Poco podía imaginar Diego Ibarra (Zaragoza,
1982) cuando a los 12 años cogió una cámara Yashica que
de mayor recorrería el planeta contratado por el 'New York
Times' y por otras grandes instituciones periodísticas para
inmortalizar las contradicciones de la humanidad. Este cronista
visual, establecido en el Líbano desde 2014, ha dejado su
impronta en su país de residencia, en Pakistán, en Siria,
en Iraq, en Armenia, en África, en Ucrania... Su trabajo
destila valentía y sensibilidad al servicio de una información
crítica y veraz de guerras y conflictos, un notario contra
el olvido y en favor de la memoria.
Una admirable labor que acaba de ser distinguida
con varios reconocimientos: el primer puesto en el prestigioso
Premio de Fotografía Esperanza Pertusa, la nominación al
Premio Gabo (Colombia) y una mención en el POY Latam, el
concurso para creadores visuales más prestigioso de Iberoamérica.
"Los premios vienen y van. Sólo queda el trabajo duro y
constante. El fotoperiodismo es una forma de vida y toca
seguir apostando por ella. Trabajo, trabajo, trabajo, y
mucha humildad. No conozco otra fórmula. Si bien, los premios
suben el ánimo y más cuando los recibes en España, que no
suele ser habitual, el vivir lejos no ayuda, los premios
se convierten en una ventana que puede visibilizar los testimonios
que nos han regalado los protagonistas de nuestras historias.
Disparamos para contar historias, para conseguir una reacción
en la gente, para seguir aprendiendo y para seguir viviendo,
no para postular a premios", explica.
"Los premios vienen y van, pero la memoria
tiene que perdurar, incomodar y hacer reaccionar".
En el caso del galardón recibido en el certamen
entregado dentro del marco de Photo España, el triunfo se
debe al proyecto 'Hijacked education' (educación secuestrada),
que su autor define: "Se mece entre las fronteras del fotoperiodismo
y el arte para crear memoria y despertar un pensamiento
crítico que condene los ataques a la educación. Iniciado
en 2012, documenta los ataques a la educación y sus consecuencias
en países como Pakistán, Siria, Afganistán, Nigeria, Nagorno
Karabaj, Iraq, Líbano, Ucrania y Colombia. La guerra no
termina con el sonido final de una bala, un casquillo vacío
en el suelo, una bandera que se alza. Las heridas abiertas
de la guerra escriben con sangre el futuro de millones de
niños y sus efectos reverberan en el tiempo".
Una iniciativa que nace de una circunstancia
muy íntima: "La fotografía es personal. La vida es personal.
Soy hijo de profesora. Decidí empezar a desarrollar este
proyecto con la intención de visibilizar esta realidad.
Creo en la necesidad de trabajar proyectos a largo plazo.
Si bien las portadas vienen y van, llenan el ego y la nevera,
los trabajos a largo plazo permiten respirar con la fotografía,
despertar pensamientos críticos, reflexionar, incomodar
y desempolvar los conflictos olvidados que no tienen hueco
en la agenda mediática". Los otros dos reconocimientos certifican
su aceptación en América Latina. "Recibo esas buenas noticias
con sorpresa, humildad y vértigo. La fotografía es esa ventana
personal que muestra realidades sangrantes a través de nuestras
propias experiencias, miedos, esperanzas. Vivimos saturados
de imágenes sin apenas tiempo a la reflexión. Nos perdemos
en la inmediatez y en la tiranía mediática que selecciona
qué vamos a consumir. Parte de mi trabajo es esa lucha contante
contra la falta de memoria por eso mi estilo intenta crear
iconos visuales con alma para captar la atención del espectador
y despertar preguntas. Es todo un logro personal poder visibilizar
mis historias en Latinoamérica, y convertirse en esa tímida
ventana que muestre estas realidades soterradas. Sin imágenes,
no hay memoria", celebra.
Retrato de Daria Kechenovska, de 16 años,
dentro de su escuela destruida en Ucrania (2022).
Sin duda, trabajar bajo el paraguas del 'New
York Times' supone un potente proyector de su obra. "Empecé
a trabajar con el 'NYT' en Pakistán en 2012. Cuando me llamaron
a las 2 de la mañana no me lo creía. Sigo sin hacerlo. Trabajo
directamente con ellos. Trabajar para ellos crea un efecto
llamada, especialmente con fundaciones y oenegés, que te
permiten poder seguir profundizando en proyectos a largo
plazo. Pero lo más importante es ver cómo tu trabajo llega
a millones de personas", concluye.
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