Euskadi tuvo su Robert Capa, fotógrafo que
marcó el pulso de la historia gráfica del siglo XX. Del
mismo modo que este clásico personaje o su colega de profesión
David Seymour Chim documentaron las líneas del frente en
los territorios vascos, el comandante José Mari Anzola retrató
con su cámara Leica misas de campaña, al comandante Saseta,
la migración interior de los civiles... Gran parte de aquel
hoy desconocido legado se publicó en la recordada revista
Gudari, con la firma de Antzola.
Su impronta no pasa desapercibida para fotógrafos
como el bilbaino Mauro Saravia, quien valoriza su aportación
documental. "La importancia de Antzola es la documentación
fotográfica a través del tiempo. En caso de que Robert Capa
no hubiese venido a Euskadi, las fotografías más referenciales
del frente Vasco hubiesen sido de Antzola. La mayoría de
sus imágenes que he analizado se componen de reglas de composición,
probablemente derivadas en ese tiempo del pictorialismo",
subraya.
El hijo de Antzola agradece la comparación.
"Lo que no sé si todo el mundo es consciente de quién era
Capa, pero lo agradezco y me parece bien. No sé si él supo
quién era Capa porque no hablaba de ello", sonríe Iker,
nacido en Baiona y quien tras residir con sus padres en
Caracas vive un tercer exilio en Donostia "por la situación
allá", puntualiza y entra en harina: "Mi padre utilizaba
una pequeña cámara Leica de fuelle, de bolsillo. Aún la
conservo en su estuche pequeñito. Tras la guerra la mantuvo
en Caracas", pormenoriza.
José María Anzola, como comandante de gudaris.
La familia decidió donar su legado a la Fundación
Sabino Arana de Bilbao. "Entre otras fotos, hay inéditas
de los bombardeos contra Durango y Gernika. Mi padre tuvo
la misión de ir a fotografiar cómo habían quedado". Gracias
a órdenes como aquella, hoy sabemos cómo vestían los gudaris,
los milicianos, brigadistas, cómo era la retaguardia...
De hecho, Anzola era de los pocos fotógrafos del bando republicano
vasco. La mayoría eran enemigos que obtenían imágenes con
las que a continuación mentir a través de sus medios de
comunicación. "Mi padre era autodidacta. Su sueño fue abrir
una tienda de fotografía en Bilbao, de donde era natural,
de Artekalea", enfatiza. En aquella calle nació en 1909,
hijo único de Casilda, de Larrabetzu, e Inocencio, de Algorta.
En sus años mozos, este mendigoixale formó
parte de Juventudes Vascas y cofundó el grupo alpino Aldatz-Gora.
Aquel joven llegaría a ser gudari de los batallones Ochandiano
y Malato, en el que alcanzó el grado de comandante. Y más
adelante en el exilio en Iparralde, durante la Segunda Guerra
Mundial, el Gobierno vasco le encargó labores de inteligencia
para los servicios de Estados Unidos. Anzola destapó el
sistema de comunicaciones que tenían los nazis "entre Baiona
y Hendaia. Lo que no sabemos es si formó parte de la Red
Comete porque mi padre como por ejemplo su familiar, el
famoso cartelista Nik, eran una tumba. Gracias a mi madre
fui enterándome de todo lo que aita hizo", amplía Iker.
Con el compañero Ramón Mugurza.
Un estudio de Joseba Butrón ahonda en la lucha
de Anzola durante la guerra. El bautismo de fuego lo sitúa
en Belaustegi y Akarregi, Markina. A continuación en la
resistencia de los Intxorta, Elgeta. Y de allí al Gorbeia
y a la zona de Malmasin. En este punto coincidió con su
primer comandante: Koldo de Larrañaga. Este falleció allí
por un tiro en la cabeza y Jose Mari con un proyectil en
la espalda que "le dejó una gran cicatriz a un par de centímetros
de la columna". Lo narraba el propio Anzola: "Solo recuerdo
que tras la enorme explosión salí por los aires, por encima
de las alambradas. Después, recuperé el conocimiento cuando
me estaban poniendo una inyección; me encontraba en una
de las salas de emergencia del Hospital de Basurto, en Bilbao".
Y un bombardeo sobre la capital lo despertó.
