Mi hijo me protege y otras historias de
espionaje.
Si hacemos un viaje en el tiempo y obviamos
por un momento la figura de Vladimir Putin, Ramzán Kadýrov
sería seguramente el político más conocido de toda Rusia.
Lejos de ser un importante ministro o una figura emergente
de la oposición, era el presidente de la República de Chechenia,
una remota región del tamaño de la provincia de Cuenca poblada
por apenas un millón y medio de personas en el país más grande
de la Tierra. Un terruño y un lider tremendamente especiales.
Tras el colapso soviético, y aprovechando el caos reinante
en la nueva federación, los chechenos proclamaron de manera
unilateral la independencia. El entonces presidente ruso Boris
Yeltsin, incapaz de coordinar una intervención desde Moscú,
tuvo que ver cómo los nacionalistas de Dzhojar Dudáyev creaban
un Estado independiente de facto dentro la Federación Rusa.
No sería hasta 1994 cuando el Kremlin, ya con menos problemas,
lanzara una intervención militar sobre la pequeña república.
El conflicto se prolongó durante dos
años, dejando como balance más de 80.000 muertos y ningún
claro ganador. Incluso algo tan celebrado en Moscú como la
muerte de Dudáyed acabaría teniendo consecuencias negativas
para el Kremlin: desprovistos de un liderazgo claro, muchos
chechenos terminaron sirviendo en grupos más cercanos a la
ideología salafista que al anterior nacionalismo secular.
Combatientes procedentes de Afganistán y muy bien apoyados
económicamente por distintas monarquías del golfo serían en
la práctica los líderes de la nueva guerra.
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Ramzán Kadýrov es un político ruso de origen
checheno. Desde el 15 de febrero de 2007 ejerce como jefe
de la República de Chechenia; anteriormente ejerció el cargo
de primer ministro de esa república rusa desde el 4 de marzo
de 2006 hasta el 15 de febrero de 2007. Kadírov es hijo del
expresidente checheno Ajmat Kadírov, quien cambió de bando
en la Segunda Guerra chechena al ofrecer su servicio a la
administración de Vladímir Putin en Rusia y se convirtió en
presidente checheno en 2003. Murió en un atentado.
Dzhojar Musáyevich Dudáyev fue un general de la Fuerza Aérea
Soviética y el primer presidente de la República Chechena
de Ichkeria, entre 1991 y 1996. Adquirió su máxima fama por
convertirse en el más importante caudillo de la independencia
de facto de Chechenia en la práctica totalidad de la década
de 1990.
Cuando en agosto de 1999 los tanques rusos volvían
a Chechenia, ya eran muchos los que hablaban de la guerra
santa que se libraba en la pequeña república. No obstante,
no solo los chechenos habían cambiado; también en Moscú se
habían extraído un par de lecciones del anterior conflicto.
Para empezar, Putin y los suyos ya no buscaban ejercer un
control directo sobre Chechenia; habían entendido que esto
era sencillamente imposible. La nueva estrategia consistía
en encontrar líderes locales que hicieran cumplir la voluntad
de Moscú. Como si de un macabro casting se tratara, distintos
jefes guerrilleros fueron sondeados y finalmente salió elegido
Ajmat Kadýrov, en aquel momento muftí de la República de Chechenia.
Así, de ahora en adelante, desde el Gobierno federal ruso
se ofrecería total apoyo político y militar a la recién nombrada
nueva Administración de Kadýrov, que, a cambio, solo tendría
que asegurar la estabilidad en la región, sin importar el
método empleado. El pacto, de un pragmatismo aplastante, pronto
empezó a dar sus frutos, y probablemente se hubiera mantenido
hasta la actualidad de no haber sido asesinado Kadýrov en
el año 2004.
El Kremlin perdía a su hombre en Chechenia,
pero Ramzán Kadýrov estaba listo para continuar con el legado
de su fallecido padre. En chándal y con apenas 28 años, el
joven líder checheno se presentaba en Moscú con el único objetivo
de ganarse la confianza de Vladimir Putin. El trato volvería
a ser apoyo político y económico a cambio de estabilidad en
Chechenia. Pero no debemos dejarnos engañar con eufemismos:
15 años de gobierno de Kadýrov dejaron claro cuál es el tipo
de estabilidad que eligió el Kremlin. El número de
atentados y guerrillas activas en la región se redujo considerablemente.
¿Fruto de una cuidada y estructurada política social?
