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24 - Abril - 2024
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Cambiando flores por balas.

"¡Fascismo nunca mais!". Esa es la consigna más coreada cada 25 de abril en la céntrica Avenida da Liberdade de Lisboa por la que discurre, año tras año, una multitudinaria marcha en recuerdo y reivindicación de la Revolución de los Claveles, aquella pacífica y romántica insurrección comandada –hace ahora medio siglo– por un puñado de jóvenes y valerosos oficiales del Ejército: los legendarios Capitanes de Abril. Una gesta imborrable en el imaginario de los portugueses que sepultó, entre flores y abrazos, la dictadura más longeva de Europa.

Diez minutos antes de las once de la noche del 24 de abril de 1974 sonaba en Rádio Emissores Asssociados una balada que había acabado en última posición en el Festival de Eurovisión: E depois do adeus. Era la primera señal musical que debían escuchar los conjurados del Movimiento Fuerzas Armadas (MFA) para dar inicio a la Operación Fin de Régimen. Hora y media más tarde, ya en la madrugada del 25 de abril, se emitía en Rádio Renascença Grândola, Vila Morena, la popular canción de José Zeca Afonso censurada por la dictadura: "Terra da fraternidade / Grândola, vila morena / en cada rosto, igualdade / o povo é quem mais ordena". Era la llamada definitiva para que las unidades militares sublevadas abandonaran los cuarteles y tomaran los puntos neurálgicos del país. La revolución estaba en marcha.

Al frente de la rebelión se encontraba un grupo de oficiales muy críticos con las guerras coloniales en las que se había enfrascado el régimen en sus territorios de ultramar. António de Oliveira Salazar, el dictador que había fundado en 1932 el Estado Novo tratando de emular a Mussolini, había fallecido en 1970 pero el régimen sobrevivió de la mano de Marcelo Caetano, un miembro del Opus Dei que en la práctica ya gobernaba desde 1968 debido a la debilitada salud del déspota.

Hablamos del Opus Dei en Destacado >> Julio 2020.

El descontento en el seno de las Fuerzas Armadas portuguesas era notorio desde los años 60 por el empeño del régimen en mantener vivo el añejo espíritu del imperialismo lusitano. Las guerras coloniales en Guinea Bissau, Angola y Mozambique sólo deparaban miles de muertos y heridos y un endeudamiento creciente del país. Al ejército habían ingresado a partir de los años 50 jóvenes provenientes de familias de bajos recursos. Muchos de ellos se foguearon en África y aprendieron allí las tácticas de la guerra de guerrillas. Hartos de la política colonial del régimen y de regreso en la metrópoli, se sintieron agraviados por un cambio reglamentario en el Ejército decretado en julio de 1973 que no les favorecía como militares de carrera. Ese malestar despertó su conciencia política. Enviaron notas de protesta al Ministerio de Defensa y decidieron organizarse. Más de un centenar de oficiales se reunieron en septiembre de aquel año en una finca de Monte do Sobral, en el Alentejo. Allí fundaron el Movimiento Fuerzas Armadas, que a la postre sería conocido como el movimiento de los Capitanes de Abril.

El cerebro del grupo era el mayor Otelo Saraiva de Carvalho (fallecido en 2021), veterano de guerra en Angola y Guinea Bissau. Lo acompañaban en el Secretariado del MFA, entre otros, Vasco Lourenço (hoy presidente de la Asociación 25 de Abril), Vitor Alves y Ernesto Melo Antunes (encargado de redactar el manifiesto político del movimiento). Para no despertar las sospechas de la PIDE, la temible policía política salazarista, los miembros del MFA decidieron actuar con celeridad. Ya en marzo de 1974 hubo una primera asonada en un cuartel de infantería en Caldas da Rainha, a 90 kilómetros de Lisboa. Mal organizada, fue sofocada por el régimen, pero ese primer fracaso no arredró a los jóvenes militares antifascistas. Sólo tardarían unas semanas en intentarlo de nuevo. Eligen la fecha del 25 de abril. Saraiva de Carvalho y seis oficiales del MFA (los hombres sin sueño, como serán recordados) dirigirán las operaciones desde el cuartel lisboeta de la Pontinha. El factor sorpresa será su gran aliado.

Del 22 al 26 de abril se podrá asistir a diversas conferencias, exposiciones, proyección de documentales y películas, entre ellas la dedicada al General Humberto Delgado, asesinado junto a su secretaria por la PIDE en Olivenza y enterrado en Villanueva del Fresno.

