Cambiando flores por balas.
"¡Fascismo nunca mais!". Esa es la consigna
más coreada cada 25 de abril en la céntrica Avenida da Liberdade
de Lisboa por la que discurre, año tras año, una multitudinaria
marcha en recuerdo y reivindicación de la Revolución de los
Claveles, aquella pacífica y romántica insurrección comandada
–hace ahora medio siglo– por un puñado de jóvenes y valerosos
oficiales del Ejército: los legendarios Capitanes de Abril.
Una gesta imborrable en el imaginario de los portugueses que
sepultó, entre flores y abrazos, la dictadura más longeva
de Europa.
Diez minutos antes de las once de la noche del
24 de abril de 1974 sonaba en Rádio Emissores Asssociados
una balada que había acabado en última posición en el Festival
de Eurovisión: E depois do adeus. Era la primera señal musical
que debían escuchar los conjurados del Movimiento Fuerzas
Armadas (MFA) para dar inicio a la Operación Fin de Régimen.
Hora y media más tarde, ya en la madrugada del 25 de abril,
se emitía en Rádio Renascença Grândola, Vila Morena, la popular
canción de José Zeca Afonso censurada por la dictadura: "Terra
da fraternidade / Grândola, vila morena / en cada rosto, igualdade
/ o povo é quem mais ordena". Era la llamada definitiva para
que las unidades militares sublevadas abandonaran los cuarteles
y tomaran los puntos neurálgicos del país. La revolución estaba
en marcha.
Al frente de la rebelión se encontraba un grupo
de oficiales muy críticos con las guerras coloniales en las
que se había enfrascado el régimen en sus territorios de ultramar.
António de Oliveira Salazar, el dictador que había fundado
en 1932 el Estado Novo tratando de emular a Mussolini, había
fallecido en 1970 pero el régimen sobrevivió de la mano de
Marcelo Caetano, un miembro del Opus Dei que en la práctica
ya gobernaba desde 1968 debido a la debilitada salud del déspota.
Hablamos del Opus Dei en Destacado >>
Julio 2020.
El descontento en el seno de las Fuerzas Armadas
portuguesas era notorio desde los años 60 por el empeño del
régimen en mantener vivo el añejo espíritu del imperialismo
lusitano. Las guerras coloniales en Guinea Bissau, Angola
y Mozambique sólo deparaban miles de muertos y heridos y un
endeudamiento creciente del país. Al ejército habían ingresado
a partir de los años 50 jóvenes provenientes de familias de
bajos recursos. Muchos de ellos se foguearon en África y aprendieron
allí las tácticas de la guerra de guerrillas. Hartos de la
política colonial del régimen y de regreso en la metrópoli,
se sintieron agraviados por un cambio reglamentario en el
Ejército decretado en julio de 1973 que no les favorecía como
militares de carrera. Ese malestar despertó su conciencia
política. Enviaron notas de protesta al Ministerio de Defensa
y decidieron organizarse. Más de un centenar de oficiales
se reunieron en septiembre de aquel año en una finca de Monte
do Sobral, en el Alentejo. Allí fundaron el Movimiento Fuerzas
Armadas, que a la postre sería conocido como el movimiento
de los Capitanes de Abril.
El cerebro del grupo era el mayor Otelo Saraiva
de Carvalho (fallecido en 2021), veterano de guerra en Angola
y Guinea Bissau. Lo acompañaban en el Secretariado del MFA,
entre otros, Vasco Lourenço (hoy presidente de la Asociación
25 de Abril), Vitor Alves y Ernesto Melo Antunes (encargado
de redactar el manifiesto político del movimiento). Para no
despertar las sospechas de la PIDE, la temible policía política
salazarista, los miembros del MFA decidieron actuar con celeridad.
Ya en marzo de 1974 hubo una primera asonada en un cuartel
de infantería en Caldas da Rainha, a 90 kilómetros de Lisboa.
Mal organizada, fue sofocada por el régimen, pero ese primer
fracaso no arredró a los jóvenes militares antifascistas.
Sólo tardarían unas semanas en intentarlo de nuevo. Eligen
la fecha del 25 de abril. Saraiva de Carvalho y seis oficiales
del MFA (los hombres sin sueño, como serán recordados) dirigirán
las operaciones desde el cuartel lisboeta de la Pontinha.
El factor sorpresa será su gran aliado.
Del 22 al 26 de abril se podrá asistir a diversas
conferencias, exposiciones, proyección de documentales y películas,
entre ellas la dedicada al General Humberto Delgado, asesinado
junto a su secretaria por la PIDE en Olivenza y enterrado
en Villanueva del Fresno.