Sencillamente, Kadýrov hijo demostró ser el mejor matarife
entre los matarifes al llevar a cabo una represión tremendamente
violenta, pero selectiva. El presidente de la República de
Chechenia era, ante todo, temido.
Adam Kadyrov ha sido asignado a un "puesto destacado"
en el servicio de seguridad de su padre, el líder de la república
rusa de Chechenia, Ramzan Kadyrov.
Solo a partir de este punto podríamos valorar
la constante presencia de Kadýrov en los medios de comunicación
y redes sociales. El checheno es toda una estrella de Instagram,
donde, más allá de contarnos su a día a día, promueve su peculiar
manera de pensar. Puede que Moscú haya dejado claro que no
va a tolerar el salafismo o un nacionalismo abiertamente independentista
en Chechenia. No obstante, sí parece dispuesto a convivir
con el kadyrovismo, siempre mirando de reojo. A grandes rasgos
desde la administración de la pequeña república se ha apostado
por una fuerte personalización de la política: Kadýrov sirve
para representar el papel de Chechenia dentro de Rusia; siempre
independiente, con sus costumbres y tradiciones, pero leal
a Vladimir Putin. Un encaje, una formula que en Ucrania saltó
por los aires.
¿Hasta cuándo durará este matrimonio de conveniencia?
Es difícil de decir. Si bien es cierto que a día de hoy ambos
presidentes están perfectamente asentados en el poder, esto
no garantiza una paz a largo plazo. Kadýrov, por muchos seguidores
que logre acumular en Instagram, sigue siendo tremendamente
dependiente de las ayudas económicas rusas. Conviene recordar
que estas, a diferencia del terror y la violencia, sí tienen
un límite claro. Cada vez que oímos noticias sobre una recesión
en Rusia, debemos pensar inmediatamente en Chechenia. Además,
Kadýrov, pese a lo que en un primer momento pueda parecer,
no es demasiado popular entre los chechenos. El líder no ha
logrado deshacerse del estigma de ser un colaborador del enemigo.
No es difícil imaginar que con una Rusia en retirada los chechenos
acabaran dando la espalda a sus actuales dirigentes. Un final
que, sin dejarnos engañar de nuevo por los eufemismos, tiene
pocas posibilidades de ser pacífico.
La tarjeta de identidad del espía Vladimir Putin
en la Alemania Oriental de la Guerra Fría.
Mientras en Occidente los espectadores crecían
con las películas de James Bond, durante la Guerra Fría el
bando soviético tenía también su espía favorito que operaba
bajo el nombre de Max Otto von Stierlitz. Y de acuerdo a la
escritora Dina Newman, ese fue le personaje que inspiró al
actual presidente ruso, Vladimir Putin, a sumarse a las filas
de la extinta agencia de inteligencia rusa KGB. Eso sí, la
respuesta del lado ruso a James Bond fue bastante austera:
Stierlitz no tenía tiempo ni dinero ni aparatos sofisticados.
Su vida estaba entregada a su trabajo en Berlín durante la
II Guerra Mundial, donde se infiltró sin ser descubierto en
el alto comando de la Alemania Nazi. Stierlitz fue el héroe
de una serie de 12 entregas (James Bond va por la secuela
26) que se llamó "17 instantes de la primavera" y era retransmitida
cada año alrededor del 9 de mayo, fecha que para los soviéticos
marca el final de la II Guerra Mundial. El estreno de la serie
tuvo lugar en 1973 y fue vista por entre 50 y 80 millones
de personas. "Las calles estaban desiertas porque la gente
corría de la casa al trabajo para no perderse el nuevo episodio
y preguntarse qué pasaría después", explicó Eleonora Shashkova,
una de las estrellas de la serie.
Más allá de ser un drama atrapante, tenía la
trama perfecta de la llamada Guerra Fría, con Stierlitz interrumpiendo
de manera secreta las negociaciones de paz entre los nazis
y los estadounidenses en 1945. Pero la trama también tenía
un propósito oculto. "La película mostraba la importancia
de los agentes secretos, quienes eran altamente respetados
en su propio país. E instaló el patriotismo en la generación
de posguerra", dijo Shashkova. De hecho, la serie fue comisionada
por Yuri Andropov, el director de la KGB -y posteriormente
líder del país-, como parte de una campaña de relaciones públicas
diseñada para atraer reclutas jóvenes y educados. Andropov
aprobó personalmente el material antes de que fuera emitido,
la filmación fue supervisada por su segundo al mando y dos
empleados de la KGB aparecieron en los créditos como asesores.