A 80 kilómetros de la Pontinha, en Santarém, sintoniza la radio Fernando José Salgueiro Maia, un capitán de 29 años curtido también en los campos de batalla africanos. Al oír la señal convenida deberá partir con sus hombres y su columna de tanques hacia Lisboa. Si Saraiva y Melo Antunes son los cerebros de la Operación Fin de Régimen, Salgueiro Maia (fallecido en 1992) es el héroe inesperado de la jornada, el oficial sereno y resuelto que se planta ante Caetano para exigirle su rendición. El presidente de facto se había atrincherado junto al núcleo duro de su Gobierno en el edificio de la Guardia Nacional Republicana, en el Largo do Carmo. Esa céntrica plaza lisboeta, atestada de turistas en nuestros días, fue hace 50 años el escenario del principal episodio de la revolución. Allí se había congregado una multitud pese a los llamamientos de los insurgentes a que la ciudadanía permaneciera en sus casas. Maia y sus hombres estaban abrumados. Ante todo, querían evitar un baño de sangre.

A media tarde, Caetano se rinde. Las guarniciones sublevadas han tomado los principales puertos y aeropuertos del país y el régimen dictatorial se desmorona como un castillo de naipes. La revolución ha triunfado. La alegría de la muchedumbre quedará empañada por la muerte de cuatro personas por disparos de agentes de la PIDE durante una manifestación frente a sus dependencias. El capitán del MFA que debía tomar por la mañana el edificio no se sumó finalmente al plan de operaciones magistralmente diseñado por Saraiva de Carvalho.

Gente festejando sobre un carro de combate en Lisboa durante la Revolución de los Claveles.

La fiesta revolucionaria de esas 24 horas de vértigo será recordada por la comunión entre los militares antifascistas y el pueblo portugués. Toda revolución precisa de símbolos. El clavel se convirtió en el emblema del 25 de Abril por casualidad. La historia es conocida. La camarera Celeste Caeiro se había llevado unas flores de camino a su casa y al encontrarse con uno de los soldados en el Chiado le regaló un clavel rojo. El militar, que no le había pedido a Celeste la flor sino un cigarrillo, colocó el clavel en el cañón de su fusil y ese gesto fue repitiéndose a lo largo del día. La revolución ya tenía nombre.

El Movimiento Fuerzas Armadas se presentó ante los portugueses por televisión en las primeras horas del día 26. Al frente de la Junta de Salvación Nacional estaba el general António de Spínola, quien había sido destituido como subjefe del Estado Mayor de la Defensa dos meses antes tras haber publicado el libro Portugal y el futuro, en el que proponía una solución política para las colonias. El Estado Novo salazarista pasaba a mejor vida. Se restablecerían las libertades públicas en Portugal y comenzaría el proceso de descolonización en ultramar. Saraiva y otros militares del MFA formaron parte de un Gobierno provisional en el que también figuraban socialistas (Mario Soares), comunistas (Alvaro Cunhal) y liberales (Francisco Sá Carneiro).

El presidente de Angola Joao Loureno, mandatario de la antigua colonia lusa en la capital de Portugal, acompañado de la primera dama, Ana Dias Loureno por el 50 aniversario de la Revolución de los Claveles.

El proceso revolucionario que se inició entonces fue mucho más convulso y menos romántico que aquella primera jornada de libertad. Portugal vivió una tensión social y política constante durante 19 meses, mientras se sucedían los gobiernos, las manifestaciones y los ruidos de sables. Spínola dimitiría en septiembre de 1974 tras quedar al descubierto sus veleidades golpistas antirrevolucionarias. Saraiva de Carvalho pasaría varios meses en prisión a comienzos de 1976, acusado de instigar una fallida sublevación de militares de izquierdas en noviembre de 1975. La evolución ideológica del cabecilla del 25 de abril fue tan acelerada como los propios acontecimientos. Pasó de mantener posiciones socialdemócratas a defender ideas revolucionarias que no eran las predominantes en la heterogénea coalición gobernante. A mediados de los años 80 fue condenado a 18 años de prisión por su relación con el grupo armado Fuerzas Populares-25 de Abril, una acusación que Saraiva siempre negó. Cumplió cinco años en la cárcel y más tarde sería amnistiado por iniciativa del presidente Mario Soares. Gran estratega militar, al ideólogo de la Revolución de los Claveles no le fue tan bien en la arena política. Fue candidato presidencial en dos ocasiones (1976 y 1980) y en ambas salió escaldado.

