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Se hizo con el modernismo, el dadaísmo y el surrealismo, y con
los demás ismos que engloban todas las artes. Porque Man Ray (Filadelfia,
1890-París, 1976) nunca militó en ninguno de los movimientos, pero
siempre se mantuvo a la vanguardia de todos ellos; cogía un pincel
como vestía un mallot, retrataba a Lee Miller o jugaba con aerógrafos
sobre papel fotográfico. Y con todo hacía arte: «Pinto lo que no
puede ser fotografiado. Fotografío lo que no quiero pintar. Pinto
lo invisible. Fotografío lo visible», decía de sí mismo. Y es que
el artista estadounidense, hijo de familia judía, subvirtió todas
las reglas del arte, pero si por algo fue conocido, fue por su fotografía
Avant-garde y de retrato. Emmanuel Radnitzky, su verdadero nombre,
tomó un billete de ida sin vuelta desde Nueva York hacía el París
de los locos años 20 en 1921, donde la explosión cultural que se
vivía en las calles parisinas, cafés, galerías de arte y moda, imperaban
el espíritu creativo para que Ray comenzara a fotografiarse a sí
mismo, a superficies, y a presentar rayoramas o lo que es lo mismo,
fotografías que no hacía con cámara.
Este es uno de los Rayogramas más antiguos de Man
Ray, es un proceso mediante el cual los objetos se colocan directamente
en un papel fotosensible y luego se exponen a la luz. Para crear
esta imagen en particular, transfirió la silueta de un par de manos
al papel fotográfico y luego repitió el procedimiento con un par
de cabezas (la de él y la de su amante, Kiki de Montparnasse). Los
Rayogramas le dieron a Man Ray la oportunidad de estar en su trabajo
y reaccionar a sus creaciones de inmediato al agregar capa sobre
capa. Utilizó objetos inanimados así como su propio cuerpo para
crear sus primeras fotografías, y a veces, las fotografías tienen
una calidad autobiográfica, con muchas de ellas retratando a sus
amantes.
Por aquel entonces el artista ya había trabajado como grabador
y en una agencia de publicidad, asistido a las clases nocturnas
de la National Academy of Design de la ciudad de los Rascacielos
y hecho sus primeros contactos con la vanguardia neoyorquina en
sus visitas a las galerías del fotógrafo Alfred Stieglitz y en las
tertulias del coleccionista de arte y crítico, Arensberg. Ray había
fundado junto al artista y ajedrecista francés, Marcel Duchamp,
y el pintor Francis Picabia, el movimiento dadá neoyorquino que
acabó trasladando a la ciudad del amor que lo convirtió en uno de
los artistas más relevantes del siglo XX y uno de los principales
retratistas de la aristocracia parisina. Pero le faltaba algo: la
mujer.
Entre las obras que realizó el artista se encuentran desde pinturas,
fotografías, películas, objetos, collages, obra gráfica, dibujos,
diseño publicitario y moda, pero Man Ray fue un creativo (in)completo
hasta que encontró en el cuerpo de la mujer su verdadera inspiración:
«Man Ray consiguió generar una nueva forma de ver la realidad y
la existencia de las cosas, que se valorase la fotografía por sí
misma y no solo por lo que cuenta. Hay una visión artística en sus
fotografías, en las que emplea encuadres distintos, grandes planos,
técnicas falsas y fotomontajes», explican desde el Place Georges-Pompidou
de París.
Con su técnica y enigmática aura, Man inmortalizó a figuras como
Picasso, André Breton, Mina Loy o Jean Cocteu, pero si en su legado
algo destaca, es el carácter autodestructivo del movimiento con
el que plasmó la femme fatale, desnudos e ilusiones ópticas no alejadas
de ese arquetipo del eterno femenino subyacente en gran parte de
los autores masculinos de la época: «Ray hacía algo distinto, no
la típica pose de retrato tradicional. Sus fotografías son muy performáticas
y siempre permanecerá en nuestra memoria como un artista total preocupado
por la investigación de las posibilidades que encierra cada expresión
artística, señalan. Man Ray mostró un espíritu de experimentación
muy fuerte, una libertad inédita en el mundo de la fotografía, que
en aquel entonces no tenía el lugar dentro del arte que tiene hoy.