Eso sí, con sus alias. Putin nunca ha dicho -ni ha negado-
quién lo inspiró a convertirse en espía. Pero tenía 21 años
cuando la película fue estrenada y él se unió a la KGB dos
años después.
Poco después, como Stierlitz, Putin fue enviado
a Alemania. Y si Bond fue un bebedor patológico, Stierlitz,
como Putin, era todo lo contrario. En la película, el espía
soviético se pasaba la mayor parte del tiempo en soledad,
fumando, tomando café y mirando pensativo por la ventana.
Aunque, para hacer honor a la verdad, Kim Philby, el espía
británico que desertó de la Unión Soviética, comentó que un
agente secreto que se quedara mirando así por la ventana no
duraría mucho en su trabajo. En 1991, cuando Putin dejó la
KGB y empezó en un trabajó para el alcalde de San Petersburgo,
el actual mandatario admitió por primera vez que había sido
espía. Fue en un documental de TV que incluyó escenas reeditadas
de "17 instantes de la primavera". Pero en vez de Stierlitz
al mando de su vehículo de regreso a Berlín, se ve a Putin
en un vehículo ruso, mientras se escucha la música de la serie
en el fondo.
El actor Vyacheslav Tikhonov como Stierlitz,
en "17 instantes de la primavera".
En el documental, el futuro presidente de Rusia
advirtió que había un riesgo de que "por un periodo de tiempo,
el país se volcara al totalitarismo". "Pero el peligro no
radica en los organismo del Estado, ni en los servicios de
seguridad o la policía. Ni siquiera el ejército. El peligro
radica en nuestra propia mentalidad", expresó. "Todos pensamos
-yo lo hago algunas veces- que si traemos el orden con un
puño de acero, la vida será más fácil, más confortable y segura.
Pero realmente no estaremos cómodos por mucho rato. El puño
de acero no demorará en estrangularnos a todos", agregó. Algunos
años después, durante el caos que fue Rusia a finales de los
90, muchos rusos pidieron más orden y justicia. Y algunos,
el puño de acero. Y las encuestas de opinión indicaron que
los votantes estaban buscando que el nuevo líder fuera joven,
étnicamente ruso, exmiembro de las fuerzas de seguridad y
que no bebiera.
"Perdiendo la fe en los liberales, el país estaba
buscando a su Stierlitz", escribió Arkady Ostrovsky, el editor
de la revista The Economist para Rusia y Europa del Este.
En 1999, el diario The Kommersant comisionó una encuesta sobre
cuál personaje de ficción o no ficción del cine o la TV debería
ser el próximo presidente de Rusia. Stierlitz quedó en segundo
lugar, después del comandante del ejército Marshal Zhukov.
El suplemento semanal del diario puso en su portada la foto
de Stierlitz con el siguiente mensaje: "Presidente-2000".
En marzo de 2000, después de ejercer como presidente encargado,
Putin fue elegido para el puesto.
Vladimir Putin condecora a Vyacheslav Tikhonov,
quien interpretó a Stierlitz.
Eleonora Shashkova interpretó a la mujer de
Stierlitz en la serie, pero, extrañamente, ambos personajes
nunca se reunieron en pantalla excepto en una famosa escena,
cuando ella es llevada desde Rusia hasta Berlín y visita un
café con otro hombre. Stierlitz está sentado en otra mesa
del café y, cada tanto, él y su esposa logran intercambiar
furtivas pero intensas miradas. El público ve sus ojos, los
de ella y los de él otra vez. Después de un par de minutos,
ella se levanta y lentamente se va del salón. En su cumpleaños
70, en diciembre de 2007 -siete años después de que Putin
llegara al poder-, Shashkova recibió un regalo especial, sin
precedentes en la historia del cine soviético: fue un agradecimiento
del servicio secreto ruso por la interpretación de la esposa
de un agente extranjero.
Cuando el joven Vladímir Putin se dirigió a
una oficina de recepción pública del KGB para informarse sobre
cómo convertirse en oficial de inteligencia, le dijeron que
sería necesario un título universitario o el servicio en el
ejército. Así lo cuenta al menos su biografía oficial.
En vísperas del Año Nuevo de 1981, varios policías
soviéticos en las afueras de Moscú se enfrentaron a un mayor
del KGB. No podían ni imaginar las nefastas consecuencias
que suponía este enfrentamiento para ellos y para toda la
policía soviética.