Con el tiempo, los aguerridos Capitanes de Abril serían marginados por las instituciones y el poder político. Pero su legado pervive medio siglo después. La memoria democrática en Portugal cuenta desde 2015 con un espacio físico para que no se olvide nunca la larga noche salazarista. El Museo del Aljube Resistência e Liberdade ha resignificado un antiguo centro penitenciario de la policía política ubicado junto a la Catedral de Sé. Con motivo del 50º aniversario de la Revolución de los Claveles acaba de inaugurarse allí la exposición 25 de Abril, sempre!, un ejemplo más de que la memoria es también una forma de luchar contra el fascismo.

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Salgueiro Maia, el "héroe" triste de la Revolución de los Claveles.

La fascinante historia de Grândola, Vila Morena y de su autor, Zeca Afonso, quien ha quedado en los anales de la Revolución de los Claveles como el músico que inauguró una rebelión incruenta que derrocó la dictadura más longeva del pasado siglo en Europa Occidental: 48 años.

El 25 de abril se celebra un aniversario que cambió la manera de entender la política. Portugal vivió ese día de 1974 su clamorosa Revolución de los Claveles, un movimiento militar y ciudadano pacífico que terminó con una dictadura de 48 años. Para rememorar y festejar aquel episodio indispensable en la Europa moderna, el teatro de Rojas de Toledo estrenará este jueves la obra Claveles, escrita por Emma Riverola, dirigida por Abel Folk e interpretada por él mismo y por la actriz Silvia Marsó.

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El 25 de abril de 1974, cinco minutos antes de las once de la noche, Rádio Graça emitió una canción que no levantó sospechas en la dictadura salazarista de Marcelo Caetano. E depois do adeus, de Paulo de Carvalho, sonaba a través de las antenas de los Emissores Associados de Lisboa, apenas cien kilómetros de alcance a través de la frecuencia modulada suficientes para alertar a los militares de abril de que el golpe de Estado estaba en marcha. La historia, en cambio, le reservó a José Zeca Afonso el capítulo del inicio sonoro de la Revolución de los Claveles. A las las doce y veinte, se escuchó el Grândola, Vila Morena en Rádio Renascença, la confirmación de que todo seguía adelante para poner fin, casi medio siglo después, al Estado Novo. Fuera del país, en cambio, pocos saben que el artífice de ambos artistas, de ambas canciones, fue un exponente de la burguesía portuense de nombre Arnaldo Trindade.

El primer tema pasó desapercibido porque dos semanas antes había representado a Portugal en la gala de Eurovisión celebrada en el Reino Unido, tras proclamarse vencedor del Festival da Canção, organizado por la RTP, la radio televisión pública lusa. Las connotaciones políticas del segundo, en cambio, eran de sobra conocidas, aunque podrían resumirse en el verso que proclamaba que el pueblo era quien mandaba. Para no extendernos, aquí pueden leer la fascinante historia de Grândola, Vila Morena.

José Alfonso, durante la firma de su contrato con Orfeu, junto a Arnaldo Trindade (izq.).

Infelizmente, toca hablar de Arnaldo Trindade, fallecido a principios de año en Oporto, donde había nacido en 1934. Una insigne figura de la que se haría eco nuestro país si, en vez de mirar hacia arriba, lo hiciese hacia la izquierda, aunque en realidad él no era un comunista, sino un socialdemócrata. Porque no se entendería la música portuguesa de la mitad del siglo pasado sin el fundador de la discográfica Orfeu, que supo aglutinar en su catálogo a una nómina de artistas variopintos entre los que destacan los cantores de intervenção. Trindade, además de difundir la canción protesta, también publicó discos de pop, fado, folclore y saudade, esas composiciones melancólicas tan apreciadas en la emigración que editaba con una intención comercial y que le reportaban beneficios. Porque, en paralelo, no dudó en apoyar discos que, si eran prohibidos por la censura, no generarían ingresos. Con Zeca y Adriano Correia de Oliveira se arriesgó, pero más allá de la influencia política también destacó por su faceta modernizadora en el sector discográfico. Así, cuando reclutó a artistas que buscaban una producción más profesional, consciente de las carencias en los estudios portugueses, se lanzó a contratar a arreglistas y músicos, algunos extranjeros, y a grabar en Londres, París o Madrid. "Uno crea un sello [discográfico] por gusto. Yo fundé uno porque adoraba lo que hacía. Mi interés comercial era nulo. Hasta hubo grabaciones que tuve que pagar de mi bolsillo", declaraba a la revista Blitz en 2011, cuando los vinilos clásicos de Orfeu ya eran un objeto de culto.

