En 1974, Yves Coppens y otros colaboradores
descubrieron el que, probablemente, sea el fósil más famoso
del mundo. El paleontólogo francés, que acaba de fallecer
a los 87 años, trabajaba entonces en la región etiope de Afar,
en una expedición organizada por Louis Leakey a petición del
emperador Haile Selassie. En medio de un desierto que mucho
tiempo atrás cubrió un lago, se encontraron los 52 huesos
de Australopithecus afarensis, una hembra de unos 20 años
que ya caminaba erguida hace más de tres millones de años.
Aquel hallazgo ofrecía información sin precedentes sobre lo
sucedido entre el presente y el momento en que el linaje de
chimpancés y humanos se separó, hace algo más de cuatro millones
de años, y la forma en que comenzamos a caminar de pie. Solía
contar Coppens que, además del valor científico, aquel fósil
tan completo, que uno podía imaginar caminando y trepando
a los árboles en la reciente sabana, permitió al público acercarse
a aquella abuela remota. Además, tuvo la suerte de un bautizo
ingenioso. En medio de la celebración por el descubrimiento,
sonó Lucy in the sky with diamonds, de los Beatles, y Pamela
Alderman, novia del líder de la expedición, Donald Johanson,
propuso que la llamaran Lucy. Así se la conoce desde entonces.
Coppens descubrió en 1961, en un yacimiento
de Chad, su primer homínido y el que lo dio a conocer: Tchadanthropus
uxoris. Después, además de otros restos de antecesores de
los humanos, sugirió influyentes teorías sobre los cambios
ecológicos que permitieron la aparición de nuestra especie.
Un intenso cambio climático hace tres millones de años, y
los movimientos tectónicos que crearon el Valle del Rift,
crearon las condiciones adecuadas para la humanización.
El ambiente más seco, en África oriental, habría
reducido el número de árboles, haciendo más interesante caminar
de pie, o al menos, como hacía con Lucy, combinarlo con la
vida en los árboles. La transformación también redujo los
vegetales disponibles y empujó a aquellos protohumanos a comer
más carne. Este alimento proporcionó la energía necesaria
para hacer posible la aparición de un gran cerebro. Coppens,
consciente de la importancia de los nombres en la paleoantropología,
llamó a su hipótesis la East side story; en el oeste del continente,
más húmedo y boscoso, la evolución siguió su curso para dar
lugar al chimpancé.
Coppens nació en 1934 en Vannes, hijo de un
físico y una pianista. Allí, en la Bretaña francesa, se alimentó
su pasión por la arqueología. En esa región, según contaba,
los fósiles son antiguos y abundantes y es fácil encontrar
estructuras megalíticas o líneas de menhires. Todo eso hizo
que creciera su interés por reconstruir un pasado profundo,
en el que podía repasar la historia que nos separó del mundo
animal, desenterrando fósiles con millones de años de antigüedad.
“Nuestra historia comienza en la cadera, porque es el elemento
clave [para caminar erguidos]”, decía sobre la clave de nuestro
origen. “Yves Coppens nos ha dejado esta mañana. Mi tristeza
es inmensa. Yves Coppens era un gran sabio, paleontólogo de
renombre mundial, miembro de innumerables instituciones extranjeras,
pero, sobre todo, profesor del Collège de France y miembro
de la Academia de las Ciencias”, ha escrito en Twitter este
miércoles su editora, Odile Jacob. “Su amabilidad, su bondad,
su humor, su fidelidad, su erudición solo eran comparables
a su talento como escritor. [...] Francia pierde a uno de
sus grandes hombres”, ha rematado. En su editorial pueden
encontrarse 17 libros publicados por Coppens, uno de estudiosos
de la evolución humana más relevantes del último siglo.
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Esta es la historia de dos esqueletos. Es la
hazaña de un par de antiguos miembros de la familia humana
nacidos en Etiopía y apodados Lucy y Ardi. El primero es un
ícono de los inicios de la humanidad, mientras que el segundo
es menos conocido, pero no por eso menos importante y quizás
hasta más revelador. Sus historias revelan mucho sobre la
evolución humana temprana y cómo la ciencia que estudia nuestro
pasado ha avanzado en este último medio siglo.
Parte del sistema del Rift de África Oriental
consiste en una cuenca sedimentaria formada por la separación
de placas continentales. Gracias a una geología favorable,
sus desiertos abrasados ??por el sol representan un terreno
privilegiado para la caza de miembros extintos de la familia
humana. El potencial de esta región salió a la luz en la década
de 1970 gracias al trabajo pionero del geólogo Maurice Taieb.