En la mañana del 27 de diciembre de 1980, un
hombre de unos cuarenta años gravemente golpeado fue encontrado
inconsciente cerca de la carretera del aeropuerto de Bíkovo,
en la región de Moscú. Lo único que se encontró con él fue
una nota de enfermedad con la indicación: “Entregado a oficiales
del KGB con rango militar”. Así comenzó una historia que sacudiría
a los dirigentes soviéticos, llevaría a los servicios de seguridad
y a los órganos de interior del país al borde de la guerra
y llevaría al colapso a una de las figuras más influyentes
del Estado.
El jefe adjunto de la secretaría del KGB, el
comandante Viacheslav Afanásyev (que resultó ser la víctima),
murió en el hospital el 1 de enero de 1981 sin recuperar la
conciencia. Dado que el oficial era responsable de un trabajo
extremadamente importante con los sistemas de protección de
datos, la investigación del ataque contra él fue tomada bajo
el control personal de Yuri Andrópov, jefe del servicio especial.
El Departamento de Investigación del KGB y los agentes de
la Segunda Dirección Principal del KGB (Contrainteligencia)
consideraron varias versiones de lo ocurrido: desde un robo
ordinario hasta un sabotaje de los servicios secretos occidentales.
Pronto llegaron a una conclusión increíble: los empleados
del 5º Departamento de Milicia Lineal que trabajaban en la
estación de metro Zhdánovskaya (hoy Víjino) podrían estar
directamente relacionados con la muerte del mayor. Allí se
perdió el rastro de Afánasyev.
Aunque el KGB tenía una enorme influencia en
la URSS, no podía simplemente “sacudir” a todo un departamento
de policía organizando interrogatorios y registros a docenas
de sus oficiales. El obstáculo era el ministro del Interior
del país, Nikolái Shchelokov. Durante los 15 años que estuvo
al mando, Shchelokov consiguió elevar la autoridad de la policía
a cotas sin precedentes. Inició la creación masiva de libros
y películas sobre los agentes de la ley y celebró espectaculares
conciertos anuales con motivo de su fiesta profesional el
10 de noviembre. Los sueldos de los funcionarios aumentaron
considerablemente y se les proporcionó activamente una vivienda.
Se abrieron escuelas de policía por todo el país y los jóvenes
se matricularon en ellas masivamente.
Nikolái Shchelokov, amigo íntimo del presidente
Leonid Brézhnev, era uno de los principales aspirantes al
poder tras la esperada muerte del Secretario General. Se enfrentaba
al poderoso Yuri Andrópov. “Estamos hablando de una confrontación
política, ideológica. Eran personas completamente diferentes
con puntos de vista diametralmente opuestos”, afirmó la hija
del ministro, Irina Shchelokova. Andrópov decidió actuar con
cautela pero también con decisión. A petición suya, la Fiscalía
General “neutral” de la URSS se hizo cargo del caso Afanásyev.
El Comité le proporcionó toda la ayuda necesaria.
Nikolái Shchelokov, miembro del Comité Central
del PCUS, Ministro del Interior de la URSS.
El 14 de enero de 1981, cuando Shchelokov no
estaba en Moscú, se puso en marcha una operación especial
que sorprendió por completo a la policía moscovita. Decenas
de coches con agentes del KGB e investigadores de la Fiscalía
General se dirigieron a los lugares de trabajo y residencia
de los sospechosos, donde comenzaron inmediatamente las detenciones
y los registros. Uno de los policías encontró un cuaderno
con los números de teléfono de los compañeros de Viacheslav
Afanásyev, y los expertos hallaron rastros de su sangre lavada
en las paredes de la comisaría de Zhdánovskaya. Los investigadores
no tardaron en hacerse una idea completa de lo que ocurrió
el 26 de diciembre.
Yuri Andrópov, Secretario General del Comité
Central del PCUS.
Aquel nefasto día, Afanásyev regresaba a su
casa tras una fiesta con sus colegas, con los que celebraba
su cuadragésimo cumpleaños. El agente, en estado de embriaguez,
se saltó su parada y, a altas horas de la noche, se encontró
en la estación terminal de Zhdanovskaya. El mayor fue sacado
del vagón por los trabajadores del metro, que fueron inmediatamente
abordados por los policías que estaban de servicio en el lugar.
Sin embargo, no entregaron al pasajero al personal de la clínica
de desintoxicación. “La tarjeta de identificación (del KGB)
no impresionó a los guardias”, escribió el investigador Vladímir
Kalinichenko en sus memorias: “A Afanásyev le ataron las manos
a la espalda y le arrastraron escaleras abajo. Aquí, bajo
el andén, estaba la sala de policía, una habitación lúgubre
con escasa iluminación. Viacheslav intentó resistirse débilmente.
