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Mey Rahola

Tras varios estudios se ha determinado que su nombre era María del Remedio Rahola de Falgàs y Xirau, pero cuando firmaba las fotos sólo se hacía llamar Mey Rahola. Nace en León, 1897 y fallece en Vaucresson en 1959. Su infancia transcurre en León, pues su padre, el ingeniero industrial Francisco Rahola Puignau, trabajaba en el Ferrocarril del Norte, estaba destinado en León, más tarde en Madrid y en Andalucía, donde su hermano Silvio Rahola, personaje de gran importancia, era consejero del Ferrocarril Andaluz. La familia era muy acomodada, su madre una Falgás, de la nobleza catalana, muy tradicional y conservadora. Pasaban los veranos en Cadaqués, donde iban en tren, pero en un vagón propio.

Se casa en 1921 con el jurista y político republicano Josep Xirau Palau, heredero de una familia de juristas de Figueras. A causa de los estudios de Xirau, vivieron en Sevilla, Berna y Roma, y finalmente se instalaron en un piso de la Gran Vía de Barcelona.

En enero de 1936 se hizo socia de la Agrupación Fotográfica de Cataluña, donde dos meses después ganaría la Medalla de Plata del XII Concurso Añal . La crítica de la época elogió su trabajo e incluso el referente Joaquim Pla Janini le dedicó un negativo. Ese mismo año hizo un viaje fotográfico por España junto a su amigo Antoni Campañà.

En la fotografía la inician su padre y su tío Silvio, grandes aficionados; más adelante, perfeccionaría la técnica en la trastienda de la farmacia de su cuñado Joan Xirau, el gran amigo de infancia de Salvador Dalí. En contra de la tradición materna, decide ser una mujer moderna, y dedicarse a la vela, su gran afición y a la fotografía, primero como aficionada y después de forma profesional. Vestía pantalones, fumaba, tenía el pelo a la garçonne y sabía navegar, aprendiendo en los veleros de la familia. Mey Rahola se identificó con el ideal emancipador de la 'mujer moderna' y desafió los roles de género tradicionales al dedicarse a la fotografía, cuando la profesión desprendía un marcado carácter masculino. Ella supo hacerse un hueco hasta llegar a convertirse en una de las primeras mujeres en dedicarse a la fotografía de forma profesional y sobre todo como forma de vida, de ganarse la vida cuando se exilió.

Es una de las primeras mujeres en hacerse un nombre en el ámbito de la fotografía artística en España. El orden cronológico de su obra se divide o tiene tres etapas diferentes, de acuerdo con su vida, pues reflejan las transformaciones de su práctica fotográfica, que a su vez se suceden al ritmo de las grandes crisis políticas del siglo: 1931-1936, 1937-1945 y 1946-1959. Desde el inicio de su carrera, entre 1934 y 1936, su afición adquirió una dimensión pública a través de exposiciones, premios y publicaciones de una forma muy rápida, porque era brillante y la acompañaba el poder familiar, aunque se afirmó como fotógrafa más allá de ese ámbito familiar. Así, Mey Rahola participó en la construcción de un nuevo papel de la mujer en la esfera pública durante la Segunda República: una mujer profesional, independiente, viajera, empática e irónica. La guerra y el exilio truncaron esa carrera prometedora, pero ella siguió haciendo fotografías ambiciosas, profesionalmente durante la Segunda Guerra Mundial y en los primeros años del exilio, después como aficionada.

Al estar fuera de España desde 1939, aquí no se la conoce, hasta que es descubierta por el musicólogo Lluís Bertran Xirau y por la historiadora de la fotografía Roser Martínez, que se pone en contacto con sus nietos, comienzan a investigar y a buscar su obra. En la actualidad está expuesta parte de ella en el Museo Nacional de Arte de Cataluña, en Barcelona, hasta el 29 de mayo del 2023, bajo el título de 'Mey Rahola (1897-1959) la nueva fotógrafa'. Se dice por la comisaria de la exposición: “Sí, Mey Rahola, podría ser una Breslauer catalana, una mujer moderna que fumaba, llevaba pantalones, participaba en regatas de vela y tomaba unas fotografías muy valientes”.

De momento, la búsqueda en los archivos familiares ha permitido inventariar más de 650 pruebas positivadas y cerca de 350 negativos, datados entre 1932 y 1950. Son imágenes que revelan que Mey Rahola “sabía mirar dónde tocaba”, dice Cristina Masanés, es decir, por el agujero de la modernidad europea, asimilando los hallazgos de la cultura visual que habría conocido en sus estancias en Roma y Berna en los años veinte, acompañando a Josep Xirau en los sucesivos destinos como catedrático de derecho procesal. También detrás de ella había un hombre importante, diputado en el Congreso en las primeras elecciones republicanas, impulsor de la Universidad Autónoma de Barcelona y hermano del filósofo Joaquim Xirau. Había también la almohada de una buena familia, o de tres, todas arraigadas en el Empordà, y en Cadaqués en particular, pese a su vida errante: la de los Rahola pioneros del ferrocarril, destinados a Madrid, donde la fotógrafa pasaría la infancia y la juventud; la de la pequeña nobleza de los Falgars, y la republicana y culta de los Xirau.

La mirada fotográfica de Mey Rahola destacaba tanto como su técnica.

Ya en el inicio de su carrera, se muestra que es muy buena, excelsa, en su trabajo como fotógrafa, de modo que éste se proyecta más allá de una simple afición y comienza a ser reconocido, entregándole premios, le promueven exposiciones y publicaciones; en ese momento se circunscriben a mujeres en las playas, haciendo deporte, al mundo del mar y de los barcos, incluso fotografía a Manuel Azaña a quien realiza un magnífico retrato. Pero este caso, como otros muchos, es roto por el estallido de la Guerra Civil en 1936, truncando una carrera con un futuro brillante en España. Aún así, la historia se impone y, en esta etapa, entre 1936 y 1939, publica imágenes de niños y adolescentes al aire libre que responden a las necesidades de la propaganda republicana. Cuando acaba la guerra, se exilia con su familia a Lyon, momento en que, lo que en Barcelona era una fotografía por placer, se convierte en un trabajo para subsistir. En Lyon, sostendría a la familia sola, haciendo fotos de carnet para un fotógrafo comercial desde que despuntaba el día hasta la madrugada. Revelaba en la cocina. Terminada la Segunda Guerra Mundial, se estableció en Vaucresson, cerca de París (el marido había conseguido trabajo en la Unesco), y aunque a veces aún cogía la cámara, ahora imbuida de la ternura de la fotografía humanista, prefería tocar el acordeón con un grupo de bailes populares que acompañaba de gira.

En palabras de la comisaria de la exposición, su trabajo se vuelve “más poético y en consonancia con lo que está ocurriendo en Francia con las imágenes de otros compañeros como Cartier-Bresson”. En este sentido, el trabajo de Rahola es mucho más moderno de lo que se estaba haciendo en España, cuando en las décadas de los 40 y 50 coincidiendo con el franquismo “se acaba la modernidad y se vuelve al pictorialismo”. Murió de un ictus en 1959.

Ciertamente, es tan poco gratificante como doloroso que este gran trabajo como fotógrafa y mujer adelantada a su tiempo, haya estado olvidado, arrinconado, sepultado, sin ver la luz ( supongo que por su propia familia pues de otro modo es incomprensible este olvido), cuando según ella misma decía, se dedicaba al “arte negro” o “arte de la luz”.

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