Después de descubrir que el suelo estaba repleto de huesos
petrificados, invitó a científicos franceses y estadounidenses
a formar un equipo de investigación, que rápidamente se centró
en un área rica en fósiles llamada Hadar. En 1974 el antropólogo
Donald Johanson y su asistente Tom Gray encontraron a Lucy,
un esqueleto de 3,2 millones de años de antigüedad. Al reconstruirlo,
vieron que las piezas conformaban aproximadamente el 40% del
esqueleto (o el 70% después de que los técnicos de laboratorio
crearan réplicas de huesos que faltaban en el lado opuesto)
de una mujer pequeña con un cerebro del tamaño de un simio,
quien medía poco más de un metro de altura.
Ardi (izquierda) y Lucy (derecha) son dos antiguos
miembros de la familia humana nacidos en Etiopía.
El equipo de Hadar recolectó cientos de especímenes
más de la misma especie que luego se denominaría Australopithecus
afarensis. Y completó las partes que le faltaban a Lucy, incluido
el cráneo, las manos y los pies. Hoy esta especie fósil es
una de las más conocidas de toda la familia humana, con más
de 400 ejemplares que datan hace entre 3 y 3,7 millones de
años.
El descubrimiento del Australopithecus afarensis
llevó a la ciencia a avanzar de muchas maneras. Primero, arrojó
luz sobre uno de los mayores misterios de la humanidad: ¿por
qué se irguieron nuestros antepasados? Los humanos nos parecemos
a nuestros primos primates en muchos aspectos anatómicos,
pero somos extrañamente únicos cuando se trata de nuestra
locomoción sobre dos piernas. Darwin había teorizado que los
humanos incorporaron una postura erguida al mismo tiempo en
que desarrollaron herramientas de piedra, cerebros grandes
y dientes caninos pequeños, pero el Australopithecus afarensis
demostró que estos rasgos no evolucionaron como un paquete.
En realidad, la locomoción vertical comenzó mucho antes que
los cerebros grandes y las herramientas de piedra. En segundo
lugar, estos descubrimientos movieron los registros de fósiles
humanos más hacia el pasado y establecieron al género Australopithecus
como un antepasado viable de nuestro género, Homo.
Lucy, sonriendo sin saber que iba a ser famosa.
Tras profusos debates, quedan pocas dudas de
que la especie de Lucy era bípeda. El Australopithecus afarensis
tenía el dedo gordo recto, no prensil, y los inicios de lo
que sería el pie arqueado de los humanos (a pesar de tener
proporciones de pie más primitivas que las nuestras). De hecho,
es probable que esta especie sea la responsable de las huellas
de aspecto humano encontradas en cenizas volcánicas fosilizadas
en Laetoli, Tanzania, y que datan de hace 3,6 millones de
años. Esto no significa necesariamente que la especie de Lucy
hubiera abandonado los árboles por completo. Conservó características
que algunos científicos interpretan como evidencias de su
capacidad para escalar, lo que incluye dedos curvos de manos
y pies, articulaciones móviles en los hombros y antebrazos
largos.
Pero ¿qué sucedió antes de Lucy y cómo comenzó
el andar bípedo? Después de los descubrimientos en Hadar,
durante dos décadas el registro fósil de aquellos antepasados
con más de 4 millones de años ??permaneció casi en blanco.
En 1992, en otra parte de la depresión de Afar conocida como
Awash Medio, un equipo estadounidense etíope con sede en la
Universidad de California en Berkeley recogió las primeras
piezas de una especie primitiva más de un millón de años anterior
a Lucy. Los primeros hallazgos incluyeron dientes caninos
en forma de diamante (distintos a los colmillos en forma de
daga de los simios), los cuales marcaron que estas criaturas
eran miembros primitivos de la familia humana. En 1994, el
equipo de Awash Medio ganó la lotería de forma inesperada:
hallaron un esqueleto de 4,4 millones de años de una especie
llamada Ardipithecus ramidus. El erudito etíope Yohannes Haile-Selassie
encontró un hueso de la mano roto, lo que desencadenó una
búsqueda intensiva y el descubrimiento de más de 125 piezas
de una hembra antigua que medía aproximadamente 1,2 metros
de altura y tenía un cerebro del tamaño de un pomelo de unos
300 centímetros cúbicos. El esqueleto, apodado Ardi, conservaba
muchas partes que le faltaban a Lucy (incluidas las manos,
pies y cráneo) y tenía 1,2 millones de años más. Los investigadores
terminaron encontrando más de 100 especímenes de otros individuos
de la misma especie.