Por desgracia, no tenía ni idea de que los dos jóvenes de
uniforme gris le consideraban una “carpa”. (“Carpa” en su
argot significa una persona de aspecto inteligente que, sin
duda, tiene dinero y objetos de valor, y así pueden aprovecharse
de sus bienes acusando al propio detenido de todos los pecados
mortales). Tal y como estableció la investigación, estas “ganancias”
eran habituales para los policías. Al principio, tomaban solo
una parte del dinero de los borrachos. Después, empezaron
a llevarse todo el dinero, a golpear e incluso a matar a los
pasajeros nocturnos. Una vez, un joven que volvía de una boda
fue asesinado por una botella de champán.
Esta práctica, según se supo, no era exclusiva
de la 5ª sucursal, sino que estaba muy extendida en otros
distritos de la capital. A menudo los tribunales y los fiscales
ayudaban a encubrir los delitos para no empañar la imagen
ideal de la policía soviética. La mayoría de los agentes de
la ley que estaban de servicio en Zhdánovskaya ese día estaban
borrachos también. El más sobrio de ellos, Selivánov, le dijo
al oficial de guardia que un oficial del KGB había sido detenido
en la estación y golpeado fuertemente. Gritando que todos
se habían vuelto locos, el oficial de guardia exigió que el
mayor fuera liberado inmediatamente (la policía no tenía derecho
a detener a los oficiales de la KGB, aunque estuvieran borrachos;
la propia KGB se encargaba de ellos). Tras entrar en razón,
los policías liberaron a Afanásyev. Sin embargo, antes de
marcharse, el mayor enfadado pronunció la frase que finalmente
le costó la vida: “Nunca os perdonaré, cabrones”. Al darse
cuenta del problema que les esperaba si las cosas salían a
la luz, los agentes de la ley alcanzaron al agente que ya
había subido al andén y lo arrastraron de nuevo. Se decidió
matar al comisionado y borrar todas las huellas. El propio
Borís Baríshev, jefe del 5º escuadrón, llegó a la estación
de Zhdánovskaya para hacerlo. En su Volga donde Afanásyev
fue llevado a las afueras de la ciudad y asesinado (según
pensaron) con una palanca y los pies, se llevaron todos los
objetos de valor para simular un robo. Por el camino, les
persiguió (pero sin éxito) un coche de la policía de tráfico
que intentó detenerlos por una infracción de tráfico. Y aunque
no les pillaron, lograron obtener la matrícula del Volga.
El caso de Afanásyev fue el hilo que empezó
a desenredar la maraña de crímenes y encubrimientos en el
sistema del Ministerio del Interior. Durante la investigación,
los investigadores de la Fiscalía General se quejaron de la
vigilancia de los organismos de asuntos internos, y se asignaron
combatientes de la unidad especial Alfa del KGB para protegerlos.
También actuaron como convoy de los acusados para descartar
la posibilidad de fuga.
Arriba: A. Télyshev, B. Baríshev, N. Lóbanov,
V. Piksáiev, abajo: N. Vozulia, A. Popov, N. Rassojin, A.
Salátov.
El 21 de julio de 1982, Borís Baríshev, el inspector
jefe Nikolái Rassojin, los policías Nikolái Lóbanov y Alexánder
Popov fueron condenados a muerte por fusilamiento. Otros agentes
fueron condenados a diferentes penas de prisión. Las purgas
y despidos masivos no sólo afectaron al 5º, sino también a
otros departamentos de Moscú. Esto no fue el final del asunto.
Se inició una inspección exhaustiva de la labor del Ministerio
del Interior, que reveló un gran número de abusos por parte
de los funcionarios policiales en todo el país. La credibilidad
de la policía recibió un duro golpe. Durante mucho tiempo,
la gente seguía teniendo asco y miedo de los agentes de la
ley que estaban de guardia en las estaciones de metro. El
17 de diciembre de 1982, un mes después de la muerte de su
padrino Leonid Brézhnev, Nikolái Shchelokov, que había sido
acusado de corrupción, fue destituido como ministro del Interior.