A 80 kilómetros de la Pontinha, en Santarém,
sintoniza la radio Fernando José Salgueiro Maia, un capitán
de 29 años curtido también en los campos de batalla africanos.
Al oír la señal convenida deberá partir con sus hombres y
su columna de tanques hacia Lisboa. Si Saraiva y Melo Antunes
son los cerebros de la Operación Fin de Régimen, Salgueiro
Maia (fallecido en 1992) es el héroe inesperado de la jornada,
el oficial sereno y resuelto que se planta ante Caetano para
exigirle su rendición. El presidente de facto se había atrincherado
junto al núcleo duro de su Gobierno en el edificio de la Guardia
Nacional Republicana, en el Largo do Carmo. Esa céntrica plaza
lisboeta, atestada de turistas en nuestros días, fue hace
50 años el escenario del principal episodio de la revolución.
Allí se había congregado una multitud pese a los llamamientos
de los insurgentes a que la ciudadanía permaneciera en sus
casas. Maia y sus hombres estaban abrumados. Ante todo, querían
evitar un baño de sangre.
A media tarde, Caetano se rinde. Las guarniciones
sublevadas han tomado los principales puertos y aeropuertos
del país y el régimen dictatorial se desmorona como un castillo
de naipes. La revolución ha triunfado. La alegría de la muchedumbre
quedará empañada por la muerte de cuatro personas por disparos
de agentes de la PIDE durante una manifestación frente a sus
dependencias. El capitán del MFA que debía tomar por la mañana
el edificio no se sumó finalmente al plan de operaciones magistralmente
diseñado por Saraiva de Carvalho.
Gente festejando sobre un carro de combate en
Lisboa durante la Revolución de los Claveles.
La fiesta revolucionaria de esas 24 horas de
vértigo será recordada por la comunión entre los militares
antifascistas y el pueblo portugués. Toda revolución precisa
de símbolos. El clavel se convirtió en el emblema del 25 de
Abril por casualidad. La historia es conocida. La camarera
Celeste Caeiro se había llevado unas flores de camino a su
casa y al encontrarse con uno de los soldados en el Chiado
le regaló un clavel rojo. El militar, que no le había pedido
a Celeste la flor sino un cigarrillo, colocó el clavel en
el cañón de su fusil y ese gesto fue repitiéndose a lo largo
del día. La revolución ya tenía nombre.
El Movimiento Fuerzas Armadas se presentó ante
los portugueses por televisión en las primeras horas del día
26. Al frente de la Junta de Salvación Nacional estaba el
general António de Spínola, quien había sido destituido como
subjefe del Estado Mayor de la Defensa dos meses antes tras
haber publicado el libro Portugal y el futuro, en el que proponía
una solución política para las colonias. El Estado Novo salazarista
pasaba a mejor vida. Se restablecerían las libertades públicas
en Portugal y comenzaría el proceso de descolonización en
ultramar. Saraiva y otros militares del MFA formaron parte
de un Gobierno provisional en el que también figuraban socialistas
(Mario Soares), comunistas (Alvaro Cunhal) y liberales (Francisco
Sá Carneiro).
El presidente de Angola Joao Loureno, mandatario
de la antigua colonia lusa en la capital de Portugal, acompañado
de la primera dama, Ana Dias Loureno por el 50 aniversario
de la Revolución de los Claveles.
El proceso revolucionario que se inició entonces
fue mucho más convulso y menos romántico que aquella primera
jornada de libertad. Portugal vivió una tensión social y política
constante durante 19 meses, mientras se sucedían los gobiernos,
las manifestaciones y los ruidos de sables. Spínola dimitiría
en septiembre de 1974 tras quedar al descubierto sus veleidades
golpistas antirrevolucionarias. Saraiva de Carvalho pasaría
varios meses en prisión a comienzos de 1976, acusado de instigar
una fallida sublevación de militares de izquierdas en noviembre
de 1975. La evolución ideológica del cabecilla del 25 de abril
fue tan acelerada como los propios acontecimientos. Pasó de
mantener posiciones socialdemócratas a defender ideas revolucionarias
que no eran las predominantes en la heterogénea coalición
gobernante. A mediados de los años 80 fue condenado a 18 años
de prisión por su relación con el grupo armado Fuerzas Populares-25
de Abril, una acusación que Saraiva siempre negó. Cumplió
cinco años en la cárcel y más tarde sería amnistiado por iniciativa
del presidente Mario Soares. Gran estratega militar, al ideólogo
de la Revolución de los Claveles no le fue tan bien en la
arena política. Fue candidato presidencial en dos ocasiones
(1976 y 1980) y en ambas salió escaldado.