"En medio del dolor, alcancé a oír la trepidación de las
ventanas del viejo templo de curación", apostillaba. Lo
evacuaron a Karrantza y a Valdecilla. En un barco inglés
salió a Francia. Se afincó en Ustaritz. Y la Segunda Guerra
Mundial les iba poniendo entre las cuerdas. José Mari, mientras
trabaja para Estados Unidos, contrae matrimonio con María
Inés Gainzarain, hija del director de la Caja de Ahorros
Vizcaina. Tienen dos hijos en Lapurdi: Iker Mikel en Baiona
y Miren Zuriñe en Biarritz. Mientras el Gobierno vasco busca
acomodo para la familia en Medellín, Colombia, el matrimonio
prefiere que su segundo exilio sea en Venezuela, donde tenían
familia. "Mi padre tenía dos empleos al mismo tiempo: contable
de Heineken en Caracas y representante del champán Tea Finger".
Lapurdi se ubica en el departamento de Pirineos
Atlánticos.
Su figura tiene una curiosidad más y relativa
a quien firmaba en las revista Gudari como GudariAntzola.
"Nuestro apellido en el DNI es Anzola, que siglos antes
fue Ansola. Bien, un pariente nuestro del siglo XVI fue
obispo de Tui y cardenal franciscano", detalla Iker. Las
crónicas dicen que era confesor del rey Felipe II y que
fue llamado al Vaticano cuando iban a nombrar a un Papa.
"Mi padre con su humor particular solía repetir que si aquel
familiar no hubiera muerto en el camino a Roma, hubiéramos
tenido un Papa vasco".
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Hasta ahora conocíamos las fotografías de ‘Antzola’,
firmadas bajo el nombre de asociaciones o archivos, pero,
gracias al trabajo de dos documentalistas, por fin se le ha
puesto cara a este gudari y fotoperiodista de vida novelesca.
En la imagen está con los ojos cerrados, gozando
del sol en el rostro. Parece relajado. Se puede pensar que
José María Anzola (Bilbo, 1909-Caracas, 1997) huye por un
momento de la guerra o tal vez solo esté disfrutando del ambiente
de camaradería que le rodea. Cualquiera sabe; caben todas
las posibilidades. Nos podemos imaginar lo que queramos, porque
Antzola, como firmaba sus fotos este gudari y fotógrafo de
guerra, no dejó testimonio escrito ni grabado de sus vivencias
y pensamientos. «Lo único que tenemos de él es su forma de
mirar», explica Mauro Saravia, fotógrafo y documentalista
chileno que, junto al periodista durangués Iban Gorriti, ha
sacado a la luz a este gudari, al que no dudan de calificar
como el ‘Capa vasco’.
El paralelismo con Robert Capa, considerado
el padre del fotoperiodismo actual y uno de los creadores
de la mítica agencia Magnum, no es casual. Robert Capa, seudónimo
utilizado por el húngaro Endre Ernö Friedman y nombre también
con el que firmó muchas de sus fotos Gerda Taro –de hecho,
muchas de las atribuidas a su pareja eran, en realidad, de
Taro–, fue el autor de algunas de las fotos más famosas de
la Guerra Civil; entre ellas, la polémica ‘Muerte de un miliciano’.
Ellos dos, junto a David Seymour o Chim, cubrieron la contienda
para la revista francesa ‘Regards’, una publicación de tendencia
comunista editada en París. Ellos fueron también de los escasos
fotoperiodistas que reflejaron el bando republicano. Gerda
Taro incluso murió en la contienda, en 1937, durante el repliegue
de las tropas de la República.
«Aparte de los periódicos, hay tres revistas
en la época de la Guerra del 36: ‘Fotos’, una revista propagandística
franquista, demasiado bélica, cuyo mensaje era ‘¡destruir
al enemigo!’. Luego estaba ‘Regards’ que era: ‘Vamos a mostrar
lo que está pasando en Europa y nadie hace nada’. Y ‘Gudari’,
que nace para contrarrestar a ‘Fotos’. Era una revista que
se entregaba a los combatientes en las trincheras, en el frente»,
cuenta Mauro Saravia. Este fotógrafo, profesor del Centro
de Fotografía Contemporánea de Bilbo y documentalista especializado
en derechos humanos y memoria histórica, un buen día se topó
con la pista de un fotoperiodista desconocido en unos números
de ‘Gudari’. «Por mi trabajo, me interesan las colecciones
periodísticas de época. Empecé a coleccionar ‘Gudari’, que
ahora valen un dineral, y vi que Antzola aparecía mucho. Aparte
de hacer el ejercicio fotográfico, en sus fotografías tenía
muchas referencias al pictorialismo y componía muy bien. Fotográficamente,
para la época, era muy osado». Casi los únicos fotoperiodistas
de los que se tenía referencia en el bando republicano eran
Capa, Taro y Chim. ¿Quién era entonces aquel que firmaba como
Antzola?
Imagen del frente vizcaino.
El segundo componente de esta búsqueda es el
periodista durangués Iban Gorriti, autor de varios cortos
sobre la contienda. «Llamé a Iban, me hizo caso, porque es
amigo, y empezó a investigar», explica con humor Saravia.