Fue expulsado del Partido Comunista de la Unión Soviética,
despojado de su rango de general del ejército, de Héroe del
Trabajo Socialista y de todos los honores excepto los que
había obtenido en la Segunda Guerra Mundial. El 10 de diciembre
de 1984, el exministro, desesperado, envió una carta al líder
de la Unión Soviética, Konstantín Chernenko, en la que afirmaba
que “nunca había infringido la ley, nunca había traicionado
la línea del Partido ni había tomado nada del Estado”. Tres
días después se suicidó con un disparo.
Aunque trabajar en el KGB prometía ciertos beneficios,
estaba lleno de personas de diversos orígenes. Dado que el
KGB era una institución compleja que incorporaba múltiples
direcciones -cada una con sus propias responsabilidades profesionales-,
era necesario cubrir las vacantes con personas de diversos
talentos y especializaciones. “El KGB de la URSS era una organización
grande y de estructura compleja. Por ejemplo, el trabajo de
la Primera Dirección General (inteligencia) era fundamentalmente
diferente al de las direcciones territoriales (que se dedicaban
a contrainteligencia). Había muchas unidades especializadas,
de combate y técnicas, contrainteligencia militar o tropas
fronterizas (con su propia inteligencia), las divisiones 7ª
y 9ª eran responsables de la seguridad de los funcionarios
del Partido”, explicó Andréi Milejin, antiguo oficial del
KGB.
Milejin dijo que cuando se preguntaba quién
podía conseguir un trabajo en el KGB se pasaba por alto este
punto importante: el KGB era una organización grande y necesitaba
todo tipo de personas. Al mismo tiempo, la poderosa y altamente
secreta institución veía con recelo a los extraños y a los
candidatos no solicitados. En cambio, los reclutadores del
KGB se esforzaban por cribar a los posibles candidatos en
muchos otros lugares, no relacionados con la policía secreta:
universidades, ejército, fábricas, etc.
Los oficiales de reclutamiento observaban y
evaluaban a los posibles candidatos en sus lugares de trabajo.
La mayoría de las veces, los futuros oficiales del KGB ni
siquiera sospechaban que estaban siendo evaluados para trabajar
en el KGB. El exoficial del KGB Milejin dijo que los novatos
eran educados y entrenados de manera muy efectiva. “Nunca
he visto una formación y organización del servicio más motivada
y eficaz en ningún otro lugar. Creo que era la cima del trabajo
ideológico y la gestión de la Unión Soviética, la verdadera
élite del país”, dijo. El reclutamiento del KGB era muy selectivo,
aunque hubo casos en los que el KGB alistó a personas contra
su voluntad.
Materiales del KGB. Materiales del archivo sobre
el alemán A.A. Gette.
Para cumplir sus funciones, el personal del
KGB se apoyaba en una amplia red de informantes. A menudo,
tanto los ciudadanos soviéticos como los extranjeros eran
persuadidos -o incluso estafados- para trabajar. Los principales
objetivos de reclutamiento para los oficiales del KGB destinados
en el extranjero, especialmente en los países del bloque occidental,
eran personas que ya habían alcanzado una determinada posición
-o cargo- de reputación en su país o aquellas que podrían
llegar a ella en el futuro. Un antiguo manual secreto del
KGB, publicado ahora en Internet, afirma que los agentes del
KGB debían concentrar sus esfuerzos de reclutamiento, en primer
lugar, en las instituciones responsables de controlar la política
exterior del país en cuestión: "El gabinete de ministros,
el ministerio de asuntos exteriores, los centros de dirección
de los partidos políticos, los grandes monopolios, etc.".
Los agentes del KGB buscaban a personas desencantadas
en sus puestos de trabajo y a quienes simpatizaran con los
objetivos y los principios ideológicos de la Unión Soviética.
Las universidades de todo el mundo fueron también un gran
caldo de cultivo de agentes clandestinos del KGB, que eran
reclutados y utilizados más tarde, después de haber ascendido
en su carrera. Los ciudadanos soviéticos también se convertían
a menudo en agentes e informantes involuntarios del KGB.
“Cuando una persona ha sido reclutada, adopta
un alias, a menudo firma un documento [diciendo que acepta
trabajar para el KGB]. Se le enseñan técnicas de conspiración
elementales [o] avanzadas: conexiones, contraseñas, claves,
etc. Si tomamos, por ejemplo, a los agentes que se infiltran
en las bandas, los cárteles de la droga, la clandestinidad
terrorista, etc., entonces necesitamos una formación muy seria
de los agentes”, declaró Guennadi Gudkov, un antiguo oficial
del KGB y del FSB. También se conocen casos de miembros de
la intelectualidad -escritores, artistas y deportistas- que
fueron reclutados por el KGB para informar sobre miembros
disidentes de su comunidad.
