En 1945, Fan Ho pide a su prima que pose para
él y se coloque, de perfil, contra la pared del Queen’s
College de Hong Kong, un colegio inglés para niñas. Sabe
lo que quiere y, lo que es tanto o más importante, cómo
conseguirlo. La imagen está muy clara en su cabeza, es una
composición que irradia belleza, equilibrio, sobriedad y
misterio. Poco más se le puede pedir a una buena fotografía.
La luz es perfecta, las líneas enmarcan, sostienen y dibujan
la lectura y el gesto de su prima, con la cabeza baja, con
aire pensativo, proporciona la medida justa entre tensión
y calma.

La imagen mental es perfecta, puede que demasiado,
e increíblemente golosa para cualquier fotógrafo con especial
inclinación por las formas geométricas y las composiciones
cuidadosamente equilibradas. Pero, de vuelta a la realidad,
algo falla en lo que ve a través del visor, y falla porque
hay algo que falta: la sombra, ese negro profundo que se
contrapone a la luz y la corta formando una diagonal perfecta.
"Siempre estoy pendiente de la luz. Para
mí, la fotografía es el arte de la luz. La luz tiene que
responder a mis necesidades y crear contrastes. Por eso
es importante esperar a que la luz sea perfecta. (…) Y me
gusta mucho el negro, es un color que tiene una especie
de poder, un poder grande y misterioso. Llegados a este
punto, no hay duda de que la imagen no es espontánea ni
genuinamente callejera: el sujeto está dirigido, posa de
la forma en que el fotógrafo le ha pedido que lo haga."
La sombra la añade el propio Fan Ho a posteriori,
en el cuarto oscuro. Ahora sí, ahora ya tiene su enorme
diagonal.
El fotógrafo chino consigue así que el ojo
del espectador se dirija al sujeto, una figura que, de otra
forma, pasaría casi desapercibida en la imagen por su situación
(en la parte inferior izquierda) y por el pequeño espacio
que ocupa. Sin embargo, la gran sombra aumenta su contraste
y se asegura que la mujer sea el centro de atención, a la
vez que refuerza el efecto de su postura y su actitud introspectiva.
Su sutil pero efectiva carga emocional hace que el observador
se meta en la fotografía y que sea consciente de su propio
mapa interior. Fan Ho añadía una función más a esa imponente
diagonal. Para el fotógrafo chino, era el símbolo de una
juventud que se desvanece. De ahí, precisamente, el gesto
cabizbajo y aparentemente rendido de la mujer. Es la aceptación
ante lo inexorable, lo inevitable. El tiempo que se nos
se escapa entre los dedos y que avanza, imparable, como
la sombra que gana terreno a la luz. La foto, tomada en
1945, se llamará, como no podía ser de otra forma, ‘Approaching
Shadow’ (La sombra que se acerca).

Pero la forma en que se creó esta foto no
quiere decir que todas las fotografías de Fan Ho tengan
trampa o fueran manipuladas hasta ese extremo en el cuarto
oscuro. Cierto es que sus fotografías no eran, en ocasiones,
lo que consideramos representaciones genuinas de la realidad,
sino el reflejo de su poderosa imaginación artística. Entonces,
y siendo conscientes de esto, ¿Cómo es posible que a Fan
Ho se le considere el Cartier-Bresson chino?
Fan Ho (1931-2016) empezó en la fotografía
de una forma más que curiosa: a consecuencia de una enfermedad.
En 1949, cuando contaba apenas 18 años, Fan Ho y su familia
se mudaron de su Shanghay natal a Hong Kong. Acababa de
empezar a estudiar literatura inglesa y china en la universidad
cuando comenzó a sufrir terribles dolores de cabeza. Tras
consultar sin demasiado éxito con varios médicos, uno de
ellos le dijo que los dolores se debían a que probablemente
estaba trabajando demasiado duro en sus estudios y que probara
a salir a pasear para relajarse.