«Algunas de las fotografías de Antzola han sido publicadas,
e incluso han sido portadas de libros, reivindicadas y firmadas
por fundaciones o entidades, pero nadie había puesto cara
a este hombre. Hasta que ha venido Mauro, yo muevo hilos y
me encuentro con que su hijo está en Donostia», explica Gorriti.
Se refiere a Iker Anzola, de vuelta de Venezuela a Euskal
Herria. «No sé si él supo quién era Capa, porque no hablaba
de ello», le dijo a Gorriti el hijo de Antzola. Su padre era
muy discreto con todo lo que tenía que ver con la guerra.
Esto sí lo supo: «Mi padre tuvo la misión de ir a fotografiar
cómo habían quedado Durango y Gernika tras los bombardeos».
Gracias a sus investigaciones y a la labor de custodia familiar
del archivo de este gudari durante todas estas décadas, se
ha cerrado un círculo. Un círculo por un recorrido vital de
guerra, pérdidas, convicciones y exilio que arrancó hace 84
años con las fotografías captadas por el gudari José María
Anzola tras el bombardeo del 31 de marzo de 1937 y los ataques
aéreos que tuvieron lugar los días posteriores contra la población
civil de Durango. Aquellas fotos ahora han regresado a la
localidad vizcaina, en forma de exposición en el Museo de
Arte e Historia de Durango. Pero Antzola tiene más recorrido.
Esta imagen de composición muy clásica, fue
portada de una edición de los 60 de «El árbol de Gernika»
de Georges L. Steer, corresponsal de «The Times» en la época.
¿Quién era José María Anzola? La verdad es que
el personaje tiene todos los elementos para convertirse en
un protagonista de novela. Iban Gorriti le ha seguido la pista:
Nacido el 26 de julio de 1909 en la calle Artekale de Bilbo,
en pleno Casco Viejo, era hijo de Inocencio Anzola, de Algorta,
y Casilda Egidazu, de Larrabetzu. ¿Y de dónde le venía el
gusto por la fotografía? «Mi padre era autodidacta. Su sueño
fue abrir una tienda de fotografía en Bilbao», dice su hijo.
Según relataba uno de los escasos, si no el único, reportaje
de la época sobre su figura, firmado por Joseba de Butron,
también alcanzó la cúspide del Mont Blanc en solitario en
1930. Porque era muy montañero –el monte estaba relacionado
estrechamente con círculos de ambiente abertzale–, jeltzale
y nacionalista convencido desde su juventud. Cuando estalló
la guerra, se enroló en el Ejército Vasco o Euzko Gudarostea.
Según Butrón, su bautismo de fuego fue en Belaustegi y Akarregi.
De ahí, a Intxorta, en Elgeta, y luego, al Gorbeia y a la
zona de Malmasin. Allí recibió un proyectil en la espalda.
Trasladado al hospital de Basurto, cuando bombardearon Bilbo
fue evacuado a Karrantza y, de ahí, en un barco inglés, partió
hacia el exilio. Primero como gudari del batallón Otxandiano
y luego ya como comandante en el Malato, uno de los cometidos
de José María Anzola fue reflejar con su cámara la realidad
de la guerra. Porque la labor de contrarrestar la propaganda
de los fascistas era, sin duda, muy importante. Había una
guerra física, pero también otro campo de batalla: el relato.
Estado de la iglesia de Santa María tras el
bombardeo del 31 de marzo de 1937.
Antzola, para su trabajo, utilizaba una cámara
de origen alemán, una Walter Perfekta de formato medio 6x9
de lente gemela, aunque también debía de usar una Leica pequeña.
Utilizaba película de alta sensibilidad. La cámara, que se
puede ver en la exposición, da una alta calidad gracias a
su óptica. Saravia no se ha atrevido aún a abrirla. A saber
si esconde alguna imagen inédita. ¿Las de Antzola eran fotos
preparadas? De eso se le acusa a Capa, por ejemplo. «No lo
creo. En algunas fotos, por ejemplo, se ve a gudaris que están
en movimiento. Cuando preparas una fotografía, trabajas el
enfoque y, si sale alguien en movimiento, descartas la foto.
Hay imágenes suyas que, hoy en día, serían autorales, porque
tienen toda la impronta del autor», responde.
Veamos una corta relación de fechas: 31 de marzo
de 1937. La Aviación Legionaria italiana bombardea Durango.