El Servicio Federal de Seguridad de la Federación
de Rusia o FSB es el principal servicio de seguridad nacional
de Rusia, uno de los órganos federales que se encuentra bajo
la inmediata autoridad del Presidente de Rusia, la organización
sucesora del Comité para la Seguridad del Estado (KGB) de
época soviética.
Aunque el KGB reclutaba informantes y agentes
de forma casi indiscriminada, el Comité de Seguridad del Estado
filtraba minuciosamente a los que deseaban ser empleados oficialmente.
Una reputación manchada y/o algunos rasgos físicos podían
prohibir para siempre a un candidato trabajar en el KGB. Se
prefería a los candidatos de aspecto poco llamativo, frente
a los que tenían ciertos rasgos físicos inusuales como tics
nerviosos, defectos oculares y estrabismo, trastornos del
habla, dientes salientes o grandes marcas de nacimiento, por
no hablar de las discapacidades físicas visibles. Se consideraba
que estos rasgos podían perjudicar la capacidad de un candidato
para cumplir sus funciones, que a menudo requerían llevarse
a cabo de manera discreta.
Según un antiguo oficial del KGB reconvertido
en escritor, los representantes de ciertas etnias también
tenían prohibido de forma no oficial trabajar en el KGB. Por
ejemplo, los judíos, los tártaros de Crimea, los karachais,
los calmucos, los chechenos, los ingusetios, los griegos,
los alemanes, los coreanos y los finlandeses eran evitados
en gran medida por los reclutadores del KGB, ya que consideraban
que las personas de estas etnias eran “poco fiables”, un hecho
que atestigua la discriminación étnica en el país.
El brutal perfil sobre Vladimir Putin que hizo
un ex agente de la CIA destinado en Moscú durante la Guerra
Fría.
Sobre el tiempo que el presidente ruso, Vladímir
Putin , trabajó como agente del KGB han corrido ríos y ríos
de tinta. Sin embargo, todavía hay muchos detalles sobre sus
más de 15 años dentro del servicio secreto soviético que se
desconocen. Ya saben, es lo que tienen los espías, y más los
rusos, que no les gusta airear los trapos ni a caballo pasado.
Aunque eso no implica que no sepamos nada.
Dentro de los detalles mejor conocidos sobre
la actuación de Putin en la Guerra Fría, destaca su tiempo
sirviendo en la ciudad de Dresde durante los últimos estertores
de la URSS . Algo que volvió a ser noticia gracias
al hallazgo en el antiguo edificio de la Stasi (antigua policía
secreta), del carné que empleaba este durante su tiempo destinado
en Alemania Oriental. Precisamente, un suceso ocurrido al
final de si estancia en el país germano, así como su complicada
infancia en el Leningrado de la posguerra, acabaron siendo
determinantes en la vida, y la evolución, del actual presidente
ruso.
Vladímir Putin nació en 1952 en Leningrado (San
Petersburgo). Por entonces, el recuerdo del cerco alemán durante
la Segunda Guerra Mundial todavía seguía vivo en la mente
de los habitantes de la antigua ciudad de los Zares. Especialmente
para su padre, Vladímir Spiridinovich Putin, que, como miembro
del Ejército Rojo, había defendido la urbe durante el sitio.
Su esposa, María Ivanovna también había sufrido los estragos
de la guerra. Cuando Vladimir fue hospitalizado a causa de
unas heridas por metralla en la pierna, esta aprovechaba las
visitas al centro para echarse a la boca algo de la comida
que le daban a su esposo.
Putin fue un joven conflictivo y abusón en el
colegio, un matón lleno de rabia y sin respeto por nada ni
nadie. Era delgado y bajo de estatura, frío en sus actos y,
por supuesto, no tenía muchos amigos. El joven Vladimir no
acabó en la cárcel de San Petersburgo (su ciudad natal) como
un criminal del bajo mundo porque lo salvó el judo, deporte
en el que llegó a ser bastante bueno y le permitió entrar
como espía en el servicio secreto soviético, el tristemente
célebre KGB. El pasado año la Federación Internacional
de Judo suspendió a Putin como presidente de honor.
«Mi padre tenía seis hermanos y cinco murieron
en la Guerra. Los parientes próximos de mi madre también murieron.
Y yo fui un niño tardío: me dio a luz cuando tenía 41 años.