El descubrimiento de Ardi fue declarado el logro
científico del año en 2009.
Poco después de que el esqueleto de Ardi fuese
llevado al laboratorio, el paleoantropólogo Tim White hizo
un descubrimiento impactante: el dedo gordo del pie de Ardi
indicaba que tenía la capacidad de trepar árboles. Esta revelación
llegó junto con otras aparentemente contradictorias, por ejemplo,
que los otros cuatro dedos de Ardi mostraban una anatomía
similar a la de los bípedos erguidos. Otros hallazgos sumaron
a la idea de que Ardi tenía una locomoción híbrida; es decir,
trepaba árboles, pero también caminaba erguida. Aunque muy
dañada, la pelvis de Ardi mostraba inserciones musculares
exclusivas de los bípedos, junto con otra anatomía típica
de los simios arbóreos. Como informó más tarde el equipo que
hizo el descubrimiento, "posee tantas sorpresas anatómicas
que nadie podría haberlas imaginado sin evidencia fósil directa".
Ardi desafió las predicciones imperantes de
múltiples formas. Al momento de su descubrimiento, la biología
molecular había acumulado pruebas convincentes de que los
humanos estaban estrecha y recientemente relacionados con
los chimpancés.
En ese entonces, los científicos estimaban que
la divergencia de ambos linajes había ocurrido hacía tan solo
5 millones de años (la mayoría ahora piensa que la división
fue mucho antes). Por eso muchos investigadores compartían
la idea de que, cuanto más antiguo el fósil, más se parecería
a un chimpancé o bonobo moderno. Pero Ardi no caminaba con
los nudillos como los simios africanos modernos ni tampoco
mostraba indicios anatómicos de tener antepasados que caminaran
de esa forma. Además, carecía de los dientes caninos en forma
de daga de los chimpancés y su hocico era menos prognatoso
(con las mandíbulas salientes). Se veía diferente a todo lo
que se había visto antes, motivo por el cual sus descubridores
la describieron como "ni chimpancé ni humana". Ardi provocó
una gran controversia. Algunos científicos se negaron a creer
que ella fuese un miembro de la familia humana y, por lo tanto,
se negaron a aceptar todas sus inquietantes implicaciones.
Otros insistieron en que en realidad se parecía más a un chimpancé
de lo que reconocía el equipo que la descubrió. A lo largo
de la última década, varios investigadores independientes
examinaron los fósiles y afirmaron que Ardi era un hominino
(antes llamado "homínido"), una criatura que pertenece a nuestra
rama del árbol genealógico tras separarnos de los antepasados
de los chimpancés. No todas las afirmaciones sobre ella han
ganado una completa aceptación, pero Ardi ciertamente nos
obligó a replantear a fondo nuestros orígenes.
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Tim White, padre de Lucy, fichaba por el Cenieh
recientemente. El paleoantropólogo que participó en el descubrimiento
de la Australopithecus afarensis -y en el de Ardi (Ardipithecus
ramidus)-, elige Burgos porque «hay infraestructura, están
los mejores investigadores y existen fósiles para comparar».
En el Museo Nacional de Etiopía en la capital,
Addis Abeba, se puede ver una replica de Lucy, un fósil que
reescribió la historia de la evolución humana. El esqueleto
original, que fue descubierto en 1974 en Afar, en Etiopía,
se encuentra en el Museo de Historia Natural de Cleveland,
Estados Unidos. El museo también ofrece una rica variedad
de información sobre Selam y Ardi. Selam es un esqueleto fosilizado
e increíblemente conservado de la especie Australopithecus
afarensis, de más de tres millones de años de antigüedad,
mientras que Ardi, un fósil de la especie Ardipithecus ramidus,
fue un homínido que vivió hace 4.4 millones de años y un millón
de años más antiguo que Lucy.
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Con el paso del tiempo, el debate dejó de ser
si se debía aceptar o no a Ardi en la familia humana y pasó
a ser cómo hacerlo.
Ardi provocaba incomodidad porque no encajaba
fácilmente en la teoría predominante. A medida que vamos atrás
en el tiempo, nuestros antepasados se parecen más a los simios
(aunque no necesariamente a los simios modernos) y las pistas
que los relacionan con nosotros se vuelven más sutiles y controvertidas.
Ardi representaba algo completamente nuevo: un escalador hasta
entonces desconocido con un dedo del pie oponible y un andar
erguido extraño. No solo era una especie nueva, sino un género
completamente nuevo. Por el contrario, Lucy encajó con facilidad
dentro del ya existente género Australopithecusporque era
una variación más antigua de cuestiones anatómicas bien establecidas.