Arnaldo Trindade iba para ingeniero, pero terminó convirtiendo el negocio familiar en una discográfica de referencia. Perteneciente a la burguesía comercial de Oporto, su padre regentaba un establecimiento de electrodomésticos, ese espacio singular que antaño combinaba la venta de lavadoras con la de cadenas musicales y, claro, de casetes y vinilos. Algunos hasta recordarán aquellas tiendas que, entre ventiladores y secadoras, también alquilaban películas de VHS. El padre de Arnaldo, además de importar radios y televisores Philco, distribuía los discos de Polydor en Portugal. Antes de tomar el testigo del ultramarinos tecnológico, el chaval no destacó por ser un brillante estudiante, pero sí por su cinefilia y sus inquietudes culturales, que lo llevaron a hacerse socio temprano del Cine Clube do Porto y a fundar el Círculo de Cultura Teatral y el Teatro Experimental do Porto. Tejió también un selecto círculo de amistades que compartían sus intereses, incluido el ex primer ministro socialdemócrata Francisco Sá Carneiro.

Trindade y Zeca.

Sin embargo, no mostró interés por la política activa, aunque sí impulsó la canción protesta y la que luego sería la banda sonora de la Revolución de los Claveles. La relación con José Afonso, al principio laboral, derivó en amistad, pese a que Zeca se posicionaba a su izquierda. Él se definía como republicano y socialdemócrata, al tiempo que consideraba al autor de Grândola, Vila Morena no como un comunista, sino como un revolucionario. Pesaba, por encima de todo, su carácter tolerante y vitalista, sin ocultar su vena burguesa.

Su cuna y sus diferencias ideológicas no fueron óbice para confiar en la palabra de José Afonso, objetivo de la dictadura desde Os vampiros, una canción antifascista publicada en 1963 contra la represión política y los agentes de la PIDE. En ella, canta contra quienes vienen a "chupar la sangre fresca de la manada", "ellos comen todo y no dejan nada". Fue, junto a O menino do bairro negro, la primera canción censurada por el régimen. Cuando publicó su versión instrumental, el público coreaba la letra: "No chão do medo / Tombam os vencidos / Ouvem-se os gritos / Na noite abafada / Jazem nos fossos / Vítimas dum credo / E não se esgota / O sangue da manada". Portuense de pro, la influencia de Arnaldo Trindade trascendió a todo Portugal, donde descubrió a muchos artistas entre los años cincuenta y ochenta. A otros les bastó con darles un empujón, aunque algunos, como Fausto, reconocen que sin su papel no habrían sido músicos profesionales. Además de José Afonso y Paulo de Carvalho, en su catálogo figuraban Lenita Gentil, Vitorino, Maria da Fé, Adriano Correia de Oliveira, Teresa Silva Carvalho, Luís Cília, Conjunto Maria Albertina, Teresa Tarouca, etcétera.

José Afonso, Adriano Correia de Oliveira y Arnaldo Trindade.

Sus inicios como empresario discográfico pasaron por ser un pionero de un curioso género, los discos falados. Es decir, los autores leían sus textos y recitaban sus poemas, que eran grabados en vinilos, entre los que destacó Torga por Torga. El propio Arnaldo Trindade recordaba en una entrevista que "Miguel Torga se emocionó tanto durante la lectura de sus propios poemas que necesitó una inyección de coramina para proseguir la grabación". La citada sustancia era un estimulante que se usaba contra la sobredosis de tranquilizantes. Luego publicó Adriano Correia de Oliveira, quien evolucionó del fado a la canción protesta y se atrevió a grabar canciones como Erguem-se muros. Y recuperó a Zeca cuando fue prohibido y ninguna discográfica se prestaba a publicar sus trabajos. Él, en cambio, no temió las presiones de la policía política (PIDE) ni de la censura (SNI) y en 1968 editó el disco Cantares do Andarilho, pese a que sabía que la responsabilidad recaería sobre él. De hecho, fue sometido a varios registros en busca de discos proscritos en sus almacenes.