Me sentía como un idiota andando sin rumbo
por Hong Kong, así que mi padre me compró una cámara. Es
así como empecé a hacer fotos mientras caminaba.
Fan Ho presentó sus fotos a varios concursos
y, para su sorpresa, resultó ganador en muchos de ellos.
El dato es apabullante: acumuló cerca de 300 premios en
dos décadas de carrera fotográfica. "El primer sabor
de la fama es tan dulce… Usaba la lente para escribir, en
lugar de usar la pluma. Eso cambió toda mi vida nada más
cumplir 20 años."

Fan Ho retrata obsesivamente las calles de
Hong Kong, pero lo hace con una mirada muy personal, mucho
más cercana a la mirada occidental que a la de los fotógrafos
asiáticos. No en vano, Ho estaba fascinado por el trabajo
de Henri Cartier-Bresson. Jamás pensó en aquellos primeros
años que él mismo pasaría a la historia como «el Henri Cartier-Bresson
chino», denominación ante la que siempre se mostró abrumado.
"Es un enorme cumplido para mí; Cartier-Bresson fue
el gran maestro de la fotografía documental. Durante la
etapa más temprana de mi carrera, mis imágenes eran de estilo
pictorialista. De los más o menos 200 premios que he recibido,
la mayoría fueron por obras de ese género. Hacia la mitad
de mi trayectoria fotográfica, me fascinaron las fotos de
Cartier-Bresson y su idea de «el momento decisivo», que
está ausente o es menos eficaz en otras formas de arte visual.
Desde entonces, he estado trabajando en la frontera entre
la fotografía documental y la pictórica."

Fan Ho puede no ser tan conocido como Henri
Cartier-Bresson y otros grandes fotógrafos callejeros del
mundo occidental, pero su trabajo está, sin duda, a la altura
de todos ellos. El Hong Kong de este fotógrafo es una ciudad
de cierto aire romántico, una combinación de formas, geometrías
y juegos de luz que rozan la perfección (si es que no la
logra del todo) sin perder para ello un ápice de sensibilidad
y complicidad, lo que estimula y deleita el ojo del observador.
Asimismo, consigue trasladar esa sensación de mirada maravillada
ante lo que uno ve tan propia del universo infantil. Un
sentimiento muy poderoso que emana de su fotografía y que
conecta con nuestra nostalgia por la infancia perdida.
Otra de sus particularidades es que consiguió
dar a Hong Kong un aire inequívocamente cinematográfico.
De hecho, Ho acabaría haciendo un alto en su carrera fotográfica
para dedicarse al cine; primero como actor, profesión con
la que alcanzó cierta popularidad, y después como director,
y con notable éxito. "Cuando era niño frecuentaba los
dos cines más importantes de Hong Kong, los teatros King
y Queen, y me encantaba ver las películas de Federico Fellini,
‘8 y medio‘ (1963) y ‘La Dolce Vita‘ (1960). Me encantó
su trabajo y quería ser director de cine, como él. Muchos
años después, me lo presentaron en Roma, en los estudios
de cine Cinecittà. Le estreché la mano y le pregunté por
su trabajo. Fellini me dijo que ignorara a los críticos.
‘Hago lo que me gusta’, dijo. Le hice caso y siempre me
he guiado por mi instinto."

Pero que Fan Ho se inspirara en la fotografía
documental y en el cine occidental no significa que dejara
de lado su propia cultura. De hecho, durante años exploró
temas típicos de la pintura tradicional asiática como el
Shanshui (palabra china que se refiere a la pintura de paisajes),
las abstracciones y los desnudos. En aquellas ocasiones,
Ho se alejó de la «fotografía pura», jugando con formas
y composiciones, acentuando áreas de sombra y luz, alterando
la perspectiva y combinando varios negativos para crear
escenas nuevas, algo que, dicho sea de paso, su admirado
Cartier-Bresson jamás aprobaría. Tampoco tenía ningún reparo
en dirigir a sus sujetos para que la composición de sus
fotos fuera perfecta.
"No solo me inspiro en otros fotógrafos.
Estudié literatura china en la universidad. Me gustaba especialmente
la poesía china. Muchas de mis fotos están influenciadas
por los grandes maestros de la poesía china de hace más
de mil años. Tienen alma. También me inspiro en la música.
Me encantan las sinfonías de Brahms, Mahler, Debussy, y
Stravinsky. Amo la música clásica. Me inspira especialmente
cuando trabajo en el cuarto oscuro."