No había ni una sola familia en la que nadie murió. Y, desde
luego, sin duelo, desgracia, tragedia… Pero no tenían odio
al enemigo. Hasta ahora no lo puedo entender bien. Mi madre
decía: "Pero, ¿qué odio? Son gente simple y también murieron
en la guerra. Son gente trabajadora, igual que nosotros, pero
les obligaban a ir al frente". Estas palabras las recuerdo
desde mi niñez», dijo Putin en una ocasión sobre la experiencia
de su familia en la Segunda Guerra Mundial.
Después de la guerra, el padre del presidente
continuó sirviendo en el ejército, mientras que María Ivanovna
se ganaba la vida trabajando en una fábrica. El joven Vladímir
comenzó a asistir a la Escuela Nº 134, ubicada muy cercana
de su domicilio. Desde muy joven comienza a mostrar interés
por las artes marciales , tanto que comienza a practicar judo
y defensa personal. Su infancia resultó bastante complicada,
ya que su familia nunca se encontró en una buena situación
económica. Esto, aunado con las dificultades propias de cualquier
familia humilde en la URSS de mediados del siglo XX, fue definiendo
su carácter. «Entendí que, si se quiere ganar, en cada pelea
hay que luchar hasta el final, como si fuese la batalla última
y decisiva; es necesario aceptar que no hay retirada y que
hay que luchar hasta el final. Es una regla conocida que más
tarde me enseñaron en el KGB, pero yo la aprendí mucho antes,
en las peleas de mi infancia», afirma el presidente en su
autobiografía «En primera persona» sobre su infancia. Cuando
le llega la hora de ir a la universidad, se decidió por estudiar
derecho en la Estatal de Leningrado. Finalizó su carrera en
1975, y lo hizo, además, con un expediente realmente envidiable.
Ya con el diploma debajo del brazo es reclutado por el KGB.
Tras pasar con éxito el periodo de formación comienza a trabajar
activamente para el servicio secreto ruso.
El pasado Verano, la primera sonda rusa en 50
años se estrelló contra la luna.
RIP.
Cuando Putin fue enviado a Dresde, en 1985,
acababa de entrar en la treintena. Por entonces ya estaba
casado con Liudmila , de la que se divorció en el año 2014,
y con la que ya había tenido a su primera hija, María, mientras
que la segunda nació un año después de la llegada del espía
a Alemania Oriental. Al igual que en Leningrado, los habitantes
de Dresde conocían de primera mano los horrores de la guerra.
El 13 de febrero de 1945 la, por entonces, conocida como «
Florencia del Elba » había sido arrasada durante un bombardeo
de la aviación aliada. 40 años después de este ataque, la
urbe se encontraba plagada de militares. La URSS estaba cerca
de desaparecer y su caída, presumiblemente, arrastraría consigo
a todos los regímenes prosoviéticos que la rodeaban como si
de una muralla se tratase.
Según pasaban los años, este desenlace se antojaba
cada vez más inexorable. Así llegó el 1989, el del final de
la división entre las dos Alemanias. El 5 de diciembre, con
el Muro de Berlín ya prácticamente reducido a un montón de
piedras, una muchedumbre encolerizada trató de tomar por la
fuerza el cuartel de la Stasi ubicado en Dresde. Una vez irrumpieron
en el edificio, los asaltantes dirigieron sus pasos hacia
los despachos del KGB, donde se encontraba Vladimir Putin
acompañado por otros espías rusos. El futuro presidente tuvo
que amenazar con usar las armas en caso de que alguno intentase
penetrar en el lugar de trabajo de los agentes. Sus palabras
surtieron efecto y los atacantes abandonaron la Stasi. Sin
embargo, la calma no iba a durar, y Putin lo sabía.
El agente telefoneó rápidamente al cuartel general
de una unidad de tanques soviéticos que se encontraba destinada
en Dresde. Quería que unos cuantos carros se dirigiesen a
la sede de la policía secreta para evitar que se repitiese
la situación. La respuesta que recibió, según afirma 29 años
después el mandatario, le dejó helado: «No podemos hacer nada
sin órdenes de Moscú». Tras esta respuesta, tanto Putin como
sus compañeros de agencia se dedicaron por completo a prender
fuego a todos los documentos que pudieron . «Quemamos tanto
papel que hasta el horno se rompió», afirmó Putin en su autobiografía.
Pocos días después, el espía estaba en la Unión Soviética
junto a su familia. «Teníamos la horrible sensación de que
el país que casi se había vuelto nuestra casa estaba dejando
de existir», comentó Liudmila en el año 2000 durante una entrevista.
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