Aunque despistaba a los censores, ya que los escondía en su casa, en una ocasión unos agentes de la PIDE lo sorprendieron con el single de alto octanaje erótico Je t'aime, moi non plus, de Serge Gainsbourg y Jane Birkin. Todo quedó en un susto cuando uno de los policías se dirigió disimuladamente hacia él y le susurró: "Esconda esos paquetes, pero deme un disco". Quizás encaje lejanamente en el género A Cabritinha, de Quim Barreiros, quien también figura en la escudería de la Orfeu, sección popular. "Más allá de los mejores artistas, contaba con un núcleo de colaboradores activos y de una extrema lealtad y firmeza de propósitos", comentaba a Blitz el fundador de Orfeu, a la que definía en el libro Desta canção que apeteço como "una barricada y un ariete contra el muro del oscurantismo". Arnaldo Trindade no solo destacó por su compromiso con la música de intervenção —pese a que definía su discográfica como "apolítica"— y por sus innovaciones en la producción, sino también por su ojo comercial. Para crear una clientela, regalaba un tocadiscos a quien comprase diez vinilos, porque entonces los aparatos de reproducción escaseaban en los hogares de los portugueses. Una forma indirecta de burlar la censura, pues consideraba que el problema, más allá de los obstáculos para la publicación de ciertos elepés, era que no se radiaban por las emisoras por temor a las autoridades. "El peor sentimiento era el miedo", reconocía en una entrevista al programa Bairro Alto, de la RTP, que también atenazó a algunos autores, quienes optaron por la autocensura. También fomentó la entrega de los discos de oro y de plata, así como las Convenções do Disco, a las que asistió un bisoño Michael Jackson, al frente de The Jackson 5, y un jovencísimo pianista llamado Elton John, quien grabaría en el mismo estudio parisino que José Afonso. Concretamente, en el Castillo de Hérouville, que frecuentaron artistas de la talla de David Bowie o Iggy Pop. "Cantigas de maio [que incluye Grândola, Vila Morena] costó una fortuna de la época, aunque valió la pena, porque es una obra extraordinaria", recordaba Arnaldo Trindade, quien conservó hasta su muerte, a los 89 años, un autógrafo de Zeca que rezaba: "Adversariamente, pero con admiración, José Afonso".

Esta obra se divide en tres partes, y reúne registros sobre la Guerra Colonial —con texto de Carlos Matos Gomes; el 25 de abril — con texto de Adelino Gomes; y Después de abril, con texto de Fernando Rosas, historiador y protagonista de los años calurosos de 1974-1975. Algunas de las imágenes ahora publicadas son inéditas. La obra también incluye grabados creados por el artista visual Vhils (Alexandre Farto) sobre algunas de las fotografías. El libro es publicado por Tinta-da-china y cuenta con el apoyo del Comité Conmemorativo del 50 Aniversario 25 de Abril.

En una insurrección sin tiros no puede haber un pistoletazo de salida, por eso la Revolución de los Claveles no comenzó con un disparo, sino con una canción. En el imaginario popular todavía resuenan los acordes de Grândola, Vila Morena, compuesta por el cantautor José Zeca Afonso, la voz que hizo florecer la utopía en los cuarteles. Sin embargo, la melodía que sonó pasada la medianoche del 25 de abril de 1974 en el programa Limite de Rádio Renascença no fue la señal que avisó a los militares del comienzo del levantamiento contra la dictadura portuguesa, sino la confirmación de que la revuelta para derrocar al Estado Novo seguía adelante.

En realidad, el inicio sonoro de la Revolución de los Claveles lo marcó E depois do adeus, de Paulo de Carvalho, que sonó cinco minutos antes de las once de la noche a través de los Emissores Associados de Lisboa. Una canción que pasó desapercibida porque había sido compuesta para que el cantante lisboeta la interpretase en el Festival da Canção.

Paulo de Carvalho se había proclamado vencedor en el certamen organizado por la RTP, aunque tuvo menos suerte en la gala de Eurovisión celebrada en el Reino Unido, donde fue el último clasificado. Sin duda alguna, una canción tan popular y sin carga ideológica no levantaría sospechas, de ahí que fuese elegida como señal por los militares de abril. En cambio, las connotaciones políticas de Grândola, Vila Morena eran obvias: "O povo é quem mais ordena", es decir, en Portugal manda el pueblo. Por eso fue escogida para reafirmar que la sublevación contra el régimen salazarista de Marcelo Caetano prosperaba. La decisión de emitirla a través de una emisora católica refuerza su carácter simbólico.

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