Con el tiempo, los aguerridos Capitanes de Abril
serían marginados por las instituciones y el poder político.
Pero su legado pervive medio siglo después. La memoria democrática
en Portugal cuenta desde 2015 con un espacio físico para que
no se olvide nunca la larga noche salazarista. El Museo del
Aljube Resistência e Liberdade ha resignificado un antiguo
centro penitenciario de la policía política ubicado junto
a la Catedral de Sé. Con motivo del 50º aniversario de la
Revolución de los Claveles acaba de inaugurarse allí la exposición
25 de Abril, sempre!, un ejemplo más de que la memoria es
también una forma de luchar contra el fascismo.
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Salgueiro Maia, el "héroe" triste de la Revolución
de los Claveles.
La fascinante historia de Grândola, Vila Morena
y de su autor, Zeca Afonso, quien ha quedado en los anales
de la Revolución de los Claveles como el músico que inauguró
una rebelión incruenta que derrocó la dictadura más longeva
del pasado siglo en Europa Occidental: 48 años.
El 25 de abril se celebra un aniversario que
cambió la manera de entender la política. Portugal vivió ese
día de 1974 su clamorosa Revolución de los Claveles, un movimiento
militar y ciudadano pacífico que terminó con una dictadura
de 48 años. Para rememorar y festejar aquel episodio indispensable
en la Europa moderna, el teatro de Rojas de Toledo estrenará
este jueves la obra Claveles, escrita por Emma Riverola, dirigida
por Abel Folk e interpretada por él mismo y por la actriz
Silvia Marsó.
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El 25 de abril de 1974, cinco minutos antes
de las once de la noche, Rádio Graça emitió una canción que
no levantó sospechas en la dictadura salazarista de Marcelo
Caetano. E depois do adeus, de Paulo de Carvalho, sonaba a
través de las antenas de los Emissores Associados de Lisboa,
apenas cien kilómetros de alcance a través de la frecuencia
modulada suficientes para alertar a los militares de abril
de que el golpe de Estado estaba en marcha. La historia, en
cambio, le reservó a José Zeca Afonso el capítulo del inicio
sonoro de la Revolución de los Claveles. A las las doce y
veinte, se escuchó el Grândola, Vila Morena en Rádio Renascença,
la confirmación de que todo seguía adelante para poner fin,
casi medio siglo después, al Estado Novo. Fuera del país,
en cambio, pocos saben que el artífice de ambos artistas,
de ambas canciones, fue un exponente de la burguesía portuense
de nombre Arnaldo Trindade.
El primer tema pasó desapercibido porque dos
semanas antes había representado a Portugal en la gala de
Eurovisión celebrada en el Reino Unido, tras proclamarse vencedor
del Festival da Canção, organizado por la RTP, la radio televisión
pública lusa. Las connotaciones políticas del segundo, en
cambio, eran de sobra conocidas, aunque podrían resumirse
en el verso que proclamaba que el pueblo era quien mandaba.
Para no extendernos, aquí pueden leer la fascinante historia
de Grândola, Vila Morena.
José Alfonso, durante la firma de su
contrato con Orfeu, junto a Arnaldo Trindade (izq.).
Infelizmente, toca hablar de Arnaldo Trindade,
fallecido a principios de año en Oporto, donde había
nacido en 1934. Una insigne figura de la que se haría eco
nuestro país si, en vez de mirar hacia arriba, lo hiciese
hacia la izquierda, aunque en realidad él no era un comunista,
sino un socialdemócrata. Porque no se entendería la música
portuguesa de la mitad del siglo pasado sin el fundador de
la discográfica Orfeu, que supo aglutinar en su catálogo a
una nómina de artistas variopintos entre los que destacan
los cantores de intervenção. Trindade, además de difundir
la canción protesta, también publicó discos de pop, fado,
folclore y saudade, esas composiciones melancólicas tan apreciadas
en la emigración que editaba con una intención comercial y
que le reportaban beneficios. Porque, en paralelo, no dudó
en apoyar discos que, si eran prohibidos por la censura, no
generarían ingresos. Con Zeca y Adriano Correia de Oliveira
se arriesgó, pero más allá de la influencia política también
destacó por su faceta modernizadora en el sector discográfico.
Así, cuando reclutó a artistas que buscaban una producción
más profesional, consciente de las carencias en los estudios
portugueses, se lanzó a contratar a arreglistas y músicos,
algunos extranjeros, y a grabar en Londres, París o Madrid.
