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Aunque nació en Arbucias el 15 de marzo de 1906 su infancia se
desarrolló en el barrio barcelonés de Sarriá en el que se encontraba
el domicilio habitual de su familia. Sus primeras fotografías las
realizó en la comarca de Osona ya que su padre y su abuelo eran
contratistas de obras y les acompañaba en ocasiones. Comenzó los
estudios de Peritaje mercantil en Barcelona pero no los terminó
y se puso a trabajar en una tienda de fotografía, en la que estableció
contacto con diferentes fotógrafos. Desde 1918 vendía sus fotografías
a buen precio. Pronto se afilió a la Agrupación Fotográfica de Cataluña
en la que conoció a Joaquim Pla Janini y Ramón Batlles con los que
estableció amistad y con los que aprendió diversas técnicas pictorialistas.
Cuando se casó en 1933 realizó su viaje de novios a Múnich donde
asistió a clases con el fotógrafo alemán Willy Zielke para perfeccionar
su técnica. Forma parte junto a sus amigos citados de una generación
de fotógrafos defensores del pictorialismo en la que se incluyen
José Ortiz-Echagüe, Claudi Carbonell y otros. Su fotografía más
laureada la realizó en 1923 y se llama Tracción de sangre, se trata
de un bromóleo que representa dos caballos tomados desde un ángulo
contrapicado, la técnica del bromóleo la estuvo empleando hasta
1946.
Sus fotografías artísticas fueron muy valoradas en los salones
fotográficos, especialmente fuera de España. Durante la Guerra Civil,
que pasó en Barcelona, realizó unas 5.000 fotografías, que guardó
en cajas rojas en un garaje. Treinta años después de su muerte,
su familia las encontró y una parte de ellas se ha publicado en
un libro escrito por el historiador Arnau Gonzàlez Vilalta titulado
La capsa vermella. Su trabajo como fotoperiodista se muestra en
sus colaboraciones con los diarios El Día Gráfico, que se publicaba
con la técnica del huecograbado y especialmente en La Vanguardia,
siendo suya la fotografía de la primera portada realizada con la
técnica de huecograbado en color.
Algunas de las fotografías que Antoni Campañà decidió esconder
durante toda su vida. En la imagen, dos ciudadanos observan con
detalle las momias de las monjas expuestas de la iglesia y convento
de las Salesas del paseo de Sant Joan de Barcelona, en julio de
1936.
También su actividad como fotógrafo deportivo ha sido muy conocida;
en 1950 fue cofundador del diario deportivo Dicen, también publicó
habitualmente en el diario Vida Deportiva hasta que desaparecieron
en los años setenta. También ha publicado numerosos libros mostrando
ciudades y paisajes entre los que se encuentran: Tosa de Mar y Tarragona
y su costa dorada en 1974, Ibiza - Formentera en 1976, Sitges en
1978, el Pirineo en 1979, Barcelona, Peñíscola y Menorca en 1980
y otro sobre Gaudí.
Murió el 28 de junio de 1989. La casi totalidad de su obra pertenece
a la colección privada de la familia Campañá.
A principios de los años 40, el fotógrafo Antoni Campañà (1906-1989)
se construyó una casa en St. Cugat del Vallès y en 2018 sus herederos
la pusieron en venta. Uno de sus nietos, Toni Monné, estaba obsesionado
con revisar a fondo el garaje de la casa antes de dar las llaves
a los compradores. "Fue allí donde, entre montañas de periódicos
y de material fotográfico de décadas, empezamos a encontrar miles
de placas de vidrio, fotos y más fotos, y finalmente algunas imágenes
positivadas. Dos cajas rojas con centenares de clichés rojos, con
los sobres de su propio laboratorio y apuntado su contenido de su
puño y letra", cuenta Arnau González, historiador de la Universidad
Autónoma de Barcelona (UAB). Junto al periodista Plàcid García-Planas
y el fotógrafo David Ramos, ha seleccionado 400 de las 6.000 fotografías
de la Guerra Civil encontradas en ese garaje.