Como consecuencia, Lucy sigue siendo mucho más famosa que
Ardi. El descubridor de Lucy, Don Johanson, hizo unas relaciones
públicas excelentes, escribió libros de divulgación, protagonizó
documentales de televisión y convirtió su esqueleto en un
nombre conocido. Por el contrario, el equipo de Ardi, que
incluía a varios veteranos del equipo de Lucy, evitó todo
ello. Trabajó de forma aislada, tardó 15 años en publicar
su esqueleto y se involucraron en numerosas discusiones con
sus colegas.
El equipo de Ardi desafió agresivamente las
teorías predominantes, en particular la noción de que venimos
de antepasados que se parecían a los chimpancés modernos o
la creencia de que la expansión de las sabanas africanas desempeñaba
un papel crucial en la evolución humana. Tales desavenencias
cegaron a algunos investigadores a apreciar el valor científico
del esqueleto familiar más antiguo.
El investigador Donald Johanson junto al esqueleto
de Lucy en 2013.
Tanto Lucy como Ardi dan testimonio de la importancia
de los fósiles. Las teorías y los modelos analíticos son componentes
esenciales de la ciencia, pero las pruebas materiales a veces
desafían las predicciones. A pesar del despliegue publicitario
que a menudo acompaña a los grandes descubrimientos, ningún
fósil representa los comienzos de la humanidad, la madre de
la humanidad o el eslabón perdido. Más bien, son solo reliquias
aleatorias de poblaciones antiguas que tenemos la suerte de
encontrar y probablemente una fracción de formas pasadas que
han sido borradas por el tiempo. En el cuarto de siglo que
pasó desde que se descubrió Ardi, se agregaron más de dos
decenas de especies de homínidos, de las cuales tres son más
antiguas que ella. La especie más antigua es el Sahelanthropus
tchadensis y consiste en un cráneo de al menos 6 millones
de años hallado en Chad. Por desgracia ninguna de estas especies
más antiguas está lo suficientemente completa como para formar
un esqueleto. Pero, afortunadamente, Etiopía siguió produciendo
esqueletos de la especie de Lucy. Ejemplos de ello son un
niño llamado Selam ("paz") y un hombre que era una cabeza
más alto que Lucy bautizado, apropiadamente, Kadanuumuu ("tipo
grande"). Otra sorpresa hallada allí fue un homínido con un
dedo oponible que vivió hace 3,4 millones de años, es decir,
al mismo tiempo que la especie de Lucy, lo que revela que
al menos dos tipos coexistían muy cerca: uno bípedo y otro
arbóreo.
Chad, oficialmente la República de Chad, es
un país sin litoral ubicado en África Central. Limita con
Libia al norte, con Sudán al este, con la República Centroafricana
al sur, Camerún y Nigeria al suroeste y con Níger al oeste.
La inseguridad alimentaria obliga a la junta militar a pedir
ayuda a la comunidad internacional mientras Rusia bloquea
las exportaciones de alimentos ucranianos.
Mientras tanto, Kenia y Sudáfrica han producido
descubrimientos adicionales y han demostrado que nuestros
orígenes son mucho más complejos de lo que parecían en los
viejos tiempos, cuando había menos puntos para conectar. A
medida que se fue dando nombre a más y más ramas, los antropólogos
comenzaron a decir que nuestro árbol genealógico se describe
mejor como un arbusto. Pero los avances recientes en genómica
prueban que ninguna metáfora es del todo correcta. El ADN
antiguo muestra que diferentes "especies", como los neandertales
y el Homo sapiens moderno, a veces tenían sexo. Debido a que
las ramas se vuelven a unir, nuestra familia no se parece
a un árbol o a un arbusto, sino más bien a una malla: una
mezcla compleja de poblaciones que se dispersaron, se adaptaron
a las condiciones locales y ocasionalmente se mezclaron. Nuestros
antepasados, incluso los arbóreos, no caben fácilmente en
los árboles.
Los nuevos descubrimientos nos ponen ante una
paradoja: cuanto más aprendemos, más nos enfrentamos a lo
que no sabemos. Hace más de dos siglos, el químico británico
Joseph Priestley ofreció una maravillosa metáfora del progreso
científico: a medida que el círculo de luz se expande, también
lo hace su circunferencia, es decir, la frontera entre la
luz del conocimiento y la oscuridad de lo desconocido. Como
atestiguan Ardi y Lucy, somos los últimos sobrevivientes de
un linaje peculiar y debemos reconstruir minuciosamente nuestra
compleja historia hueso por hueso.
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