"Uno crea un sello [discográfico] por gusto. Yo fundé uno
porque adoraba lo que hacía. Mi interés comercial era nulo.
Hasta hubo grabaciones que tuve que pagar de mi bolsillo",
declaraba a la revista Blitz en 2011, cuando los vinilos clásicos
de Orfeu ya eran un objeto de culto.
Arnaldo Trindade iba para ingeniero, pero terminó
convirtiendo el negocio familiar en una discográfica de referencia.
Perteneciente a la burguesía comercial de Oporto, su padre
regentaba un establecimiento de electrodomésticos, ese espacio
singular que antaño combinaba la venta de lavadoras con la
de cadenas musicales y, claro, de casetes y vinilos. Algunos
hasta recordarán aquellas tiendas que, entre ventiladores
y secadoras, también alquilaban películas de VHS. El padre
de Arnaldo, además de importar radios y televisores Philco,
distribuía los discos de Polydor en Portugal. Antes de tomar
el testigo del ultramarinos tecnológico, el chaval no destacó
por ser un brillante estudiante, pero sí por su cinefilia
y sus inquietudes culturales, que lo llevaron a hacerse socio
temprano del Cine Clube do Porto y a fundar el Círculo de
Cultura Teatral y el Teatro Experimental do Porto. Tejió también
un selecto círculo de amistades que compartían sus intereses,
incluido el ex primer ministro socialdemócrata Francisco Sá
Carneiro.
Trindade y Zeca.
Sin embargo, no mostró interés por la política
activa, aunque sí impulsó la canción protesta y la que luego
sería la banda sonora de la Revolución de los Claveles. La
relación con José Afonso, al principio laboral, derivó en
amistad, pese a que Zeca se posicionaba a su izquierda. Él
se definía como republicano y socialdemócrata, al tiempo que
consideraba al autor de Grândola, Vila Morena no como un comunista,
sino como un revolucionario. Pesaba, por encima de todo, su
carácter tolerante y vitalista, sin ocultar su vena burguesa.
Su cuna y sus diferencias ideológicas no fueron
óbice para confiar en la palabra de José Afonso, objetivo
de la dictadura desde Os vampiros, una canción antifascista
publicada en 1963 contra la represión política y los agentes
de la PIDE. En ella, canta contra quienes vienen a "chupar
la sangre fresca de la manada", "ellos comen todo y no dejan
nada". Fue, junto a O menino do bairro negro, la primera canción
censurada por el régimen. Cuando publicó su versión instrumental,
el público coreaba la letra: "No chão do medo / Tombam os
vencidos / Ouvem-se os gritos / Na noite abafada / Jazem nos
fossos / Vítimas dum credo / E não se esgota / O sangue da
manada". Portuense de pro, la influencia de Arnaldo Trindade
trascendió a todo Portugal, donde descubrió a muchos artistas
entre los años cincuenta y ochenta. A otros les bastó con
darles un empujón, aunque algunos, como Fausto, reconocen
que sin su papel no habrían sido músicos profesionales. Además
de José Afonso y Paulo de Carvalho, en su catálogo figuraban
Lenita Gentil, Vitorino, Maria da Fé, Adriano Correia de Oliveira,
Teresa Silva Carvalho, Luís Cília, Conjunto Maria Albertina,
Teresa Tarouca, etcétera.
José Afonso, Adriano Correia de Oliveira
y Arnaldo Trindade.
Sus inicios como empresario discográfico pasaron
por ser un pionero de un curioso género, los discos falados.
Es decir, los autores leían sus textos y recitaban sus poemas,
que eran grabados en vinilos, entre los que destacó Torga
por Torga. El propio Arnaldo Trindade recordaba en una entrevista
que "Miguel Torga se emocionó tanto durante la lectura de
sus propios poemas que necesitó una inyección de coramina
para proseguir la grabación". La citada sustancia era un estimulante
que se usaba contra la sobredosis de tranquilizantes. Luego
publicó Adriano Correia de Oliveira, quien evolucionó del
fado a la canción protesta y se atrevió a grabar canciones
como Erguem-se muros. Y recuperó a Zeca cuando fue prohibido
y ninguna discográfica se prestaba a publicar sus trabajos.
Él, en cambio, no temió las presiones de la policía política
(PIDE) ni de la censura (SNI) y en 1968 editó el disco Cantares
do Andarilho, pese a que sabía que la responsabilidad recaería
sobre él. De hecho, fue sometido a varios registros en busca
de discos proscritos en sus almacenes.