La importancia de la obra de Ray es la alegría de emprender nuevas
experiencias. Es un artista totalmente libre, que ha experimentado
con todo, y que ha logrado éxito con todo».
Por la lente del fotógrafo pasaron figuras como Dora Maar, la amante
de Picasso, o Adrienne Fidelin, una joven bailarina de Guadalupe
(México) con la que mantuvo una relación.
Detrás de las musas de Man Ray, el hombre que fotografiaba sin
cámara ...
Con sus labios cuidadosamente perfilados, mirada insinuosa y un
provocativo peinado 'bob', Kiki de Montparnasse, seudónimo de Alice
Prin (1901-1953), reinaba desde los cafés de París sobre el mar
de artistas e intelectuales que con sus cinceles y plumas darían
forma a los principales movimientos artísticos del siglo XX. Kiki
fue nombrada la «Reina de Montparnasse» debido a sus exitosas actuaciones
en cabarets y cafés, y conoció a Man Ray en 1921, de quien se convirtió
en protagonista de fotografías como El violín de Ingres (Le Violón
d'Ingres), de la que hablamos en Abril de 2024, de sus mejores grabaciones
y pinturas, llegando a entablar incluso una relación sentimental
con el que se alargaría durante más de siete años.
Ray y Lee Miller se conocieron en la bullente y loca capital francesa
de por aquel entonces y lo hicieron para convertirse en la pareja
de moda. Miller (Nueva York, 1907-1977) fue epítome de la belleza
en los años veinte, en los que triunfó como modelo; coqueteó con
la fotografía más experimental y se convirtió en una de las primeras
mujeres corresponsales de guerra.
Solarización de Lee Miller, Man Ray.
Pero para Man Ray además de su musa fue su amante fogosa y mujer
experimental de las solarizaciones, procedimiento fotográfico por
el cual obtuvo imágenes con el tono invertido o parcialmente, o
de los fotogramas, técnica de fotografía sin cámara que hizo de
Ray el fotógrafo de moda.
Juliet Browner, nacida en 1911, bailarina y modelo rumano-estadounidense,
trabajó como modelo de arte para pintores expresionistas abstractos,
hasta que con treinta años se mudó a Los Ángeles para intentar comenzar
una carrera cinematográfica.
Allí conoció a Man Ray, de quien se enamoró, con el que se casó
y del que se convirtió también musa: «Después de la cena fuimos
a un club nocturno donde se tocaba el mejor jazz de la época. Bailamos.
Juliet era como una pluma en mis brazos», escribió Ray.
Nacida en la colonia francesa de Guadalupe, Adrienne Fidelin conoce
a Man Ray en 1936 y se convierte en su modelo, musa y amante. Ady
tiene entonces poco más de 20 años y Man Ray 46, pero la diferencia
de edad no impide su relación sentimental ni profesional que llevaron
a la modelo a ser la primera de color en aparecer en una de las
grandes revistas de moda de la época.
Adrienne fue además una de las mujeres que, en una nueva confluencia
de culturas de la diáspora africana en el período de entreguerras,
cambiaron el rostro del modernismo.
Meret Oppenheim fue una artista y fotógrafa suiza que formó parte
del movimiento surrealista y tuvo un papel de relieve en el mundo
artístico del arte europeo del siglo XX. Su obra, personal y libre,
impactó no solo entre las vanguardias de los años treinta, sino
muy significativamente en la escena artística del último tercio
de siglo.
Oppenheim posó en 1936 para Ray en varios de sus desnudos más conocidos.
Sin embargo, su independencia sexual, su libertad creativa y su
voluntad de evitar crear un estilo, le llevó a establecer distancia
con este un año después.
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