Por tanto, «el Cartier-Bresson chino» y el
«real» compartían su pasión por el «momento decisivo«, ese
instante mágico en el que todo (luz, composición sujeto
y elementos) encajan a la perfección, pero diferían muchísimo
a la hora de considerar cuándo la imagen estaba finalizada:
Cartier-Bresson era un firme defensor de que la imagen se
hacía en la cámara, pero para Fan Ho ese era solo el punto
de partida. El «gran maestro chino», como también se le
conoce, siempre recortó sus imágenes, era su forma de eliminar
cualquier elemento que pudiera distraer la atención y de
ajustar la composición. Cartier-Bresson, por su parte, era
inflexible en lo que al recorte se refiere, lo tenía completamente
prohibido, y para evitarlo añadió el famoso borde negro
a sus imágenes. Para él, recurrir al recorte para «mejorar»
o «corregir» una foto era una señal de falta de talento.
Sin embargo, Fan Ho partía de premisas totalmente diferentes.
El maestro chino nunca quiso que sus fotos fueran un «reflejo
de la realidad». Lo que Ho pretendía con sus imágenes era
«viajar» junto con el espectador, que sus fotos fueran un
punto de partida, un mero atisbo de la realidad. El resto
quedaba en manos de la imaginación del espectador.
Teniendo esto en cuenta, podemos decir que
en el caso de Fan Ho había dos «momentos decisivos»: uno
en la cámara, cuando sacaba la foto y otro durante el revelado
de la película, cuando recortaba sus imágenes y, a veces,
les aplicaba un retoque final. En cierto sentido, Fan Ho
componía sus fotos dos veces. "Para mí, la creación
artística consiste en probarlo todo." Siguiendo es
máxima hasta el final, Fan Ho también fotografió Hong Kong
en color, aunque el blanco y negro fue siempre su estilo
predilecto.

Prefiero el blanco y negro al color. Los colores
no encajan muy bien en mi mundo, el blanco y negro permite
tomar cierta distancia sobre la vida real y esa distancia
es importante, el blanco y negro facilita el desapego… Permite
a la audiencia y al observador desarrollar sus propias respuestas,
proporciona el espacio y la profundidad para reflexionar
y considerar diferentes ideas.
Siendo ya mayor y residiendo en San Francisco,
Fan Ho no fotografió jamás la ciudad californiana, no se
sentía atraído por sus grandes Boulevares ni su intensa
luz. En aquella época, Ho se dedicó a meterse en el cuarto
oscuro y retocar sus viejas fotos, incluso superponiéndolas,
para crear nuevas imágenes. "Estoy tratando de mezclar
presente y pasado, nuevo y viejo, realidad y sueños para
hacer que mis viejos negativos tengan una nueva vida. Por
eso utilizo técnicas modernas, como Photoshop, para digitalizar
mi experiencia de cuarto oscuro y me ayuda a combinar o
superponer estas imágenes, o incluso a tomar prestadas técnicas
de películas y hacer un montaje y mezclarlas en una fusión.
Un sentimiento viejo y nostálgico mezclado con nuevas sensaciones."

También llevó sus imágenes a diferentes galerías
que inmediatamente aceptaron exhibir sus fotos. Fue así
como su trabajo vio la luz tras décadas oculto en sus archivos.
Nadie ha retratado como él las calles, la vida y la luz
del Hong Kong de los años 50 y 60.
"No trabajé con ningún propósito concreto.
Solo buscaba expresarme como artista, compartir mis sentimientos
con el público. Necesito conectar emocionalmente con algo
para encontrar trabajos que tengan un sentido. Cuando ese
trabajo conecta también con la audiencia… esa es una satisfacción
que el dinero no puede comprar. Mi propósito es simple:
trato de no hacer perder el tiempo a mi audiencia."
Y vaya si lo ha logrado. Su maestría, elegancia y sensibilidad
son admiradas y reconocidas en el complicado y exigente
mundo de la fotografía, hasta tal punto que, como ya hemos
comentado, su nombre se coloca al nivel de Cartier-Bresson
y otros grandes fotógrafos de la historia.
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