Como resultado de los tres pases del ataque aéreo, los muertos
se cifran en 336 personas. Antzola capta las imágenes de la
desolación, del infierno. Algunas de sus fotografías parecen
hasta composiciones pictóricas, con cadáveres que son sacados
entre los escombros; gudaris desolados entre las casas caídas
de la calle Kalebarria; la iglesia de Santa María, destrozada;
las monjas del convento de Santa Susana que sobrevivieron
–murieron doce–, buscando entre los restos. Vamos al 26 de
abril: bombardean Gernika. Antzola también capta el horror
con su cámara. Pocos días después, Esteban Urkiaga, el poeta
Lauaxeta, quien a su vez ejercía labores periodísticas para
el Gobierno Vasco, es capturado en Gernika cuando acompañaba
a prensa extranjera y le fusilan el 25 de junio en Gasteiz.
Iban Gorriti: «La presencia como fotógrafo de Antzola era
para reivindicar la verdad de la guerra. Para que la gente
sepa lo que es el fascismo, me gustaría que quedara claro
que el fascismo es capaz de matar a los suyos. Las bombas
no eran inteligentes y mataban a los de su propio bando. Incluso
hay una especie de karma en todo esto, porque el cura que
murió en la iglesia de Santa María había huido de Asturias
para venir a un pueblo más carlista, burgués y tranquilo…
y vienen los suyos, y le matan». Tras la caída de Bilbo, los
Anzola se instalaron en Ustaritze. Durante la Segunda Guerra
Mundial, apunta Iban Gorriti que el Gobierno de Agirre encargó
a José María Anzola labores de inteligencia para los servicios
secretos de Estados Unidos. Antzola destapó el sistema de
comunicaciones que tenían los nazis entre Baiona y Hendaia.
«Lo que no sabemos es si formó parte de la Red Cométe, porque
mi padre, como por ejemplo, su familiar, el famoso cartelista
Nik [el ilustrador Luciano Quintana, muerto en el 67 en Caracas],
eran una tumba.
Iban Gorriti y Mauro Saravia posan con la cámara
de Antzola. Todavía no la han abierto.
Gracias a mi madre fui enterándome de todo lo
que hizo aita», cuenta su hijo. Su madre es Inés Gainzarain
y, en aquel ambiente de guerra, en Ipar Euskal Herria nacieron
sus dos hijos: Iker, en Baiona, y Miren Zuriñe, en Biarritz.
Y como tantos vascos, tuvieron que tomar el camino del exilio
y marcharon a Venezuela. El siempre activo Anzola trabajó,
relata su hijo, de contable de Heineken y representante del
champán Tea Finger. El gudari y fotoperiodista Antzola murió
el 3 de febrero de 1997 y está enterrado en Caracas.
La mayor parte del material recuperado por estos
documentalistas ha sido cedido por la familia. Otra parte
ha sido facilitada por Iñaki Anasagasti, quien tuvo estrecha
relación con los Anzola durante su exilio venezolano. La exposición,
que incluye alguna fotografía inédita y material muy curioso,
parece que será solo un primer paso cara a un trabajo más
amplio sobre la figura de este gudari. Quedan muchos negativos
por limpiar, recuperar y catalogar… lo que provoca un nuevo
paralelismo con la famosa ‘Maleta mexicana’: tres cajas de
cartón halladas en 1995 en México, después de que estuvieran
desaparecidas durante siete décadas, y que contenían entre
3.000 y 4.000 fotografías de Capa, Taro y Chim tomadas durante
la Guerra del 36. «La diferencia es que, en esto, sabemos
que las fotografías son de Antzola, sí o sí», añade Mauro
Saravia. Al final de la exposición nos encontramos con la
fotografía de una mujer, Milagros. Le falta un brazo. Esta
imagen no es de Antzola, ha sido tomada por Mauro Saravia
y ella es una de las supervivientes del bombardeo de Durango.
Milagros era una niña cuando, en el camino del cementerio,
los fascistas ametrallaron a la población civil que buscaba
a sus muertos. Milagros perdió el brazo y su hermana salió
ilesa.
Su tía, que las cubrió con su cuerpo, murió.
La aventura de Milagros es una de las muchas que ha documentado
Mauro Saravia, nieto de exiliados catalanes y vascos, y actualmente
residente en Arratia. Este fotógrafo vive en Euskal Herria
desde hace 7-8 años: «La única generación de mi familia que
no ha vivido una dictadura o un conflicto bélico es mi hija,
de 4 años», dice. Iban Gorriti es nieto de republicanos: «Aitite
y amama fueron anarquistas y se conocieron en la cárcel».
Memoria contra el olvido.
«Anzola, el Robert Capa vasco: El gudari que
fotografió el bombardeo de Durango» estará abierta en el Museo
de Arte e Historia de Durango hasta el 30 de mayo.
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