Aunque despistaba a los censores, ya que los
escondía en su casa, en una ocasión unos agentes de la PIDE
lo sorprendieron con el single de alto octanaje erótico Je
t'aime, moi non plus, de Serge Gainsbourg y Jane Birkin. Todo
quedó en un susto cuando uno de los policías se dirigió disimuladamente
hacia él y le susurró: "Esconda esos paquetes, pero deme un
disco". Quizás encaje lejanamente en el género A Cabritinha,
de Quim Barreiros, quien también figura en la escudería de
la Orfeu, sección popular. "Más allá de los mejores artistas,
contaba con un núcleo de colaboradores activos y de una extrema
lealtad y firmeza de propósitos", comentaba a Blitz el fundador
de Orfeu, a la que definía en el libro Desta canção que apeteço
como "una barricada y un ariete contra el muro del oscurantismo".
Arnaldo Trindade no solo destacó por su compromiso con la
música de intervenção —pese a que definía su discográfica
como "apolítica"— y por sus innovaciones en la producción,
sino también por su ojo comercial. Para crear una clientela,
regalaba un tocadiscos a quien comprase diez vinilos, porque
entonces los aparatos de reproducción escaseaban en los hogares
de los portugueses. Una forma indirecta de burlar la censura,
pues consideraba que el problema, más allá de los obstáculos
para la publicación de ciertos elepés, era que no se radiaban
por las emisoras por temor a las autoridades. "El peor sentimiento
era el miedo", reconocía en una entrevista al programa Bairro
Alto, de la RTP, que también atenazó a algunos autores, quienes
optaron por la autocensura. También fomentó la entrega de
los discos de oro y de plata, así como las Convenções do Disco,
a las que asistió un bisoño Michael Jackson, al frente de
The Jackson 5, y un jovencísimo pianista llamado Elton John,
quien grabaría en el mismo estudio parisino que José Afonso.
Concretamente, en el Castillo de Hérouville, que frecuentaron
artistas de la talla de David Bowie o Iggy Pop. "Cantigas
de maio [que incluye Grândola, Vila Morena] costó una fortuna
de la época, aunque valió la pena, porque es una obra extraordinaria",
recordaba Arnaldo Trindade, quien conservó hasta su muerte,
a los 89 años, un autógrafo de Zeca que rezaba: "Adversariamente,
pero con admiración, José Afonso".
Esta obra se divide en tres partes, y reúne
registros sobre la Guerra Colonial —con texto de Carlos Matos
Gomes; el 25 de abril — con texto de Adelino Gomes; y Después
de abril, con texto de Fernando Rosas, historiador y protagonista
de los años calurosos de 1974-1975. Algunas de las imágenes
ahora publicadas son inéditas. La obra también incluye grabados
creados por el artista visual Vhils (Alexandre Farto) sobre
algunas de las fotografías. El libro es publicado por Tinta-da-china
y cuenta con el apoyo del Comité Conmemorativo del 50 Aniversario
25 de Abril.
En una insurrección sin tiros no puede haber
un pistoletazo de salida, por eso la Revolución de los Claveles
no comenzó con un disparo, sino con una canción. En el imaginario
popular todavía resuenan los acordes de Grândola, Vila Morena,
compuesta por el cantautor José Zeca Afonso, la voz que hizo
florecer la utopía en los cuarteles. Sin embargo, la melodía
que sonó pasada la medianoche del 25 de abril de 1974 en el
programa Limite de Rádio Renascença no fue la señal que avisó
a los militares del comienzo del levantamiento contra la dictadura
portuguesa, sino la confirmación de que la revuelta para derrocar
al Estado Novo seguía adelante.
En realidad, el inicio sonoro de la Revolución
de los Claveles lo marcó E depois do adeus, de Paulo de Carvalho,
que sonó cinco minutos antes de las once de la noche a través
de los Emissores Associados de Lisboa. Una canción que pasó
desapercibida porque había sido compuesta para que el cantante
lisboeta la interpretase en el Festival da Canção.
Paulo de Carvalho se había proclamado vencedor
en el certamen organizado por la RTP, aunque tuvo menos suerte
en la gala de Eurovisión celebrada en el Reino Unido, donde
fue el último clasificado. Sin duda alguna, una canción tan
popular y sin carga ideológica no levantaría sospechas, de
ahí que fuese elegida como señal por los militares de abril.
En cambio, las connotaciones políticas de Grândola, Vila Morena
eran obvias: "O povo é quem mais ordena", es decir, en Portugal
manda el pueblo. Por eso fue escogida para reafirmar que la
sublevación contra el régimen salazarista de Marcelo Caetano
prosperaba. La decisión de emitirla a través de una emisora
católica refuerza su carácter simbólico.
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