Una miliciana anarquista en el cuartel del Bruc, entonces Bakunin,
con un pañuelo-corbata rojo y negro.
Antoni Campañà tenía 30 años cuando estalló la guerra y ya entonces
era un reconocido fotoperiodista, pero el conflicto le traumatizó
de manera extraordinaria: "Él, que era católico y catalanista, vio
y fotografió situaciones que en nada le resultaron agradables. Sus
imágenes denotan esa incomodidad. De esas miles de fotografías,
de los cuales sólo llegaría a publicar unas 200 y positivar unas
500, construyó un retrato de la guerra en Barcelona que quiso reservarse
para sí mismo. No lo destruyó. Lo escondió de las autoridades franquistas
y lo dejó fuera de la vista de su propia familia", subraya Arnau
González. El historiador cree que Campañà podría haber sido uno
de los nombres más destacados del relato gráfico de la guerra en
territorio republicano cuando, durante la Transición, se puso en
valor el trabajo de Agustí Centelles o Robert Capa. Si no lo fue
es porque él "no aspiraba a ser el protagonista". Sus fotografías
sobre el choque entre la modernidad industrial y el mundo rural
en Cataluña ganaron numerosos premios en España y en el extrajero
pero en los años 50 decidió abandonar la fotografía artística. A
partir de entonces se dedicó a su tienda de revelado, se conviertió
en un maestro dentro de la fotografía deportiva, de la postal turística
en color y realizó trabajos destacables en publicidad. Cuando, poco
antes de morir, se le homenajeó con una exposición en Barcelona,
solo seleccionó dos fotografías de la guerra. El resto seguía escondido
en una caja roja en el garaje.
Sin título ('Saqueo de las oficinas de la Italia-Cosulich-Lloyd
Triestino'). Barcelona, 1936.
Dos hombres mirando con detalle las momias de unas monjas a la
puerta de una iglesia, una barricada en el barrio del Eixample,
un enterrador del Cementerio Nuevo de Montjuïc con un cadáver, una
miliciana anarquista en el cuartel del Bruc o los moros de las tropas
franquistas entrando por la Diagonal de Barcelona son algunas de
las imágenes de la Guerra Civil que captó Campañà. No se centran
en un bando ni persiguen el drama de manera directa: "Nos transmiten
mucho más que una lucha ideológica, transmiten la esencia del sufrimiento
y la complejidad humana. Tal es así, que algunas de sus fotos fueron
utilizadas tanto para la propaganda de los anarquistas como de los
franquistas, a partir de 1939. Eso le disgustó y mucho", apunta
Arnau González como uno de los motivos que le pudieron llevar a
querer pasar página una vez acabado el conflicto. Cogía su cámara
Leica siempre que podía pero fue chófer del Ejército del Aire republicano
y se salvó de la purga franquista gracias a su amistad con José
Ortiz Echagüe, su referente en la fotografía artística.
Dos mujeres en medio de los escombros en el Poble Sec de Barcelona
después de un bombardeo el 14 de marzo de 1937.
Arnau González reconoció que, ante tanto material, la selección
de fotografías para el libro fue complicada pero no descartan publicar
o exponer las descartadas más adelante. De las imágenes que vieron
la luz, se queda con una: "La de dos mujeres en un portal del Poble
Sec de Barcelona después de un bombardeo en 1937. Están ante su
casa, con la calle llena de ruinas como diciéndonos: “¡Hemos sobrevivido
y seguiremos viviendo aquí!” Me transmite una fuerza increíble esa
idea de “esta es nuestra casa y nadie nos va a echar”, pero también
la capacidad del ser humano de adaptarse y sobrevivir a los peores
contextos creados por otros miembros de su propia sociedad. Tiene,
incluso, mucha más fuerza que si Campañà hubiera buscado los cadáveres
que había cerca. La fuerza de la vida".
Sin título ('Caballos muertos'). Pl. Catalunya, 19-21 de julio
de 1936.
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