altura de muy pocos mortales. Dos, en realidad,
Spencer Tracy y él, los únicos actores que han ganado
dos Oscar de forma consecutiva.
Washington, por su parte, pasó a representar el estigma
fuera de pantalla. Dudó mucho en aceptar el rol de abogado
defensor de Beckett, Joe Miller, un homófobo y aterrado
por la enfermedad que entonces bautizaron como el "cáncer
gay". Se acabó convirtiendo en uno de los roles más
celebrados de un actor que es sinónimo de admiración
y respeto dentro y fuera de la pantalla.A los Oscar
acudió de nuevo como nominado como mejor actor por su
papel en Roman J. Israel, Esq., acompañado por la mujer
con la que se casó hace 35 años, Pauletta Pearson, un
hombre alejado de escándalos y grandes titulares."Es
curioso lo poco que sabíamos entonces del tema, especialmente
gente como el personaje que yo interpretaba, que le
daba miedo darle la mano a un enfermo", recordaba el
actor el año pasado, parte fundamental de un largometraje
que llegó en el momento adecuado, que personalizó y
humanizó una enfermedad, despertando empatía entre una
multitud."Nos unimos y tratamos de lograr una película
que ayudara a encontrar una cura y salvar vidas", el
aporte de Demme en vida a la causa, el trabajo de un
hombre compasivo y arrepentido de sus propios prejuicios
ante la enfermedad.
Nota de prensa, Febrero 2022:
Médicos estadounidenses curan por primera vez el VIH
a una mujer, la tercera en el mundo. La mujer recibió
un trasplante de células madre procedentes de un donante
con resistencia natural al virus que causa el sida,
un novedoso tratamiento que, tras 14 meses, no ha dejado
rastros virales en su cuerpo.

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